Capítulo 15: La primera.
El restaurante estalló en aplausos cuando Diana, con los ojos llenos de lágrimas de emoción y una sonrisa que parecía imposible de contener, respondió finalmente:
—¡Sí! Claro que sí.
Hugo, todavía arrodillado, se levantó y la abrazó con fuerza antes de besarla apasionadamente. La ovación de los comensales fue creciendo, y algunas personas incluso comenzaron a golpear sus copas con las cucharas para celebrarlo. Hugo, con una sonrisa triunfal, levantó la mano de Diana, mostrando el anillo recién colocado.
—¿Sabes que ahora eres oficialmente mía? —le susurró Hugo al oído.
—¿Y tú mío? —bromeó Diana, recuperando su tono sarcástico.
—Depende de quién haga las tareas de la casa.
Ambos rieron, y el ambiente romántico quedó perfectamente sellado.
A la mañana siguiente:
La cocina de la casa Biganzi parecía una sala de guerra. Diana, con una libreta en mano, Hugo tomando café tranquilamente, y Alaska mirando con ojos brillantes de emoción.
—¡Una boda! —exclamó Alaska, dando saltitos en su silla—. ¿Habrá una mesa para mí sola o me pones con los niños?
—Estás asumiendo que estás invitada, cosa que todavía no he decidido. —Diana miró a Alaska con fingida seriedad antes de sonreír.
—Tranquila, tranquila, hermana. Hasta puedo ser tu dama de honor. Solo me tienes que decir qué color no quieres que use para eclipsarte.
—Podrías usar una bolsa de basura negra, que va con todo y además es tu estilo. —Diana puso los ojos en blanco mientras tachaba cosas en su lista.
Conchi, quien acababa de entrar con un té en mano, observó la escena y no tardó en añadir su granito de arena.
—Diana, te estás poniendo más tensa que Alaska cuando llega la cuenta. Relájate, que organizar bodas es lo más fácil del mundo. Lo digo por experiencia.
—¿Ah, sí? ¿Cuántas bodas organizaste tú? —preguntó Hugo, con una sonrisa burlona.
—Una. La de mi prima Sofia. Y no salió del todo mal. Bueno, excepto por el novio que se escapó con la camarera, pero esas cosas no cuentan.
Diana bufó, frustrada.
—Es fácil decirlo desde la barrera. Esto no es cualquier boda. Tiene que ser después de la Eurocopa, lo cual ya es un desastre porque implica mover todo. Y luego está la lista de invitados, el catering, el vestido... ¡Ay, Dios! ¿Qué tal si me caso en un chándal?
—Perfecto. Así al menos tu look combinará con Hugo dejando la tapa del váter arriba. —Conchi soltó una carcajada, a la que Alaska se unió.
En medio de la discusión, se escuchó el sonido de la puerta principal abriéndose. Diana giró la cabeza con una mueca de fastidio.
—No puede ser...
Eve entró a la cocina como si fuera la dueña de la casa, con una sonrisa que ya prometía alguna pulla.
—¿Dónde está mi hija comprometida? ¡Dios mío, Diana! ¡Tu primera boda! —Eve extendió los brazos para abrazarla, pero Diana retrocedió.
—Primera y única, espero. —Diana suspiró.
—Bueno, querida, hay un mundo de posibilidades. Yo ya llevo más de tres, y créeme, cada una mejora con la práctica.
—Sí, mamá, porque en las bodas tú eres la constante, y no los maridos. —Diana le devolvió el abrazo finalmente, aunque con un ojo puesto en la libreta.
Eve se giró hacia Hugo, evaluándolo con un ojo crítico antes de asentir con aprobación.
—No está mal. Un poco joven para mi gusto, pero tiene potencial.
—Gracias, creo. —Hugo levantó su taza de café en señal de saludo.
Conchi, que había estado observando a Eve como un gato que ve llegar a otro a su territorio, finalmente intervino.
—Encantada, Eve. Yo soy Conchi. Trabajo para Diana y, a diferencia de algunas madres, no necesito varios intentos para hacer las cosas bien.
—¡Qué suerte la tuya! Aunque claro, tú trabajas para mi hija, no te casas con ella. Eso ya es otra liga. —Eve sonrió con una dulzura envenenada.
—Cierto. Si me casara con Diana, probablemente habría salido huyendo a las tres semanas. —Conchi le devolvió la sonrisa mientras Diana suspiraba al fondo.
—¡Basta las dos! —Diana alzó la voz, claramente alterada—. ¿Podemos centrarnos en MI boda? ¿En vez de hacer un concurso de quién es más insoportable?
—Tú ganas ese concurso siempre, cariño. —Eve le dio una palmadita en la espalda antes de dirigirse a la cafetera.
Alaska, que había estado disfrutando del intercambio como si fuera una película, finalmente habló:
—Mamá, ¿puedes ser mi más uno? Así al menos tengo alguien que me defienda si Diana me pone con los niños.
Eve la miró con incredulidad.
—¿Quién ha dicho que tú estás invitada?
Diana parecía estar al borde de un colapso nervioso. Mientras tanto, Hugo miró la escena con una mezcla de diversión y resignación, pensando que estaba entrando oficialmente en una familia completamente disfuncional.
Esa noche:
Diana y Hugo caminaban hacia el cine, disfrutando de un momento tranquilo después de las tensiones recientes. Hugo llevaba un cubo de palomitas bajo el brazo, mientras Diana revisaba la cartelera con ojo crítico.
—¿Y si vemos esa de acción? —sugirió Hugo.
—No, ya sabes que no soporto esas explosiones constantes. Es como ver un resumen de mi antigua relación , pero con menos efectos especiales. —Diana le lanzó una mirada irónica.
Justo en ese momento, una voz familiar los interrumpió.
—¡Diana! ¡Hugo!
Ambos se giraron para encontrarse con Alaska, vestida sorprendentemente bien, del brazo de su nuevo chico árabe. Alaska sonreía de oreja a oreja, claramente queriendo impresionar.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Diana, entre sorprendida y resignada.
—¡Cine! —respondió Alaska con entusiasmo—. Ah, él es Amir. Amir, ellos son mi hermana y su... —miró a Hugo con una sonrisa pícara— algo serio.
Amir estrechó la mano de ambos, mostrando una cortesía impecable.
—Es un honor conocerte, Diana. He seguido tu carrera. ¡Qué talento en el campo!
Diana sonrió, claramente disfrutando del reconocimiento.
—Bueno, siempre es bonito encontrar un fan. Hugo, toma nota.
Hugo bufó y apartó la mirada, claramente ya molesto con la situación.
Tras hablar un poco, compraron las entradas y cada pareja se dirigió a su sala. Hugo murmuró:
—Esto no termina aquí, seguro que se nos acoplan después.
Tras el cine:
Diana y Hugo entraron a un restaurante exclusivo, decorado con luces cálidas y una música suave que creaba el ambiente perfecto para una velada romántica.
—Este lugar es caro hasta para mí. Así que tranquilo, no aparecerá Alaska. —Diana intentó calmar a Hugo mientras hojeaban el menú.
Apenas terminaron de pedir, la puerta del restaurante se abrió y, para horror de Hugo, entraron Alaska y Amir.
—No puede ser. —Hugo cerró los ojos y apoyó la cabeza en la mesa.
Diana le dio un golpecito en el brazo.
—Relájate, no pienso pagar su cuenta.
—No hace falta —susurró Alaska al llegar a la mesa—. Paga Amir.
La cena comenzó con Alaska parloteando sobre su cita y cómo Amir parecía un caballero salido de un cuento de hadas. Amir, por su parte, intentaba mantenerse agradable mientras lidiaba con las bromas de Diana.
—Amir, no sé si sabes que estás haciendo historia. Es la primera vez que Alaska come en un restaurante sin hacer que yo pague. —Diana sonrió mientras Alaska la fulminaba con la mirada.
Entre risas y comentarios, Hugo intentaba no perder la paciencia. Sin embargo, la conversación se interrumpió cuando el móvil de Alaska vibró. Ella se disculpó y se apartó para contestar.
Cuando volvió, su rostro había cambiado completamente.
—¿Qué pasa? —preguntó Diana, notando su expresión.
—Es del Inter Miami B. —Alaska bajó la voz, intentando sonar indiferente—. Me han dicho que han encontrado otra opción mejor. Que ya no cuentan conmigo.
Un silencio incómodo cayó sobre la mesa. Incluso Diana, con todo su sarcasmo, parecía afectada por la noticia.
—Bueno... siempre puedes seguir limpiándome el coche. —Diana intentó aliviar la tensión, aunque su tono era más amable que de costumbre.
— ¡Pero si he metido cuatro goles esta temporada!
— Igual prefieren a una jugadora que lleve cuatro goles, pero en Segunda División y no en Tercera. —Remató Diana.
Amir le puso una mano en el hombro a Alaska.
—Tranquila, algo mejor está por venir. Estoy seguro.
Hugo simplemente murmuró:
—Sí, como una cuenta de restaurante que pague ella misma.
Y con esa mezcla de risas nerviosas y comentarios sarcásticos, la noche terminó con Alaska preguntándose qué más podía salir mal... y Diana preguntándose si ese era el comienzo de más problemas por venir.
Al día siguiente:
Las luces del salón estaban bajas, y el ambiente tenía un aire de expectación. Diana y Alaska estaban sentadas en el sofá, con los ojos pegados a la televisión. En la pantalla, el seleccionador del equipo sueco femenino hablaba con seriedad durante una rueda de prensa previa a la Eurocopa, que este año se disputaría en Suiza.
—Ahí está ese hombre que parece que nunca ha dormido bien en su vida. —Diana soltó una risa sarcástica mientras se acomodaba en el sofá, tomando un puñado de palomitas.
—Diana, cállate. Esto es importante. —Alaska le lanzó una mirada de reproche.
—Oh, perdona. No sabía que estabas tomando apuntes. ¿Quieres que te consiga una libreta para anotar cómo no te van a convocar?
Alaska suspiró profundamente, cruzando los brazos.
—No hace gracia. Ni siquiera tengo equipo ahora. No sé qué voy a hacer.
Diana dejó las palomitas a un lado y giró hacia ella, bajando el tono.
—Escucha, Alaska, siempre encuentras la manera de seguir adelante. Eres como un gato. Torpe, pero siempre caes de pie... o cerca.
—Diana, hablo en serio. Esto es horrible. Nunca voy a ser como tú.
Diana la miró fijamente, dejando a un lado las bromas por un momento.
—¿Y qué? Alaska, no necesitas ser como yo. Solo necesitas ser tú. Nadie más se hubiera atrevido a quitarle un balón a un equipo de mafiosas y salir viva para contarlo.
Eso arrancó una pequeña sonrisa de Alaska, aunque seguía visiblemente preocupada.
En ese momento, el seleccionador comenzó a enumerar las convocadas para la Eurocopa. Ambas se quedaron en silencio, atentas a cada nombre que se mencionaba. La lista avanzaba lentamente, y el corazón de Diana latía más rápido con cada apellido pronunciado.
—Diana Biganzi.
—¡Ahí está! —Alaska saltó ligeramente en el sofá, señalando la pantalla como si la acabaran de anunciar para un premio.
Diana sonrió, aunque de manera contenida. Se inclinó hacia atrás, mirando al techo por un momento antes de volver a la pantalla.
—Bueno, hermanita, parece que toca ir a Suiza. —Alaska se encogió de hombros con una pequeña sonrisa.
Diana asintió, su expresión más seria.
—Esta puede ser mi última oportunidad, Alaska. Mi última Eurocopa, mi última posibilidad de ganar algo con la selección.
Un silencio reflexivo llenó el salón, y luego Diana se levantó, cruzando los brazos como si se preparara para un combate.
—Allá voy, Suiza. —Lo dijo con determinación, con una chispa en los ojos que no mostraba desde hacía tiempo.
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