Capítulo 1 (Parte II)
—Tenemos constancia de que se ha asesinado a diez de nuestros civiles en la galaxia del Ojo Negro —continuó ante la atenta mirada de todos.
La galaxia del Ojo Negro era una de las principales causas de la guerra entre Galaxia y Andrómeda. Ambos universos llevaban siglos disputándose la custodia de esta, por muchos motivos distintos; entre ellos, la gran belleza que posee y los preciosos minerales de los que disponen sus estrellas. Era una galaxia única.
Originalmente había pertenecido a Galaxia, pero Andrómeda se la arrebató legalmente —según dice mi padre—, alegando que formaba parte de nuestras fronteras —lo cual Galaxia siempre ha negado—. Sin embargo, ahora era propiedad de Orión.
Tras la declaración de mi padre, se escucharon sonidos de asombro entre el público. Todo el mundo había comenzado a murmurar al respecto.
—¡Silencio! —pidió el juez de la mesa—. Continúe, por favor.
El juez que regía la reunión era el líder de la legión de Orión; este era el universo que llevaba el liderazgo —por así decirlo— de la alianza universal, que estaba formada por todos y cada uno de los universos que existían. Todos estábamos, en parte, sometidos a él.
—Como decía, tenemos constancia de que el ejército de Galaxia ha asesinado vilmente a diez de nuestros ciudadanos en la galaxia del Ojo Negro. Por ello, nos gustaría pedir un castigo…
—¡Protesto! —exclamó el líder de Galaxia, interrumpiendo a mi padre—. ¡Eso no es cierto! Nuestros soldados jamás harían tal cosa. Nunca le arrebatarían la vida a unos pobres inocentes; y menos aún poniendo en peligro el bienestar de un universo ajeno a nuestro conflicto —se defendió.
—¡Eso no es lo que dicen las grabaciones! —exclamó Hermes poniéndose en pie.
Mi madre y yo intercambiamos una mirada de asombro. No entendíamos nada.
—Eso no son maneras de pronunciarse, señor Hermes Astrum —replicó el juez a golpe de martillo. Mi hermano volvió a recostarse en su asiento—. Pongan las grabaciones.
De repente, en la pantalla principal del salón, comenzaron a proyectarse las grabaciones de las cuales hablaban mi padre y Hermes. En ellas se veía como unos soldados vestidos con el uniforme de Galaxia —el cual era rojo y morado; con un pequeño dibujito de un planeta— acribillaban a balazos a un par de civiles. Se hizo el silencio en la sala.
—¡Esos soldados no son nuestros! —exclamó Leonard poniéndose en pie—. Las imágenes están manipuladas. ¡Estoy seguro!
—¿Tiene alguna prueba, señor Casiopea? —preguntó el juez.
—No… no —negó—. Pero por dios, nosotros jamás haríamos algo así. Por favor, revisen las imágenes, esto no puede ser.
Los murmullos de la sala cada vez eran más altos y claros. Nadie daba crédito a lo que estaba ocurriendo. Yo me fijé en Aura, que me estaba mirando con una expresión de tristeza; negándome con la cabeza que lo que estuviese diciendo mi padre fuese cierto. Yo asentí. Sabía que mi padre estaba mintiendo.
En un acto reflejo, miré a mi madre, que estaba tan sorprendida como yo.
—Lo siento… —me susurró—. No sabía que tu padre fuese capaz de hacer esto.
Agaché la cabeza y suspiré.
—Como pueden ver, Galaxia no tiene justificación alguna para negar lo que los hechos están demostrando —continuó mi padre—. Además, tengo un testigo, que estaba viendo las grabaciones en el mismo momento en el que estaba sucediendo la masacre. ¿No es así, Ares?
Automáticamente tragué saliva. «Esto no puede estar pasando», pensé. Mi padre me quería involucrar en su maldita mentira para culpar a Galaxia.
Él me dirigió una mirada fulminante, penetrante, atento a mi respuesta. Yo palidecí. No era capaz de articular de palabra. Miré a Aria y suspiré; no podía fallarle.
Lo que estaba a punto de hacer acarrearía grandes consecuencias que serían inevitables.
Me levanté lentamente de mi asiento y aclaré la voz. Mi madre me cogió de la mano y me miró con los ojos entristecidos. «Lo siento», murmuré.
—Eso es falso —dije con la voz temblorosa, ante la atenta mirada del juez—. Yo no…
—No, no —me interrumpió mi padre, entre risas forzadas—. Vamos, hijo, esto es algo serio. No puedes mentir en una situación así —dijo mirándome como si desease aniquilarme.
—No estoy mintiendo —afirmé firmemente.
Mi padre agachó la cabeza y suspiró.
—Sólo… te he pedido una cosa, Ares. Solamente te he pedido que me asistieses correctamente en esta reunión; y ni eso has podido hacer bien. Esto, es culpa tuya —dijo mientras introducía su mano derecha en el bolsillo de su túnica negra. Yo le miré desconcertado, hasta que comprendí lo que estaba a punto de pasar.
En poco tiempo, la sala entera se llenó de un humo espeso que nublaba completamente la vista y se comenzaron a escuchar sonidos de disparos. Mi primer pensamiento fue en ir hacia Aria, pero cuando traté de moverme ya era demasiado tarde; me acababa de desmayar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro