Capítulo 9: Duelo de trastornos de personalidad.
Diana estaba sentada en la cocina, con una taza de café en una mano y un croissant en la otra, disfrutando de una calma inusual. Vestía un conjunto deportivo que gritaba lujo y despreocupación, y hojeaba una revista sin prestar mucha atención.
El portazo estruendoso de la entrada la sacó de su burbuja. Entró Alaska, radiante, con una sonrisa que parecía pegada con superglue.
—¿Y tú? —preguntó Diana sin levantar la vista de la revista—. ¿Qué te ha pasado? ¿Has encontrado un billete de lotería ganador? ¿O por fin alguien te ha confundido conmigo y te ha invitado a algo caro?
—¡Nada de eso! —respondió Alaska, ignorando el sarcasmo como siempre—. ¡Mi equipo está arruinado!
Diana levantó lentamente la mirada, parpadeando con incredulidad.
—¿Ese es tu anuncio de felicidad? ¿"Estamos en quiebra" es ahora motivo de celebración? Alaska, cariño, si el equipo está arruinado, significa que no podrán fichar nada. Y si no fichan nada, prepárate para descender. Es una ecuación básica.
—¡Exacto! —gritó Alaska, como si no hubiera escuchado nada después de "no fichar nada"—. ¡No van a cancelar contratos porque no pueden permitírselo! Eso significa que me quedo y, con las mejores largándose, ¡voy a ser titular! ¡Voy a brillar!
Diana dejó caer la revista y la miró como si acabara de anunciar que iba a ser astróloga.
—Brillar. Claro. Porque si el equipo entero está desmoronándose, seguro que tú, Alaska, eres la pieza clave que nos salvará a todos del apocalipsis deportivo.
Alaska la ignoró, en pleno discurso motivacional consigo misma.
—Y si descendemos, no importa. En Cuarta, seré una estrella.
—Eso mismo dijiste cuando pasaste de Primera a Segunda, y luego cuando pasaste de Segunda a Tercera. —Diana tomó un sorbo largo de café—. A este paso, vas a ser la reina absoluta de los torneos vecinales, la Marta Vieira da Silva del torneo de madres contra profesoras.
Alaska levantó la barbilla con dignidad fingida.
—Lo que tú digas, pero voy a triunfar.
—Por favor, avísame con tiempo para que prepare los confetis —replicó Diana con sarcasmo.
—Y tú, ¿cómo va tu cruzada para encontrar el amor verdadero?
Diana dejó la taza sobre la mesa y sonrió con suficiencia.
—He decidido que el verdadero reto es encontrar un hombre que no sepa quién soy. Nada de "oh, eres famosa y millonaria". No quiero interesados. Así que... he ideado un plan.
Alaska se cruzó de brazos, claramente intrigada.
—¿Qué plan?
—Voy a ligar haciéndome pasar por ti.
El silencio se instaló brevemente en la cocina antes de que Alaska estallara en una carcajada.
—¡Nunca pensé que alguien querría ser yo! Esto tiene que ser un milagro navideño tardío.
Diana arqueó una ceja.
—No te emociones. Es solo para filtrar a los cazafortunas... Bastante tengo contigo... Y ya que tú no eres exactamente... conocida, es perfecto.
—Oye, ya. —Alaska la señaló, pero no podía ocultar su sonrisa—. Muy bien, "yo". Vamos a ver cómo sobrevives en mi piel.
Unas horas más tarde:
En la sala de estar, Alaska paseaba de un lado a otro, gesticulando con energía mientras Diana la observaba desde el sofá, claramente entretenida.
—Primero, si vas a ser yo, tienes que ser humilde. Nada de presumir.
—Humilde. Claro. —Diana puso los ojos en blanco—. Voy a ser tan humilde que la gente me confundirá con una monja.
—Y tienes que ser un poco torpe. Nada exagerado, pero lo justo para parecer humana. Tú siempre pareces... —Alaska dudó, buscando las palabras—. Sobrehumana.
