6. El error
Llegamos a la plaza de la ciudad y ahí subimos los escalones a una plataforma de piedra desde donde se daban anuncios, se realizaban obras de teatro, se cantaba, algunos proponían matrimonio en público... El diseño del suelo era un mosaico de mariposa cubierto con una sustancia transparente para que al endurecerse se pudiera seguir viendo y no se estropeara con el tiempo.
Se trataba de una espléndida mariposa monarca, que al parecer era el símbolo del reino, pues en la época de calor había muchas venidas de los campos de flores que rodeaban la ciudad y visitaban también las flores de la ciudad. Había muchos espacios verdes en las ciudades y pueblos del reino, con árboles en cada calle y flores en los balcones y en las plazas. Me agradaba ese equilibrio entre naturaleza y arquitectura. El dibujo de la mariposa podía verse en otros sitios como decoraciones de tiendas, broches, bordados en los vestidos, etc. Les recordaba que el frío pasaría y las mariposas volverían con la primavera.
Los vecinos de la ciudad se habían reunido en la gran plaza para dar la bienvenida a su rey. Aclamaban y aplaudían.
- Queridos ciudadanos, me llena de alegría estar de nuevo entre vosotros y recibir esta cálida bienvenida. Puedo decir con orgullo que he completado mi misión y he traído conmigo a la princesa Amelia del reino vecino. Estamos a solo un paso más de unir dos reinos para hacerlos prosperar juntos. Espero que halléis en vuestro corazón acogerla con la misma amabilidad y cariño con que siempre habéis tratado a la familia real y pueda sentirse como en casa.
Me cogió de la mano y me trajo adelante, a la vista de todos. Hice una reverencia y les saludé, agradeciendo su hospitalidad. Todos gritaron de alegría aplaudiendo. Estaban felices de que el rey dejara de estar solo y proporcionaría herederos para el trono. Sonreí, pero estaba algo confusa. ¿Herederos? Yo misma era una niña todavía, no se me pasaba por la cabeza tener hijos durante mucho tiempo. Y menos aún se me había ocurrido que fuera con él... Le miré y enrojecí. Empezaba a sentir presión para tomar decisiones... No quería darles falsas esperanzas.
- Lamento anunciar, sin embargo, una mala noticia. A mi gran pesar, he descubierto que hay al menos un traidor entre mis hombres. Tendrá lugar una investigación y un juicio y el o los traidores serán ejecutados. Si da un paso al frente ahora mismo, le libraré de una muerte humillante en público.
Todos empezaron a murmurar entre ellos, sacando sus propias conclusiones. Los soldados se miraron entre sí. Había uno que solo miraba al suelo. Era el soldado joven. ¿Sería culpable o testigo? Sentí un poco de pena por ellos, pero debía de ser grave esa traición para que fuera expuesta en público.
- Añadiré que no revelaré en qué consistía su traición al que de un paso al frente. Y si no descubro al culpable, mandaré ejecutaros a todos los que no estabais conmigo en el momento de la traición y no pude ver qué hacíais.
Aquello les hizo llenarse de temor. Los inocentes no querían morir y trataron de defenderse, pero el rey solo aceptaba una posibilidad: que saliera el culpable.
- Vaya deshonra, vivir en cobardía y con la conciencia intranquila sabiendo que tus compañeros han tenido que morir por tu culpa- dijo el rey mirando a cada uno a los ojos, aunque dejó la impresión de que se hacía una idea de quién era.
- Fui yo- dio un paso al frente el joven soldado-. Solo yo. Pagaré por no hacer un buen trabajo de guardia.
- Vuelve a tu sitio, Alfred, no es eso lo que hizo el traidor. Tu ya recibiste tu castigo, reducido gracias a que la princesa estaba dispuesta a recibirlo por ti. Deberías demostrarle tu agradecimiento con tu lealtad.
- De por vida, majestad- dijo el soldado haciendo una reverencia.
- Por favor, no mates a los inocentes- le pedí, poniéndome delante de los soldados.
- Ya te interpusiste una vez y te escuché. Pero esta vez no hay perdón, ya que o son culpables o los están encubriendo. Saber y callarse también es traición.
Oí comentarios diciendo que era valiente por atreverme a defender a los soldados y enfrentarme al rey, me preocupaba por la gente y la justicia y sería una buena reina. Deseé no haber escuchado aquello, pues tener a la gente de mi parte me hizo atreverme a hablar más de la cuenta.
- No tienes derecho a decidir quién es culpable solo por suposiciones- dije alzando la voz.
Su mirada fulminante penetró en mi alma y me quitó la respiración. Se hizo silencio y solo podía escuchar los latidos de mi corazón y una especie de pitido molesto en los oídos. Dejé de ver y oír a mi alrededor.
- Atrévete a repetirlo.
Me entró un escalofrío y comencé a temblar. Mi razón me decía que pidiera perdón inmediatamente por oponerme al rey delante de todos y avergonzarle dudando de su autoridad. Mi orgullo me decía que lo dicho dicho estaba y no debía manchar mi dignidad disculpándome ante el rey en público. Un sudor frío recorrió mi frente mientras miraba al suelo y deseé desaparecer. Estaba aterrada. Me atreví a alzarle la voz en público por el apoyo de la gente, pero no me daba cuenta de que sin importar que fuera o no en público el rey tenía autoridad en su país, y no pensé en lo que pasaría cuando dejara de estar rodeada de gente, sino en su castillo. A solas. Mi mente se quedó en blanco. O eso o empezar a imaginar todo tipo de cosas que podían pasarme. "Discúlpate", decía mi razón. "Firme", decía mi orgullo. En ese momento, dos soldados salieron al frente.
- La princesa se ha arriesgado en defendernos y no lo merecemos. Aceptaremos nuestro destino para que su majestad la perdone, y así compensar también nuestra traición para con ambos.
¿Cómo? ¿Traición contra mí también? Empecé a salir del trance y preguntarme qué hicieron y por qué el rey decidió no revelarlo si se entregaban voluntariamente. El capitán acudió al llamado del rey y se encargó de esposarlos y llevárselos. Con una mano en mi corazón, les miré agradecida. Quizá era mejor no conocer su pecado, de esa forma les tendría un buen recuerdo. Sin embargo, no creía que aquello sería suficiente como para que el rey se olvidara de la ofensa.
- Agradeciendo su colaboración a la princesa para descubrir a los traidores, y sabiendo que no volverá a suceder- me miró de reojo, haciendo que mi corazón diera un salto y asentí rápidamente-, doy esta sesión por concluida. Deseo que todos tengan un buen día.
Saludamos con la mano y bajamos, tras lo cual emprendimos de nuevo el viaje hacia el castillo, que estaba a tan solo una hora de ahí. Fui caminando al lado del caballo y el rey decidió hacer lo mismo, pero caminando al otro lado. No nos dirigimos la palabra en todo el camino. La tensión se podía notar desde la distancia. Por fin llegamos al castillo. Los guardias abrieron las grandes puertas y accedimos a una porción de jardines reales, puesto que la mayor parte continuaba alrededor y detrás del castillo. Delante de las escaleras había un patio donde "aparcaban" los caballos y los coches de caballos y carruajes. Los sirvientes se ocupaban de ellos luego. Los cortesanos salieron a nuestro encuentro y siguieron los saludos, las bienvenidas y las presentaciones.
El rey se dirigió a sus aposentos tras ordenar que prepararan los baños. Me llevaron a mí primero. El rey quería que yo estuviera lista para la fiesta de esa noche, ya que él no tardaría tanto en prepararse. Desde luego, una princesa tenía una larga preparación, sobre todo para vestirse y arreglarse. Me relajé mucho en los baños con el agua caliente y las flores y esencias. Las criadas se aseguraron de tratarme lo mejor posible. Me dieron un masaje, me arreglaron las uñas, me llenaron de cremas y perfumes. Mi pelo brillaba y estaba más suave que nunca. Debí admitir que había mucho más lujo que en mi reino. No me fue difícil ponerme el vestido apretado en la cintura, había adelgazado esos días. Era un pomposo vestido con el cual no estaba segura de poder moverme mucho. Una vez terminaron de arreglarme, me apremiaron para que me dirigiera al salón de baile.
