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17. Nace una tradición

Esperé al rey para desayunar juntos. Trataba de ocultar mi sonrisa traviesa, pero no podía, por lo que la tranformé en una sonrisa alegre, con ganas de estar un rato juntos. Llegó unos minutos después y me ofreció una rosa.

- Buenos días, mi bella princesa.

Me sonrojé y extendí la mano hacia la rosa, pero la apartó y se inclinó hacia mí.

- ¿No recibo yo algo a cambio?

Me sonrojé aún más. Me acerqué y le fui a dar un beso en la mejilla, pero giró la cara y se lo di en los labios. Me aparté y sonrió con picardía.

- No es justo...- protesté por la vergüenza.

Me dio la rosa y besó mi mejilla a modo de disculpa. Guiñó un ojo, haciendo que no pudiera molestarme con él. No podía fingir molestia, al fin y al cabo me gustaba que fuera así conmigo. Esperaba que al estar de buen humor se tomara bien la pequeña broma que tenía planeada. Echó el azúcar en el té y tomó. Puso una cara rara y no pude evitar reírme. Le echó más azúcar para endulzarlo pero cada vez ponía peor cara. Yo me reía más y más. Entonces cayó en la cuenta de que la guerra de bromas había empezado.

- Ya me parecía a mí- probó el azúcar-. Esto no es azúcar.

- Lo cambié por la sal- me reí-. El mío lo preparé antes para que fuera dulce.

- ¿Ah sí? Entonces no te importará volver a prepararme un te en condiciones...

- Está bien, voy a por el azúcar.

Fui a por el azúcar y al volver le vi tomando el té. Me extrañó.

- Creo que le voy cogiendo el gusto al té- dijo con cara de disfrutarlo.

- Bueno, yo no creo que me guste- dije imaginándome el sabor.

Cogí mi taza de té y tomé. Hice una mueca de desagrado. ¿Qué le había pasado a mi té? Entonces caí. Le miré sospechosa.

- ¡Cambiaste las tazas!

- Sí, y tu té está muy bueno, me gustaría que me lo prepararas más a menudo- sonrió satisfecho.

- Esta vez me has pillado... Pero la próxima vez no podrás contraatacar...- murmuré.

Me miró interesado y probablemente planeando vengarse la próxima vez. Tenía una sonrisa pícara en el rostro y cara de planear algo. Después de desayunar, fue a conceder audiencias. Le llevaría todo el día, por lo que tenía tiempo de sobra para planear la próxima broma. Por la noche regresaría cansado, por lo que no estaría muy atento. Eso jugaba a mi favor. El hecho de que estuviera cansado también significaba que la broma tenía que ser más ligera, para que no se enfadara. Además, tampoco quería causarle molestias con las bromas, solo divertirme un poco.

Coloqué unos cojines encima de la puerta entreabierta para que al entrar se le cayeran encima. Era simple pero me haría gracia su reacción. Como tenía aún mucho tiempo libre, cambié la tinta por otra que se volvía invisible y redacté un documento falso para que firmara. Al leerlo me divertiría mucho con la cara que pusiera. El resto del día me dediqué a pensar en bromas para otros días y comencé a dibujar una tira de viñetas con la broma del té para recordarla. Acabé incluyendo también su contraataque. Me gustaba bastante cómo había quedado.

Llegó la noche y miraba la luna sentada en el saliente de la ventana cuando la puerta se abrió y me giré rápidamente para ver cómo se estampaban los cojines en la cara de Andrés uno tras otro. La expresión de su rostro no tenía precio. No podía dejar de reírme hasta recibí un cojín con la cara. Andrés preparó el siguiente lanzamiento y me quité de la ventana a tiempo, pero el cojín me dio en el brazo. Lo cogí para defenderme. Estaba en posición de ataque mientras Andrés se acercaba con el tercer cojín.

- Quieres jugar, ¿eh? Pues juguemos...- dijo con tono insinuante.

Le tiré el cojín tratando de apuntar a su cara mientras buscaba con la mirada otro cojín, pero recibí el cojín en la espalda. Lo cogí, pero no me dio tiempo a reaccionar porque otro venía hacia mí que esquivé agachándome. Para cuando me levanté, mi mirada se encontraba con la suya a unos centímetros. El estómago me dio un vuelco. No sabía si aprovechar que estaba cerca para darle o si el juego había terminado. Me atrajo hacia sí por la cintura y sonrió con picardía.

- Touché. J'ai gagné.

Enrojecí. Era muy atractivo hablando francés. Reaccioné y le di con el cojín en la cara, apartándome y corriendo a por otro.

- Gana el que se queda sin cojines. Así que perdiste.

En realidad no había ganador ni perdedor en una guerra de almohadas/cojines, pero quería seguir un rato más y no dejarle "ganar" tan rápido. Le tiré más cojines y respondió con uno. Me di cuenta de que a ese paso yo me quedaría sin cojines. Me reservé el último, esperando su contraataque.

- El juego termina aquí- dijo viniendo a por mí.

Corrí tratando de esquivarle, rodeando mesas y muebles y la cama. Finalmente quedé arrinconada. Intenté escapar por un lado, pero no funcionó. Me quitó el cojín y lo tiró lejos y a mí me cogió en brazos, haciendo que mis piernas le rodearan.

- Ahora me toca a mí jugar contigo... con mis reglas. Has vuelto a huir de mí... Tengo que castigarte.

- Pero estábamos jugand...

Fui interrumpida por un escalofrío que me recorrió al sentir sus labios en mi cuello. Después vinieron las mariposas en la tripa que revolotearon durante unos instantes que duró esa postura. No me sentía capaz de protestar ya, solo sentía que mi cuerpo pedía más. Andrés me dejó de pie en el suelo, pero vio que estaba aún embobada.

- ¿Qué ocurre, quieres más?- enarcó una ceja mientras sonreía como un felino con ganas de jugar.

- Ehhh... - intentaba reaccionar mientras volvía en mí.

Pero Andrés no estaba dispuesto a desaprovechar esa oportunidad y me cogió en brazos, llevándome a la cama. Pero se detuvo, pensando que quizá no era buena idea empezar algo que no estaba seguro de cómo terminaría, por lo que eligió el sofá y se sentó conmigo entre sus piernas.

- Veamos... ¿Por dónde debería empezar...?

- ¿Por dónde...?- me excité.

- ¿Prefieres que baje o que suba?

- Terminará mejor subiendo...- opiné, era consciente de lo que iba a pasar y sabía lo que quería. Ese día quería jugar.

Sonrió, sabiendo que diría eso. Comenzó besándome el cuello, lo que me produjo escalofríos y cosquilleos.

- Mmmm...- se me escapaba.

Sus labios recorrieron mi cuello y mis mejillas hasta llegar a los labios. Era la guinda del pastel. Me colocó encima de él con una pierna a cada lado, mirándole de frente. Rodeé su cuello con mis brazos y nos fundimos en un beso apasionado que duró más de lo que habíamos planeado, pues al terminar, volvía a empezar de nuevo. Cada vez me sentía más atraída por él y ya no me ponía tan nerviosa que no podía sentir su tacto, sino que lo deseaba. Cada vez me sentía más preparada para casarme con él. Ya no temía nada mientras fuera con él.

- Mañana seguiremos jugando, ya es tarde y hay que levantarse pronto- me susurró al oído.

- ¿Seguiremos jugando?- murmuré.

Agarró el lóbulo de mi oreja entre sus labios, dándome a entender su indirecta. Otro cosquilleo. Entonces me dí cuenta de un detalle y me separé de él.

- ¿Por qué dices que mañana nos levantaremos temprano?

- Vas a tener las audiencias y yo estaré observando.

- ¿Cómo? ¿Yo?- desperté completamente y me asusté.

- Claro, será una de tus tareas como reina, debes ir practicando.

- Pero... Así de repente... Yo sola...

- Tómatelo como un examen.

Tragué saliva. No estaba familiarizada con las audiencias, mi padre las tenía en privado y nunca estuve en las de Andrés. Quizá tendría que haber asistido a alguna. Y por si fuera poco dijo que era un examen... Me puse nerviosa y Andrés lo notó. Me dio un beso en la frente y me acarició la cabeza.

- No te preocupes, ¿vale? Estaré ahí.

Me acompañó a mi habitación y nos despedimos con un beso. Esa noche me costó dormir, pensando en cómo sería el día siguiente. Incluso cuando pude dormir, desperté con pesadillas de que el reino acababa sumido en una guerra civil por mis malas decisiones. Se lo dije al rey en el desayuno y se rió.

- No va a haber ninguna guerra civil por eso.

Aquello no me convenció porque mi sueño parecía muy real, pero no dije nada más. A la hora de las audiencias, fui a la sala del trono y Andrés me indicó que me sentara. Me quedé mirando el trono mientras él se escondía detrás de una cortina para no interrumpir en las audiencias. No podía creer que me sentaría en su trono. El trono de mi rey... Me sonrojé inevitablemente. Oí que las puertas se abrían y anunciaban la llegada del primer burgués. Me senté rápidamente y esperé a que llegara. Al verme, se extrañó.

- Vengo a hablar con el rey- dijo él.

- Yo soy la futura reina y me haré cargo de las audiciones también. El rey así lo desea. Si tienes algún inconveniente puedes reclamarle a Su Majestad.

- No tengo ningún inconveniente si así lo desea Su Majestad... Le expondré mi problema. Verá, busco justicia porque Migato mató a Miperro y acusó a mi gato de colaborar con mi perro para matar a Miperro porque Micaballo así se lo ordenó pero el caballo de Micaballo murió hace poco, por lo que Micaballo no pudo haberse ido de casa sin él. ¿Entiende?

Mi cabeza estaba hecha un lío. ¿Se estaba burlando de mí?

- ¿Quieres justicia por sus animales?- traté de entender.

- No, mi gato y mi perro no hicieron nada, fue Migato el que mató a Miperro.

- Pero estás diciendo lo mismo.

- No, Su Majestad confunde a mi gato con Migato y mi perro con Miperro. Verá, Migato es mi vecino y Miperro es mi hijo

- Ah, se llaman así... ¿Y quién es Micaballo?

- No sé cómo se llame su caballo pero el mío está muerto.

- No, quiero decir que quién es el caballo de su relato.

- Ese caballo está muerto.

- El otro.

- ¿El caballo de Micaballo? Se llama Mivaca.

- No, quién es su dueño.

- Micaballo es mi primo.

- ¿Entonces dices que tu vecino mató a tu hijo y culpó a tu primo?

- Culpó a mi gato.

- ¿A Migato?

- No, su gato no, el mío.

- Tu vecino culpó a tu gato de matar a tu hijo por orden de tu primo cuando en realidad fue él, ¿verdad?

- Y también a mi perro.

- ¿Por qué tu primo mandaría a dos animales a matar a tu hijo?

- No lo sé, yo solo quiero que se haga justicia y sentencien a Migato por matar a Miperro.

- Entonces, ¿tienes pruebas contra Migato?

- ¿Por qué iba a tener pruebas contra su gato?

- Me refiero a tu gato... No, tu gato no... Tu hijo Migato... Ah no, que Miperro era tu hijo y Migato el vecino...

- Su perro no es mi hijo.

Empecé a estresarme, era una conversación absurda y no lograba expresarme de manera que no se malinterpretara. Por otro lado, intentaba entenderle pero la historia era ridícula. Finalmente le dije solamente que presentara pruebas del asesinato y le haría justicia. El hombre se marchó y me eché hacia atrás en el trono. Mi mente estaba agotada. Pregunté cuánta gente quedaba y la respuesta fue...

- 56.

Creí que me daría un infarto. El siguiente que pasó fue un noble que afirmaba ser un heredero al trono del reino que me fue concedido por Lucca. Le dije que nada podía hacerse ya que la decisión estaba tomada y yo era la reina de ese país. El hombre se fue diciendo que organizaría una rebelión en mi contra como no abdicara en tres días. Me quedé descompuesta. ¿Qué debía hacer en esos casos? La tercera persona era una mujer que quería recuperar una aguja en un pajar, literalmente. Era un regalo de su abuela y perderla significaría que no era una buena nieta y la deshonra caería sobre su familia. Mi respuesta fue que lo mejor sería probar antes a pedir ayuda a su familia, amigos y vecinos para buscarla y si después de varios días no la encontraba, que me escribiera.

Pasaron diez personas más, cada cual con una historia más ridícula. Al final de la última dije "basta" y cerré la sesión de audiencias porque si no, me estallaría la cabeza. Fuera, todos empezaron a armar alboroto protestando porque querían ser escuchados. Empecé a llorar y Andrés salió de detrás de la cortina. Había olvidado que estaba ahí. Fue a decirles a todos que ya podían regresar y les felicitó por su buen trabajo. Luego vino hacia mí con los brazos abiertos y corrí hacia él, llorando. Me abrazó y me dijo que lo había hecho bien y no me preocupara.

- Pero... Pero... Van a rebelarse contra mí... La aguja... El reino de Lucca... El gato y el perro...

Andrés echó a reír y me llevó a la terraza. Me contó lo que sucedía en realidad y dejé de llorar.

- ¿Que todo había sido una broma?- no me lo podía creer.

- No creí que te lo tomarías tan en serio, realmente intentaste resolver esas ridiculeces- se reía sin parar.

- Es verdad, ¿cómo no me di cuenta?- empecé a reírme también-. Que Migato matara a Miperro pero no fueran su gato ni su perro ni el caballo de Micaballo...

- ¿Qué era eso?- preguntó el rey.

- Pues una de tus bromas, ¿no?

- A mí no se me hubiera ocurrido algo tan incoherente. Fue la primera audiencia, ¿no? Estaba ocupado indicándoles a todos lo que debían decir para ayudarme con la broma.

- ¿Me estás diciendo que la historia más absurda era verdad y las otras eran bromas?

Traté de contarle lo que me dijo el burgués y me costó un rato hacer que Andrés me entendiera. Se quedó igual de confuso que yo. Cuando el hombre volviera ya se encargaría el rey de atenderle, yo ya no quería saber nada. Por la tarde, Andrés se dispuso a revisar unos documentos que debía firmar y llamó a un mayordomo para que se los llevara. Se quedó leyendo el último. Yo había ido a su habitación a hacerle compañía mientras leía un libro.

Vi que estaba rascándose la cabeza, tratando de descifrar el documento. Me di cuenta de que era el documento falso que inventé. Esperaba que se diera cuenta de que era broma. Traté de contenerme para no reír, pero fue más difícil cuando el mayordomo regresó diciéndole al rey que los documentos no estaban firmados. Andrés los revisó extrañado y volvió a firmarlos. El mayordomo se los llevó de nuevo y Andrés siguió con el documento falso. En ese documento ponía que el rey de otro país le declaraba la guerra porque una vez vio su cara y no le gustó. Solo retiraría la declaración de guerra si en el tratado de paz él firmaba que llevaría siempre una máscara.

Al verle leer y releer el documento tratando de recordar cuándo vio a ese rey y por qué no le gustaba su cara me entraban ganas de reírme. Entonces el mayordomo regresó con los documentos diciendo que no tenían la firma. El rey los firmó de nuevo. Cuando el mayordomo volvió a indicar que faltaba la firma, el rey se exasperó y los tiró al suelo. Yo no pude contener la risa y estallé en carcajadas. Fue entonces que Andrés reparó en que era periodo de bromas y debió darse cuenta de que algo pasaba. Vino hacia mí y me miró enarcando una ceja, esperando explicaciones.

- Es tinta invisible.

Cambió la tinta, firmó los documentos y los volvió a enviar, ya definitivamente.

- Muy gracioso, ahora verás.

Abrió la ventana y cogió  un carámbano de hielo que colgaba de la parte exterior de la ventana. Me pregunté qué pretendía hacer con eso.

- No huyas... O ya sabes qué toca.

Quería escapar pero si lo hacía... Me esperaba el castigo. Me acercó a él y comenzó a deslizar el carámbano por mi rostro, mi cuello, bajando por la columna hasta el interior de mi vestido. Me daban escalofríos y no podía soportarlo. Me aparté de él y volvió a acercarse diciendo que no había terminado.

- Está muy frío...- protesté.

Sin remediarlo, acabé huyendo de nuevo y me pilló tirándome a la cama boca abajo y tuve que soportar el hielo deslizarse por mi espalda hasta mi cintura. Luego lo metió bajo la falda de mi vestido y comenzó a subirlo por la pierna.

- No, por favor, para... Ahí no...- suplicaba.

Se detuvo a la altura de la rodilla y me dejó. Estaba enfadada con él y me crucé de brazos, dándole la espalda. Me abrazó por detrás y me besó la nuca. Sentí otro escalofrío. Debía de ser su forma de seguir bajando con el castigo. Me dejó el carámbano en las manos.

- Supongo que me he pasado, merezco que tomes venganza- dijo.

Me di la vuelta y sonreí satisfecha. No me contendría, iba a hacer buen uso del carámbano. Sin embargo, tras deslizárselo por la espalda, se me enfrió la mano de sujetarlo y decidí terminar con su vientre. Metí el carámbano en el espacio entre botones de su camisa y lo solté. Luego fui rápido a la chimenea a calentarme. Andrés se deshizo del carámbano lo más pronto que pudo y vino también a calenrarse. Nos miramos y nos reímos.

- ¿De verdad te creíste ese documento falso?- me reí.

- ¿El documento era falso?- me miró enfadándose-. ¡Casi entro en guerra con un reino!

- Lo siento... Creí que verías que era broma...

- Con una disculpa así no basta- dijo él.

- ¿Tengo que inclinarme ante ti como esa vez?

No respondió. Ni me miró. Supuse que no me quedaba más remedio. Realmente no quería que se estropeara el buen ambiente entre nosotros. Me incliné haciendo una reverencia bajando mucho la cabeza y pedí disculpas. Se giró inmediatamente y me alzó la barbilla, haciendo que me enderezara. Sonrió.

- Eres mi reina, no necesitas hacer eso. Ya no. Lo que quería era otra clase de disculpa- me rozó los labios con el pulgar, dándome a entender la indirecta.

Cerré los ojos y acerqué mi rostro. Sentí sus labios en los míos. Luego abrí los ojos y le vi conteniendo una risilla.

- Era broma, claro que no me iba a enfadar por eso. Pero te lo has creído.

- Lo has hecho para que te besara, ¿no es así?- fingí indignación.

- Pillado- sacó la lengua sonriendo con picardía.

Nos reímos de nuevo.

- Será mejor tomarse un descanso de las bromas y que no duren tanto... Las tuyas me dan miedo- bromeé, aunque era en parte cierto.

- Está bien, bajaré el nivel para la próxima- sonrió abrazándome.

Nos abrazamos. Ese día se me había hecho muy largo. El rey me superaba en las bromas, debía tener cuidado. Decidí que mejoraría mis bromas para la próxima vez, pero sin que pudiera temer que se ofendiera. Tampoco queríamos que hubiera alguna rebelión o guerra por nuestra causa, por lo que trataríamos de no involucrar a otros. Pero mirando atrás, había sido divertido. Los días siguientes me dediqué a dibujar en viñetas las bromas de ese día mientras el rey se encargaba de resolver el caso del burgués cuyo vecino Migato era acusado de matar a su hijo Miperro por órdenes de Micaballo. ¿O era el caballo de Micaballo? En cualquier caso, no quería volver a recordarlo. El pobre Andrés regresaba cada noche agotado y aún sin conseguir entenderse con el hombre. Finalmente un día el burgués dijo que su hijo había aparecido y todo era un malentendido, que el vecino solo le había llevado al médico para curar un resfriado. Era de locos. Desde entonces, por muy extraño que pareciera, el rey decretó que antes de poner nombre a un bebé, primero debían consultarlo con él. Así fue como desde entonces cada vez que nacía un bebé, lo traían ante el rey para darle nombre.

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