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7. Madurar

Tragué saliva. Había olvidado que quedaba pendiente... Traté de mantenerme firme mientras aguardaba mi castigo.

- Creo que sería justo que me hicieras una disculpa pública, reuniendo a todos en la plaza... ¿Qué te parece?

- Por favor, no me hagas pasar esa vergüenza delante de todos...- le pedí.

- ¿Como hiciste conmigo?

Bajé la cabeza. No tenía excusas. Solo podía tratar de negociar las condiciones.

- ¿No hay otra forma?

- Te daré la posibilidad de disculparte aquí y ahora, sin necesidad de que nadie más lo sepa. Pero hay una condición.

- Sí, lo prefiero de esta forma, gracias. ¿Cuál es la condición?

- No será una humillación pública, pero sí vas a humillarte delante de mí. Me suplicarás perdón de rodillas.

- ¿Cómo?

- ¿Qué prefieres, inclinarte ante mí ahora o pasar la vergüenza en público?

Apreté los puños. Sinceramente creí que sería algo peor, pero no imaginé que me fuera a costar tanto dejar mi orgullo de lado y arrodillarme ante él. Pero desde luego, la otra opción me parecía peor.

- Muy bien, te daré diez segundos para que te decidas.

Le miré. Iba totalmente en serio. Bajé la cabeza de nuevo, admitiendo la derrota.

- Tres, dos, uno...

- Lo haré ahora...

- Adelante.

La habitación estaba oscura, solo se filtraba la luz de la luna por la ventana. Durante un rato traté de someter mis piernas a la orden que les daba mentalmente de arrodillarse, pero no respondían. Agarré las faldas del vestido con fuerza. "Cuanto antes lo hagas antes terminas", me dije. Le estaba dando la satisfacción de ver cómo me costaba cumplir con el castigo, y lo sabía. Sabía que fue por eso que me lo impuso.

- Podemos estar así toda la noche- dijo con una sonrisa irónica.

Estuve así unos minutos más.  El rey se sentó en un sillón y aguardó pacientemente a verme cumplir. Parecía que lo que más le satisfacía era el proceso, no necesariamente el resultado. Puso una pierna sobre su rodilla y el codo en el posabrazos, apoyando la cara en la mano.

- No es bueno tener tanto orgullo, ¿sabes? Harás que quiera quitártelo mediante castigos como este... o quién sabe qué otro tipo- se mordió el labio inferior, dirigiéndome una mirada felina que me puso los pelos de punta-. ¿Será que realmente no te arrepientes?

- Sí...

Inspiré hondo y aflojé el agarre de mis manos, sujetando las faldas solo para no tropezar al arrodillarme lentamente hasta llegar al suelo. Me incliné bajando la cabeza para no mirarle a los ojos y junté las manos, frontándolas entre ellas con nerviosismo mientras me esforzaba por hacer salir esas palabras de mi boca.

- Mi rey... Te pido...

- Suplico.

- Te... te supl... Supl...

Se me estaba calentando la cabeza por el esfuerzo. Empezaba a maldecir mi orgullo. Pero el rey tampoco me lo estaba poniendo fácil. Respiré hondo, tratando de calmarme y diciéndome a mí misma que "cuando uno se equivoca, pide disculpas. Así de fácil. Es algo bueno, educado y respetuoso. Venga". Recordé el momento en el que abrí la boca y no debía y recordé la cara del rey, traté de imaginar cómo se sentía y viendo las cosas con más claridad, tuve ganas de volver al pasado y ponerme la mano en la boca para callarme.

-  Mi rey, realmente lamento haber hablado sin pensar, debí consultarte en privado y no oponerme a tí en público. Te sup... su...pli...co que me perdones, por favor.

- Vaya, incluso haces que me lo crea- dijo agachándose delante de mí.

- Eso es porque me di cuenta de mi error, solo que me es difícil pedir perdón...- confesé.

Andrés me alzó la barbilla para que le mirara a través de la poca luz que había. No pude evitar sonrojarme un poco. Me miraba serio, pero ya no estaba enfadado.

- Que no vuelva a suceder. No se te ocurra volver a enfrentarte a mí en público. ¿Interrumpí yo tu baile para expresar mi descontento?

- No... Me lo dijiste a solas...

- Debes aprender a ser más discreta, si no es algo de máxima urgencia o realmente quieras tenerme como enemigo. No queremos eso, ¿verdad?

- No...

- Mi querida Amy- sonrió ligeramente-, si mi princesa no me respeta, ¿quién lo hará?

- Lo entiendo, y lo siento. No volverá a suceder.

- Está bien, puedes levantarte- me dijo sentándose de nuevo en el sillón mientras me quedé de pie delante de él-. Cuando sepas conducir un reino, saber en quién confiar y quién no y qué medidas y castigos funcionan y cuáles no, podrás tomar también ese tipo de decisiones, pero te queda mucho por aprender. Bien sabes que soy mayor que tu hermano Edward, tengo más experiencia y créeme, sé lo que hago, aunque a veces pueda tomar decisiones con las que no estés de acuerdo. Es cierto que la desesperación me puede llevar a tomar medidas desesperadas, como hice contigo, pero te aseguro que conociendo a tu padre no había otra forma. Lo que no sabes es que planeaba declararle la guerra a mi reino, pero antes debía aumentar su ejército. Es cierto que nuestros padres tenían sus problemas, pero yo intenté hacer las paces y aliarnos y no quiso. ¿Crees que iba a quedarme de brazos cruzados esperando a que destruyera este reino que tanto ha costado a mi familia construir? De ninguna manera.

Aquello cambiaba mucho las cosas. No sabía que mi padre quería entrar en guerra... Pero aun así hubiera deseado que las cosas sucedieran de otra forma.

- Pero mi familia no tiene la culpa...

- Si te tranquiliza, no puedo decir con certeza qué destino tuvieron. Mi misión era hacer prisioneros a tu padre y a tus hermanos y llevarte conmigo. Tu madre y tu hermana podían seguir su vida en otro lugar y dejar al rey y sus hijos libres tras casarnos y unir los reinos. Por desgracia, no siempre salen las cosas como uno quiere. Entre unas luchas y otras el castillo acabó incendiándose y fue un "sálvese quien pueda".

- Me pregunto quién seguirá vivo...

- Quizá tu hermana logró escapar, no la vimos por el castillo. Tu madre... Bueno, falleció antes del ataque. Me lo confirmaron mis soldados. Estaba enferma.

- Sí, quizá por eso me mandó a la feria, para que no estuviera ahí llorando por ella- me salieron las lágrimas y comencé a llorar-. Siempre me apoyaba.

Me sentó sobre sus rodillas y me abrazó. En ese momento no me di cuenta de lo que estaba pasando, solo pensaba en que echaba de menos a mi familia. Lloré con la cara escondida en su pecho, entre sus brazos. Cuando me calmé al fin, me di cuenta de que estaba encima de él y dio mucha vergüenza. Iba a levantarme, pero no me dejó. Mantuvo sus brazos a mi alrededor, aunque ya estaba más erguida, mirándole a los ojos.

- ¿Me odias, Amy?

- No, claro que no, mi rey.

- ¿A pesar de secuestrarte?

- A pesar de ello.

- Pero no quieres estar conmigo...

No supe contestar a eso. En mi cabeza seguía en marcha el plan de escaparme cuando las cosas se calmaran.

- Si te vas de mi lado, volveré a enloquecer... Quédate conmigo, dame una oportunidad, conocerme y pasar un tiempo juntos, luego decidir si quieres volver a tu reino o quedarte conmigo y unir nuestros reinos en uno.

- Está bien, démosle tiempo. Pero quiero una habitación propia.

- Eso no puede ser... Al menos hasta que me asegure de que puedo confiar en que no te irás.

- ¿Y dónde dormiré?- pregunté sonrojada.

- Conmigo.

Enrojecí. ¿Dormir con él cada noche? ¿Es que no tenía piedad de mi pobre corazón que iba a dejar de funcionar correctamente a ese ritmo? Cada dos por tres se aceleraba de nuevo.

- Eso no está bien, no estamos casados...

- No te haré nada... malo.

Y me sonrojé todavía más. Por su tono de voz me di cuenta de que lo que quería era molestarme un poco.

- Por favor, déjame dormir en otro sitio.

- Esta habitación es toda tuya. Duerme donde quieras. Aunque cuanto más lejos de mi cama más frío pasarás.

Me dejó levantarme y explorar la habitación, mientras, encendió la luz y prendió fuego a la leña de la chimenea. Empujé una banqueta acolchada con respaldo hasta que quedó delante de la chimenea. Luego fui a por la manta que había sobre su cama y la traje hasta la banqueta. Andrés me miraba incrédulo, pero divertido.

- ¿Vas a dejarme sin manta?- se cruzó de brazos, aparentando ofensa.

- ¿No decías que cuanto más lejos de la cama más frío? Entonces ahora la cama debe de ser el lugar más cálido de la casa. No tendrás problemas- sonreí.

- ¿Ah sí? Ahora verás- vino hacia mí con una sonrisa pícara y retrocedí.

Empecé a retroceder más deprisa y eché a correr por la habitación mientras me perseguía. Se me escapó una risilla. Me recordaba a cuando jugaba con Matt y le quitaba o escondía alguna cosa o huía para evitar su venganza por alguna broma. Tropecé con la manta que aún llevaba en brazos y caí sobre ella, de forma que quedé envuelta. Andrés me cogió en brazos así como estaba y me llevó a la cama.

- Dime, ¿dónde hace más calor?- me preguntó mientras me dejaba tumbada y posicionado encima de mí.

Desde luego, podía notar que la temperatura había subido, y mucho. Admití derrota y le pedí que me dejara destaparme porque tenía calor. Abrió la manta y se cubrió él también con ella.

- Por favor, déjame dormir en la banqueta...

- ¿Qué harás si no te dejo?- dijo en tono juguetón.

Estaba demasiado nerviosa como para pensar en una buena respuesta. Estaba muy cerca de mí encerrados en la manta y eso solo podía empeorar cuando me rodeó la cintura con las manos y me atrajo hacia sí. Sentí mariposas en la tripa. Mi corazón latía tan fuerte que tuve que respirar más de seguido y se notaba en el movimiento de mi pecho. Por un momento creí que iba a besarme los labios. No estaba preparada, era demasiado pronto, no teníamos una relación como tal y nadie había confesado sentimientos a nadie y llevaba poco tiempo con él y... Sus labios fueron a mi frente y se apoyaron en ella unos segundos. Cerré los ojos y me tranquilicé un poco.

- Tu sigue huyendo de mí, la próxima vez iré bajando- dijo deslizando su dedo desde mi frente, pasando por el punte de la nariz hasta detenerse en mis labios-. Y puedo seguir- continuó bajando por el cuello y lo apartó, volviendo a alzar la mano y cubriendo mi mejilla mientras me acariciaba un poco con el pulgar-. No me canso de ver cómo cambias de color como los camaleones- se rió bajito.

Saqué las manos y me cubrí el rostro con ellas, no pudiendo ocultar más mi vergüenza y nerviosismo.

- Por favor, deja de molestarme, ya no puedo más- le pedí sonriendo, aunque tratando de parecer indignada.

- Es cierto, no queremos que te vuelva a pasar lo de ayer en la fuente- bromeó.

Puse una cara con la que se rió mucho. Era una mezcla entre vergüenza, ponerse de morros y sonrisa. Me liberó de la manta y después de quitarnos la ropa exterior y quedarnos en algo más cómodo para dormir, el rey fue a por otra manta y me la dio.

- Pero yo quiero la tuya- dije sonrojada. Me gustaba el olor que tenía.

- Está bien, pero solo por esta noche. Mañana me la devuelves y así tendrás una con mi olor y yo la manta con la que has dormido- dijo haciendo como que olía la manta, haciendo alusión a mis pensamientos. Debió de notarse cuando la olí y aprovechó para hacerme pasar vergüenza de nuevo. Se rió-. No pasa nada... Pero me divierte porque no lo admites y te sonrojas.

Me acarició la cabeza y me deseó buenas noches, volviendo a su cama. Apagó la luz y solo quedó la del fuego de la chimenea. Me dormí en la banqueta arropada con su manta, envuelta en su olor y sonriendo porque al final del día todo terminaba bien. Había un sido un largo viaje y pasó de todo, pero aprendí mucho, como con ese viaje, sobre el país, su gente, su rey y sobre todo, sobre cómo madurar y no fijarme solo en lo que tenía delante, sino la imagen entera. Ver que cuidar un país era una gran responsabilidad y debía tomar pronto una decisión, no podía depender de que mis hermanos sobrevivieran, sino que debía tomar mi propia iniciativa para cambiar las cosas. Traer innovaciones al reino y encargarme de los peligros que lo acechaban, como los animales, los bandidos, y más puentes en los ríos.

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