Capítulo 11: "No deja de doler"
El trayecto a casa fue en absoluto silencio, en parte porque Manuel aun no asimilaba del todo lo que estaba ocurriendo y en parte porque Carolina pensaba que el momento solo ameritaba silencio.
Cuando Manuel estacionó en el subterráneo del edificio, fue cuando Carolina decidió hablar.
—¿Cómo te sientes? —preguntó con voz dulce.
—Se va a M-Morir. —afirmó Manuel a media voz. Y entonces paso. Se quebró. Se rompió, se vino abajo. Comenzó a llorar, a llorar de verdad, lloraba por él, por ella, por su vida, porque creía que todo era tan injusto, porque no lo podía creer, lloraba porque su vida se había desplomado con esas 2 palabras y porque aunque quisiera ya no podía hacer nada. Lloraba por lo que se iba, pero porque no se había ido aun. Lloró, lloró como lloran los niños pequeños. Carolina lo atrajo así si y lo dejó llorar apoyado en su pecho, lo dejó llorar hasta que él se quedaran sin lágrimas, hasta que decidiera que ya había llorado suficiente o hasta que se quedara dormido cansado de tanto llorar, lo dejó llorar sin pronunciar palabra alguna, solo pasaba su mano repetitivamente por su cabeza y su espalda que reposaban en su pecho.
Él lo agradeció, no hubiese pedido algo diferente, en eso momentos solo necesitaba llorar hasta secarse, llorar hasta que comprendiera que era verdad lo que estaba pasando o hasta que la vida se apiadara de él y lo dejara partir primero.
Pero no pasó.
Media hora después él al fin había dejado de llorar y el vestido champan de ella estaba mojado por las lágrimas de él. Cuando las lágrimas dejaron de caer por los ojos de él, se recompuso y tosió levemente.
—Gracias por acompañarme, Caro. —dijo a media voz.
Cualquiera que lo hubiese visto en ese momento lo habría detectado, él también estaba muriendo, muriendo no porque se estaba quedando sin oxígeno para respirar, no, él se estaba muriendo porque la angustia, la frustración y la melancolía lo estaba matando.
—No hay nada que agradecer Manue, vamos a mi apartamento te haré un té.
Él solo asintió, por momento sentía que estaba perdiendo las fuerzas y que se estaba desboronando de apoco. Se bajaron del BMW y caminaron hasta el ascensor, ella presionó el botón del octavo piso del edificio y esperaron que este ascendiera. Cuando llegaron a su apartamento ella abrió la puerta para que él pasara y lo invitó a sentarse en el sofá mientras ella le preparaba el té.
Mientras lo hacía, revisó su celular y vio que tenía 2 WhatsApp: 1 de Daniel y el otro de Lukas –obviamente-, respondió a ambos sin leerlos con un cordial: "te escribo mañana, las cosas están un poco difíciles ahora."
Envió el mensaje y continúo con la preparación del Té para Manuel. Cuando volvió a la sala, él estaba sentado en el sofá con los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás, se le veía débil y altamente vulnerable en aquella posición.
—Manue, aquí tienes. —Dijo mientras le tendió la taza. —toma un poco, eso te ayudará.
Él se lo tomó en silencio, cuando terminó puso la taza de té en la mesa de vidrio que estaba allí y respiró hondo. Carolina iba a hablar cuando él se le adelantó.
