Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 3: La gorrona

Diana estaba en su sofá, viendo un partido de fútbol de su ex equipo, el AC Milan, en su tele de pantalla de plasma mientras revisaba en su móvil algunas ofertas de patrocinadores. La calma del momento, sin embargo, se vio interrumpida por el inconfundible sonido de las maletas de Alaska arrastrándose por el pasillo.

— ¡¿Qué haces?! — Diana preguntó sin girarse, la voz cargada de sarcasmo. — ¿Te estás mudando por fin o estás sacando a una mascota que pesa más que tú?

Alaska entró en la sala con la típica actitud de quien no tiene vergüenza. Se dejó caer en el sofá junto a Diana, como si ya estuviera en su casa, estirando las piernas y pisoteando una almohada.

— Ay, me encanta cómo te pones. Estoy buscando una mochila. — Alaska se estiró sin más, mirando el techo, como si la palabra "mochila" tuviera algún significado filosófico.

Diana levantó una ceja, sin apartar los ojos de la pantalla.

— Vaya, qué conveniente, como si aquí no hubiera suficiente espacio para tu ropa, tus maletas, tu caos... y ahora, ¿una mochila?

Alaska se limitó a sonreír con un aire de niña traviesa.

— Bueno, es que hay cosas que no puedo comprar sola. Necesito tu ayuda.

Diana la miró ahora, dejando de lado el sarcasmo inicial. Sabía lo que se venía. Alaska nunca necesitaba nada... hasta que se trataba de pedirle a su hermana.

— ¡Otra vez, Alaska! — Diana se quejó, poniendo los ojos en blanco. — ¿Qué necesitas ahora? ¿Que te lleve a la tienda o me vas a pedir que te ayude con la selección de tu nuevo "outfit de tercera división"? ¿O tal vez... ah, ya lo sé, ¿me vas a pedir que te dé dinero otra vez para llenar tu parte de la nevera?

Alaska hizo un gesto como si fuera una broma, pero su mirada, casi desinteresada, dejó claro que no pensaba pedirle un favor, sino más bien exigirlo.

— Bueno, la verdad es que... — Alaska se acomodó mejor en el sofá, como si estuviera por contar un secreto de estado. — Estaba pensando en que podríamos ir a hacer algunas compras. Tú sabes, de esas que no me gustan, pero que... no tengo otra opción.

Diana se giró lentamente hacia ella, dejando el teléfono a un lado. Sus ojos se estrecharon, la irritación empezando a formarse como una tormenta en su interior.

— No tienes otra opción... — repitió Diana, con voz baja, pero cargada de veneno. — Ay, Alaska, ¿tú sabes lo que es tener algo de dignidad, verdad? Porque esta frase... la oímos de ti cada vez que te olvidas del dinero y no quieres que el cartero te cobre por la pizza que te pedí.

Alaska siguió mirando la tele como si nada. Su hermana estaba hablando, pero no le estaba prestando atención. Diana tragó saliva y decidió no seguir discutiendo. No aún. Pero se sentía como si ya estuviera a punto de explotar.


Al día siguiente, en la tienda

Las dos estaban en un centro comercial, buscando ropa. Alaska, con la mirada perdida entre los estantes, no dejaba de poner cosas en el carrito mientras Diana trataba de ver un par de jerseys deportivos en oferta.

De repente, Alaska se acercó y le lanzó una mirada triunfal a Diana.

— Oye, Diana, ¿te acuerdas de esa camiseta que quería hace unos días? La que es de la colección especial de futbolistas.

Diana la miró como si hubiera dicho la cosa más absurda del mundo.

— ¿Qué pasa, ahora también soy tu personal shopper? No, no. Yo no estoy aquí para comprar tus caprichos de "jugadora de tercer nivel". Yo vengo a comprar algo que me quepa.

Alaska ignoró el comentario y sonrió. Y no era una sonrisa de disculpa, sino de "esto es lo que me gusta hacer, y tú no me vas a frenar".

— No, no, lo que pasa es que... — Alaska continuó sacando prendas del estante como si fuera un desfile. — Si me compras esto, te prometo que no te pediré más ayuda hasta fin de mes.

Diana se quedó congelada unos segundos, mirando cómo Alaska se ponía una camiseta brillante como si hubiera encontrado el Santo Grial. Su paciencia estaba agotada.

— Fin de mes... — Diana murmuró, riendo irónicamente. — ¡Si ya has llegado al fin de semana con la tarjeta de crédito que no me pagas, Alaska! No hagas que me dé cuenta de que todo lo que me pides es un favor y lo pagas con promesas vacías.


Más tarde, en el coche

Diana estaba conduciendo, los dedos apretando el volante con más fuerza de la habitual, mientras Alaska, que parecía no tener ningún problema en subirse al coche, empezaba a hablar sobre lo mal que le iba el contrato.

— ¡Ay, Diana! De verdad... esto de las pretemporadas es lo peor. Y ahora me dicen que tal vez ni siquiera van a contar conmigo porque estoy a prueba. No sé qué voy a hacer. Todo me sale mal.

Diana, sin mirarla, dio un suspiro exagerado y se apretó la mandíbula. No quería que su hermana viera que se estaba empezando a poner realmente furiosa.

— Oh, no, Alaska, ahora no digas que el mundo está en tu contra, porque si lo repites, de verdad me va a dar algo. — Lo que pasa es que te has olvidado de trabajar más y pedir menos, como siempre.

Alaska la miró por un segundo, pero no contestó. De alguna forma, sabía que estaba tocando los límites de la paciencia de su hermana, pero estaba tan acostumbrada a sacar provecho de la situación que no se detenía.


En casa de Diana

Cuando llegaron a la casa, Diana estaba a punto de perder la compostura por completo. Alaska, con su típica actitud de "me voy a quedar a vivir aquí", se recostó en el sofá como si fuera su casa, comenzando a ver algo en su móvil.

— Por cierto, Diana. La verdad es que tengo el tanque de gasolina seco y...

Diana, ya con el rostro rojo de frustración, se detuvo en el umbral de la puerta y le dio una mirada fulminante.

— Será mejor que te vayas de mi vista, Alaska. — Dijo, con voz de auténtica psicópata.

Alaska levantó la vista de su móvil y la miró fijamente, sin percatarse aún de lo serio que estaba el asunto.

— Diana... ¿Pero por qué? — empezó a decir, pero Diana no la dejó acabar.

— Tú hazlo, Alaska. — bufó Diana, con la furia acumulada en su voz y una mirada que asustaría al diablo. 

— Está bien, voy a mi habitación. —Dijo confundida Alaska.

—Hazlo. —Dijo Diana, antes de coger un jarrón y empezar a perseguir a Alaska que la vio y salió huyendo.

— ¡Diana! Pero no seas cría, ¡Dianaa!

Al día siguiente

El calor de Miami caía como una manta pesada sobre el DRV PNK Stadium. Diana se ajustó las medias y observó a la multitud con una media sonrisa. Era su primer partido oficial en la liga americana, y aunque las lesiones pesaban, el orgullo lo hacía más. Desde las gradas, podía ver a Alaska, que había aparecido con una pancarta escrita a mano: "Vamos, Diana, aunque odies que te anime". A Diana no le pasó desapercibida.

—Perfecto, Alaska —murmuró para sí misma mientras la señalaba disimuladamente a una compañera—. Mi hermana ha venido a animarme... o quizá a gorronear algo del puesto de comida.

La árbitro pitó el inicio. El Inter Miami dominaba el balón, pero el partido estaba trabado. Diana, jugando de enganche, apenas tocó el balón en la primera parte. En el descanso, mientras bebía agua, escuchó murmullos desde la grada donde estaba Alaska:

—¡Cambia a Diana por alguien que corra más, aunque sea un carrito de helados! —gritó Alaska, entre risas.

Diana negó con la cabeza, conteniendo una sonrisa. En la segunda parte, su calidad finalmente brilló: controló un balón en el borde del área, regateó a dos defensores y disparó con la zurda al ángulo. Gol. El estadio explotó en vítores, y Diana levantó las manos al cielo antes de mirar a Alaska, que saltaba de emoción mientras sostenía un refresco que no había pagado.

El Inter Miami ganó 2-0, y Diana salió como la gran estrella del partido. Alaska la esperó a la salida.

—¡Has estado increíble! —exclamó, dándole un abrazo sudado—. ¿Sabes? Viéndote jugar, he decidido algo: voy a reconducir mi vida.

Diana arqueó una ceja.

—¿Reconducirla? ¿Significa que vas a dejar de vivir de mi despensa y empezarás a pagar alquiler?

—No, me refería solo a esforzarme en el fútbol.

—Ah, claro, un giro inesperado: elegirás el único camino que también te llevará a la ruina —respondió Diana con una sonrisa sarcástica, aunque le palmeó el hombro cariñosamente—. Anda, ve y demuéstrame que me equivoco.

El primer partido de Alaska

Al día siguiente, Alaska estaba lista para su debut en el modesto Wynwood FC. Diana apareció en las gradas con unas gafas de sol enormes y un café helado.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Alaska, sorprendida.

—Me has inspirado. Quiero ver cómo le marcas un gol a esa portera amateur que parece que ayer estaba en la playa vendiendo sombrillas.

El campo era un desastre: las líneas apenas visibles, el césped seco y más baches que un camino de tierra. Alaska, sin embargo, entró al partido con todo.

En el minuto 20, un balón dividido cambió su destino. Alaska, demasiado entusiasmada, se lanzó con fuerza. Un ruido seco se escuchó al chocar con el defensa contrario. En el suelo, se agarró el pie con una mueca de dolor.

Diana dejó su café en el suelo y bajó de la diminuta grada al césped, sin entrar al terreno de juego.

—¡¿Qué has hecho ahora, calamidad andante?! —le gritó mientras llegaba al borde del campo.

—Creo... creo que me he roto un dedo —respondió Alaska, entre lágrimas y risas nerviosas.

Un rato después, en el hospital:

Alaska estaba tumbada en una camilla, con el pie vendado y la cara llena de frustración y resignación. Diana se sentó a su lado.

—Bueno, Alaska, la buena noticia es que tu carrera en tercera división sigue intacta porque, técnicamente, nunca despegó.

—Muy graciosa. Estoy hecha un desastre, Diana.

—No mientas, ese puesto ya lo tenías ganado desde que naciste, voy a por dos botellas de agua.

Entró el responsable del Wynwood FC, con el rostro serio.

—Señorita Biganzi... Alaska —dijo, incómodo—. He venido a informarle que, debido a su lesión y el bajo rendimiento que ha mostrado en la pretemporada, el club ha decidido rescindir su contrato, si puede firmar aquí.

Alaska abrió los ojos como platos, y Diana, que había salido a buscar agua, entró justo a tiempo para escuchar la noticia.

—¿Perdona? —interrumpió Diana con una mirada afilada—. ¿Estás diciendo que vas a despedir a mi hermana mientras está lesionada?

—Bueno... sí, pero...

Diana se cruzó de brazos y cambió su tono al de la líder que había sido en los mejores clubes de Europa.

—¿Sabes quién soy, verdad? Soy Diana Biganzi. Y si te atreves a echar a mi hermana, me aseguraré de que todos los medios deportivos sepan que Wynwood FC deja tiradas a sus jugadoras lesionadas. ¿Quieres arruinarte más?

El responsable, sudando, intentó balbucear una respuesta, pero Diana continuó:

—No me hagas perder tiempo. Dale el mes de recuperación que necesita. Si no mejora, rescíndele en invierno. Pero si lo haces ahora, te prometo que te arrepentirás.

El hombre asintió torpemente antes de salir del cuarto. Alaska miró a su hermana con admiración.

—No sabía que podías ser tan... protectora.

Diana se encogió de hombros.

—No te acostumbres. Pero admito que eres mi desastre personal, y no pienso compartirlo.

— Pero... Mejor avisa a mamá para que te busque otro equipo en invierno, si no brillas entera dudo que lo hagas con un dedo menos.

Alaska rió y, alzando su botella de agua, propuso un brindis improvisado.

—Por ti, Diana.

—Por mí, y porque la próxima vez no tengas que romperte otro dedo para que te tomen en serio.

Ambas chocaron sus botellas de agua y rieron juntas.


En casa:

La noche en Miami había caído, y las hermanas Biganzi estaban tiradas en el sofá de la sala, con las luces bajas y una comedia vieja en la televisión. Diana estaba con las piernas extendidas sobre la mesa de centro, una cerveza en la mano, mientras Alaska sostenía un helado directamente del envase.

—Gracias otra vez por lo de hoy —dijo Alaska, rompiendo el silencio. —Siempre echándome un cable.

Diana desvió la mirada de la pantalla y arqueó una ceja.

—¿Por salvarte la carrera en el Wynwood? Bah, no ha sido nada. Solo amenacé a un hombrecillo patético con arruinarle la vida. Me da vida hacer eso, la verdad.

Alaska sonrió débilmente y hubo un momento de calma entre las dos. Entonces, Alaska dejó el helado en la mesa y, con algo de nervios, dijo:

—Ah... hablando de cosas que olvidé decirte...

Diana la miró de reojo, ya intuyendo que se venía algo.

—Cuando fui a tu partido, pedí unas cositas en la cantina... nada importante, un perrito caliente, unas palomitas, un par de refrescos...

—¿Y? —preguntó Diana, aunque ya sabía la respuesta.

—Bueno, lo he dejado apuntado a tu cuenta. Ya sabes, eres la estrella del Inter Miami, seguro ni lo notan.

Diana cerró los ojos, respiró hondo, y se llevó las manos al rostro antes de soltar con exasperación:

—Ohh... Alaska... ¿es que en tu diccionario no existe la palabra "vergüenza"?

—Sí, pero está justo entre "vivir de prestado" y "gorroneo".

Diana rió a regañadientes, pero negó con la cabeza.

—Un día, Alaska, un día...

Alaska aprovechó el momento para cambiar de tema.

—Por cierto, Jude va a venir en unos días.

—¿Quién? —preguntó Diana, distraída.

—Mi hijo. Mi único hijo. Jude. Tiene ocho años.

Diana parpadeó un par de veces como si intentara procesarlo.

—Ah, claro, tu hijo. Pensaba que era un mito, como el Yeti.

—Muy graciosa —replicó Alaska, rodando los ojos—. Llegará en unos días y se quedará unas semanas conmigo, vive con su padre porque como yo no tenía trabajo el juez decidió que él tuviera la custodia y yo tuviera unos días para tenerlo.

— ¿De verdad no te dieron la custodia siendo la madre? Si que vieron que eras un desastre.

— Vivía con mamá por aquel entonces y vinieron de asuntos sociales a comprobar que fuera un buen entorno, imagina el resto.

—No me digas más. ¿Pero y tu pensión?

— Separación de bienes. —Respondió vagamente Alaska.

—¡Ohhh, Alaska! —Se lamentó Diana. —¡Eres idiota! Cazas a un tío con dinero, tienes un hijo y no le sacas ni una corona, y encima pierdes la custodia.

—Mamá me convenció de que no lo necesitaba porque iba a triunfar en el fútbol, a ella le convenía que no fuera dependiente de él para que no me rajara de mi carrera y si triunfaba me pudiera sacar todo el dinero posible como mi agente.

—¿Mamá pensaba que ibas a triunfar? —Dijo Diana extrañada.

—Sí, en esos momentos aún había gente con esperanzas en mí... Hasta yo.

—Vale, perfecto... —Diana hizo una pausa y la miró con algo de curiosidad—. Espera. ¿Qué comen los niños de ocho años? ¿Se les da croquetas, pienso...?

—Pienso, Diana, claro. Como si fuera un perro.

—Es que no sé nada de niños. ¿Tengo que esconder las botellas? ¿Qué hago si llora? ¿Le enseño a jugar fútbol? —preguntó Diana, casi con sinceridad.

—No tienes que hacer nada. Es un niño muy tranquilo. Solo espero que no salga tan desastre como yo.

Diana le dio un trago a su cerveza, la dejó sobre la mesa y la miró con una sonrisa ladeada.

—Mira, Alaska, no te preocupes por eso. La genética Biganzi siempre se las apaña para producir desastres únicos e irrepetibles. Lo único que podemos hacer es rezar porque salga más como su padre.

Alaska soltó una carcajada y Diana alzó su cerveza.

—Por el caos que nos toca y por el que le espera a Jude.

—Por Jude —respondió Alaska, chocando su helado con la cerveza de Diana mientras reían juntas.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro