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Pasando La Noche


Un monstruoso color egeo se expande allá en lo alto, son como raíces negras envolviendo las nubes, ruge con hambre y devora todo a su paso; una tormenta se acerca.

¿Qué podría ser más peligroso? Opción A: morir siendo devorado por cientos de foráneos. Opción B: ser partido a la mitad por un rayo de más de 15 millones de voltios. Pregunta equivocada, empecemos de nuevo.

¿Qué opción es mejor?

¡Definitivamente un rayo sería lo mejor!

Más del 90% de los seres humanos tomarían la opción C: esconderse y vivir.

Pero no es como si Rasmush fuese normal. De todos modos, no es como si tuviera derecho a morir.

¿Desde cuándo es así?

─ Uhh, esto es frustrante. Es una tragedia, vamos hombre, incluso los perros temen de un trueno. A este paso, no podré comer algo decente. No es divertido.

Tras su paso un sendero de líquido carmesí marca una línea gruesa, el foráneo en su mano no es peligroso. No se mueve desde antes de que el monstruo en el cielo haya empezado a rugir.

Su estómago también ruge, las tripas exigiendo algo delicioso y fresco, algo caliente que lo sacie.

La tormenta no será de mucha ayuda, no tiene ningún sentido seguir arrastrando al foráneo. Es peso muerto para Rasmush.

Desde un principio no fue buena idea haber venido, se dejó llevar por un minúsculo sentimiento de añoranza y por haberlo seguido se encuentra en la situación actual. No es como si estuviese perdido, para nada, recuerda ese barrio como la palma de su mano, sus primeras memorias están ahí. Ahora por una foto pasará hambre las siguientes próximas horas, la tormenta no dio una advertencia, o quizás sí lo hizo pero ya no hay expertos en el clima pasando por la televisión como para saberlo.

Hoy en la mañana consumió su último suministro de emergencia, podría ser peligroso.

Viendo las casas alrededor, el hambre pasa de ser un problema para Rasmush y despreocupado se encoge de hombres.

Los foráneos tomaron el país hace 1 año y 4 meses, algo decente debe haber aún en estas casas pequeñas y descoloridas.

Rasmush tiene para escoger, pero camina a una casa en particular en medio de todas ellas, juzgando por la apariencia de la entrada principal, esta no se ve mejor ni tiene pinta de haber alguien adentro, es la segunda vez en lo que lleva del día que permite que una emoción tome decisiones. O bueno, lo habrá hecho inconscientemente.

Tal vez no.

El patio trasero es de tierra, lo cubre la naturaleza llenándolo de puntos púrpuras, las raíces se extienden hasta donde empieza el muro de concreto, un sitio encantador; el propio jardín del edén en el infierno. El diablo se esmeró en esa casa en particular, lo que le resulta extraño, esa casa amarilla no estaba así la última vez que la vio.


Rasmush pensó "¿Dónde se encuentra Adán o Eva?".


Agudizó el oído sin detenerse, no había una partícula de temor en su cuerpo, el temor debería sentirlo el jardinero del Edén.


Y como si fuese de una vieja y barata película de terror, un relámpago iluminó el vidrio de la máscara antigas, dándole un aspecto horroroso en cuanto cruzó el umbral de la puerta trasera.

Lo recibió un pequeño salón. Nada fuera de lo común, de no ser lo limpio que estaba. Definitivamente, alguien estaba viviendo ahí. Pero no lo veía por ninguna parte, ¿lo habrá visto llegar? Era de esperarse, no fue silencioso. O, ¿lo estará esperando oculto en algún rincón?

─ Oh pequeña rata, ¿dónde puedes estar?

Rápidamente oscureció, puede apostar que falta muy poco para la noche, además, esas nubes monstruosas lo hacen todo más oscuro, más frío.

Los cuadros en las paredes reflejan la vivencia de una familia grande, el antes y después de una pequeña niña, la menor de los hermanos, consentida como ninguna.

Un reluciente adorno de mesa, carente de cualquier tipo de comunicación. Eso era. Eso fue. Encajando perfectamente en un espacio pre establecido desde mucho antes de ser creado. Tanta belleza, pero sin piernas para caminar.

Una rata lamentable.

Rasmush no encontró ninguna emoción viendo esas viejas fotografías colgadas en la pared. Ni cuando en una de ellas, la más pequeña, y casi oculta, salió acompañando a la favorita de los Karlsoon en su ceremonia de preescolar.

