Capítulo 4: Un Boxeador, un niño y nuevas reglas.
La puerta de la casa se abrió con un leve chirrido, dejando entrar a Diana, acompañada de un chico alto, moreno y con los hombros anchos como una puerta blindada. Se estaban besando con tanta pasión que ni siquiera notaron que la puerta se quedó entreabierta.
—¿Seguro que no hay nadie despierto? —preguntó el chico, interrumpiendo el beso solo lo justo para hablar.
—Tranquilo, rocky boy, mi hermana duerme como un tronco. —Diana le guiñó un ojo y volvió a besarlo, empujándolo hacia el sofá.
Entre risas y susurros, cayeron sobre los cojines. Los besos se intensificaron, las manos exploraban, y cuando la situación estaba a punto de alcanzar un punto de no retorno, Diana, con su característico humor, le susurró al oído:
—Creo que te he ganado por puntos. Ahora, ¿vamos a la revancha en mi habitación?
El chico rió, sorprendido por la comparación, y asintió. Diana lo guio escaleras arriba, asegurándose de cerrar la puerta tras ellos.
Mientras tanto, en la habitación de Alaska, las cosas no eran tan emocionantes. Acostada en su cama, daba vueltas como un pollo en un asador, tratando de ignorar los ruidos provenientes del piso de arriba.
—Perfecto... justo lo que necesito. Una orquesta nocturna... —murmuró entre dientes, apretando la almohada contra sus oídos. Pero ni eso bastó para amortiguar los sonidos que parecían aumentar en intensidad. Finalmente, exasperada, se sentó en la cama y miró el techo.
—¿En serio, Diana? ¿A estas horas?
Pasaron horas, o eso le pareció a Alaska, hasta que la casa se sumió en un silencio que solo los insomnes realmente aprecian.
A la mañana siguiente
La cocina era un cuadro patético. Alaska estaba sentada a la mesa, con la cabeza apoyada en la superficie de madera y los ojos cerrados. Parecía una mezcla entre una persona desmayada y una figura de cera mal colocada.
Diana entró fresca como una lechuga, con una sonrisa triunfante y un café en la mano. Llevaba una camiseta amplia y unos pantalones cortos que apenas cumplían con su propósito. Al ver a su hermana en ese estado, Diana no pudo evitar soltar:
—Si supieras las cosas que he hecho ya en esa mesa, Alaska, no pondrías la cara ahí.
Alaska levantó la cabeza lentamente, como si le costara incluso procesar la frase.
—... ¿Me quieres matar?
—No, pero anoche alguien casi me mata. Y no con malas intenciones, claro —respondió Diana, guiñándole un ojo mientras se sentaba con su café.
—Por favor, dime que no voy a escuchar una lista de detalles gráficos.
—No, no, tranquila. Aunque, si te interesa, descubrí que los boxeadores también tienen un excelente manejo del clinch fuera del ring.
Alaska suspiró con fuerza y hundió la cabeza entre sus manos.
—Eres imposible.
—Lo que soy es feliz. ¡Ah, qué noche!
Alaska la miró, agotada pero con una pizca de indignación.
—Diana, escúchame. Jude llegará en unos días. Tiene ocho años. No puede ver a su tía trayendo a un chico diferente cada noche.
Diana arqueó una ceja y sonrió.
—¿Diferente cada noche? Eso suena como un récord. Gracias por confiar tanto en mí.
—Diana, hablo en serio. Necesito que... no sé... te moderes. Por favor, al menos mientras esté él aquí.
Diana hizo una pausa, como si estuviera considerando la solicitud.
—Oye, ¿sabes quién prometió también quedarse solo unos días? Tú.
Alaska apretó los labios, consciente de que no podía responder a eso sin hundirse más.
—Vale, me he quedado más de lo planeado, pero esto es diferente.
—No lo sé, Alaska. Me estás pidiendo que cambie mi vida. ¿A cambio de qué? ¿De más cuentas en la cantina apuntadas a mi nombre?
Alaska suspiró de nuevo, esta vez con una expresión más suave.
