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10. El peso del perdón.


CAPÍTULO DIEZ



A veces, la vida te sorprende tanto que te sientes desconectado de la realidad. Como si de repente hubieras sido transportado a un sueño, uno del que temes despertar en cualquier momento. Caminas por la vida mirando a tu alrededor, esperando que alguien toque tu hombro y te diga que todo ha sido un error, que no es tu vida, que no lo mereces.

Es extraño cómo, cuando las cosas van tan bien, empiezas a cuestionarte si realmente te lo has ganado. Si, de alguna manera, estás recibiendo mucho más de lo que te corresponde. Me sentía así últimamente, como si estuviera en una especie de burbuja de felicidad que en cualquier momento podría estallar.

Con Jungkook, todo parecía sacado de un cuento de hadas o de esos cómics que lees y piensas que son demasiado perfectos para ser reales. Era empalagoso, romántico, siempre atento a cada detalle. No había día en que no me sorprendiera con algo, desde una flor en la mesa hasta un mensaje inesperado que me hacía sonreír sin razón aparente. Me complacía en absolutamente todo.

Todo.

Era como si su única misión fuera asegurarse de que yo estuviera feliz, de que no me faltara nada, y aunque sabía que no debería acostumbrarme a tanta perfección, era inevitable no hacerlo.

A veces me preguntaba cómo era posible que existiera alguien así, alguien que se dedicara tanto a hacerme sentir especial. No habíamos tenido mayores inconvenientes en este mes que llevábamos como novios oficialmente, y aunque todo parecía demasiado perfecto, una parte de mí siempre esperaba que la vida, de alguna forma, decidiera ponerme a prueba. Siempre había sido así.

—Te extrañé tanto hoy, bonita. Ya no soportaba otra clase de cálculo.

Se lamentaba mientras besaba cada parte de mi rostro.

—También te extrañé, amor...

Siempre era lo mismo cuando nos reencontrábamos después de un largo día separados. El deseo de volver a sentirnos, de acortar la distancia que el tiempo y las obligaciones nos imponían, nos arrastraba a estos momentos que, por más conocidos, nunca dejaban de emocionarme.

Estábamos en una sesión de besos intensa, de esas que comenzaban suaves pero que rápidamente se transformaban en algo más profundo. Su boca recorría la mía con una urgencia que me hacía olvidar todo lo demás. Sus manos, hábiles y ansiosas, deslizaban por mi cuerpo, como si no me hubiera visto en meses, explorando con una familiaridad que me hacía sentir segura, pero a la vez encendida.

Su boca dejó mis labios para posarse en mi cuello, besando con esa precisión que solo él sabía, eligiendo justo esos lugares que me hacían temblar. Descendió hasta mi clavícula, su aliento cálido en mi piel, provocando una serie de escalofríos que no podía controlar. Cada beso, cada toque, cada caricia me hacía perder el control, como si mi cuerpo solo respondiera a él, como si no existiera nada más que este momento entre nosotros.

El celular vibraba sin descanso, una interrupción que normalmente habría ignorado, pero esta vez no podía. Giré mi rostro para intentar ver la pantalla, pero Jungkook, con un beso persistente, me obligó a centrarme de nuevo en él. Aun así, las notificaciones seguían llegando. Algo dentro de mí me decía que podría ser importante, que podría ser Soonya, como tantas veces, cuando algo le iba mal.

Hice el amago de moverme, pero Jungkook, aferrando suavemente mis muñecas, susurró entre besos, casi en un ruego — Por favor, no…

Fruncí el ceño, sin poder concentrarme completamente.

—Amor, ¿no escuchas eso? Solo Soonya me escribe así cuando algo malo pasa.

Él rodó los ojos, soltando un pequeño bufido.

—Soonya muchas veces ha arruinado momentos así por preguntarte qué atuendo usar para sus citas con Minhao.

Solté una risa ligera, pero la preocupación se instalaba en mi pecho.

—Muévete, necesito ver.

Con un berrinche infantil, Jungkook rodó sobre la cama, cayendo de espaldas y mirando al techo, claramente frustrado. Me reí por su actitud, pero rápidamente tomé el celular para ver las notificaciones. No eran notificaciones de Soonya. Era algo aún mas inesperado.

Era Hansul.

—Es Hansul...— murmuré, sorprendida, mientras comenzaba a leer — Dice que... no sabe qué hacer, que todo está saliendo mal...

Jungkook se levantó rápidamente, preocupado.

—¿Qué pasó?

Mis dedos seguían moviéndose sobre la pantalla, leyendo cada mensaje con más incredulidad hasta que mis ojos se detuvieron en uno que me dejó sin aliento. El aire se volvió pesado, el ruido de fondo desapareció. Sentí que el mundo se detenía en ese instante.

—Mamá falleció... — Las palabras salieron de mi boca en un susurro, pero el impacto fue tan fuerte que casi me paralizó.

No sabía cómo sentirme en ese momento. Era como si una ola de incredulidad y desconcierto me envolviera, incapaz de procesar que ella, la mujer que me dio la vida, pudiera haber dejado este mundo tan pronto. Cada latido de mi corazón era lento, pesado, como si el tiempo estuviera suspendido en el aire.

Jungkook, al ver mi expresión perdida, me quitó el celular de las manos, haciéndolo con una suavidad casi calculada. Luego, tomó mis manos entre las suyas, firme pero tierno, buscando anclarme a la realidad que apenas podía soportar.

—Estoy aquí, amor —me dijo con una calma que me hizo sentir como si estuviera flotando—. Apoyaré cada decisión que tomes, ¿bien? Solo necesito que digas algo, porque estás pálida y siento que…

Pero no podía hablar. Las palabras se atoraban en mi garganta, mezcladas con una creciente sensación de vacío. Sentía mis manos frías como el hielo, y esa frialdad comenzó a recorrer todo mi cuerpo. Mis piernas temblaban, mis pensamientos eran un caos y todo lo que quería era cerrar los ojos y que el dolor desapareciera.

Definitivamente, sentía que me iba a desvanecer.

Tapé mi boca con fuerza, evitando vomitar sobre Jungkook, y corrí al baño lo más rápido que pude. Me agaché frente al inodoro, incapaz de detener lo que se avecinaba. Todo salió en un solo impulso violento. Me sentía un asco, un completo desastre. El mareo, la náusea, el dolor... todo se mezclaba en una tormenta incontrolable.

Jungkook llegó detrás de mí y, como siempre, fue rápido para ayudarme. Tomó mi cabello con cuidado, sosteniéndolo mientras el vómito continuaba. Era como si no pudiera parar, y en ese momento realmente pensé que me iba a morir, porque la situación se sentía surreal, grotesca, como una escena sacada de una película de terror.

—Te bajó la presión... —murmuró con una voz que apenas logré captar—. Te haré un café, puede que eso te ayude.

—No... —respondí temblando de pies a cabeza—. No me dejes, por favor.

Sentía como si cada parte de mi ser estuviera bloqueada, incapaz de procesar emociones, incapaz de sentir algo más allá del pánico que me consumía. Tiré de la cadena y me levanté lentamente, yendo al lavabo para lavarme el rostro, todo mientras Jungkook no apartaba su mirada de mí, preocupado.

Tomé el cepillo de dientes, mis manos aún temblorosas, y comencé a lavármelos con una frialdad que parecía no tener sentido en medio de lo que acababa de pasar.

—Lena... —susurró él, queriendo saber qué pasaba por mi mente.

Escupí la pasta de dientes y enjuagué mi boca, tomando aire, en un esfuerzo por recuperar algo de control sobre mí misma.

—Tengo que preparar mis cosas —dije con voz apagada.

—¿Qué cosas? —preguntó confundido.

Me tomé un momento antes de contestar, dejando que el silencio hablara por mí.

—Mi bolso. Debo regresar a Boseong.




El camino de regreso al lugar donde crecí fue más angustiante de lo que había imaginado.

Cada kilómetro recorrido parecía aumentar el nudo en mi estómago. Tuve que hablar con la universidad, explicar el motivo de mi ausencia, y su respuesta fue sencilla: me otorgaron la semana completa y lamentaron mi pérdida.

Lamentar la pérdida.

Esa frase resonaba en mi cabeza una y otra vez. ¿Estaba mal por no sentir lástima? Me sentía atrapada en un limbo emocional, desconectada de lo que se suponía debía sentir. Claro, me sentía mal, pero lo que realmente me hacía sentir peor era estar aquí, de vuelta. En este lugar que solo guardaba recuerdos dolorosos.

El lugar de los recuerdos no gratos.

—No te encierres en ti misma, por favor. Háblame, estoy aquí junto a ti y te apoyaré en todo —dijo Jungkook con una mirada que reflejaba toda su preocupación—. Solo... no me apartes, amor. Estoy aquí contigo.

Lo observé, incapaz de evitar el temblor en mi barbilla. Él había decidido acompañarme sin que yo se lo pidiera, y en ese momento, me di cuenta de lo afortunada que era de tenerlo a mi lado. Sin embargo, decidí tomar un avión para llegar más rápido, y aunque no me apetecía llorar, la tensión me estaba consumiendo.

—Lo siento, ¿sí? Solo estoy tratando de entender todo esto y es... muy difícil —le respondí finalmente, con la voz quebrada—. No me hace bien volver y la razón por la que debo hacerlo es simplemente horrible. Mi mamá falleció y yo no puedo sentir tristeza. Eso me hace sentir una mierda, ¿lo soy? ¿Acaso...

—No —me interrumpió suavemente, tomando mis mejillas con cuidado, obligándome a mirarlo directamente a los ojos—. No quiero que vuelvas a decir algo así. No eres una mierda. Eres una persona que sufrió maltrato por parte de quienes debían protegerte. Te comprendo, te entiendo y jamás te juzgaría, jamás. Porque solo tú sabes cuánto sufriste, y nadie, absolutamente nadie, puede hacerte sentir mal por no tener un apego o por no sentir tristeza por la muerte de tu madre.

Sus palabras fueron como una caricia para mi alma rota. Lo besé después de eso, porque necesitaba escuchar algo así. Necesitaba que alguien me dijera que no estaba mal mi sentir, que no era un monstruo por no llorar. Jungkook siempre sabía qué decir en los momentos más difíciles, y eso me hacía sentir menos sola.

La llegada al pueblo fue inminente.

Nadie sabía que vendría, ni siquiera Hansul, la única que me notificó de todo esto. Mi estómago estaba hecho un nudo, las náuseas me golpeaban con fuerza mientras el taxi avanzaba por las calles que conocía demasiado bien. Mis dedos jugaban nerviosos, y mis piernas se movían casi sin darme cuenta.

Cuando el auto se detuvo frente a la casa, mi corazón se aceleró hasta el punto de parecer que iba a estallar. El lugar seguía igual, aunque el desgaste del tiempo era evidente en las paredes desconchadas. Jungkook le pagó al conductor y ambos bajamos nuestras cosas, con la promesa de buscar un lugar para hospedarnos más tarde.

Alrededor de la casa, globos blancos ondeaban en silencio. No había mucho movimiento, lo cual me hizo preguntarme si vería a más familiares. Solo pensar en enfrentar a esa gente de nuevo me producía una sensación de asfixia. Respiré hondo, me coloqué las gafas oscuras, y Jungkook tomó mi mano una vez más. Juntos caminamos hacia la entrada de la casa que, aunque vieja y deteriorada, aún sostenía todos mis recuerdos.

—¿Lena?

La voz de Hansul fue lo primero que escuché al entrar. Me miraba como si fuera una aparición, sorprendida de verme ahí, de regreso en ese lugar que nunca esperó que pisara de nuevo. Aclaré mi garganta, sintiendo cómo la incomodidad crecía a mi alrededor.

—Hola, Hansul.

—No esperaba esto —dijo, con una mezcla de asombro y timidez. Sus ojos se desviaron a Jungkook, y vi el leve sonrojo en sus mejillas—. No después de todo.

—Tampoco yo, pero... solo hice lo que creí correcto.

Sabía que Jungkook estaba incómodo, especialmente estando frente a su exnovia, pero él estaba aquí para apoyarme. Lo que pasó entre nosotros quedaba en el pasado, en este momento todo se reducía a lo que estaba ocurriendo.

—Adelante, están los tíos, los abuelos y... papá...

Un escalofrío recorrió mi columna. Verlos de nuevo, después de tanto tiempo, me generaba un vacío en el estómago. Me mordí el labio y asentí, caminando junto a Jungkook hacia la sala. No quería verlos, no quería enfrentar la familia que una vez me dio la espalda. Pero aquí estaba.

—¿Dónde está ella? —pregunté en un susurro.

