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7. Ibiza o FORMENTERA

Como un escape a tantos rumores y expectativas, acudo el martes por la noche con mi madre al aniversario de la línea de maquillaje de la familia de Isabella. El crecimiento acelerado de los últimos años amerita una fiesta grande y glamurosa. Con personajes importantes del ámbito de los negocios, figuras públicas, creadores de contenido y medios televisivos. La estrategia va bien, pues ya no quieren comercializar solo en España y Francia, quieren expandirse al resto de Europa y si es posible llegar a Latinoamérica. Un poquito de promoción, otro tanto de visibilidad; una pisca de relevancia en noticias de mañana y con suerte una portada en una revista internacional.

Sonrío para mis adentros cuando me entregan un mini catálogo con los nuevos productos, en cuya portada aparece mi amiga. tan radiante como siempre. De no haber sido por la insistencia de su familia para hacerse cargo de la empresa en un futuro, estaría brillando en las pasarelas más importantes del mundo. Ama modelar, posar ante las cámaras; soñaba con ser una celebridad reconocida, seguida por la prensa y admirada por todos. Lamentablemente a veces la vida no es compatible con nuestras aspiraciones. A ella ya le tenía un destino preparado desde siempre. Dirigir la marca familiar.

Por estas cosas me sentía afortunada. La vida me dio la oportunidad de seguir mis sueños, mi padre me apoyó hasta su último suspiro y mi madre me sigue acompañando en cada nuevo paso. No me veía haciendo otra cosa que no fuese tocar piano.

–A lo largo de estos treinta años, mi familia ha trabajado mucho para ofrecer productos de calidad que ayuden a las personas a sentirse hermosas y seguras de sí mismas.. Ha conseguido posicionar a nuestra marca como una de las cinco mejores del país y de Francia, y ahora me toca a mí lograr expandirla por el resto del mundo. Quiero agradecerles a ustedes amigos, clientes y socios por acompañarnos en un momento tan importante como este y espero que no sea el último.

Con una sonrisa digna de una revista, isa levanta su copa incitando a todos los invitados a que brinden con ella.

De mala gana, Katia me hace una seña para que me posicione al lado del piano de cola, situado al lado del gran escenario que tiene como protagonista a un número treinta. Le entrego mi móvil y el catálogo a mi madre antes de caminar despacio, con la mirada fija en el instrumento para evitar toparme con todos los ojos que están posados en mí.

Pese a la desaprobación de mi representante, no pude decirle que no a Isa, cuando en la mañana me pidió de favor que tocara algo esta noche, para homenajear los años de trayectoria de su empresa.

–Ahora, señores y señoras, quiero que reciban con fuertes aplausos a Sofía Romero, la joven pianista que ha logrado cautivar a todo el país con su delicadeza y expresividad –Katia hace una pausa y la gente aplaude–. No todos tienen la suerte de disfrutar de su técnica y virtuosidad,  que le ha llevado a ganar premios importantes como el de la reina Isabel en Bélgica y el de Tchaikovski en Rusia, así que disfrutad.

«Toca solo como tú sabes hacerlo», evoco las palabras de mi padre segundos antes de iniciar, y de fondo me parece escuchar a muchas cámaras disparando los flashes, mas no le presto atención.

El sonido trepidante de Allegro Barbaro inunda el salón y me dejo envolver en una atmósfera sombría, creada en gran medida por el uso de armonías obscuras y escalas pentatónicas que me obligan a seguir un movimiento rápido y relajante.

Me gusta interpretar la pieza pensando en la libertad y la naturaleza de la vida. Opto por quitarle el toque agresivo y disfrutar del lírico y del enérgico. Sin embargo, el pensamiento de todo el sufrimiento de la vida me ataca de repente, y siento que toco la melodía de forma distinta.

–Muchas gracias –sonrío tras alargar las últimas dos notas.

Entre los aplausos sobresalen los flashes de las cámaras, y esta vez no enfocan a la familia de mi amiga, me enfocan a mí. Sonrío a medias cuando mi representante me da un golpecito en el hombro antes de hacerse a un lado. Odio las fotos, así que con disimulo me doy la vuelta para salir por el otro lado.

Algunos invitados me interceptan en el camino para felicitarme por la interpretación. No estoy acostumbrada, sin embargo, intento ser amable y les muestro todo mi agradecimiento. Necesito que la atención vuelva a los anfitriones, porque mi homenaje ya pasó.

–Te adoro, hadita –isa me frena para abrazarme–. Muchas, muchas gracias.

–No es nada. Más bien, ¡felicidades!

–Todavía no voy a tomar la dirección –me susurra.

–Pero tu abuelo en el discurso dijo que...

–Mamá me apoya y es lo importante. No estoy preparada, necesito un poco más de tiempo.

–Por tu discurso yo pensé que te ibas a dar una oportunidad –la sigo hacia la barra..

–Eso es lo que quiero que crea todo el mundo. Al final no es del todo mentira, algún día me tendré que hacer cargo y mientras tanto estoy ayudando con los catálogos ¿los viste ya?

–Sales hermosa.

–Dos margaritas, por favor –pide apoyándose ligeramente en la barra.

–Una, yo no...

–vamos, Sof. Solo una, por mí –me anima ella.

–Por ti –concedo–. Sabes que te voy a apoyar en lo que decidas. Solo quiero que seas feliz.

–Por eso te adoro. La pieza estuvo muy bonita.

–Si me hubieras avisado con más tiempo hubiese elegido una más larga.

–¡Pero esa ha estado perfecta! a mi abuelo y a mi madre les ha encantado. Pero a mí más, ya sabes que soy tu fan número dos.

–Gracias –el encargado pone las copas sobre la mesa–. ¿Número dos?

–Quizá número tres. Greta es la número uno.

–Mi fan número dos, entonces.

–A lo mejor hasta me quiten ese puesto –me guiña el ojo.

–Isa...

–¿Isa qué? las cosas como son. Se están enamorando.

Me sonrojo y sonrío. Poco a poco estoy asimilando la idea de estarme enamorando, y aunque a mi parte racional por alguna razón no le gusta, a mi corazón le hace feliz. Se me llena el pecho de solo pensar en la idea de que él sienta esas mismas mariposas que me invaden al escuchar su voz, esa necesidad de verlo otra vez.

–Desde luego creo que yo sí –concedo en un susurro.

–Tú Sí. Cuando te hablo de él sonríes como nunca antes, tus ojos se iluminan y te siento diferente –choca mi copa con la suya–. Y él también.

–¿Cómo estás tan segura?

–Viajaste en su avión, te regaló tres camisetas, quiere volver a verte. Alexander es el indicado, Sofía.

–Es muy pronto para decir eso –suelto un suspiro–. Pensaba lo mismo de Daniel y mira, la vida nos llevó por distintos caminos.

–Daniel es Daniel y Alexander es Alexander. ¿Acaso me vas a decir que sientes lo mismo por los dos?

–también estaba enamorada y lo sabes.

Y aunque las mariposas en el estómago y las ganas de volver a ver a esa persona son el denominador en común, lo cierto es que nunca puedes enamorarte igual. Y con Alexander siento que todo es más intenso, más arrollador, más descontrolado.

Los conflictos de mi mente y mi corazón no los había vivido antes, ni estas advertencias de la parte racional que son acalladas con latidos fuertes y pensamientos discontinuos. Ese poder que desprende su mirada gris sobre todo mi cuerpo es nuevo, y me asusta.

«estaba enamorada también, pero de una forma diferente». Lo tengo claro, no se lo digo y ella no insiste.

–Cuando las cosas tienen que pasar, pasan. Daniel y tú no estaban destinados a ser, pero Alexander... él es tu príncipe azul.

Un príncipe arrogante, egocéntrico y prepotente. Con una mirada misteriosa y atrapante, una sonrisa de ensueño y una capacidad innata para dominarme por completo.

–Dejémosle eso al tiempo –habla mi mente. No mi corazón, que parece estar encantado con la idea.

–Atracción, fase más que completada –levanta un dedo–. Enamoramiento, en la que ahora estás, luego viene el amor.

No le digo nada. Me concentro en asimilar la palabra que consigue describir una gran parte de mis emociones. Estoy enamorada, y, sin querer, experimenté todo eso que se narra en mis libros favoritos, con ciertas diferencias. Algo similar a las historias con las que sueño todas las noches, atracción, enamoramiento, amor.

Creo en el amor real y eterno, como el de mis padres que a pesar de los juegos del destino sigue vivo. Pero aún no sé qué tan difícil sea encontrarlo y conservarlo. A veces me golpea la posibilidad de haberlo visto y no haberme dado cuenta, de haberlo tenido en frente y haber pasado de largo, y me aterra.