—Ella ha sido mi madre desde que lo recuerdo, desde que vine a este mundo ella ha sido mi madre. —afirmó a media voz. — mi madre bilógica era su hermana menor y falleció durante el parto, murió de una de esas enfermedades que dan en el los partos, mi padre nunca me lo perdonó, para él yo había matado a mi madre, me odiaba como a nadie en la vida y no se quiso hacer cargo de mí, sino que optó por mudarse al otro del mundo, a China, pensó que en la lejanía sería más fácil olvidar a mamá y de ese modo evitaría verme y así sentiría menos dolor. — Tomó aire pausadamente y lo expulsó por la boca. — Mi tía Gretel, se hizo cargo de mi como si yo fuese su propio hijo, se encargó de mi como lo hace cualquier madre, aun cuando ella nunca quiso formar una familia, me adoptó a mi como a su hijo, me acompañó al colegio, cuido mis heridas, veló por mis sueños, cuido mis refriados, toleró mis crisis adolescentes, me mandó a la universidad y me dio trabajo en la firma, ella siempre ha estado allí para mí, siempre ha sido mi polo a tierra, es mi madre Caro, mi mamá. — y una vez más se rompió las lágrimas caí de nuevo por su mejilla. — Y ahora se está muriendo, tiene un maldito cáncer que la está comiendo por dentro, que la hace sentir dolor y ¡Dios mío bendito! Lo más jodido de todo es que yo no puedo hacer nada, nada aparte de esperar el momento en que parta y...y, y-yo tengo miedo, estoy aterrado, no puedo imaginarme mi vida sin ella, no quiero verlo, no quiero vivir aquí, si ella no está; tengo miedo de que de repente cuando ya no esté, la olvide, olvide su voz, su olor, su rostro, tengo pánico de olvidarla cuando ya no la vea más, estoy que me muero del miedo al saber que ella está muriendo y que ya no la veré más, porque Dios sabe que la amo y que no deseo por nada en la vida que muera, es más preferiría morir yo en su lugar, pero ¡Joder! No puedo hacer nada y eso es una mierda.
A esas alturas ya Manuel era un mar de lágrimas y quejido, ella lo envolvió en un abrazo, le dio uno de eso abrazos que te dicen que esa persona que te lo da, estará para ti mucho tiempo, uno de eso abrazos de los que nunca quieres huir, de esos abrazos que sin decir un palabra te lo dicen todo, un abrazo de esos en los que recargas tu corazón con los latidos del otro, un abrazo como pocos se dan en la vida.
— Lo sé, lo entiendo, yo sé bien que se siente. —dijo ella en un susurro.-Pero créeme cuando te digo que aunque pasaran 300 años, nunca la olvidarás, no olvidarás su voz ni aunque lo intentarás, no olvidarás su rostro aunque quisiera y sobre todo, nunca pero nunca, la podrás olvidar a ella, las cicatrices que deja la muerte nunca se curan, no las cura el tiempo, no las cura las cosas buenas, no las cura las personas que quieres, no las cura nada. No se aprende a vivir con ellas, se aprende a ignorarlas, aprendes a asimilar el dolor que produce cuando te la lastimas y Dios sabe que se lastiman con frecuencia.
Manuel alzo la vista y la miro atónito, la miro con su rostro bañado de lágrimas y vio en sus ojos, el mismo dolor que él sentía en ese momento, ella lo entendía, en serio lo hacía. Fue en ese momento cuando descubrió que ella había vivido una experiencia parecida con anterioridad.
—¿Cómo sabes eso Carolina? — pregunto él a media voz, ahora con su cabeza apoyada sobre las piernas de Carolina, se quedó así mientras ella le pasaba constantemente la mano por el cabello, acostado allí se sentía seguro, se sentía en su casa, en su hogar y hacía mucho que no se sentía así. Ese pensamiento se afianzó en cuanto Carolina comenzó a hablar.
—Cuando mi mamá y mi hermana Alexa se mudaron a esta ciudad desde el país suramericano, lo hicieron porque estaban huyendo. Huían del dolor, de la melancolía que les producía en sus corazones, la ausencia. —una sonrisa melancólica se formó en el rostro de Caro, quien no dejaba de pasar sus dedos por el cabello de Manuel, como si hacer eso le diera fuerzas para traer a colación ese recuerdo, como si eso le aligeraría el nudo que se formaba en su garganta. —Tenía un hermano, se llamaba Philip, era mi hermano menor y el único varón de los hijos de mis padres, a Philip le gustaba mucho la equitación de hecho a sus 10 años ya era un jinete profesional, mi padre siempre lo presionó para que jugara fútbol, pero él siempre decía que no le veía la gracia a corres detrás de un balón por 90 minutos, que eso no le generaba adrenalina alguna, en cambio montar su caballo y correr como el viento, eso sí era emocionante. —ella tenía una sonrisa melancólica en su rostro, mientras recordaba las palabras del pequeño Philip. —éramos muy unidos, Alexa, Philip y yo. No nos llevábamos demasiados años, y eso contribuía a que nuestra relación fuera muy buena. Ese día, iríamos a cine, yo había perdido una apuesta con él y tenía que llevarlo ver una de esas horrorosas películas de sangre y ciencia ficción cuando regresara de su entrenamiento del club de equitación. Estaba en mi habitación cuando el salía y se detuvo antes de irse para burlarse de mí y para decirme que no íbamos a cambiar de película que veríamos esa aunque a mí no me gustara, porque él había ganado, me dio una de sus sonrisas arrebatadoras y me guiñó el ojo con cariño mientras me decía que estuviera lista para cuando volviera. —ella se detuvo, hablar de Philip la afectaba. — papá y yo habíamos discutido porque él ya había determinado que nos devolveríamos para Alemania y yo, no quería devolverme, me gustaba mi vida en Suramérica, yo estaba muy molesta, supongo que si hubiese sabido lo que iba a pasar no me hubiese molestado por eso, supongo que solo no somos adivinos y que no ver el futuro nos imposibilita mucho las cosas; me estaba cambiando cuando Alexa cruzó la puerta llorando, me dijo que papá y Philip habían tenido un accidente y que habían muerto, pero yo sencillamente no podía creerlo, no podía ser verdad, yo iría con mi hermano al cine y no, no podía ser que estuviera muerto, mis siguientes recuerdos son un poco borrosos, supongo que eso lo produce el dolor, yo estaba allí en la funeraria y luego en el sepelio pero no estaba realmente, seguía esperando porque papá y Philip llegaran, que volvieran sonrientes y emocionados por las prácticas de Philip. —una lágrima se escapó de sus ojos y rodo solitaria por su mejilla, ella tomo aire y prosiguió a media voz. —cuando los ataúdes estuvieron bajo tierra fue cuando comprendí que habían muerto realmente y me sentí desolada, sentí que me moría con ellos, me dolía, el alma, me dolía la vida, porque mi hermano era demasiado joven, porque había discutido con papá y no le había dicho a ninguno de los dos que los quería y porque por culpa de un inconsciente borracho, ahora ellos estaban muertos; no sé cómo las personas dicen que perdonan a sus victimarios, yo no soy capaz, no doy, no puedo, me arrepiento y le pido a Dios perdón por no poder perdonar al maldito borracho, pero es que no puedo, ¡Dios sabe que no!
—Yo tampoco podría. —Coincidió él a media voz.
—Los meses siguientes fueron espantoso, en mi casa la sensación de que ellos aparecerían era incomprensible, seguíamos esperando que volvieran a casa, que mi papá nos obligara a marcharnos o que Philip peleará con Alexa por cualquier cosa, seguí pasando por los parques que frecuentábamos con la esperanza de verlo allí, fui a su heladería favorita y pedí dos helados como los que a Philip le gustaban porque quería verlo, quería sentirlo cerca, incluso aprendí a montar caballo, solo para sentir que no lo estaba olvidando, para sentirlo cerca de mi todo el tiempo. En los meses que siguieron las cosas no se hicieron más fáciles, seguía recordándolo, lo recordaba por una película por una marca de comida, por un comercial, por cualquier cosa, lo veía en mis sueños y por los pasillos de la casa, lo sentía susurrarme al odio una broma para Alexa o presumir por sus habilidades con el caballo, lo sentía volver con papá y lo veía todos los días con la sonrisa que lo vi la última vez. —A esas alturas las lágrimas salían por montones. — ¡Dios sabe que los extrañaba a morir!, vi su tonta película, jugué sus tontos videojuegos, miré las estrellas como tanto le gustaban y pensaba en él, lo hacía a diario. Y en la casa el fantasma de papá paseaba en pantalón corto y suéter blanco con un vaso de limonada helada, mientras maldecía el clima de ese "infernal" país. Todo en el país, en la casa, en la escuela nos los recordaba y nos hacía lastimar vez tras vez la misma cicatriz. Con el tiempo mamá y Alexa decidieron huir de ese lugar que las estaba matando de a poco, huyeron a un lugar donde ellos no estaban, pero yo no, no podía, me quede hasta que cumplí 15 años, me quede 3 años después de su muerte en ese país, porque temía que si me iba los olvidaría, temía que si me marchaba nunca más recordaría sus voces o sus rostros, o no percibiría sus olores, yo no podía irme de donde estaban ellos.
