Capítulo 13
El crepitar de unas ruedas me zarandea, me remuevo inconforme de que alguien fastidie mi descanso. Me recuesto sobre un hombro, importándome no saber su procedencia. Acomoda, vuelvo a reposar es así por un tiempo considerado. Hasta que mi anatomía sale desbordada hacia delante, amplio mis pupilas. Una muñeca de piel de porcelana me aferra con agilidad. Subo mis ojos buscando a mi héroe que me ha salvado de romperme la cara.
Mauro.
Le contemplo, sonriente. Me alegra que Sabas los dejará libre. El de pronto me agarra firmemente y me jala hasta envolverme con su cuerpo. Aún adormilada solo ubicó mis manos rozando su espalda. Es entonces cuando capto mi brazo izquierdo amarrado por un trapo negro. Alguien debió tancar mi sangre. Me pregunto, ¿qué tan furioso esta Sabas? Me meneo tratando de apartarme en cuanto Mauro por muchos minutos no se separa. Después de mucho por fin me suelta. Me apoyo con firmeza en el asiento. Celina esta posada a mi lado me observa con una mirada brillante.
—Gracias, ¡gracias a usted salimos! —Se me tira encima y sonrío por su entusiasmo.
—¿No te duele nada? ¿Estás bien? —Palpó su cuerpo con disimulo, buscando heridas. Me alivio al detectar que no las hay.
Celina niega.
—¡Estoy muy bien! Solo duele en el momento que me hirieron. Después las heridas sanan en un corto tiempo. —Contesta.
—Oh, entonces...¿aunque los hieran jamás les quedara permanente?
—No. Salvo que sea el fuego del Rey Sabas, esas heridas si que son permanentes. —Dice mirando a su hermano que está distraído.
Vaya, no se si es una fortuna o una maldición. No les queda cicatriz, pero el dolor siempre estará ahí. ¿Pero porque con Sabas es diferente? Realmente no comprendo este mundo.
Me enfoco en mirar el precioso atardecer que se está manifestando en todo su esplendor que con el pasar de minutos empieza a oscurecer. Escucho el canto de los grillos que salen al nomas percibir la oscuridad. Colocó mi mano en mi barriga al oír mis tripas rujir de hambre. Me agarro de un lado del carruaje al sentirlo frenar sin cuidado. Los tres nos movemos con incomodidad al chocar nuestros cuerpos por el poco espacio. Desde el interior acató los gritos furiosos de Sabas. Debe estarles regañando. Me compadezco de esas pobres almas.
El carruaje es abierto y un señor con un gorro nos recibe con sus pupilas azules cristalinas.
—El rey ordena que bajen. Pasaremos la noche en el bosque. Hasta mañana seguiremos con nuestro viaje, hasta llegar a Endenia. —Se pasa los manos por su pelo corto y con una pequeña reverencia se va.
Volteo a ver a Celina.
—¿Endenia? —Consulto.
—Es una región un poquito grande, tiene muchos habitantes. El Rey Sabas desea que todos los pobladores le sirvan y sigan obedientemente. —Explica Celina sin titubear.
Asiento, abarcando sus palabras. Y me pongo de cuclillas.
Me entretengo un rato viendo al montón de hombres que trae consigo Sabas, todos inician a clavar unos varas en la tierra, una en cada lado. Formando un cuadro. Y otros se encargan de recoger hojas secas.
Al voltearme, miro que estoy sola. Celina pensó quizás en ir ayudar. Me paró al sentir mis pies adormecidos por estar tanto tiempo acurrucada. Doy vueltas por el alrededor. Estirándome. Me quedo quieta. Estoy sola. Es el momento. No hay nadie cerca. El solo pensarlo una vez más mi cerebro se activa. Ayer perdí mi oportunidad, pero no podía luchar contra mis principios. Era primero salvarles. Tal vez pueda lograrlo. Soy consciente que estoy en desventaja, porque no se en donde estamos varados. Pero prefiero mil veces intentarlo que quedar con la duda.
Tarareando troto despreocupadamente, examinó una vez más el area y no mirando presencias cerca ingreso en un camino estrecho y oscuro. Aglomerado de palos secos. Ando despacio, no creo que alguien se dé cuenta que me he ido. Todos estaban concentrados en sus respectivas tareas. Exhalo, al descender una bajada llena de piedras. Tengo que tener más cuidado, al no tener nada que me alumbre. Estoy casi caminando a ciegas.
