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Prólogo

—Me violaron Má—declaró sin más, aferrándose a la tela de la falda de su madre, quién la sostenía entre sus brazos temblorosos, sintiendo de lleno el dolor que atravesaba el corazón de su hija. Hoshi arrodillada, cayéndose a un fondo del cual le sería muy difícil salir, y Yokino inclinada sobre ella, sujetándola fuertemente, evitando a toda costa que su única hija sufriera más de lo que estaba sufriendo—. Me violaron, y el solo me echó la culpa—de su garganta salió un quejido seguido del desgarrador llanto que había sostenido desde que llegó a su hogar luego de aquel fatídico encuentro con quién creía su amigo. 

—Lo se cariño, lo sé. 

Yokino no supo que decir. Simplemente abrazo con fuerzas a la joven kunoichi, ya que todo lo que tenía para soltar le generería más dolor del que estaba sintiendo. 

Todo el día había tenido ese mal presentimiento respecto a la reunión que tendría Hoshi con Kakashi. Cómo madre, le parecía pésimo que durante esos meses, aquél muchacho jamás se hubiera aparecido frente a ella para preguntarle cómo estaba. Ella misma había sido testigo de las veces que la había esquivado para evitar saludarla al cruzarla por la calle, y aún así, su hija se había mostrado insistente en poder verlo aquella noche. 

—Vamos, date una ducha, te relajará—dijo su madre, y antes de que la castaña alzara su vista para mirarla, limpió las lágrimas que habían caído por su mejilla. No podía dejar que su hija viera que también había estado llorando—. ¿Te gustaría beber un té luego? 

Hoshi no contestó. Con dificultad se fue poniendo de pie, con la ayuda de su madre. Todavía quedaban algunos dolores en su cuerpo. Por suerte, las heridas internas habían sanado, más no las del alma. 

Ambas caminaron hacia la ducha. Hoshi todavía sollozaba. De su boca salían suspiros cortados, de esos que salen cuando se está cansado de tanto llorar. Cuando cuesta respirar. Cuando duele. 

Por suerte el patriarca no estaba en la casa. Aún no llegaba del negocio familiar, y de haber estado ahí probablemente hubiera salido a buscar al copia ninja para propinarle una buena paliza. Y todos sabían que quién terminaría herido, sería el atacante, y no el atacado. Por suerte para Hoshi, fue Yokino quien la recibió preocupada. 

Desde el fatídico día, la castaña se había acercado más y más a su madre, ya que era la única con la había tenido la suficiente confianza como para contarle cada uno de sus sentimientos sin sufrir la mirada reprochante como la de aquellos que pensaban en ella como la causante de sus desgracias. 

A su madre le había contado todo, menos una cosa: las ganas que tenía de morir. 

Yokino abrió la llave del agua caliente, y segundos después una reconfortante lluvia comenzó a caer sobre el piso de cerámica caqui. Miró a su hija, le sonrió, y le dio un beso en la frente.

—Saldremos de esta—susurró. 

Hoshi no dijo nada. Simplemente asintió, aunque en el fondo no creía aquello posible.

Yokino cerró la puerta y Hoshi comenzó a desvestirse con lentitud. Sus ojos café miraron el espejo que había encima del lavabo, y una mueca de asco se dibujó en su boca. Aquél reflejo que le estaba devolviendo el cristal revolvía su estómago, obligándola a voltearse para no verse, ni ver el cuerpo que meses atrás había sido socavado por manos ajenas sin ningún tipo de permiso más que el desdén de aquella vejación sufrida.

Se metió a la ducha, y bastaron dos gotas de agua tibia para derrumbar aquel vestigio de soporte moral que había construido luego del profundo y nervioso llanto frente a su madre minutos atrás. Las lágrimas otra vez se conjugaron como verbos dolorosos en sus ojos, y la garganta se atizborro de afiladas cuchillas que la obligaban a desahogarse por enésima vez en aquel día. Lentamente se fue inclinando sobre sus rodillas, hasta quedarse sentada allli, apoyada contra la pared, cubriendo la boca con sus manos, para evitar hacer más ruido innecesario que preocupara a su santa madre quién desde su ingreso al hospital no había hecho otra cosa que sufrir. 

¡Que sola se sentía! ¡Malditamente sola! Ella había jurado poder morir por aquel sujeto si la situación lo ameritaba, y que tonta fue creer que el también lo haría con ella. 

Todos los días había esperado verlo cruzar la puerta. Primero en la sala en el hospital, y luego en su casa. Había jurado que le había sonreído con sus ojos cuando se lo cruzaba en la calle, y lo había excusado con gracia cuando miles de veces la había esquivado, mintiendose a sí misma al decir que seguramente no la había visto. Cuántas noches había fantaseado con la idea de abrazarlo, de decirle que lo extrañaba, de jugar a contar las líneas en los mosaicos rotos de las calles que ambos caminaban codo a codo.

Pero ahora no eran los mosaicos los únicos rotos. 

Ahora ella estaba rota. Rota en infinitos fragmentos imposibles de volver a unir. 

Estaba vacía, y lo único que quería hacer esa noche era yacer boca arriba, con las palmas abiertas, y la triste canción de despedida sonando de fondo. Pero no tenía el coraje de hacerlo. No tenía la fuerza para morir, así como no había tenido la fuerza para defenderse del peor ataque imaginado. 

Era una basura. El tenía razón. Todos tenían razon. Ella se lo había buscado, por andar provocando. Por los labios pintados y las piernas desnudas. Por el cabello largo. 

Y por habérselo buscado, se merecía continuar viviendo en aquel mundo; sabiendo que los días no volverían a tener luz, que los pinos no olerian igual, y que el aroma del tecito que bebía todas las noches antes de irse a dormir, ahora solo le traería malos recuerdos. 

 Estaba sola. 

Cómo nunca antes había estado.

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¡Hola hermosxs!
Espero que estén igual de contentos que yo Al publicar la continuación de Saudade, que tanto me pidieron.
Cómo dije en el apartado anterior, voy a tocar temas muuuuy sensibles, ruego discreción.
Cómo estoy rindiendo muchos parciales no voy a poder actualizar tan seguido, pero no se preocupen, que lo voy a continuar si o si.

Un abrazo gigante.

Hoshi

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