—¿Sobrehumana? Gracias. Lo tomaré como un cumplido.
—No lo era. —Alaska se detuvo y se giró hacia ella—. También deberías evitar coquetear demasiado directo. Yo no sé hacer eso.
—Vaya sorpresa —murmuró Diana.
—Y si las cosas van bien y acabáis en casa, recuerda que la casa será mía. Tú serás mi huésped.
Diana levantó una mano, señalándola con una sonrisa burlona.
—Oh, espera. ¿Y eso significa que tú te vas a hacer pasar por mí?
—Por supuesto. —Alaska sonrió ampliamente—. Así me aprovecho del trato especial que recibes siendo tú.
—Perfecto. Entonces, si me piden una selfie como "Alaska", pondré mi peor cara.
Alaska la miró con seriedad fingida.
—No te atrevas.
Diana se levantó, ajustándose la camiseta como si estuviera lista para asumir su nuevo papel.
—Trato hecho. Yo soy tú y tú eres yo. Esto va a ser como una comedia mala de enredos.
—Eso suena a un día normal en esta casa.
Ambas intercambiaron una mirada cómplice, mientras Diana decía, levantando un dedo:
—Por favor, no hagas que me arrepienta de esto.
—Lo mismo digo —respondió Alaska con una sonrisa traviesa.
Más tarde:
El bar tenía un aire más sencillo que los lugares a los que Diana estaba acostumbrada: mesas de madera desgastada, decoración rústica con botellas antiguas y luces amarillentas que proyectaban un cálido resplandor. Diana había trabajado cuidadosamente su disfraz para encarnar a Alaska: un vestido que claramente había pasado por mejores días, zapatos cómodos pero poco estilosos, y el cabello recogido de manera funcional en una coleta. Se miró en el reflejo del cristal de la puerta antes de entrar.
—Perfecta. Parezco... un desastre. Justo lo que necesito.
El lugar estaba animado pero no abarrotado. Diana pidió una cerveza barata en la barra y se sentó en una mesa cercana, observando a los clientes como si fuera un cazador eligiendo a su presa. Finalmente, sus ojos se posaron en un hombre cerca de los treinta, con un suéter de lana algo ajustado y una sonrisa amigable mientras charlaba con el camarero.
"Perfecto", pensó. "Lo suficientemente normal para no sospechar nada".
Diana se acercó con su mejor imitación de timidez.
—Perdona, ¿este asiento está ocupado?
El hombre levantó la vista, sorprendido pero con una sonrisa cálida.
—No, para nada. Adelante.
—Gracias. —Diana se sentó, fingiendo un aire torpe—. Soy... Alaska, por cierto.
—Matt. Encantado. —Le tendió la mano, y Diana la estrechó con fuerza, recordando al instante suavizar el apretón.
—¿Vienes mucho por aquí? —preguntó Diana, adoptando un tono de conversación más humilde que el que solía usar.
Matt negó con la cabeza.
—No tanto. Paso por aquí después del trabajo de vez en cuando. ¿Y tú?
Diana dudó un momento antes de responder.
—Oh, no mucho. Estoy bastante ocupada. Ya sabes, entrenamientos y partidos... soy futbolista.
—¿En serio? —Los ojos de Matt brillaron con interés—. ¿Profesional?
—Bueno... sí, pero en tercera división. No es gran cosa.
Matt rió.
—¿Cómo que no es gran cosa? Juegas al fútbol profesional, eso es impresionante.
Diana se sonrojó intencionadamente, fingiendo modestia.
—No es nada comparado con mi hermana. Ella es la que realmente lo ha conseguido. Juega en equipos importantes, gana muchísimo dinero... y yo, bueno, vivo con ella mientras intento salir adelante.
—Suena como una buena hermana.
Diana dejó escapar una risa irónica.
—Sí, es... generosa. Aunque a veces me lo recuerda demasiado.