—¿Entonces porque estás aquí? —Preguntó Manuel.
—Porque lo comprendí.-dijo a media voz, mientras secaba sus lágrimas. —de repente comprendí que ellos no estaban en una parte, que permanecían inmortales en mi memoria, que mientras yo los recuerde, ellos estarán vivos sin importar donde este yo o donde estén ellos. La gente no se muere porque deja de respirar, se mueren cuando se dejan de recordar y yo sé que nunca los dejaré de recordar, No, NUNCA JAMÁS. Los llevaré conmigo por siempre y la cicatriz de su muerte me la lastimaré varias veces, en sus cumpleaños, en sus fechas de muertos o sencillamente haciendo cosas que a ellos les gustaban, los extrañaré y los extraño, pero está bien porque así los recuerdo y me gusta recordarlos, me gusta ir a montar caballo y me preguntó con frecuencia si Philip lo haría aun si viviera, cuando veo a los chicos como él, me lo imaginó, imaginó su sonrisa, su guiño, me lo imaginó a él. Han pasado 8 años, casi 9 ya, desde que ellos se fueron y una vez al año los extraño con más intensidad, los extraño a morir, pero está bien, se me permite recordarlos, se me permite sentirlos más cerca de mí que nunca y aunque hay un océano entero entre sus restos y yo, los siento cerca, porque ellos están en mi memoria, están tatuados allí por siempre, nunca podría olvidarlos, ni aunque quisiera, no puedes olvidar a alguien que amas, a alguien que te cambia la vida.
—¿Nunca la olvidare, cierto? —pregunto Manuel.
—No.-contestó convencida. — Nunca lo harás, ella estará en tu memoria y merodeando a tu alrededor como si aún vivieras, todo el tiempo que la recuerdes y ya verás que hay muchas formas de recordarla.
—Le grabaré un video, le tomaré muchas fotos, así nunca la olvidaré. —afirmó Manuel, convencido.
—Con el tiempo verás que nada de eso será necesario. —sonrió ella con melancolía. —entre tanto aprovecha el tiempo que les queda juntos, dale los mejores últimos días de su vida, dile a diario cuanto la quieres y pasa con ella todo el tiempo que puedas, al menos tú si puedes despedirte.
—Esto es muy difícil, muy cruel. —Y rompió en lágrimas una vez más. —Caro ¿si te pido un favor, lo harás?
—Por supuesto. — afirmó ella mientras seguía acariciando su cabello.
—Acompáñame en este proceso, no me dejes solo por favor—pronunció envuelto en lágrimas.
—Por supuesto que sí Manue, no te dejaré solo, para eso estamos los amigos. —afirmó mientras le daba un beso en su frente y le murmuraba que ella lo apoyaría y que saldrían de esa, que ella estaría a su lado para apoyarlo.
Y así sin notarlo, ambos se quedaron dormidos en el sillón del apartamento de Carolina. Dos almas rotas, dos destinos cruzados, que habían colisionados en la carrera eminente entre la vida y la muerte y que estaban a salvo por que Dios así lo quiso, como un capricho de la vida.
***
La mañana siguiente Carolina despertó de primera y se levantó con cuidado del sofá, se cambió, se dio una ducha y se dispuso a preparar el desayuno; busco su teléfono y le escribió a Lukas, le contó un resumen de lo que había pasado y de cuán difícil se habían vuelto las cosas, pero la respuesta del jugador la dejó atónita:
"Ver morir a alguien a quien quieres, es verte morir a ti mismo un poco. Dile a él que lo siento, en verdad lo siento linda. Supongo que la vida siempre espera situaciones críticas para mostrar su lado brillante. Ya verán que de brillante hay en eso. ¡Manténganse saludable! Y si Dios quiere te llamo en la noche, nos vemos el viernes. ¡Ánimo linda!"
Era verdad, se muere un pedazo de nosotros cuando se muere alguien a quien queremos y Carolina lo sabía mejor que nadie.
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