Me quito del camino en el instante que escucho el relincho de unos caballos. Me ubicó detrás de unos trozos gruesos recién cortados. Un carruaje se para en el centro y un hombre vestido todo de negro sale del otro lado de la calle.
—Su alteza, Sabas Spinsters está de camino a Endenia. —Esa voz. Creo haberla escuchado en algún lado. El individuo que guía a los caballos se baja de su asiento y pone una pequeña escalera, extiende su mano y un gaelano se presenta con orgullo.
Alza su cabeza y un escalofrío me recorre en mi piel.
Ezar.
Detallo más al hombre de negro, hasta percibir que es Anselmo. Esta muy oscuro, pero esa cabeza rapada es inconfundible. Suponía que estaban en Penia ...¿acaso está calle es para llegar a Penia ?
Joder.
—Sabas, Sabas...—Murmura Ezar con enojo. —¿Piensas aliarte con Berenet?...eso...—Se ríe. —Es tan ridiculo de tu parte. El inútil de Berenet no puede hacer nada contra mí.
—¿Mantengo la vigilancia en ellos? —interroga Anselmo.
Los están espiando. ¿Lo habrá notado Sabas? Seguro que si. Sabas no es ningún tonto.
—No es necesario. —Dice mirando en dirección en donde se está hospedando su enemigo.—Él ya no puede hacer nada contra mí. Yo soy el Rey le moleste a quien le moleste. —Se gira a ver a Anselmo. —¿Has encontrado a la humana ? —Su voz sale fuerte.
¿Qué? Aún me están buscando. Pero si ya paso casi una semana, pensé que ya me habían descartado. No entiendo cuál es su obsesión por matarme. Dejarme ir no le hará daño a nadie.
—La humana...—Anselmo vacila en responder. No...él...¡¿me vio?! —.Esta con Sabas, su alteza.
Estaba con él.
Suelto una fuerte exhalación.
—¡¿Qué hace la humana con él?! —Brama Ezar encolerizado. Ensarta un puño en el carruaje.
—No lo sé. Pero...
—¡¿Pero que ?!
—Sabas parece protegerla, le vi subiéndola al carruaje y poniéndole un trapo a su brazo herido. —Ezar se tira una carcajada. Anselmo y el hombre del carruaje lo ven en silencio.
—Su alteza...
—Marchémonos—Le ruge Ezar con la mandíbula desencajada.
El carruaje comienza a moverse en cuanto todos abordan en su interior. Mientras se pierden en la oscura noche.
Me posicionó nuevamente en el camino, indecisa si debo seguir esa ubicación. Atrás está Sabas y adelante me aguarda Ezar. ¿Que debo hacer? Muerdo mis uñas, inquieta. Desvío mi mirada a los grandes árboles secos al oír una ramita quebrandose. Alguien se acerca.
La brisa agita mi cabello a un lado y no puedo evitar cerrar los ojos. Los extiendo al sentir un duro aliento soplando en mi rostro. Estrecho mis luceros y paso saliva.
El hombre de fuego me ha encontrado.
—Con que aquí te estabas escondiendo de mí.
Dudo por un momento. Pero enseguida me meto por la espesura de palos. Ya que no puedo seguir en la calle, porque ambos me tienen acorralada. Tengo que encontrar una salida que me lleve a un destino donde no vea a Sabas y Ezar.
Miro a los lados, con la respiración temblorosa. No le veo. Aunque no puedo confiarme, Sabas es muy impredecible.
Freno mi huida al estamparme con un árbol que está en la punta de un barranco, que al observar abajo hay un gran río con mucha olas furiosas agitándose en su cauce. Me aferro a las ramas del árbol hasta estar segura. Poso mi muñeca en mi corazón, esta latiendo muy anormal. Creo que me excedí en correr. Tengo la garganta seca, pero debo seguir. Tal vez sea la última ocasión que podré intentar fugarme.
—Eres lenta. —No. Volteó. Sabas está recostado en un árbol, mirándome despreocupadamente. —¿Estamos jugando algún juego?
