Capítulo Dos:
Sus ojos se mantenían cerrados, la brisa de esa tarde era sin duda una cargada de risas de niños pequeños corriendo de un lado a otro con sus juegos, de hombres trabajando para poder hacer la vida de la aldea más llevadera. JungKook en cambio solo recostaba su espalda al tronco de aquel gran árbol dejándose llevar por los sonidos y pequeños rayos de sol que molestaban sus ojos cerrados.
Una melodía comenzó a sonar acompañado de una lira que habían hecho con unas cuerdas y madera vieja. El chico de cabellos rubios tocaba esta mientras era acompañado por su voz. JungKook supo que su amigo no había ido solamente a tocar música. Recuerda como Jimin siempre quiso ser músico, cantar para los demás sin embargo, solo los de la casta número cinco podían tener ese título, mientras que Jimin y JungKook eran solo de la casta número ocho, mendigos.
—Yo envidio a los árboles. —habló JungKook en el momento que sintió la música terminar.— Debe ser bueno simplemente echar raíces y observar desde lo alto todo. No necesitan pasar tanta hambre, enfermarse o sentir.
—Solo a ti se te ocurre eso. Los árboles son solitarios.
—Nosotros también lo somos, Jimin. Somos tan o más solitarios que ellos. Sin embargo, no les agradecemos por todo lo que hacen por nosotros. —JungKook notó que su amigo no entendía mucho sus palabras y comenzó a reír.
Jimin era un chico alegre, con sus cabellos rubios daba a pensar en el sol. Por eso JungKook siempre le dijo que mientras para todos, era el sol que alumbraba, entonces él sería la luna que tomaba su oscuridad. Siempre cuidaría de Jimin.
—Algún día haremos una casa en este lugar. Una muy grande y viviremos los dos.
—Olvídalo. Yo me casaré y no viviré contigo. Das miedo JungKook. —respondió Jimin con una falsa mueca en sus labios.
—Eres tan grosero. —JungKook observó la mirada dolida que su amigo le dio.
Los gritos que se escucharon alarmaron a ambos jóvenes, sin comprender muy bien la situación JungKook fue el primero en bajar corriendo aquella pendiente, Jimin en cambio con su miedo solo podía caminar pocos pasos y de forma lenta. Por supuesto que sería JungKook el primero en llegar y ver el desastre en el que se había convertido su hogar. La aldea estaba siendo destruida, quemada y los aldeanos eran aprisionados. Algunos se encontraban tirados en el suelo ya muertos. La guardia real tenía la orden de destruir todo el lugar y conseguir así la expansión de todo el reino.
—¡Señora Song! ¡Abajo! —gritó JungKook al ver como un guardia levantaba su espada preparado para atacar a la pobre mujer que cubría con su cuerpo a sus hijos menores.
Sin embargo, fue demasiado tarde cuando JungKook logró ver aquella espada rasgar la espalda de la adulta mujer provocando que cayera sobre los diminutos cuerpos. El pelinegro gritó, lloró y maldijo al imperio de Joseon pero con valentía tomó una de las espadas dejadas en el suelo y se lanzó sobre aquel hombre preparado para matarle y cargar con ese pecado. Fue una lucha exhausta, las espadas chocando, los llantos de niños, el olor y humo a todo quemado.
—¡JungKook, detrás de ti! —está vez fue Jimin quien gritó revelando así su lugar de escondite.
Lo siguiente que sucedió logró arrancarle el corazón de JungKook de su lugar y volver a ponérselo. Su amigo, aquel que siempre sonreía desde que se conocieron acababa de ser herido por las manos ensangrentadas de un guardia. El rostro pálido del joven rubio ahora mostraba un corte que le cubría los ojos, la sangre brotaba de la herida. Una verdadera masacre, JungKook no pudo soportarlo más y siguiendo las órdenes del líder de la aldea tomó a Jimin y corrieron huyendo. Eran en total treinta hombres los que habían logrado huir, Jimin no paraba de gritar y cubrir su rostro, JungKook en cambio solo pensaba en algo: cómo matar al rey Gojong.
Ya no eran simples mendigos, ahora eran rebeldes, estaban en contra del emperador y eso era un castigo pagado con la muerte. Habían logrado huir a las montañas, viendo en el camino como las llamas aumentaban y los guardias decidían retirarse después de todo ¿qué podían hacer unos pocos rebeldes? Por supuesto que ellos no sabían que su peligro no eran treinta hombres sino uno solo, Jeon JungKook.
[...]
El dolor de aquel día quedo grabado en la mente de todos, pero sobre todo en la del joven pelinegro que había visto como su amigo con el paso de todo un año logró vivir, seguir igual, con la diferencia que su hermoso rostro había sido dañado y su vista ahora no era más que una oscuridad inmensa. JungKook se culpaba, no había podido quitar la oscuridad del mayor sino agrandarla a pasos agigantados.
—Solo estoy atascado. No es como que sea tan malo. —habló Jimin levantando su mano en busca de JungKook.
—Si hubiéramos sido de la casta tres o dos podría haberte curado, podrías ahora ver.
—Todo pasa por algo, JungKook. Se llama destino.
—Tenías tus planes, podrías haberte vuelto músico. —eso era lo que más le dolía, desde hacía un año Jimin no había vuelto a cantar o tocar su lira. No tenía ánimos para eso.
—Los planes pueden cambiar. No es tan malo lo que pasó, piensa en las luciérnagas, ellas vagan durante la noche en busca de consuelo y solo pueden ver lo que su luz les permite. Son usadas por los demás y sin embargo, nunca les dan las gracias y solo las dejan morir cuando no dan más luz.
—Te traeré un regalo hoy. Uno caro y que no necesitarás ver para poder saber que es. —Jimin sonrió, JungKook también lo hizo. Se sentía feliz por la alegría de su amigo.
Durante ese torpe año cargado de miseria, JungKook había pensado en todo. Sabía que ese año la única hija del rey cumpliría diecisiete años, edad suficiente para casarse y la boda se llevaría en pocos meses más, pero para ello debían hacer un viaje para que los novios se conocieran. JungKook sabía que debían cruzar la frontera, cargados de cosas valiosas que podrían ayudar a los pocos hombres que aún vivían. Al mando del pequeño ejército JungKook tomó el caballo que meses atrás había robado de unos ricos viajeros. Era un plan elaborado y listo para poner en marcha.
Desde lo alto de una montaña pudo observar la escolta real y sabía que debía ponerse en su lugar. Los hombres que se mantenían tras él esperaban ansiosos cualquier señal, listos para matar a todos los guardias que pudieran.
—¡Vámonos! —gritó cuando estuvieron lo suficientemente cerca para atacar.
Los guardias reales no se dieron cuenta hasta el momento en que ya tenían los rebeldes encima de ellos. Una flecha fue la primera en romper el silencio consiguiendo incrustarse en el pecho de uno de los guerreros quien cayó de su cabello. La joven princesa gritó cuando uno de los rebeldes se acercó a ella robando su paquete de seda. JungKook, sin embargo, sonreía al notar la pequeña falsa de dicha joven, él siempre se quedaba en lo alto y con sus ojos miraba todo, por lo que en el momento que sintió era el momento justo dio la nueva señal para la retirada no sin antes cubrir su rostro con un pañuelo desgastado. Con solo diecinueve años JungKook era ya todo un guerrero, sin embargo, no contó con que su plan saliera tan bien.
En el momento que bajó de aquella pendiente fue seguido por uno de los guardias quien al parecer notó su escondite sabiendo que era la cabecilla de aquel grupo. JungKook disparó una flecha mientras apresuraba al caballo, aquella flecha no logró su cometido siendo esquivada por el guerrero tras él. Era un hombre alto, de cabellos castaños atados en una coleta alta, sus ropas eran azules y una banda adornaba su frente. JungKook dio nuevamente la órden de retirada y huyó en una dirección contraria para despitar al enemigo quien se negaba a darse por vencido y continuó cabalgando tras el pelinegro.
JungKook sabía que sería alcanzado por lo que dejó de luchar inmediatamente, listo para que aquel hombre lo atrapara, pero por supuesto que no sería tan fácil su derrota. JungKook se lanzó fuera del caballo y en momento que cayó al suelo polvoriento, tomó su arco y flechas y disparó a una de las patas del caballo enemigo consiguiendo así que el guerrero de cabellos castaños cayera a poca distancia de él, rodando hasta golpearse con una de las rocas. »Es suficiente.« pensó JungKook mientras se acercaba al hombre en el suelo, sin embargo, no esperó que aquel chico tomara su pierna provocando que cayera a su lado.
Ambos jovenes rodaron, JungKook no podía creer que aquel chico estuviera aún consiente, se había golpeado con una piedra, podía ver la sangre correr por un costado de su frente, sin embargo, aún estaba de pie y sonriendo. Aquella sonrisa cuadrada captó la atención del joven rebelde quien había dejado de pensar en que se encontraba bajo el cuerpo de aquel hombre.
—Tú eres quien lideró el grupo de rebeldes ¿verdad? Eres quien nos ha estado vigilando. —preguntó el castaño a pesar de saber la respuesta.—Eres el cabecilla.
Sin pensarlo más, el guerrero tomó aquel manto que cubría el rostro del chico bajo él y lo retiró dejando así a la vista un rostro que lo cautivaría completamente. JungKook a pesar de tener el rostro sucio del polvo mostraba una mirada fiera en sus ojos, sus labios siendo mordidos por sus dientes y sus cabellos negros se habían desatado de su trenzado. Taehyung, el guerrero (a quien JungKook había seguido días atrás en busca de información) se encontraba mirando al pelinegro quien con sumo cuidado movió una de sus manos hasta tomar una piedra que se encontraba cerca de su cuerpo y con fuerza golpeó la frente del hombre alto quien finalmente terminó desmayado.
—No te dejo morir, porque eres más valioso que un paquete de seda cargado de finas joyas.
[…]
—Oye, ¿eres de ese grupo de rebeldes de la montaña Gaori? —preguntó el castaño y JungKook podía decir que maldecía haber traído a ese hombre al final. —Te estoy hablando.
JungKook en cambio continuaba sobre su caballo mientras tiraba de la cuerda que había atado alrededor del cuerpo del guerrero, quien guiaba como podía a su caballo intentando no caer.
—¿Entiendes mi idioma? ¿Sabes hablar? ¡Oye!
—¡Cállate! —listo, aquel hombre había conseguido enojar a JungKook en menos de diez minutos.
—Es que me aburro ¿sabes? Me estás llevando atado a quien sabe donde y ni siquiera me dices porqu3. ¿Me dejarás libre?
—Vuelves a hacerme la misma pregunta por tercera vez y juro volveré a tirarte del caballo y dejarte solo.
—No entiendo que quieres de mí. Solo soy Kim Taehyung un oficial de clase baja que está a cargo de escoltar a la princesa.
—Eres de la casta número dos y sé cómo sacarte tando dinero como si tuviera al hijo del rey Gojong. —Taehyung parecía desconcertado y JungKook pensó en lo tonto que era ese hombre.— La princesa que ni siquiera se preocupó por ver como mataban a su doncella y haber perdido su paquete de seda se veía muy afectada por lo que le sucediera a cierto guardia. Lo vi todo.
—Solo le conozco de vista. He vivido en el palacio desde que nací por lo que es obvio que también se preocupe. Aunque soy un chico muy guapo, no la culpo por enamorarse.
—Mejor aún, tu cara es atractiva. Ganaré mucho dinero.
—¿No hay forma me dejes ir? Si tuviera al menos mis manos libre podría persuadirte muy bien.
—Hombre asqueroso. Si corto tu lengua bajaría tu precio por eso no lo hago. —habló JungKook acercándose al castaño y pateando su pecho haciendo que este cayera del caballo.
—Tan lindo y tan grosero al hablar. Pero sí, no soy un simple guardia. Soy el capitán de la guardia real del palacio YeongJu.
—Sí y ahora estarás conmigo hasta que me canse, joven Taehyung.
El castaño no entendió muy bien aquellas simples palabras hasta que sintió su cuerpo adormecerse y observar el dardo que había sido clavado en una de sus piernas sin darse cuenta.
JungKook sonrió y Taehyung durmió.
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