Capítulo 8: Nochebuena Biganzi
El apartamento de Diana brillaba con luces navideñas que había comprado esa misma mañana en un arrebato de espíritu festivo. Mientras colgaba un adorno en forma de reno en el árbol, balanceaba las caderas al ritmo de un villancico, aunque la letra había tomado un giro inesperado.
—🎶 Ven, ven escocés, que te espero aquí sin estrés. Con el whisky en la mesa y yo en liguero... ¡Qué Nochebuena vamos a pasar! 🎶
La puerta del dormitorio de Alaska se abrió y apareció su hermana, con una camiseta vieja y unos pantalones de chándal. Alaska miró el árbol y a Diana con una mezcla de sorpresa y resignación.
—¿Qué haces? ¿Villancicos guarros? ¿Otra vez?
—No son guarros, Alaska. Son personalizados. Además, ¡es Nochebuena! Si no puedo alegrar el espíritu navideño mientras espero a un escocés con acento de ensueño, ¿cuándo puedo?
Alaska suspiró y se dejó caer en el sofá.
—Bueno, pues disfrútalo sola, porque yo voy a cenar con mamá.
Diana giró hacia ella, con una bola de nieve en la mano.
—Recuerdas el plan, ¿no? Tú ibas a cenar con mamá y le ibas a decir que estoy enferma. Yo necesito esta casa vacía. ¡Mi escocés llega en menos de una hora!
—Tranquila, tu amante celta no va a ser interrumpido por mí. Solo vengo a decirte que antes de irme pasarán Jude, Peter y la nueva pareja de Peter para felicitarnos la Navidad.
Diana frunció el ceño.
—¿Qué? ¿Cómo es eso posible? Peter es sueco, ¡vive en Suecia!
—Pues parece que no tanto. —Alaska se encogió de hombros—. Vino a recoger a Jude hace unos meses y, mientras estaba aquí, conoció a una mujer. Ahora están probando a vivir juntos en Miami. Ha pedido una excedencia en Suecia para ver cómo les va.
Diana dejó caer la bola de nieve en el árbol, mirando a Alaska como si le acabaran de anunciar que Santa Claus no existía.
—¿Qué clase de loco se muda con alguien tan rápido? ¡Eso está destinado al fracaso!
—Tú también te has mudado con hombres después de un mes de conocerlos, Diana.
—Sí, pero cuando era joven e inexperta. Además siempre con una cláusula de escape emocional: yo puedo irme cuando quiera, y ellos se quedan con la mascota. —Diana se cruzó de brazos—. ¿Cómo se llama la nueva?
—Rebecca. Muy simpática, por cierto.
—Claro que sí. ¡Porque las Rebeccas siempre lo son! —bufó Diana. Luego señaló su reloj—. Bueno, espero que no se alarguen mucho, porque mi escocés tiene un horario.
Alaska la miró con curiosidad.
—¿Por qué un escocés? ¿No te da igual de dónde sea mientras sea guapo?
—Porque el acento escocés, querida Alaska, hace que incluso las palabras más básicas suenen como poesía pura. Hoy me dijo "hello" y he tenido un escalofrío. Y ahora ¿puedes asegurarte de que Rebecca y compañía no se queden mucho rato?
Alaska se levantó y recogió una bola caída del árbol.
—Haré lo que pueda. Pero no prometo nada.
—Perfecto. Ahora, si me disculpas, tengo que decidir entre este vestido negro ajustado o el rojo con el escote que parece diseñado para hacer historia.
—Opta por el negro. El árbol ya tiene suficiente rojo.
Diana sonrió burlona y se dirigió a su cuarto mientras Alaska se sentaba en el sofá, preparándose mentalmente para la visita que estaba a punto de llegar.
Un ratito después:
Diana bajaba las escaleras con elegancia, luciendo un vestido negro que resaltaba sus curvas. En sus labios sonaba un villancico de su invención, adaptado para su inminente cita:
—🎶 Noche de paz, noche de amor, con un escocés que está de escándalo. Voy a brindarle mi gol más letal, que me aplauda con su kilt al final... ¡Dulce escocés, dulce escocés! 🎶
Al llegar al salón, encontró a Alaska sentada en el sofá mirando el móvil con aire distraído. Diana detuvo su canción abruptamente.
—¿Qué haces ahí todavía? Pensé que ya estarías camino a casa de mamá. ¡Queda media hora para que llegue Callum!
Alaska levantó la vista con calma.
—Relájate. Peter, Rebecca y Jude vienen con un poco de retraso. Llamaron hace un rato para avisar.
—¿Un poco? —bufó Diana mientras revisaba su reloj—. Si mi escocés ve aquí a tu ex y su... ¿cómo se llama la nueva?
—Rebecca.
—Eso, Rebecca. Bueno, si Callum ve aquí a tu ex y Rebecca, pensará que soy una de esas mujeres con drama familiar. ¡Y nada apaga más la libido que el drama!
Justo en ese momento sonó el timbre. Diana cerró los ojos con frustración y murmuró:
—Aún tenía esperanza de que no aparecieran.
Alaska se levantó para abrir la puerta y saludó a Jude, que entró corriendo con una sonrisa amplia y cargando dos pequeñas bolsas de regalo.
—¡Feliz Navidad, mamá! ¡Feliz Navidad, tía Diana!
Diana le devolvió la sonrisa.
—Gracias, cabezón.
Alaska se giró hacia su hermana con ojos entrecerrados mientras Jude sacaba de las bolsas dos pequeños regalos envueltos de forma desigual. Alaska abrió el suyo con cuidado y encontró una masa de plástico que simulaba pedos al presionarla.
—¡Oh, cariño, muchas gracias! Es... —miró el objeto, buscando las palabras—. Muy original.
Diana abrió el suyo y dejó escapar una risa sarcástica.
—Justo lo que necesitaba. Ahora podré simular pedos como una profesional.
Peter entró tras Jude, seguido por Rebecca, una mujer alta y delgada con una expresión de pocos amigos. Peter, por el contrario, parecía radiante al ver a Diana.
—¡Diana Biganzi en persona! —exclamó, extendiendo la mano con entusiasmo—. Es un honor conocerte. Soy un gran fan tuyo desde tus tiempos en el PSG.
—Gracias, Peter —respondió Diana, aceptando el apretón de manos mientras notaba cómo él la miraba de arriba abajo, mucho más allá de un simple aprecio futbolístico.
—Es una lástima que no te conociera cuando estaba con Alaska. ¡Eres increíble! ¿Te acuerdas de aquel gol que metiste contra el Lyon en 2018? ¡Qué zurdazo! —dijo, con una mirada que claramente no estaba dirigida a sus habilidades deportivas.
Rebecca, con los brazos cruzados, interrumpió la conversación.
—Peter, cariño, ¿no teníamos que hablar con Alaska sobre las fotos del colegio de Jude?
Peter asintió rápidamente, pero en cuanto Rebecca miró hacia otro lado, retomó su conversación con Diana.
—Y el penalti que metiste a lo Panenka en la final de la Copa de Francia, ¡inolvidable!
Diana lanzó una mirada significativa a Alaska, que levantó las manos en señal de impotencia. Finalmente, Diana se excusó.
—Alaska, ¿puedes venir conmigo a la cocina un momento?
En la cocina, Diana se giró hacia su hermana con los brazos cruzados.
—¡Cómo mola! —Dijo con entusiasmo Alaska. —Parece la típica sitcom con las escenas absurdas y el típico "acompáñame a la cocina"
—¡Calla! ¿Qué hora es?
—Las ocho y media.
—Exacto. ¿Sabes qué significa eso? Que en media hora, Callum estará aquí, y yo no tengo tiempo para aguantar al fan obsesionado de tu ex y a su novia que parece un inspector de aduanas. ¿Cuánto más piensan quedarse?
Alaska suspiró.
—Mira, lo siento. Pero necesito llevarme bien con ellos. Ahora que están cerca, podré ver más a Jude.