Una vez más corro dentro cubriéndome en la opacidad del bosque. Estoy demente, pienso. Estoy peleando una guerra que ya tengo pérdida. ¿Pero acaso alguien me puede culpar? El que compartamos el vínculo no significa que yo deba estar a su lado toda la vida. Anhelo viajar por todas las regiones de Gaelania, conocer nuevas personas. No estar atada a un vínculo y un hombre que yo no pedí, no voluntariamente.
—Humana.
Me detengo.
Bajo la mirada a mis pies. La frustración y coraje bulle en mi sistema. Las piernas me duelen y el dolor hace que se me doblen. Cayendo hasta estar de rodillas con muchas piedras de tierra pegándose a mi piel. Aprieto mis puños.
Levantó mi vista y le atisbó con una sonrisa forzada.
—Déjame ir —Pestañea. —Yo sé que cometí un error al entrar a ese castillo y que sin intuirlo bebieras de mi sangre. Pero no puedo quedarme contigo para siempre. Por favor, déjame ir. —Imploró con la voz rasposa.
—Rómpelo. —Impone acurrucándose a mi altura.
—¿Qué?
—Rompe el vínculo.
Lo miro atentamente. Con la carne entumecida y un nudo en la garganta.
—No puedo. —Digo mordiéndome los labios.
—Entonces no me vuelvas a pedir que te deje ir, humana. Estamos totalmente atados.
Arrugo la frente evocando sus palabras de ayer.
—Pero... ayer dijiste al nomas romperse ¿recuerdas? Tú tienes que saber cómo romperlo o si hay algo o alguien que lo pueda romper ¿lo sabes cierto?...Dimelo yo haré cualquier cosa por romperlo. —Digo levantándome y limpiando mis rodillas. Sabas me ve con atención, sin responderme. —Dímelo. —Repito.
Sabas me da la espalda, y comienza a caminar. No haciéndome caso en lo más mínimo. Tomo un puñado de tierra y se lo tiro. El para en seco.
—¡No voy a ir contigo! ¡No deseo convivir contigo! ¡No deseo ser tu puta sirvienta! Me iré cueste lo que cueste. Esta bien, no me digas cómo se rompe, de igual forma te dejaré. Y espero no ver tu cara nunca mas. Eres muy malo, tienes un mal temperamento. No trates bien a nadie, quieres que todos hagan tu voluntad, cuando no todo puede ser así ¡Eres un maldito loco! —gritó sacando todo lo que tenía guardado. Resollo y sigo el camino contrario a él.
Esta bien. Jodete Sabas, a mi ese maldito vínculo no me importa. Ja. Ni una jodida vez más seré su sirvienta. No me molesto en mirar si me sigue. Ah de andar por ahí el estupido. Mi ceño se frunce cuando llego a una tierra distinta. Hay muchos árboles negros, tanto del tallo como las hojas, y una infinidad de luciérnagas adornan el ambiente. Una abundante nieve cubre el suelo. Es...extraño pero lindo.
Viendo un arbusto me fijo qué hay dos ojos rojos que me están observando directamente. Y entre más segundos pasan se aproxima más, hasta que veo visiblemente a la criatura depradora que me mira como su siguiente comida. Un lobo. De pelaje blanco y cola negra me rodea, enseñándome sus filosos dientes. Me echo para atrás. Mantengo la calma, mientras yo retrocedo y el me sigue acechando. Solo...choco con un árbol y cada uno de mis movimientos se paralizan. Y el lobo mirando su conveniencia se lanza sobre mi cuerpo. Suelto un grito y cierro los ojos.
Y asi sin más moriré.
En vez de recibir las mordidas del animal despedazando mi carne captó al lobo aullando de dolor. Abro los ojos, y miro al animal tirado. Con el pelaje quemado y de sus orificios chorrea sangre, parece que no puede ver y tampoco ponerse de pie. Esta ciego.
Veo mis rodillas con el ánimo decaído. Su sombra se manifiesta cubriéndome. Ni siquiera le miro.
—Muévete. —Me ordena.
Me mantengo en mi lugar.
Sus gruesas zarpas me toman de los brazos como una hoja de papel. Grito en cuanto me pone en su espalda con la cabeza boca abajo, como un saco de papas. Toda la sangre se me sube a la cabeza y estoy viendo borroso.
Este maldito infeliz.