Envuelta por la música suave y la voz de isa haciendo planes a futuro, mi corazón trae al juego esos ojos grises con los que sueño toda la noche, y se ilusiona con la idea de que puedo estar teniendo en frente a la persona indicada.

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Los rumores contribuyen al crecimiento acelerado de mi marca personal en cuestión de días. Mi número de seguidores aumenta, los oyentes de mi gira por España con la banda del conservatorio de la reina también y el video del Mephisto alcanza más de doscientas mil reproducciones. Muchos de los comentarios van de lo mismo. Un balón de fútbol y un escudo del Liverpool, un número nueve al lado de una nota musical, y algunos más atrevidos con su nombre. Aunque no me gusta para nada, Katia se pone en la tarea de convencerme que todo es un proceso, engorroso, pero con resultados infalibles.

Los periódicos siguen hablando más de lo mismo, hasta hay un punto en que se desenfoca la atención de la línea de maquillaje de Isabella para hablar de mi presentación, de los premios a los que hizo referencia mi representante y de él, por supuesto.

Él, que agrava más la situación con la entrevista que sale el jueves por la tarde para un programa deportivo. La escucho mientras voy hacia la prueba para el concierto de mañana, ya con los nervios previos a volver a tocar en público la Polonesa Heroica.

–¿Combina música clásica y fútbol, Alexander?

No estamos juntos, pero su risa me hace creer que estamos compartiendo un momento único y especial.

–El míster pone música suave mientras nos explica tácticas para los partidos.

–¿Te relaja el piano...?

–Me relaja jugar, anotar y ganar –suena cortante.

Katia se ríe, yo la miro mal.

–Estamos para hablar del inicio de temporada, pero no somos ajenos a todas las noticias que han estado circulando aquí y creo que en Inglaterra también.

–Claro, he sido el máximo goleador de la temporada pasada. Vamos a superar la marca este año.

¿Vamos? ¿por qué no puede decir "espero superar la marca este año"?

–Mucha suerte con eso –le dice el otro presentador, que hasta entonces había permanecido en silencio.

–No la necesito.

–Aquí han estado circulando otro tipo de noticias –provoca el presentador principal–. La portada de Bogue está hermosa, por cierto.

–Como tenía que ser –responde airoso.

–Y tu acompañante también ¿no es así?

–Es una belleza.

Oh. Oh.

No se ríe, no titubea, no evade. Lo afirma con calma, desatando la risa de los presentadores y un frenazo en mi auto.

Se me corta la respiración y mi pulso se altera. No puede ser.

«es una belleza» –retumba en mi mente, desencadenando ese cúmulo de sensaciones que me recuerda a gritos que estoy enamorada, y que me enamoro más sin importar los cientos de kilómetros que nos distancian.

No me enamora con rosas, ni con chocolates, ni con peluches. Me enamora con mensajes nada románticos y con su voz, tan firme y segura.

–Entonces lo aceptas.

–¿Por qué tendría que negarlo?

–ya se ha evidenciado la agilidad que tiene Sofía Romero con los dedos –evade el entrevistador.

–¿A sí? Yo todavía no lo he probado –interrumpe, utilizando un tono ronco que me eriza la piel.

Los presentadores no parecen darse cuenta, pero mi cuerpo sí, y me veo en la obligación de encender la ventilación. Me invade un calor poco descriptible, que tiñe a mis mejillas de rojo y se centra en el origen de todas mis terminaciones nerviosas.

Katia se echa a reír, yo me cubro la cara. Porque pese a que la gente de fuera no se haya dado cuenta o aparente no hacerlo, Alexander y yo lo sabemos.

–¿Todavía no le has escuchado tocar?

–Estoy esperando el momento oportuno.

–¿Un concierto privado, talvez?

–talvez.

–Se comenta mucho por aquí de una escapada romántica a Ibiza un fin de semana antes....

–A Ibiza y a Formentera –otra vez se adelanta, y me quedo sin aire.

No puede ser.

Porque no es cierto.

–¿Estás confirmando que...?

–Estoy aclarando, porque el chisme está mal contado. Si van a sacar algo de mi vida, averigüen bien.

Los presentadores desvían la entrevista de manera abrupta. Saben que han estirado demasiado la cuerda, y Alexander, aunque alimentando el rumor, ha usado una estrategia eficaz para evadir el tema. No ha negado nada, es más, lo ha aceptado y le ha dado a la prensa pie de seguir especulando como mejor le parezca, pero estoy segura que a partir de ahora los periodistas van a pensar dos veces antes de                              por algo.

Sorprendida, alterada y confundida, estaciono mi auto a las afueras de la moraleja, porque no somos residentes y no tenemos acceso. Mientras Katia se comunica con la dueña de la casa donde mañana será el coctel, ojeo los mensajes de mi madre, que también ha visto la entrevista y me está bombardeando con preguntas. No se tomó nada bien que me haya llevado a Praga, ni que me haya enviado un regalo, ni mucho menos que esté dispuesta a viajar a Liverpool para verlo.

«No quiero que te lastimen» –había dicho, alegando que los futbolistas nunca se toman nada   en serio y tras asegurar que estaba ya completamente enamorada.

Sabe que me estoy ilusionando, y no está de acuerdo.

Dejo el móvil de lado cuando aparece una mujer mayor subida en un carrito de golf, que habla con los guardias para que nos dejen entrar. Nos recibe con una sonrisa de oreja a oreja y primero abraza a Katia como si le conociera de toda la vida, sin embargo, ella no le corresponde. Yo sí lo hago, porque es un gesto bonito que se ha ido perdiendo con el paso del tiempo.

–Tú debes ser Sofía –deja dos besos en mis mejillas–. Tienes un nombre muy bonito, y eres muy bonita.

–Muchas gracias, señora.

–bárbara a secas, eso de señora nunca me ha gustado –nos hace una seña para seguirla–. Llévate el carrito –le indica a uno de los guardias.

–Pero su hija dice que...

–yo estoy bien y quiero hacer un poco de ejercicio –corta entrelazando su brazo con el mío–. Además, quiero conversar con estas señoritas.

Ruedo los ojos cuando Katia se aleja al ver que la mujer también quiere cogerla del brazo.

Si la urbanización de fuera es hermosa, por dentro lo, es más. me gusta la naturaleza, los árboles y el canto de los pájaros acompañando un atardecer veraniego. Se respira toda la tranquilidad que no puedo respirar en casa, y me permito disfrutar de las vistas y de la paz.

–Aquí siempre hay lío. Piensan que no puedo moverme sola y me traen en esos carritos que son para deportes como si yo fuera a jugar.

–Quieren cuidarla.

–Ni que estuviera vieja, yo me siento en la mejor época de mi vida. por cierto, van a disculpar la espera, no sé por qué se empeñan en poner tanta seguridad.

–No se preocupe –le sonrío.

–Es que es una pérdida de tiempo, si no habría tanta seguridad ya estarías tocando. ¿Qué tocarás?

–Estaba pensando en el lago de los cisnes,...

–¡Esa obra me encanta! Cuando era más joven bailaba valet y la melodía me fascinaba –Katia suelta una carcajada–. Ya van a ver las fotos mientras tomamos el té con galletas recién horneadas que yo misma hice.

–Será para la próxima, solo hemos venido a hacer la prueba de sonido.

–¿Cómo? ¿Están rechazando mi invitación y a las mejores galletas? Son de avena y a mi nieto, que es un malcriado egocéntrico, le encantan. Y eso que a él no le gusta nada más que su bendito fútbol. Aunque ya me dirán ustedes, porque yo estoy segura que ni eso, solo le gusta todo el dinero que le pagan.

–¿Es comentarista? –le pregunto.

–¡Ni Dios lo quiera! ese solo sirve para criticar lo negativo de todos y solo se alaga a él.

«Soy el mejor delantero de la liga inglesa»
«Los goles más bonitos son míos, sin duda»
«Ellos deben sentirse felices por tenerme como jugador, no yo por jugar allí» –las frases de Alexander son lo primero que se me viene a la mente con lo que dice Bárbara.

Me río, porque yo también conozco a alguien así.
Me río, porque mi corazón se alborota cuando trae a sus ojos y a su voz al juego.

–Tienes una sonrisa muy bonita, la más bonita que he visto.

–No creo que sea para tanto.

–¿Cómo no? mi nieto dice que tiene la sonrisa más bonita, pero no es así. Lástima que no estará mañana para verlo.

–¿Su nieto no vive aquí?

–Gracias a la virgen, no –se ríe y recoge una rosa del suelo–. ¿acaso me ves con canas y con arrugas?

–no, usted se ve hermosa .

–Gracias, cariño. Pero no me vería así si él estuviese aquí ¡es un dolor de cabeza!

–¿adolescente?

–Actúa como uno. Malagradecido, mal educado, malcriado... piensa en todo lo malo y eso es él –se detiene y me obliga a hacerlo–. Debe tener tu misma edad... ¿cuántos años tienes, bonita?

–24.

–¡Ah, él tiene 26! Pero actúa como un niño de doce, o trece. Por eso no le hemos conocido a una novia hasta ahora, no hay quien lo soporte –me susurra–. Por eso mi hija y yo nos quedamos aquí, mejor estar solas que mal acompañadas.

–¿Dónde es su casa, Bárbara? –le pregunta Kat, impaciente.

–Tranquila, niña. ya estamos llegando, mejor disfruta de las vistas –le suplico con los ojos a mi amiga–. Entonces ¿qué dicen? ¿sí me acompañarán a tomar el té? Así les sigo hablando de mi nieto y les nuestros mis fotos bailando.

–Lástima, pero...

–Sí nos vamos a quedar, las galletas de avena me encantan.

Desde siempre me han enseñado a no rechazar una invitación, y, además, Bárbara es una señora encantadora. Me llevo una mala mirada de Katia, pero no importa, sigo avanzando con la mujer mientras dejo que siga criticando a su nieto y que hable de las flores que va recogiendo. Me regala un par de rosas y le agradezco feliz, porque son mis flores favoritas y el olor es como si estuviese escuchando una bonita melodía de Rachmaninoff.

La evidencia de que le encantan las flores está en la bonita entrada de su casa. Con árboles, rosales y pajaritos que nos reciben cantando. No entramos al recibidor ni al salón, vamos al jardín, donde todo está acomodado de manera elegante alrededor de la fuente. Me emociona ver al piano antiguo puesto para mí, y recuerdo que tener uno así es un sueño que me falta por cumplir.

Toco el lago de los cisnes con el ruido del agua y el canto de los pájaros como acompañamiento, y me encanta. Pese a que tengo los ojos cerrados, me imagino a todas las rosas que hemos estado viendo por el camino, puedo sentir su olor y sus pétalos suaves entre mis dedos. Pero no pienso en espinas, porque nunca me han gustado y esa es la parte fea de los sueños e ilusiones que preferiría evitar.

Bárbara me abraza cuando termino de tocar, está tan feliz que incluso salta mientras me cuenta que se imaginó haciendo la coreografía. Accedo emocionada a la petición de venir un día a tocar solo para ella sin haberle preguntado a Katia, que no ve la manera de irse de una vez.

–Ahora vamos por el té y las galletas, pero te quiero presentar a mi hija –levanto la cara para encontrarme con la mujer, que está apoyada en una de las mesas, mirándonos con parsimonia–. Ella es la que nos acaba de deleitar con tan preciosa melodía, y ella es Marisa, mi hija.

–Mucho gusto, Marisa. Tienes una casa muy bonita y...

–para ti Señora, no somos de la misma edad –me lanza una mirada cargada, y trago fuerte.

–Lo lamento, Señora Marisa. Su casa es muy bonita –termino, medio confundida.

–Bueno, no es nuestra casa. El maleducado de mi nieto...

–¿Terminaste de hacer la prueba? ¿o falta algo?

–Es todo –le responde mi amiga, que ya ha llegado a mi lado.

Me muevo incómoda al sentir la mirada asesina de Marisa, como si hubiese hecho algo o me conociera de algún lugar. Me inspecciona con un tinte de superioridad, o burla, o una mezcla de los dos, ya no sé, pero no entiendo el porqué.

–Sí, pero ahora van a ir a tomar el té conmigo.

–No creo que las señoritas tengan tiempo –enfatiza lo último–. Agradezco su puntualidad y les pido que mañana cumplan de igual manera. Hasta luego.

–Pero..., las galletas... –bárbara me mira esperanzada.

–Te prometo que vendremos otro día a por ellas –le sonrío antes de acercarme para dejar un beso en su mejilla–. Nos vemos mañana, señora.

Sonrojada, me llevo la mano que le ofrecía al cabello para fingir acomodarlo. Solo recibo un asentimiento desganado de su parte y se voltea arrastrando a su madre.

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