Capítulo 2
Hace ocho meses que había abandonado la Universidad, por eso ver a tantos estudiantes alborotados como un panal de abejas. Me resultaba melancólico. Los buenos momentos que viví con mi grupo de amigos quedará guardado en un rinconcito de mi corazón. Ladee la cabeza buscando a Cat o Mariano, al no dar con ellos me moví del pasillo en el que me encontraba. Me puse en marcha dirigiéndome al parqueo. Donde se daría un buen show. Jordan recibiría su merecido.
La brisa de la mañana era fría, daba señales que llovería una cantidad no muy bonita. La chamarra amarilla no era suficiente para sentirme abrigada, pero me convencí que aguantar frío valdría la pena. Escondí mi cuerpo entre un muro que me daba una buena vista, hacia mi víctima.
Jordan iba con su grupito de amigos, Dante, Joel y Daniel. Los cuatros iban riéndose, haciéndose bromas entre sí. Daniel recorrió unos pasos adelante de ellos se paralizó al ver el auto rojo de Jordan, en el estado que se encontraba.
— Jor...jor...Jordan — advirtió, señalando lo que tenía ante sus pupilas.
Trate de no reírme pero no pude evitar soltar una carcajada cuando vi el rostro asombrado y avergonzado de Jordan.
— ¿Qué...qué...?...¡¿quién diablos hizo esto?! — preguntó encolerizado.
Mentiría, si dijera que no estoy disfrutando de verle tan enojado por algo que yo provoque. La venganza es muy dulce. Me abrí paso entre el público que se había hecho alrededor de mi ex novio. Trataba de borrar a toda costa lo que estaba escrito en el carro. Lástima era una pintura difícil de quitar. Remoje mis labios y con entusiasmo inquirí: — Jordancito, mi amor. Fui yo quien escribió y le hizo eso a tú nene. Sabes yo no quería hacerlo, pero lo que me confesaste ayer que te terminé. No podía quedarse así. ¿Cómo yo una alma tan buena iba dejar que las chicas no supieran que tienes herpes y de paso tú pene es tan pequeño que hasta un niño de cuatro años te gana? No cariño, hay que ser justo. Y tú sabes muy bien que yo soy muy justa. — Concluí guiñándole el ojo. La cara de mi ex era un poema.
Todos estallaron en murmuros, yo solo sonreía con inocencia. Después de todo no había hecho nada, solo había pinchado las cuatro llantas, escribí con pintura blanca y letras mayúsculas: Tengo herpes por favor no acercarse, además que mi pene es demasiado pequeño.
Eso no era nada.
Las mejillas de Jordan tomaron un color escarlata, con los iris inyectados de furia pura. Miraba a todo su público negando.
— ¡No!, ¡no le crean!, ¡ella está loca! — dijo refiriéndose a mí persona.
Me acerqué a él unos cuatro centímetros más.
— Esto es para que veas que a mi nadie me engaña, sin llevarse un regalo. — Aludí haciendo referencia al auto — .Y esto... — nuestros rostros quedaron a milímetros y viéndole tragar grueso. Le propine un golpe en su entrepierna — ,porque se me da la gana.
Jordan se puso blanco como una hoja, ni siquiera podía hablar. Sus labios se fruncían, conteniendo alaridos. Mordí mis labios aguantando la risa. Sus amigos hacían caras de lástima.
— No quisiera estar en sus zapatos. — Escuche decir a Dante, antes de alejarme.
Movilice mis pies quería llegar a una parte alejada fuera de miradas curiosas. No me gustaba ser el centro de atención, aunque a veces era un imán. No quise parar un taxi no andaba suficiente dinero en mi bolsillo, además que me gusta caminar. Siempre me he preguntado ¿Cómo sería un mundo donde todo sea gratis que no tengas que trabajar para comer, o que no te critiquen por cómo vistes? Son preguntas que nunca serán respondidas, ya que algo así no existe, solo en mi imaginación. Tararee una canción que no se me salía de mi cabeza, el camino se me hacía más corto a medida que avanzaba en la calle. Pegue mi rostro al vidrio de una ventana, notando que dos caras muy conocidas estaban dentro de ese café.
