Capítulo 16: La Eurocopa y un contrato millonario.
La primera luz del día se filtraba entre las montañas suizas, iluminando el vestuario del equipo sueco. Diana se puso de pie en el centro, su brazalete de capitana bien ajustado en el brazo, y recorrió con la mirada a sus compañeras. Había nervios, sí, pero también determinación. Diana, acostumbrada a las grandes ocasiones, sabía que este era el momento de demostrar su liderazgo.
—Chicas, este torneo es nuestra oportunidad de dejar una huella. —Su voz era firme, clara—. No estamos aquí para ser figurantes, ni para recordar los trofeos que casi ganamos. Estamos aquí para demostrar que somos las mejores. ¡Y lo somos!
Un murmullo de aprobación recorrió el vestuario, y Diana alzó un dedo para subrayar su siguiente punto.
—Recordad algo: ¡somos Suecia! Y Finlandia... bueno, es Finlandia.
Las risas nerviosas relajaron el ambiente. Diana sonrió. Había cumplido su cometido.
Cuando el equipo salió al campo, el estadio estaba lleno, con banderas amarillas y azules ondeando entre la multitud. El partido comenzó trabado, con Finlandia cerrando espacios y Suecia intentando penetrar su defensa. Diana estaba en todas partes, distribuyendo el juego y empujando al equipo hacia adelante.
Finalmente, en el minuto 75, Diana recibió un pase largo cerca del área. Con un elegante control, giró y envió un pase perfecto a su delantera, que solo tuvo que empujarla al fondo de la red. El estadio estalló, y Suecia consiguió su primera victoria del torneo por 1-0.
Unos días después:
Mientras Diana vivía el frenesí de la Eurocopa, Alaska, Amir, Hugo y Eve estaban explorando Suiza a su estilo... caótico.
En un mercado suizo. Eve negociaba con un vendedor para conseguir un descuento en quesos locales.
—Vamos, ¿me va a decir que este queso cuesta más que unas botas de fútbol? —Eve le lanzaba miradas afiladas al hombre.
—Madame, esto es Suiza. Todo cuesta más que sus botas de fútbol.
Hugo, detrás, no podía evitar reír.
—¿Quieres que le ofrezca mis calcetines también, Eve? Igual con eso consigues el descuento.
—Anda, mira. Me llama mi nieto- —dijo Eve mientras cogía el teléfono.—¿qué tal cielo?
Hugo simplemente observaba la conversación.
—Podrías haber venido a Suiza, Jude. Te vendría bien estar en estos ambientes para cuando de mayor te hagas futbolista. —Eve seguía escuchando a su nieto al otro lado. —Pues si no eres futbolista le darías una gran decepción a la abuela. —hubo otra pausa, hasta que Eve respondió de nuevo:
—No cielo, tu madre no es futbolista, es un intento fallido de futbolista.
Hugo se asombró con la sinceridad de Eve con su nieto.
—Te he oído, mamá. —le dijo Alaska.
—No he dicho nada que no sepas, querida. —contestó tranquilamente su madre.
En la concentración sueca:
Diana intentaba relajarse con sus compañeras, pero las situaciones absurdas no faltaban. Una de las jugadoras se había dejado sus uniformes en el campo de entrenamiento y paseaba por el hotel con una camiseta de Suiza que alguien le habían prestado.
—¿Sabes que esto es casi traición, verdad? —bromeó Diana, mientras todas se reían de camino al restaurante del hotel.
—Mira ese chico, Diana. —le señaló Stina, una compañera. —Es guapo, ¿verdad?
—No me jodas. —respondió Diana reconociendo un rostro familiar.
—No me digas que lo conoces. —respondió con sorpresa Stina.
— Se llama Bastian, estuve con él cuando estaba en Paris.
— ¿Y qué tal?
—¿Tú qué crees? —respondió Diana como si fuera obvio.
Caroline, la segunda entrenadora de la selección se unió a la conversación.
—Estabas con él cuando coincidimos jugando en el PSG, ¿Verdad? ¿No te fuiste a vivir con él incluso?
—Vivió en mi casa y se largó. —empezó a explicar Diana. —Luego fui yo a vivir con él y me largué yo.
Las dos compañeras escuchaban la historia algo confundidas mientras que Diana seguía.
—Una vez incluso nos largamos los dos.
—¿Por qué no lo saludas? —le sugirió Stina.
—Sería raro, yo ahora estoy prometida.
— ¿Sabes que se puede charlar con un chico sin pretender tirárselo, no?
—No hasta ahora. —dijo con sarcasmo Diana. —Está bien, me acercaré.
Diana se acercó a Bastian y se saludaron mutuamente.
—Me alegro de verte. —dijo con sinceridad Diana.
—Yo también. —respondió Bastian.
Un silencio incómodo se apoderó de la conversación.
—¿Qué te parece si vamos directos a mi habitación? —sugirió Bastian.
—Hay que joderse, "se puede hablar con un tío sin pretender tirárselo" —susurró Diana para si misma imitando el tono de Stina de forma burlona. —No puedo, estoy prometida.
—Qué graciosa, yo también. —dijo Bastian irónicamente entre risas.
—Que no es broma, me voy a casar.
—Vaya, no te veía madurando nunca.
—Gracias, Bastian. —dijo Diana rodando los ojos.
—Avísame cuando se eche a perder. —dijo Bastian antes de irse de la vista de Diana.
—Gilipollas...—susurró Diana sin que le escuchara.—¿Por qué todo el mundo piensa que no puedo madurar?
El siguiente partido:
El encuentro contra España fue un desastre... aunque no lo parecía al principio. En el minuto 10, Diana interceptó un pase y, tras una rápida combinación, se plantó frente al arco. Su disparo fue imparable, y Suecia se adelantó 1-0.
Sin embargo, España reaccionó como un huracán. Tres goles antes del descanso dejaron al equipo sueco descolocado. Diana intentaba ordenar a su defensa mientras las españolas hacían lo que querían. En la segunda mitad, Suecia encajó tres más, aunque consiguieron un gol tardío para maquillar el marcador.
En el vestuario, el silencio era abrumador. Las jugadoras miraban al suelo, abatidas. Diana se levantó una vez más, aunque esta vez su voz tenía un toque de desesperación contenida.
—No nos engañemos, esto ha sido horrible. Pero no estamos fuera. Tenemos una oportunidad más. —Diana señaló el escudo de Suecia en su camiseta—. Esta camiseta no significa rendirse. Vamos a ganar el próximo partido, porque eso es lo que hacemos. Nos levantamos.
Las cabezas empezaron a alzarse, y aunque el ambiente seguía siendo sombrío, había un atisbo de esperanza. Diana sabía que sería difícil, pero si algo había aprendido en su carrera, era que la verdadera fortaleza se medía en los momentos más oscuros.
Con la determinación en sus ojos, murmuró para sí misma:
—Aún no hemos terminado.
El partido decisivo:
El cielo nublado sobre el estadio de Ginebra parecía presagiar el drama que estaba a punto de desarrollarse. Era el último partido de la fase de grupos, y Suecia necesitaba, al menos, un empate para clasificarse. Enfrente estaba Irlanda, un equipo combativo que no tenía nada que perder. El pitido inicial marcó el comienzo de una batalla que pondría a prueba a las suecas, lideradas por una Diana que no estaba dispuesta a dejar que esta fuera su última Eurocopa.
El partido comenzó con un intercambio de golpes entre ambos equipos. Irlanda, físico y directo; Suecia, más técnico pero claramente nervioso. Durante todo el primer tiempo, Diana intentó organizar a su equipo, distribuyendo el balón con precisión y motivando a sus compañeras en cada pausa. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, el marcador seguía 0-0 al descanso.
En la segunda mitad, los nervios aumentaron. En el minuto 80, un contragolpe irlandés dejó a la defensa sueca descolocada, y una delantera irlandesa remató con fuerza, poniendo el 1-0. El estadio, lleno de aficionados irlandeses, estalló en un grito ensordecedor.
En el campo, las jugadoras suecas parecían derrotadas. Varias bajaron la cabeza, algunas incluso al borde de las lágrimas. Pero no Diana.
—¡Arriba esas cabezas! —gritó mientras corría hacia el círculo central para reiniciar el partido—. ¡Esto no se ha acabado hasta que yo diga que se ha acabado!
En los minutos siguientes, Diana se multiplicó por el campo, luchando por cada balón como si fuera el último. En el minuto 88, su momento llegó. Recibió un pase perfecto en la frontal del área, giró con un movimiento magistral y disparó con potencia. El balón entró pegado al palo, y el estadio enmudeció durante un segundo antes de explotar en celebraciones suecas. ¡Empate 1-1!
Pero no terminó ahí. Irlanda lanzó un último asalto, pero la defensa sueca, liderada por Diana desde su posición retrasada, resistió como si sus vidas dependieran de ello. En el tiempo añadido, Suecia lanzó un contragolpe fulminante. Diana, una vez más, participó en la jugada, enviando un pase preciso a su delantera, que marcó el gol de la victoria. 2-1. ¡Clasificadas a Cuartos!
El pitido final selló la hazaña. Diana cayó de rodillas en el césped, agotada pero triunfante. Su equipo la rodeó, abrazándola como la heroína que era.
Más tarde:
De vuelta en el hotel, la concentración sueca estaba llena de emociones. Aunque el reglamento prohibía celebraciones con alcohol, Diana tenía otros planes.