---
Después de una hora de conversación animada, donde Matt demostró ser un hombre encantador y divertido, Diana fingió mirar su reloj con nerviosismo.
—¡Vaya, se me ha pasado el tiempo volando! Pero ya debería irme.
—¿Quieres que te lleve a casa? —ofreció Matt con una sonrisa amable.
Diana negó rápidamente con la cabeza.
—Oh, no te preocupes. Tengo mi coche aquí... —realmente era de su hermana.
Cuando salieron al estacionamiento, Diana abrió con desgana la puerta de un coche pequeño y claramente viejo. Intentó encenderlo, pero el motor no hizo más que un ruido lastimoso.
—¡Ah, maldita sea! —exclamó Diana, golpeando el volante para añadir dramatismo—. Esto siempre pasa.
Matt se inclinó hacia ella.
—¿Necesitas ayuda?
—No, no... —Diana suspiró exageradamente—. Sólo voy a llamar a mi hermana para que venga a recogerme.
Sacó el teléfono y marcó rápidamente, poniéndose de pie para hablar mientras Matt se quedaba junto al coche.
—¡Oye, Diana! —dijo en un tono deliberadamente molesto—. Sí, soy yo, Alaska. Necesito que vengas. Este coche no arranca.
Tras unos segundos de silencio, Diana colgó y se volvió hacia Matt.
—Mi hermana viene de camino. Lo siento mucho, esto es tan embarazoso...
---
Unos minutos después, un coche elegante llegó al estacionamiento, y de él salió Alaska, vestida con un conjunto que gritaba "Diana": ropa de marca, gafas de sol aunque ya era de noche, y un andar exageradamente confiado.
—¡Alaska! —gritó Alaska desde lejos, interpretando a la perfección el papel de hermana mayor altiva—. ¿Qué demonios pasa ahora con el coche?
Diana fingió encogerse.
—Lo siento, Diana. Ya sabes cómo es este trasto.
Alaska hizo un gesto dramático con la mano, mirando a Matt.
—¿Y tú quién eres?
Matt extendió la mano, sorprendido por la actitud avasallante.
—Soy Matt. Estábamos charlando cuando el coche no ha querido arrancar.
Alaska lo miró de arriba abajo, sonriendo de una manera que a Diana le pareció innecesariamente exagerada.
—Ah, así que tú eres el héroe de la noche. Encantada. Soy Diana Biganzi. Probablemente hayas oído hablar de mí.
Matt parpadeó, algo desconcertado.
—¿Biganzi? Suena familiar...
—Oh, seguro que sí —dijo Alaska, poniéndose a sí misma en un pedestal imaginario—. He jugado en los mejores equipos de Europa. Soy básicamente una leyenda en el fútbol femenino.
Diana se cubrió la cara con las manos mientras Alaska seguía interpretando su papel con más entusiasmo del necesario.
—Bueno, si ya tienes quien te recoja, será mejor que me vaya —dijo Matt, claramente abrumado pero con una sonrisa.
Diana le agradeció su ayuda y subió al coche con Alaska, quien no dejó de presumir hasta llegar a casa.
---
En casa
Diana cerró la puerta tras ellas, mirando a Alaska con incredulidad.
—¿Qué cojones ha sido todo eso?
Alaska se encogió de hombros, sonriendo ampliamente.
—Sólo me meto en el personaje. ¿Qué? ¿No te ha gustado?
—No sé si reír o llorar.
—Pues a mí me ha encantado. —Alaska se dejó caer en el sofá con un suspiro satisfecho—. Creo que nací para ser Diana Biganzi.
Diana rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír.
—Si sigues así, tal vez deberíamos cambiar papeles más a menudo.
A la mañana siguiente
Diana regresaba del entrenamiento, aún con la camiseta sudada del Inter Miami y una coleta improvisada. Mientras buscaba sus llaves en la bolsa, escuchó una voz familiar, pero a la vez alarmantemente teatral, resonando en el portal.
