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3. El joven de la feria

Me cubrió con la capa y me cogió en brazos, llevándome de regreso a la posada. Mientras pasaba por al lado del guardia que debía haberme vigilado, ordenó que le ejecutaran, pero yo le supliqué que no lo hiciera con las pocas fuerzas que tenía.

- Ha sido culpa mía, castígame a mí...- dije sin ser consciente de lo que realmente podían significar mis palabras.

- A ti también te llegará el turno, pero accedo a tu petición. Eso sí, me debes un favor muy grande.

- Sí...

- Está bien, que quede en 30 azotes y dormirá fuera. Esperad a que esté más sobrio. Y al resto... Pensaré en un castigo grupal más tarde, ¡cómo se os ocurre beber y emborracharos sin haber cumplido vuestro trabajo!

El guardia estaba aliviado por no morir, pero asustado por el castigo que se le venía encima. Hice lo que pude por él, pero no podía librarle de un castigo, necesitaba espabilar como guardia, era peligroso que se pudiera chantajear tan fácilmente a alguien con un cargo tan importante. El rey me dejó sobre la cama y mandó traer una palángana de agua, desinfectante, un paño y vendas. Me limpió la mano, la cara y el cuello, por donde estaba salpicada de sangre. Luego me vendó la muñeca y le pidió a la posadera que me prestara una muda de ropa mientras lavara mi vestido. Él salió de la habitación y fue a hacerles saber su castigo a los demás, puesto que escuché que se quejaban, pero acabaron diciendo "a sus órdenes", ya que se lo merecían y no tenían nada que decir en su defensa. El rey quería asegurarse de que sería la última vez que sus hombres se comportaran de forma tan irresponsable.

- Parece que has pasado por mucho hoy- comentó la posadera, terminando de vestirme y tapándome con la manta-. Has tenido suerte, podrías no haber llegado a contarlo.

Me sentí un poco mejor, pude abrir los ojos y pensar con más claridad, pero estaba demasiado cansada como para incorporarme.

- Gracias- le dije.

Ella se marchó y avisó al rey de que ya había terminado. Este venía de asearse y afeitarse. Se desvistió de sus atuendos reales y quedó con unas prendas más simples y cómodas para dormir, una camiseta blanca tirando a color crema, suelta con mangas anchas que se cerraban en las muñecas y unos pantalones gris ceniza que le llegaban hasta la pantorrilla, ni muy ceñidos ni muy anchos. Enmudecí al verle. Fingí que estaba dormida cuando se volvió hacia mí. No me lo podía creer. Era el joven de la feria, estaba segura. Sin la barba pude reconocerle perfectamente. Pero parecía tan diferente...

- No hace falta fingir que duermes- dijo sentándose en el borde de la cama. Tomó mi mano herida y la besó-. ¿Te duele mucho? Intenta no moverla durante algunos días. Te será complicado sin tu mano dominante.

- Ya no me duele tanto, pero al principio creí que me desmayaría. Se me emborronó la vista...- me incorporé como pude.

- No tienes aguante frente al dolor. No estás acostumbrada.

- Andrés...- dije, repitiendo el nombre que mencionaron los bandidos antes de huir.

- Vaya, por fin te acuerdas de mí. Supongo que mi aspecto actual se corresponde más al del año pasado cuando me vestí de plebeyo para huir de mis responsabilidades y divertirme un rato. Mi padre me había concedido una semana libre para que viajara y acabé en esa ciudad. Tuve que atrasar mi regreso, pero valió la pena.

- ¿Si tu eres rey, tu padre...?

- Murió poco después- dijo con voz triste.

- Debió de ser duro...- dije acordándome de mi familia.

- Tanto que enloquecí. De pronto todo el reino esperaba que tomara todas las decisiones y arreglara sus problemas y defendiera el país cuando yo lo que necesitaba era un tiempo a solas para asimilar su muerte y desahogarme. Fue cuando recordé lo que me dijiste y me di cuenta de que tu compañía era lo único que podía ayudarme. Traté por todos los medios de convencer a tu padre para que me concediera tu mano, hasta que no me quedó más remedio que venir en persona. Estaba determinado a no irme con las manos vacías. Cuando volvió a rechazar, pensar que debía volver a esa vida... Era impensable. Durante todo el año, lo único que me impulsó a seguir adelante fue la esperanza de tenerte pronto conmigo. Así que puse en marcha mi plan B. Tomar el reino por la fuerza para poder tenerte.

Un relámpago seguido de un trueno inundó la habitación iluminando su mirada siniestra. Mi corazón dio un salto. Era temible lo que podía llegar a hacer por alcanzar su objetivo. En un ataque de desesperación, recurrió a medidas desesperadas, resultando en la pérdida de mi hogar y mi familia.

- No volveré a dejar que te vayas de mi lado esta vez.

Yo temblaba, dándome cuenta de que había perdido mi libertad para siempre. Me había convertido en su único objetivo en la vida, haría todo lo que estuviera en su mano para tenerme con él. Mi hermana tenía razón cuando me lo dijo. Mi padre tenía razón al rechazarle y entendí por qué lo hizo con tanta furia. Pero no debió de darse cuenta de que tenerme encerrada y protegida no nos libraría de sus manos. ¿Qué hubiera sido lo mejor? ¿Declararle la guerra? ¿Entregarme? O quizá ofrecerme como acompañante para que nadie pagara por ello... Al menos de forma temporal.

- Si me hubieras contado antes que necesitabas mi compañía te habría ayudado voluntariamente- le dije-. Pero por todo lo que has hecho...

- Tu padre jamás lo hubiera permitido. Y ahora qué, como hice todo eso... ¿Me vas a odiar para siempre?- se inclinó hacia mí y me eché hacia atrás-. ¿Me dirás que nunca me lo perdonarás? ¿Que siempre tratarás de huir? ¿Que nunca serás mía? Que todos mis esfuerzos fueron en vano...

Desde luego, no quería que todo lo ocurrido fuera en vano. Pero tampoco podía dejar que se saliera con la suya, no sería justo. Por una parte simpatizaba con su situación, pero por otra, no podía apoyar sus decisiones.

- Aunque me fueras a decir eso...- añadió-. No puedo dejar que todos mis esfuerzos se echen a perder. Pero aun así quiero saber tu posición. Dime tu respuesta.

Me ponía tan nerviosa su cercanía que traté de apartarle un poco, poniendo mis manos en su pecho, pero sentí el dolor en mi muñeca y grité sin poder evitarlo, tras lo cual rompí a llorar. No podría describir esa sensación de dolor mezclada con impotencia y desconsuelo. Al ver que la venda dejaba de hacer su trabajo y se estaba tiñendo de rojo, Andrés la cambió y añadió dos palos de madera pequeños, uno a cada lado, para mantener la muñeca recta y prevenir que volviera a moverse. Luego me envolvió con sus brazos y me estrechó contra sí. Me acarició un poco la cabeza, tratando de consolarme. Por alguna razón, empezaba a sentirme un poco más calmada.

- No puedo verte así, no vuelvas a irte y meterte en problemas. Como vuelvas a escaparte...- me susurró algo al oído que hizo el milagro de detener mis lágrimas y hacerme olvidar el dolor.

Me quedé inmóvil, tratando de procesar lo que me acababa de decir. Sentí un escalofrío de pies a cabeza. Y cada vez que recordaba sus palabras, se repetía. Por un tiempo, o hasta que mi escapada fuera algo más seguro y factible, tendría que quedarme con él. Mi cara debía de estar del color de mi muñeca. Andrés se apartó un poco para ver mi reacción. Acercó su mano a mi mejilla y lo notó también.

- ¿Cómo es que siempre estás tan caliente?- dicho lo cual me aumentó la temperatura-. Me pregunto si es por mí o por fiebre- insinuó con una sonrisa pícara que no ayudaba nada a rebajar mi temperatura corporal y la velocidad de mis latidos.

- Te... te tenía que responder... a... A lo de antes...- tartamudeé, nerviosa.

- Te escucho- se tumbó a mi lado con los dedos cruzados detrás de su nuca-. Si no te importa, yo también estoy cansado, necesito echarme.

Le miré y recordé cómo estábamos así un año atrás en la hierba bajo el cielo estrellado. Empezaba a dolerme la espalda por doblarla tanto al apoyarla en la cabecera de la cama y me acabé tumbando también. Yo estaba bajo la manta y él encima de ella. Me pregunté si no tendría frío.

- No voy a odiarte siempre por lo que has hecho... No se puede juzgar con ligereza las acciones desesperadas... Acabaré perdonándote, algún día. Pero no tengo ninguna intención de casarme contigo. Puedes retenerme a tu lado, hacer que te acompañe, incluso quizá llegue a acostumbrarme y que no me importe tener que hacerlo, pero el matrimonio es una decisión de dos partes. Si me haces ir ante todos vestida de novia y responder que sí a los juramentos yo seré sincera. Me voy a oponer.

Andrés me miró de reojo y luego cerró los ojos y suspiró.

- Cuando uno es rey se acostumbra a tomar las decisiones y esperar que las cosas salgan a su manera... Está bien, no te obligaré a casarte. No pensaba forzarte, esperaba que acabaras aceptándome- se giró y me miró a los ojos-. Pero permíteme al menos presentarte como mi prometida, así te respetarán. No quiero que nadie piense que te tengo de concubina o cualquier rango inferior, sino que te den un valor casi o igual a mí. ¿Entiendes?

Asentí. Cogió mi mano herida y la besó de nuevo.

- No olvidaré lo que te prometí. Un día serás mi reina.

- ¿Por qué estás tan seguro que acabaré queriendo...?

- Es más bien mi deseo. ¿Crees que es descabellado?

- He oído cosas peores- sonreí-. No voy a decirte que sea imposible, con el tiempo se verá. Pero no lo des por hecho.

- De momento me contento con tenerte cerca. Aliviará mi carga en gran manera. Ahora, voy a castigarte por escapar- dijo mientras se incorporaba.

Sentí una corriente por mi cuerpo, desde luego no esperaba eso tan de repente. Creí que el ambiente se había calmado entre nosotros. Grande fue mi sorpresa al verle apartar la manta para cubrirse con ella. Se acercó a mí y me rodeó con sus brazos, atrayéndome hacia sí. Sentí un cosquilleo en la tripa. ¿Qué castigo era ese?

- Hoy dormirás entre mis brazos. Y seguirás durmiendo a mi lado hasta que lleguemos al castillo. No voy a arriesgarme a perderte de vista y que vuelvas a escapar- me susurró al oído mientras sentí su aliento en mi nuca.

Enrojecí. Nunca había estado tan cerca y de forma tan íntima con nadie. Mi corazón latía muy rápido y estaba tan nerviosa que tardé mucho en dormirme. Sentí su corazón que también latía rapido y me di cuenta de que no solo me pasaba a mí. Eso me puso más nerviosa todavía. Poco a poco comencé a notar más cosas, como su olor, su tacto, su calor, su respiración... No me resultó desagradable. Empecé a sentirme más cómoda y calmada y finalmente pude dormir.

A la mañana siguiente, desperté en otra posición, en vez de darle la espalda, estaba de frente y nuestros rostros muy cerca. Enrojecí. Que lo primero que viera al despertar fuera un hombre... un rey durmiendo a mi lado... Se me puso la piel de gallina. No me acostumbraría fácilmente. De pronto me acercó más a sí y bajé la cabeza para que no coincidieran nuestras caras. Parecía que seguía dormido y que lo hacía por instinto, de forma automática. No tardó mucho en despertar y abrir los ojos. Al verme, pude notar el color en sus mejillas y que la temperatura comenzaba a subir. Me apartó un poco y se dio la vuelta. No quería que le viera. No pude evitar pensar que era adorable. Se levantó y poniéndose en pie, se estiró y fue a vestirse.

- Llamaré a la posadera para que te traiga tu vestido. En cuanto termines, ven enseguida abajo.

Así lo hice y emprendimos de nuevo la marcha. Todavía quedaban dos días hasta llegar al reino vecino, y desde ahí algunos días más hasta el castillo, pero ya nos recogería un carruaje. Me fijé en el mal aspecto que tenía el soldado castigado por mi culpa y fui a disculparme con él. Llevé mi mano a su mejilla, donde tenía un moratón, preguntándole si estaba bien. Él se puso nervioso y se apartó, pidiéndome que le dejara hacer su trabajo. Sí, había aprendido la lección.

- ¡En marcha!- ordenó el rey.

Sentada entre sus brazos sobre el caballo, miraba el amanecer desde mi izquierda. Era una vista preciosa. En dos días habían sucedido muchas cosas. ¿Qué otras aventuras nos aguardaban en el camino hacia el castillo?

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