Cuatro
Leyó la respuesta por segunda vez, queriendo no perderse ni un detalle de lo que ella decía:
<<Primero que nada, tengo que decir que no sé si pondré esto en el orden correcto, pues hay demasiadas cosas que quiero expresar tras leer esas dos consultas, a las cuales voy a responder juntas en una única respuesta.
Al leeros me ha quedado como un regusto amargo ante un detalle y seré clara al respecto: sois normales. Sois dos personas, dos adolescentes, con sentimientos y preocupaciones. Sois dos personas tan normales como cualquier otra. Ser homosexual no significa no ser normal, así que, por favor, no sigáis sintiendo que no lo sois porque estáis equivocados.
Por otro lado, es lógico que sintáis ese miedo porque sois conscientes de que la sociedad sigue siendo una porquería en lo que a tolerancia y respeto se refiere y, aunque es algo ya "normalizado" se sigue mirando diferente a aquellos que tienen una orientación distinta a la estándar. Lo sabéis, y por eso os acechan esas dudas y esos temores. Yo lo que puedo deciros sobre esto es sencillo: solamente a vosotros os afecta quién os gusta u os deja de gustar, solamente vosotros debéis importaros. Al cuerno con los demás, al cuerno con la opinión ajena sobre vuestra vida. ¡Es vuestra! De nadie más y, por lo tanto, nadie tiene el derecho a imponer en vuestra vida unos gustos que vienen predefinidos desde algún momento inconcreto de la historia.
La gente a vuestro alrededor debe aceptarlo, sin más. Sin temer que por ser homosexuales ya os vayáis a interesar en ellos, sin miedo a que "les hagáis algo" —aunque es una ridiculez, sigue habiendo gente por ahí suelta que cree que por ser gay pasas a ser un vicioso o incluso que acabarás abusando de alguien de tu mismo sexo— ni tampoco miedo a que influyas en su propia orientación. Lo mismo para la familia; deben aceptarlo y punto. Obviamente, se comprende que al comienzo a cualquiera le puede chocar la noticia o resultarles complicado de asumir, pero si pasado el tiempo no lo aceptan tienen un problema. Ellos, no vosotros. Tienen un problema de tolerancia y respeto hacia los demás. Vosotros, no.
Mi consejo sería sencillo en este caso: hablad con vuestra familia antes que con ninguna otra persona, para evitar que se enteren por terceros y eso empeore las cosas. Sed sinceros, respetuosos y consecuentes, y quizá, con suerte, recibáis lo mismo. Si hay algún miembro de la familia que creáis que puede reaccionar mal, dejadlo para el final y hablad primero con los demás, conseguid aliados. Respecto a los amigos, espero que no haya problemas porque si con nuestras edades no son tolerantes algo falla.
Lo de ser centro de burlas, ¿de verdad os preocupa? ¿Qué adolescente no lo es? Si no es por una cosa es por otra, y cito algunos ejemplos irrespetuosos: por ser gordo o esquelético, por ser un enano o alto como un pino, o un empollón o tonto perdido, o por ser muy fea o un putón. Y así, sin fin. Siempre hay algo por lo que los que se creen mejores se van a burlar de otros, así que sentir miedo a ser centro de burlas es lógico pero inútil. Es una pérdida de tiempo, pues en lo único en lo que deberías centrar vuestra atención es en una cosa: ser felices.
¿Os hace felices mantener este secreto? ¿Os hace felices fingir algo que no sois? ¿Os hace felices sentir que estáis fallando a los demás y a vosotros mismos? ¿Os hace felices tener que recurrir a una desconocida para aclarar vuestras ideas? Y ¿os hace felices sentir que no lo sois?
Creo que las respuestas las tenéis claras, por lo que os invito a actuar en consecuencia. Sed claros, determinados, firmes, maduros. Sed vosotros mismos. No os obliguéis a ser alguien que no sois, eso sólo os traerá desgracia.
No tengo más que añadir, simplemente sed lo que queréis ser, lo que sentís que sois, lo que os haga sonreír y os haga sentir completos. Y si la gente a vuestro alrededor no lo acepta, es sencillo: no debían estar a vuestro lado.
Cualquier cosa, podéisencontrarme en el instituto. Estaré ahí si me necesitáis>>.
¿Había acaso algo en esa respuesta que no fuese acertado? Gabriel sabía que no, que era la realidad plasmada en un papel.
Pensó en Abel, al cual perdería como amigo sin duda. Pensó en su padre, que parecía haberse quedado anclado en otro siglo y no sentía respeto por nadie. Lo peor, era que eso justamente le inculcaba a su hijo. Recordó a Rico, que aquel día lo había confundido en demasía. Parecía opinar como Abel y, de pronto, era lo contrario. Aquella extraña mirada que había advertido en sus ojos era lo más curioso de todo. A su mente vinieron sus progenitores, los cuales estaban en el salón convencidos de que su hijo era, como bien hemos dicho, perfecto. <<¿Perfecto? ¡La perfección no existe!>>, se dijo.
Sus hermanos serían quienes mejor lo aceptarían, o eso creía. Quizá de pronto se llevaba una sorpresa y le salían con pensamientos como los de Abel. ¡Ojalá que no!
Estaba como loco. Las palabras de Ona le habían sacudido hasta los cimientos.
Se sentía eufórico y quería gritar a los cuatro vientos la realidad.
Podía verse libre de condicionantes, libre de fingir, libre de sentir lo que quisiera por quien quisiera sin tener que esconderlo. Bueno, cuando llegase el momento pues, en aquellos momentos, no había dueño para su corazón.
Se percibía valiente, de un modo en que nunca lo había sido.
Y, de pronto, se dijo: ¡ahora o nunca!
Saltó de la cama, con la revista aún en la mano, y se adentró al salón donde sus padres veían una película abrazados.
¡Ahora o nunca!, se insistió. Y se plantó ante ellos, tapando la visión del televisor y obligándolos a prestarle atención.
— Necesito hablar con vosotros —anunció.
El hombre se iba a quejar, pero la mujer comprendió que algo sucedía y determinó que la película podía esperar un rato, o incluso podían dejarla para el día siguiente.
— ¿Qué sucede, hijo? —Cuestionó la fémina. De pronto, el valor se estaba diluyendo en agua imaginaria.
— Mmm bueno... es que necesito una opinión, es importante.
— Está bien, a ver en qué podemos opinar.
Gabriel le tendió la revista a la mujer, con la página de la consulta abierta. Comenzó a temer con mayor intensidad que sus padres pensasen como el de Abel.
— Hoy Abel, Rico y yo hemos tenido una especie de pelea —comentó nervioso—. Cuando han leído esto han empezado a hablar de un modo horrible, despreciando a los homosexuales... Y yo... yo... bueno, yo no lo veo como Abel, y les he defendido...
— De acuerdo...
— Quiero saber qué opináis vosotros, porque necesito saber si soy yo quien está equivocado o es él.
— Vale, danos un momento para leerlo, que es largo.
El chiquillo se sentó en un sillón mientras los adultos leían aquellas palabras con detenimiento. Le sudaban las manos, la espalda, la frente y sentía que se derretía. Sus nervios estaban de todo menos calmados, no había temple en él.
— Bien, ¿qué exactamente es lo que quieres que opinemos? Sobre los adolescentes que preguntan o sobre la que responde, o ¿sobre todo? —Preguntó el padre.
— Todo, pero parte por parte, por favor —Pidió.
— Yo creo que la persona que responde lo ha hecho bien, dando ánimos y fuerzas para esos dos jóvenes. La verdad es que parecen realmente preocupados. No entiendo qué tan difícil puede ser decir abiertamente lo mismo que han dicho en estas líneas —argumentó Carolina, la madre de Gabriel.
— Pues yo no estoy de acuerdo —retrucó Víctor, el padre—. Creo que está dándoles alas para tirar por un camino que no es correcto.
La mujer lo miró con los ojos abiertos de par en par.
— Suenas como esos políticos conservadores que se empeñan en hacer distinciones entre unos y otros y alegan que están enfermos por querer a alguien de su propio sexo. ¡Me sorprendes!
— No es eso, no creo que estén enfermos pero... no es lo que debe ser. Hombre y mujer, así funciona.
— ¿Ahora me lo vas a explicar con peras y manzanas como Ana Botella? ¡Madre del amor hermoso! —Y empezó a reír.
Gabriel no entendía nada. ¿Manzanas? ¿Peras? ¿Quién era Ana Botella? Aquello se había ido por unos derroteros inesperados, debía reconducir la situación al punto clave.
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