Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

2. Crisis de identidad

—¡Aiden! —grita observándome emocionado.

—¿Qué? ¡No, Inko! —Frunzo el ceño rodeándolo por los hombros mientras nos tambaleamos alrededor de un árbol—. Estoy seguro de que no me llamo así. Mi nombre debe ser extrañamente espectacular, algo como... —Retengo el aliento pensativo, trasladando la mirada al cielo nocturno—. Palmiro o Demócrito, ¡no, espera! —Me detengo en seco y nos sostenemos la mirada con los ojos muy abiertos—. ¡Tal vez me llamo Umeko! ¿Entiendes la espectacularidad de ese nombre?

—¿Y cómo llegas a la conclusión de que tu nombre es extrañamente espectacular y de origen italiano si no recuerdas cómo te llamas? —Arquea un ceja mientras volvemos a caminar, ya vagando cerca de mi nuevo departamento.

—Porque parezco tallado por Miguel Ángel —replico con obviedad, haciendo un ademán a mi rostro con la mano que sostengo mi teléfono. Eran las dos de la mañana la última vez que me fijé.

—¿Te viste en un espejo desde que pedimos la primera cerveza? —Ladea la cabeza intrigado.

—No —reconozco—, pero estoy seguro de soy por lo menos un ocho. —No acepto ser menos que eso—. ¿Tú qué crees? —inquiero separándome del castaño y peinándome un poco el cabello.

Me acomodo el cuello de la camisa y meto ambas manos en los bolsillos delanteros de mis jeans antes de regalarle la mejor expresión seductura que se me podría ocurrir para una foto.

Se cruza de brazos y me escanea con esos ojos grises, analizándome de arriba a abajo. 

—Date la vuelta, Edén —pide.

Comienzo a hacer lo que me dice pero lo señalo con el dedo índice antes, dándole una seria advertencia:

—No creo llamarme Edén tampoco, y ni se te ocurra tocar, amigo. No quiero tus huellas dactilares sobre esta mercancía. 

No definiría una sesión de modelaje un sábado por la madrugada frente de un local de salchicas alemanas como algo anormal. Creo que tiene toda la lógica que dos personas que tienen más alcohol en sangre que neuronas en el cerebro estén haciendo esto. 

—Hay que admitirlo, eres guapísimo. Un nueve punto cinco según mi apreciación. —Oigo su suspiro a mis espaldas y una estúpida sonrisa tira de mis labios—. O sea, ¡solo échale un vistazo a esa retaguardia! Ese trasero es como un once, Kaden... —Me giro al tiempo en que sus ojos brillan con exaltación—. ¡Kaden, te llamas Kaden!

—No me llamo Kaden.

—Pero si no sabes cómo te llamas por qué estás tan seguro de que no te llamas como yo te llamo —se queja, y me tomo unos cuarenta y tres segundo para procesar lo que acaba de decir.

Fracaso terriblemente en intentar entenderlo. Es como si me hablaran de los tornados de fuego. No sé nada sobre ellos; no sé que se forman cuando las llamas se combinan con corrientes de viento tumultosas y tampoco que el aro de aire alrededor del torbellino alimenta el oxígeno fresco. Y por supuesto que jamás podría saber que pueden llegar a alcanzar entre los 10 y 50 metros de altu...

¿Por qué diablos recuerdo cómo se forma un tornado de fuego y no mi nombre?  

Ni siquiera recuerdo haber aprendido la definición que acabo de pensar antes de la primera bebida. Supongo que ver a la chica del clima por la mañana ha nutrido mi conocimiento.

—No volveré a beber —prometo pasándome ambas manos por el rostro, frustrado. 

Inko se entra a reír y le lanzo una mirada desaprobatoria. 

—Es como si yo dijera que no volveré a cantar, Jaden —resopla.

Nos quedamos inmóviles antes de sobresaltarnos por el descubrimiento. Ambos nos señalamos con el índice al mismo tiempo, con nuestros cerebros poniéndose de acuerdo para funcionar a la par. 

—¡Jaden! —recordamos al unísono. 

Conexión telepática establecida.

Nos contemplamos por medio minuto en total mutismo y entonces, repentinaente, nos abrazamos y nos damos palmadas en la espalda mutuamente. El hallazgo es sorprendente y pronto lo siento temblar. Me separo de él y noto que tiene lágrimas acumulándose en sus ojos. 

Borracho llorón no.

Borracho llorón no, por favor.

—De acuerdo... —vacilo antes de levantar ambas manos en señal de rendición—. Esto se pondrá más raro de lo que ya es si lloras, Inko —advierto—. Así que apreciaría muchísimo si escondes esas lágrimas bajo tus párpados y no me vuelves a invitar a beber otra vez. 

—Lo siento, es que estoy realmente feliz de que descubrieras tu verdadera identidad. —Sus respiraciones son cada vez más rápidas mientras se limpia el rostro con el dobladillo de su camiseta—. Todos merecen saber quiénes son, y esto es tan... —Deja caer los brazos a sus costados mientras busca por las palabras indicadas elevando los ojos al cielo. Miro hacia arriba con él, intentando ver quién mierda se las va a dar. Hombre, esta es la última vez que me alcoholizo a nivel creo-que-me-llamo-Umeko—. Es tan inspirador... me dan ganas de cantar.

No cantes, no cantes, no cantes.

Esta vez es él quien me rodea por los hombros. Arrastramos nuestros zapatos por la vereda desértica y me pregunto qué diría mi hermana si me viera así.

No porque me regañaría, sino todo lo contrario. Ibeth sería capaz de coaccionarme para que le diga que me estoy muriendo de habre, grabarlo y enviárselo a la abuela. A quien, como a casi todas las abuelas, le daría un ataque agudo al miocardio al saber que hay un estómago vacío en nuestra pequeña familia.

Solo somos mi hermana, la abuela y yo. Siempre lo hemos sido. El abuelo murió antes de que naciéramos por cáncer de páncreas y nuestro padre le siguió cuando éramos niños, exactamente por la misma enfermedad.

¿Nuestra progenitora? Mejor no hablar de ella.

Ibeth y Evelyn Ridsley son todo lo que tuve y tengo. Es suficiente e incluso más de lo que podría llegar a merecer.

No mentiré: mi hermana es un descontrol totalmente independiente y sin censura, y la abuela a veces un dolor en el trasero, pero la primera siempre vuelve a nosotros cuando la necesitamos y la segunda solo busca cuidarnos y defendernos como nuestra madre debió hacerlo a pesar de que ya somos adultos.

Si yo tuviera la mitad de fuerza de voluntad o el coraje que ellas tienen probablemente sería invencible.

Y, dado que ambas toleran el alcohol de una forma antinatural, no estaría alcanzando el nivel máximo de idiotez justo ahora.

—Extraño a mi abuelita —reflexiono en voz alta.

La madrugada y la cerveza pueden sacar tu lado más filosófico, estúpido o, en mi caso, sensible.

—Yo también extraño a tu abuela —coincide Inko en un lamento.

—Tú no conoces a mi abuela.

—Entonces extraño que extrañes a tu abuela aunque ya la estés extrañando —replica regalándome más palmaditas en el hombro, con una expresión desolada—. Que en paz descanse, por cierto.

—¿Pero qué dices? ¡No está muerta, Inko! —Me zafo de su abrazo y, a pesar de no estoy seguro de cómo lo logro, me voy a la derecha y me encuentro cara a cara con las puertas dobles de mi edificio—. Mucho alcohol por hoy. ¿Te quedas a dormir en el sofá o te vas a tu casa? — indago sacudiendo la cabeza en el intento de despertar las neuronas que aún me quedan o apurar el proceso de producción para que aparezcan otras nuevas.

¿Cómo se crea un neurona? Quiero la receta. La necesitaré para recordar en qué piso vivo.

—Me voy a casa —responde, y en cuanto logro abrir la puerta y me giro para hablar, él se me adelanta ya sabiendo lo que le diré:—¡Ya lo sé, ya lo sé!
Debo enviarte un mensaje o llamarte cuando llegue para que sepas que no me caí en una alcantarilla. No necesitas recordármelo cada vez que salimos, mamá.

