El papel empezó a ser manchado con lágrimas en aquella habitación en su casa. Habían pasado dos meses desde aquel día en el hospital y aquellas ganas incesantes de ver su brazo sangrar, de ver su vida escapar, de sentir sus ojos cerrar de una vez ya no habían podido ser borradas.

Él era un fallo, él tampoco había podido ser borrado jamás. ¿No?

El final a veces uno no lo espera de nadie, a veces uno espera ver la cara de todos sus seres queridos hasta el último día de sus vidas, aunque no pueda ser así. Todos desean eso, todos desean lo mismo y jamás se atreverían a aceptarlo.

A veces, uno tiene que aceptar que ya nada es igual. Haber vivido tanto tiempo para luego ver todas tus metas cumplidas y no tener ya nada más que hacer, absolutamente nada más que ver como el tiempo pasa frente a tus ojos mientras tú envejeces, tu cuerpo envejece, agota.

Todos le tenemos miedo al día en que cerremos nuestros ojos y ya no podamos ver más. A lo que no sabemos, le tememos.

La muerte es incierta, no hay ser humano en este mundo que pueda explicarnos realmente qué es lo que se siente morir. ¿Vacío? ¿Realmente se siente algo? Quizá sí, quizá no.

Quizá luego de hacer mi cometido, ya no sienta nada, no vea nada, no piense nada.
No haya nada y a la vez todo.

Yo no sentiré vuestro sufrimiento, sufrirán, sé que lo harán, pero ustedes jamás me han dejado llevar a cabo mi deseo y... Al menos espero que en esta carta entiendan que para mí ya no es necesaria ésta vida.

Estoy cansado, cansado y agobiado. Veo todos los días lo mismo, todos los días siento lo mismo, la rutina se hizo molesta y, a veces, tortuosa.

Necesito pararla, necesito pararla de una vez por todas y ya nunca más volver, he sentido todo lo que un mortal podría, he vivido, he experimentado y sé que ya no habrá más por hacer.

Por favor, entiendan esto. Por mucho que uno cambie el destino, el final es uno y nunca lo vamos a poder cambiar.

Los amo.

Geno sonrió y dejó la carta en su cama junto a una rosa blanca y besó la frente de los pequeños que estaban dormidos en su cama. Orion agarró las ropas de su abuelo y comenzó a llorar.

Al menos, antes de irse haría algo útil.

Cuando su pequeño nieto volvió a dormir, lo dejó en la cama, sacó un arma de su cajón y de fue a su pantalla de guardado.

Miró horas y horas aquel botón de "Reset" tan corrompido. La opción de cargar aún la tenía permitida, pero ya no sería lo mismo.

Su determinación se iba al igual que su vida, se iba como arena entre los dedos. Se iba como las palabras en el aire, como la voz de una persona que canta.

Lo único que queda es lo que marca.

Lo único que queda es lo que marca.

Lo único que queda es lo que marca.

Lo repitió una y otra vez en su mente mientras veía sus brazos.

Geno soltó un suspiro y se recostó en el pasto, recordando miles de momentos.

Momento felices junto a sus hijos, junto a Reaper, junto a Sans. Junto a Ink, a quien le dejó una carta solo para él. Sentía que eso era lo que debía hacer.

Su cobardía en aquel momento era grande, pues no quería que Ink le parara. Sabía que Ink podía hacerlo, sabía que Ink era capaz de parar sus deseos.

Y él no quería que pasara aquello.

Tomó el arma entre sus manos y se la puso en la cabeza, mirando al cielo vacío y sintiendo la brisa en su cara. Recuerdos rápidos llegaron a su mente, cuando tenía la mano de Reaper entre sus manos las tardes de verano y ambos se quedaban ahí mimandose.

Geno metió su mano al bolsillo y sacó un pétalo celeste algo marchito.

«Te amo...»

Lágrimas cristalinas se derramaron, se arrodilló apoyando su cabeza en la pantalla de guardado y soltó un grito de dolor.

Estaba asustado, pero él quería esto, él quería esto.

Y entonces, antes de presionar el gatillo, miró al cielo sin antes sonreír y susurrar un simple...

«Game Over...»

-Crack-