—¿Y yo qué gano con eso? ¿Tener más a cabezón en mi casa?
Alaska le dio un golpecito en el brazo.
—Deja de llamarlo cabezón. Te prometo que arreglaré esto. Solo dame unos minutos.
Diana miró su reflejo en la puerta del microondas, suspiró y murmuró:
—Por lo menos no pueden quedarse toda la noche... ¿verdad?
Mientras ambas volvían al salón, Diana no podía dejar de mirar el reloj, con la esperanza de que Rebecca y Peter terminaran pronto su visita. El tiempo corría, y su velada prometía complicarse más de lo que había imaginado.
Peter seguía deshaciendo las palabras con entusiasmo, cada frase era una oda a la carrera de Diana.
—¿Y te acuerdas de ese golazo contra el Wolfsburgo? Madre mía, cómo envidié al comentarista de ese partido. ¡Qué privilegio narrar algo así en directo!
Diana asentía con una sonrisa forzada mientras lanzaba miradas de auxilio a Alaska, que intentaba intervenir.
—Bueno, Peter, es un honor tenerte aquí, pero seguro que tenéis planes para esta noche, ¿no? —dijo Alaska, tratando de sonar casual.
Rebecca, que no había soltado a Peter del brazo desde que entraron, entrecerró los ojos con desconfianza.
—Sí, tenemos que ir con mis padres más tarde... pero todavía hay tiempo. —Dijo tratando de parecer simpática, pero claramente empujando a Peter a la salida.
—¡Claro que hay tiempo! —exclamó Peter, ignorando por completo la tensión en la sala—. Además, ¿cómo desaprovechar la oportunidad de estar con una leyenda viva del fútbol?
—"Leyenda viva", claro —repitió Diana, exagerando su sonrisa mientras disimuladamente miraba su reloj—. Pero también soy una "leyenda muy ocupada".
Jude, entretenido con su masa para simular pedos, hizo uno especialmente sonoro, arrancando una risa nerviosa de Alaska.
—¡Oh, qué gracioso! —dijo Alaska rápidamente—. Bueno, Jude, ¿no tienes algo que decirle a Rebecca sobre los abuelos?
—¡Oh, sí! —saltó Peter—. Les hemos dicho que llegaremos tarde. Rebecca, ¿verdad?
Rebecca cerró los ojos un segundo, claramente refunfuñando por dentro.
—Sí, Peter.
Antes de que Alaska pudiera encontrar una excusa más convincente para despedirlos, la puerta de entrada se abrió de golpe. Todas las cabezas se giraron, y ahí estaba Eve, entrando con el porte de quien se considera el centro de la habitación.
—¡Mamá! —exclamó Alaska, petrificada.
Peter, encantado, se acercó a saludarla como si acabara de entrar una celebridad.
—¡Eve! Qué placer verte. Rebecca, te presento a mi ex suegra, la madre de Alaska.
Rebecca lanzó una sonrisa tensa.
—Encantada.
Jude corrió hacia Eve y la abrazó rápidamente.
—¡Abuela, feliz Navidad!
Mientras Alaska seguía congelada en el sitio, Diana, en un dramático arrebato, se lanzó al sofá. Tiró de una manta cercana y se envolvió en ella como un burrito humano.
—¡Ay, qué mala estoy! —clamó, con una tos exagerada que resonó por toda la sala.
Eve arqueó una ceja, absolutamente impasible ante el espectáculo.
—¿Qué le pasa a esta ahora? —preguntó, señalando a Diana con un movimiento de la cabeza.
—Dice que está enferma —respondió Alaska, mirando a su hermana como quien trata de evitar que una olla a presión explote.
—¿Enferma? —repitió Eve, cruzándose de brazos—. ¿Y desde cuándo te pones enferma justo antes de cenar?
—Es grave —dijo Diana desde debajo de la manta, con voz débil—. Muy grave. Yo creo que... fiebre tropical. Algo que pillé en la playa esta mañana. Ay.
Alaska se acercó a Eve, intentando desviar la atención.
—Mamá, ¿por qué no vamos a tu casa? Deja que Diana descanse.
—¿Mi casa? —replicó Eve—. ¿Y qué sentido tiene? Ya estoy aquí. Cenaremos aquí, así no la dejamos sola.
Diana sacó la cabeza de la manta, gesticulando frenéticamente hacia Alaska mientras Eve seguía con su argumento.
—Además —continuó Eve, ignorando por completo a Diana—, tengo sed. Alaska, ¿por qué no sacas algo de beber?
Peter, que parecía estar encantado con la idea, levantó una mano como si estuviera en una reunión familiar perfecta.
—¡Eso suena genial! Así todos cenamos juntos. ¿Qué opinas, Rebecca?
Rebecca, claramente menos entusiasta, se limitó a murmurar un "supongo", mientras sus ojos lanzaban dagas hacia Diana.
—Por cierto —interrumpió Diana, desesperada por encontrar una forma de sabotear la situación—Peter, ¿y los padres de Rebecca?
—Oh, iremos después de cenar —respondió Peter con una sonrisa despreocupada.
Rebecca lo miró con incredulidad, pero antes de que pudiera protestar, Eve dio una palmada en el aire.
—Perfecto, entonces. Decidido. Cenaremos aquí.
Diana y Alaska se miraron, ambas con expresiones de pura resignación. Diana volvió a envolverse en la manta, murmurando entre dientes. Alaska simplemente se encogió de hombros, impotente. Eve, como siempre, había tomado el control absoluto de la situación.
Diana, agotada de fingir, dejó caer la manta con dramatismo y se levantó del sofá como si nada hubiera pasado.
—Bueno, basta ya de tonterías —declaró, estirándose exageradamente como si acabara de despertar de un largo sueño—. No estoy enferma, nunca lo estuve. Es que, ¿sabéis? Prefiero pasar esta maravillosa Nochebuena con un escocés buenorro que con vosotros.
Eve cruzó los brazos y alzó una ceja, una expresión que parecía grabada en piedra desde los años noventa.
—¿Un escocés? ¿De verdad vas a dejar que un tipo con falda sea más importante que tu familia?
Diana la miró con el clásico brillo sarcástico en los ojos.
—¡Oh, claro, mamá! Porque nada me apetece más que un duelo de reproches familiares en lugar de... —hizo una pausa teatral, buscando las palabras adecuadas mientras miraba de reojo a Jude— ...un encuentro internacional muy intenso con un escocés que está como un tren.
Jude, que seguía jugando con la masa de pedos, levantó la cabeza con curiosidad.
—Tita Diana, ¿qué es un "encuentro internacional muy intenso"?
Las tres Biganzi se quedaron paralizadas por un segundo. Eve fue la primera en reaccionar, con el tipo de rapidez que solo una madre acostumbrada a preguntas incómodas puede tener.
—Es como... un partido de fútbol, cariño. De los importantes. ¿Verdad, chicas?
Alaska asintió frenéticamente.
—Sí, sí, de los que se juegan en un estadio... cerrado.
—¿Cerrado? —repitió Jude, frunciendo el ceño.
Diana, ya resignada, suspiró y puso su mejor cara de tía desenfadada.
—Sí, cerrado. Como un hotel... digo, un estadio con muy pocas entradas. Solo para adultos.
—Ah, vale —respondió Jude, volviendo a concentrarse en la masa de pedos.
Eve negó con la cabeza mientras murmuraba:
—Cada vez eres peor inventando excusas.
Diana ignoró el comentario y se dirigió hacia las escaleras con determinación.
—Bueno, dicho esto, me largo. Disfrutad de mi casa, mi bebida y de esta encantadora velada. Yo voy a llamar a Callum y vamos a cenar fuera. O tal vez directamente a un hotel. ¿Quién sabe? Soy una mujer espontánea.
—Sí, claro, muy espontánea —espetó Eve con un tono ácido—. Tanto que pareces un globo sonda en busca de camas nuevas.
—Tú deberías saberlo, mamá —replicó Diana sin siquiera girarse, saliendo con aire triunfal.
—¡Alaska! —ordenó Eve, girándose hacia su hija menor—. Trae más bebida. Esto va para largo.
Alaska suspiró, caminando hacia la cocina mientras Peter, ajeno a todo, seguía hablando emocionado sobre la carrera de Diana.
—Y luego está ese gol contra el Chelsea, ¿te acuerdas? Una volea perfecta, de esas que solo salen una vez en la vida. Qué jugadora...
Rebecca, cada vez más roja, entrecerró los ojos como si estuviera a punto de estallar.
—Sí, Peter, qué jugadora. Lo has dicho ya como diez veces.
Alaska volvió de la cocina cargada con botellas justo a tiempo para ver a Rebecca clavándole las uñas al brazo de Peter con una sonrisa forzada. Alaska tragó saliva.
—Esto va a acabar mal —murmuró, dejándose caer en el sofá mientras Eve descorchaba una botella con la facilidad de quien lo hace por deporte.
Una hora después
Diana se desplomó boca arriba sobre las sábanas revueltas, con el cabello enredado y una sonrisa de satisfacción que parecía incrustada en su rostro.
—Definitivamente, ha merecido la pena el estrés —dijo mientras trataba de recuperar el aliento, como si hubiera jugado una final de Champions.
Callum, tumbado a su lado, se giró para mirarla con una sonrisa cómplice.
—¿Estrés? Yo diría que lo hemos canalizado bastante bien. Creo que ya puedo saltarme el cardio mañana en el gimnasio.
Diana soltó una risita, girándose hacia él.
—¿Cardio? Por favor, esto ha sido un triatlón. Lo único que no me va a hacer falta ahora es cenar.
Con un destello travieso en los ojos, Diana se deslizó bajo las sábanas, desapareciendo de su vista. Callum cerró los ojos y suspiró profundamente, murmurando algo sobre cómo "las suecas tienen otro nivel".
---
La atmósfera en la casa de Diana era más fría que un estadio en pleno invierno sueco. Eve hablaba animadamente con Peter sobre el negocio de ser agente de futbolistas, con esa mezcla de orgullo y sarcasmo que le caracterizaba.
—Lo complicado no es encontrar talentos, Peter. Es convencerles de que no son Aitana Bonmatí después de meter su primer gol en un partido de barrio. Aunque algunas... —miró de reojo a Alaska— ni con un gol al año entienden la realidad.
Alaska rodó los ojos y se centró en Jude.
—Y tú, cariño, ¿qué tal te va el cole?
Jude levantó la cabeza, con la expresión indiferente de un niño que ya ha decidido que la escuela es una conspiración.
—De culo.
Alaska dejó caer el tenedor con un clang y lo miró incrédula.
—¡Jude! ¿Qué clase de respuesta es esa?
—Es lo que dice Rebecca cada vez que papá intenta cocinar —dijo Jude con total inocencia, ganándose una risa contenida de Eve.
Rebecca, que ya estaba tensa, apretó los dientes.
—Peter, deberías educar mejor a tu hijo.
—Nuestro hijo, cariño —corrigió Peter mientras recogía el tenedor de Jude, mirando nervioso de un lado a otro.
—Eso mismo he dicho, cariño —replicó Rebecca con una sonrisa tensa que podría haber derretido acero.
Intentando aliviar la tensión, Peter cambió de tema.
—Por cierto, Eve, ¿sabías que Diana metió un golazo contra el Barça? Fue impresionante, bueno y luego les metió uno un año antes que le anularon, pero eso no era falta yo creo que...
Rebecca resopló e interrumpió:
—¿De nuevo con Diana? Peter, hablamos de fútbol femenino más de lo que hablas de mi trabajo.
Peter, como siempre, retrocedió con gesto de cachorro regañado.
—No quería molestar...
—Pues lo haces.
Rebecca se levantó de golpe, indignada, y comenzó a recoger sus cosas.
—Nos vamos, Jude. ¡Vamos!
—¿Qué he hecho ahora? —preguntó Peter, desconcertado, mientras seguía a Rebecca hacia la puerta.
Alaska aprovechó para despedirse rápidamente de Jude.
—Adiós, cielo. ¡Llámame cuando quieras, ¿vale?!
Jude asintió mientras Peter lo llevaba casi a rastras. En cuanto la puerta se cerró, Alaska suspiró profundamente.
—Bueno, al menos esto ya ha acabado...
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Horas más tarde, Alaska y Eve estaban sentadas en la terraza, rodeadas de un aire húmedo pero tranquilo. Alaska, con una copa de vino en la mano, miraba al horizonte con expresión resignada.
—Bueno, al menos sobrevivimos. Eso ya es algo. Se acabó.
Eve se inclinó hacia adelante con una sonrisa sardónica.
—No es lo único que ha acabado, cariño.
Alaska frunció el ceño.
—¿De qué hablas ahora?
—Hablo de que lo de vivir aquí probablemente también se va a acabar. —Eve tomó un sorbo pausado de su copa—. Seguro que en tu equipo van a rescindir contratos en enero para traer fichajes nuevos. El Wynwood está en descenso. A Cuarta, Alaska.
Alaska abrió los ojos como platos.
—¡Pero metí un gol!
—Metiste un gol. En 15 partidos. Por favor, no hagas que saque las estadísticas.
Alaska se cruzó de brazos, desesperada.
—No pueden echarme. Necesito estar aquí, cerca de Jude.
—¿Ah, sí? —Eve la miró con una ceja arqueada—. ¿O es que necesitas este casoplón con piscina para seguir viviendo como una garrapata?
Alaska fingió indignación, poniéndose la mano en el pecho.
—¡Eso no es justo! Yo quiero estar cerca de Diana porque la quiero... ¡y porque la casa está increíblemente bien decorada y tiene una piscina que parece de un resort!
En ese momento, la puerta se abrió y Diana apareció, con el cabello desordenado y un aire de cansancio evidente.
—¿Qué hacéis aún despiertas? —preguntó mientras se dejaba caer en una silla junto a ellas.
—Tratamos de superar el desastre de la cena —respondió Eve con sarcasmo—. ¿Y tú? ¿Tantos kilómetros y cardio para eso?
Diana se dejó caer hacia atrás con las manos en la cara.
—Estoy demasiado cansada para contraatacar, mamá.
Eve se echó a reír, pero Diana, sorprendentemente seria, se enderezó y respiró hondo.
—Escuchad, siento haber dejado a la familia tirada esta noche.
Alaska y Eve intercambiaron miradas incrédulas. Alaska fue la primera en hablar.
—¿Quién eres tú y qué has hecho con Diana?
Diana sonrió débilmente.
—Estoy hablando en serio. Mi propósito para el próximo año es cambiar.
—¿Cambiar? —preguntó Alaska con incredulidad—. ¿Qué vas a hacer? ¿Dejar de beber?
Diana rió suavemente.
—No tanto.
Eve, divertida pero curiosa, la miró con una mezcla de escepticismo y sarcasmo.
—Bueno, hija, ilumínanos. ¿Qué vas a hacer para cambiar?
Diana se enderezó y, con un brillo extraño en los ojos, anunció:
—Voy a buscar una relación seria.
El silencio que siguió fue tan denso que incluso las hojas parecieron dejar de moverse. Eve y Alaska la miraron como si acabara de anunciar que quería ser astronauta.
—¿Una relación seria? —repitió Eve lentamente, saboreando cada palabra como si no pudiera creerlas.
—Exacto. Este será el año de Diana Biganzi. El año del amor.
Eve se encogió de hombros, alzó su copa y brindó.
—Bueno, por los milagros navideños. A ver cuánto dura.
Y así, bajo las luces de Navidad que aún brillaban tenuemente en la terraza, las tres Biganzi se dejaron envolver por la calma de una noche que, por fin, había llegado a su fin.
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