Sí, en realidad lo necesito. Si quiere puede enviarme una señal de humo o una paloma mensajera, pero debo saber que está fuera del peligro externo y roncando sobre su cama, la mesa de su cocina o en la bañera.

Es un imbécil, pero lo quiero.

—Entonces nos vemos el lunes, Prescott —lo despido—. Que la resaca no te mate.

Es nuestra línea usual tras los sábados de copas, como esa frase icónica que dicen los protagonistas de una serie y luego salen los fans a imprimirse camisetas con ella.

—Que la resaca no te mate, Ridsley —responde antes de meter las manos en los bolsillos de su pantalón y comenzar a alejarse con una notoria dificultad para mantenerse en posición vertical. Sin embargo, eso no le impide empezar a cantar—. The club isn't the best place to find a lover. So the bar is where I go. Me and my friends at the table doing shots. Drinking fast and then we talk slow...

Eso suena familiar.

Shape of you de Ned Sheeran, por supuesto.

O Fred Sheeran.

Tal vez Ed.

—Tengo un problema con los nombres esta noche —admito cerrando la puerta y esperando el elevador.

Me paso ambas manos por el rostro y tras suspirar con pesadez me entro a reír.

¿Umeko, de verdad?

Soy genial.

Es tradición salir a beber los viernes por la noche para celebrar el fin de la jornada laboral. Usualmente Bernardo nos acompaña, pero él tenía una cita con un muchacho que encontró en Tinder. Lo más probable es que se aparezca sin avisar mañana por la mañana con media docena de huevos para que me ponga mi delantal y le prepare el desyuno mientras él cuenta esos detalles sucios que me perturban tanto.

Amo a Bernardo y amo cocinar, pero cuando mis amores se mezclan termino con pesadillas.

Entro al ascensor recubierto de espejos y vacilo al ver tantos números. ¿En qué piso vivo? Me gusta el 4 porque es el número del quearterback de los Denver Broncos, así que lo oprimo.

Me arrepiento al instante.

Debo vivir en el 12, ese es el número de la estrella de los Patriots. Oprimo ese botón también, por las dudas, pero luego se me ocurre que podría vivir en el piso 82 en honor a Delanie Walker, el ala cerrada de los Tennessee Titans.

¿Tiene ochenta y dos pisos el edificio?

Porque demandaré al fabricante del elevador por poner hasta el decimoquinto. ¿Se pensaba que iba a caminar hasta más o menos el octogésimo piso?  

Me tambaleo en cuanto las puertas se cierran y el aparato arranca. Sin saber dónde está el apartamento de mi hermana presiono todos los botones. 

Es increíble que Ibeth haya tenido un gesto tan amable conmigo, es tan gentil que roza lo espeluznante. ¿Desde cuándo los hermanos hacen cosas lindas por ti sin pedir nada a cambio?

Debo admitir que al principio me pareció sospechoso que me pidiera mudarme con ella y compartir la renta, pero no pude negarme. El edificio está a seis cuadras de la empresa donde trabajo y con mi sueldo me estaba costando costearme por mí mismo mi antiguo departamento. Espero que eso cambie cuando me den el ascenso.

Obviamente que hay problemas con todo este asunto de vivir con tu hermana, como por ejemplo, la vida sexual.

Me patearía a mí mismo el trasero fuera del lugar si la escucho hacer ruidos extraños o si las paredes comienzan a vibrar. 

Tenemos que trabajar en varias cosas. Ibeth deja sus calzones colgando de la llave de la ducha, se depila con mis máquinas de afeitar y no recarga las botellas de agua. La maldita las pone vacías en la nevera para que otro idiota las rellene, y por ese idiota me refiero a mí.

Yo, por mi parte, no bajo la tapa del retrete según ella. Sobrealimento a Tequila y a Dólar, me la paso medio desnudo cuando hay visitas y no cierro las puertas, alacenas, cajones y todo lo que puede ser abierto. También le gasto sus cremas hidratantes.

Lo único positivo que existe de vivir con un hermano es que ambos pueden mandarse al diablo sin problemas. Con un amigo intentaríamos contenernos para no empeorar o arruinar la relación, ¿pero con un pariente? Ella podría amenazarme con hacerme un collar con la tapa del retrete y estaríamos riéndonos al otro día.

