Capítulo 02
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D A N
Decidimos venir al club después del entrenamiento, venimos todos los viernes a mirar el espectáculo, se ha convertido en una costumbre para el equipo, entrenamos casi todos los días y ver a chicas semidesnudas moviendo el culo mientras bebes alcohol es un respiro.
Una vez que terminan los bailes y las mejores chicas abandonan el club, nos pasamos al otro lado. Entramos al bar de The Garden, uno de los centros nocturnos más cotizados del estado. Hay muchos lugares como este, pero si lo que quieres es elegancia y seguridad, sin duda este es el sitio correcto.
La música es más tranquila, la diferencia entre el club y el bar es que acá todas tienen ropa. He venido por las tardes, esto se convierte en el sitio predilecto para cerrar negocios, este lado está lleno de hombres en trajes que fingen que no quieren estar en el extremo prohibido. Pero cuando llega la madrugada, incluso el bar se convierte en una pasarela de chicas calientes con ganas de meterte a la cama, muchas de ellas son prostitutas y damas de compañía que ofrecen sus servicios a hombres adinerados que vienen a pasar el rato, otras solo quieren divertirse. Yo quiero divertirme, pero al parecer no elegí bien a mi presa el día de hoy.
—No será que ya perdiste el toque —dice Max con malicia.
Hace unos minutos estaba sentado en el sillón de la zona VIP, dándole tragos a mi cerveza, paseando la mirada por el local en la búsqueda de una chica. Necesitaba sexo duro y caliente, deseaba encontrar a una de esas chicas necesitadas de atención. No es difícil conseguirlas, tengo un imán para ellas.
Vi a una castaña que me pareció atractiva, a pesar de que me agradan más las rubias con tetas grandes. Decidí que cambiaría el patrón para variar y me acerqué. Me mandó a la mierda frente al equipo, sé que todos quieren carcajearse en mi cara, pero se abstienen porque estoy echando humo por las orejas, todos guardan silencio, excepto Max.
Chasqueo la lengua, no estoy de humor para soportar sus bromas, así que le tiro una piedra justo en la llaga. Eso es lo malo de ser un equipo y conocer los puntos débiles de los otros, de alguna manera les entregas poder sobre ti. Y todos sabemos que Max está enamorado de cierta rubia que lo trata como perro faldero y le aplaude cada vez que le mueve el rabo.
—No lo creo, Amber sigue prefiriendo mi regazo.
Amber es perversa, ardiente, refinada y rasguña en la cama. Max no tiene idea, podría decirlo en voz alta para herir más su ego porque nunca ha conseguido meterse dentro de las bragas de la chica que se ha tenido sexo con todo el equipo y la mitad de Hushington; con todos, menos con él.
Me da una mirada mortal, el resto del equipo se queda en silencio, creo que es lo mejor, ninguno desea ponerse en mi contra y nadie desea defender a Maximilian, después de todo, estoy diciendo la verdad y ellos lo saben.
James niega con la cabeza, pero no abre la boca, se pierde en su trago y mira hacia otra parte. James nunca viene, es casi un milagro que esté aquí. Contrario a lo que media universidad piensa, el receptor de los Bulldogs es un santurrón y solo le falta persignarse cada vez que ve piernas largas. La gente no entiende cómo es que somos mejores amigos, él es el agua y yo el aceite, es todo lo que yo no soy... Por eso me agrada.
Max aprieta la mandíbula y no dice más, mi padre es su jefe, no le conviene soltar la lengua.
—Escuché que Gordon Wund está planeando algo para ganar —dice Beaton para romper la tensión que se ha formado y consigue romper el hielo, ese es un tema que a todos nos interesa. Él siempre hace eso, es el pegamento, la persona que nos une y calma las tempestades, el que acaba con los momentos incómodos.
El equipo olvida lo sucedido. Es normal tener roces entre nosotros, lo importante es que nos convertimos en uno al jugar, fuera de los juegos intentamos llevarnos bien, pero es más que obvia la hipocresía, al final del día esta es una partida de intereses.
—¿Se fumará un porro con sus animadoras? —pregunta Miles, haciendo que todos se carcajeen. Si hay alguien experto en porros y sustancias es él, el número doce de los Bulldogs, pero todos ignoramos ese hecho, pues su padre da una gran cantidad de dinero para que los análisis no lo delaten.
Gordon Wund es el mariscal de los Wolfes, el equipo de la universidad pública, ellos son nuestra competencia directa, tenemos que derrotarlos si queremos ir a las nacionales. La temporada pasada descubrieron droga en su cuerpo cuando hicieron los antidopings, fue penalizado y su equipo fue aplastado.
El primo de Beaton está en la Universidad Estatal y le cuenta lo que se rumorea sobre los Wolfes, un equipo de mierda que no sabe hacer nada sin su mariscal drogadicto.
—No, me fumaré el porro con sus animadoras, seguro que me extrañan —gruñe alguien a nuestras espaldas.
Todos lo buscamos, está a unos pasos de distancia con dos gigantes cuidándolo, ya había olvidado lo cobarde que es. No es raro que Wund esté aquí sabiendo que es un alcohólico aficionado a las drogas, los matones que hacen negocios con los pijos están en todos los rincones de The Garden. Él era uno de los nuestros, pero fue expulsado de Hushington por vender sustancias ilegales en los pasillos.
—¿Esa es una amenaza, Wund? No deberías meterte con nosotros si recién sales de rehabilitación —digo con sorna.
Siempre hubo rivalidad entre los dos, cuando su rendimiento bajó, el equipo votó por destituirlo y el entrenador me dio su puesto. Creo que desde entonces me detesta aún más.
—Cuídate, Adams —dice entre dientes antes de largarse.
Son más de las doce de la noche, ya perdí la cuenta de los tragos que tomé, pero siento que el alcohol está haciendo estragos en mi cuerpo. James se fue hace mucho, en la mesa solo quedamos Miles y yo, y ninguno está hablando, es más entretenido acabar con la botella. Él es el único que se queda, nunca hace preguntas, se limita a beber. Creo que está igual de vacío que yo, pero tampoco me gusta preguntar. Si algo he aprendido es que entre menos sepas mejor, así nadie se inmiscuirá en tus asuntos.
Hay una chica que insiste en sentarse sobre mis muslos, pasea su uña por mi nuca y acerca su boca a mi oído para soplar su aliento, huele a alcohol y a que seguramente estuvo esnifando polvos en algún sitio. Si no estuviera borracho aceptaría o tal vez no, traigo un humor de perros y ni siquiera el sexo logrará cambiarlo.
No sé cómo mandarla a la mierda sin ser descortés. Lo único que hago mientras parlotea es asentir, esperando que entienda que su plática no me interesa. Hago el esfuerzo por recordar su nombre.
—Mira, Margot, eres muy linda, pero no me apetece ahora, quizá en otra ocasión.
Ella bufa y su cara adquiere una tonalidad enrojecida.
—Me llamo Martha, idiota. No quisiste eso el otro día, ¿verdad? Cuando me llevaste al hotel, ¿o sí?
Vuelve a acercarse, envuelve su mano en mi antebrazo y aprieta mi bíceps. Me siento mal porque no la recuerdo, he estado con muchas chicas, debí de haber estado muy ebrio como para no recordarla. Comienza un discurso, intenta convencerme para que nos divirtamos juntos otra vez. La alejo, desesperado, esta es mi parte menos favorita de tener sexo casual: cuando ellas no lo entienden a pesar de que se los dejo claro desde el principio.
—No —suelto, tajante.
Ella se echa hacia atrás, indignada, y se levanta, me mira con desprecio antes de marcharse, se tambalea en varias ocasiones, sale del local sin mirar atrás. Inmediatamente empiezo a sentir lástima y remordimientos, pero me deshago de esos sentimientos al instante.
Me despido de Miles, quien se cae de borracho, le ofrezco llevarlo, aunque no estoy mejor que él, pero se niega.
Sé que no debería montarme en este estado en un auto, lo mejor sería pedir un taxi, sin embargo, no me caracteriza el buen juicio.
El alcohol me convierte en alguien diferente, puedo relajarme, puedo ser yo y no el hijo de mi padre. Amo la velocidad, así que aplasto el acelerador una vez que la camioneta se encuentra en la calle. Las avenidas están desiertas, los pocos vehículos que circulan se mueven cuando me aproximo sin la intención de zigzaguear para esquivarlos.
Me paso los semáforos por el culo.
De pronto un ruido me hace reaccionar: la sirena de una patrulla. Miro por el espejo retrovisor, me está siguiendo un policía, está haciendo un escándalo con esas luces y el sonsonete.
Me debato entre acelerar más o disminuir la velocidad, una ráfaga de prudencia me hace elegir la segunda opción. Orillo el auto y lo apago para esperar a que el oficial se acerque a mi ventana. Él me reconoce al instante, suelta un suspiro de cansancio y niega con la cabeza. Apunta algo en su block de notas y luego me tiende la hoja con la multa.
—¿El Senador sabe que manejas borracho a estas horas de la noche sin respetar los señalamientos?
—El Senador está muy ocupado con sus mierdas como para revisar mis multas. —Le sonrío, socarrón. Hay neblina en mi cabeza.
—Baja del auto, le pediré a una grúa que lo lleve a tu casa, no voy a dejar que manejes así, Adams, porque puedes causar un accidente.
Ninguno de mis intentos de negociar con él funciona, sé que su fidelidad está con mi padre, así le ofrezca una buena cantidad de dólares. George y él son amigos. Termino bajando de mi Jeep, le entrego mis llaves solo porque sé que es de fiar.
Minutos después toca el claxon como desquiciado afuera de mi casa, el portón se abre, entonces sé que estoy en problemas. Becky nunca está a estas horas, solo dos personas pudieron haber dado el acceso. Sospecho que el oficial le contó a mi padre, pues él está parado en la puerta con los brazos cruzados frente a su pecho, solo se ve su silueta negra pues la luz no me deja distinguirlo. Pero sin duda es él.
Bajo del auto del policía como un rayo, mientras mi padre va y lo saluda. Voy a subir las escaleras cuando escucho que se cierra la puerta causando un estrépito que retumba en las paredes, a pesar de lo grande que es este lugar.
No podré librarme de esta.
Me doy la vuelta para enfrentarlo.
—¡¿Qué demonios está mal contigo, Dan?! —explota—. ¿Quieres matarte? ¿Quieres matar a alguien? ¿Cómo se te ocurre ser tan irresponsable y manejar borracho? ¿Crees que voy a ayudarte si llegas a atropellar a alguien? ¡No! ¡Irás a la puta cárcel como sigas así! No puedo creer que te importe una mierda.
Está tan rojo que creo que va a explotar, no deja de elevar la voz ni de gritar. ¡Cristo! No sé de dónde saca tanto pulmón.
—No es para tanto, solo fueron unas cuantas calles.
—¡No estoy jugando, Danniel! Tienes que parar. No solo vas a arruinarte, también vas a arruinar a tu familia.
—¿Cuál puñetera familia? —pregunto con desdén.
Al final todo se reduce a eso, no lo dice en voz alta, pero es más que evidente que lo que le jode es que el hijo del Senador vaya a The Garden a beber y tenga sexo en los peores moteles de la ciudad para después infringir las leyes de tránsito.
