31. The Best
Todos los que estaban en el campo de entrenamiento firman un acuerdo de confidencialidad. Lo hace Claudia, Atenea, la propia Isabella. Lo hago yo.
El arrebato de Meghan ha rebelado a medias un secreto bien guardado durante cuatro años. No todos los jugadores estaban enterados, ni los del cuerpo técnico, ni los recogepelotas. Había gente externa al club, mi equipo de trabajo, por ejemplo.
Se me cruza por la cabeza que quizá un acuerdo no sea suficiente para guardar silencio, pero Alexander está tan seguro que elijo creer. De todas formas, no entiendo porqué tanto cuidado de su parte.
¿Tanto cariño le ha cogido a Sofía?
–No pensé verte aquí –detengo mis pasos al oír la voz de Isabella.
–Eso debería decir yo.
Estoy esperando unas empanadas en el comedor de la ciudad deportiva. Todavía no es mediodía, por ello no está tan lleno como la primera vez que vine. Aunque el entrenamiento en el campo se terminó luego del lío, ahora mismo están en el gimnasio haciendo trabajo físico.
Decidí quedarme para almorzar con Alex, quiero aprovechar al máximo mi tiempo en Liverpool. Mañana vuelvo a Madrid por la tarde, tengo unos cuantos eventos antes del concierto y tiempo es lo que menos voy a tener.
–No entiendo por qué. Davide y yo estamos esperando un bebé, vamos a vivir juntos –arrugo la nariz cuando posa sus manos en su vientre–. A mí sí me están tomando en serio, pero no puedo decir lo mismo de ti...
–He venido a ver a mi novio –me mira con burla.
–Yo me pregunto algo ¿quién es la que se hace historias en la cabeza? Digo, no me sorprendería que pase otra vez, porque mientras tú ya tenías hasta el nombre de los hijos, él no quería absolutamente nada.
–En pasado –ignoro la punzada de mi pecho y levanto la cabeza para enfrentarla–, tú misma lo has dicho. Las cosas cambian.
–Sofía, no nos hagamos tontas. Alexander madrigal no te va a tomar en serio nunca. No se te hizo estar con un futbolista, en cambio yo, me voy a casar con Davide Linguini y le voy a dar un bebé.
Sonrío con ganas.
–¿Sabes cual es el detalle, Isa? –niega triunfante, no tiene ni la más mínima idea de lo que estoy a punto de decir y lo disfruto–. Yo no he necesitado quedar embarazada para que me tomen en serio. Compra Vogue la próxima semana, vamos a tener una sesión de fotos muy especial.
–No te equivoques. Desde antes del embarazo Davide y yo...
–A mí no puedes mentirme ya. ¿Se te olvida que mi novio es el mejor amigo de Davide? Él no te pidió que te mudaras, tú lo quisiste hacer para marcar territorio. Sin el embarazo no estarías aquí, y permíteme dudar.
–Piensa lo que quieras. Estoy consiguiendo todo lo que tú no vas a poder tener.
–¿Desde cuando se volvió una competencia por ver quien tiene más cosas? porque te recuerdo que no has jugado del todo limpio.
Isabella me mira furiosa, tiene la camiseta de entrenamiento y una chaqueta abierta con el logo del Liverpool.
–Pero estoy aquí, haciendo lo que tú nunca vas a poder. Construir un futuro con un futbolista de élite.
–Esa nunca ha sido mi meta y lo sabes. Aunque, de cualquier manera, estás construyendo tu futuro perfecto a base de mentiras. Mentiras que, por cierto, no te van a alcanzar para librarte del juicio con Alexander.
–Eso ya lo veremos. ¿Crees que Davide va a dejar desprotegida a la madre de su primer bebé?
Una imagen de Sofía persiguiendo al perrito con rueditas el día de su cumpleaños me llega de golpe, haciéndome retroceder.
No soy quien para sacarle de ese error.
–¿Y ponerse en contra de su mejor amigo? No lo creo –veo sobre mi hombro la bandeja de empanadas lista sobre la barra–. Todavía me debes las disculpas públicas y la recompensa ¿Cuánto plazo quieres?
–Yo no te voy a pagar nada.
–Te voy a dar un consejo por todos los años de amistad que tuvimos –me doy la vuelta dispuesta a seguir con mi camino–. No sigas arruinando tu imagen pública. Ríndete y pide disculpas, porque ahora mismo solo te ven como una... mentirosa.
–Cambiará cuando formalice todo con Davide. Aunque tú, el imbécil de Alexander y hasta la loca de Meghan se opongan.
–Es un consejo, a fin de cuentas. Tú ves si lo tomas o lo dejas. Ahora, si me permites, tengo cosas que hacer.
Me acerco hasta la barra para retirar las empanadas calientes. Paso por una de las cafeteras a hacer unos vasos de café y mientras espero siento la mirada de Isabella siguiendo todos mis movimientos.
Las chicas me esperan sentadas en una de las mesas de la terraza, Atenea está publicando algunas fotos en las redes y Claudia está revisando el iPad. Fuera de todo, las instantáneas de la fiesta de anoche han tenido muchas reacciones, ya son objeto de noticia no solo en Inglaterra, también en España.
–Está casado ¿verdad? –pregunta Atenea al retirar un café de la bandeja.
–¿Quién? –le doy un mordisco a la empanada fingiendo desinterés.
–Davide. Por eso Meghan reaccionó así. ¿Tiene hijos? ¿por qué tuvimos que firmar ese acuerdo?
–Solo es por precaución.
–¿Está casado, ¿no?
Niego con convicción, me duele mentirle en estas circunstancias. Nuestra relación pende de un hilo desde aquella discusión en la oficina, sin embargo, no tengo otra opción.
–Son sus líos –me quiero tirar del balcón al oírme decir eso.
–¡Está metida Isabella! Tuvieron muchos problemas, sí. Es una mentirosa, te lastimó muchísimo. Pero no puedo evitar preocuparme por ella.
–Y te entiendo. Pero son cosas en las que es mejor no meterse.
–Entonces sí hay más –me mira interrogante–. ¿Qué sabes, Sofía?
–Nada.
–Alexander la calló por algo. ¿Qué esconde? ¿Qué es eso tan importante por lo que nos hicieron firmar el acuerdo?
–Seguridad –simplifico enfocándome en Claudia–. ¿Katia dijo algo?
–Dijo que la llames cuando puedas. No ha pasado nada malo, tranquila –se adelantó al ver mi expresión de pánico–. Es para ultimar unos detalles para el concierto y creo que le llegaron nuevas ofertas.
–Eso es bueno ¿no?
–Buenísimo. ¿Oye Sof? –preguntó con cautela y asentí, rogando que no fuesen más preguntas sobre el escándalo–. Me gustaría dar un recorrido por las instalaciones ¿es prudente?
Negué aliviada. NO era buena mintiendo, y los cuestionamientos de Atenea me estaban poniendo entre la espada y la pared.
Las invité a dar una vuelta luego de un rato. No era una experta, pero conocía lo suficiente como para hacer un recorrido rápido por lo más importante. En la puerta del gimnasio nos encontramos con uno de los delanteros del equipo, quien se ofreció a pedir a uno de los encargados para que nos ayuden con el entrenamiento. Le agradecí con una sonrisa, suponiendo que el entrenamiento ya había terminado.
El mismo chico me dijo que Alexander estaba en una de las salas de descanso, acompañé a las chicas con la persona que les terminaría de dar el recorrido y me di la vuelta para buscarlo.
Aunque tardé un poco, encontré la sala de descanso en el segundo nivel de uno de los edificios laterales. Abrí la puerta con cuidado, impregnándome del aroma a café recién echo y de la tranquilidad que se respiraba allí dentro.
Tranquilidad mezclada con tensión, mejor dicho.
No me encontré a muchos jugadores, así como esperé. La sala estaba casi vacía, excepto por los dos hombres que mantenían una conversación tensa en uno de los sofás del fondo.
–Se lo tengo que contar –susurró Davide, totalmente derrotado.
–¿No me importan tus mierdas! si quieres formar una familia con Isabella, adelante. Me da igual que quieras oficializar o seguir follándotela. Pero a la niña no la metas.
–¡es mi hija! ¿de verdad crees que...?
–Hice una maldita promesa hace cuatro años y la voy a cumplir. Cueste lo que cueste.
¿Una promesa?
–Y siempre te lo voy a agradecer. Sabes que lo que más me da miedo de todo esto es que ella salga lastimada. Pero tampoco le puedo mentir a Isabella, está embarazada y se merece...
–Ella no se merece nada –exasperado, Alexander se pasa la mano por el cabello mojado–. No me importa lo que hagan. Pero una cosa sí te digo, mantenla vigilada, porque si algo llega a hacer en contra de la niña no me va a importar que la criatura que está esperando sea tuya.
–Tengo que confiar en ella. Es la madre de mi bebé.
–Y puede ser un peligro para tu hija –carraspeo para llamar la atención, Alexander me ve primero y hace una seña para que me acerque–. ¿Qué tanto piensas decirle?
–¿Todo? –se oye indeciso–. Quiere que nos casemos, tengo que explicarle que no puedo hacerlo. Se está quedando en la suite imperial de Central. Pensé en comprar un departamento y no sé... no sé qué hacer.
–Ofrecerle dinero para que aborte también es una opción.
Oh. Oh.
Me cubro la boca para acallar el gritito de sorpresa, de todas las opciones que podía dar nunca imaginé que eligiera esta.
No es una opción.
No puede serlo. Es un ser humano que no tiene la culpa de nada, no pidió venir al mundo.
Alexander Madrigal no solo es egocéntrico y prepotente, es cruel. Algo se siente pesado en mi pecho cuando lo miro tranquilo, destilando una paz envidiable.
–¿Cómo crees? Es mi bebé. No debo ni siquiera pensarlo.
–Hasta que le hagas una prueba yo lo dudaría –palmea el asiento libre de su costado invitándome a sentarme–. Solo estoy diciendo la verdad, porque tú también lo has pensado.
–Las posibilidades de que sea mío son muchas. Las semanas cuadran, y no tendría porqué mentirme con algo así.
–Entonces ¿sí está embarazada? –pregunto despacio.
Davide asiente abrumado. Lanza un suspiro pesado y los ojos se le llenan de lágrimas.
–Me mostró la prueba de sangre y ya tenemos cita con un ginecólogo.
–Me imagino que ya has pensado cómo contárselo a Sofía –Davide niega y él suelta una risa irónica–. Te estás tardando. Isabella ya está instalándose aquí y no falta mucho para que le vaya a contar a todo mundo que "está esperando un hijo de Davide Linguini".
–Pensé que tardaría en venir. No sé, supuse que tendría que arreglar cosas en Madrid. Llegó de sorpresa –dice mirándome.
–No debería sorprenderte. Isabella es así, desprendida.
–Mentirosa y falsa también. Que ya te quede claro de una vez por todas –añadió Alex ganándose una mala mirada por parte de su amigo–. ¿De verdad quieres que tu hijo tenga una madre así? ¿Qué futuro le espera a su lado?
–También estará conmigo. Le daré el mismo cariño que le he dado a Sofía.
–No compares –Alex endurece la mandíbula–. Nunca se van a merecer lo mismo.
Y ahora entiendo menos.
–Será mi hijo. Sofía tendrá un hermano –dice más para él que para nosotros–, un hermano. Nunca me lo hubiese imaginado. Desde que pasó lo que pasó me convencí que solo podría tener una hija, y ahora... yo no... ¿qué le voy a decir a ella? ¿cómo se lo voy a explicar?
–Eso debiste pensar antes de follar sin preservativo. ¿Qué mierda, Davide? –el aludido se cubre la cara arrepentido, desesperado, totalmente derrotado, y algo en mi corazón se encoje.
–Sofía entenderá –intento consolarlo–. Es más, seguro se pondrá muy feliz. A esa edad se sueña con tener un hermanito, lo querrá mucho. Es una niña con un corazón enorme.
–Tienes razón. Es la personita más noble que puede haber en el mundo.
Aunque el desconsuelo no se va, la voz se le anima un poco mientras habla de su hija. Davide tiene una estrellita que ilumina hasta el momento más obscuro.
Lo conozco poco, pero lo suficiente para entender que si está de pie después de lo que pasó con Bianca es gracias a ella.
Tengo el impulso de preguntar cómo era ella ¿Alexander la habrá conocido? ¿se habrán llevado bien?
Salimos al comedor un rato después. Me esfuerzo por seguirle el paso a Alexander, sin embargo, termino caminando un poco más atrás, al lado de Davide.
–Te he estado buscando ¿por qué no me contestas el teléfono?
Isabella nos intercepta a punto de subir a la segunda planta. Me hago a un lado para no interferir en el abrazo cargado de efusividad que le regala a Davide. Como si tuviesen una relación estable de años. Él les corresponde a medias, porque a diferencia del hombre que me mira sin descaro de pies a cabeza, no es un maleducado.
–Lo dejé en mi casillero. Lo siento.
–¿Lista para el juicio? Porque mis abogados ya están esperando el día con ansias –inquiere Alex sin dignarse a verla del todo, tiene sus ojos fijos en mis senos.
La intensidad de su mirada tiene un efecto parecido al roce de su piel con la mía. Me pone todos los vellos de punta, un ligero escalofrío me recorre la espalda.
No es normal.
Isabella mira a Davide en busca de ayuda, él retrocede moviendo la cabeza en señal de disculpa.
–NO te vas a salir con la tuya –dice Isabella con los dientes apretados.
–Pruébame –él encoje los hombros–. Seguimos esperando las disculpas públicas, por cierto.
–¿Por qué tengo que disculparme por decir la verdad? Eres un mujeriego de lo peor. La usaste, la pisoteaste, y la vuelves a recoger cuando se te da la gana para que luego la vuelvas a tirar como un trapo otra vez. Porque eso es para ti ¿cierto? un trofeo. Nunca vas a ser nada más –añade mirándome y aprieto los ojos.
–Hay un pequeño detalle, belleza –el estómago se me revuelve con el apelativo que usa y creo que no puedo disimular–. Sofía es muchas cosas, y para conseguirlo no ha tenido que amarrar a nadie con un embarazo. Porque de no ser por el maldito bebé, tú no estarías aquí. Lástima que ese jueguito no aplique para quitarte la demanda ¿no?
–Davide no va a perdonarte que trates así a la mamá de su primer bebé.
Pasan un montón de cosas al mismo tiempo. Alex suelta una carcajada áspera sin poder evitarlo, ella se abraza el vientre de esa manera protectora que se ve tan extraña. Y Davide, que había preferido permanecer al margen, fija sus ojos en ese mismo gesto y algo cambia.
En su rostro se mezcla la preocupación con la culpa, la desesperación con un toquecito de nostalgia. Pero sobre todas esas sensaciones, identifico seguridad.
Creo que, con ese pequeño gesto, aún sin saberlo, Isabella ha sumado un punto más. Y esto casi segura que es lo que Davide necesitaba para terminar de convencerse de contarle la verdad.
–Tenemos que hablar, Isa –se adelanta Davide, con un tono que intenta ocultar el miedo.
–Recuerda lo que hablamos –le escupe Alex antes de darse media vuelta–. Comeremos fuera, nena. Apúrate.
Lo sigo casi corriendo luego de haberme despedido de Davide con un apretón de manos con el que esperaba transmitirle fuerza. Vamos a recoger sus cosas a los casilleros, y en la entrada se cruza con Luis, el esposo de Grace que le pide un minuto para hablar. Me tira las llaves de su auto al aire, y por alguna razón le hago caso.
De camino al estacionamiento me contacto con Claudia para contarle las últimas novedades, le mando mi ubicación y es cuestión de minutos para tenerlas junto al BMW blanco.
–No vamos a ir aquí –observa mi asistente.
Es un deportivo de dos asientos.
–Ahora lo solucionamos. ¿Qué tal el recorrido?
–Maravilloso. Parece un hotel de cinco estrellas. Aquí nadie se aburre, ni siquiera los niños. Y el estacionamiento es... ¿me puedo sacar fotos con los autos...?
Asiento feliz sacando mi móvil para ayudarle con ello. Está sorprendida, emocionada, maravillada. Atenea también se une y lo agradezco en silencio, ya tendría tiempo para arreglar las cosas con ella, con mamá, con Gabi.
–Nos vamos –Alex llega después de un rato y me quita la llave del auto.
–Hola –Claudia saluda con timidez.
–Hay un pequeño problema –me adelanto al ver que no va a responder nada, pues ya está desbloqueando los seguros–. Claudia y Atenea...
–Mandaré por ellas –simplifica rodeando el auto para subirse al asiento del copiloto.
Es un maleducado.
Atenea suelta un bufido de fastidio y me disculpo antes de subirme al auto. Ni bien se pone en marcha, hace una llamada a su equipo de seguridad para que las recoja. Una camioneta negra nos sigue discretamente y a estas alturas ya no sé cómo sentirme.
Abrumada, extraña, feliz.
–Me apetece comer carne –le digo para cortar el silencio, cuando se detiene en uno de los semáforos de la ciudad.
No me dice nada. Se acomoda los lentes de sol y se quita el cinturón.
¿Aquí tampoco sigue reglas?
–¿Tú que quieres?
–¿Follarte está en la lista?
El calor se apodera de mis mejillas en cuestión de segundos. no siento la intensidad de su mirada sobre mí, pero sé que me está observando. Él me sonríe de medio lado y no puedo evitar morder mi labio inferior.
Levanta una mano y lo libera con cuidado, aunque el roce es leve, termina dejando un hilo de fuego a su paso, que se extiende a raudales al resto de mi cuerpo.
–Estaba hablando de comida... almuerzo –me corrijo antes de darle tiempo de hablar–. ¿Carne está bien?
Me descoloca que tome una de mis manos para depositar un beso suave, distinto a los que suele darme. De hecho, es la primera vez que lo hace y no se ha tratado de un saludo ni de una despedida.
Ha sido un gesto natural, impropio de él, especial. Y me permito volver a soñar.
Vuelve a fijar la vista en la carretera restándole importancia a lo que acaba de hacer. Soporto el silencio un par de minutos más, hasta que me armo de valor y continúo.
–¿Puedo preguntarte algo? –asiente desinteresado, encendiendo los direccionales para girar en una rotonda–. Bianca... ¿la conociste? ¿cómo era?
–¿Y de todas las cosas que podías preguntarme, preguntas por algo insignificante?
–¡No es insignificante! Yo... quiero saber. ¿La conociste? –asiente rápido, hago una pausa para que hable y en vista de que no lo hace, continúo–. Me imagino que los jugadores más antiguos la conocen y sus esposas también. Meghan, Grace. Por lo que he podido ver la querían mucho...
–Quieren, hermosura.
Asiento sorprendida por el tono íntimo que ha usado.
–¿Cómo era?
–Normal –ruedo los ojos–. Con manos, pies...
–¡Eso no importa! Era linda, seguro. No sé, quiero saber si... te escuché hablar de una promesa. ¿Puedo preguntar?
–De poder puedes. De allí a que te responda... depende.
–¿De qué?
–Puedo no querer hacerlo y ya está. ¿Por qué mejor no nos ahorramos el mal rato?
–¿Me lo contarás algún día?
–Algún día –confirma.
Por algún motivo mi corazón se alborota al oírlo. Le creo, y también elijo creer en las promesas implícitas en esas palabras.
Nos queda mucho tiempo juntos. No vamos contra reloj ni contracorriente.
Tiene una inclinación innegable por los restaurantes exclusivos. Le encanta la sensación de poder que le da elegir la mejor mesa incluso sin reservación, de ser reconocido por el maître, de que todos los ojos estén puestos en él. Es como si necesitara un escenario para exhibirse, tal cual hace en el campo de juego tras anotar un gol.
No importa si la comida es buena o mala, lo importante es que sea cara y que el lugar sea lujoso, y claro, que todos los demás comensales sepan que él puede permitirse ese gusto, todos los días.
Es su forma de demostrar su superioridad, de marcar la diferencia entre él y los demás. De alimentar su ego.
Esa tarde, luego de cambiarnos de ropa en el pent-house, vamos a una exposición de arte moderno en el muelle de Liverpool. Tal como estaba planeado, paseamos por la orilla del mar, nos quedamos hasta ver la puesta del sol de la tarde, subimos a su yate para cenar bajo la luz de la luna. Nos acompaña un fotógrafo de Vogue, pues es nuestra manera de gritarle al mundo que estamos juntos.
O, mejor dicho, la estrategia de marketing de nuestros respectivos representantes. Tras la publicación de la sesión, me van a entrar unas buenas decenas de miles de euros a la cuenta. No quiero lucrar con mi vida privada, sin embargo, todo el mundo parece estar de acuerdo con hacerlo. Incluso él.
Esa noche, cuando todos se van y por fin nos dejan solos, puedo respirar en paz. Mientras terminamos de cenar en la cubierta, con la mesa llena de velas y flores de temporada, vuelvo a sentir que lo nuestro sí es real.
No hay flashes, ni indicaciones. Estamos él y yo, disfrutando del ruido de las holas del mar rompiendo contra el yate, de la brisa nocturna.
***
Cero días. Menos de una hora.
La noche del concierto había llegado en un abrir y cerrar de ojos, justo cuando menos preparada y más insegura me sentía. El camerino era un hervidero de gente corriendo de un lado a otro organizando partituras, vestuarios y accesorios. Un estilista me arreglaba el cabello en un moño elegante, y la maquillista hacía lo suyo maquillándome las cejas.
Mi corazón latía con fuerza y mis manos temblaban ligeramente. Mi estómago cosquilleaba producto del miedo, tenía la garganta seca, un cúmulo de sensaciones impidiéndome el paso normal del aire.
Ansiedad. Miedo. Ilusión. Nostalgia.
Mi primer concierto en solitario sin papá.
"me está viendo desde el cielo" –me mentalicé mientras expulsaba el aire poco a poco, procurando no entorpecer el trabajo de las personas de mi alrededor.
–Ya acomodé a los periodistas y la sala está casi llena –escuché la voz de Atenea tras el sonido de la puerta–. Informé que después del concierto habrá una pequeña rueda de preguntas con los medios importantes. Hay periodistas ingleses, así que los incluiré en la lista.
Inglaterra. Alexander.
Mi ansiedad se triplicó al pensar en esa sonrisa arrogante y en esa mirada indescifrable que me quitaba el sueño. Había ido a verle jugar el fin de semana contra el Arsenal, también en busca de una confirmación de su asistencia al concierto. Sin embargo, recibí el mismo "ya veremos" de la primera vez.
Ayer jugó contra el Borussia en Alemania, ya estaban dentro de la final con cero a tres en el marcador del partido. Dos a seis en el global .
Estaba siendo una semana demasiado complicada, no había podido ir a verle y me dolió en el alma. Falté a un partido importante y me sentía culpable.
No sabía si lo vería esta noche. Cuando hablamos al mediodía, no me dijo mucho, o, mejor dicho, nada. El avión del Liverpool partió a Inglaterra a media mañana, y solo me escribió para contarme.
¿Estaría en la sala casi llena?
–Necesito que me ayudes con las joyas. Voy a probar el sonido otra vez –ordenó Katia llegando hasta donde estaba–. ¿Lista?
–No lo sé.
–Tienes que decirme que sí, Sofía. Te has preparado mucho para este momento.
–Lo sé. Solo...¿está en la sala?
–¿Greta? Sí –negué con los ojos cerrados, siguiendo la orden del maquillador que me estaba aplicando fijador–. Tus amigas. Clara y Gabi creo que se llamaban, también están aquí.
–¿Él?
–¡No lo sé, joder! Y es lo que menos importa ahora. Pegaré la lista de piezas en el piso, al lado del piano, para que lo revises de rato en rato ¿listo?
¿Eso era un "no"?
–Está preciosa, señorita –me dijo el estilista cuando terminó con mi cabello.
–Muchas gracias –atiné a decir, presa de la angustia mezclada con los nervios.
–Lo vas a hacer excelente –me dijo Katia después de un rato, entrelazando sus dedos–. Hemos trabajado mucho para esta noche y todo está increíble, así como lo soñaste.
–Gracias por todo, Kat –me puse de pie y le di un medio abrazo, procurando que no se me arruine el maquillaje–. Te quiero mucho.
Me correspondió con una sonrisa sincera que se sintió como un abrazo al corazón. Le hizo una seña a Christian para pedirle que nos hiciera una foto al lado de los arreglos florales que amablemente me enviaron las marcas que me vistieron.
Kat se veía radiante con el vestido negro largo, que se ceñía como un guante hasta sus caderas, para luego caer en una falda de vuelo sutil. El cabello negro con hondas le cubría el escote de la espalda, y el maquillaje le resaltaba la mirada de una forma impresionante. Tanto que Christian no dejaba de mirarla mientras nos hacía las fotos.
–Yo también quiero una foto –sonreí al escuchar la voz cálida de Atenea, que se puso a mi lado–. Estás preciosa, mi vida.
–Tú también. Gracias por estar aquí...
–No me agrada él. Pero yo a ti te adoro, y estoy muy orgullosa de todo lo que estás consiguiendo –susurró abrazándome con fuerza–. ¿Me ayudas, Chris?
Pasé por alto el diminutivo que usó y la forma en la que se le iluminaron los ojos al ver a mi fotógrafo. A fin de cuentas, él tenía algo con Katia.
Claudia se unió a nosotras después de un rato, aún no estaba del todo lista, pues había tenido que correr de un lugar a otro dando órdenes. En una mano tenía mi móvil, y en la otra, una cajita envuelta en papel negro con lazo rojo.
–¿Qué es eso? –preguntó Atenea.
–Me lo entregaron en la puerta. Es para ti, Sof –susurró extendiéndome la caja.
La tomé extrañada, la textura del papel se sintió extraña entre mis dedos. El lazo de terciopelo mucho más, pues nunca había tenido uno así.
–¿Gracias?
Había solo un nombre en mi mente, uno que no me atrevía a mencionar por miedo a que mis sospechas se hicieran ciertas.
Al abrir la caja, ante la atenta mirada de todo mi equipo, no me quedaron dudas. Reposando sobre una almohadita de satén blanco, estaba aquel reloj que elegí en la exposición. Lo pude reconocer pese al cambio notorio de la esfera, ahora adornada por diamantes diminutos que reflejaban la luz de una manera mágica.
Se me escapó un gritito ahogado al tomarlo en mis manos para ver la inscripción grabada en la parte posterior.
15/05/18.
The Best.
–Es una belleza –se adelantó Atenea, admirando la pieza lujosa que sostenía entre las manos–. ¿Quién te la regaló?
–N o preguntes cosas evidentes ¿quieres? –Katia se acercó por el otro lado para observarla mejor–. Es un idiota y todo lo que quieras, pero tiene un gusto exquisito.
La tapa de la caja está personalizada con mi nombre acompañado de una frase que me eriza la piel.
«Nunca dejes de brillar»
Además del reloj hay un papel doblado con una nota escrita a mano. Mi corazón se salta un latido al ver que la ha escrito él, y teniendo en cuenta que estas cosas le resultan patéticas, se siente bien saber que lo ha hecho pensando en mí.
"Aunque no podré estar allí esta noche, quiero que sepas que estaré pensando en ti. Muéstrales de lo que estás hecha.
A.M".
Ni una palabra más.
Una punzada de decepción me atraviesa el pecho al releer la nota. No va a venir. Guardo el papel bajo la almohadilla de satén, junto al certificado de originalidad del reloj intentando disimular la sensación de vacío anidada en mi estómago. Parpadeo varias veces para contener las lágrimas que amenazan con arruinarme el maquillaje, me miro en el espejo empotrado de la pared y suspiro.
Me aparto de mi equipo con el reloj en la mano, ensordeciendo las voces de mi entorno. ¿De verdad cree que un accesorio compensa su ausencia?
Ciertamente, es muy bonito.
Ciertamente, me hace ilusión tenerlo en la mano y ver la delicadeza de los diamantes.
Pero no es suficiente. Lo quería aquí, junto a mí. Porque es lo que un novio haría, acompañar a su novia en uno de los momentos más importantes de su vida.
Ayer le mandé un mensaje diciéndole que todos sus logros eran míos luego del partido, me sentía culpable por no haber estado allí. Y él...
¿Estará lidiando con el mismo sentimiento de culpabilidad que no me dejó dormir toda la noche?
–Iré al baño un minuto. ¿Me alcanzas el móvil, por favor, Clau? –mi voz sonó más triste de lo que quise.
Atenea intentó seguirme cuando atravesé el pacillo del camerino, sin embargo, Katia la frenó con un susurro. Imaginaba que a estas alturas no era conveniente hacer el problema más grande, estábamos a pocos minutos de empezar el concierto.
Ni bien cerré la puerta me miré al espejo. El vestido dorado elegante dejaba mis hombros al descubierto, y le daba protagonismo al collar de diamantes que caía sutil sobre mi pecho. Los aretes eran de la nueva colección de lumbreras, no tan largos, con un corte de la piedra similar al de una nota musical, diseñado especialmente para este día.
Algo se sentía extraño al ver mi mirada cargada de decepción reflejada en el espejo. Las pestañas largas hacían que se viese mucho más gramática, como resaltando mi estado anímico actual, evidentemente afectado por aquel reloj.
Dejé el accesorio sobre el mármol del lavabo antes de desbloquear mi celular para buscar su contacto. Una foto suya con sonrisa triunfante y cejas arqueadas me hizo cerrar los ojos, yo se la había tomado antes de volver a Madrid en la terraza del pent-house.
Oprimí el botón de fase time con el corazón en la garganta, sin saber exactamente para que llamaba. Quería decirle muchas cosas, que no importaba todo el dinero que gastó al mandar a personalizar el reloj cuando lo único que deseaba era tenerle aquí.
No me iba a comprar con cosas caras, eso lo tenía claro. Y me sentía en la obligación de decírselo.
Contestó a la mitad del quinto tono, sin embargo, no dijo absolutamente nada. De fondo oí el eco de algo cayendo al suelo. Alejé el teléfono para enfocarme en la cámara y lo vi.
Con una camiseta para hacer ejercicio, el cabello desordenado y el rostro sin expresión. Estaba en el gimnasio de su casa, con la corredora a la espalda y un par de pesas regadas por el suelo.
–Hola... –empecé con un hilo de voz.
–Estás hermosa, nena –no estaba cerca, sin embargo, el tono de su voz me erizó la piel–. No sabes lo mucho que me gustaría quitarte el vestido esta noche.
"Pero no vas a poder, porque no estás aquí".
Lo pensé, mas no lo dije. Tragué fuerte antes de levantar el reloj en mis manos, mostrándoselo.
–Está muy lindo –le dije en cambio, con un nudo en la garganta–. Gracias.
–Es lo mínimo que te mereces. Quiero que salgas con él al escenario.
Por acto reflejo me miré las muñecas vacías. Para una mayor movilidad opté por no llevar ninguna pulsera. Luego fijé los ojos en el reloj, le quité el broche lentamente y asentí.
–Está bien.
¿Era lo único que le iba a decir después de todo?
No me salió la voz para el reclamo. Es más, al ver la sonrisa complacida que me regaló del otro lado se me olvidó.
–Te queda perfecto –concluyó cuando le mostré la mano tras ponérmelo–. ¿A qué hora tocas?
–En 10 minutos –me fijé la hora en mi nuevo reloj y todo pareció detenerse al ver su sonrisa–. Tengo miedo.
–¿De qué? hermosura, estás perfecta. Lo harás genial, es momento de demostrarle a toda esa gente que está ahí todo lo que eres capaz de hacer.
–¿Y si no sale bien?
–¿No te han dicho que eres una de las mejores pianistas del mundo? todos parecen darse cuenta menos tú. Nena, deja la modestia y la humildad por un minuto.
–No es...
–¿Qué eres, Sofía Romero?
–¿Qué...?
–¿Qué eres, Sofía Romero? –insistió fijando los ojos en el reloj.
The Best.
El ruido de voces ultimando detalles se filtraba por las paredes del pequeño espacio en el que me hallaba. Contrariada, medio embelesada por el tono demandante que empleó y con una sensación extraña que me recorrió de arriba hacia abajo al fijar mis ojos en los diamantes del reloj, me atreví.
–La mejor pianista del mundo.
Fue apenas un susurro, inaudible, cargado de duda. Pero suficiente para verle sonreír de verdad.
La sonrisa no era arrogante, ni complacida, ni triunfante. Era genuina, y al verle así, me volví a perder.
–Sal y brilla esta noche, hermosura –dijo en el mismo tono.
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