—Por Jude. Solo unos días, te lo prometo.
Diana bufó, pero acabó encogiéndose de hombros.
—Está bien, fine. Por el niño. Pero que quede claro que en cuanto se vaya, vuelvo a ser yo.
—Gracias —respondió Alaska con sinceridad, mientras agarraba sus muletas para levantarse.
Cuando estaba a punto de salir de la cocina, Diana, con su tono sarcástico habitual, remató:
—Pobre escayola, Alaska. Debe de odiarte. No puede separarse ni un segundo de ti.
Alaska giró los ojos y salió, dejando a Diana riendo sola en la cocina.
A la mañana siguiente:
El sol se colaba tímidamente por las cortinas de la habitación de Diana. Ella, aún dormida, parecía disfrutar de un raro momento de paz. Pero esa paz no duró mucho. Un susurro infantil y curioso rompió el silencio:
—Hola, tita Diana.
Diana abrió los ojos de golpe, encontrándose con la cara de Jude a pocos centímetros de la suya. Dio un pequeño grito y se echó hacia atrás en la cama.
—¡Por el amor de Zlatan! ¿Quieres matarme de un infarto?
Jude rió inocentemente, sin entender el susto.
—Lo siento. mamá está en el baño y me aburría.
Diana se masajeó las sienes, intentando procesar lo que acababa de pasar.
—Vale... bien. Buenos días, supongo.
—Hola, tita Diana. —Jude sonrió con una mezcla de timidez y alegría—. ¿Cómo estás?
—Un poco más cerca de la muerte, gracias por preguntar. ¿Y tú? ¿Cómo te va todo?
Jude inclinó la cabeza, pensativo.
—Pues bien, aunque tú nunca me llamas para preguntar.
El comentario la pilló desprevenida. Diana frunció el ceño, incómoda, pero trató de suavizar la situación con una sonrisa tensa.
—Bueno, es que... soy muy despistada, ya sabes.
Jude asintió, aparentemente satisfecho con la respuesta.
— Qué ojos más rojos tienes. —Cuestionó el pequeño.
—Imagina lo que veo.
— ¿Qué ves?
— Nada... ¿Qué te trae por aquí, Jude?
—El año pasado traté de ver tus partidos con el Milan, pero siempre estabas lesionada.
Diana apretó los labios, incómoda de nuevo.
—Sí... fue un año complicado.
—Ah, y también leí en el chat de los aficionados que eres una vividora.
Diana soltó una carcajada irónica, rascándose la nuca.
—Bueno, no le podré llevar la contraria a ese amable aficionado.
Jude la miró con curiosidad, pero rápidamente cambió de tema.
—¿Tienes un cargador para la tablet?
Diana señaló un cajón al otro lado de la habitación.
—Sí, ahí lo tienes.
—Gracias, tita Diana.
Cuando Jude salió de la habitación, Diana se dejó caer de espaldas en la cama, suspirando profundamente.
—Esto va a ser más duro de lo que pensaba.
En el desayuno
La mesa de la cocina estaba algo caótica, como de costumbre. Alaska estaba preparando unas tostadas mientras Jude estaba absorto con su tablet. Diana, con una taza de café en la mano, entró bostezando y se dejó caer en una silla.
—Buenos días, querida familia disfuncional.
Alaska la miró con una sonrisa divertida.
—¿Sabías que tu boxeador perdió su combate anoche?
Diana arqueó una ceja, sorprendida.
—¿En serio? Bueno, tiene sentido. Después de lo que hicimos, es normal que estuviera agotado.
Alaska soltó una carcajada, pero Jude levantó la mirada de su tablet, curioso.
—¿Qué hicisteis?
Ambas mujeres se miraron, congeladas por un segundo. Alaska fue la primera en reaccionar.
—Eh... jugaron... a un juego.
—Sí, sí, un juego —añadió Diana, asintiendo enérgicamente—. De boxeo. Con la consola.
Jude frunció el ceño, sospechando algo.
—¿Pero cómo va a estar tan cansado por un juego?
Diana intentó mantener la compostura.
—Bueno, es que era un juego muy... intenso. Mucho movimiento.
—¿Saltasteis y eso? —insistió el niño, con una mezcla de incredulidad y curiosidad.
Alaska intervino rápidamente:
—Sí, exactamente. Saltos, esquives... un juego muy interactivo.
—Pero si la tita Diana no tiene consola —Dijo pensativo Jude.
—Se la he dejado al boxeador... A él le gusta más el... Juego... —Dijo Diana tratando de encarrilar la situación.
El niño los miró un momento más, pero finalmente pareció aceptarlo y volvió a su tablet.
Cuando Jude estaba lo suficientemente distraído, Diana dejó escapar una risa sofocada.
—Madre mía, Alaska. Si no acabamos en un talk show por este nivel de improvisación, será un milagro.
—Oye, lo hemos hecho bien. Trabajo en equipo. —Alaska sonrió, orgullosa de haber salvado la situación.
Diana asintió, levantando su taza de café como si brindara.
—Por nuestras increíbles dotes para esquivar preguntas comprometidas.
Desde el salón, Jude levantó la voz:
—¡Mamá! ¿Te acuerdas que tengo que hacer un trabajo sobre un libro que todavía no he leído?
Alaska suspiró y se giró hacia él.
—Sí, Jude. ¡No te olvides!
Diana arqueó una ceja, intrigada.
—¿Qué libro es?
—Las aventuras de Tom Sawyer. Me acuerdo de ese libro. También me lo mandaron leer a mí cuando era pequeña —comentó Alaska, encogiéndose de hombros.
Diana se echó hacia atrás en su silla, pensativa.
—A mí me lo mandaron en el instituto.
—¿Y qué te pareció?
Diana sonrió con ironía.
—He dicho que me lo mandaron. No que lo hiciera.
Alaska rodó los ojos mientras Jude reía desde el salón.
Más tarde
En el salón, Jude estaba tumbado en el suelo con el libro de Las aventuras de Tom Sawyer abierto delante de él. Pasaba las páginas con desgana, mientras Diana, sentada en el sofá, hojeaba su móvil. Alaska preparaba café en la cocina y observaba de reojo la escena.
—Esto es muy aburrido, tita Diana —dijo Jude, cerrando el libro con un golpe seco.
Diana levantó la vista, suspirando.
—Es un libro, Jude, no un parque de atracciones.
—No me gusta leer —dijo con un tono inocente, aunque desafiando.
Diana rodó los ojos y se levantó del sofá.
—Vamos, levántate. Conozco un sitio que hace resúmenes de libros. Te voy a salvar la vida, pero no te acostumbres, ¿eh?
El camino en coche
Mientras conducía, Diana no paraba de escuchar la voz de Jude desde el asiento trasero.
—¿Sabías que la abuela dice que eres una perezosa con suerte?
Diana rió con ironía, mirando brevemente por el retrovisor.
—Ah, la abuela Eve, siempre tan cariñosa. Seguro que también mencionó que soy su hija favorita.
Jude frunció el ceño.
—No, dijo que Alaska es su favorita.
Diana negó con la cabeza, fingiendo indignación.
—¿Cómo que Alaska? Seguro que se refiere a sus Alaska, las botas. Esas nunca le fallan.
Jude se quedó confundido mientras Diana sonreía, orgullosa de su propia broma.
En la librería
La librería era pequeña, con estanterías llenas de libros desgastados y una sección específica para resúmenes. Diana y Jude se acercaron al mostrador, donde un hombre de gafas ajustadas y bigote les entregó un pequeño cuadernillo con el resumen de Las aventuras de Tom Sawyer.
—¿Ves? —dijo Diana entregándoselo a Jude—. Problema resuelto.
—Gracias, tita Diana.
Diana pagó y lo guió hacia la salida.
—Muy bien, niño, ¿qué te parece si ahora cenamos?
El restaurante al que Diana llevó a Jude era moderno, con luces tenues y un menú que parecía más un poema que una lista de comidas. Diana sonreía mientras observaba los platos exquisitos que iban saliendo de la cocina.
—¿Qué te parece este sitio? —preguntó con entusiasmo.
Jude ladeó la cabeza.
—Pensé que iríamos a un McDonald's o a un KFC.
Diana lo miró, incrédula.
—Soy futbolista, Jude. No puedo comer esas cosas. Mi cuerpo es mi herramienta de trabajo.
—Pero el año pasado te vi en una foto con una hamburguesa en Instagram.
—Eso era una hamburguesa vegana.
—¿De verdad? Porque mamá dijo que parecía mentira que tú comieras algo vegano.
— Coma lo que coma, me lo pago yo, no como tu madre.
— Creo que no se refería a la comida.
Diana suspiró, masajeándose el puente de la nariz.
—Jude, cariño, esto no es un debate.
—¿Qué es un debate?
— Lo que haces.
— ¿Qué hago?
—Replicarme todo.
—¿Qué es replicar?
—Llevar la contraria.
—Yo no te llevo la contraria.
—¿Y lo que acabas de hacer qué es?
—¿Qué acabo de hacer?
—¡Llevarme la contraria!
—Mis padres se llevaban mucho la contraria.
Diana se llevó la mano al pecho, exasperada.
—Tú quieres que me dé un infarto, ¿verdad?
Finalmente, cedió. Minutos después, estaban en un KFC.
Jude mordía su pollo con entusiasmo, mientras Diana removía su ensalada con resignación.
—Bueno, espero que estés contento. ¿Dónde está el resumen? —preguntó mientras tomaba un sorbo de agua.
Jude la miró con los ojos abiertos de par en par.
—Lo hemos olvidado en el mostrador de la librería.
Diana dejó su tenedor en el plato, lentamente.
—¿Hemos?
—Sí, yo pensaba que tú lo ibas a coger.
—¿Y por qué no lo has cogido tú?
—Porque lo dejaste en el mostrador.
—¿Y por qué no me lo recordaste?
—¿Porque no lo cogiste?.
La conversación continuó en un bucle interminable hasta que Diana volvió a llevarse la mano al pecho, cerrando los ojos dramáticamente.
—Por favor, que sea el pollo.
De vuelta en casa
Las tres generaciones de Biganzi estaban en el sofá viendo la televisión. Jude se reía de un dibujo animado, mientras Alaska tomaba un té y Diana revisaba mensajes en su móvil.
—Jude, ¿has hecho el resumen? —preguntó Alaska de repente.
El niño negó con la cabeza.
—Pero, cariño, mañana te vas y le prometiste a tu padre que harías el trabajo aquí.
Diana levantó la vista, arqueando una ceja.
—¿Tan vago eres que ni siquiera has sido capaz de leer un resumen?
Jude la miró con cara de inocencia y Diana sonrió, suavizando el golpe.
—Aunque bueno, has salido a tu tía.
Alaska suspiró y le señaló a Jude la dirección de su habitación.
—Anda, ve a hacer el trabajo.
Cuando el niño desapareció, Alaska se volvió hacia Diana.
—¿Qué tal te lo has pasado con Jude?
Diana se dejó caer contra el respaldo del sofá.
—Un niño adorable, lleno de energía, ideas... y completamente agotador.
Alaska rió, pero antes de poder responder, el móvil de la mesa comenzó a sonar. Ambas miraron la pantalla.
—Es mamá —dijo Alaska, haciendo una mueca.
Diana se levantó de inmediato.
—Alguna de las dos debería cogerlo —dijo Alaska.
—Sí, no cabe duda. Pero no yo.
Alaska la siguió con la mirada, confusa.
—¿Adónde vas?
Diana se detuvo en la puerta de su habitación y lanzó una sonrisa irónica.
—A casa del boxeador, a entrenar un poco con ese "juego interactivo" que mencionamos antes.
Alaska negó con la cabeza, volviendo la vista al móvil que seguía sonando.
—Pues nada, yo me voy a mi habitación... Espero que tenga modo de "un jugador" porque voy a jugar sola.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro