Prologo
Prólogo.
Las sombras de la noche caían pesadas sobre la Sociedad de Almas.
En lo más profundo del Seireitei, Aizen Sōsuke se encontraba solo. Su figura elegante y calmada contrastaba con el caos que había dejado tras de sí.
Los pasillos desmoronados del Cuartel Central 46 irradiaban una atmósfera desolada, un silencio sombrío que sólo era interrumpido por el eco de sus propios pasos.
El Salón de Asambleas Central Subterránea había sido atacado nuevamente.
Los bancos y sillas que alguna vez ocuparon los 40 sabios estaban destrozados junto con sus cuerpos.
Los bancos y sillas de los 40 sabios estaban destrozados, rodeados por sus cuerpos sin vida. El silencio era absoluto, como si el tiempo mismo se hubiese detenido.
Más arriba, una aberturas estratégicamente dispuestas en las paredes daban acceso a una sección elevada mediante una escalera. Esta plataforma albergaba también bancos y sillas donde los seis jueces, la cúspide de la justicia en la sociedad de almas, solían impartir sus veredictos.
Ahora, esos mismos asientos estaban ocupados únicamente por sus cuerpos inertes, colocados en posturas grotescas que sugerían un final repentino e inevitable.
Ni siquiera las grandes pancartas que adornaban las paredes de la cámara, reforzadas con trece niveles de protección espiritual, fueron suficientes para detener el poder que se desató en ese lugar.
Aizen, implacable y metódico, había erradicado una vez más a los integrantes de la Central 46.
Caminando con tranquilidad entre los cadáveres, salió del Salón de Asambleas Subterránea. A su paso, encontró varios hombres encapuchados de negro, tirados en el suelo.
Esto habían sido los guardianes de la Central 46, .
Sin embargo, algo inusual destacaba en ellos. Ninguno mostraba heridas. No había rastros de combates ni señales de un ataque físico. Simplemente estaban muertos, como si la vida misma hubiera sido arrancada de sus cuerpos.
Aizen avanzaba con calma, indiferente al espectáculo macabro a su alrededor.
Había manipulado los hilos de la guerra de los mil años para su propio beneficio, y aunque lo consideraba un ejercicio interesante, al final, sólo había sido un juego.
Con la inesperada ayuda de Ichigo Kurosaki, había logrado algo impensable: Absorber los poderes de Yhwach y del Rey Espiritual.
Ahora, esos poderes residían en él, convirtiéndolo en una entidad que trascendía la comprensión de los seres inferiores.
Aizen había alcanzado el poder absoluto, pero incluso eso había resultado insatisfactorio. El reino que había planeado conquistar, el control total sobre el destino, todo eso le parecía ahora algo insignificante.
Había tocado los límites de lo imaginable, y sin embargo, esto no era donde quería llegar.
Ya teniendo la capacidad casi infinita para transformar la realidad a su antojo.
"¿Qué es lo que me falta?". Pensó Aizen, mientras sus ojos observaban con calma los cuerpos sin vida de los guardias de la Central 46.
Fue entonces cuando lo comprendió. No era poder lo que le faltaba, sino un desafío.
Había planeado y ejecutado todo lo que alguna vez se propuso. Había manipulado a los dioses, y había derrotado a aquellos que pensaban que podían desafiarlo. Había jugado su juego de manera perfecta, y en cada victoria había encontrado menos emoción. A pesar de su perfección, algo dentro de él lo impulsaba a buscar algo más.
Lo que necesitaba era algo que ni siquiera él podría prever. Un lugar donde las reglas fueran desconocidas, un universo donde el control no fuera absoluto.
Un auténtico caos, un desafío que lo desafiaría. Y un lugar donde sería interesante ver y poder manipular.
En ese momento, Aizen abandonó el Salón de Asambleas Subterráneo, y se dirigió a un rincón oculto del Seireitei.
Estando allí, los últimos vestigios de los sellos del Muken, que una vez restringieron su poder, se desintegraron por completo.
Ahora, esos sellos no eran más que adornos inútiles para alguien como él.
"Bien, te dejo todo en tus manos, Ichigo Kurosaki," murmuró, mientras el tiempo, que había estado suspendido, volvía a moverse.
...
Tras haber absorbido los poderes del Rey Espiritual y a Yhwach, Aizen se había convertido en una amenaza que ningún mundo podía ignorar.
La Sociedad de Almas, en la Central 46 en un intento desesperado, llamó a todos los capitanes y tenientes que quedaban en pie. Entre ellos estaban el capitán comandante Shunsui Kyōraku, en capitan Byakuya Kuchiki, el capitán Tōshirō Hitsugaya, el capitán Mayuri Kurotsuchi, el capitán Shinji Hirako y el capitán Kenpachi Zaraki, junto con tenientes como Rukia Kuchiki y Renji Abarai, respondieron al llamado. E Incluso aliados como Yoruichi Shihōin, Ryūken Ishida e Isshin Kurosaki se unieron, conscientes de que enfrentaban una fuerza que trascendía lo imaginable.
En ese entonces, Aizen se limitó a observar con una tranquilidad casi inquietante cómo los capitanes, tenientes y aliados se reunían.
Sus expresiones eran una mezcla de determinación y desesperación, un contraste que le resultaba fascinante.
Verlos así, listos para luchar por un propósito que ya estaba perdido, le hacia sonreír.
Sin necesidad de mover un dedo, vio cómo, uno por uno, todos colapsaban al suelo, desmayados, como si el simple peso de su presencia fuera suficiente para doblegarlos.
En ese preciso instante, tras derrotarlos, Aizen había detenido el tiempo. Congelando el mundo en una pausa eterna.
Sin embargo, tras eliminar a los miembros de la Central 46, y dirigirse a un lugar oculto, el flujo del tiempo comenzó a retomar su curso, avanzando una vez más como si nada hubiese pasado.
...
Con un gesto, Aizen extendió sus manos hacia el aire, y de su palma emanaron ondas de Reishi. Absorbiendo la energía a su alrededor y alterando las leyes del espacio-tiempo.
Usando su inmensurable poder, pudo acceder a este nuevo universo fácilmente.
Y la apertura del portal era solo un paso más en su viaje hacia la grandeza.
"Este será mi próximo escenario." Dijo Aizen con una sonrisa fría.
Con su poder, abrió un portal hacia ese universo.
La grieta en el espacio brillaba con una energía cegadora, pero Aizen no dudó. Sabía que los humanos de este mundo no podrían verlo y que su llegada pasaría desapercibida para el propio universo. Sin embargo, su presencia sería inevitable.
"Un mundo donde las vidas humanas son solo peones en un juego que no comprenden... Perfecto."
Sin dudarlo, atravesó el portal.
***
El portal se cerró detrás de él, y en un parpadeo, Aizen se encontró en una ciudad desconocida. La atmósfera era densa, cargada con la sensación de algo fuera de lugar. Las calles estaban desiertas, pero las luces intermitentes de los edificios y el zumbido lejano de las máquinas indicaban que esta era una ciudad que nunca descansaba.
"Un mundo completamente nuevo." Murmuró Aizen, observando su alrededor con calma. "Un lugar donde las reglas son diferentes, donde las vidas humanas son solo fichas de un juego que no comprenden."
Y entonces, con pasos firmes, Aizen comenzó a caminar por las calles vacías.
En su mente, Los jugadores eran seleccionados al azar, forzados a luchar por sus vidas en misiones cada vez más peligrosas. Al principio, se había preguntado qué los motivaba a seguir luchando, pero ahora comprendía:
No luchaban por nada más que por sobrevivir.
"Esto será interesante de observar." Penso Aizen, sus ojos brillando con una luz fría y calculadora.
Unos pasos más adelante, el sonido de un coche se escuchó a lo lejos.
Aizen se detuvo, girando ligeramente su rostro hacia la dirección del ruido. Desde la esquina de una calle, un hombre con un traje oscuro apareció, caminando con prisa y una expresión agotada.
El hombre pasó a pocos metros de Aizen sin notarlo, como si éste no existiera.
Aizen esbozó una leve sonrisa. La gente de este mundo no tenía idea de lo que estaba por venir. Pero él sí. Y eso lo llenaba de un interés renovado, un deseo de enfrentarse a lo que este universo tenía preparado para él.
Su nueva historia estaba a punto de comenzar.
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