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32. Roto

El teatro real de Madrid está a reventar. No sé si toda la gente está aquí por amor a la música clásica, o si es por el morbo de estar viendo de cerca a la novia de Alexander madrigal. De cualquier forma, el recinto estalla en aplausos cuando salgo al escenario.

No sé si brillo de verdad, solo hago lo que mejor sé hacer con los ojos cerrados, evitando toparme con los flashes de las cámaras.

Por una hora y media fui el centro de atención, el foco que iluminaban los candelabros dorados del escenario y el punto de encuentro de las miradas de un público expectante.

Mis dedos se movían solos, guiados por la pasión que me consumía desde la infancia. Cada nota era una palabra, cada melodía una historia. El piano y yo éramos uno solo, fundidos en un lenguaje que solo mi alma podía comprender.

Cuando la última nota se apagó, un silencio sepulcral inundó el teatro. Contuve la respiración, todavía con los ojos cerrados, esperando la reacción del público.

Entonces, estalló la ovación. Distinta a la de un estadio, pero con la misma intensidad que me erizó la piel.

El teatro se levantó en un sinfín de vítores, aplausos y bravos. Abrí los ojos justo cuando las luces se encendieron, rebelando un mar de rostros asombrados, emocionados y sonrisas.

Me levanté del asiento con el cuerpo tembloroso. Acaricié con uno de los dedos los diamantes de la esfera que reposaba en mi muñeca y me incliné ante el público, agradeciendo su entrega con una sonrisa que reflejaba la emoción que me embargaba.

Miré a mi madre en la primera fila, junto a un asiento vacío que buscaba guardar la presencia de papá y no pude contener el llanto. Esta noche había cumplido uno de mis sueños más grandes. Había llenado el teatro real con mi música, y el público me había respondido con el cariño que todo artista anhela.

Ese cariño que hacía un par de meses veía casi imposible.

"The Best" –recordé la inscripción del reloj.

Una sensación similar a la del hambre se apoderó de mi ser al saludar con la mano a la gente. Escuché muchos comentarios con su nombre, por supuesto. Pero en lugar de molestarme, me hicieron creer que toda esa gente, aunque movida por el sentimiento de tener más cerquita a la chica del momento, había vibrado con cada acorde.

Y quería más.

–Esto es solo el principio –me dijo Katia cuando la encontré en la entrada del camerino.

–¡Ha sido alucinante, mi amor! –la secundó Atenea abrazándome.

Me dejé consentir sin contener las lágrimas, mi pecho palpitaba al recordar el clamor del público y a una parte de mi mente todavía le costaba creer que yo había sido capaz de lograr tanto.

Las cosas estaban equilibrándose solas.

Ese fue el pensamiento que me atacó cuando mi madre me abrazó fuerte, dejando de lado la decepción y la rabia. Estaba orgullosa, como todos los que brindaban con champán en el camerino.

Y yo no me lo podía creer.

Había sido increíble, emocionante, excitante. No sabía con certeza si lo había echo bien, o si había dado lo que la gente esperaba de mí.

Pero por un instante me permití acallar todas mis inseguridades para disfrutarlo.

Aunque luego, mientras caminaba hacia el salón donde daría la rueda de prensa, me volvieron a invadir, haciéndome sentir pequeña. necesitaba críticas, aprobación, algo distinto y no sabía que era.

No me creía que había sido capaz de llenar el teatro real.

–Sofía, enhorabuena por el concierto. Ha sido increíble. ¿Cómo te sientes luego de haber llenado el teatro real? –pregunta el primer periodista, luego de haber escuchado las indicaciones de la dinámica.

–Muchas gracias –respondí con una sonrisa nerviosa–. Aún no me lo creo. Es un sueño hecho realidad.

–¿Crees que tu relación con Alexander madrigal y todos los rumores que han surgido estos meses han influido en tu popularidad y en la de este concierto?

Arrugué la nariz con la pregunta. De alguna u otra manera, tenía que estar preparada para casos como este.

–No lo niego –admití tras dudar un segundo–. La popularidad de Alexander me ha dado visibilidad, y es algo que pasa siempre que alguien se relaciona con una celebridad. Pero la música es la que me ha traído al teatro.

No solo intento convencerles a ellos, también intento creérmelo yo.

–¿Te sientes presionada por la fama y por ser la novia de un deportista de élite? –insistió una reportera.

La portada que confirmaba nuestro noviazgo salió hace apenas unos días, así que una pregunta como esta ya se veía venir. Los programas de chismes no dejaban de hablar de la sesión de fotos, las redes todavía lo comentaban y era algo a lo que tenía que acostumbrarme.

–Un poco. Sobre todo, cuando ustedes me siguen a todas partes –mi comentario desató la risa de muchos periodistas–. Pero trato de concentrarme en mi carrera y en los proyectos que tengo a futuro.

Un periodista de una revista de música francesa se puso de pie y Atenea se adelantó para traducir su intervención. No fue necesario contratar a un intérprete, pues mi amiga tenía la suerte de manejar varios idiomas.

–Ha sido un concierto exquisito, Sofía –empezó ella–. Otra vez has conquistado el oído del público, y te quería preguntar por tu colaboración con Bladimir Dunoff en su álbum de las cuatro estaciones. Quería ver si nos puedes adelantar en que piezas te vamos a ver, y si en un concierto futuro piensas contar con él.

Sonrío un poco más relajada, me doy tiempo para tomar un poco de agua y para picar uno de los quesos que han puesto en la mesa.

–Bladimir es un músico excepcional y para mí es un honor colaborar con él en un proyecto lleno de significado. Tocaré el invierno, pero no les voy a adelantar que parte porque es una sorpresa. Y claro que me gustaría contar con él para alguna presentación futura. En otro teatro quizá.

Mientras Atenea termina de traducir mi respuesta miro de reojo a la cantidad de periodistas que falta por atender. Son más de 10, y de la nada quiero bostezar.

Ahora entiendo porqué Alex odia tanto las ruedas de prensa.

–Me gustaría saber que te ha dicho Alexander madrigal antes del concierto, si has tenido la oportunidad de hablar con él y si te ha explicado su ausencia. Me imagino que la has sentido ¿esperabas verlo?

–Me hubiese encantado tenerlo aquí –me sincero con un nudo en la garganta–. Pero creo que todos sabemos lo complicados que son nuestros trabajos, ayer él jugó y tampoco pude acompañarlo por estar preparando todo para esta noche. Lo importante es que me apoya, está muy contento con todo lo que estoy consiguiendo.

Inconscientemente, fijo los ojos en los diamantes que no dejan de brillar y traigo a colación la nota de la cajita.

No ha estado aquí, pero sí ha estado pensando en mí.

La rueda de prensa continúo, las preguntas se sucedieron una tras otra sin descanso, intercalando el concierto con mi relación. Recibí más felicitaciones, más halagos, más confirmaciones de mi primer logro como solitas.

Demostré que pude llenar el teatro real junto a mi equipo de trabajo, y me sentí un poquito más segura al ver que mucha gente ahora conocía mi música.

Me levanté de la mesa con una sonrisa en el rostro. La emoción me embargaba, pero también la satisfacción del deber cumplido. La vocecita de la inseguridad aparecía a cada nada, haciéndome tambalea.

¿Todos mis logros profesionales eran realmente míos o solo el reflejo de la fama de Alexander?

No me creía capaz de haber llegado hasta aquí sola. Esa cantidad impresionante de seguidores en redes sociales, la lluvia de patrocinadores, el interés de la prensa por lo que hago o dejo de hacer, el incremento de mis presentaciones.

Todo fue consecuencia de haberlo conocido, de haber captado su atención. De haberme enamorado.

Todo era más de lo que pude soñar algún día, y ahora, mientras miraba fragmentos de mi concierto en los programas de espectáculos del día siguiente, un solo pensamiento rondaba por mi mente.

No hubiese podido llegar sola hasta aquí.

Aun teniendo a la mejor representante de toda España. Aún con un talento envidiable que no se había visto hace mucho tiempo.
Sin Alex nunca lo hubiese conseguido.

Y el reconocerlo multiplicaba todas mis inseguridades. Hasta el punto de creer que sin él no sería nada.

Sin él mi vida es un desierto, ya lo he probado luego de aquel día gris en Liverpool.

Lo amo demasiado y eso me asusta, porque incluso sabiendo que no siente nada por mí estoy dispuesta a seguir a su lado, con la esperanza de que llegue a quererme tanto como yo en algún momento.

***

Alexander sí pone a mi disposición su jet privado.
No necesariamente porque su lema ahora sea "todo lo mío es tuyo", más bien, por una suerte de querer tenerme a su lado el mayor tiempo posible.

Él no va a viajar a Madrid entre semana porque su trabajo es mucho más complicado que el mío. Sigue una misma rutina todos los días al pie de la letra, y las horas de vuelo, por más que sean en un avión con todas las comodidades existentes, son agotadoras.

Así que mi semana y media luego de concierto se resume en estar un 45 por ciento del tiempo subida en un avión. Y no estoy exagerando.

Viajo a Francia para cumplir con la sesión de fotos y la grabación de mi colaboración con Bladimir, vuelvo a Madrid para una clase maestra en el conservatorio mayor. Me enrumbo a Liverpool para pasar un par de días a su lado, luego voy a Barcelona a la inauguración de un museo clásico, a Madrid para más compromisos...

Y finalmente, aterrizo junto a Katia en Liverpool, a punto de desfallecer.

Si pensé que mi vida luego del concierto sería más tranquila, estaba equivocada. Mis ojos estaban hinchados y no precisamente por haber llorado más de tres noches seguidas, eran el resultado de haber dormido muy poco.

–Café, por favor –le pido a Tom al sentarme en un sofá del Pent-house.

–Por supuesto ¿Desea algo, señorita? –le pregunta a Katia, que no deja de observar la estancia con curiosidad.

–Un poco de fruta –Tom desaparece y ella se sienta en el sofá de enfrente–. Está interesante la casa.

No le digo nada. Me quito los zapatos y me acomodo en el sofá. Es poco más del mediodía, pero mi cuerpo me pide dormir a gritos.

Lamentablemente, no puedo. Tenemos una reunión con Alexander y Harry en breve para discutir un par de propuestas de colaboraciones que llegaron hace poco.

–Te volvieron a invitar al festival de Praga –comenta restándole importancia–. A la noche inolvidable de Viena y al concurso de Chaikovski como jurado de honor. Van a reinaugurar una sala de antigüedades de Versalles y quieren que toques.

–¿Podemos ir más despacio? –suelto un bostezo sin poder evitarlo.

–No soy yo, Sofía. Son los eventos. Llegó una invitación de Inditex para la semana de la moda en Madrid, eso es en septiembre, pero tenemos que confirmar ya. También tienes invitación para la semana de la moda de Nueva York. Así que te toca decidir.

–¿Ir a ninguna es una opción? –niega y cierro los ojos–. No sé, dime tú. ¿Qué me recomiendas? Lo dejo en tus manos.

–Ya no, Sofía. La cantidad de invitaciones que tenemos es abrumadora, y tú vas a tener que empezar a decidir porque hay muchas cosas que se juntan. Ya le pedí a Claudia que te haga un cuadro comparativo, te lo enviará más tarde y mañana me das una respuesta.

No me gusta decidir. Nunca me ha gustado hacerlo.

–De acuerdo.

–Tenemos que ultimar detalles para el viaje a Miami. Nos vamos el 29, y como no tienes presentaciones hasta el 7, podemos quedarnos un par de días más.

–¿Cuándo es el festival? –me froto los ojos antes de incorporarme.

–Empieza el 30. Son tres noches y...

–Tengo que estar en Kief el primero –explico en modo automático, ella me mira interrogante–. Es la final de la Champions.

–Imposible. Te presentas en la noche inaugural y en el cierre, así que...

–No puedo, Kat –Tom vuelve a aparecer con la bandeja, y mi cuerpo reacciona por sí solo aferrándose al café, como en los últimos días–. Muchas gracias.

No es mi bebida favorita, así que le pongo unas buenas cucharadas de azúcar antes de llevármelo a los labios.

–¿Desea que le prepare algo para almorzar?

–No es...

–Algo que tenga carne, carbohidratos y ensalada –exige mi amiga, todavía con el seño fruncido–. Y la fruta es para ti, no has comido nada.

–Gracias. Pero lo único que quiero es dormir. Luego...

–No te estoy preguntando –empuja el plato de fruta a mi lugar.

Sintiendo su mirada acusadora en todo lo que hago, me llevo varios trozos de piña y manzana a la boca. Mi estómago parece aliviado con el sabor dulce de la fruta, lo cierto es que hoy solo desayuné una barra de cereal y un jugo de naranja en el avión.

Y en la última semana comí poquísimo, exceptuando el día y medio que estuve aquí.

–Como te iba diciendo. Necesito que gestiones todo para que solo pueda tocar en la primera noche. No me quedaré.

–Hemos firmado un contrato, Sofía. Y esa final es un partido más. No voy a arriesgar la cantidad de dinero y de contactos que vamos a ganar por algo insignificante.

–No es un partido más. Es la final del torneo europeo más importante, tengo que estar con él –me sorprende la seguridad en mi voz–. Si el problema es el contrato pago la penalidad y ya está.

–¡Es que no solo es el contrato! Sofía, es el festival. Vas a conocer a directores de cámara, las revistas más prestigiosas de música van a estar ahí.

–Por eso, solo en la noche inaugural. No puedo perderme el partido, Kat.

–¿Crees que él va a dejar de jugar por ir a verte tocar? –pregunta de la nada y asiento despacio–. Te recuerdo que no fue al concierto, y no tenía ningún partido esa noche.

–Estaba cansado, había llegado de viaje y...

–Tú también estás cansada, y en vez de quedarte a descansar en Madrid...

–¡Sofía!

Parpadeo varias veces antes de corresponderle el abrazo a la niña de cabello rizado que se sube a mis piernas, emocionada.

–¿Cómo estás, cariño? –le dejo dos besos en las mejillas y ella hace lo mismo.

–Te extrañé mucho. Hoy aprendí a contar en español –me dice en un perfecto inglés–. Papá dice que así hablan donde naciste tú, y mi tío Alex... ¿quieres que te enseñe?

–Por supuesto. Pero antes quiero presentarte a alguien –me pongo de pie con Sofía en brazos–. Ella es Katia, una amiga.

–¡Hola! Yo soy Sofía Linguini...

–¿Qué? ¿La hija del novio de Isabella? –pregunta sorprendida.

–¿La conoces? –no pierdo de vista la manera en que arruga la nariz, borrando la sonrisa.

¿De qué me perdí?

–¿Qué te dije del perro, Sofía? que sea la última vez porque yo no soy cuidador de nadie...

Aunque no está cerca, su voz hace que mi corazón se salte un latido, como si me estuviese besando o mirando a los ojos.

Lo eché mucho de menos. Tanto, que la sensación de cansancio que me avasallaba hace un instante parece desaparecer. Estoy aquí por él.

Dejo a la niña en el suelo y camino hacia él con una prisa que parece exagerada, me pongo de puntillas para abrazarle fuerte, tal cual he soñado hacer en los últimos días. Soy yo quien propicia el primer acercamiento de nuestros labios, sin embargo, es él quien marca el ritmo profundo y desesperado.

–Te extrañé demasiado –susurro aún sobre sus labios.

Me sostiene por la cintura con una mano, y la otra cae descuidada por su costado.
No busca abrazarme, ni pegarme a él como si nunca más quisiera soltarme.

Pese a eso, me siento la mujer más feliz del mundo.

–Insistió en venir –dice señalando con la cabeza a la niña que ahora abraza al perro blanco–. No quiso irse con Davide y me pidió que pasáramos por el perro antes.

–¿Y eso?

Niega irritado. Me doy cuenta que tiene una mochila de la novia de Mickey mouse en el hombro, la deja caer sobre el sofá y repara a Katia.

–Harry está subiendo ya –avisa desinteresado antes de voltear a verme–. ¿La has presentado ya?

–Yo no... o sea, sí. pero Sofía se presentó con el apellido y...

–Déjalo así –corta–. Mientras menos preguntas hagas todo va a estar bien.

–No vas a decirme que hacer, idiota –escupe Kat.

–Eres muy inteligente por lo que me han dicho. Así que sabrás que es lo que te conviene –le desordena el cabello a la niña y ella lo mira–. Si el perro ensucia algo, tú lo limpias con la lengua. Voy a pedir que te preparen algo...

–Quiero pastel de cerezas –le pide ella sin inmutarse con la orden–. ¡Y helado! ¡Y galletas! –grita cuando Alex se pierde por el pacillo.

Saca de la maleta una especie de medias para el perro y se las coloca. Katia no deja de mirarla con el ceño fruncido, buscando respuestas en los ojos verdes y el cabello rizado de la niña.

–¿Cómo se llama tu papá? –pregunta con cautela y la miro mal.

–Davide, y es el mejor armador de juego del mundo. ¿Tú que haces? ¿también tocas piano así? –mueve los dedos de forma desenfrenada, fingiendo que tiene un piano debajo.

–No. Manejo la carrera de Sofía.

–¿Como un auto?

–Como un auto –me adelanto–. ¿vamos a lavarnos las manos?

Sofía asiente y deja que la cargue. Puedo llevarla al baño de visitas, sin embargo, subo las escaleras hasta ingresar al cuarto de baño de la habitación principal. Le ayudo con las mangas, saco papel toalla y espero para secarle las manos.

Ni bien salimos ve las maletas a medio abrir al pie de la cama, se suelta de mi mano y va corriendo a inspeccionarlas.

–¿Te quedarás a vivir aquí? ¿puedo quedarme a dormir contigo algunos días?

–Yo... –empiezo y me mira con súplica, así que cambio el rumbo de mis palabras–. Puedes quedarte aquí cuando llegue, si tu papá quiere y...

–Sí va a querer. Él te quiere mucho, y yo también. Y mi tío...

–¿Dónde está tu perro? –Alex sale del vestidor con otra playera–. Te he dicho que...

–Sí le puse las medias para que no ralle nada, lo prometo –explica con las manos juntas–. Y ladrará cuando quiera salir. Podemos llevarlo al parque ¿van muchos niños?

–Luego vemos.

La forma en la que la carga para ponerla sobre la cama me estruja el corazón. Se ve tan distinto, ajeno al futbolista arrogante que no titubea al momento de patear al arco.

Más humano. Más cálido.

No es el hombre que me destrozó el alma en la puerta del edifico meses atrás.
Tiene un poquito del hombre que me dijo que me quería en su vida, en su cama y en todos sus partidos.

Y me enamoro un poquito más.

A petición de Sofía, enciende la televisión y busca una película de animalitos. Me sorprende la paciencia con la que cambia una y otra vez las opciones cuando se lo pide.

–¿Se quedarán conmigo?

–Tengo cosas que hacer, niña –le responde él, ella lo mira con ojitos suplicantes–. Te llamaremos cuando la comida esté lista.

–¿Y luego iremos al parque con pelusa?

–Luego Sofía te ayudará a hacer la tarea y podemos ir a la piscina. Te daré galletas y helado.

Eso la deja más tranquila.

Tom nos avisa que Harry ha llegado y bajamos juntos hacia la mesa del comedor, donde ya está discutiendo con mi representante. En la reunión opino poco, pues el sueño otra vez se vuelve a apoderar de mí y creo que hasta cierro los ojos unos minutos.

Sé que hablan de la propuesta de unas vacaciones patrocinadas en Dubái, de una edición limitada de champán inspirada en nosotros, de una sesión de fotos para una marca de autos, de un videoclip.

Subo por Sofía cuando la comida está lista, y elijo dedicarme a ella el resto de la reunión. Asumo que Katia no va a tomar ninguna decisión que me afecte, y, a fin de cuentas, solo están negociando términos de los contratos, o es lo que supongo cuando se ponen sobre la mesa cifras que Alexander modifica rápido.

"Cuanto más dinero ganemos, mejor". Es lo que me dice luego.

Harry se ofrece a llevar a Katia a dar una vuelta por la ciudad, se lo agradezco, pues lo único que quiero es descansar a su lado. No se puede del todo, ya que se mete al gimnasio a terminar con su rutina mientras le ayudo a la niña con la tarea. Pinta un dibujo de un momento feliz en su vida, y es de suponer que se retrata junto a su padre y al perro.

–¿Quién te regaló al perro?

–Mi tío Alex. Cuando cumplí tres, y me dedicó un gol –me cuenta emocionada mientras se termina el trozo de pastel de cereza–. También tengo un conejito, papá me lo compró cuando aprendí a contar hasta 20. Y ahora quiero un coala. ¿Tú tienes animales?

–No, cariño.

–Dile a mi tío que te compre uno. Tiene mucho dinero para que pueda hacer lo que quiera.

–Hay cosas que no se pueden comprar con dinero –le explico acariciándole la mejilla–. La felicidad, la familia, los amigos.

–Yo tengo muchos amigos y no tengo dinero –reflexiona–. ¿Se necesita mucho dinero para que una persona se vaya?

–¿No? –dudo–. ¿Quién quieres que se vaya?

–Isabella y mi hermanito. Yo no quiero tener un hermanito.

Me quedo sin aire por un segundo, sus ojos se llenan de lágrimas y se muerde el labio para no llorar.

–¿Por qué dices eso, muñeca? Vas a poder jugar con tu hermanito, y no vas a estar sola...

–Yo no estoy sola. Tengo a papá, a Julieta, a mi tío Alex, a mi perrito. A mis amigos. Si llega ese bebé me quitará a papá, y yo no quiero...

–Eso no es cierto. Tu papá te quiere un montón, eres la luz de su vida.

–Isabella dice que ahora dejará de quererme, porque está ella y el bebé. Yo no quiero que se vaya a vivir sin mí...

–Eso no pasará nunca –la consuelo.

–¿Me lo prometes?

–Claro que sí.

Cuando pienso que Isabella ya no puede sorprenderme más pasa esto. No entiendo que tan poco sensible puede ser para decirle tantas cosas a una niña chiquita.

La acompaño a la piscina, así como Alex prometió, y mientras la miro jugar me doy cuenta de varias cosas. Primero, que nunca conocí bien a quien decía ser mi mejor amiga.

Segundo, que ahora entiendo sus ganas de quedarse a dormir aquí.

Por último, que su mayor miedo es que su padre la deje de querer, y el corazón se me encoje al verme reflejada en ella otra vez. Mi temor más grande era dejar de verlo, y cuando eso pasó, sentí morir.

***

El Liverpool gana la Premier League en el penúltimo partido de la temporada, Alexander se lleva el trofeo al máximo goleador y al mejor jugador del torneo. Así que, inevitablemente, llego a sentir que también he conseguido dos premios más.

El resultado, entregado una semana antes de la ansiada final, le da al equipo red la confianza para enfrentar al real Madrid en Kief.

Contra todo pronóstico estoy con él en la celebración del título, y planeo estar en la celebración de la primera Champions de su carrera.

Así que me embarco a Ibiza para tocar en la pedida de mano de la hija de un empresario importante el 24 al medio día, el 25 hago un par de fotos para el lanzamiento de unos nuevos productos de maquillaje. Los tres días siguientes hago mucho contenido para las redes, doy una entrevista para un programa de espectáculos hablando sobre el lanzamiento del álbum grabado del concierto y el 29 viajo a Norteamérica.

Hago mucha prensa ni bien llego, contenido de publicidad para las marcas que me visten en la ceremonia de inauguración y toco una pieza del estudio trascendental de Liszt.

Improviso una charla en recompensa de mi ausencia el 31 por la mañana a todos los participantes, les comparto mis técnicas para tocar y les deseo toda la suerte del mundo. No hemos tenido que pagar una penalidad tan grande, el director entendió mi "exceso de compromisos" y aceptó mis disculpas públicas porque el programa del festival ya era de conocimiento de los asistentes.

La situación me resultó demasiado incómoda, sin embargo, en cuanto me subí al avión rumbo a Ucrania, toda la culpa y la idea de estar faltando a la ética profesional se disiparon.

Era por una buena causa.

–Es que no quiero que te hagas novelas en la cabeza –Katia luce irritada–. Con Christian la paso bien y ya está. No hay más.

La tripulación ya ha avisado que aterrizamos en media hora. Pasé más de la mitad del vuelo dormida, almorzamos aquí, porque llegaremos a las justas para dejar las cosas en el hotel e ir a ver el partido.

Espero a que mi amiga termine de almorzar y aprovecho para llevar la conversación al punto que he querido tocar desde hace más de un mes, cuando la encontré con mi fotógrafo en su oficina.

–¿Y él lo tiene claro?

–Me imagino que sí –encoje los hombros antes de coger una servilleta

–Creo que deberías decirle las cosas como son –dudo al hablar, pero me mira con interés y continúo–. Yo creo que está enamorado. Como te mira, como habla de ti...

–No le he dado motivos.

–Alexander tampoco me dio motivos y mira. Para enamorarte no necesitas motivos, Kat –bajo la voz, recordando la mirada gris del hombre al que estoy yendo a ver–. Un día alguien me dijo que no te enamorabas ni de los detalles, ni de las palabras. Te enamoras de la persona, y él está...

–Déjalo, Sof. Es muy lindo todo lo que dices, pero Christian sabe muy bien a lo que vamos. Y para que te quedes más tranquila, se lo recordaré cuando nos veamos.

–¿Y qué hay de Harry?

–No porque me vincules con más gente voy a terminar teniendo novio ¿sabes? ahora no tengo cabeza para relaciones. Harry es un hombre interesante, inteligente, atractivo. Pero no ha pasado nada. Todavía –murmura lo último y ruedo los ojos.

–Kat...

–Tampoco forzaré nada. Lamentablemente tu lío con el idiota nos ha obligado a trabajar juntos, y lo seguiremos haciendo todo lo que dure...

–Toda la vida, entonces.

–Toda la vida será –no suena tan convencida–. Lo único rescatable de todo esto es que iré a ver una puta final gratis. Ojalá que sea entretenida, porque si no ...

–Lo será. Jugarán los dos mejores equipos de Europa. Sé que no lo dice, pero Alex está emocionado. Se enfrentará a Cristiano, a Modric... el equipo en el que le hubiese gustado jugar de no ser por los egos.

–No me interesa. Por cierto ¿tendremos la fortuna de cruzarnos con su madre y su abuela? –elijo ignorar su tono de burla.

–Llegaron esta mañana.

–Ojalá el viaje no haya sido en vano.

La miro mal, ella ríe.

No voy a dar un concierto, sin embargo, las cosquillas que me invaden el estómago de repente se asemejan bastante a la de los nervios. Mi corazón late fuerte y estoy más ansiosa de lo que quisiera admitir.

Quizá sea el partido más importante de su carrera hasta el momento. La última vez que hablamos se escuchó bastante confiado, seguro de sí mismo. Incluso me pareció que ya estaba oliendo el sabor a triunfo.

Llegamos al aeropuerto minutos después de lo planeado. A penas nos dio tiempo para ir al hotel a alistarnos, gracias al cielo tenía el atuendo listo desde antes. La camiseta personalizada con mi nombre y el número nueve, unos jeans desgastados y las zapatillas de plataforma alta con el mismo diseño de sus botines favoritos.

El estadio estaba lleno hasta la bandera, los cánticos eran una sinfonía de emociones crudas y vibrantes. Desde el lugar de la grada con vista privilegiada al campo pude observar con más atención el contraste entre dos estilos diferentes de juego, el rojo y el blanco, la competitividad de la liga inglesa y la pasión de la liga española.

Los equipos saltaron al campo verde dejando a la vista los enfrentamientos individuales. Experiencia versus juventud. Leyendas consagradas versus jugadores con media carrera por delante.

Kroos versus Davide. Por la forma tan inteligente en la que armaban el juego si necesidad de correr.
Cristiano versus Alexander, en aquella competencia por ver quien se lleva el trofeo al máximo goleador de la competición

El silbato del árbitro multiplicó la energía que ya se respiraba en el campo. Cada pase, capa regate, cada disparo a puerta era un latido de mi corazón, una emoción que me atravesaba como un rayo. Sentía la adrenalina correr por mis venas, el fervor de la multitud me contagiaba, me hacía olvidar por un momento mis propias dudas.

El marcador mantuvo el "cero a cero" por un buen tiempo, reflejando la igualdad de condiciones y la necesidad de ambos equipos de parar cualquier intento de poner en ventaja al otro. Varias atajadas del portero del Liverpool, un desgaste de los marcadores del Madrid para frenar a Alexander.

El marcador se abrió con un gol de Ronaldo a los 30 minutos. Sin embargo, cinco minutos después, gracias a un pase magistral de Davide, Alexander anotó un gol de cabeza que levantó a la afición contraria.

Pero el empate no duraría mucho. Un gol. Un grito de júbilo al minuto 40. El cello de un doblete que ponía en ventaja no solo al Liverpool, si no también a Alex en su disputa por ser el máximo goleador del torneo.

Alexander, eufórico tras sus dos goles, se movía por el campo regateando a los defensas y creando ocasiones de gol. Yo lo observaba al lado de Katia con una sonrisa y el corazón palpitando con fuerza.

Entonces, ocurrió lo impensado.

Alex recibió el balón al centro del campo luego de un pase perfecto de Davide, tenía espacio para avanzar, pero un defensor lo marcó de cerca.

Intentó regatearlo como había echo hasta el momento con éxito, pero el defensor lo derribó, cayendo sobre su pierna derecha.

Mi corazón dejó de latir justo cuando el estadio enmudeció.

La expresión neutra de siempre fue reemplazada por una de dolor, y la forma en la que se llevó las manos a la rodilla también me desgarró a mí.

Estaba roto.

***
Cualquier parecido con la realidad...
Real Madrid - Liverpool2018 

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