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Simple

Ella está asustada. Trato de explicarle la situación —desde hace meses—, ya no puedo ocultarlo. Perder a la persona que amas una y otra vez se ha convertido en una pesadilla. Pero solo es otra recriminación sobre su nombre. ¿Acaso le prometí algo? No lo puedo recordar; mi vida social a veces corre en sentido contrario y en piloto automático. Lo menos que puedo hacer es acompañarla a su casa. Pero cuando voy por mi abrigo y me vuelvo, la puerta termina enfrente de mi intención.

Veo las gotas de lluvia aferradas a la ventana. Irremediable, me imagino que soy yo aferrándome a ella y que solo es cuestión de tiempo para que termine evaporado. ¿Cómo es que en tan poco tiempo me he sentido tan vivo? Entró al Palacio Postal con la única intención de entregar los planos al archivo, pero siento que algo he olvidado en el hemisferio izquierdo de mi cerebro.

La veo caer una y otra vez. La escalinata lateral, el bronce de su herrería, la suspensión entre un escalón y el siguiente. La conciencia de mi lógica. La coincidencia de que yo viera aquella escena y ahora, me digo: la consecuencia. Al final compartimos sueños; al final, compartiríamos piezas.

Dibujé el escalón completo, sin un solo defecto, y me lo tatué en mi memoria, por debajo de la conciencia, en lo más profundo del alma, como se tatúan las cosas que amas.

Quiero contarle a algún extraño lo que he soñado, pero cuando me imagino las palabras que voy a decir, encojo la lengua y me repito que nadie está más loco que yo. Entonces me guardo ese maravilloso sueño, con ella y su sonrisa, pasando la escalera que alguna vez la mató, de aquel escalón que la condenó. Abriéndose paso a un futuro, que ni ella ni yo conocíamos. 

Fotografía del pasado y su futuro. Y por primera vez, soy feliz.

El techo quiere llover, pero no lo hace; se parece un poco a mí. Quiero llorar, pero no lo hago. No puedo hacerlo; ella vive, ella sobrevivió, es lo único que importa. Y yo la quiero, yo la quise, yo la amé.

Y entonces, como si la historia fuese a terminar —pero en realidad inicia—, vuelvo al Palacio; la estructura dorada me recibe y, por fin, ella. 

Ella me ve. ¡De verdad me ve! Entre el paisaje desolado de arquitectura, desde el espejo donde nos amamos una vez, desde mi reflejo, una luz cegadora. La hora es incierta, la casualidad dispareja, el mundo... ilógico. Ella me ve. 

Lleva el mismo vestido blanco roto de cuando soñábamos juntos, la mirada profunda, encendida, ecléctica... Baja las escaleras hasta mí, vuelvo a creer. Dejó de respirar. Me desconecto.

Se escapa su aliento al frío de la noche y yo, que ya lo sé muy bien, le confieso:

—Fuiste tú.

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