—Aquí —respondió Hansul, guiándonos hacia el centro de la habitación.

Cuando entramos, sentí las miradas clavadas en mí, como si fuera un extraño. Mis ojos recorrieron el espacio hasta dar con la abuela Jun, la misma que nunca se cansó de hacerme la vida imposible cuando era pequeña. Pero ahí, al otro lado, estaba la abuela Hera. Mi abuela materna, la única que alguna vez me dio algo de amor, aunque siempre sentí que pudo haber hecho más.

—¡¿Lena?! ¿Es mi pequeña Lena? —La voz temblorosa de la abuela Hera me sacó de mis pensamientos.

Se levantó con dificultad, encorvada por los años, caminando hacia mí con los ojos llenos de lágrimas.

—Hola, abuela...

Me envolvió en un abrazo apretado, el tipo de abrazo que hacía mucho no sentía. No podía tenerle rencor, aunque en el fondo deseé que hubiese podido salvarme de todo aquello. Pero sabía que no estaba en sus manos.

Las lágrimas comenzaron a caer por su rostro, y el dolor que sentí en mi pecho fue casi insoportable.

—Estás tan... grande y tan preciosa. ¿Por qué desapareciste, eh?

—Era necesario — me limité a responder.

—Lo siento tanto, por fallarte, por fallarles a las dos...

—No te preocupes. No era tu responsabilidad. No lo sientas, ¿sí? Yo estoy bien.

Le tomé las manos, intentando reconfortarla, aunque algo en mi interior seguía roto.

—Se fue ella antes que yo... —murmuró, con la voz quebrada—. La perdí mucho antes de que muriera realmente.

Sabía a lo que se refería.

Mi madre se había ido mucho antes de morir, perdida en la depresión y las drogas. La abuela Hera la había perdido cuando su espíritu se apagó, mucho antes de que su cuerpo lo hiciera.

—Ahora podrá descansar de todo —susurré, sin saber si hablaba más para consolarla o para consolarme a mí misma.

De reojo pude observar que papá dudaba si acercarse o no. De mi parte, prefería que no lo hiciera, pero nunca sucede lo que uno quiera, porque venía caminando en mi dirección.

—Lena... ¿cómo has estado?

Apreté los labios, sin saber si responder o no. Jungkook seguía sosteniendo mi mano con fuerza, algo que agradecía en ese momento.

—Bien, ¿y tú?

—No estoy de lo mejor, pero estoy intentando poner de mi parte para remediar todo el mal... no esperaba que tu madre partiera tan pronto, ella...

—¿De qué murió?

—Un infarto fulminante. Su corazón se detuvo por completo, no pudieron hacer nada por ella.

Miré el ataúd desde la distancia. No estaba segura de querer verla, no sabía si era capaz de enfrentar eso. Quizás prefería quedarme con los recuerdos de cuando era niña, cuando ella aún lucía hermosa y radiante, antes de que todo se desmoronara.

—Pudieron cambiar sus vidas... —murmuré—. Pudo haber sido diferente. Podían haberse alejado, buscar una vida nueva lejos de las drogas, de toda esa toxicidad.

—Lo intenté, te lo juro, pero era difícil, hija...

—No me llames así —respondí, cortante. Él me miró sorprendido, para finalmente bajar la cabeza, avergonzado.

—Lo siento. Sé que arruiné las cosas y... perder a tu madre me ha hecho replantear todo... — miraba el suelo — Por eso he decidido que me voy a internar.

Sus palabras me tomaron por sorpresa. Nunca había tenido la voluntad de hacerlo antes. Algo en su tono me hizo pensar que tal vez, solo tal vez, sería diferente.

Tal vez podría tener otro final, otro destino

—Me parece muy bien. Lucha por ti, nada mas que por ti.

Él quería decir más, se le notaba en el rostro, pero yo no estaba para hablar de este tema en particular. Juro que no podía, no podía actuar con normalidad aunque quisiera.

Era asfixiante.

El día del funeral llegó, gris y sombrío. No mucha gente había asistido al cementerio, y el cielo nublado parecía reflejar el estado de ánimo de los pocos que estábamos allí. Mientras el padre daba la misa, levanté la vista al cielo, buscando respuestas, pero solo encontré una capa densa de nubes que amenazaba con romperse en cualquier momento.

