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Historia de Kelly

Kelly acababa de quedar con su príncipe azul, para salir en la noche a pasear bien acaramelados y, si era posible, alquilar una carroza de cuentos, similar al de la Cenicienta. Una chica de dieciocho años como ella, suele ser muy exigente, sobre todo con la comida. El lugar era una sorpresa: podría ser un restaurante inglés donde sirven mariscos o el carrito de hamburguesas de la esquina. Kelly no se iba a poner a conjeturar con todas las cosas importantes que tenía que hacer, como limarse las uñas, por ejemplo. Luego, escoger un vestuario para su cuerpo escultural digno de estar en un Miss Universo... Pero de la siguiente edición, porque por culpa de los triglicéridos y los rollos de polisarcia, ahora tendría que conformarse con solo estar de jurado. Y finalmente, tratar de hacer las paces con su rebelde cabello castaño ondulado, para que combine con sus ojos almendrados. 

Tenía tiempo suficiente, pero, por si las dudas, llamaría a su novio para que retrasara la cita una hora más. Sin sus abuelos en casa, desde hace una semana, Kelly se la pasaba haciendo corazoncitos tiernos, con tinta indeleble, en su cuaderno de matemáticas, o jugando al ahorcado con las raíces cúbicas. Muy pocas veces se sentía a gusto con un cuaderno a lado. Si la aburrida tarea no estaba desparramada en el suelo, solía estar en el bote de basura o, en el peor de los casos, salía por la ventana de su habitación, cuando un ejercicio no le salía. Pero lo que más amaba hacer era acostarse en la cama, ponerse los auriculares de su iPod Nano y canturrear como Amy Winehouse, mientras cerraba y abría los ojos como foco a punto de hacer corto circuito. Más que mirar las viejas vigas del techo, vigilaba que alguna araña no cayera en su cara. 

Su momento de paz fue interrumpido al percatarse que su vaso de Coca-Cola se movía demasiado. Se levantó y desactivó el vibrador sísmico de su teléfono. Luego, vio una llamada perdida. No era el presidente del país ni mucho menos Cristiano Ronaldo, sino su mejor amiga. Podría ser una llamada muy importante sobre algún chisme de su exnovio o, tal vez, finalmente, los alienígenas invadieron la tierra y tenían de rehén a su amiga. Nunca se sabe. 

—Lili, rubia chismosa. 

—Hola, Kelly, ¡hasta que por fin contestas! 

—Es que me dio una parálisis del sueño. 

—Ah, ¿fue divertido? 

—No, ja, ja. En realidad estuve pensando en mi novio. 

—Sí claro. Debió ser algún sueño húmedo. 

—Sí, grítalo fuerte para que todos lo oigan. 

—Tranquila, no estoy en la iglesia... Solo en el autobús. 

—Sí, ajá. Y qué hay de nuevo, Lili, mejor amiga desde hace algún tiempo que ya no me acuerdo cómo pasó. 

—Ni yo... Espera, es porque tu gata se llamaba igual que yo. 

—Ay, mi gatita la extraño tanto. Hace mucho que se fue a la cocina y no regresó. 

—Qué pena, pero no vine a hablar de mascotas. 

—¿Algún chisme farandulero u otro crush hipster? —preguntó Kelly mientras tendía su cama llena de envoltorios de caramelos. 

—Oye, Kelly, ¿qué crees? 

—Otro crush hipster... Espera, ¿No te volviste lesbiana, verdad? 

—Nou, bueno casi, pero no. 

—Bueno, nada perdía preguntándote. Tendré que hacerte esa pregunta cada mes. Con tu falta de novio, nunca se sabe. 

—Esperaré ansiosa tu pregunta, Kelly. 

—Entonces, no me digas que por fin encontraste a tu príncipe azul de cuentos o tu príncipe de las tinieblas... 

—Nou, demasiada adivinanza por hoy, Kelly. 

—Dime ya, antes que mi buen humor sufra un cambio radical. 

—Es algo deprimente, pero, por otro lado, siento que debería estar feliz y debería reír hasta llorar. 

—Lili, no sabes cómo me estoy aguantando las ganas de seguir adivinando. 

—¡Kelly! 

—Pero si digo algo más, seguro me querrás hervir en aceite. 

—Kelly, estoy saliendo con... 

—¡Oh, Dios! —exclamó Kelly con la mirada en su televisión. 

—¿Qué pasó, Kelly? ¿Se le cayó la toalla al vecino guapo? 

—No, es sobre Tap Glamour. Ahora están en liquidación por Poltergeist en la tienda. 

—Ah, eso. ¿¡Quééé!? 

—¿No es grandioso? Lacoste está a mi alcance. Solo tengo que romper el marrano y listo. Ya no hará falta que ponga en venta uno de mis riñones en eBay. 

—¿Lili, sigues ahí? ¿No te desmayaste? 

Pasaron varios segundos de eterno silencio. 

—Oye, Lili, ¿qué me ibas a decir? Aparte de lo que comiste hoy. 

—Eh, sí. Era, ¡Ay!, se me olvidó... Bueno, no importa. Seguro que no era importante. 

—Espero que no te acuerdes recién en la madrugada. Bueno, Lili, me tengo que ir a ver a mi novio. Mañana hablamos. 

—Luego me cuentas todos los pormenores, Kelly. Besos y cuídate. 

Kelly se lanzó a la cama arrojando, sin querer, su teléfono móvil que por fortuna tenía el modo avión activado. Por lo que terminó planeando y cayendo en el sofá. Ella dio un bostezo y se volvió a levantar de la cama, por segunda vez, con rumbo al tocador a arreglarse y quedar mejor que Lindsay Lohan. Eligió un vestuario ideal que no la hiciese ver como una chica del tubo o como alguien de la Abadía de Westminster. Mostrar poca piel era ya una tradición en la familia por generaciones, aunque Kelly, en cualquier momento, rompería esa tradición. En ese instante, cuando se ponía los calzones, le llegó un mensaje de su novio avisándole que estaba cerca, a unos dos kilómetros, así que arrojó el móvil otra vez y terminó de vestirse meteóricamente. Se echó su perfume de Paco Rabanne, pero sintió, extrañamente, sus manos muy resbalosas, así que agarró su teléfono CAT anticaídas y con certificación militar. Lo puso en su bolso y salió de su habitación a esperar y, de paso, a tomar aire puro, si es que había. 

Luego de ver la hora unas quinientas mil veces, su paciencia se empezaba a agotar como la batería de su celular. Levantó la mirada al cielo y comenzó a ver en las nubes figuras de rostros y animales en un claro signo de pareidolia. Incluso logró vislumbrar a Michael Jackson en las nubes bailando Smooth Criminal. Kelly comenzó a impacientarse, por lo que sus pies no paraban de moverse en señal de disgusto y, también, en señal de que era hora de ir al baño. Pero en ese momento, extrañamente un hombre, en moto y casco, se estacionó al frente de su casa y este dirigió su mirada hacia ella o también puede que, en realidad, mirase el restaurante de al lado. El hombre comenzó a sacarse lentamente el casco, por lo que Kelly empezó a buscar en su bolso el gas pimienta, por si las dudas. 

—¡Jesús, María y José! Pero que chica más hermosa. Mis ojos se me van a caer al ver tanta belleza en un solo lugar. —comenzó a decir el hombre que sostenía un cigarrillo de chocolate en la mano derecha—. Yo seré el primer ser humano en recibir un trasplante de ojos gracias a tu belleza. 

—¡Oh, Dios! Qué chico tan guapo —dijo Kelly que miraba su teléfono. 

—Kelly, te estoy hablando a ti, no al poste de luz. 

—¿Qué? ¿Eres Paul? ¿Paul Drexler? 

—Sí, ¿ya no me reconoces? ¿Tanto he cambiado? Ni que me hubiese hecho una cirugía plástica. 

—Ha pasado tiempo... Un siglo, exactamente, según mi calendario mental. ¿Qué te trae hasta acá? Aparte de tu moto. 

—Andaba yo, de forma casual, disfrutando del paisaje y, de pronto, vi a una chica muy guapa. 

—¿A la señora del restaurante? 

—Es a ti. Tu belleza es demasiada para mi nervio óptico y tú serás la culpable de que me cambien los globos oculares. 

—¡Ay, que lindas palabras! Espero que por error no te trasplanten los ojos de algún animal o insecto. 

—Siendo así, los levanto del suelo antes que venga un perro o un cíclope, y me los pongo para seguir observando tu belleza. 

—Oye, ¿has bebido o qué? 

—Ah, notaste mi cambio de voz de enamorado... Y ya van dos veces que me han hecho el test de alcoholemia. 

—¿Entonces has fumado, verdad? 

—Si, uno de cacao. Ya voy por la segunda cajetilla de chocolate. 

—Tu voz no era así. Ahora siento que es más gruñona y, aparte, parecida a alguien que acaba de tomarse mil fármacos adulterados y comerse una gallina viva. 

—¡Jesús, María y José! Creo que estás exagerando un poco... Más que antes. 

—La primera vez que te conocí tu voz era tierna, parecida a un actor de doblaje. Ahora es como oír un embotellamiento caótico de camioneros neuróticos apunto de cometer suicidio. 

—¿Tanto así? Debo grabar mi voz más seguido. 

—Sí, espero que no se te estropee el móvil. 

—Sabes, Kelly, cómo quisiera volver a esa escena romántica donde nos conocimos... y, de paso, ver el último mundial. 

—Paul, puedes volver a vivir ese maravilloso momento de amor las veces que quieras. Simplemente necesitas un DeLorean y listo. 

—Gracias por el consejo, Kelly ¿Pero no sería más fácil retomar lo nuestro? 

—¡Oh, Dios! Lo nuestro quedó muy enterrado, sepultado en un sarcófago de piedra hace más de cinco meses. Los muertos no resucitan, Paul. Me tengo que ir. 

—Pero vuelven en Zombis. 

—Paul, haz memoria. ¿No te olvidaste traer algo? 

—¿Como qué? 

—El cerebro, por ejemplo. 

—No sé la verdad. No me he fijado aún porque estaba apurado. 

—Es increíble que la policía no se haya dado cuenta de ese detalle. 

—¡Kelly, yo...! 

—¿Algo más? 

—Kelly, mi amor por ti sigue ardiendo. 

—Pues, ahorita lo apago. 

—Kelly, te has vuelto muy mala. Antes no lo eras tanto. 

—Has jugado tantas veces conmigo que, ahora que lo pienso, podría pasar desapercibida como un juguete de plástico de Hasbro. 

—Algo que me encantaba de ti, era cuando te ponías así. Estar enojadita te hace ver más bonita... Hasta rima. 

—Estando yo así, tu vida corría peligro. Y, tal vez, hubiésemos salido en el noticiero de la noche. Pero, para tu suerte, no pasó nada. 

—Te sigues viendo muy bonita estando enojada. 

—¿En serio? Me vas a ver más bonita: seré la próxima Miss Universo cuando me enoje de verdad y me convierta en la reencarnación de Bruce Lee. 

—Tendré que eliminar esas palabras de mi vocabulario... 

—Sí, por tu salud. 

—¿De verdad ya me olvidaste? Debe haber algún momento en el día que mi nombre revolotee en tu cabeza. 

—Déjame pensar... Ahora que recuerdo, fue esta mañana cuando estuve sacando la basura y me acordé de ti. 

—¡Jesús, María y José! Eso es hiriente, Kelly. 

—Mira, quién lo provoca. 

—Kelly, yo solo te quería a ti. 

—¡Oh, Dios! ¿Me querías solo a mí? O me querías ver la cara de idiota. 

—Has cambiado muy poco, Kelly. 

—Si cambié y hace cinco meses. Y no estoy hablando de carácter. 

—Será misión imposible que lo nuestro vuelva a florecer. Bueno, ya me voy..., pero solo quiero decirte algo más. 

—Dilo rápido que soy una mujer muy ocupada —Kelly sacó el móvil. 

—Sabes, ¡tú eres mía! 

—¡No me llamo «Mía»! 

—Solo quiero un besito pequeño, nada más. 

—Paul, voy a hacer de cuenta que no oí eso. 

—Entonces, un beso apasionado —insistió Paul palpando el antebrazo de Kelly. 

—¡Suéltame, te juro que tu ingle estará inflamado mañana! 

—Qué te cuesta, solo quiero uno. 

—¡Suéltame! No quiero que me den cadena perpetua por asesinato. 

—Dame la mitad de un beso. 

De pronto, la ventana de un vecino se abrió. 

—¡Hey, qué pasa ahí! —gritó el gordinflón del vecino en bata. 

—No se preocupe, solo nos estamos despidiendo. Yo ya me voy. 

—Kelly, nos volveremos a ver. 

—Si es que me da ceguera —concluyó Kelly retrocediendo en dirección a su puerta. 

Paul se alejó de Kelly sin despegar sus ojos en ella. Lastimosamente, al darse vuelta, un poste interrumpió su camino, pero, por suerte, salió ileso del varapalo. Paul lo recibió con gallardía y siguió su camino hacia su moto, manteniendo los ojos nuevamente en ella. Su actitud testaruda provocó que pisara mal en el bordillo y se diera de frente con el manubrio de la moto. Pero, otra vez, salió vivo, solo con unas cuantas contusiones. Se subió a su moto y, como de costumbre, pudo encenderla en menos de media hora de intentos. Se puso el casco y, finalmente, se marchó perdiéndose en la espesa humareda de algún Dragster sin frenos. 

Kelly ni se inmutó un segundo ante Paul y continuó jugando en su teléfono hasta que, minutos después, empezó a sentir una ligera jaqueca repentina. Aquello, no impidió que siguiera jugando, a menos que la batería pidiese carga urgente. Para Kelly, tener que esperar por un largo tiempo y no tener nada entretenido cerca, era un momento idóneo para ponerse histérica. Pero, peor aún, era cuando le daba un hambre súbita. Y cuando le daba hambre, y no había nada cerca, se enojaba, y eso significaba solo una cosa: que era el fin para cualquier exnovio que estuviera cerca. Justamente, empezó a tener hambre, por lo que se olvidó del dolor de cabeza y se marchó al Zuperzip (minisúper) de su amigo Didí Oliveira. El lugar le quedaba muy cerca y era raro no encontrar lo que uno deseara ahí, a menos que el cliente pidiera algún artefacto explosivo, porque siempre se acababan. 

Al llegar, notó un silencio atípico en el minisúper, algo inusual. Normalmente, suele estar abarrotada de gente de todas las especies sin importar si es humano o no, con tal de que tenga efectivo. Lo más extraño es que tampoco había policías. El suelo de la entrada lucía, extrañamente, muy limpio. No había ni un solo casquillo y, mucho menos, una cinta perimetral de seguridad. 

—¿Hola? ¿Didí? —preguntó Kelly al entrar al minisúper, pero no vio al responsable de matar su hambre... O tal vez lo mataron a él—. ¿Hay alguien? ¿Hay alguien vivo? Bueno, dame una señal de que no eres un fantasma. 

Había algo diferente en el minisúper: la luz parpadeaba de forma extraña y, por lo demás, todo seguía igual. El ambiente era apacible y silencioso; ideal para filmar una película de horror. Didí jamás solía ausentarse así, a menos que un cliente se haya ido sin pagar. Algo olía mal y no era el jamón caduco de la nevera. Kelly se detuvo en un aparador y vio algo extraño en uno de sus cereales favoritos. De pronto, sintió un cosquilleo suave en el hombro izquierdo que, por un momento, pensó que era un insecto. El toqueteo le empezó a gustar, así que se puso seria y se llevó la mano derecha al hombro y, al sentir algo parecido a unos dedos, soltó un grito tan fuerte que increíblemente no pasó nada. 

—Calma, soy yo —dijo Didí que llevaba su habitual atuendo de trabajo y, de paso, sostenía un par de bolsas negras. 

—¡Oh, Dios! Me asustaste. 

—Ahora no necesito un disfraz para provocarte un sustiño. 

—No juegues, ¿y esas bolsas? 

—Son cabeziñas, pero no te preocupes que no son humanas. 

—¡Ay! Gracias por la aclaración, Didí. Parece que soy la única clienta esta noche. 

—Los clientiños no tardarán en aparecer. 

Un ruido, como de un objeto cayendo al suelo, se oyó cerca de la puerta de acero inoxidable que daba al almacén subterráneo. 

—¿Qué fue eso, Didí? 

—¡Glup! Es que estoy con un poco de tos. 

—No, un ruido extraño, ¿no lo escuchaste también? 

—Bueno, no hay nadie en el baño. Si quieres ir te sugiero entrar con un barbijo. 

—No, el sonido se oyó por aquella puerta, estoy segura. 

—Esa puertiña da al almacén. 

Nuevamente, se escuchó el mismo ruido. Ahora más intermitente, parecido al motor de una pala cargadora. 

—¡Otra vez! —protestó Kelly. 

—Esto ya me parece muy raro. Tendré que investigar un poquiño —exclamó Didí y se sacó la bata y su gorra de trabajo. 

—Tú atiendes la tiendiña hasta que vuelva —dijo Didí y comenzó a santiguarse. 

—¿¡Qué!? Pero yo no sé cómo... 

—Solo fíjate en la listiña de precios de cada artículo que te dejo. Si subes los precios me harías un favor —añadió Didí mientras se dirigía hacia la puerta del almacén. 

—¡Ay, está bien! No creo que te tardes mucho. 

—Bueno, una vez me dormí ahí abajo, pero no creo que vuelva a pasar. Además, mi clientiña es gente muy sencilla y amable. 

—Ojalá no venga nadie —protestó Kelly. 

Didí se acercó a la puerta, se santiguó otra vez y bajó al almacén. 

Inmediatamente, Kelly sacó su teléfono CAT; pero este se le resbaló de las manos y cayó al suelo, provocando un sonido similar a una granada. Afortunadamente, el piso no sufrió ningún daño. Lo levantó y comenzó a llamar a su enamorado para avisarle de este percance. 

—Hola, Kelly. 

—Hola, Jeremy. Mira, te cuento que pasó algo... 

Justo en ese instante, extrañamente, su novio cortó la llamada, dejándola boquiabierta de la extrañeza. De pronto, notó que algo se acercaba a la tienda. Esa cosa tomó forma humana, por lo que Kelly guardó el móvil y se puso el uniforme como pudo. 

—Buenas tardes, bienvenido, ¿qué se le ofrece? —dijo Kelly algo agitada. 

—Buenas, quisiera... Un momento. ¿Quién es usted? —dijo un hombre muy mayor y de buen porte, y con un reconocible acento alemán. 

—¡Ah! ¿Didí? En un momento regresa... Yo soy su reemplazo temporal. 

—Bueno, quisiera un kilo de carne de urus. 

—Eh, disculpe, pero ese animal ya se extinguió —objetó Kelly dando una ojeada a su móvil. 

—¿Cómo? Entonces, ¿qué es lo que me ha estado vendiendo Didí? 

—Pues no lo sé... 

—Entonces, dame cinco huevos de Dodo. 

—Ese también ya no existe. 

En el sótano, Didí andaba soltando quejidos muy raros, capaces de espantar hasta al propio Freddy Krueger. Kelly, algo nerviosa, se hacía la que no oía nada y trataba de apartar la mirada de la puerta del almacén. 

—Eh, ¿va a llevar algo de este siglo? —preguntó Kelly. 

—Mejor vuelvo otro día —concluyó el hombre dirigiéndose a la puerta de salida. 

—Gracias por no comprar nada. Vuelva otro día. 

Segundos después, ingresó un hombre de contextura holgada y vestido de chef: este se acercó al aparador principal, tomó aire y cuando estaba a punto de preguntar, un estruendoso golpeteo, acompañado de extraños gruñidos, lo interrumpieron súbitamente. Didí parecía estar luchando contra una plaga de ratas o un animal salvaje. Aquello, terminó ahuyentando al pobre cocinero que ni siquiera pudo abrir la boca. 

Unos segundos después, entró un joven de rasgos asiáticos que, por el polo de Pokémon y Digimon que llevaba, se presumía que era de Akihabara. Los audífonos de Dj que llevaba le cubrían casi la mitad de la cabeza. 

—Si, que desea... —dijo Kelly con la voz debilitada. 

—¿Kon' nichiwa, sore wa, Didí? 

—Pues... él está en —dijo Kelly y se interrumpió esperando otro estruendo allá abajo. 

En ese instante, entraron dos policías a la tienda y se llevaron esposado al Japonés, supuestamente, por tirar el envoltorio de un Snicker en un lugar no permitido. Más, específicamente, en la cara de un policía. 

Kelly no aguantaba más la incertidumbre y la angustia por lo que estaba pasando allá abajo. Así que empezó a sacarse el uniforme, pero, en la entrada, notó a un hombre afroamericano con audífonos que venía cantando en voz baja. 

—¿Bienvenido, se le ofrece algo? —dijo Kelly tratando de que su sonrisa de bienvenida no se vea tan falsa. 

—Si, yo quiero... ¿Se siente bien, señorita? —preguntó el quisquilloso cliente. 

—¿A mí? No me pasa nada. ¿Qué va a llevar? —preguntó Kelly que parecía un volcán a punto de hacer erupción. 

—Ah, ya sé qué le pasa —replicó el hombre—. Es por mí, ¿verdad? 

—¿Cómo dice? 

—Sí, señorita. Si yo no fuera negro, usted no estaría sudando y temblando al verme. 

—Está equivocado... 

—Ah... ¿lo ve? Usted no me hubiese dicho eso, pero ya que soy oscuro tiene que decir que estoy equivocado. 

La situación empezó a caldearse. 

—¡Por qué no te callas! —Resonó la voz de Didí desde el almacén. 

—¿Qué demonios fue eso? —preguntó el afroamericano con los ojos apunto de salirse. 

—Eso es... —estaba a punto de decir Kelly. 

—Ahora entiendo todo —dijo el hombre—. Esto es un Reality Show para hacerme una broma por ser como un chocolate, ¿verdad? ¿Dónde está el guionista? 

El hombre empezó a buscar con la mirada. 

—¡Cállate, cállate un poquiño! —volvió a gritar Didí, por lo que el afroamericano desapareció en un santiamén. 

Kelly atendió a una persona más y corrió hacia la entrada para cerrarla, antes de que se volviera loca. Luego, se dirigió hacía la puerta metálica a solucionar todo este asunto que ya la tenía casi paranoica. Se acercó a un metro de distancia y cuando estaba a punto de abrirla, en ese instante, se abrió sola y salió Didí silbando y bastante tranquilo. 

—¡Didí, trataré de no perder la calma, pero qué carajos pasa! Y ¿qué era todo ese escándalo, allá abajo? 

—Ah, mira te contaré. Cuando bajé las escaleriñas, noté una luz parpadeante de innumerables colores que me atrajo hacía él como un insecto excitado. A medida que me acercaba, esa luz era más intensa hasta que... 

—¿Hasta qué, Didí? 

—Empecé a buscar el controlsiño para apagar el televisor. 

—¿El televisor? ¡Era la tele! 

—Si, estaba encendido... No estás muy molestiña, ¿verdad? 

—¡Nooo, claro que no! Estoy radiante y feliz. 

—¿Y cómo te fue con los clientiños? 

—Bien... No diré más. Mejor tú dime una cosa... Si era una tele, ¿por qué no lo apagaste y te volviste? 

—Es que me senté un momentiño a ver el reprís de la final de la liga de campeones: es que me lo perdí y me dejé llevar al gritar los goles. 

—¿Un momentiño? —dijo Kelly agarrándose la cara. 

—Si, creo que me pasé un poquiño. 

—Demasiado, pero lo que me resulta extraño, es porqué la tele estaba encendida en ese momento. 

—Pues, yo no noté nada extraño allá abajo. Solo hay cosas viejiñas, como cajas, libros, papeles y un muñeco parecido a Chucky y otro de Annabelle y el títere. 

—Ah... Espera, ¿qué dijiste? 

De repente, la luz dejó de parpadear y cesó repentinamente, dejando el minisúper a oscuras y provocando que Kelly pegara un grito tan fuerte que ahora daba a entender el comienzo de un baño de sangre. 

—Se fue la lucesiña del demonio. 

—Didí, esto no me está gustando nada, nada. 

—Tampoco de lo que te voy a decir, Kelly. Ahora sé lo que pasa y es mi culpa. 

—¿Tu culpa? Dime, me estás angustiando. 

—Tranquiliña. 

—¡Dime ya, antes de que te agarre por el cogote! 

—Me acordé que me había olvidado pagar la facturiña de la luz. 

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