Capítulo 2 (Parte II)
Diez minutos más tarde, 15:00 del 4 de diciembre de 2.367.
—Con que desaparecidos… —tanteé tras haber escuchado atentamente a aquella extraña chica. Mi madre y mi hermano habían desaparecido —supuestamente—, y nadie sabía dónde estaban. Por otra parte, Aria, se había esfumado completamente de la sala de conferencias el día anterior; exactamente igual que mi padre. Leonard Casiopea, su padre, había salido en las noticias alegando que mi padre la había secuestrado en forma de represión. Todo se había torcido demasiado, y, para colmo, estaba aislado, solo, sin conocer el paradero de ninguno de mis seres queridos más cercanos; sin un solo rayo de esperanza que recorriese mi mente tratando de otorgarme algo de paz. Estaba perdido y desolado.
Me llevé las manos a la cara y suspiré lentamente. Mi cabeza estaba comenzando a doler y miles de voces hablaban dentro de ella: «Los has perdido para siempre», «esto es tu culpa, Ares», «se acabó».
Levanté la mirada y observé con desesperación a la chica, deseando con todo mi ser que de repente sugiriese una idea maravillosamente fantástica para escapar de allí y solucionar todo aquel embrollo; pero, sin embargo, sólo se limitó a mirarme, apenada.
—¿No hay nada que yo pueda hacer, verdad? —pregunté, aún esperando desesperadamente la respuesta que buscaba y ansiaba con tantas ganas.
—No lo sé —dijo entrelazando sus manos—. Todo está que arde ahora mismo. Pero creo que hay alguien que quizás pueda ayudarte, si es que quieres intentar arreglar todo esto.
Automáticamente mis ojos se iluminaron, como si acabasen de abrirme las puertas del cielo. Aquella podía ser mi salvación.
—¿Quién?
—Apolo. Apolo Aurea.
Entonces abrí los ojos como platos. ¿El hijo del juez? ¿El hijo del líder de la legión de Orión? Imposible.
—¿Ese no es el hijo del líder de Orión? —pregunté haciéndome el incrédulo, en busca de sacarle más información.
—Sí, ese mismo —me confirmó—. Es el único que puede ayudarte a salir de aquí. Al fin y al cabo, su padre es el que más potestad tiene en este asunto; si alguien puede arreglar todo esto, es él.
—Llévame a hablar con él —declaré con ímpetu—. Por algún sitio tendré que empezar.
»Por cierto, ¿cuál es tu nombre?
—Alicia. Me llamo Alicia.
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