52|CAPÍTULO.
Desde hace unas semanas atrás, empecé a sentir dolores intensos que, con el tiempo, reconocí como contracciones. En ese sótano oscuro y frío, con la única compañía de Dakota, el terror de dar a luz en esas condiciones me consumía. Sin embargo, ese miedo se convirtió en la chispa de esperanza que necesitaba para encontrar la fuerza de escapar. Fue durante uno de esos ataques de dolor cuando sucedió algo inesperado que cambiaría nuestro destino.
Una noche, mientras las contracciones se hacían cada vez más intensas y regulares, escuché la puerta del sótano abrirse. A través de mi dolor y confusión, vi entrar a una mujer que no reconocí. Era una partera, traída por mis captores para asistir el parto. Al principio, me invadió el pánico, pero algo en su mirada me tranquilizó. Había una especie de compasión y determinación en sus ojos que no esperaba encontrar en ese lugar.
Una vez que mis captores salieron de la habitación diciendo que se iban para no escuchar mis llantos, la señora hablo.
-Mi nombre es Elena -dijo suavemente, acercándose a mí. -Voy a ayudarte.
Durante las siguientes horas, en medio de la angustia del parto, Elena se convirtió en mi ángel guardián. A pesar del entorno sombrío, su presencia me brindó el consuelo y el apoyo que tanto necesitaba. Fue entonces cuando, en un momento de quietud, me susurró algo que encendió una llama de esperanza en mi corazón.
-Voy a ayudarte a salir de aquí -dijo en voz baja, asegurándose de que solo yo la escuchara. -Nunca podría vivir conmigo misma si te dejara dar a luz en un lugar como este. Llegué aquí porque me dijeron que una chica necesitaba ayuda, pero no para ser cómplice de algo malo.
No podía creer lo que estaba escuchando. Por primera vez en meses, la posibilidad de escapar parecía real. En medio de la oscuridad que había sido mi prisión durante meses, la idea de escape parecía un sueño inalcanzable.
Mientras las contracciones se intensificaban, marcando el inminente nacimiento de mi hijo, su plan para sacarnos de allí se convirtió en nuestro único objetivo.
- Vamos a salir de aquí, pero necesito que confíes en mí - susurró Elena, mientras preparaba todo lo necesario para el parto y el escape. En ese momento, mi confianza en ella era absoluta; no había otra opción.
La tensión era palpable mientras esperábamos el momento adecuado. Finalmente, Elena me guió agarrando a mi hija, por los oscuros pasillos del lugar que había sido mi cárcel. Cada paso que dábamos era un paso más hacia la libertad. Sin embargo, el miedo de ser descubiertos nos seguía de cerca, como una sombra acechante.
Cuando llegamos a la salida, el aire fresco de la noche golpeó mi rostro, y por un momento, me sentí abrumada por la emoción. La realidad de nuestra situación, escapando en la oscuridad, con contracciones cada vez más frecuentes, era como vivir una pesadilla y un sueño al mismo tiempo.
- No podemos detenernos, debemos seguir moviéndonos - instó Elena, su voz firme pero tranquilizadora. Cargo a mi hija que iba más dormida que despierta.
El camino al hospital fue un torbellino de emociones y dolor físico. Cada contracción me recordaba que el tiempo se agotaba, que mi bebé estaba a punto de llegar al mundo en circunstancias lejos de ser ideales. Elena me sostuvo durante todo el camino, su presencia una recordación constante de esperanza y determinación.
Al llegar al hospital, el contraste entre la calidez y la luz del interior con la fría oscuridad de la noche fue chocante. De repente, estábamos rodeadas de gente, todas moviéndose rápidamente para ayudar. Fui llevada a una sala, donde las caras borrosas de médicos y enfermeras se convirtieron en el nuevo foco de mi realidad.
- Ella está a punto de dar a luz, y ha estado secuestrada - explicó Elena a quien parecía estar a cargo. Su voz, que había sido mi consuelo en la oscuridad, ahora era mi defensora en este nuevo ambiente.
El tiempo se detuvo mientras esperaba a que me metieran al quirófano, entre sollozos pedía que llamaran a Jackson. Una sensación de alivio recorrió mi cuerpo al enterarme que Jackson ya sabía que estaba en el hospital.
A medida que las contracciones se hacían más intensas y frecuentes, me encontraba en un estado de negación y determinación. En el fondo de mi corazón, había una voz que me decía que no podía, que no debía dar a luz hasta que Jackson estuviera a mi lado. La idea de traer a nuestro hijo al mundo sin él presente me llenaba de una ansiedad insoportable.
- Por favor, espere - le supliqué al doctor que me asistía, con la respiración entrecortada por el dolor y la emoción. - Necesito que él esté aquí. No puedo hacer esto sin él.
El doctor, un hombre de mirada compasiva y voz calmada, me miró con una mezcla de preocupación y comprensión. - Haremos todo lo posible por esperar, pero tiene que entender que la prioridad es la seguridad de usted y el bebé - me explicó, su tono firme pero gentil.
- Solo necesito escuchar su voz. Por favor, llámenlo y permítanme hablar con él - insistí, agarrando con fuerza las sábanas de la cama para soportar otra oleada de dolor. La necesidad de tener a Jackson cerca, de alguna manera, era abrumadora.
El doctor asintió y salió de la habitación por un momento. A su regreso, trajo un teléfono con él. - Vamos a llamarlo ahora - anunció antes de marcar el número de Jackson.
Mientras esperaba que contestara, las contracciones se intensificaron, cada una un recordatorio cruel del poco tiempo que teníamos. Finalmente, después de lo que parecieron horas en esos breves minutos, escuché la voz de Jackson a través del teléfono.
- Lia, amor, estoy aquí. Estoy en camino. Aguanta, por favor - dijo Jackson, su voz cargada de emoción y urgencia.
Escuchar su voz, saber que estaba cerca y que venía a nuestro encuentro, me dio un nuevo aliento. - Te esperaré. Apresúrate - logré decir entre jadeos, antes de que el dolor me obligara a cerrar los ojos y concentrarme en respirar.
Una vez que colgaron el teléfono, el personal del hospital continuó preparándolo todo para el parto, siempre bajo la atenta mirada del reloj. Cada minuto sin Jackson se sentía como una eternidad, pero su voz aún resonaba en mi mente, dándome fuerzas.
Aproximadamente media hora después, la puerta se abrió de golpe y Jackson entró corriendo. Su presencia llenó la habitación, y cuando nuestras miradas se encontraron, una oleada de alivio y amor me inundó.
Finalmente, estaba completa, estábamos juntos para dar la bienvenida a nuestro hijo al mundo.
Con Jackson a mi lado, sosteniendo mi mano y susurrando palabras de aliento, me sentí lista. Las horas siguientes fueron un torbellino de dolor, amor y una fuerza que nunca supe que tenía. Y entonces, finalmente, en un estallido de vida y luz, nuestro hijo nació.
El primer llanto de nuestro bebé fue el sonido más hermoso que jamás había escuchado, un testimonio del amor, la lucha y la esperanza. A medida que lo colocaron en mis brazos, con Jackson abrazándonos a ambos, supe que todo por lo que habíamos pasado había valido la pena.
Después de dar a luz, agotada pero inmensamente feliz, me acomode en la habitación y se nos había dado un momento de tranquilidad, sabía que había llegado el momento de compartir con Jackson todo lo que había sucedido durante mi ausencia, incluyendo la historia de Dakota. Mientras nuestro bebé dormía plácidamente a un lado, tomé la mano de Jackson, buscando en sus ojos la fortaleza que necesitaba para contarle todo.
- Jackson, hay tanto que necesito decirte, cosas que sucedieron mientras estuve... lejos - comencé, mi voz temblorosa ante la magnitud de lo que estaba por revelar.
Él asintió, apretando mi mano en señal de apoyo. - Estoy aquí, Lia. Puedes contarme lo que sea - dijo, con una voz calmada y reconfortante que me dio valor.
Respiré hondo y le conté sobre el sótano, sobre la oscuridad y el miedo, sobre cómo me habían mantenido cautiva. Hablé de la angustia de estar separada de él y de nuestros hijos, de la lucha diaria por mantener la esperanza viva. Pero cuando llegué a la parte de Dakota, hice una pausa, sintiendo un nudo en la garganta.
- Dakota... ella fue mi luz en esa oscuridad. Ella no se fue como me dijeron, es una niña sana y fuerte - dije, las lágrimas comenzando a formarse en mis ojos.
Jackson escuchaba atentamente, su expresión una mezcla de dolor y sorpresa. -¿Una niña? ¿Cómo llegó allí contigo? -preguntó, claramente desconcertado.
Le expliqué cómo Dakota había sido llevada al mismo lugar que yo cuando recién fue apartada de mis brazos, cómo nos habíamos encontrado y apoyado mutuamente, cómo su presencia había sido un consuelo en los momentos más difíciles.
- Ella me dio fuerza, Jackson. Nos cuidamos la una a la otra. Y cuando Elena nos ayudó a escapar, supe que no iba a alejarme de ella nunca más - concluí, con la voz firme a pesar de las lágrimas.
Jackson se quedó en silencio durante unos momentos, procesando todo lo que le había contado. Luego, con una mirada llena de amor y determinación, dijo.
- Dakota es tan valiente como tú, Lia. La acogeremos y protegeré como mi propia hija. Todo lo que has pasado... es inimaginable. Pero estamos juntos ahora, y eso es lo que importa.
La comprensión y el apoyo incondicional de Jackson en ese momento significaron el mundo para mí. Saber que podía contarle todo, incluso las partes más dolorosas de mi experiencia, y recibir solo amor y aceptación a cambio, reafirmó la fuerza de nuestra relación y de nuestra familia.
- Te amo, Jackson. Y gracias, por entender, por aceptar a Dakota... por todo - dije, sintiéndome por primera vez desde mi regreso realmente en casa.
- Te amo, Lia. Juntos, como familia, superaremos esto. Y a Dakota... ella ya es parte de nosotros - afirmó Jackson, sellando nuestra promesa con un abrazo que encerraba todo el amor, la esperanza y la determinación de enfrentar el futuro juntos. En ese abrazo, sentí no solo el fin de una terrible pesadilla, sino el comienzo de un nuevo capítulo lleno de posibilidades y amor incondicional.
El amor que sentía por ellos era abrumador, una fuerza poderosa que borraba todo el dolor y el miedo de los últimos meses. Sin embargo, ese momento de pura felicidad fue interrumpido por el doctor, quien se acercó con una expresión seria.
- Señores Stewart - comenzó, capturando nuestra atención. - Quiero felicitarlos por su bebé. Está sano y es fuerte, pero necesito hablarles sobre algunas complicaciones que Lia tuvo durante el parto.
Escuchar la palabra "complicaciones" hizo que mi corazón se detuviera por un momento. Jackson apretó mi mano, ofreciéndome su apoyo incondicional.
- Debido a las circunstancias en las que Lia estuvo durante estos últimos meses, y la tensión durante el parto, hubo algunas complicaciones. Nada que no podamos manejar, pero requerirá de cuidado y seguimiento en las próximas semanas -explicó el doctor con calma.
Aunque las noticias eran preocupantes, la seguridad en la voz del doctor y el apretón de mano de Jackson me dieron fuerza.
- Lo que sea necesario para recuperarme -dije, mirando a nuestro hijo. - Por él, haré cualquier cosa.
El doctor asintió, prometiendo que el equipo médico haría todo lo posible para asegurar una recuperación completa. Con esa promesa, se retiró, dejándonos solos para absorber la noticia.
Tiempo después, mientras me recuperaba en mi habitación del hospital, hubo otra visita que llenó el cuarto de una luz inesperada. Elena, acompañada de Dakota, entró suavemente.
- Elena, no hay palabras para agradecerte lo que has hecho por Lia y Dakota. Quiero asegurarme de que tengas todo lo que necesitas para seguir ayudando a otros. Voy a apoyarte para que puedas poner tu clínica - le dijo, con una sinceridad que resonó en la habitación.
Elena sonrió, con lágrimas en los ojos. -Gracias, Jackson. Eso significaría mucho para mí, pero hoy, ver a Lia y Dakota seguras es todo el agradecimiento que necesito.
Después de que Elena salió de la habitación para darnos privacidad, Dakota se acercó tímidamente hacia nosotros, con una expresión apenada en su rostro. Pude ver la incertidumbre en sus ojos, como si no estuviera segura de cómo seríamos recibidos. Me moví suavemente hacia el borde de la cama, extendiendo mis brazos hacia ella con una sonrisa cálida.
- Dakota, cariño, no tienes que sentirte mal -le dije con ternura, animándola a acercarse. -Estamos tan contentos de verte.
Jackson se unió a mí, extendiendo también sus brazos hacia ella. - Dakota, eres parte de nuestra familia. Siempre serás bienvenida aquí - agregó con su voz suave pero firme.
Con cautela, Dakota avanzó y se dejó caer en nuestros brazos, permitiendo que la abrazáramos con ternura. Pude sentir su cuerpo temblar ligeramente, como si estuviera conteniendo las emociones que la abrumaban. Acaricié su cabello con delicadeza, transmitiéndole tranquilidad y amor.
- Lo siento mucho, Lia - susurró Dakota, con la voz apenas audible pero cargada de sinceridad.
- No tienes que disculparte, Dakota -respondí, sintiendo un nudo en la garganta. - Entiendo que todo ha sido difícil para ti, pero estamos aquí para ti ahora. Eso es lo que importa.
Jackson asintió con firmeza. - Exactamente. Somos una familia, y eso significa que estamos juntos en esto. No tienes que enfrentarlo sola.
Dakota levantó la mirada, encontrándose con nuestros ojos. En ese momento, vi un destello de esperanza y gratitud en su mirada, como si finalmente se sintiera segura y amada. Me estremecí ante la intensidad de la conexión que compartíamos en ese instante.
- Gracias, mami. Gracias, señor - dijo con voz temblorosa, su corazón lleno de emociones encontradas.
- No hay necesidad de agradecer, Dakota. Estamos aquí para ti, siempre lo estaremos - respondí con sinceridad, sintiendo una sensación de alivio y gratitud inundando mi corazón.
Nos abrazamos con fuerza, sintiendo la calidez y el amor que fluían entre nosotros. En ese momento, supe que estábamos dando un paso importante hacia la curación y la unidad como familia. Con Dakota a nuestro lado, enfrentaríamos lo que sea que el futuro nos trajera, juntos y fuertes.
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