—¡Bájame! ¡Bájame! ¡Yo puedo caminar sola! ¡Maldita sea, que me bajes te digo! —vociferó dándole palmadas en su columna. Pero como siempre hablar con él no funciona.
Sus pasos son veloces y en un corto tiempo estamos en la parada. La mayoría de las carpas ya están terminadas, se miran habitables. Con una pequeña abertura para entrar y salir. Hay pocos galeanos trabajando y pegando aún clavos para asegurar lo que se asemeja a un techo.
Varios pares de ojos los dan una corta ojeada disimuladamente, aunque el que no es muy sutil es Omer que abre la boca y parpadea sus luceros con visible pánico.
Sabas tira de la abertura de una carpa y me deposita sin cuidado dentro de ella. Caigo encima de un montón de paja seca, que sirve como piso. Aprieto la boca queriéndole decir otro montón de barbaridades. Me abstengo de hacerlo al ver sus pupilas naranjas. Llameantes de problemas. Se va dándome una mirada llena de muchas advertencias. Estoy tan centrada en mis pensamientos que no me he dado cuenta que no estoy sola.
En la esquina está Celina acostada intercalando sus pupilas azules curiosas en mi y el umbral. Pero ella no pregunta solo me da una media sonrisa y se da la vuelta. Durmiendo.
En un rincón del toldoesta un plato de comida. Son unos bollos mastico uno, sin apetito. Meto uno en mi mano y salgo de la carpa, ansiando inspirar aire. Me siento en una roca que esta retirada de los guardias de Sabas. Cruzo las piernas y como tranquilamente contemplando la noche helada.
Estoy exhausta, quizás no hay escapatoria para mi.
A menos que busque una forma de fracturar el vinculo.
―¿Lo notaste?
Observo a un par de soldados que salen de los matorrales susurrando entre si. Los dos simultáneamente están uniformados de negro, portando su espada aguda en su cintura.
―¿Qué cosa?―pregunta interesado el que al caminar cojea un poco, debió recibir algún golpe muy fuerte para dejarlo en ese estado.
―¡El modo en que el rey Sabas trata a la humana Aisha! ― Grazna. Se tapa la boca al percatarse que se exalto. ― Es muy...distinto. Ni si quiera a la Consorte Galilea la trata de esa forma. Ayer que casi se desangra, parecía que nos quería incinerar de lo rabioso que estaba.
Me rio, sin poder evitarlo. Fue la impudencia de Sabas que me llevo a ese extremo de casi desvivirme.
―Quizás esta interesado en convertirla en su concubina. Recuerda que el al ser rey puede tener hasta diez concubinas.
―Es cierto quizás eso sea.
¿Concubina?
Los pájaros cantan con entusiasmo recibiendo el nuevo día. Cuando el sol ya esta en lo alto, veo desde una cuesta el pueblo de Endenia. Hay muchos gaelanos en las calles y también muchos comercios. La calle rebosa en exceso de aroma de comida, el carruaje pasa de paso sin estacionarse.
Finalmente el coche de caballos frena ante una pequeña construcción rodeada de murallas a su alrededor. Resistente e impenetrable. El portón negro se abre, dándonos paso a su entrada.
Acudimos a un espacio del castillo, en donde un señor en una silla de ruedas de madera se retiene con la cabeza encogida. Un joven está con sus manos puestas en los hombros del anciano. El chico sonríe, aunque a leguas se nota que es falsa. Esta trajeado en una elegante vestimenta satinada de color vino. Y su cabello oscuro está peinado a los lados. Dejando descubierto su rostro.
—Su alteza, es un gusto tenerlos en nuestro pueblo, este castillo está a disposición de lo que desee. —Habla con cortesía. Y le hace señas a la servidumbre para que se acerquen. —Cualquier cosa que anhele. Solo ordené. —Tras de eso se hacen a un lado, moviendo al anciano hasta dejar vía libre.
Sabas manda que organicen tres habitaciones y en cuestión de segundos las mucamas salen corriendo. Miro arriba en el techo, hay montón de figuras. Entre ello se vislumbra unas alas blancas y negras. Busco a Celina con la mirada y al hallarle me pego a ella con interrogantes.
Celina está centrada en los bellos jarrones que están ubicados en una de las mesas como decoraciones.
—¿Sabes porque estamos aquí? —averiguo.
—Es para que el Rey Sabas consiga a Penia, el mandará a Bereneth que se haga de ella.
Bereneth... ¡oh si! Sabas lo mencionó el hombre que le quemó los pies.
—¿Pero para que quiere eso Sabas?, no entiendo.
Celina me ve con atención.
—Para la guerra. —Expresa con insignificancia.
Despues de un buen rato, una anciana baja por las grandes escaleras y con una reverencia manifiesta que las habitaciones ya pueden ser ocupadas. Acompañada de Celina, Sabas me recalca que me instale en la habitación mas cercana a el. En mutismo, accedo. La pieza es elegante, un pequeño comedor y sala, también un baño con todo lo necesario. Alumbrado por numerosos candelabros. Y así pasamos encerradas lo que resta del día hasta que la misma anciana de la mediodía nos notifica que Sabas va realizar una velada con los dueños y en el cual debo estar presente por mandato de el.
Se tomo con seriedad las palabras, esta haciendo lo que se le da la gana.
Tomo la prenda que se me entrega y que Sabas indica específicamente que esto debo ponerme. Oigo la puerta cerrarse y estiro un vestido de seda color acaramelado, la gran falda se extiende y en la parte de abajo tiene unos pequeños revuelos con unas perlas como detalle, y también encaje de tela de lino crudo en el escote. Es modesto y...bonito.
No puedo molestarme con Sabas, la verdad es que ya era necesario un cambio de vestuario. Me introduzco al baño, y sin demora me alisto para la gran noche.
Rocio unas gotas de agua en mi cabello para que se nivele. Y se vea más presentable. Sintiéndome preparada me a pronto a dejar la pieza.
Sabas sale del otro cuarto al mismo tiempo, me inspecciona unos segundos pero rápidamente prosigue de largo sin dirigirme la palabra. Aprecio su perfil, su larga cabellera está amarrada. Y se ha cambiado el color de su capa a una negra que se enreda con sus otras ropajes del mismo color.
Llegamos hasta una alargada mesa donde ya están sentados Omer, Berenet y el joven. Hay una cantidad de platillos servidos en la mesa. Y en el centro un pollo entero horneado, junto a el una ensalada de frutas y vegetales.
—Su alteza, por favor póngase cómodo y coma lo que quiera. —El gaelano se inclina. Me siento a la par de Omer. Las sirvientas se precipitan a poner más alimentos en nuestros platos.
Berenet tose.
—Disculpe mi indiscreción, su alteza. ¿Pero a qué se debe su visita a mi humilde morada? —El joven lo codea y pone una sonrisa tensa.
Me meto un pedazo de albóndiga en la boca y tomo un trago de vino.
—Bereneth. —El anciano se pone rígido en su asiento al oír su nombre salir de los labios de Sabas. —Mañana te macharás a Penia y es indispensable que convenzas que cada uno de sus habitantes estén a mi poder.
Bereneth pierde el color.
—Su alteza, disculpe pero mi padre... el no puede...lo qu-e pide no pod-emos hacer...
El balbuceo del hijo de Bereneth es interceptado cuando Sabas se levanta y con furia rompe el plato que estaba en frente de él. El silencio abruma a ambos hombres que asimilan querer salir corriendo.
Me sirvo más vino en mi copa.
—Bereneth, ¿no he sido claro? —Una llama se aviva en su palma.
El hombre pasa su lengua y traga grueso.
—Haré lo que ordene, alteza. —Declara sumiso.
—¡Papá! No...
Sabas deja el comedor. Omer y yo nos incorporamos aún escuchando las réplicas del hijo de Bereneth.
Increíble.
El hombre de fuego, es un chiflado. Cómo puede mandar a alguien que está incapacitado a una estancia alejada. Solo a él se le pasa por la cabeza hacer eso.
Suspiro.
Me desabotono los botones de la parte de atrás y me arrojo a la cama. Celina está profundamente dormida. Paso varios minutos pensando hasta que los ojos me pesan y con agotamiento me duermo.
De improviso me despierto y un gran dolor se riega en mi pecho. La molestia es tan fuerte que se me complica inspirar. El corazón me bombea acelerado. Con los ojos abiertos noto como una herida de cinco centímetros se marca en mi pecho y la sangre densa inicia a burbujear en tumultos.
El vínculo.
Sabas.
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