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4. Cruzando las montañas

Toda la mañana estuvimos a lomos del caballo. Hacía mal tiempo, viento y frío. El cielo estaba nublado. El otoño estaba al caer. Era una zona de montaña, la frontera entre países. No nos detuvimos a mediodía, sino que seguimos varias horas más hasta que encontramos una cueva en las montañas. Quedaba poco para que anocheciera, por lo que decidimos pasar la noche ahí. Nos pusimos alrededor de la hoguera y algunos incluso se pusieron mantas encima. Miré al rey sentado frente al fuego apoyando la espalda en la pared de la cueva con una manta sobre sus hombros mientras me acercaba para sentarme a su lado. Venía de mirar el escenario fuera. Empezaba a llover. Mantuve un poco de distancia, pero tenía frío y una parte de mi mente me mandaba acurrucarme junto a él, mientras que la otra parte regañaba a la otra por pensar cosas raras. Él abrió el brazo junto con la manta, acogiéndome y compartiéndola conmigo. Me daba vergüenza, pero no había dejado de estar a su lado desde que comenzó el viaje y empezaba a acostumbrarme, aunque eran diferentes situaciones. Sobre todo siendo que quería acurrucarme junto a él para entrar en calor, hecho que no tardó en suceder. Era increíble lo rápido que hacía efecto. Mi estómago volvió a protestar y Andrés me miró curioso. Yo me sonrojé por el ruido que salía de mi tripa.

- Bueno, adiviné tu nombre, me prometiste una comida- le recordé.

- ¿La quieres ahora?

- Sí. Ya no aguanto más.

- Muy bien, traedle una porción- les dijo a los soldados.

Uno de ellos preparó un cuenco caliente de sopa y me trajo pan y queso. No tardé en comérmelo, aunque intenté disfrutarlo y no que se acabara tan deprisa.

- Gracias, ha estado muy bueno- dije- aunque me hubiera gustado un poco más...

- Esa fue tu porción. Yo también comeré- dijo el rey mientras un soldado le servía.

- No te había visto comer hasta ahora- mencioné.

- Eso es porque te acompaño en el ayuno. Te preguntarás por qué no te doy de comer... Mis soldados necesitan la energía, pero tú no, ya que la emplearías para huir, y eso no está en mis intereses. Cuando lleguemos a casa podrás comer todo lo que quieras. Sería cruel comer delante de ti y que me estuvieras mirando, siento que es un poco injusto que yo coma y tu no, así que tampoco yo lo haré. Comeré cuando tú comas. Si no, estarías mirando mi comida con esos ojos que tienes ahora- dijo mientras le quedaba poco para terminar la sopa-. Ya tuve suficiente, puedes terminártelo. Pero recuerda que no tendrás más hasta que lleguemos a mi reino pasado mañana.

Asentí y acepté su tazón, usándolo a modo de taza y tomé la sopa que quedaba. Me sentía ya mejor. Apoyé mi cabeza en su pecho y me quedé dormida. El rey sonrió y me rodeó con sus brazos. Escuché vagamente algún comentario de los soldados.

- ¿Qué magia ha usado con ella? Se ha acostumbrado tan rápido a estar a su lado...

- Mirad y aprended- bromeó otro.

Podían decir lo que quisieran. Al fin y al cabo, no debía de ser tan raro ver a unos "prometidos" juntos. Les hubiera dicho algo, pero estaba saliendo de la fase consciente y entrando a la fase inconsciente del sueño. Antes de darme cuenta, ya era de día. Andrés me despertó para recoger e irnos.

- ¿Has dormido?- le pregunté mientras caminábamos un rato antes de volver a montarnos en los caballos.

- Un poco. ¿Es que te preocupas por mí?- me insinuó arqueando las cejas.

- Un poco. Pero solo un poco- dije mirando hacia otro lado.

- Me sorprendió que quisieras acurrucarte junto a mí anoche. ¿No quieres ser siempre así de adorable conmigo?- dijo para picarme.

- Hmm, no te acostumbres- protesté con tono indignado, aunque trataba de ocultar mi vergüenza ante sus palabras, que me exponían.

Se rió y me alborotó el cabello. Los soldados comentaban el cambio del rey desde que empezó a estar conmigo. Les alegraba mi compañía e influencia positiva sobre él. Me figuré que estaba descubriendo al verdadero Andrés oculto tras todo ese sufrimiento y desesperación y estrés que le había hecho ser más irascible. Desde luego, ese era un rey más humano, más carismático, al que no les importaría servir y defender con su vida. Empezaban a tener más motivos para traerme de vuelta si me volvía a escapar. Por una parte me beneficiaba agradarles, pero por otra parte... limitaba mis posibilidades de huida.

Cabalgamos durante gran parte del día y solo nos detuvimos media hora al llegar a un riachuelo, para dejar que los caballos bebieran agua y llenáramos las cantimploras. Después continuamos hasta llegar a un bosque. Anocheció antes de llegar a salir de él. Era peligroso dormir ahí, por lo que el rey insistó en continuar hasta llegar a un claro o salir del bosque. Sin embargo, no fue así. No lográbamos salir del bosque, y al ser de noche, podíamos perdernos.

Finalmente hubo que detenerse. Al rey no le gustaba nada tener que pasar ahí la noche. Ordenó que nadie se durmiera, ni siquiera yo. Debíamos estar alerta. Encendimos fuego para calentarnos y ahuyentar a los animales, pero recién comenzaba a verse una llamita cuando escuchamos ruidos provenientes de todas partes, como si nos hubieran rodeado. Y así era. Cogí dos fundas de espadas para tener algo con lo que defenderme.

- Soldado, protege el fuego, asegúrate de que aumente y prepara antorchas. Vosotros dos, defendedle para que pueda hacer su trabajo. El resto, lucharemos por vuestra vida y la de nuestros compañeros. Y sobre todo, defended a la princesa, que al ser más pequeña pueden ir a por ella. Cuando tengamos las antorchas será mas fácil, pero hasta entonces no os rindáis. Y Amy... sé que eres más fuerte de lo que crees. Ánimo. ¡Ánimo a todos!

Todos nos pusimos en posición, vigilando en silencio a todos lados, atentos a cualquier movimiento. Era la calma antes de la tormenta. Después de unos instantes de silencio, de pronto surgió de las sombras una jauría de lobos que se lanzaron contra nosotros, todos a la vez. Golpeé al lobo enfrente mía con todas mis fuerzas. Pareció afectado, pero regresó y atacó con más intensidad. Esa vez decidí clavarle la funda como si fuera la espada y apunté al estómago, pero acerté a introducirla en sus fauces y se ahogó mientras trataba de librarse de ella, ya que había entrado casi la mitad en su garganta. No tenía tiempo para sensibilidades, debía luchar por mi vida. Los demás se las arreglaban con las espadas, aunque los lobos eran bastante ágiles. Vi que uno se le acercaba a Andrés por detrás mientras luchaba con otro y le di un golpe como si fuera una pelota de tenis, lanzándolo más atrás, aunque no lo suficientemente lejos. El rey se libró de su contrincante y clavó su espada al lobo que justo en ese momento saltaba encima de mí y me tiraba al suelo. Me tomó de la mano y me ayudó a levantarme. Vi que el soldado encargado del fuego iluminaba la primera antorcha y fui a por ella. Me defendí de un lobo, que retrocedió al sentir que se quemaba su pelaje y huyó hacia el interior del bosque. Le di la antorcha a Andrés y poco a poco fui repartiendo el resto a cada uno hasta que todos teníamos antorchas. A lo lejos se oyó un trueno que nos estremeció a todos. El mal tiempo no había terminado.

- Si nos pilla la tormenta en el bosque, no solo apagará las antorchas, sino que disminuirá nuestra visibilidad, aumentará nuestra vulnerabilidad a enfermedades si nos muerden o hieren los lobos y además los árboles pueden atraer algún rayo que decida usarnos como toma de tierra. Mientras llevemos las antorchas, pocos seran los lobos que se atrevan a acercarse. Aprovechemos para salir del bosque antes de que sea demasiado tarde. O al menos alejarnos de este área. Ya visteis hacia dónde huían al ver el fuego: el interior del bosque. Pues bien, debemos tomar la dirección contraria para salir. ¿Entendido?- dijo el rey.

Todos asentimos, montamos a los caballos y los hicimos correr lo más rápido que podían, siguiendo la luz de mi antorcha, puesto que iba al frente con el rey en su caballo. Esa vez me senté detrás y alzaba la antorcha, cuidando de no rozar ningún árbol o planta. Aparecieron de nuevo algunos lobos, tratando de competir en la carrera con los caballos, pero los soldados se encargaban de espantarlos con el fuego y matarlos o herirlos con la espada. Esa era la escena durante un buen trecho del recorrido. Cambié la antorcha de mano y me sujeté al rey con la otra.

Cuando tenía ambos brazos cansados tras cambiar la antorcha de mano varias veces, y pensé que ya no podía más, la lluvia nos alcanzó y poco después las antorchas dejaron de alumbrar. Detrás de nosotros comenzamos a oír aullidos de lobos que se acercaban. Parecía el fin, pero entonces, al frente divisamos la salida del bosque y nos apresuramos a salir. Sin embargo, los lobos realmente debieron de estar famélicos, ya que nos siguieron incluso en campo abierto. No veíamos casi nada. Habría oscuridad casi total si no fuera porque la luna estaba empezando a descender y estaba cerca del horizonte, donde aún no habían llegado las nubes. Entonces escuchamos el sonido de un río. Nos dirigimos hacia ahí. Si lográbamos cruzarlo, estaríamos a salvo. Me sujeté a la cintura del rey con fuerza mientras el caballo saltaba al agua y comenzaba a nadar hacia la orilla. Los demás nos siguieron.

El agua estaba muy fría, creí que se nos congelarían las piernas. Los caballos se esforzaban por cruzar, pero no lograban hacer frente a la corriente del río, que les iba arrastrando río abajo mientras trataban de alcanzar la orilla. Finalmente los soldados, imitando al rey, bajaron de los caballos y trataron de nadar también, sujetándolos por las riendas para ayudarles a cruzar. Yo sabía nadar, pero no tenía ninguna oportunidad contra la corriente, por lo que lo único que podía hacer era patalear en el agua y así impulsar al caballo para que avanzara. Finalmente llegamos a la orilla y los lobos volvieron al bosque. Nunca había pasado tanto miedo. Nos quedamos todos tumbados en la hierba, agotados. Andrés no estaba conforme con dejarnos caer ahí. Debíamos encontrar refugio.

Un poco más lejos había una luz proveniente de una cabaña. Nos dirigimos allí con las pocas fuerzas que nos quedaban y llamamos a la puerta. Un hombre que parecía ser leñador miró por la ventana y al verme, me reconoció y abrió.

- Princesa, ¿cómo es que está aquí?

- Estoy cruzando el país para llegar al reino vecino, estoy prometida con el rey- señalé a Andrés-. Pero se nos hizo de noche en el bosque y venimos de defendernos de los lobos... ¿Podríamos quedarnos aquí esta noche? Lo pagaremos...

- ¡Faltaría más! Adelante, siéntense frente a la chimenea para entrar en calor. Los caballos pueden quedarse en el cobertizo- les indicó a los soldados dónde llevarlos y una vez que todos estábamos en semicírculo frente a la chimenea el leñador nos trajo leche caliente. Se lo agradecimos mucho.

Estábamos empapados, pero comenzábamos a secarnos. Había sido una larga noche, y aún quedaban unas horas hasta el amanecer. Todos se quedaron dormidos. El rey pagó generosamente al leñador, quien no veía necesario aceptarlo, pero insistió que era para futuras personas que necesitaran de su ayuda, como nosotros. Solo entonces aceptó. Nos habíamos quitado toda la ropa que se podía, dejándola a secar. Yo me quité la capa, que me había protegido bastante de la lluvia, pero no estaba segura de si quedarme con el vestido blanco que cubría mi ropa interior pero que llevaba debajo de mi vestido principal. Supuse que aunque fuera ropa interior, me cubría bastante y no se vería nada. Si dudaba en hacerlo era por mantener la imagen elegante de una princesa. Le conté al oído a Andrés mi dilema y se sonrojó un poco.

- Están todos dormidos, no pasa nada. No miraré. Toma esta manta que nos ha dejado el leñador, puedes cubrirte con ella mientras se seca tu ropa.

Así lo hice y volví a sentarme frente a la chimenea. Él se sentó detrás de mí, rodeándome con los brazos y con una pierna a cada lado. Sentí como unas mariposas en la tripa y enrojecí. No solo era la posición, sino que además estaba en ropa interior bajo la manta. Me dijo que podía apoyar mi espalda en su pecho y si me entraba sueño, dormir. Al principio me resistí por vergüenza, pero el cansancio me echó hacia atrás y el sueño me venció y ya no me importó nada. Me desperté una vez antes del amanecer y vi que Andrés seguía rodeándome con sus brazos, casi como asegurándose de que la manta quedara en su sitio. Estaba dormido con la espalda apoyada en la pared más cercana a la chimenea, donde al parecer se colocó cuando ya estaba dormida, seguramente para descansar él también. No sentí cuando nos movimos. Aunque era solo un metro de distancia de donde estábamos antes. Volví a cerrar los ojos y dormirme.

Al abrir los ojos por la mañana, él ya estaba despierto. Era algo más tarde de lo habitual, pero necesitábamos el descanso. Además, ese mismo día llegaríamos a su reino, que al parecer era algo más avanzado en las nuevas tecnologías y más civilizado. Más ciudades, más transportes, más recursos. Menos bosques y animales peligrosos, pero menos vegetación también. Me gustaba mi reino, solo que necesitábamos con urgencia una o más formas de cruzarlo sin que nuestra vida estuviera en peligro cada día.

- Hoy es el día, conocerás mi reino- me dijo, viendo que me había despertado-. Ya no tendremos que preocuparnos tanto del camino, como ya te mencioné antes, un carruaje nos llevará hasta el castillo. Iremos haciendo algunas paradas en el trayecto. Quiero enseñarte la belleza de mi tierra.

- Por fin, me estaba cansando de saltar tanto a lomos del caballo. Me duele todo.

El rey se rió. Despertó a los demás, les mandó vestirse e ir a por los caballos. Mientras estaban fuera, aproveché para cambiarme de ropa. El leñador me trajo un baúl con ropa, calzado, accesorios y algún otro objeto como un espejo y un peine. Vi que tenían las iniciales de mi madre. Le miré sorprendida. Al parecer, mi madre había estado ahí cuando era joven, tuvo que refugiarse ahí y la única forma de pagar que encontró fue con sus pertenencias. Insistió en dárselas al leñador, quien vio apropiado dármelas a mí.

- ¿Qué hacía la reina por aquí?

- Correr una aventura antes de casarse. Quería disfrutar de sus últimos días de libertad. Estaba prometida con el rey en el reino vecino, pero por alguna razón acabó casándose en este. Se enamoró de este país y de su rey y no volvió a mirar atrás. Desde entonces hay tensión entre las familias reales de ambos reinos.

Eso explicaba muchas cosas... Aunque tenía mucho que averiguar. Al menos sabía por qué mi padre no quería saber nada del rey Andrés. Quizá tuvo conflictos con su padre. Le di las gracias y me llevé el baúl. Mejor dicho, los soldados me ayudaron a llevarlo. Me quedé uno de los vestidos y me lo puse, para estar presentable al entrar al reino vecino. Quería causar una buena impresión. Solo esperaba que no se notara que los vestidos eran un poco antiguos y quizá pasados de moda, pero a mí me gustaban mucho. Habían pertenecido a mi madre. El rey sonrió y me hizo un cumplido al verme, tras lo cual me subió al caballo. De camino a la frontera le conté lo que me dijo el leñador. Él escuchaba interesado. Le pregunté si sabía algo al respecto, pero entonces nos detuvimos en la cima de una colina para observar el paisaje. Habíamos llegado. Podía ver su reino extenderse más allá del horizonte. Ciudades y pueblos que no estaban muy lejos unos de otros, al menos no tanto como en mi reino. Había zonas verdes, colinas y bosques, pero ninguno tan extenso como en mi reino.

Desde luego, debía de ser más fácil la comunicación y el transporte ahí. Y también muchísima gente. Entendía por qué la unión de los reinos podía resultar útil. Mi reino tenía mucho territorio y materias primas que ofrecer a tanta gente, y su reino tenía muchas innovaciones y oportunidades de una vida mejor que ofrecer al mío. Pero no quería dejar que eso condicionara mi decisión de casarme. Eso debía ser por amor. Solo que empezaba a ver las ventajas desde el punto de vista de una reina que quería lo mejor para su gente.

- Bienvenida a mi reino- me dijo el rey, de pie al lado del caballo. Me cogió para bajarme, y me hizo girar antes de dejarme en el suelo-. Todos están esperando con impaciencia conocer a su futura reina... quiero decir, a mi prometida- se corrigió para que no protestara y estropeara el momento. Pero no iba a protestar. No me importaba cómo me llamara, sino nuestras decisiones con respecto a la relación que mantendríamos.

- Gracias, será un placer visitar tu reino- sonreí haciendo una reverencia.

Nos volvimos a montar en el caballo y galopamos hasta la ciudad al pie de la colina. Después de todo lo que tuvimos que pasar para llegar, era un alivio y una alegría estar por fin ahí. Esperaba con ilusión conocer ese mundo nuevo.

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