Hansul lloraba desconsoladamente, su rostro lleno de dolor, pero yo... yo no podía hacer nada. No sentía nada. Me sentía como un robot, un espectador en mi propio funeral, observando todo desde una distancia emocional. Mientras el ataúd comenzaba a descender, su figura desapareció lentamente hasta que ya no pude verlo más y observé la flor que permanecía en mis manos, flor que no quería ir a depositarla en ese concavo como todos los demás lo hicieron. Y en ese momento, algo dentro de mí se movió. Me levanté, mis piernas moviéndose por su cuenta, alejándome sin decir palabra, bajo las miradas silenciosas de los demás.

Jungkook, siempre atento, llegó a mi lado en cuestión de segundos.

—¿Qué sucede? —preguntó con suavidad.

—No puedo seguir aquí... —susurré, incapaz de quedarme un segundo más en ese lugar que me sofocaba.

—Ya está terminando, aguanta solo un poco más, ¿sí?

Sentí un nudo en la garganta. La culpa de haber arrastrado a Jungkook a este infierno me pesaba en el pecho. —Lo siento. He hecho de tu estadía aquí una tortura.

Jungkook frunció ligeramente el ceño, y luego una sonrisa suave curvó sus labios. —Si estoy junto a ti, no es tortura, bonita.

Hice un leve puchero, incapaz de contener la emoción que sus palabras provocaron en mí. Jungkook era el único ancla que me mantenía a flote en este mar de caos. En medio de todo esto, me di cuenta de una verdad simple pero inmensa: no importaba lo que me faltara en la vida, mientras tuviera a él, a Jungkook, nada mas importaba. Estaba completamente enamorada de él, con cada partícula de mi ser, y eso, de alguna manera, me daba la fuerza para no derrumbarme ni caer.

—Te amo.

—Yo más, mucho más.

A lo lejos vi que Hansul caminaba hacia mí, mientras se secaba las lágrimas del rostro. Su expresión reflejaba el dolor acumulado, pero también la determinación de hablar conmigo. Cuando llegó a mi lado, su voz era un susurro débil, quebrada por todo lo que estaba atravesando.

—No te lo dije antes... pero gracias por venir. A pesar de todos los problemas que podamos tener y sumándole esto, papá estuvo muy feliz por tu visita —dijo, su voz temblorosa. Sabía cuánto le dolía todo esto. Hansul siempre le había dado oportunidades a mamá, siempre la había amado, a pesar de todo. Y ahora, ese amor le estaba costando más que a nadie.

—No me agradezcas —respondí, mirando al suelo—. A pesar de todo, es mi madre, Hansul. Siento pesar de su final, ¿sabes?

Ella guardó silencio por un momento, asintiendo lentamente mientras procesaba mis palabras. Luego, suspiró profundamente, como si cargara todo el peso del mundo en sus hombros.

—También quiero decirte que lamento todo lo que hice. —ahí estaba, lo que quiso decirme apenas me vio y no se atrevió — Siempre he actuado como una niña pequeña, y no tengo control de mis impulsos, pero lamento enormemente haber arruinado una oportunidad de enmendar mis errores contigo. Mi ego se sintió herido y no pensó en nadie más...

Sus palabras resonaron en mi interior, removiendo viejas heridas que creí haber dejado atrás. Miré a Jungkook, que se mantenía en silencio con todo esto y lo comprendía.

—Yo también lo lamento —admití con toda la sinceridad del mundo—. Tu actitud fue por todo lo que sucedió... —incliné la cabeza hacia Jungkook—. Nunca quise que las cosas terminaran así, pero aunque intenté hacer las cosas bien, no lo logré. Te lastimé, y lo siento.

Hansul esbozó una sonrisa pequeña pero sincera. —Jungkook es un buen chico. Siempre tuve el presentimiento de que algo había pasado entre ustedes, sobre todo la primera vez que se vieron.

—Segunda —corrigió él suavemente, sin dejar de lado su mirada seria pero amable.

—Claro, segunda vez —rió Hansul ligeramente—. Pero todo está bien. Sanemos nuestras heridas y seamos felices a nuestra manera.

—Eso es lo que más deseo —le respondí con sinceridad. Mis ojos volvieron a posarse en Jungkook, y una sonrisa genuina, una que hacía días no tenía, se formó en mis labios. Él era mi refugio, mi hogar. —Cuídate mucho, ¿sí?

Hansul me miró con ojos brillantes.

—¿No vendrás nuevamente?

Me tomé un segundo para contemplar el paisaje. Aún no me sentía completamente en paz, pero tal vez, con el tiempo, las cosas cambiarían. Quería creer que sí.

—Puede ser, ¿quién sabe? —dije, sin prometer nada, pero dejando la puerta entreabierta.

Ella sonrió abiertamente y se acercó para darme un abrazo, uno que se sentía completamente distinto a los anteriores. Este era sincero, cargado de una nueva comprensión entre nosotras. Sin disputas, sin dañarnos. Era un abrazo de despedida, pero también de algo nuevo.

Un nuevo comienzo, tal vez.

Miré la flor que tenía en mis manos tras despedirme de Hansul.

—¿Puedes acompañarme antes de irnos?

—Por supuesto, amor.

Le pedí a Jungkook que me acompañara al lugar donde mamá había sido sepultada. El cementerio estaba vacío ahora, lo que me daba la tranquilidad que tanto necesitaba.

—Hola mamá —empecé, con la voz temblorosa—. Hace años que no venía por aquí, y no esperaba hacerlo en tú funeral. —Hice una pausa, respirando hondo—. Él es Jeon Jungkook, mi novio. Es un excelente chico, y me hace muy feliz. Una felicidad que no sentía hace muchísimo tiempo.

Las palabras salían solas, pero cada una de ellas pesaba en mi corazón.

—Siempre deseé que me acompañaras en todo... Contarte de mis cosas en mi adolescencia, hablarte sobre un chico, compartirte cómo alguien ha logrado cambiar mi perspectiva de la vida. Pero no pudo ser, y creo que siempre lamentaré haber perdido a mi madre hace tantos años atrás.

Las lágrimas, que había reprimido por tanto tiempo, finalmente empezaron a brotar. Era inevitable. Lamentaba tanto no haber tenido una madre que se preocupara por mí, que estuviera presente. Lamentaba como había terminado todo.

Como había terminado ella.

—Te perdono —dije al fin, con la voz rota, pero aliviada—. Te perdono de todo. No quiero vivir con resentimientos el resto de mi vida. Quiero cerrar este capítulo y decir que te perdono. Descansa en paz, Areum.

Lancé la flor hacia su ataud cuando terminé de hablar. Era necesario esto, no podía irme sin decir todo aquello.

Jungkook permaneció en silencio a mi lado mientras las lágrimas seguían cayendo. No me apresuraba ni intentaba detenerlas. Simplemente me acompañaba en mi dolor, en mis despedidas, con la misma calma que siempre había tenido conmigo. Cuando al fin logré calmarme, me giré hacia él, sintiendo que por primera vez en mucho tiempo podía respirar sin ese peso en el pecho.

—¿Lista para irnos? —preguntó con suavidad y en sus ojos destilaba la comprensión absoluta.

Miré la tumba una última vez. Ya no había más palabras que decir. Todo lo que había guardado por años, lo había dejado aquí. Estaba lista para continuar.

Asentí lentamente, sintiendo una paz que no había conocido en tanto tiempo. Tal vez, por primera vez en mucho tiempo, tenía esperanza de que las cosas podían mejorar.

—Sí, vámonos a casa —respondí, tomando su mano con fuerza, pero esta vez no por necesidad, sino por gratitud.

Una enorme sonrisa se extendió en mi rostro, una sonrisa que no podía detener. Caminamos juntos hacia la salida del cementerio, y en ese momento, sentí cómo una parte de mí, que había estado rota durante tanto tiempo, comenzaba a sanar.

Es un capítulo algo especial, por así decirlo, porque era necesario que nuestra Lena tuviera un momento de paz consigo misma y era perdonando a alguien que le hizo daño.

Ya estamos próximos a finalizar esto y gracias por seguir añadiendola a sus bibliotecas 😭🫶🏻.

No he estado muy activa por aquí y lo lamento... estoy vibrando bajo

Pero son momentos depresivos que siempre me dan (aunque ahora ha perdurado un poquito más) PERO ESTAREMOS BIEN PORQUE HOBI VUELVE A CASA 🧚‍♀️.


Nos estaremos viendo pronto y si leen revenge, se vendrán capítulos nuevos 👍🏻😼.

Las amo ❤️.

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