Unos latidos.

Una respiración.

Y un lastimero gemido roto.

Se escucharon del cuarto principal.

No era necesario ocultar su presencia, tan claro como la tormenta que se avecina, la rata que se esconde ya espera por su presencia. Y Rasmush sabe por dónde empezar a buscar, sólo tiene un sintió en mente y se dirige hacia allí como si conociera esa casa de memoria.

Lo cual no está tan alejado de la realidad, pero no es esa la razón.

La gruesa suela de sus botas militares pisan con fuerza contra el suelo, como un pequeño elefante avisa su proximidad al desconocido. El ruido de sus pisadas emocionadas no perdura mucho, no le ha tomado más de cuatro pasos llegar hasta el marco de la puerta inexistente y sostenerse con una mano.

Con la otra mano retira la cortina pálida y una nube de talco para bebé lo recibe, no ve mucho más allá de sus narices pero su vista es tan aguda como la de un halcón.

Pero no es algo que debería saberlo el dueño de la casa.

─ Talco... No es una mala estrategia. Pero no has tenido en cuenta en tu patético plan el uso de máscara, ¿verdad, Amelia? Subestimar al enemigo trae consigo la muerte, ¿tus padres no te lo enseñaron? ─ El tono de su voz no era amistoso, Amelia lo supo con solo ver su vestuario.

Negro.

Todo en él era negro.

El negro significa peligro.

─ ¿¡Qué haces aquí!? ¿¡Y quién eres!? ¡No! ¡No me interesa quién seas, no sabes nada mí, vete, llévate todo lo que quieras! ─ Asustada la rata derramó todas las lágrimas que había estado reteniendo con tanto esmero, retrocedía al gritar, viéndose ahí tan pequeña y asustadiza, huyendo de su depredador.

─ ¡So-solo vete, llévate lo que quieras pero...! ¡Pero no-no me hagas daño! ¡Vete! ¡Vete! ¡Vete! ¡Ve-vete, por favor!

¿Su estrategia era llenar el cuarto de talco y luego, luego llorar como un niño haciendo berrinche, lanzando peluches como si fueran granadas?

Sus alaridos eran insoportables.

Rasmush le miró con cansancio a través de las lentillas de la máscara, y como si fuese terrorífico, Amelia gritó aún más fuerte. Viró los ojos alrededor de la habitación y después giró todo el cuerpo saliendo de ahí.

Sin detenerse a pensar en el aspecto que presentaba la menuda chica, salió por la misma puerta trasera, sólo para ser recibido por la lluvia como una graciosa broma de la naturaleza.

Delgada, al punto de verle los pómulos marcados.

Tan pálida como la reencarnación de la anemia.

Atribuyó no haber sido golpeado directamente en el rostro por sus juguetes a la mala visión de tener un sólo ojo abierto. El otro, morado e inchado, reacio a ser abierto después de haber recibido quién sabe qué golpe.

Unos labios agrietados y partidos, aparentaban ser mordidos hasta el cansancio, siendo represa de un caudal.

Bolsas negras por no haber dormido desde quién sabe cuántos días. Demostrando soledad y locura.

Miró el cielo, preguntándole a todo dios que quiera escucharle, ¿qué debería hacer exactamente?

Los lloriqueos de la chica fueron opacados por los truenos y relámpagos, permitiendo que más de un sobreviviente sueñe despierto.

─ Hasta los perros se refugian del agua.

La máscara antigas con las lentillas opacadas, fue olvidada al lado de la puerta. A su lado le acompañó una mochila y sus filosas espadas corta dobles.

Sólo cuando estuvo limpio de cualquier "peligro para la rata", regresó a esa habitación. Ya sin la nube de polvo blanco, Amelia pudo reconocer el rostro de su intruso. Por si fuera poco o quizás, no lo haya reconocido aún, Rasmush se sentó en la cama, adquiriendo una posición de poder ante ella que estaba en el suelo con la pared en su espalda.

─ ¿Qué... Qué piensas que haces? ─ Preguntó y su voz se escuchó demasiado lastimada para el gusto del chico; Amelia tenía marcas de estrangulamiento.

─ Pasando la noche, acostúmbrate.

Y de haber estado preocupado, nunca se sabrá, a menos que encuentre el valor de preguntarle.
































































Personajes del capitulo:

Rasmush Meyer


Amelia Karlssoon

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