—¡Yo en la única Diosa que creo es en mí misma, en Diana Biganzi! —gritaba Alaska con una copa de whisky en la mano, señalando a un grupo de testigos de Jehová que retrocedían hacia la acera con cara de pánico—. ¡Fuera de mi casa, mediocres! ¡Id a rezar por alguien que lo necesite!
Diana se detuvo, atónita. Miró a su hermana, que estaba apoyada en el marco de la puerta, vistiendo unas gafas de sol que apenas le cabían en la cara y un vestido que claramente había sacado del armario de Diana sin permiso.
—¿Qué hostias estás haciendo? —preguntó Diana, subiendo los escalones con una mezcla de incredulidad y curiosidad.
Alaska se giró hacia ella con una sonrisa arrogante.
—Ah, hermanita. —Levantó su copa, con el whisky rozando peligrosamente el borde—. ¿Ya estás de vuelta de hacer... lo que sea que hagas en esos entrenamientos de relleno?
Diana la miró de arriba abajo, evaluando la escena.
—Por si no lo sabes, Matt no está aquí, así que puedes dejar de actuar como si fueras yo.
Alaska bajó las gafas de sol y la miró como si acabara de insultarla.
—¿Actuar? Querida, esto no es una actuación. Esto es una transformación.
Diana suspiró y se pasó una mano por la cara.
—Cuando decidas volver a ser tú misma y no una imitadora de pacotilla, me avisas. Ahora, si me disculpas, voy a comer con Matt.
Alaska se despidió de manera exagerada, alzando la copa.
—Disfruta de tu insulsa cita. No todos podemos estar a la altura de ser Diana Biganzi.
Diana murmuró algo inaudible y salió rápidamente, preguntándose cómo su hermana había llegado a ese nivel de locura en menos de 24 horas.
---
El restaurante era un lugar acogedor con mesas de madera pulida y luz tenue. Diana y Matt estaban sentados junto a una ventana, con vistas a un pequeño parque. La conversación fluía con facilidad, tocando temas desde películas hasta fútbol.
—¿Y qué tal son los partidos? —preguntó Matt mientras tomaba un sorbo de vino.
Diana sonrió, esforzándose por mantener la fachada.
—Oh, ya sabes, bastante tranquilos. Los estadios pequeños tienen su encanto... puedes escuchar los gritos de los entrenadores como si estuvieran a tu lado.
Matt rió.
—Eso suena... íntimo.
Justo entonces, un niño pequeño pasó corriendo por el restaurante y se detuvo abruptamente frente a la mesa. Miró a Diana con los ojos muy abiertos.
—¿Eres Biganzi? —preguntó con entusiasmo.
Diana parpadeó, congelada.
—Eh... sí.
—¿Puedo hacerme una foto contigo? —insistió el niño, sacando un teléfono de su bolsillo.
Matt frunció el ceño, mirando entre Diana y el niño.
—Qué raro que tengas fans jugando en tercera división...
Diana se rió nerviosamente mientras posaba para la foto.
—Es que siempre viene al campo del Wynford... —Se detuvo un segundo, dándose cuenta de que había dicho mal el nombre del equipo de Alaska—. Eh, Wynwood, quiero decir.
El niño se marchó feliz, y Matt la observó con curiosidad.
—Tienes más fama de la que aparentas.
—Bueno... —Diana buscó una excusa rápidamente—. A veces es lo que tiene ser la hermana de una estrella. Supongo que se me pega un poco.
La conversación continuó, volviéndose cada vez más relajada. Matt hizo un comentario gracioso sobre lo torpe que era en el fútbol, y Diana se rió de manera genuina. Sus miradas comenzaron a acercarse, y justo cuando estaban a punto de besarse...
—¡Ahí está mi querida hermanita! —interrumpió una voz teatral.
Diana se giró lentamente hacia la puerta, donde Alaska acababa de entrar con un abrigo de piel sintética y unas botas que parecían sacadas de un desfile de moda. Caminó hacia ellos con la misma actitud arrogante que había mostrado en el portal.
—Espero no interrumpir —dijo Alaska, lanzándole una sonrisa sarcástica a Diana mientras se sentaba junto a Matt.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Diana con los dientes apretados.
—Oh, ya sabes. Soy Diana Biganzi. Mi agenda está llena, pero siempre encuentro tiempo para mi querida hermana. —Alaska se volvió hacia Matt—. Así que, ¿qué opinas de nuestra pequeña Alaska?
Diana cerró los ojos un segundo, intentando no explotar.
—Ala...Ehh... Diana, ¿me ayudas un segundo en el baño? Necesito que alguien sujete la puerta, está rota.
Diana arrastró a Alaska con ella.
---
Diana cerró la puerta del baño tras ellas y se cruzó de brazos.
—¿Qué coño estás haciendo?
Alaska levantó las manos en un gesto de inocencia.
—Estoy haciendo lo que dijimos, hermanita.
—¡No! ¡Dijimos que harías esto si te cruzabas con nosotros y era inevitable, no que vengas tú a por nosotros!
—Bueno, hermana, tal vez esto sea lo que necesitas para hacerlo más interesante.
Diana le apuntó con el dedo.
—Te lo advierto, maldita gorrona con trastorno de personalidad, si no paras, vas a desear no haber nacido.
Alaska finalmente alzó las manos en señal de rendición.
—Vale, vale. Me moderaré... Normal que no encuentre a nadie con ese humor —susurró cuando Diana se alejó y ya no podía oírla.
---
Alaska salió con teatralidad.
—Bueno, me encantaría quedarme, pero tengo una importante entrevista. Que disfrutéis de su comida.
Diana la observó salir, todavía algo tensa, pero agradecida de que se marchara. Matt sonrió, divertido.
—Tu hermana es... intensa.
Diana suspiró, dejando caer los hombros.
—No tienes idea.
El ambiente se relajó nuevamente, y esta vez, cuando sus miradas se encontraron, Diana decidió dejarse llevar. Se besaron suavemente, olvidando por un momento todo el caos.
Matt sonrió, susurrando:
—¿Te apetece venir a mi casa?
Diana asintió, tomando su bolso.
—Pensaba que no lo ibas a preguntar.
Unos días más tarde :
El partido estaba en su apogeo, con el estadio del Inter Miami lleno de aficionados. Diana corría por el campo con la determinación que la caracterizaba, guiando a su equipo como la estrella que era. Cada toque de balón demostraba su calidad, incluso cuando no estaba en su mejor forma física.
Desde las gradas, Matt entró por pura casualidad. Había salido a correr por la zona y escuchó los gritos de los aficionados. Aunque no era fanático del fútbol, decidió entrar. Lo que no esperaba era ver a "Alaska", su aparentemente humilde interés romántico, corriendo como una estrella bajo las luces del estadio, con "BIGANZI" estampado en grande en su camiseta.
Matt se quedó de pie, confundido, observando cómo la mujer que creía conocer lideraba a su equipo en una contundente victoria. No esperó a que terminara el partido; salió del estadio con el corazón latiendo rápido y la sensación de haber sido engañado.
Cuando Diana salió del vestuario, revisó su teléfono y vio un mensaje de Matt:
"Sé quién eres de verdad. ¿Para qué mientes? Llámame cuando puedas."
Diana suspiró profundamente, consciente de que había llegado el momento de confesar. Lo llamó, y él contestó al primer tono.
—Matt, déjame explicarte...
—¿Explicarme qué? —interrumpió Matt, su voz tensa—. ¿Que me has hecho creer que eras otra persona? ¿Por qué?
Diana tomó aire, nerviosa.
—No quería que te interesaras por mí por lo que soy, por mi dinero o mi fama. Quería que me conocieras como una persona normal.
Hubo un silencio incómodo al otro lado de la línea antes de que Matt respondiera.
—¿Y pensabas que mentirme era la mejor forma de hacerlo? Bastante tengo con que mi ex me pusiera los cuernos, ¡estáis todas locas!
—No fue solo por eso. ¡También fue... divertido! —intentó bromear, pero eso solo empeoró las cosas.
—¿Divertido? —Matt se rio amargamente—. Bueno, me alegra que te hayas divertido. Pero yo no soy un juego, Diana.
El tono final de su voz la dejó helada. Antes de que pudiera responder, él colgó.
—Pues no, pues no se lo ha tomado bien, no cabe duda. —Le dijo Diana al aire.
---
A la noche:
Diana estaba sentada en la terraza de su casa, mirando el horizonte con una cerveza en la mano. Alaska llegó y se dejó caer en una silla a su lado.
—¿Cómo te ha ido con Matt? —preguntó Alaska, mordisqueando una galleta de forma despreocupada.
Diana soltó un suspiro que casi sonó como un gruñido.
—Mal. Muy mal.
Alaska levantó las cejas.
—¿Se ha enterado?
—Entró al estadio. —Diana hizo una pausa para darle un trago largo a su cerveza—. Y luego me mandó un mensaje. Cuando le expliqué todo, se enfadó más. Bueno es que encima es cornudo, entonces está sensible con las mentiras, vamos que yo a eso no le veo mucho futuro.
Alaska intentó ofrecerle un consuelo torpe.
—Bueno, tal vez... ¿no era el indicado?
Diana la miró de reojo.
—Y tú no eras la indicada para hacer de Diana.
—¡Oye! Hice un trabajo espectacular. —Alaska alzó la barbilla con orgullo—. Nadie puede ser tú mejor que yo.
—Sí, claro. —Diana sacó su teléfono y abrió Twitter, distraída.
De pronto, su expresión cambió al leer un hilo.
"La arrogancia de las estrellas: Diana Biganzi humilla a un grupo de testigos de Jehová en público. ¿Qué clase de ejemplo es este?"
Diana se quedó paralizada por un segundo. Poco a poco, su rostro comenzó a enrojecer de ira.
—¿Qué pasa? —preguntó Alaska, masticando una galleta con despreocupación.
Diana levantó la mirada lentamente, sus ojos ardiendo de furia.
—¿Qué pasa? QUE HAY UN HILO EN TWITTER QUE ME ACUSA DE SER UNA SOCIÓPATA GRACIAS A TI.
—Oh... Los testigos esos —Alaska tragó saliva, empezando a intuir el peligro. Pero intentó reír para quitarle importancia—. Bueno, seguro que la gente lo olvida rápido.
Diana se levantó lentamente, mirando alrededor. Sus ojos se posaron en la hamaca que había en la terraza. La levantó con ambas manos, como si fuera un bate de béisbol.
—¿Olvidarlo rápido? ¿Olvidarlo RÁPIDO? —gritó, comenzando a avanzar hacia Alaska, que ya se había puesto de pie, alarmada—. Te voy a hacer pagar esto, ALASKA. ¡Vas a saber lo que es ser yo!
Alaska empezó a retroceder hacia la puerta, con las manos en alto.
—¡Diana, espera, no seas tan dramática!
—¿Dramática? ¿DRA-MÁ-TI-CA? —repetía Diana, agitando la hamaca como un arma letal mientras Alaska salía corriendo por el salón.
Lo último que se escuchó en la casa fueron los gritos de Alaska:
—¡Era broma, Diana! ¡Era broma! ¡No es necesario usar violencia!
Mientras tanto, Jude, que había llegado con Peter para recoger unas cosas, miraba la escena desde el pasillo con los ojos como platos.
—Están jugando a... Policías y ladrones —Trató de justificar Peter.
—Yo creo que mamá se ha pasado gorroneando o algo así. —Opinó el pequeño.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro