11. La decisión
No entendía qué había pasado ahí, pero sentí que se me revolvía el estómago y tuve un presentimiento. Por el camino encontré nobles con sus familias que trataban de recoger lo que quedaba y arreglarlo todo. Siervos que reconstruían los trozos quemados de los castillos. No todos estaban en ese estado, por lo cual muchos iban a refugiarse en las casas, castillos y fortalezas que se habían salvado, hasta donde el fuego no llegó o pudieron detenerlo a tiempo.
Cuando nos vieron, tuvieron miedo. Me presenté y les pedí que me contaran lo sucedido. Un noble que se acercó en su caballo y nos contó que estaba acogiendo a los vecinos que habían sufrido la tragedia y mandaba a sus hombres a ayudar para restaurarlo todo y salvar lo que se pudiera. Le agradecí mucho su amabilidad y le prometí que sería recompensado. En cuanto la paz se restableciera y un nuevo rey o reina ocupara de nuevo el trono me encargaría de darles toda la ayuda que fuera necesaria. Pero por el momento no estaba en mis manos hasta que no hubiera paz con el reino vecino.
- Princesa, fue precisamente el reino vecino el responsable de esto. El rey preguntó por vos pero no le dijimos nada. No solo no lo sabíamos, sino que aunque así fuera, no lo hubiéramos dicho. Y así se lo hicimos saber. Estas son las consecuencias de nuestra respuesta...
Le agradecí mucho su lealtad y le dije que estaba en deuda con ellos. Entonces le pregunté sobre mi hermana. El caballero me llevó a su castillo y mandó llamar al duque y a la princesa. En cuanto vi a mi hermana, corrí a abrazarla y lloramos de alegría y alivio al ver que estábamos bien.
- Amy, te dije que ese hombre parecía de los que no se rinden... ¿Qué haremos?
- No te preocupes, Sara, yo me encargaré de detenerle aunque sea lo último que haga.
- ¿Vas a sacrificarte por el reino?- me preguntó con ojos tristes.
- No lo hagas sonar tan dramático. Ahora mismo mi felicidad consiste en que mi reino viva bien y todos tengan la oportunidad de ser felices, así que no importa lo que sea de mí. Aunque buscara mi propia felicidad no la hallaría sabiendo que estaréis sufriendo las consecuencias. Soy una posible heredera al trono, no puedo dejar abandonado a mi reino- dije muy convencida.
- Has madurado mucho, hermanita- se asombró Sara-. Ya pareces una reina.
Le sonreí y la abracé de nuevo. Lo único que me importaba era evitar que mi reino y mi gente cayeran a pedazos y sufrieran por mi culpa.
- Yo le ofrecí mi ayuda y protección para detener al rey Andrés y recuperar su reino, pero no parece muy convencida- comentó Lucca, saludando a Sara con una reverencia.
- Pero si es muy apuesto, educado, amable e inteligente, Amy, ¿por qué no te casas con él? ¿No te gusta?- preguntó Sara curiosa y siempre tan sincera.
- Verás, Sara, no quiero que Lucca tenga problemas con Andrés... Es mi problema y lo solucionaré yo.
- Nadie gobierna solo, Amy- me dijo ella-. Si él ofrece su ayuda y se la niegas y luego el reino acaba en ruinas cuando podrías haberlo evitado, serás la primera en arrepentirte.
- Sí, Sara, tienes razón, pero debo pensarlo. Por cierto, ¿qué es todo eso de que te vas a casar?
- Es que el duque me salvó del incendio y me trajo consigo a su castillo. Desde entonces viví con su familia y me trataron como a una más de ellos. Les estoy muy agradecida.
- ¿Y por eso tienes que casarte con el duque?
- No, con su hijo, que ha heredado su título. Es el nuevo duque. Su padre falleció poco después por intoxicación, tenía una enfermedad de los pulmomes y con el humo del incendio empeoró. No es ningún matrimonio por convenciencia, si es eso lo que temes. Simplemente nos hemos enamorado...- dijo sonrojándose mientras el nuevo duque le cogía la mano.
- ¿Nos da su bendición para casarnos?- preguntó el duque con una reverencia.
- Ehh... Claro, si es lo que ella desea... Trátala mejor que a tu propia alma- le advertí.
- Más que eso- sonrió mirándola-. Visítenos de vez en cuando para averiguar por sí misma si su hermana vive bien conmigo o no. Si no, me comprometo a dejarla marchar y volver con su Majestad.
- Está bien, volveremos a vernos, con suerte en la boda.
- Por supuesto, tiene la invitación para la boda, la mandaremos cuando hayamos decidido una fecha. Quizá en dos o tres meses.
- Os deseo felicidad. Ahora debo marcharme y evitar que el rey cause más destrozos.
Nos despedimos y volví a montar en el caballo, tras lo cual emprendimos el camino de vuelta. Andrés tenía razón, la boda iba a tardar en tener lugar y nos invitarían... En el camino reflexionaba sobre qué decisión era la mejor para mi reino. Dije que le detendría, pero no sabía cómo. No me atrevía a presentarme ante él ni a mirarle a la cara. Por una parte me sentía culpable por no hacerle caso y por escapar sabiendo las consecuencias. Además, fue inútil, innecesario. No había logrado nada más que desgracias. Por otra parte, tenía miedo por su reacción, solo había que ver lo que hizo en esa zona... Además, no quería verle, estaba enfadada por lo que hizo. Había una forma de detenerle, y era entregándome. Pero, ¿y si aceptaba a Lucca? Si me casaba, no tendría más remedio que rendirse y dejarme en paz. ¿O retaría a Lucca a un duelo como en esa historia para conseguirme de vuelta?
Seguía en mis pensamientos cuando llegamos a un pueblo que había sufrido el mismo triste destino que el terreno de los nobles. El fuego había consumido gran parte de las casas. No parecía que hubiera muertos, pero sí gente corriendo de un lado para otro tratando de recoger lo que podía y arreglando los techos para cuando viniera la lluvia poder al menos tener un refugio. Pueblo tras pueblo cada cual más triste de ver. Aquello debía parar. Algunos me traicionaron y le dijeron al rey hacia dónde me dirigía. Otros se callaron. Al fin llegamos a un pueblo donde parecía que aún no había llegado el rey. Fuimos a descansar en la posada. Lucca no parecía sorprendido por lo que había visto, aunque sus hombres sí. Me recordó su proposición. Quería ayudarme antes de que fuera demasiado tarde. Le pedí que esperara un día más. Hubiera querido más tiempo, pero no podía permitírmelo. Debía tomar una decisión ya.
A la mañana siguiente, desperté por el ruido de la calle y gritos. Salí rápidamente y, escondida tras una casa, vi el panorama. Al instante me entró un escalofrío al ver quién era el jinete al frente de un ejército de varias docenas de soldados que interrogaban a las gentes del pueblo sobre mi ubicación. Unos traidores señalaron la posada al ver las antorchas preparadas para prender fuego al pueblo. El rey mandó registrarla. No parecía del todo convencido de que me hubiera encontrado tan fácilmente, pues no fue él mismo a ver. Entonces salieron Lucca y sus hombres para enfrentarse al rey. Los soldados le notificaron que yo no me encontraba ahí. Lucca y Andrés estaban frente a frente, fulminándose con la mirada.
- ¿Dónde está la princesa?- preguntó el rey airado.
- Como véis, no está aquí. Y no la encontraréis.
Se bajaron de los caballos y sacaron sus espadas. Contemplé una impresionante lucha de espadas mientras se enfrentaban con las miradas. Lucca resbaló y cayó.
- ¿¡Por qué estás tan seguro!?- el rey le apuntó con la espada fuera de sí.
- Porque ella murió en uno de los incendios que causaste en un pueblo- respondió Lucca, logrando el efecto deseado en Andrés.
Aprovechó que se distrajo para levantarse y lanzarse hacia Andrés con su espada, pero él fue más rápido y la esquivó, pero no pudo evitar un corte en el costado. Estaba sangrando. Lucca podía llegar a ser agresivo, por lo visto. El rey se dio cuenta de su mentira.
- Me aseguré de que no murieran los aldeanos inocentes y ella no podía estar entre los traidores. No puede ser que la alcanzaran las llamas- trató de convencerse a sí mismo, aunque algo en su interior le generaba duda.
- Te invito a que la busques por todas partes entonces, pero no la encontrarás... viva. ¿Por qué no empiezas a buscar en los pueblos que ardieron?- le propuso Lucca con una mueca despectiva.
Andrés se dio cuenta de que Lucca solo pretendía ganar tiempo, como lo hizo despistándole para dirigirse a la capital de su reino en vez de al de Amy. Quiso devolverle el golpe, pero sintió el dolor del costado y se sujetó con la mano. Me costaba seguir escondida. No podía verle así. Tenían que vendarle enseguida. Hizo acopio de todas sus fuerzas y cogió su arco. Lucca vio que le tocaba correr, pero la flecha le atravesó el abdomen y cayó. Yo me tapaba la boca, tratando de no gritar ante tal espectáculo. Los hombres de Lucca le asistieron mientras el rey ordenaba quemarlo todo.
- No habrás conseguido nada con esto...- le dijo Lucca arrancándose la flecha y apretando los dientes por el dolor-. Es demasiado tarde. Tu reino caerá, y lo tuyo será mío.
- Entonces ella está viva, si no, no podrías tenerla- replicó Andrés-. Por fin has revelado tus verdaderas intenciones.
- Ya lo sabías, vengaré a mi familia porque en el pasado la tuya robó a nuestra reina y nos impidió una alianza. Adjuntasteis nuestro reino al vuestro y mi familia tuvo que conquistar otro territorio para reconstruir su reino y llevar a cabo su venganza. Por fin yo tengo esa oportunidad. No dejaré que tu reino siga creciendo a costa de otros.
Entonces su máscara cayó al suelo y pude ver quién era Lucca realmente. No podía creérmelo. No podía. Parecía tan bueno, pero en verdad solo tenía intereses... Así que su familia era la de la leyenda que me contó Andrés ante esa fuente... Me entristecieron sus motivos, podríamos haber sido amigos y aliados aunque no fuera por matrimonio.
- No dejaré que te salgas con la tuya- el rey se acercó con su espada para dar el golpe final-. Tu viaje ha acabado aquí si no me dices dónde está la princesa.
- No sé dónde está. Ha huido. Por eso es posible que incluso muriera en uno de los incendios- Lucca estaba decidido a que si iba a morir, al menos hacer sufrir a su enemigo.
- Si eso es todo lo que tienes que decir...- Andrés levantó la espada y Lucca cerró los ojos.
No podía más. Por muy traidores que fueran Lucca y los que le dijeron al rey dónde estaba, no podía quedarme mirando mientras mataba a Lucca y quemaba otro pueblo. Salí de mi escondite.
- ¡Espera!
Todas las cabezas se volvieron hacia mí.
- Aquí estoy. No quemes este pueblo, ni mates a Lucca, por favor...- le pedí al rey mientras avanzaba hacia él con miedo.
Me detuve frente a él y bajó la espada, aunque sin dejar de apuntar a Lucca. Me miró con una mezcla de sorpresa, alivio y enfado.
- Tú no tienes derecho a pedirme nada. No me escuchaste, ¿por qué debería yo escucharte?
- Haré lo que sea, pero por favor, perdona este pueblo y la vida de Lucca.
- ¿Lo que sea?- me alzó la barbilla para que le mirara a los ojos, lo que me hizo estremecer. Mirarle en ese momento era muy difícil para mí-. ¿Aceptas ser mi reina?
- Sí... Me... me casaré contigo... y no volveré a escapar...- sentí un cosquilleo en la tripa y mi voz temblaba, estaba entregándome voluntariamente, pero sabía que era la única forma.
Era lo mejor para mi reino. Y para mí, si no me casaba con él, Lucca seguiría pretendiéndome y de ninguna forma iba a colaborar en su venganza. El rey guardó la espada y me ordenó que cogiera mi caballo y fuera con los demás. Le pedí a un aldeano que llamara a un médico y atendieran a Lucca.
- Te perdonaré la vida por esta vez. Pero vuelve a cruzarte en mi camino y lo lamentarás- le dijo Andrés a Lucca mientras se subía a su caballo con dificultad.
Cogí mi caballo y al pasar cerca de Lucca le miré con desprecio. Cerré los ojos un momento y traté de tranquilizarme.
- Te perdono. Pero no quiero volver a verte pronto.
- Gracias por salvarme la vida, princesa, no lo olvidaré, os debo un favor.
Me monté en el caballo y les dije a los soldados que apagaran las antorchas. Ya no serían necesarias. Con el rey al frente, emprendimos el regreso al reino vecino. Estaba a dos días de camino. Por la noche nos detuvimos en una posada y el rey pidió una habitación para mí. Por lo visto ya no temía que me escapara. Decidió confiar en mí porque tomé la decisión por mi propia voluntad. Sabía que no me convenía, no quería ver más pueblos arder.
Fui a su habitación y me miró extrañado. Estaba quitándose la ropa para acostarse.
- Te di una habitación propia, ¿lo sabes?
Le mostré las vendas y sustancias desinfectantes que llevaba en los bolsillos. Suspiró y se sentó en el borde de la cama. Le cuidé las heridas y las vendé. No era solamente la del costado, también tenía algunas quemaduras.
- ¿Por qué estás quemado aquí?- pregunté señalando su mano.
- Un poste en llamas casi cae sobre un niño.
Definitivamente no podía entenderle. Quemaba los pueblos pero salvaba a su gente... Quería llamarme la atención, eso seguro, pero por otra parte sabía que no le perdonaría matar a gente inocente.
- Cuando volvamos hay que mandar recursos para reconstruir esos pueblos- le dije.
- Como desee mi reina.
Enrojecí y dejé de vendarle la mano por un momento. ¿Qué había sido eso? Le miré sorprendida.
- Mientras estés conmigo puedes pedirme lo que sea.
Su mirada me produjo una repentina sensación de calidez y ternura en el pecho. Era una mirada como de necesidad, como la que mostraría un perrito abandonado que quiere que le acojan. Después de eso ya no podría pensar en dejarle, no por miedo a las consecuencias, sino por el profundo impacto que tuvo en mí esa mirada, y esas palabras.
- Es que no te puedo dejar solo ni tres días...- bromeé.
- Si lo haces no podrás decirme que no haga esas cosas...
- No debes hacerlas nunca, no está bien chantajear a la gente- terminé de vendarle y me puse de pie delante de él, cruzándome de brazos. Era diferente cuando se tranquilizaba.
- Haré lo que sea con tal de tenerte a mi lado. No quiero perderte, no puedo perderte, si solo estuviera enamorado de ti habría dejado que con el tiempo eligieras, pero realmente tengo la necesidad de tenerte cerca, si no, me vuelvo loco. Eres la única que me puede hacer entrar en razón. Lamento que tengas que soportarme con este problema... Pero mi reino merece un rey en su sano juicio y no podré sin ti. Hasta que te conocí creí que viviría con esa locura, pero mi corazón decidió abrirse a ti y encontrar consuelo.
Le abracé la cabeza y sentí que lloraba en mi pecho. No pude contener mis lágrimas y lloré también. Debía de ser duro vivir con ese problema. Nuestros reinos merecían algo mejor que lo que les estábamos dando. Y sabía que juntos lo lograríamos. Recordé cuando nos vimos el año anterior y sentimos que estábamos destinados a estar juntos para sentirnos bien con nosotros mismos. Uno daría al otro lo que no tenía. Encontrábamos una tranquilidad y una atracción inexplicables el uno en el otro. Aunque los métodos y las circunstancias no fueron óptimos, era obvio dónde pertenecíamos: cerca uno del otro. No podía dejarle solo. Quería estar con él y cuidarle.
Estando con él aprendí muchas cosas y me di cuenta de las responsabilidades de un rey y lo que necesitaba mi reino. Me abría la mente y me ayudaba a madurar. Yo le aportaría ese lugar donde podía expresarse y desahogarse y hallar consuelo. Le animaría y le devolvería esa energía jovial de la que le privaba su vida ocupada y estresante de rey. Parecían buenas razones para estar juntos, pero no era por eso que queríamos estarlo. Claro que no. Sentía muchas cosas cuando estaba con él. En ocasiones era molesto, pero por otra parte me impulsaba a querer volver a sentirlo.
Me sequé las lágrimas con un pañuelo y me aparté un poco de él para secarle la cara. Seguía sentado y yo de pie. Alzó la mirada para verme mientras le pasaba el pañuelo por la mejilla con una mano y le sujetaba la cara con la otra.
- No quería que me vieras así...
Le miré con ternura. Volvía a ser el de antes, pero no olvidaría que una mirada vulnerable también era una parte de él.
- Si no eres tú mismo conmigo, ¿con quién vas a serlo? Si no te veo yo, ¿quién te verá? Dijiste que tu corazón se abría conmigo, que solo yo podía curar tu locura, pues déjame cumplir esa función. Si puedo ser útil en algo, quiero serlo.
- ¿Útil en algo? No te infravalores. Eres capaz de mucho más de lo que crees, no en vano mi corazón te eligió.
Mi corazón comenzó a latir más deprisa y sentí que tenía calor. Quizá era hora de irse a dormir.
- Bueno... Pues... Sí... Puede... Bueno...- no podía dejar de tartamudear, ya no pensaba con claridad-. Que... No temas mostrarte conmigo como eres... Y si me necesitas.... aquí estoy, no me iré a ninguna parte...
Para cuando terminé de hablar estaba roja y mareada, mi corazón latía demasiado rápido como para seguirle el ritmo al respirar y me faltaba oxígeno. Decir esas cosas me aumentaba la vergüenza, pero quería decírselo. Había otra cosa que quería hacer para completar la frase y salir corriendo a mi habitación y relajarme, pero no me atrevía. Sin embargo, lo hizo él.
- Gracias- me cogió la cara y dio un beso en la mejilla-. Estás caliente otra vez- sonrió aguantándose una risilla-. Ha sido un largo día, es mejor que vayamos a dormir.
- Sí... A dormir...
Se metió bajo la manta y apagó la luz. Me quedé en el umbral de la puerta aún dudando si darle un beso en la mejilla o no. Ya había cerrado los ojos. Entonces fui rápido y le di un beso en la mejilla y salí rápido de la habitación para ir a la mía y dormir. Me tapé con la manta hasta la cabeza, como si me escondiera por la vergüenza. Esa noche me dormí con una sonrisa en los labios. El futuro pintaba mejor de lo que había imaginado. Quizá no estaría tan mal pasar mi vida con él después de todo.
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