Pareciera que el color, el aroma y ese sabor del frío, del gélido, y candor de aquel noviembre, no guardaba las mismas sensaciones que hace tantos años ya pasaron, como si se hubiesen perdido entre las piedras de la calle, y se los hubiesen llevado las lluvias de mayo. Ahora busco hasta las últimas células, las pesteñas que se volvieron estrellas y se quedaron entre el cielo y la tierra. Miras pasar a la gente a tu lado y solo te sientes parte de ellos una o dos veces, entre sus risas, entre sus ademánes. Ya no lucen iguales, esa es la triste verdad, que no lucen iguales las cosas, que perdieron su magia, su encanto, dejaste de pasar por las calles y te llevaste contigo sus colores, sus aromas, su perfidia, y solo nos dejaste historia, historia que se irá con las mismas lluvias que alguna vez besaron tus cabellos. La gloria eras tu, no hay cielo, ni tierra, aveces ni infierno donde parezca escuchar tu nombre, y sólo escucho el murmuro de tus pasos una o dos veces en la madrugada cuando el miedo me simbra los huesos. Solo queda la tierra, fértil, fresca, reblandecida, como testigo de aquel lugar que profirió tu cuerpo, llena de lágrimas, y el gris de la lápida que guarda tu nombre, con flores marchitas y el silencio insondable del campo santo, donde uno vuelve a ver cada noviembre, en que no estás más conmigo. Desearía que vieses las calles una de estas noches pasadas de octubre, cuando la lluvia ilumina la calle, que escucharas el aullido de los perros durante la luna llena, te perdiste la partida de tantos, la llegada de forasteros, sus cánticos apagados. Se, que probablemente sabías lo que se llevaron consigo, lo que dejaron, y lo que no verán nunca más. Miro las noches, miro aquel árbol de hojas amarillas que rosaban tu puerta, y mientras recuerdo nuestro andar y asimilo lo que ya no es, te siento conmigo, no se pierde nada que se recuerde, nadie muere en nuestras memorias. Preciosa muñeca de piel de seda, suave como las conchas tornasol del mar, de cabello de oro, y dientes de perla, llenas mi vida de inquietud, quiero que te vayas, no pienses que te hizo falta, que no pudiste terminar, solo vete, que cuando vuelvas por ese camino lleno de flores naranjas y amarillas, a jugar con el humo del copal, a beber del chocolate de la mesa, ya te estaré esperando, quedate al lado de tu retrato, para que sepa reconocerte.