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¿Cómo se sentirá un espacio alegre sin necesidad de música? ¿Cómo nacerán las risas sin alguien más con quien compartirlas? ¿El silencio puede ser mi amigo y curar aquel vacío?

Subí lentamente la persiana de mi habitación y me acomodé en el sofá, con mi taza de té entre las manos. Me perdí por un momento en la vista de la noche estrellada que iluminaba las páginas de mi libro favorito, Encerrada. Nunca me cansaba de leerlo; cada palabra, cada descripción de los personajes me absorbía. Podía imaginar una y otra vez la escena en la que Abril, la protagonista, discutió con su mejor amiga antes de ser secuestrada. Pensar en todo lo que pasó, aislada del mundo exterior y luchando contra sus demonios internos, me llenaba de una extraña mezcla de compasión y reflexión.

Dejé que mis labios saborearan el último sorbo del té. Disfrutaba de los pequeños momentos, de los sabores que se desvanecían con el tiempo. Cerré los ojos, respiré profundamente y, al abrirlos, mi mente se perdió en la imagen de un picnic con amigos... ¿Cómo se sentirá tener un amigo? ¿Qué hacemos juntos cuando nos acompañamos de verdad? De pequeña pensaba que cualquiera podía ser un amigo, pero al crecer entendí que no era tan simple. Aprendí que hay personas buenas y malas, que debía acercarme solo a quienes parecieran amables y sinceras. Lo intenté durante un tiempo, convencida de que tenía grandes amistades, pero la realidad fue otra. Los que una vez fueron mis amigos de la infancia, hoy, en la adolescencia, son solo conocidos.

Mis ojos recorrieron el cuarto y, al mirar mi collage de fotos, me di cuenta de que solo había una con "mi mejor amiga". Esa palabra, "mejor amiga", había tenido tanto significado en su momento, pero ahora ni siquiera hablábamos. ¿Seguíamos siendo mejores amigas? ¿Aún existía ese lazo?

Me acerqué al escritorio y encendí mi computadora, con la curiosidad de saber cuántas fotos tenía con amigos. Recordé que había tardado varios minutos en recordar la contraseña de "Google Photos" para acceder a mis álbumes, pero solo encontré fotos mías y de mi familia. "¿Es posible que haya sido yo la que falló en las relaciones?", me pregunté. Recordaba a mi yo más joven, aquella que sabía expresarse y crear vínculos con facilidad... ¿Qué había cambiado en mí?

Pasaron un par de semanas desde que empecé a cuestionarme sobre mi soledad. En ese tiempo, me di cuenta de que extrañaba esa sensación. Había vivido distraída, encerrada en mi burbuja, sin tomar en cuenta que las relaciones humanas eran fundamentales para avanzar. Ahora, parecía que me había equivocado.

- ¡Ey! ¿Te encuentras bien? - La voz me sacó de mis pensamientos. Levanté la vista y observé a la chica: su cabello negro, corto y ondulado. Llevaba gafas de metal y no llevaba maquillaje, pero una pequeña sonrisa dibujada en su rostro dejaba ver unos hoyuelos en sus mejillas.

- ¡Oh, sí! Estoy bien - Le sonreí, intentando parecer más tranquila.

- ¿Segura? - Frunció ligeramente el ceño, como si intentara leerme mejor.

- Sí, solo estaba pensando... A veces me voy a otro planeta y me quedo mirando un punto fijo.

En ese momento, otra chica se acercó, una de cabello largo y oscuro, con gafas de sol, una camiseta de arcoíris y unos tenis. Era alta y su estilo llamaba la atención.

- ¡Ari! ¡Vamos! - Me llamó con entusiasmo.

- ¿Quieres venir con nosotras? - La pelinegra me miró con una sonrisa.

- ¿Qué? ¡Oh, no! No quiero molestarlas - Negué con un gesto de las manos.

- Venga, mi nombre es Danna - La chica de gafas extendió su mano con amabilidad. - Un gusto.

Le extendí la mano, un poco tímida. - Un gusto, Danna.

- ¿Y bien? ¿Te quedarás aquí o nos acompañarás? Hay otras dos chicas que nos gustaría presentarte.

Quizá esta era mi señal para abrirme a algo nuevo, para explorar nuevas posibilidades. Son unas extrañas, pero la forma en que intentaban hablar conmigo y ofrecerme una conversación abierta me parecía acogedora. Decidí aceptarlo, a pesar del miedo a equivocarme. ¿Así no es la vida? Un constante marco y error, eligiendo el rumbo a medida que avanzamos.

Cuando entré a la cafetería, la campana de la puerta resonó en el aire. Al instante, vi a las cuatro chicas esperándome. "No lo habían olvidado", pensé, mientras el mesero me dirigía a una pequeña sala privada. Se habían tomado su tiempo para preparar todo: las bombas de un verde claro con lianas de hojas y luces entrelazadas, adornaban el pastel. El aire olía a flores naturales, y vi un pequeño ramo de tulipanes al lado de una pila de libros. También había una canasta de picnic con mis frutas favoritas, todo sobre una manta de cuadros lila y blanca. Habían hecho todo eso por mí, para acompañarme y celebrar mi cumpleaños.

Mi sorpresa fue tan grande que las lágrimas no tardaron en aparecer. Recordé las palabras de mi mamá antes de salir: "Encontraste a las personas correctas. Me alegra que puedas compartir tu alegría con más personas." Así que esto era lo que los adultos querían decir cuando hablaban de la amistad.

 ¡Anda, deja de llorar y ven a partir el pastel! - Me gritó Aisha con una sonrisa.

- Lo siento, pero no puedo ahora mismo - Reí entre sollozos mientras me sentaba junto a ellas.

El pastel era lila, con detalles en chocolate blanco y un toque de glitter dorado. Su forma de corazón le daba un aire de elegancia y sencillez, justo como siempre lo había soñado. "Por fin eres legal", decía la frase acompañando la velita, que se apagó de inmediato con un soplo. Nos tomamos algunas fotos, con la cámara instantánea y nuestros móviles, para guardar ese momento.

 - ¡Felices 18, mi personita especial! Te admiro demasiado. Espero que te guste - Me dijo Dani.

- Aww... muchas gracias, corazón - Miré la bolsa y sonreí. - Chicas, no sé qué decir. Palabras no me alcanzan para expresarles lo agradecida que estoy con cada una de ustedes. Me parece increíble que hayamos cultivado una amistad y crecido juntas, superando espinas, mareas y vientos. Realmente me siento agradecida por el amor que me han dado. Las amo.



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