Examine la hora en mi reloj de mano, pero deje de verle al percatarme que me había puesto el equivocado. Era mi otro reloj de aguja, el que no le entendía ni papa. No sé ni porque lo había comprado. Verifique la hora en mi móvil. Siete con cuarenta minutos. Tenía veinte minutos para llegar a mi trabajo. Entre en la habitación, sintiendo la calidez en el ambiente, en mi campo de visión apareció una mesera, con el menú en mano, antes que llegara a mí, caminé silenciosa en dirección a la pareja que estaba en una de las mesas más escondidas. No repararon en mi presencia por estar sonriendo el uno con el otro.
Tosí falsamente.
— ¡Aisha! — dijo Catherine levantándose.
Mariano me sonrió, apuntando la silla que estaba a su lado para que me sentará. Hice caso a su pedido. Catherine vestía una blusa roja, escotada, de esas que estaban a la moda, que muchas veces ella me había propuesto usar una. Pero que con el resto de los meses que hemos convivido juntas se convenció que yo no cambiaría mi forma de vestir y simplemente me aceptó tal y como era. Al igual que su novio.
— ¿Dónde has estado? te he buscado en la casa de tú tía, pero siempre que voy nadie me recibe. — Inquirió mi amiga pasándome un café caliente con leche que le había pedido hace un instante a la camarera.
Mariano se comía un pastel de piña. Aturre la cara, a mi no me gusta la piña.
— Trabajando — Contesté como si nada.
— ¿Deberás? — me miró con desconfianza.
Asentí.
Es lo único que pasaba haciendo cuando dejé la Universidad me propuse como meta, trabajar y ahorrar dinero para pagar mi mensualidad si algún día regresaba. Es un sueño muy lejano.
— Bien sabes que Ximena y su hijita, prefieren descansar antes que atender visitas. — Dije después de unos minutos. Y es que era cierto, ellas preferían dormir antes de trabajar o recibir visitas. Alonso es su nueva caja de dinero, el hombre que había engatusado hace dos noches. Me daba pena por él. Ximena no parará hasta dejarle en la ruina como ha sucedido con los otros.
— ¿No has pensado en dejar esa casa?— cuestionó Mariano participando por primera vez en la conversación.
Suspire.
¡Claro que sí!, lo había pensado muchas veces, pero no era fácil tenía que encontrar un lugar donde vivir y para eso necesito dinero. Algo que no tengo.
— Si supieras, las veces que he querido largarme. — Respondí dirigiéndome al rubio.
Los dos se lanzaron miradas muy raras, como si se comunicaran por telepatía.
Revolví el café con la cuchara, espere unas milésimas hasta que decidí que ya estaba lo bastante frío para beberlo. Lo probé, ensanche una sonrisa al sentir el sabor en mi paladar. Mi teléfono vibró, tomándome desprevenida y sacándome un buen susto.
— Aisha yo y...
No deje terminar a Catherine lo que sea que iba decir, me incorpore. Los minutos habían pasado volando y no lo hubiera percibido, a no ser por el mensaje que me acaba de llegar de la Señora Mary; mi jefa.
— Catherine, Mariano, los veré otro día. La señora Mary esta diciéndome que porque tardo tanto, ya saben entro a las ocho y son las ocho y veinte. — Replique con cierta molestia por ir a trabajar. Le di un último trago al café, antes de salir apresurada y dejando a la pareja con caras serias. Sabía que algo querían decirme. Pero habría más tiempo más adelante. No es como si me fuese ir de este mundo. Que ganas no me faltaban.
Las calles estaban ajetreadas de personas, aparte algunas a empujones. Con mi teléfono en mano respondiéndole a Mary, caminé con rapidez en cada paso. Guarde mi móvil en el pantalón de mi bolsillo. Otra cosa que me molestaba era que Doña Mary me había exigido que vistiera diferente como alguien común. Pero yo no era común. El jeans que empleaba, me había sido difícil de acomodar en mi autonomía. Estaba mudando de cuerpo normalmente soy delgada, pero estos meses ha cambiado a uno con muchas curvas. Mi trasero es más redondo, las piernas están gruesas y duras. Me encontraba incómoda así era todas las veces que iba a trabajar. Pero es el sacrificio que hago para no perder mi trabajo.
El edificio, alto y grande de color cafés pálido. Me dio la bienvenida. Al solo cruzar calle. La puerta de vidrio, que tenía un "abierto" fue suspendida sin empujarla.
Mary, me recibió con sus cabellos negros volando. Sus ojos mieles observaron mi ropa con aceptación. Ella decía que debía vestir bien para que los clientes tuvieran una buena impresión. Me parecía una bajeza de su parte solo era una simple biblioteca. Pero por dinero uno hace lo que sea. Si no después que come. Pero en mi subconsciente me creó un mundo donde no hay nada de esto. Solo en mi subconsciente.
— Treinta minutos tarde, Aisha, ¿Qué excusa pondrás hoy? — Me abstuve a no rodar los ojos.
— Usted sabe que yo no soy una persona rica, esta más de decir que todos los días debo de tomar un autobús para llegar. Y yo no soy la que conduce, así que al que debería de reclamarle es a ese motorista, porque de algo estoy segura, yo no tengo la culpa de que sea tan lento. — Solté defendiéndome.
La vi negar antes de decir: — Entra que debo ir a dejar a mi hija y tú te harás cargo mientras no estoy, de todo.
Melany, es la pequeña hija de Mary la única, tengo informado que se divorció hace más de dos años. Lo que me llega a pensar que ya de nada sirve casarse, si al final, todo esas promesas se quedarán perdiéndose en el viento. ¿Porqué llegar al matrimonio si en unos años más se divorciaran? Los finales felices no existen, nada de esa felicidad que se juran perdura por años y años, porque este es mi mundo, un mundo donde desearía no habitar. Odio tener ese sentimiento de que no pertenezco aquí, no encajo.
— ...regresaré más o menos a las once, ya te dije como debe ir cada pila de los libros, ¿entendiste? — Escucho a Mary, cortando mis pensamientos.
— ¡Entendido! — Pronuncio, pero la duda carcome al no saber que diablos fue lo que dijo antes.
Ella se despide, alzando la mano. Le correspondo imitándola.
Jalo mi cabello con frustración. A mi nunca me han gustado los libros, es más nunca en mi vida me he tomado la delicadeza de leer uno. Si hago esto, es por mi propio bienestar. A si me lleve a odiar los libros más de lo que hago. Respiro profundo. Tranquilizándome. Las pilas de libros desordenados parece que se burlan de mí como diciéndome "¡Mírenla que patética se ve con esa cara de mala leche y aún si tiene que ordenarlos!". Comienzo con los que están a la izquierda. Los de romance y fantasía. Cargo unos varios en mis delegados brazos, pero como tengo la peor suerte del universo todos los libros caen desparramados en el piso. Maldigo, mi estúpida suerte. Por terminar más rápido me tocará hacer doble trabajo ¡Que feliz estoy!
¡Feliz mi trasero!
Trato de que no se me resbalen, cuando apenas empiezo a ponerme de pie. Pero vuelve a pasar lo mismo por dos o tres veces más.
Renegándole a quien sea que ordene que esos libros se me resbalen. Mis ojos viaja a todos esos pinches libros dándoles malas miradas. Algo llama mi atención entre todos esos libros. Hay uno de ellos que está de último tirado, cerca de el estante de fantasía, lo raro es que no recuerdo haberlo dejado caer. Me levanto sacudiéndome. Estudio el objeto, con incertidumbre. Aproximo mis dedos tocando su textura. La portada es morada y en medio tiene una "G" mayúscula. Que extraño, pienso. Atrás no tiene nada, ni siquiera el nombre del autor. Las manos me cosquillean por abrirlo. Que más da, no me pasará nada por leer por primera vez.
— ¿Gaelania?— frunzo el ceño ¿Qué es Gaelania?
¿Quién piensa que en el tercer capítulo, empieza algo bueno?☺
Espero votos y comentarios.
Otra cosa perdonarme si cometo mala ortografía, soy nueva en esto. ¡Gracias!
G R A C I A S P O R L E E R
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