Andrés ya me esperaba. Estaba vestido de forma elegante, como un rey. Se me quedó mirando unos segundos antes de extender la mano, invitándome a entrar. No cambió la expresión de su rostro desde lo ocurrido en la plaza. Algo me decía que más tarde el tema resurgiría. Al abrirse las puertas, entramos juntos y observamos a todos los invitados desde el rellano del que partían dos escaleras, una a cada lado. Me presentó ante todos como su prometida y aplaudieron. Hizo una breve reverencia y me invitó al primer baile. Yo también le respondí con una reverencia y bajamos la escalera, mi mano en la suya y al llegar al centro, sonó la música y comenzamos a bailar. Todo el tiempo traté de evitar su mirada, pues me producía inquietud. Me aterraba que estuviera aplazando el castigo. No quería ver en sus ojos esa frase... Pero acabó por pronunciarla.
- Luego hablaremos... Por ahora cuida tu lengua. Piensa bien lo que vas a decir delante de otros. No sea que empeores tu castigo.
Tragué saliva. Al fin y al cabo no lo había dejado pasar. Debí de expresar en mi rosotro el disgusto, pues le llamó la atención.
- Intenta no poner esa cara delante de los invitados- suspiró-. Esta es tu fiesta, ¿por qué no dejas las preocupaciones para luego?
- ¿Cómo hacerlo sabiendo que estás molesto conmigo?
Cuando terminó la canción, al ver que iba a alargarse la conversación, me llevó al balcón que daba al jardín. En todo momento me habló en voz baja, por lo que se mantenía cerca de mí. Aunque sus palabras fueran más suaves, podía notar algo que no me tranquilizaba.
- No es ningún castigo físico, solo... una compensación por la humillación pública y para enseñarte a no cuestionarme delante de mis súbditos- me dijo al oído en un tono escalofriante.
Me entró frío de repente, y no precisamente por estar fuera. ¿Qué tendría pensado? Me echaba a temblar solo de imaginarlo. Aunque si no era nada físico, tan malo no sería... ¿No?
- Pero eso es una cuenta pendiente entre nosotros, ¿de acuerdo? No tiene nada que ver con nuestros invitados ni es ahora el momento para castigos. Diviértete hasta entonces...
Más que animarme esa frase me producía una sensación incómoda en el pecho y mi corazón latía con fuerza. Seguramente no dejaría de sentirme así hasta que me alejara de él, por lo que le pedí que se fuera adelantando, quería quedarme ahí un minuto más para tomar aire y volvería. Se marchó y me quedé mirando un rato al jardín. Vi que un invitado llegaba tarde. Me fijé en su vestimenta. Debía de ser un príncipe. Subió por la escalera lateral del balcón y reparó en mi presencia. Me miró embelesado y me saludó enseguida con una corta reverencia de cortesía.
- Permitidme que os diga que sois la dama más hermosa que he visto hasta ahora. ¿Puedo conocer vuestro nombre?
- Amy. ¿Y el tuyo?
Desde luego mi forma de hablar era más simple y directa que la suya. Me parecía interesante su lenguaje cortés.
- Por supuesto, permitidme que me presente. Me llamo Lucca.
- ¿Príncipe?- pregunté.
- Lo habéis adivinado. Una dama tan bella como vos debe de ser una princesa, ¿me equivoco?
- Ya lo descubrirás- sonreí.
Me divertía su acento, su forma de hablar y su personalidad expresiva y sincera, aunque amable y cortés.
- ¿Por qué no entraste por la puerta principal?- pregunté.
- Como llegaba tarde, no deseaba sufrir ese incómodo momento en el que todos giran la cabeza al verme llegar.
- Lo entiendo- me reí. A mí tampoco me gustaba esa situación-. Bueno, debo entrar ya. Ha sido un placer.
- ¿Me concedéis el próximo baile?
- No sé si debería...- me imaginé la cara de Andrés si me viera, pero por otra parte, solo era bailar, podía hacerlo con quien quisiera. Ni que fuera estrictamente para parejas. Y nosotros ni éramos pareja en realidad, solo era una fachada. Entonces me decidí: ¿y por qué no?- Bueno sí, está bien.
Entramos y me dirigí a la mesa de aperitivos. Pero ahí vi a Andrés hablando con los invitados. Me vio y dio un paso en mi dirección. Entonces sonó la música y Lucca me invitó a bailar. Hice como que no vi al rey y acepté, aunque sentí su mirada en mí. Cuando volví a dirigir la mirada ahí, ya no estaba. No sabía si era peor verle o no verle, ya que podría encontrármelo de repente en cualquier sitio. Todo el baile estuve atenta por si acaso. Pero nada sucedió. Me regañé a mí misma por ser tan paranoica y por no disfrutar el baile como me dijo el rey que hiciera. Lucca se dio cuenta de que estaba algo distraída.
- ¿Esperáis a alguien? Lamento haberos comprometido a bailar conmigo...
- ¿Qué? Oh, no, no te preocupes- iba a quitarle importancia, pero por alguna razón me apeteció acudir al sarcasmo para molestarle un poco-. Solo temía la reacción del rey por elegir bailar contigo en su lugar.
- ¿Cómo? ¿El rey?- el príncipe palideció-. ¿Pero no está prometido con...?- entonces se dio cuenta-. ¡Sois la princesa Amelia! Disculpad si he sido descortés, alteza- hizo una reverencia-. Por ahora me retiro, no quiero causar el caos desde la primera vez.
Hizo una reverencia y fue a saludar a invitar a otra dama a bailar. Yo volví a la mesa de aperitivos y cuando iba a comerme un pastelito, de pronto sentí a alguien detrás que me susurró al oído:
- Ya veo que te estás divirtiendo.
El sobresalto hizo que me atragantara y comencé a toser. El rey se colocó a mi lado y se sirvió un pastelito también. Tenía una expresión aparentemente tranquila.
- Sí, el príncipe Lucca me invitó a bailar y no creí respetuoso rechazar...
- ¿Cómo? ¿El príncipe Lucca?- se alteró-. Evita estar en su compañía siempre que te sea posible.
- ¿Es que solo puedo bailar contigo al ser tu prometida?
- No es eso, pero no con él. No es quien aparenta ser. No te relaciones con él. Es una orden.
- Pero ¿por qué...?
El rey enarcó una ceja y me callé. Su mirada lo decía todo. Seguramente tenía una buena razón, pero no me gustaba que me la ocultara y aun así exigiera obediencia.
- Está bien, como desees, mi rey- suspiré.
- Sé que quieres saber la razón, pero por ahora es mejor esperar. Más adelante, cuando se confirmen mis sospechas, entenderás por ti misma todo. Pero no lograremos que se desenmascare si no le seguimos el juego. Debemos seguir como si nada pero con cuidado hasta entonces. Confía en mí, hazme caso.
Aquello me preocupó, pero asentí. El príncipe Lucca era encantador, no entendía sus razones para sospechar de él, pero decidí fiarme. Con el tiempo se vería. Asentí a sus palabras.
- Muy bien, tendrás hambre. Te dije que cuando llegáramos al castillo podías comer todo lo que quisieras. Es hora de cumplir mi palabra. Vamos a disfrutar el banquete.
Se anunció que el banquete estaba listo y todos estaban invitados a asistir. Acompañé al rey hasta el comedor donde había varias mesas largas decoradas con gusto y llenas de todo tipo de exquisitos manjares. Se me hacía la boca agua solo de verlo y olerlo. Disfruté mucho de la cena. Seguramente fue mi parte favorita de la fiesta. Cuando despedimos a los invitados y se fueron todos, acompañé al rey a su habitación. Al parecer tampoco en el castillo se fiaba de darme habitación propia. Una vez cerró la puerta, sonrió de forma que me dieron escalofríos.
- Bien, ahora hablemos de lo que ocurrió hoy...
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