Incapaz de imaginar un festejo sin un brindis, se armó de valor para pedir ayuda a Alaska, quien estaba más que dispuesta a infiltrarse en el hotel.
Las hermanas repasaban el plan por videollamada.
—¿Sabes cuántas películas he visto con infiltraciones? —decía Alaska mientras empacaba en una mochila lo que, según ella, era un "kit básico de espionaje".
—¿Qué tienes ahí? —preguntó Diana, escéptica.
—Un pasamontañas, una linterna, y este bolígrafo que también es un silbato. Por si me pillan.
—Claro, porque nada dice "paso desapercibida" como un silbato.
—No te preocupes, lo tengo todo controlado. Soy Alaska Matra Kari.
—Mata Hari. —le corrigió Diana.
—¿Qué mate a quién?
—¿Llevas la bebida? —preguntó ya impaciente Diana.
—Todo controlado.
—Mi habitación es la 41, te espero. —colgó.
Alaska tropezó al intentar pasar desapercibida, derramando parte del contenido de la bolsa justo frente a la seguridad del hotel.
—¿Qué llevas ahí? —preguntó el guardia, mirándola con sospecha.
—Eh... es... eh... ¡zumo de uva! —respondió Alaska con una sonrisa nerviosa.
—¿En botellas de vidrio etiquetadas como Merlot?
— A ver, a ver. Es que... El presidente de la federación sueca, el señor... Oskar... —el guardia la miró fijamente provocando más incomodidad en Alaska, que trató de seguir. —Oskar...Eriksson...Flisk.
El guardia le siguió mirando.
—¿Qué pasa con ese señor?
—Pues que el hombre se quería tomar una copita para celebrar el pase a cuartos y me ha mandado a por algo, pero que no es para las jugadoras ni nada.
—¿Y usted es...?
—Pia...Sembrant...ehh ¿Seger?
—Digo que a qué se dedica dentro de la selección.
—Pues soy... scout. Te miro y te ojeo, no se me escapa ningún joven talento. Yo descubrí a Linda Caicedo en un viaje a Colombia, el Barcelona me ofreció firmar con ellas, pero rechacé por mi hijo. Me equivoqué, claramente. —respondió Alaska cada vez más metida en el papel.
—Bueno, muy bien, ¿pero su acreditación dónde está? —respondió confundido a la par que impaciente el guardia.
—Se me ha olvidado con las prisas porque el señor...Oskar... Estaba muy impaciente por tomarse su copazo, pero si quiere puedo llamar a la capitana de la selección para que le confirme que estoy en la expedición.
—Mire, pase, pero deje de contarme anécdotas, por favor. —dijo agotado el guardia.
Finalmente, Alaska llegó triunfal a la habitación de Diana.
—Dos botellas... y una rota. Este es el "kit de espionaje" más caro de mi vida —dijo Diana, resignada.
—Pensaba que era solo para ti.
—Era para todo el equipo, cuando estoy en una Eurocopa soy muy profesional.
—Bueno, pues solo tenemos una botella, a no ser que quieras chupar de lo que ha goteado la que está rota en la mochila.
—Si es que no se te puede encargar nada.
—Qué malhumorada estás para haber pasado de ronda, ¿eso es que tienes dudas con la boda o algo así? Porque yo no te veo casándote, ni madurando, ni...
—Alaska, ¿qué te parece si vamos abajo y te meto en el buzón?
—No te preocupes, es normal, yo antes de mi boda también tenía dudas. Y mira que yo siempre he sido más madura que tú, recuerdo cuando...
—Déjalo, gracias por la botella, Alaska. —dijo Diana cerrando la puerta mientras interrumpía a su hermana.
—¡Espera, espera! ¿Y si nos tomamos una copita juntas aquí? En plan hermanas.
Diana se lo pensó, pero finalmente suspiró:
—Está bien.
— Te voy a contar todo lo que he hecho para convencer al guardia, ha sido toda una aventura porque... —Alaska se vio interrumpida por la voz de Diana.
—Alaska, antes de que entres necesito hielo.
—Está bien, voy a pedir en recepción.
Diana cerró la puerta con pestillo mientras decía entre risas:
—Ya, como si no hubiera hielo aquí.
Media hora más tarde:
Las hermanas, finalmente estaban juntas en la habitación bebiendo mientras miraban la tele desde la cama.
—Gracias por ceder —dijo Alaska.
—Te has puesto a llorar en el pasillo. —respondió Diana con resignación. —La selección española se ha quejado.
—Aún así has sido muy amable.
—¿Verdad que sí? Sigue bebiéndote mi botella. —espetó con veneno Diana.
—¡Salud! —alzó la copa Alaska proponiendo un brindis.
—¡Que te den! —brindó Diana con sarcasmo.
El siguiente partido:
El estadio de Basilea estaba repleto de banderas ondeando al viento, y los cánticos de ambas aficiones resonaban en el aire. Era el partido de Cuartos de Final, Suecia contra Alemania, una de las favoritas del torneo. Diana Biganzi, con el brazalete de capitana, lideraba a su equipo con la concentración y la garra que la caracterizaban.
Desde el inicio, el partido fue una batalla de fuerzas parejas. Alemania, con su fútbol físico y técnico, buscaba dominar, pero la defensa sueca, liderada por Diana, estuvo impecable, bloqueando cada intento. Por otro lado, Suecia también tuvo sus oportunidades, con Diana generando juego desde el centro del campo y llegando a disparar desde fuera del área en un par de ocasiones.
El tiempo reglamentario terminó con un 0-0 que reflejaba la intensidad del encuentro. En la prórroga, ambos equipos siguieron luchando con todas sus fuerzas, pero el cansancio era evidente. Diana, exhausta, seguía animando a sus compañeras.
—¡Una más, chicas! ¡Estamos ahí, a un paso!
Cuando el árbitro pitó el final de la prórroga, llegó el momento de la verdad: la tanda de penaltis. El estadio se llenó de tensión mientras las jugadoras de ambos equipos se preparaban para el duelo desde los once metros.
Suecia comenzó tirando, y Diana fue la primera en lanzar. Caminó hacia el punto de penalti con paso firme, el estadio en completo silencio. Respiró hondo y disparó con precisión, enviando el balón al ángulo superior derecho. Gol.
La tanda fue un sube y baja de emociones. Alemania falló su tercer penalti, pero Suecia falló el siguiente, dejando todo igualado nuevamente. El marcador seguía empatado después de cinco lanzamientos por equipo, y comenzaron los penaltis alternos.
El momento crucial llegó cuando la portera sueca detuvo el séptimo penalti de Alemania. Ahora, todo dependía de la siguiente lanzadora sueca. Una joven delantera, temblando de nervios, caminó hacia el punto. Diana la abrazó antes de que fuera a lanzar.
—Tranquila, respira. ¡Tú puedes hacerlo!
La jugadora tomó impulso y disparó... ¡Gol! El estadio estalló en gritos de alegría mientras las suecas corrían hacia su portera para celebrar. Diana se dejó caer al césped, riendo y llorando al mismo tiempo. Lo habían conseguido: estaban en las Semifinales.
Esa misma noche:
Mientras Diana celebraba con su equipo, Alaska y Amir estaban sentados en un restaurante elegante en el centro de Berna. El ambiente era tranquilo, con velas iluminando suavemente la mesa. Alaska, animada por el vino suizo que Amir había pedido, hablaba emocionada sobre el partido de Diana.
—¡Ha sido increíble! La manera en que mi hermana anima a todas... ¡Es como un superpoder!
Amir sonrió, observándola con atención.
—Tu hermana es admirable, pero hoy quiero hablar de alguien más increíble: tú.
Alaska rió nerviosa, sonrojándose.
—¿Yo? Vamos, no empieces con eso. Ya sabes que soy la hermana torpe y pobre.
Amir tomó su mano con suavidad.
—Deja de decir eso. Escucha, hay algo que tengo que decirte.
Alaska levantó una ceja, intrigada. Amir tomó aire antes de continuar.
—Mi padre es... bueno, es un jeque muy importante. Es el dueño del Al Nassr, el club de Arabia Saudita.
Alaska abrió los ojos como platos, dejando caer el tenedor al plato.
—¡¿Qué?! ¿Y me lo dices ahora?
—Quería que me conocieras por lo que soy, no por mi familia —respondió Amir, con una sonrisa apaciguadora—. Pero hay algo más. Hablé con él sobre ti, y quedó impresionado por tu historia y tu esfuerzo. Quiere ofrecerte un contrato millonario para jugar en Arabia.
Alaska se quedó en silencio por un momento, procesando lo que acababa de escuchar. Luego, una sonrisa enorme iluminó su rostro.
—¿Estás hablando en serio? ¡Esto es... esto es increíble!
Amir asintió.
—Es real. Pero también entiendo si quieres esperar a contárselo a Diana. No quiero que esto distraiga su concentración en las Semifinales.
Alaska lo miró con admiración, sintiéndose afortunada como nunca antes.
—Tienes razón. Diana merece toda la atención ahora. Pero... ¡esto es lo mejor que me ha pasado en años!
Amir rió y levantó su copa.
—Por ti, Alaska. Y por todo lo que está por venir.
Alaska chocó su copa con la de Amir, sintiéndose emocionada y un poco abrumada. Mientras tanto, en otro rincón de Suiza, Diana soñaba con el próximo desafío, ajena al secreto que su hermana estaba guardando por el momento.
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