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14. El espía

Fuimos a una posada para pasar la noche antes de entrar a mi reino al día siguiente. Era la primera vez que no quería volver. No quise ir a mi habitación a dormir. Me quedé en el comedor, delante de la chimenea, con el cuenco de sopa entre las manos sin apenas probarlo.

- Por favor, princesa, coma y descanse, necesita energías para llegar adonde está su majestad.

- ¿Qué majestad?- pregunté irónicamente

- El rey Lucca, por supuesto.

- ¿Cómo que rey?- desperté de golpe.

El soldado se dio cuenta de que dijo algo que no debía, pero era demasiado tarde.

- Quiero decir, el príncipe...

- ¿Por qué te interesa que vaya a verle? Esa no es tu misión.

- Su majestad el rey Andrés dijo que era mejor que el príncipe Lucca se casara con su alteza, princesa.

- No fue ninguna orden- le recordé.

- Yo así lo entendí, que esa era su voluntad para detener la guerra.

- ¿De verdad crees que Andrés ya no me quiere y no le importa que me case con Lucca?- pregunté desconsolada.

- Opino que precisamente porque la quiere, la manda, para que se salve.

- No, no puede ser... ¿Es que temía perder?

- Todos sabíamos que esa sería la última batalla- respondió él-. Y si no esa, la siguiente lo sería sin duda. La desventaja era clara.

Me llevé las manos a la boca, temblando. Las lágrimas comenzaban a asomar de nuevo. No podía creer que Andrés pudiera perder su vida en esa batalla. ¿Le dejarían con vida para tomarle prisionero? Quizá Lucca quería torturarle antes de alguna forma... De cualquier manera, no podía soportar la idea de que acabara así. Lloré tanto que el soldado se compadeció de mí.

- Perdóneme, princesa, por favor, no puedo verla así...

- ¿Perdonarte? Si no has hecho nada malo.

- En verdad veo que quiere mucho al rey Andrés, pero ¿no podría encontrar la felicidad con el príncipe Lucca? Le prometo que la tratará bien y aunque dijo que se casaría por venganza, en realidad no mintió cuando le dijo que estaba enamorado...

- ¿Cómo sabes que me dijo eso?- le miré extrañada.

- Bueno, conociéndole seguro que lo hizo...

Había muchas cosas que no cuadraban. Todo parecía indicar que el soldado estaba de parte de Lucca.

- ¿Acaso eres un traidor?- le pregunté-. ¿Cómo puedes pretender que me case con Lucca?

- No soy un traidor, solo que es lo que veo mejor para todos: para que acabe la guerra, para que no se sienta desconsolada por el destierro y perder a su prometido...

Se calló al ver que entraba un soldado a la posada. Me pidió que fuera a mi habitación, puesto que era un soldado enemigo y era mejor que no me viera. Subí las escaleras hacia mi habitación, pero luego me quité los zapatos y bajé con cuidado de no hacer ruido para escuchar la conversación. Tenía mil motivos para sospechar de él, y presentía que estaba a punto de confirmarlo.

- ¿Cómo está Su Majestad?- le oí preguntar.

- Ya casi se ha recuperado, en unos días se pondrá en camino para regresar- dijo el soldado enemigo.

- Entonces tenemos poco tiempo, debo llevar a la princesa con él.

- Veo que todo ha salido según el plan. Es increíble que no te hayan descubierto- le alabó el soldado.

- Aunque creo que la princesa sospecha. Se me escapó alguna cosa...- dudó el joven.

- No importa, de todas formas ya nada podrá impedir que cumplamos la misión. Acabará por enterarse.

- Sí, pero no necesito complicaciones, si se resiste a venir conmigo, ¿qué debería hacer?

- ¿Pero eres de verdad un soldado? Tienes más fuerza que ella, idiota.

- ¿No se enfadará Su Majestad si la llevo a la fuerza? Podría salir herida.

- Si no puede moverse no se hará daño- insinuó el soldado.

En ese momento, sentí ganas de estornudar. Debía evitarlo a toda costa. Traté de subir las escaleras rápido para alejarme y que se oyera el estornudo lo menos posible, pero con las prisas tropecé y caí por las escaleras, rodando hasta el comedor. Los soldados me vieron y entonces estornudé. No había sido muy sutil por mi parte. Me sentí indefensa ante el enemigo. Había caído como un ratón en una trampa. Se habían confirmado mis sospechas: el joven soldado era un traidor. Los dos eran mis enemigos.

- Vaya, vaya, así que por fin tengo el placer de conocer a la princesa- dijo el soldado acercándose a mí con un tono que me produjo escalofríos-. Y parece que le gusta escuchar conversaciones ajenas a escondidas...

El joven soldado se interpuso, impidiéndole que me tocara.

- Perdónela, mi general, yo me haré cargo de ella. Recuerde que es una princesa al fin y al cabo.

- Y tiene suerte de serlo, porque si no... He de decir que es muy hermosa. Sería una pena que le ocurriera alguna desgracia y no pudiera regresar, pero para cuando Su Majestad se enterara, estaríamos ya lejos...

Me estremecí. Realmente esperaba que fuera una broma de mal gusto. ¿Cómo se atrevía a decir tales cosas? Traté de incorporarme y me levanté, aunque me había torcido el tobillo y no podía mantener bien el equilibrio, por lo que volví a caer.

- Mi general, déjela en mis manos- insistió el joven, manteniéndose firme delante de él.

El general captó la indirecta y se dirigió hacia la puerta, listo para marcharse. Pero antes de irse, dijo:

- Que no la pille sola por ahí...

Y cerró la puerta. El corazón me dio un salto y comencé a temblar. Era un general muy irrespetuoso. Me aseguraría de hacérselo saber a Lucca. No quería ni imaginar qué habría hecho al encontrarse con otras damiselas hermosas que no tuvieran ningún título.

- ¿Cómo se atreve?- me desahogué con el joven.

- Solo quería intimidarla para que no se alejara de mí y pueda cumlir mi misión. En realidad es buena persona, en otras circunstacias...- trató de disculparle el joven.

- Es un irrespetuoso, eso es lo que es- me enfadé sin escucharle-. Y tú, ¡eres un traidor!

- No lo soy, princesa.

El joven me ayudó a levantarme y me llevó a la silla frente a la chimenea. Examinó mi tobillo y lo movió un poco hacia cada lado, preguntándome si me dolía. Cuando lo movió hacia la izquierda en sentido rotatorio, grité y me tapé la boca.

- Ahí me duele mucho, por favor, para...

- ¿Ahí? Eso significa que no podrá moverlo hasta pasados dos o tres días para que se cure del todo. Bueno, supongo que no tengo que temer que escape, le sería imposible.

- ¿Por qué dices que no eres un traidor?

- Porque yo siempre estuve de parte del rey Lucca, me infiltré como espía en la escolta del rey Andrés cuando fue a pedirle la mano para llevar a cabo mi misión, que era reunirla con Su Majestad.

- ¿Por qué dices que es rey?

- Está bien, se lo diré. Su padre murió dejándole como heredero, pero se ha mantenido en secreto, ya que en el caso de que Lucca no regresara con vida, no quería que su muerte detuviera la conquista, sino que los soldados continuaran luchando creyendo que aún estaban a órdenes del rey aunque el prícipe hubiera fallecido. Tal era su deseo de venganza.

- Vaya, es bastante inteligente... Pero también increíble que quisiera llegar tan lejos por la venganza de su familia. No le corresponde a él librar esa batalla, le correspondía en su momento a sus antepasados. Ahora él es libre de decidir qué hacer...- opiné.

- Y lo decidió por su propia voluntad, desea recuperar el reino de Andrés para su gente. Desea unir los reinos.

- Pero por lo menos podría haber respondido a la carta aunque fuera rechazando...

- Ehh... sí... Claro... Será mejor ir a dormir.

Me cogió en brazos y me llevó a mi habitación, dejándome sobre la cama. Al agacharse, asomó un papel de su bolsillo. Alargué la mano para cogerlo, pero se apartó.

- ¿Qué es eso?- pregunté seria.

- Nada.

Me incliné sobre él desde la cama, pero él se alejó más y acabé cayendo de la cama encima de él. Agarré el papel y vi que era una carta. De Lucca.

- ¿Se puede saber por qué la tienes tú? ¿Y por qué no la mostraste?- pregunté enfadada.

- Tuve que quitársela al mensajero y acabar con él para que no interfiriera en la reconquista...

- ¡Dices que eres leal a Lucca pero nos ocultas su mensaje!¡Él mismo lo ha escrito, entonces es su deseo y voluntad cualquiera que sea el contenido! ¿Quién te crees para ir en su contra?- le regañé, aún encima de él.

Se incorporó y me cogió, sentándome en la cama de nuevo, algo sonrojado por la postura anterior. Yo estaba demasiado enfadada como para tomar en cuenta detalles como ese. ¿A quién le importaba la postura? ¡Había un reino en juego!

- Supongo que tiene razón, princesa, no lo había visto de ese modo. Seguía órdenes del general. Me fue dicho que me asegurara de que nada interfiriera en el plan.

- Pero no destruiste la carta...- me di cuenta.

- Pensé que una vez Lucca tuviera a su princesa, podría entregar la carta y terminar la guerra.

- Para entonces sería demasiado tarde. ¿No te importa todas las vidas inocentes perdidas? También son descendientes del antiguo reino de la familia de Lucca, antes de unificarse los reinos. Su sangre corre por las venas de las gentes del reino de Andrés. Hubo muchos matrimonios mixtos. Todos comparten genes. ¿Cómo pretendéis destruir a los vuestros?

Aquello dejó boquiabierto al joven soldado.

- Eso cambia muchas cosas...

- No debería, ya que solo por ser una misma raza y vivir en un mismo mundo debería hacer que tengamos bastante en común como para que haya paz entre nosotros, no solo tener antecesores comunes. ¿Acaso tú no has hecho amigos en el bando de Andrés? ¿Te quedas tranquilo sabiendo que morirán a pesar de que puedes evitarlo?

- Tiene razón, pero... Es demasiado tarde...

- Hay que intentarlo.

Me levanté y fui a por el caballo. El joven me siguió. Montamos y cabalgamos toda la noche hasta llegar a un cruce de caminos. Uno me llevaría hasta Andrés, el otro debía tomarlo el joven para hacer llegar la carta al ejército más próximo. Me bajé.

- Tú necesitas el caballo para ir más rápido- le dije.

- Cuenta con que la carta tenga buenas noticias, ¿pero y si no es así?

- No importa, moriré junto al rey, entonces.

- ¿Irá al campo de batalla? ¿Se arriesga tanto por él? Confía demasiado en mí y en la carta... No quiero que muera, princesa.

- Si no quieres que muera, date prisa.

Comencé a caminar con dificultad y el joven se alejó con el caballo. Empecé a sentirme mal. Estornudé de nuevo. Me dolía la cabeza. Quizá fue por dormirme en el establo cuando fuera nevaba. No terminaba de pensarlo cuando miré al cielo cubierto de nubes a punto de amanecer y vi que comenzaba a nevar. Entre lo mal que me sentía y el tobillo que me dolía, el camino se me hizo muy dificultoso. Aquel no era un resfriado, sentía que realmente iba a morir junto al rey. Temía no encontrarle vivo.

Caminé y caminé, caía y me levantaba, pero seguía caminando. Estaba cansada, tenía hambre, frío y sueño, pero no quería descansar en ningún lugar que no fuera junto a mi rey. Después de lo que me pareció una eternidad, vislumbré una ciudad. Había sido asaltada, no cabía duda. Empecé a ver cuerpos de soldados de ambos bandos por todas partes. Noté que no todos estaban muertos, pero habían caído rendidos por el cansancio y el frío. Seguí adelante, buscando al rey con la mirada. Busqué y busqué, pero no lograba encontrarle. Entré a la ciudad y caminé hasta que salí por el otro lado. Entonces, vi a lo lejos una figura que caminaba despacio y con dificultad. Cayó en la nieve y volvió a levantarse. Dio unos pasos más y cayó de nuevo. Aproveché para alcanzarle y ver quién era. Entonces vi que ya no se levantaba y me apresuré más. Estaba segura de que debía de ser él. Le llamé, pero no pareció oírme. Seguí acercándome y llamándole. Pareció reaccionar. Sí, ¡era él! Se incorporó y me vio. Hizo un esfuerzo por levantarse y venir hacia mí. Tenía los ojos llenos de lágrimas.

- Creí que no volvería a verte- dijo con voz débil.

- ¡Andrés!- di unos pasos más, pero mi tobillo me falló y caí.

Andrés me alcanzó y me abrazó fuerte. Pude sentir su calor y me sentí mejor. Notó que mi cara estaba muy caliente.

- ¿Cómo has venido hasta aquí con esta fiebre? ¡Podrías morir!

- ¿Y tú adónde ibas a luchar solo?

- ¿Qué más podría hacer? ¿Era mejor morir de frío hasta que llegaran a matarme? ¿Por qué has vuelto? Te había desterrado...

- No llegué a salir, mandé al joven soldado a que llevara la carta a su destino. Larga historia. Mi rey, supe que estabas dispuesto a aceptar tu destino y quise compartirlo contigo. Como ves, he enfermado. Y si tenía que morir en algún lugar, preferiría que fuera a tu lado.

- Mi querida princesa, no volveré a separarme de ti.

Andrés me estrechó contra sí, y envuelta entre sus brazos, me cubrió con su capa para darme calor. Las lágrimas corrían por nuestras mejillas. Aunque fuera en el último momento, habíamos podido compartirlo juntos y supe que lo que nos unía era un sentimiento poderoso, capaz de hacer que un rey que temía enloquecer si no tenía a su amada, acabara por dejarla marchar para que se salvara, y que una princesa que no hacía más que escapar, por primera vez quisiera volver con el rey, dispuesta a compartir su suerte.

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