Capítulo 11: Una asistenta y una estafa con Highlights
Diana estaba sentada en el sofá de la sala, rodeada de latas vacías de refresco y papeles arrugados con anotaciones inútiles. En la pantalla del televisor, un vídeo de Alaska aparecía en pausa, con su hermana trotando torpemente por el campo, persiguiendo un balón que parecía huir de ella como si le debiera dinero.
—¿Esto es lo mejor que tienes? —preguntó Diana con tono incrédulo, tomando un sorbo de su café.
—¿Qué esperabas? ¿Que me grabaran mientras dominaba el balón con fuego en los pies? —Alaska rodó los ojos y se cruzó de brazos—. Es tercera división, no un anuncio de Nike.
Diana suspiró, moviendo el cursor para avanzar el vídeo. En la siguiente escena, Alaska disparaba con todas sus fuerzas... solo para que el balón golpeara la red de contención detrás de la portería con un ruido seco.
—Espera, espera. —Alaska saltó del sofá y señaló la pantalla—. Si lo cortas aquí mismo, parece que fue un golazo.
Diana pausó el vídeo justo antes de que el balón revelara su traicionera trayectoria. Miró a su hermana con escepticismo.
—¿Tú crees que los responsables de cantera del Inter Miami son idiotas?
—Bueno, si están en fútbol femenino y no es masculino, no tienen que ser genios. —Alaska sonrió con picardía, mientras Diana se llevaba las manos a la cara.
—Tú si que eres una genio... Esto es peor que una estafa piramidal. —Diana movió el cursor hacia atrás y adelante, intentando hacer magia con un clip que, honestamente, no tenía salvación.
—Vamos, hermanita, hazlo por la familia. —Alaska le dio un leve empujón en el hombro—. Mira, si alguien pregunta, les dices que ese disparo fue tan potente que rompió la física del balón y decidió no entrar.
Diana la miró con el rostro más serio posible.
—Tal vez sea otra cosa la que se rompa.
—Que graciosa eres, pero ve terminando el vídeo que necesito equipo. —Alaska agarró su taza de café y se recostó en el sofá con una sonrisa triunfal.
Mientras Diana trabajaba en el vídeo, su teléfono vibró sobre la mesa. Era un mensaje de texto. Alaska lo vio primero y lo leyó en voz alta con un tono dramático.
—"Hola, Biganzi. Espero que tus piernas no se hayan enfriado en el vuelo, porque estoy seguro de que te pesan igual que tu ego. Besos, Hugo." —Alaska rió y lanzó el teléfono hacia Diana—. ¡Hugo! Suena muy mundano para alguien tan irritante.
Diana ignoró la provocación, pero no pudo evitar la sonrisa que asomó en su rostro mientras respondía al mensaje.
—¿Hugo? ¿De verdad te gusta un tío que se llama como un fontanero de barrio? —siguió Alaska, divertida.
—Si te gusta llamar la atención de un portero suplente del Wynwood, no estás en posición de opinar.
—Touché. —Alaska levantó su taza como si brindara por el insulto.
Horas más tarde
Diana se había dado por vencida con el vídeo y se dejó caer en el sofá junto a Alaska.
—Necesito contratar a alguien que limpie esta casa. —Diana inspeccionó la sala con un gesto de desdén—. Estoy cansada de recoger las huellas de tus desgracias.
—¿Mis desgracias? —Alaska se llevó la mano al pecho, fingiendo indignación—. Si algo sobra en esta casa, son tus trofeos. Ni siquiera son bonitos. Parece una tienda de segunda mano de cosas que nadie quiere.
—Si quieres ser graciosa, al menos termina tus frases antes de que alguien se duerma. —Diana sacó su teléfono y comenzó a buscar agencias de limpieza—. Pero no quiero una asistenta cualquiera, Alaska. Necesito una que no haga preguntas y, sobre todo, que no hable contigo.
—¿Por qué no? Soy muy buena con la gente.
—Eso es lo que me da miedo. —Diana frunció el ceño, escaneando un perfil tras otro—. Aquí hay una. Se llama Irina. Veamos... Ah, no. Tiene una reseña que dice: "Irina limpió bien, pero me recomendó ver videos de conspiración mientras limpiaba mi baño." Paso.
—¡Esa me gusta! —Alaska rió—. Imagínala susurrándome teorías mientras limpia el horno.
—Necesito menos caos en mi vida, no más. —Diana pasó al siguiente perfil—. Aquí hay otro. "Luisa. Experiencia: 10 años. Reseñas: Muy eficiente, pero siempre canta canciones de reguetón mientras limpia."
—Perfecta para ti. Al fin alguien en esta casa con ritmo.
—No puedo más contigo. —Diana apagó el teléfono y se hundió en el sofá, agotada—. La asistenta perfecta no existe.
Alaska tomó un cojín y se lo lanzó a Diana.
—Te quejas demasiado. Mejor sigue editando mi vídeo o tú serás mi asistenta.
Diana lanzó una risa sarcástica.
—La próxima vez que abra el editor, será para incluir tus torpezas en cámara lenta, con música de circo de fondo.
Al día siguiente
—Esto es una locura. —Alaska observaba a Diana como si hubiera perdido la cabeza, mientras su hermana leía emocionada un mensaje en su teléfono—. ¿Quieres decirme que, de todas las asistentas que podías contratar en Miami, has llamado a una señora de 60 años que vivía en Madrid?
—No es una señora cualquiera, es Conchi. No te preocupes que ya la contraté ayer, mi casa, mi asistenta. A ver si le consigo un taxi para recogerla en el aeropuerto. —Diana sonrió de oreja a oreja, ignorando el tono de incredulidad de Alaska—. Trabajó conmigo cuando estaba en el Real Madrid, y déjame decirte, esa mujer no limpia, transforma.
—¿Qué limpia, el alma? —Alaska rodó los ojos, pero Diana ya estaba escribiendo frenéticamente en su teléfono, organizando la llegada de su vieja conocida.
—Ya no hay vuelta atrás, le doblo el sueldo que tenía y ya ha buscado un piso... Podrías aprender de ella.
—Solo que a mí nadie me dobla el sueldo.
Horas más tarde, el timbre sonó, y Diana corrió hacia la puerta. Allí estaba Conchi, con su pelo canoso perfectamente recogido en un moño, una maleta pequeña y una chaqueta que claramente había vivido tantas aventuras como ella.
—¡Dianita! —exclamó Conchi con un tono teatral, extendiendo los brazos como si hubiera encontrado a una hija perdida.
—¡Conchi! —Diana la abrazó con entusiasmo.
—Ay, niña, estás más flaca que una gaviota en huelga de hambre. ¿No estás comiendo? ¿O ya eres tan rica que te alimentas solo del aire acondicionado?
Alaska observaba la escena desde la sala, cruzada de brazos.
—¿Y tú quién eres? —preguntó Conchi, mirándola de arriba abajo como si fuera un mueble viejo.
—Soy Alaska, la hermana de Diana.
Conchi sonrió con una mezcla de diversión y malicia.
—Ah, la mantenida. Encantada.
—Oye, un momento... —Alaska comenzó a protestar, pero Conchi ya había pasado de largo, inspeccionando la casa.
—Vaya, Dianita, no está tan mal. Aunque esos cojines... —Conchi los levantó con dos dedos—. Más feos que un penalti mal pitado. ¿Quién los eligió? ¿Tu hermana?
—Por supuesto que no... —intentó replicar Alaska, pero Conchi la ignoró por completo, lanzando un guiño a Diana.
En cuestión de minutos, Conchi se movía por la casa como si fuera su dueña, lanzando chistes mientras limpiaba.
—¿Este baño? Está más sucio que tu apartamento de Madrid cuando venían esos amigos brasileños tuyos.
Diana reía a carcajadas, mientras Alaska fruncía el ceño.
—¿Siempre es así de insoportable?
—No, a veces es peor. —Diana le guiñó un ojo, y Conchi soltó una carcajada mientras frotaba un vaso con más fuerza de la necesaria.
Más tarde ese día, Diana llevó a Alaska y Eve a la reunión con los responsables del Inter Miami. Diana había insistido en que llevaran ropa formal, pero Alaska apareció con un vestido que parecía comprado en una tienda de liquidación y Eve con un conjunto negro tan intimidante que bien podría haber sido diseñado para un funeral.
En la sala de reuniones, dos directivos del club estaban sentados al otro lado de la mesa, junto con el entrenador del filial. Después de los saludos de rigor, comenzaron a hablar del futuro de Alaska.
—Hemos revisado tus estadísticas y hemos recibido las recomendaciones de tu hermana... —dijo uno de los directivos, mientras Alaska sonreía como si ya hubiera ganado un Balón de Oro.
—Sabemos que no eres una jugadora joven, pero el filial podría beneficiarse de alguien con tu experiencia... —continuó el entrenador, claramente buscando palabras amables para disfrazar la realidad.
Eve, que hasta ahora había estado en silencio, interrumpió.
—Lo que están diciendo es que Alaska tiene que demostrar que no se rompe una pierna al primer sprint. ¿Me equivoco?
—Eh... bueno, queremos ver cómo se adapta al grupo primero. —El directivo carraspeó incómodo.
—Oh, claro, porque las chicas de 19 años necesitan una mentora que sepa perder con dignidad. —Eve lanzó una sonrisa falsa.
Alaska abrió la boca para defenderse, pero Diana intervino.
—¿Cuánto tiempo tiene que esperar? Si vamos a hacer esto, hagámoslo rápido. No quiero tener que editar otro vídeo para convencerles.
El entrenador parpadeó, confundido.
—¿Otro vídeo?
—Nada, nada. Un mal chiste. —Diana le quitó importancia con una sonrisa encantadora.
Finalmente, la reunión concluyó con una promesa de evaluar a Alaska en las próximas semanas. Mientras salían del edificio, Alaska estaba eufórica.
—¡Lo conseguí! ¡Voy a jugar en el Inter Miami B!
—Espera, hermana, no te han prometido nada todavía. —Diana le dio una palmada en la espalda—. Pero si llegas a debutar, avísame con tiempo para traer a Conchi. Alguien tendrá que limpiar el desastre.
Eve miró a Alaska con una ceja levantada.
—Espero que este equipo tenga un buen seguro médico.
—Anda que tú eres buena agente mamá, se supone que tenías que venderla y parecías un hater venenoso de Twitter.
Unas horas después:
El estadio estaba lleno (tampoco cabían muchos espectadores) de miradas expectantes. Alaska se movía nerviosa en el calentamiento, con Diana y Eve observándola desde la banda. Diana, con los brazos cruzados, le lanzó una última advertencia:
—No hagas nada ridículo. Esto no es el Mundial, pero tampoco un capítulo de comedia.
—Lo tengo controlado, tranquila. —Alaska intentó parecer confiada, aunque sus movimientos eran más torpes de lo habitual.
El partido comenzó, y Alaska, con la camiseta ajustada del equipo local, trató de impresionar con cada toque. En el minuto cinco, recibió un pase largo. Corrió a toda velocidad, dispuesta a dejar huella... y lo hizo, literalmente, al resbalar en el césped húmedo y caer de una manera que hizo que todo el estadio se estremeciera.
El silbato sonó. Alaska se agarraba la pierna con un gesto de dolor tan teatral que incluso el árbitro dudó por un momento si estaba exagerando.
—¡Levántate! ¡No estás en una telenovela! —gritó Eve desde la grada, aunque Diana ya corría hacia la línea de fondo del campo.
Al final, Alaska fue sacada en camilla mientras el entrenador se llevaba las manos a la cabeza. En el banquillo, Diana observaba cómo los ojeadores del Inter Miami B murmuraban entre ellos con caras que auguraban malas noticias.
Después del partido, Diana y Eve lograron convencer a los directivos del filial para que ofrecieran un precontrato a Alaska. La reunión fue tensa y cargada de argumentos.
—Es una jugadora con experiencia y compromiso. Esta lesión no define su potencial. —Diana hablaba con una seguridad que hacía parecer que realmente creía lo que decía.
—Pero, no la hemos visto jugar prácticamente.
Tras unas duras negociaciones, uno de los directivos suspiró.
—Podemos ofrecer un precontrato, pero con una cláusula de rescisión anticipada por ambas partes. Si encontramos una mejor opción antes de formalizar el acuerdo, tanto la jugadora como nosotros, lo cancelaremos. Y lo hacemos por ti y porque sabemos que es tu hermana, Diana.
—Perfecto, es más de lo que merece. —Eve no se molestó en disimular su sarcasmo, ganándose una mirada fulminante de Alaska, que estaba sentada en una silla con hielo en la rodilla.
—Anda que luego me pregunte que por qué busqué otro agente tiene gracia. —Refunfuñó Diana.
Diana firmó como testigo, mientras Alaska apenas podía contener su emoción a pesar de la condición humillante del acuerdo.
—¡Gracias, Diana! Eres la mejor hermana del mundo.
—No lo olvides. —Diana le lanzó una sonrisa ladeada—. Porque voy a recordártelo cada vez que me pidas otro favor.
A la mañana siguiente
las Biganzi estaban en la cocina. Diana servía café, Alaska tenía una pierna estirada sobre una silla y Conchi, la asistenta, revolvía huevos con una precisión que parecía militar.
—Bueno, Alaska, ¿cómo te sientes siendo oficialmente una jugadora en "stand-by"? —preguntó Diana, sentándose a la mesa.
—Ridícula, pero agradecida. —Alaska le dedicó una mirada sincera—. De verdad, gracias por lo de ayer.
—No te emociones. —Diana mordió una tostada—. Por cierto, Hugo vendrá a pasar unos días la semana que viene.
—Oh, el insolente. —Alaska se tensó ligeramente, pero trató de ocultarlo. —¿Y estás... como que en serio con él?
—No lo sé, Alaska. Es entretenido, me hace reír. —Diana se levantó.—Voy al baño.
Cuando Diana salió, Conchi se inclinó hacia Alaska con una sonrisa pícara.
—¿Sabes lo que significa, verdad? Si esa relación va en serio, tú vas fuera.
Alaska frunció el ceño.
—Diana no me haría eso.
—Claro. —Conchi dejó el bol en la mesa—. Seguro que prefiere a su hermana gorrona antes que a un chico probablemente guapo, joven y con un cuerpo escultural.
—¡Eh! ¡No soy gorro... Bueno, vale.
Conchi la miró con una mezcla de lástima y sarcasmo.
—No, claro que no. Solo eres una invitada permanente sin ingresos fijos. Muy diferente.
Con una sonrisa burlona, Conchi salió de la cocina, dejando a Alaska sola con sus pensamientos.
Alaska miró su pierna lesionada y luego la puerta por donde había salido Conchi. Con un suspiro dramático, murmuró:
—Puede que tenga razón...
Alaska miró por la ventana con un toque dramático pero cómico en su expresión mientras imaginaba un futuro en la calle, su rostro dividido entre resignación y autocompasión.
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