—Te lo advertí, Dan, te pedí que te controlaras, pero estás retrocediendo. Son las dos de la mañana, Arnold te trajo borracho porque no puedes ser responsable y no treparte a la maldita camioneta si no estás en condiciones para hacerlo. Pudiste haber matado a alguien o haberte matado
Chasqueo la lengua y giro los ojos, me doy la vuelta una vez más y empiezo a subir las escaleras para largarme a mi alcoba.
—No he terminado —dice entre dientes.
—No necesito tu permiso —respondo.
—Pero vives en esta casa y soy yo el que cubre tus gastos, así que seguirás mis reglas quieras o no, la puerta está muy ancha si lo que quieres es largarte, pero aquí no voy a tolerar más este comportamiento. —Me detengo y lo escucho, dándole la espalda—. A partir de mañana no habrá tarjetas. Ya hablé con el coordinador Maxwell, necesitas actividades extracurriculares para tener más créditos y poder graduarte. Estarás haciendo voluntariado en la universidad.
—¿Voluntariado? Estás bromeando, ¿cierto?
—No, no bromeo. Tienes que madurar, hijo, me duele verte así. Me preocupas, no voy a ayudarte siempre.
¿Ayudarme en qué sentido? Ni siquiera está en la ciudad como para ayudarme o saber algo relacionado conmigo. No sé a qué viene toda esta falsa preocupación, a él lo único que le importa es aparentar que tiene una familia perfecta para que los periódicos hablen bien de él. No le conviene tener a un hijo como yo.
—Dios me ayude, ¿qué es ese escándalo? —mamá se queja. Se asoma desde la punta de la escalera y nos mira sin poder abrir del todo los ojos. Todavía tiene su antifaz para dormir alrededor de la coronilla.
—Problemas con Dan —responde mi padre como si eso explicase todo. Un sabor amargo me embarga la lengua.
—Qué raro, deja que haga lo que quiera, de todas formas, no escucha —escupe.
—Pero es mi casa, y mientras vivas en mi casa vas a seguir mis reglas, ¿entendiste? —Asiento porque estoy cansado de discutir—. Así que ya estás advertido. Viajamos a Miami antes del desayuno. Espero que no te importe que nos perdamos tu partido de inicio de semestre —dice, casi como si lo sintiera y yo quiero reír a carcajadas. ¿En serio? ¿De verdad?—. Es un buen negocio.
—Ajá —respondo, escueto.
Sin pronunciar más palabras de las necesarias, sube las escaleras y desparece en la puerta de su habitación.
Con el tiempo aprendí que nadie le gana a George Adams, siempre está un paso delante de ti, siempre sabe qué hilo jalar para vencerte. También aprendí que es mejor estar de su lado que en su contra, a sus adversarios no les va bien. Si sigo soportando esta vida de mierda es porque no quiero que mi futuro acabe antes de siquiera empezar.
Me dirijo hacia la cocina, la cual está a oscuras, sin encender la luz me siento en uno de los taburetes de la barra poniendo mi cabeza entre mis manos. Mis comisuras tiemblan cuando veo una nota pegada en la encimera: «tu cena está en el microondas.» Amo a Becky.
Suelto un suspiro y cepillo mi cabello, el silencio ensordecedor me hace tragar saliva. Nunca he tenido una buena relación con mi madre, recuerdo cuando la escuchaba hablando de mí con sus amigas o con nuestros familiares, diciendo que estaba avergonzada de tener a un tormento como yo que le ensuciaba la alfombra nueva traída de París, nunca he sido suficiente para su mundo de alta alcurnia y niños bien portados. Refugiada en los eventos de mi padre, siendo una buena directora en Kakarú —una famosa empresa de moda—, divirtiéndose con sus amigas en lindos eventos y no estando junto a mí.
Y papá, él solo está ahí, en los lugares donde debe estar, rara vez en casa. Por años he sido solo algo que está en su gran mansión, alguien que adorna un espacio en las fotografías sociales del periódico, alguien que lo decepciona constantemente.
Lo cierto es que me siento mejor cuando están de viaje.
* * *
T E S S A N D R A
Siento presión, una rodilla que se encaja en mi estómago y una voz chillona que me pide despertar. Abro un párpado y me encuentro directo con su sonrisa satisfecha de lado a lado.
—Roncas como un oso, Tessy —dice una Lili divertida. Observa cómo tallo mis ojos con los puños.
—Como un oso, ¿eh? Entonces... te voy a comer. —Jugueteo y la atrapo haciéndole cosquillas en el vientre.
—¡Para, Tess! P-por f-favor —pide entre risas.
—¡Niñas, a desayunar!
Ambas nos levantamos de la cama riendo y vamos a la cocina siguiendo la orden de mi madre. Tomamos el desayuno de pie frente a la encimera con rapidez y nos preparamos para salir. Hace unos meses, uno de los exámenes de rutina arrojó que el cáncer regresó.
Es un hospital privado, dividido en tres áreas. Las de los costados son de ladrillos y la central de color crema. Con movimientos robóticos entramos por la puerta del edificio C. El suelo blanco es tan brillante que me deja ciega por un minuto, las paredes son celestes en la parte de arriba y azul intenso en la parte de abajo, imitando el cielo y el mar. La decoración de este sitio hace que sientas que estás sumergiéndote en un océano. Hay peces artificiales colgando del techo como si fueran lámparas, cada vez que un niño vence la enfermedad, esos pececitos se encienden y realizan un espectáculo de luces que recorre los pasillos y rincones de todo el hospital. La gente sale de las habitaciones, los doctores de sus consultorios, las enfermeras de las salas y vitorean en coro, es hermoso.
Saludamos a Mildred, la coordinadora de enfermeras, quien nos da una radiante sonrisa. El piso de Lilibeth es el número diez, así que no dudamos en dirigirnos allá.
La sala de espera se encuentra en el centro rodeada por pasillos que te llevan a las habitaciones donde se realizan las quimioterapias, algunos cuartos donde hay niños, y a los consultorios.
Al llegar al escritorio, la enfermera Esmeralda, una afroamericana amable de complexión robusta, nos da la bienvenida.
—¡Hola de nuevo, Señora y Señoritas Winter! ¿Qué tal han estado?
—Pasándola, Esme —contesta mi madre con las comisuras alzadas—. Venimos con el doctor Callahan.
—Tomen asiento y enseguida las llamo. —Señala los sillones con su barbilla, mientras coloca el teléfono en su oreja y marca un número.
Me siento en un frío sofá blanco con Lili a mi lado, mamá se coloca frente a una ventana redonda que se asemeja a la de un submarino, sumergida en sus pensamientos. Suspiro largo y fuerte, presa de miedo. ¿Qué si ha avanzado? Observo sin ver la corriente de enfermeras y enfermeros que se dirigen de puerta en puerta. Las lágrimas empiezan a quemar, siento que una cálida manita toma la mía y la aprieta.
Al levantar la vista me encuentro con sus ojos grises y su brillante sonrisa que me hace sonreír de la misma forma. Es parte de mi alma, no existe otra persona en el mundo por la cual quiera dar la vida, sufrir el dolor que siente. Habiendo tanta gente jodida en el mundo, ¿por qué tuvo que ser ella?
Es tan injusto.
Después de unos minutos la enfermera nos hace pasar a un consultorio.
—Hola, Lili —saluda sonriente el doctor cuando mi hermana se sienta en la alfombra con una muñeca de cabellos rosas—. Tomen asiento, por favor. ¿Cómo se ha sentido Lilibeth esta semana?
—Solo ha tenido náuseas y dolor de cabeza, regularmente en las mañanas —pronuncia mamá.
—No podemos asegurar que siempre será así, pero los estudios dicen que el cáncer no se ha diseminado. Como la leucemia es recurrente tenemos que actuar con mucha rapidez. Seguiremos con las quimioterapias y con las transfusiones, es probable que tengamos que hacer un trasplante de células madre.
A Lili le diagnosticaron leucemia mieloide aguda cuando apenas tenía ocho años, tiempo después la dieron de alta, pero el cáncer ha vuelto.
—¿Cuándo sería el trasplante? —pregunto.
—Primero terminaremos las quimioterapias, en caso de necesitarlo iniciaremos los trámites para el trasplante —repone.
—Muchas gracias por todo, doctor Callahan —dice mamá. Pestañea varias veces para apartar las lágrimas que se han formado en sus ojos. Él le regala una cálida sonrisa.
Podemos respirar, al menos por ahora.
Todos los tratamientos de Lili los he solventado yo. He insistido en que se atienda en este hospital a pesar de los precios caros ya que es uno de los mejores, se merece eso y mucho más, estamos dispuestas a cualquier cosa con tal de que se cure. Y justo en este momento siento que todo lo que hago ha valido la pena.
Aunque por ella haría lo que fuera.
El lunes por la mañana, despierto antes de que suene la alarma, así que la apago de un manotazo antes de que levante a media cuadra, las paredes son delgadas, no es extraño escuchar los ruidos de las casas vecinas. Voy a la ducha y me preparo para tomar un baño.
Veinte minutos más tarde, me visto con jeans negros ajustados, una blusa azul marino con capas y mis zapatillas favoritas. Seco mi cabello hasta que cae en ondas despreocupadas. Mamá me desea suerte desde la cama, me despido de ella y le doy a Lili un beso en la frente, deseándole fuerzas para recibir quimioterapia, no voy a estar ahí para sostener su mano.
Tomo el transporte público y llego a la universidad.
No hay nadie que no quiera asistir a Hushington, el universo y las galletas chinas saben que, si logras graduarte, tienes un buen futuro asegurado.
Desde pequeña soñaba con estudiar aquí, no dudé en enviar una solicitud de beca cuando se abrieron las admisiones pues ni por un milagro hubiera podido pagarla. Fui aceptada por mi excelente historial académico. Todavía puedo recordar la felicidad que sentí al leer el contenido de aquel sobre amarillo que encontré un día en mi buzón. Era una de las afortunadas que había conseguido una beca completa por excelencia, no solo eso, también apoyo económico para comprar los materiales necesarios.
La ciudad universitaria está bardeada por una reja de forja de color negro con diseños elegantes, en la parte superior hay una banda gruesa con el nombre de la institución. Una preciosa fuente se encuentra en el centro de los jardines llenos de árboles del mismo tipo y del mismo tamaño, como militares. Una aglomeración de estudiantes observa un letrero gigante con la localización de las facultades.
La facultad de Odontología tiene aspecto parecido al de esas iglesias antiguas, fuertes columnas y figuras garigoleadas por doquier. Me escabullo entre el gentío que aguarda en la coordinación para conseguir su horario, y espero mi turno. Bradley Masen, el secretario con sobrepeso y gruesos anteojos de color marfil, me regresa la mirada. Sus párpados son algo caídos, no puedo evitar asociarlo con un perezoso gato que acaba de levantarse. A pesar de conocerlo desde mis inicios, no hace el amago de querer reconocerme. Le doy mi credencial, la cual revisa y hace un montón de cosas más antes de entregarme dos papeles idénticos.
—Firma —pide—. ¿Podrías apresurarte? Hay alumnos esperando.
Frunzo el ceño debido a su falta de cortesía, pero igual firmo uno de los documentos y se lo entrego, el otro es para mí. Me indica que me mueva con una señal informal.
—Gracias.
Salgo de la oficina entre empujones. Una vez en el exterior, mis ojos pasean por la hoja. La primera clase es en el segundo piso, subo las escaleras zigzagueando entre el tumulto de estudiantes.