Eso es amor.

Mientras tanto el elevador sube, baja, abre y cierra las puertas como una máquina fuera de control. Lo observo curioso y debo autogolpearme en la mejilla para salir del trance. No debería ser difícil recordar que vivo en el noveno pi...

Sonrío y oprimo el botón correspondiente. Mis neuronas están relentizadas, pero no completamente apagadas.

Me recuerda a cuando Bernardo me cuenta un chiste y tardo cinco minutos en encontrarle sentido. Me río tarde, pero lo que cuenta es que al final lo capto.

Ya frente a mi puerta rebusco la llave en el bolsillo de mis jeans y la introduzco en la cerradura. Sin emabargo, antes de que pueda girarla algo llama mi atención.

Hay un tapete bajo mis pies que, a pesar de haber bebido más de tres cervezas, estoy seguro de que no estaba allí antes.

Si no eres un vendedor de galletas saca tu trasero de mi entrada. Gracias. 

Ibeth dijo que iba a redecorar, pero no me esperaba exactamente esto.

Entro y comienzo a desabotonarme la camisa mientras cierro la puerta con mi bota. Seguidamente me despojo de mis zapatos demasiado agotado como para agacharme y sacarlos de la manera correcta. Lanzo el celular y la llave sobre el mostrador de la cocina. Ya conociendo el lugar maniobro sin problemas a pesar de que está completamente oscuro.

—¿Te dormiste otra vez en el sofá? —Suspiro al oír un ronquido cercano. 

Diviso un bulto bajo lo que parece una manta y media docena de almohadones.

—Tenemos que trabajar en esto, ¿sabes?—le pregunto en voz baja acercándome—. Estoy cansado de cargarte a tu habitación día por medio. No sé si estabas enterada, pero estoy envejeciendo a pesar de que exteriormente parezco rejuvenecer.

Descanso las manos en mis caderas y exhalo pesadamente al ver que la sombra no se mueve. Hago una sentadilla, paso mi brazo bajo sus rodillas y a través de su espalda y la levanto.

O eso intento.

De pronto pesa lo que podría pesar un anciano de setenta años.

Ella es alta, casi tanto como yo, y nunca pesó lo equivalente a una pluma, pero jamás tuve mucho problema en cargarla. Empecé con el papel de grúa cuando tenía quince. La primera vez que la cargué hasta su recámara fue cuando su primer novio la dejó y se cansó de romper cosas en la casa. Se quedó dormida en el sofá.

Y como era mi primera vez cargando a una chica no fui muy cuidadoso.

Le di la cabeza contra un jarrón y una puerta.

Sin querer, obviamente.

—¿Comiste algunos ladrillos de postre, Ibeth? —susurro con el ceño fruncido en cuanto hago otro intento por levantarla—, porque puede que no haya mucho en la nevera, pero aún tenemos lo suficiente como para no recurrir a comer materiales de construcción.   

No puedo moverla, y eso me frustra y exaspera porque ella no coopera despertándose y no voy a dejar que vuelva a domir aquí. Babea los sillones y su columna y cuello no estarán felices con ella en la mañana.

Así que me preparo. Cada músculo de mi cuerpo se tensa mientras inhalo lentamente antes de levantarla.

—¿Abuelo? —inquiere alguien cerca de mí antes de que las luces se enciendan.

Entonces grito.

Y ella grita.

E Ibeth en mis brazos gri... mierda. 

El señor de la PFG 500 grita.  

Supongo que sí pesaba lo que un anciano de setenta años después de todo.

• ─────── ✿ ✿ ✿ ─────── •

¿Cómo están, damas y caballeros? Un placer traerles este capítulo para alegrar un poco el martes. ❤

¿Qué les pareció el primer vistazo a los pensamientos de Jaden?

¿Primera impresión de Inko?

¿Drama del 1 al 10 que alcanzará el próximo capítulo? 😂

Ahora, si me permiten, me iré a maratonear Netflix en pijama. Mi trabajo aquí está hecho, y si puedo el finde tendrán el tercer capítulo.

Con amor cibernético y demás, S.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro