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Capítulo 1: Bienvenidas a Miami

Diana estaba tumbada en el único sofá de su nueva casa, un modelo ultramoderno y tan incómodo que daba más la impresión de estar ahí para ser admirado que usado. Frente a ella, la pantalla del portátil mostraba la cara de su agente, que hablaba con energía mientras ella pasaba distraídamente las páginas de una revista de moda.

—Diana, recuerda que mañana tienes una entrevista con Vogue Deportes. Habla de tu nueva etapa en Miami y de tus ambiciones profesionales. Nada de mencionar fiestas, ¿entendido? —La voz del hombre era firme, casi paternal.

—Tranquilo, soy un ejemplo de disciplina... cuando estoy sobria —respondió ella con una sonrisa pícara, sin apartar los ojos de un mensaje que estaba escribiendo en su móvil.

—No bromees con esto. Tu imagen importa. Y por favor, nada de Instagram hasta que te saque fotos el fotógrafo oficial. ¿Me oyes?

Diana asintió vagamente mientras su teléfono sonaba. La pantalla mostraba el nombre de Alaska. Con un suspiro largo, pausó la videollamada.

—¿Qué quieres, Alaska? —preguntó con tono despreocupado.

—Hola, Diana. Qué gusto oír tu voz después de tanto tiempo —respondió su hermana, con sarcasmo evidente—. Mira, no me voy a andar con rodeos: necesito quedarme contigo unos meses... o lo que tarde en encontrar algo.

Diana dejó caer la revista y frunció el ceño.

—¿Encontrar algo? ¿Algo de dignidad?

—Diana, no empieces. Voy a Miami por trabajo. No puedo quedarme en un hotel porque, bueno... Ya sabes cómo está la economía.

—Oh, Alaska, creo que tú y la economía competís por ver quién está más arruinada.

Alaska resopló al otro lado de la línea.

—¿Vas a ayudarme o no?

Diana hizo una pausa dramática, disfrutando del poder que tenía sobre su hermana menor.

—Está bien, pero no te acostumbres. Y no traigas ese caos tuyo a mi casa, que todavía huele a nueva.

El reencuentro

Unas horas más tarde, Diana abrió la puerta para encontrarse con Alaska, que llegaba con tres maletas gigantes y una maceta que abrazaba como si fuera un cachorro.

—¿Una planta? ¿Es para decorar o para que sea la única que te aguante? —preguntó Diana, apoyada despreocupadamente contra el marco de la puerta.

—Es para purificar el aire... cosa que necesitaré viviendo contigo —respondió Alaska, entrando sin esperar invitación formal.

Diana rodó los ojos y señaló las maletas.

—¿Qué traes ahí? ¿Tu autoestima perdida?

—Ah, perdona. Creo que me la he dejado en Suecia junto con tus títulos importantes —replicó Alaska, mientras dejaba caer las maletas al suelo con un ruido seco.

—Genial, le va a hablar de títulos una jugadora de Tercera a una doble medallista olímpica.

Durante la charla, Diana intentó recordar el nombre del equipo donde jugaría Alaska.

—¿Cómo se llama tu equipo? ¿Wood-something? —preguntó, mirando sus uñas con interés.

—¡Wynwood! ¿De verdad ni siquiera lo sabes?

—Ah, Wynwood. ¿Es el nombre del equipo o del bar al que voy esta noche?

Unas horas después:

La presentación de Diana con el Inter Miami fue brillante. En el estadio, rodeada de cámaras y periodistas, sonreía mientras firmaba autógrafos para niñas emocionadas que la idolatraban. Varias jugadoras del equipo la miraban con admiración, murmurando entre ellas sobre lo increíble que era tener a una leyenda en su club. Diana disfrutaba del momento, aunque ya pensaba en el cóctel que se tomaría después.

Mientras tanto, Alaska llegó a las oficinas del Wynwood. Bueno, "oficinas" era una descripción generosa. El edificio parecía más un almacén que había visto tiempos mejores. Al intentar entrar, un guardia confundido la detuvo.

—¿Eres la nueva secretaria? —preguntó, rascándose la cabeza.

—No, soy la nueva jugadora —respondió Alaska, conteniendo las ganas de dar media vuelta.

—Ah... ¿tenemos equipo femenino?

Finalmente, el responsable del equipo apareció y la hizo pasar a un despacho que parecía haber sido montado en un trastero. Le entregó el contrato y, tras leerlo, Alaska no pudo ocultar su incredulidad.

—¿Esto es semanal? —preguntó con cautela.

—No, mensual.

—Ah, claro... porque semanal sería una locura. —Se quedó pensativa y rubricó.

—¡Bienvenida al Wynwood!

—Gracias... Estoy encantada... Creo.

Esa noche

Por la noche, las hermanas se encontraron en un bar cercano. Diana, impecablemente vestida, atrajo las miradas de varios hombres al entrar. Alaska, más discreta, pidió un vino barato mientras escuchaba a su hermana quejarse de la larga jornada de autógrafos.

—Y encima, todas las niñas quieren que les firme la camiseta en la espalda. Me siento como una pintora frustrada —decía Diana, con un tono divertido.

Un hombre atractivo se acercó a su mesa, sonriéndole a Diana. Ella no tardó en captarlo y enredarlo en una conversación llena de sarcasmo y encanto.

—¿Cómo haces para que sea tan fácil? —preguntó Alaska cuando el hombre fue a buscar bebidas para ambos.

—Cariño, no es fácil. Es talento —respondió Diana, guiñándole un ojo.

Diana se marchaba con el chico, pero antes le dejó un billete a Alaska para que pagase, quedó en la barra, revolviendo su copa y "pagando" la cuenta.

—Bienvenida a Miami... y a mi vida de siempre —murmuró para sí misma. —Al menos me ha salido la copa gratis. 

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