Estoy emocionada por empezar este nuevo semestre. Espero que no necesitemos tanto material, así no tendré que hacer voluntariado extra y podré pasar más con Lili. Lo bueno de estudiar aquí es que hay un sistema para apoyar al cuerpo estudiantil, te pagan los instrumentos y todo lo que necesites, sin embargo, se los debes regresar de alguna forma. El semestre pasado tuve que pasar mucho tiempo en la cocina de la cafetería, acababa con el cuello sudado y olor a carne con salsa.
Hushington está lleno de niños bien vestidos, ropa de marca, autos de lujo y gente que se cree superior a otra. También hay otros que rasguñan sus billeteras a fin de mes, como yo. Me gusta el nivel académico, no el nivel de las personas. A los demás no les importa pisotear a otros con tal de obtener lo que desean, debes aprender a quedarte callada y, como eso no se me da bien, prefiero mantener un perfil bajo. Si te topas con la persona equivocada podría irte muy mal.
Aunque los grupos sociales se ven más en la secundaria, la universidad no es muy diferente, quizá aquí no se dividen en animadoras y jugadores, acá lo único que vale es cuánto dinero hay en el banco. La gente con dinero se junta con otra gente con dinero, y los becados con los becados.
Claro que hay casos particulares como el de Maggie, mi mejor amiga, quien tiene una buena posición económica y algunos conocidos refinados que se alejan cuando se enteran de que soy becada, como si tuviera la peste. Pero a ella no la conocí en este lugar, así que no cuenta.
Este semestre tomaré la clase de Cirugía teórica, Maggie y yo nos apuntamos en las mismas, espero que ya esté en el aula y me haya guardado un lugar.
Entro salón, es igual a los demás, grande y pulcro, todo de tonos azulados y con los muebles oscuros, las sillas están acomodadas en forma de pirámide ascendente; parece un auditorio. Recorro la vista por el sitio buscando la melena de Mags, pero no la encuentro por ningún lado, sin embargo, en uno de los asientos de la primera fila encuentro a alguien que reconozco.
James Perkins. Frente a mí está el pelirrojo más conocido de la universidad y probablemente de todo Hartford, sus padres son dueños de la firma de abogados más prestigiosa de la ciudad, ¡qué raro! Las chicas se pellizcan si él pasa, no para robar pretendientes, para comprobar que es real. No es que sea el epítome de la belleza griega, es bastante simplón para ser sincera, lo que resalta es su alocada cabellera, las pecas salteadas que adornan sus mejillas y su mirada chocolate.
Maggie está perdidamente enamorada del tipo, ella dice que es su amor platónico, yo detesto eso pues siempre me arrastra a los juegos de fútbol. Estoy segura de que si pudiera formaría un club de fans, se pone a babear cada vez que él pasa frente a ella.
Es el receptor del equipo de la universidad, los Bulldogs, y el mejor amigo de cierto pelinegro que incordió mi fin de semana. Dan Adams siempre está donde James Perkins. Estas dos personalidades no solo son millonarias, populares y atractivas para el género opuesto, también estudian donde yo, y por alguna razón el mundo piensa que debe guardarles respeto.
Por Maggie sé que James estudia medicina, quizá está llevando materias odontológicas por créditos, no tengo idea.
Doy un salto cuando me percato de que él también está analizándome con los párpados entrecerrados, luego su vista se desvía a algo a mis espaldas y una sonrisita socarrona se dibuja en su rostro.
Quiero huir porque algo dentro de mí me dice que corra, pero antes de que pueda hacerlo, las palabras cínicas de una voz ronca me detienen y me hacen apretar los dientes.
—Pero miren a quién tenemos aquí...
Lo encaro, su gesto burlón me hace retorcer, mi suerte es una mierda, es la reina de las mierdas. Las sirenas se encienden en mi cabeza. Me encuentro directamente con los ojos verdes. No puedo conectar mi cerebro con mi boca. De hecho, no puedo pensar en absoluto. ¿Podría ser esto peor?
—Creo que te fuiste muy rápido la otra noche, mil disculpas por mi comportamiento. —Él se acerca y ofrece su mano—. Hola, soy Dan Adams.
Su voz es seductora, el mismo tono del viernes.
Sabía que el chico era atractivo, pero verlo de cerca casi me saca el aire. Es el tipo de hombre que te pone caliente con solo mirarte. Y lo peor de todo es que lo sabe.
Me mira y barre de arriba abajo mi cuerpo con total descaro, no se preocupa por disimular. Espero no estar sonrojada, después de todo, lo dejé plantado en el bar. Decido que ser educada es lo correcto, no quiero tener enemigos en este lugar y menos si es el hijo del Senador, así que me aclaro la garganta.
—Tessandra Winter.
Le doy la mano para corresponder el saludo, pero en lugar de sacudirla como una persona normal haría, lo que consigo es que me jale. Me estampo directo en su pecho, su olor a yerbabuena hace estragos en mi mente.
Me empujo con los brazos para soltarme del agarre, sin embargo, pone su mano férrea en mi cintura y me aprieta aún más a él. Intento alejarme con todas mis fuerzas, es inútil porque es demasiado fuerte. Los dos amigos se carcajean al ver mi incomodidad. James ríe e, inmediatamente, sé que no es tan inocente como Maggie cree. Entrecierro los ojos con rabia.
Dejo de luchar después de un rato, no le veo el sentido a retorcerme si no lograré zafarme y me temo que estoy siendo la burla de varias personas. De todas formas, y aunque lo intento, no puedo aguantar la furia que corre por mis venas, quiero darle un puñetazo para tumbar esa hilera perfecta de dientes blancos.
El guapo intento de macho alfa retira un mechón de cabello de mi cara, me mira como si yo fuera una presa que está a punto de caer en las garras de su depredador y me dice al oído:
—¿Quieres salir conmigo esta noche, mariposa? Nos podríamos divertir.
¿Qué? ¿Mariposa? Y alguna parte de mi cerebro me susurra que es un cazador, un auto que me quiere estrellar en la parrilla; eso o está completamente demente y piensa que compararme con un animal es erótico. La segunda opción es la que más me gusta.
No me agrada para nada, sus aires de niño consentido no me van. Me acerco a su oreja, suelta un gruñido reclamando su triunfo, quiero carcajearme porque es tan ingenuo.
—Me encantaría ir contigo, pero creo que no se va a poder —susurro fingiendo tristeza y haciendo un puchero con los labios.
—Te prometo que te va a gustar. —Exhala aire frente a mi oreja.
Trato de mantenerme serena, a pesar de las cosquillas y hormigueos que me recorren en puntos que no recordaba.
—Lo siento, cariño, pero no me acuesto con cavernícolas pervertidos. —Lo empujo, haciendo que abra los ojos como platos.
James suelta una exclamación de asombro y comienza a reír a todo pulmón. La mayoría de la gente que nos rodea está presenciando el evento, algunos con las caras largas y, otros, divertidos.
—¿Qué está mal contigo? —pregunta él, aún sin poder creerlo.
—Lo que oíste, guapo, no salgo con niñatos.
Lo señalo con mi índice y me encojo de hombros. En realidad, no salgo con nadie, pero él no tiene por qué saberlo.
Sé que di en el punto exacto porque sus ojos me miran furiosos y aprieta sus puños hasta que sus nudillos quedan blancos. Quizá debería disculparme para no hacer de este un lío más gordo, debo aprender a no ser tan impulsiva y a guardar mis comentarios, sin embargo, el orgullo me pica. Además, ¿qué podría hacer? ¿Acusarme con su papá? Seguro el hombre tiene cosas importantes que hacer en lugar de prestarle atención a su hijo arrogante.
—Loca —musita apretando los dientes.
—Mira quién lo dice —respondo—: el patán que quiso que una loca le chupara el pene, ¿quién es más loco?
Más risitas se escuchan.
Gira su cabeza y escanea la sala, los alumnos guardan silencio como por arte de magia al ver su expresión colérica.
Le doy la espalda un tanto tensa y llevo mis cosas a un asiento muy lejos de él. No quería empezar mi primer día de clases de esta manera, debo entender que aquí hay gente poderosa. Si tan solo pudiera hacerle entender eso a mi lengua floja, lo que menos soporto son las injusticias, y no voy a permitir que estos riquillos me sobajen.
Una vez que estoy sentada y coloco todos mis útiles sobre la mesa, alzo la vista. Él sigue aquí y está mirándome con diversión, sus dos pupilas bailan. Se está burlando, como si estuviera maquilando algún tipo de plan perverso. De pronto, articula sin hablar:
—Estás en problemas.
Y se va.
Él es el problema.
¿Acaso es una amenaza? ¿Una advertencia? Genial, Tess, el pececito llamará al tiburón. No entiendo qué estaba haciendo en mi facultad. Él estudia en el otro polo, en el edificio de Criminología. Me obligo a no pensar más en él, Margaret aparece justo a tiempo para salvarme de recriminarme por agredir a ese sujeto. Tal pareciera que no me importa morir.
—Perdí mi horario, ¿podría ver el tuyo? —pide su voz cantarina. Escucharla me da cierto alivio.
Le entrego mi horario, ahora doblado, a Maggie. Ella lo toma y se deja caer en el asiento a mi lado. Sopla haciendo que un mechón de su cabello rebelde color negro se eleve y se acomode, entretanto inspecciona el documento.
—Veamos... ¡Sí! Justo lo que pedimos.
—Sí. —Le sonrío.
Margaret Thompson es mi mejor amiga. Nos conocimos el verano en el que empecé a trabajar en el club. Su hermano tenía cáncer en el hígado, nos veíamos cuando llevaba a Lili al hospital, tomaban quimioterapias en la misma sala, pero Erik era muy taciturno y se mantenía distanciado de los demás. Un día la encontré llorando en la capilla y me acerqué a consolarla, su hermano había muerto. Desde ese día somos inseparables, quizá porque las dos estamos rotas por dentro. Es pequeña, con unos increíbles ojos azules y con curvas no tan pronunciadas.
Los Thompson son una familia bien posicionada en Hartford, el padre de Mags es dueño de una concesionaria de autos popular en Connecticut, pero después de la muerte de Erik muchas cosas cambiaron en la familia, Maggie no habla mucho al respecto.
Me devuelve mi hoja arrugada y se cruza de brazos.
—Muy valiente, ¿no? Escuché en el pasillo que una castaña de ojos grises acaba de hacer que el chico más odioso de la universidad expulsara humo por las orejas, y ambas sabemos que no hay muchas castañas de ojos grises en Hushington. —Tamborilea sus dedos y alza una ceja—. ¿Qué tan cierto es eso?
—¿El más odioso? —pregunto con fingida inocencia. Observo la expresión divertida en su rostro.
—¡Oh, sí! ¡No te hagas la desentendida! Hiciste rabiar al mariscal de los Bulldogs —dice, riendo.
—Ojalá no muerda. —Hago una mueca. Ser repudiada por él es un paso más allá de lo permitido, no conozco a nadie que deseé tener una mala relación con los Adams.
—Yo te ayudo a ponerle un bozal. —Bromea—. Dejando al sexy cachorro de lado, ¿cómo salió Lili en los estudios?
Todo lo malo se borra con solo escuchar su nombre y una sensación cálida se instala en mi pecho.
—No se diseminó, Maggie. —Sonrío de oreja a oreja—. Pronto se programará el trasplante de médula ósea.
—Me alegro mucho, Tessilly, te lo dije.
Como un rayo, entra un hombre sin cabello y con los ojos rasgados. Se presenta como el doctor Powell, el titular de Cirugía. Nos sumergimos en la clase, hace las presentaciones necesarias y nos da los objetivos de la materia.
Más tarde, llego al pequeño cubículo a un lado de dirección. Lucy, la coordinadora del sistema de becas, me recibe con una sonrisa.
—¿Qué tal tus vacaciones? —pregunta al tiempo que busca mi folder en una cajonera.
—Normal, la pasé aquí con mi familia, ¿y las de usted?
Mientras acomoda las hojas en el escritorio, me cuenta que fue a una playa mexicana con su marido y sus hijos. Ella es la única que conoce mi situación, aunque no sabe cómo es que consigo el dinero para ayudar con las deudas. No sé si es bueno para la universidad tener a una stripper en sus salones.
Frente a mí están las listas de materiales que voy a necesitar con dos presupuestos, está el lado más económico y el más caro. Yo debo seleccionar uno y después ella hará la suma total, me hará elegir una actividad y me dará las horas para cubrir el dinero.
Selecciono el barato, esperando que sea menos que el semestre pasado. Me da el total y sí, gracias a los cielos no es menos dinero el que tendré que cubrir.
—Creo que me quedaré con la biblioteca esta vez, así aprovecho y estudio. La cafetería es un caos, la peor elección que he hecho —digo. Lucy suelta una risita, sabiendo muy bien que nadie quiere terminar oliendo a comida al final del día.
Tendré que quedarme algunas tardes a ayudar a la bibliotecaria a acomodar, mantener el orden y ese tipo de cosas. Al menos habrá libros para hacer las tareas y no llegaré a casa con macarrones en el cabello.
A la hora del descanso, Maggie y yo caminamos hacia la cafetería, sumergidas en una conversación sobre la última clase y la tarea para mañana. Recogemos el almuerzo y nos disponemos a encontrar un lugar para sentarnos en medio de todo el gentío. Ubicamos una mesa disponible junto a una ventana, nos dirigimos ahí sin pensarlo demasiado.
Muerdo mi manzana y Mags se pone a hacer lo mismo con su almuerzo. De pronto, unas uñas perfectamente rosas golpean con ritmo frustrante el borde del mueble. Al alzar la vista me topo con tres chicas altas y rubias, usando faldas cortas y blusas escotadas. ¡Las chicas súper poderosas!
—Disculpen, pero esta es nuestra mesa —suelta la que hace de líder. Tiene porte refinado y su cabello rubio platinado es tan largo que llega a la cintura. En realidad, es muy bonita, como la típica chica rubia malvada que aparece en las películas.
—¿En serio? No veo dónde dice sus nombres. —Me muevo como si buscara algo. Escucho a Maggie atragantarse y de reojo me percato de que está intentando llamar mi atención. La ignoro—. Hay muchas mesas vacías por allá.
Veo que su cara se contorsiona y abre la boca para decir algo, pero alguien la interrumpe.
—Está bien, Amber.
Mis pensamientos se aclaran al escuchar ese nombre, por supuesto, ¿cómo no la reconocí? La rubia entrecierra y se da la vuelta, seguida por su séquito de abejas. Me la he topado antes unas cuantas ocasiones, claro que nunca ha hecho contacto visual, es de esas chicas que creen que fueron vomitadas por el cielo. Hay tantos chismes sobre ella, lo único cierto es que caga dinero, su padre hizo una gran fortuna con una cadena de restaurantes.
Sin titubear, camina hacia la mesa ocupada por un montón de chicos vestidos con prendas deportivas, el equipo de fútbol. Las amigas de Amber se mezclan entre ellos, pero ella no se conforma con eso, va y se sienta gustosa en el regazo de Dan cuando este le da palmaditas a sus muslos.
El dueño de la voz que ha ahuyentado a las hienas nos rodea y se coloca en el costado de la mesa. La cara de Maggie es todo un poema, se ha puesto más blanca que una hoja, sus labios son una línea recta, lo mira con los párpados pegados a la frente.
—Hola —saluda James alternando la mirada entre las dos, pero luego centra su vista en la de mi mejor amiga.
Maggie se pone más roja que una cereza y agacha la cabeza para seguir comiendo, mientras él solo sonríe sin dejar de prestarle atención. Muy bien... ¿Qué me estoy perdiendo?
—Solo pasaba por aquí para darte esto, linda. —Él coloca en la mesa una hoja blanca, alcanzo a ver lo que es antes de que Mags lo agarre con rapidez. El horario—. Se te cayó esta mañana cuando me dejaste en la mitad del pasillo.
—Gracias —dice Margaret mirando hacia otro lado, pareciendo desinteresada, pero podría jurar que está a punto de explotar. Me quiero reír, no sabía que fuera tan buena actriz.
El pelirrojo se despide, no sin antes decirle un «adiós, Margaret» a la pelinegra enmudecida. Cuando lo veo alejarse lo suficiente, suelto la risotada que estaba conteniendo.
—¿Qué fue eso, Mags? ¿Tu silencio es una clase de juego previo? —Río aún más cuando un gritito se le escapa y me lanza una papa frita al rostro.
—Shhh, ¡Tess! —exclama con la mandíbula desencajada y mirando hacia todas partes. Su mortificación me hace carcajear hasta que mi abdomen duele. Habla hasta que guardo silencio—. Me acerqué en la mañana para darle una hoja que se le cayó, entonces entré en pánico y salí corriendo, perdí el horario así que tuve que ir con Masen a preguntarle qué clase me tocaba. Y pues... aquí está, me alegra porque detesto rogarle a Masen.
—Dijo que eres linda. —Alzo las cejas. Creo que se pondrá más roja, en cambio, chasquea la lengua.
—¿No lo sabes? Él les dice «lindas» a todas las chicas que existen, solo está siendo cortés. —Suelta un suspiro y sacude el cabello, siempre hace eso cuando quiere cambiar de tema. Definitivamente no es la reacción que esperaba.
Hay veces que creo que Mags me oculta más de lo que me cuenta, y hay otras veces que siento que la conozco.
Los primeros días siempre son duros, tienes que conocer a los nuevos maestros, escuchar las bases de todas las materias y encontrar algo que hacer durante las horas libres pues algunos profesores solo se quedan en el salón mientras se presentan. A pesar del percance de la mañana y del almuerzo, no volví a encontrarme con ninguna de esas personalidades. He sobrevivido.
Las cuatro de la tarde llegan justo al salir al estacionamiento. Me detengo en el borde de la acera e inspecciono el color gris de un cielo nublado, ha estado lloviendo todo el día.
Estoy a punto de cruzar la calle para buscar a Maggie cuando una camioneta negra sale de la nada y frena, todo ocurre en cámara lenta. El agua de sucia de un charco se levanta como un tsunami y me empapa. Estoy mojada. Abro la boca sorprendida y me quito la hoja que se adhirió a mi brazo. Siento cómo me hierve la sangre.
—¡Fíjate, idiota! —grito lo más fuerte que puedo e identifico al causante de mi desgracia.
Maldito cavernícola del infierno.
—Apestabas, necesitabas un baño. —Saca la cabeza por la ventanilla para poder apreciar lo que, sin duda, hizo con intención. Las personas alrededor me miran y ríen a carcajadas. Dan arranca la camioneta sin miramientos.
¿Qué hice, señor del cielo, para merecer esto? ¿Acaso es un castigo divino por no haberle dado la mesa a las tres imitaciones de Britney Spears?
—¿Qué mierdas te pasó? —pregunta Maggie en cuanto me ve.
—El imbécil de Dan Adams me mojó.
—Te dije que era un perro rabioso, ¿recuerdas? —Suelta una risita—. Anda, sube al coche.
Subo al lindo deportivo rojo, mojando los caros asientos de cuero y me pierdo en mis pensamientos hasta que Mags me deja en la puerta de mi casa. No confío en la gente que no es mi familia, aprendí que cualquiera puede traicionarte si le das la oportunidad de hacerlo; Margaret, Gina y Sawnder son mi excepción, solo ellos saben qué hago los viernes por la noche, saben dónde vivo, saben que mi hermana está enferma. Solo en ellos confío.
Me despido con la mano, no me meto a la casa hasta que arranca y veo que se aleja por la calle, esta zona es peligrosa y con ese coche seguro llama la atención. Temblando de frío, abro la puerta.
—¡Tess, estás empapada! ¿Qué ocurrió? Toma un baño —ordena mamá con cara de preocupación, escaneando mi cuerpo.
—Venía hacia la casa, pasó un camión y me empapó. Mags ofreció traerme —miento. No quiero mortificarla y que piense que tengo problemas en la universidad. Lo que menos necesitan es que crean que estoy en un caso extraño de agresión escolar. Dejo mis cosas y camino hacia el baño para evitar más preguntas, queriendo aparentar que no hay nada malo conmigo—. ¿Cómo sigue Lili?
—Le duele la cabeza, pero creo que está bien.
Hay días que se pone muy mal.
Corro la cortina de la ducha, ingreso y abro el agua caliente. Menos mal que está funcionando, en ocasiones no hay más que agua helada. Dejo que el vapor eleve todos esos malos sabores del día de hoy, por algún motivo siento que este es solo el comienzo. Y por supuesto que me voy a vengar del hijo de puta. Nunca he sido una cobarde, pero ese tal Dan me pone los pelos de punta. No sé si es porque luce como Narciso o por esa mirada que me dio en el aula de Cirugía.
A las nueve de la noche, cuando termino la tarea, voy al cuarto con mi hermana, quien se encuentra dibujando. Me acerco sin poder evitarlo, observo la tranquilidad con la que mueve el carboncillo sobre la hoja, formando líneas ovaladas, como si quisiera pintar un rostro.
—Hola, princesa, ¿cómo te sientes? —pregunto.
Se sobresalta y se lleva el puño al pecho. Se recompone al ubicarme y me dedica una radiante sonrisa que llega a iluminar sus ojitos grises.
—¡Tessy! Ven, abrázame. Estoy mejor ahora que estás aquí.
Me siento en la cama y paso un brazo alrededor de sus hombros, la acerco a mí todo lo que puedo. Nos quedamos en silencio hasta que lo rompe.
—¿Por qué llegaste mojada, Tess? ¿Es cierto lo del camión? —pregunta, entrecerrando. Me conoce bien, ni siquiera sé cómo lo hace.
—Sí, princesa.
—¿Estás segura?
Es suspicaz desde pequeña, más listilla que cualquier niño de su edad, siempre le presta atención a las cosas que nadie más ve. Cuando aprendió a colorear me regañaba porque me salía de la raya, ella se concentraba en lo pequeño, yo me concentraba en llenar todo lo demás.
Le gustaba ir a la escuela, tenía amigos, los profesores decían que era una estupenda alumna porque sus notas siempre fueron altas. Nunca fuimos una familia con muchos recursos, pero la pasábamos bien, mamá siempre se encargó de que comiéramos y tuviéramos qué vestir. No obstante, un día nuestro mundo cambió, comenzó a sangrar por la nariz, sus brazos tenían moretones y el médico dijo que tenía leucemia. Un tipo de cáncer donde tus células blancas van acabando contigo,
—Segura —susurro—. Duérmete, que ya es tarde.
Me levanto para apagar la luz y me acuesto en la cama que está junto a la suya, cerrando el tema de forma contundente. Me dejo llevar por el cansancio.
* * *
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