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5. Turismo

Al llegar a la ciudad, todos recibían con alegría al rey mientras formaban un pasillo en las calles principales de la ciudad. Saludamos con la mano a todos. Andrés miró a los soldados, que cabalgaban detrás de nosotros, como si esperara que hicieran algo. Mientras los caballos disminuían la velocidad e iban a paso andante, los soldados empezaron a cantar una cancioncilla ridícula en la que se hacían burlas a sí mismos. Todos se reían al escucharles cantar que eran una "panda de inútiles" y hasta un niño era más responsable y maduro. Andrés trataba de contener la risa y yo intentaba disimularla cubriéndome con la mano. Pero era demasiado gracioso. Debía de ser humillante para los soldados, ya que algunos ya estaban rojos y otros apenas movían la boca.

- No os oigo, más alto- dijo el rey.

- ¡Una panda de inútiles...!- alzaron la voz.

Estallamos en carcajadas. Así que era obra del rey. Era probable que fuera su castigo por emborracharse esa noche. Antes de salir de la ciudad, nos detuvimos a pasar la noche en la posada. Como imaginé, no tendría habitación propia, pero al menos había dos camas. Me senté en la cama enfrente a la suya y él hizo lo mismo.

- No imaginé que se te podían ocurrir esas ideas- le dije riéndome-. Ha sido muy divertido.

- ¿Te ha gustado?- sonrió- Supuse que sería mejor así esta vez, no quería traumarte dándoles un castigo serio, bastante hemos tenido este viaje. Pero no será así siempre, claro.

- Claro... No queremos que te conozcan como rey de las bromas.

- Prefiero ser un rey normal- se rió.

- Quería preguntar algo...

- Adelante.

- ¿Hoy hay cena para mí? Ya hemos llegado a tu reino y dijiste...

Se levantó y en un paso estaba delante de mí. Alcé la mirada, expectante. Me acarició la cabeza con suavidad y sonrió.

- Hemos pasado por muchas cosas ayer... Luchaste bien, te lo mereces. Vamos abajo con los demás.

Me puse de pie en seguida y fui al comedor. Andrés venía detrás de mí. Los demás estaban esperando su comida y mientras nos sentábamos, el posadero vino a apuntar nuestro pedido. Empecé a charlar con los soldados, haciendo bromas sobre su castigo y riéndome con ellos. También les felicité por su valentía. Andrés me obvservaba, interesado en mi forma de interactuar con los demás. Comimos con muchas ganas y pronto nos entró sueño por el cansancio del día y la cena que producía soñoliencia. Subí a la habitación y me quedé tirada en la cama. Ni me dio tiempo a cambiarme o cubrirme con la manta, directamente me quedé dormida. Llevaba un rato durmiendo cuando escuché como a lo lejos la puerta y unos pasos y sentí que alguien me tapaba, pero estaba medio dormida y regresé al sueño.

Al día siguiente, me encontré sola en la habitación. Bajé de la cama y me di cuenta de que Andrés me había cubierto con la manta. Me había dormido con el vestido y todo. Ya que no había nadie, aproveché para cambiarme de ropa. Me miré al espejo. Podía imaginarme a mi madre llevándolo. Mamá... Derramé una lágrima en silencio. Entonces Andrés entró y me volví hacia él. Me limpié la mejilla mirando hacia otro lado.

- ¿Ya nos vamos?- pregunté.

- Sí...-parecía que iba a preguntarme algo o hacer un comentario, pero se quedó en silencio.

- ¿Me queda bien?- cambié de tema tratando de sonreír, aunque se me notaba la nostalgia en el rostro.

- Siempre- asintió.

Durante el trayecto, el rey hizo las veces de guía turístico. Me iba señalando lugares y contando sus historias y anécdotas. Realmente era mejor que una clase de historia. Así daba gusto aprender. Nos detuvimos en un puente y me contó por qué el río que fluía debajo se llamaba Traición: un rey se arrojó al río porque su hermano le perseguía para matarle y robarle así el trono. Pasamos al lado de una estatua en la plaza de otro pueblo y me contó que la mujer con alas simbolizaba la fe. El siguiente pueblo tenía por nombre Héroe, debido a que ahí pasó un hombre cuyo nombre nadie conocía y que ahuyentó a los bandidos. Nunca más volvieron. Al fin llegamos a la ciudad donde pasaríamos la noche. Los soldados se quedaron cenando mientras el rey me llevaba con él a una placita con una fuente rodeada por columnas. Una hiedra unía sus capiteles. Me fijé mejor y no era una hiedra, sino una viña. Las uvas maduras colgaban de los tallos. Había bancos entre algunas columnas. Era precioso, como sacado de la mitología griega. La fuente estaba coronada por un corazón de piedra.

- La historia de este lugar es muy bonita y ocurrió de verdad- comenzó a relatarme-. Había una vez un príncipe enamorado de una bella princesa de otro reino. Sin embargo, ella estaba prometida con otro. Él se creía más digno de ella, por lo que hizo todo lo que pudo por conquistar su corazón. La princesa acabó enamorándose también y ante esta fuente juraron amor eterno. Ella canceló su compromiso para casarse con el príncipe, pero su país sufría una sequía terrible, pero el príncipe no podía ayudarla, puesto que su país también estaba sufriendo económicamente. Acabó aceptando casarse con su prometido, lo que rompió el corazón del príncipe. Sin embargo, no se rindió. A pesar de que ya estaba casada, él no perdió la esperanza. Cuando fue coronado como rey, comenzó a aliarse con otros países y a abrir comercio con ellos, aprendiendo de cada uno para mejorar su propio país. La economía creció y el reino floreció. Por fin podía ofrecerle a la princesa un buen futuro para sus reinos. Retó a un duelo a su esposo y ganó, pudiendo por fin casarse con la princesa viuda. Así fue como tres reinos se unieron en uno solo, más grande y poderoso y los dos amantes pudieron cumplir su juramento. Ni la muerte los separó, pues están enterrados juntos. Esta viña la plantaron ellos y mandaron colocar un corazón de piedra encima de la fuente que recordara a todos su historia.

Alcanzó un racimo de uvas y me ofreció. Acepté gustosa. Eran grandes y estaban deliciosas. Nos sentamos en un banco y seguimos comiendo las uvas.

- Gracias por enseñarme tu reino y contarme todas estas historias. Me gusta mucho- sonreí.

- ¿Me permites...?- se inclinó hacia mí y me acercó una uva a los labios.

Tragué saliva y me sonrojé, pero abrí un poco la boca y acepté la uva, sintiendo el roce de sus dedos. El tono rosado de mis mejillas se intensificó hasta llegar a rojo. Incluso Andrés lo notó a través de la poca luz que había y me acarició la mejilla. Comí algunas más, tratando de no pensar en ello. Mordí una que era más dulce que las demás. Me entusiasmé y quise que la probara también. Se la llevé a los labios sin pensar.

- Mira esta, pruébala, ¡es muy dulce!

Él se sorprendió, pero reaccionó rápido, no queriendo perder la oportunidad y darme tiempo a cambiar de opinión. Busqué con qué limpiarme los dedos, pero no tenía pañuelo, por lo que acabé chupándolos. Era una mala costumbre por la que solían regañar a Matt cuando íbamos de picnic. Aún tenía el dedo índice en la boca cuando me di cuenta de que era el que había tocado sus labios. Mis mejillas cada vez se encendían más y ya no sabía cómo evitarlo.

- Es verdad, está muy dulce- dijo-. Pero seguro que no tanto como...- miró mis labios y se dio cuenta de lo que iba a decir, callándose a tiempo y sonrojándose. Carraspeó y cambió de tema-. Como... Como... En aquel entonces.

Miró hacia otra parte. Me dio la impresión de que iba a decir otra cosa y creí saber lo que era, pero ese pensamiento solo me hacía sentir más calor y nervios. De pronto me llevé la mano a la nariz, tapándome la parte inferior del rostro mientras me levanté deprisa para evitar mancharme el vestido y fui a la fuente a lavarme. Al ver mi brusquedad, Andrés vino a ver qué me ocurría y me cogió la mano con la que me estaba tapando, descubriendo mi cara manchada de sangre. Me dio mucha vergüenza que me viera así.

- ¡No mires! Por favor...

Solté la mano de su agarre y me lavé la cara una y otra vez.

- ¿Qué te ha ocurrido? No te has golpeado, y no hace tanto calor como para...- se detuvo y me tocó la cara, sientiendo su temperatura. Yo me aparté y seguí lavándome la cara- ¿Debería preocuparme de que siempre estés tan caliente? Personalmente me atrae, pero...

Y mi nariz volvió a sangrar. Aquello debía parar o acabaría desmayándome.

- Por favor, no seas tan directo conmigo, no estoy acostumbrada a tratar con hombres y...

Lo que dije despertó su curiosidad.

- Ahh... Ya entiendo...

Vio que al fin y al cabo sí que me afectaba lo que hiciera o dijera. Por desgracia, no era inmune a sus encantos. ¿Por qué un rey con problemas de estrés y control que conquistaría un reino por secuestrar a una princesa tenía que ser tan apuesto y atractivo? Y no ayudaba mucho haberle conocido un año antes y esperar a verle de nuevo todo ese tiempo... Solo empeoraba las cosas. Yo me había decidido a mantenerme firme y no caer en su red, no quería que se saliera con la suya después de lo que hizo. ¿Por qué era tan difícil? Quizá debía mostrarme más fría con él y así evitar que aquello avanzara en ese rumbo.

- Toma mi pañuelo- me secó y limpió la cara con cuidado y me dejó el pañuelo en la mano-. ¿Sabías lo que dice una leyenda sobre la historia que te conté? Que los amantes compartieron una uva para unir sus destinos...

Me cubrí de nuevo con el pañuelo, pues la hemorragia volvió. Ya tomaría medidas... a partir del día siguiente.

Esa noche en vez de dormir estuve nada más que acordándome de cada momento con el rey, desde la primera vez que me sujetó para impedir mi huida hasta el beso en la cabeza de buenas noches (eso era nuevo). El año anterior yo le di un beso en la mejilla, pero no me daba tanta vergüenza como simplemente mirarle a los ojos esa noche. Y por si fuera poco, cada vez que comiera uvas recordaría... todo eso. Empezaba a tener otros motivos que me urgían a escapar: irme antes de que fuera demasiado tarde. Pero debía dejar que pasaran unos días y bajara la guardia. Si no, sería yo la que bajaría la guardia.

Al día siguiente también obtuve mi ración diaria de turismo. Y al siguiente. Y al otro. Intentaba mantener más distancia, sobre todo cuando quedábamos solos por la noche. Andrés me dejaba, pero cuando menos me lo esperaba, volvía a hacer o decir algo que me hiciera sonrojar. A veces solo con su mirada ya conseguía ponerme nerviosa.

Por fin llegó el día de la entrada triunfal en la ciudad más allá de la cual se encontraba su castillo. Jamás iba a olvidar todo lo ocurrido ese día.

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