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30. Contragolpe

Desde las gradas hasta el escenario, Sofía Romero ha demostrado que es una verdadera estrella. Su relación con Alexander Madrigal ha Catapultado su fama, pero su talento musical la ha convertido en una figura imprescindible en el mundo de la música"

Sonrío ligeramente al ver mi primera portada en solitario para la revista ¡Hola!, con la que no solo inauguramos la edición de mayo, sino que además presentamos mi concierto en el teatro real de la próxima semana.

Trece días.

Menos de dos semanas.

Y no estoy preparada.

Sacudo la cabeza centrando mi atención en la revista, cuyo artículo principal es una entrevista en la que hablo de todo. Mis proyectos actuales, mis planes a futuro, mi crecimiento en redes, mi relación con Alexander. No doy un anuncio oficial, pero doy a entender muchas cosas por pura estrategia de marketing.

Vamos a anunciar que estamos juntos en una sesión de fotos para Vogue, y eso también es cosa de marketing, haciendo referencia a donde todo empezó. Resulta que el representante de Alexander, Harry, se puso en contacto con Katia para "potenciar nuestra imagen" hace más de una semana, justo al día siguiente de mi llegada a España luego de haber estado en Milán.

De allí que esté en el jet rumbo a Liverpool junto a mi secretaria y a Atenea, para asistir a la presentación de una nueva colección de relojes en un yate del mar de Irlanda. Voy como acompañante de la imagen principal de la marca, y estoy nerviosa, porque estamos frente a otra nueva primera vez.

Nuestra primera vez asistiendo a un evento juntos.

–Sales preciosa –halaga Claudia, dejando la copa de vino media vacía en la mesa–. Si seguimos así en unos meses vas a ser la mujer más importante de España.

–No es para tanto.

–¿Cómo que no es para tanto? Portadas de revistas importantes, conciertos, festivales, imagen de marcas reconocidas. Te estoy empezando a ver como una nueva Georgina.

Atenea rueda los ojos, no está contenta con nada. Le hizo mala cara a Katia cuando decidimos que quien me acompañaría fuese ella, como era de esperarse discutieron. Aunque al final mi representante siempre consigue lo que quiere.

Y por eso me ha ignorado desde que subimos al avión, según sus propias palabras, "no quiere nada del idiota que me está manipulando".

–No exageres –le sonrío con una opresión en el pecho, cuando la idea de que por seguir al corazón puedo perder a la gente que quiero me invade–. ¿Revisamos la agenda?

–Por supuesto –desliza el iPad y lo acomoda para que lo veamos las dos–. ¿pensaste en la pieza que vas a tocar esta noche?

Pequeño detalle, iré como acompañante, y ya que estamos en esas, también como espectáculo principal.

–Claro de luna –respondo sin pensar, trayendo al juego aquel mensaje que me envió Alexander cuando me dejó en Praga.

–Perfecto. Mañana a las ocho tienes el desayuno benéfico con Grace Evans, luego vamos a la ciudad deportiva y en la tarde vas a visitar la galería del muelle. ¿Agregamos algo más?

–¿Te confirmaron la reservación? –niego antes de preguntar.

–Sí. Una habitación doble en Adelphi, está a cinco minutos en auto de la casa del señor madrigal.

–Alexander. Con confianza, Clau –me remuevo incómoda en el asiento al sentir la mirada reprobatoria de Atenea–. Todavía no ha cumplido 30 ni se ha casado.

–Todavía –murmura mi amiga con una risa sarcástica, lo suficientemente alto para escucharla.

Claudia carraspea incómoda, aún así, no deja de sonreír mientras sigue tecleando en el aparato.

–Deja eso un minuto, desde aquí el mar se ve espectacular –le indico inclinándome hacia la ventanilla que tengo al lado.

El mar de Irlanda se veía como un espectáculo impresionante de aguas azul turquesa brillando con la luz del sol y olas rompiendo en las piedras de la costa. Perdida en la inmensidad del paisaje natural, viajé entre mis recuerdos hasta llegar a aquel primer partido que vi en Liverpool. La energía de la ciudad, la pasión de los aficionados dentro y fuera del estadio, su sonrisa triunfante.

A lo lejos pude distinguir los edificios que nos daban la bienvenida a la ciudad, el río Mersey, el Liver Building. Mi corazón latía con fuerza, anticipándose al momento que había esperado todos estos días.

Atenea no lo estaba disfrutando, estaba trabajando, lo supe al identificar la media sonrisa que esbozó antes de grabar un pequeño video con su teléfono. Levantamos las copas en señal de brindis para terminar la historia que agregaría a mi Instagram en breve.

El avión aterrizó en Liverpool minutos después, la tripulación nos ayudó con las maletas y nos escoltó hacia la entrada de la sala BIP, donde nos esperaba Tom con un par de personas más.

Dos guardias y Harry, lo supe en cuanto la camioneta se puso en marcha.

–Al hotel de las señoritas –indicó el representante del Alexander, mirándome por el espejo retrovisor–. Dejaremos sus maletas y luego iremos al pent-house.

–Si no es mucha molestia, me gustaría quedarme en el hotel un rato. Quiero darme un baño, descansar, comer algo...

–Lo podrán hacer después –siguió Harry mirando a Atenea, antes de volver su vista hacia mí–. Necesitamos que te ayuden a instalarte y a dejar todo listo para esta noche, si lo que quieren es comer podrán hacerlo allí.

–Puedo instalarme sola –intenté.

–Katia me dijo que las dos venían a ayudarte. Una tu asistente, la otra maneja las redes. ¿Qué tal el viaje?

–Genial. ¿Dónde está Alex?

–Me imagino que volviendo a casa –revisa su reloj de pulsera–, el entrenamiento terminó hace 30 minutos.

Quien tampoco me quitaba la vista de encima era Tom, la sorpresa en sus ojos era notable. No se imaginaba volver a verme, para ser sincera, yo tampoco lo creía posible.

El pent-house desbloquea un montón de recuerdos desordenados. La cena que le preparé, nuestra primera noche juntos, la entrevista, ese "desliz" en el gimnasio, ese "te quiero en mi vida, en mi cama y en todos mis partidos".

"Vaya que sí lo había conseguido" –me dije cuando entré a la habitación principal perfectamente arreglada. Dejé mi maleta en el suelo y me senté sobre la cama, convenciéndome que esto no era un sueño.

Me estiré para coger el reloj tirado de forma descuidada de la mesa de noche. A simple vista era una pieza dorada con correa de piel de cocodrilo negra y sencilla, sin embargo, me sorprendí al ver la frase inscrita atrás.

"The Best".

Curvé los labios en una sonrisa delineando las letras, ni pequeñas ni tan grandes, ni escondidas ni tan llamativas.

Era más que un simple accesorio, una declaración descarada y arrogante que encajaba perfectamente con el hombre que amaba y odiaba a partes iguales.

Un escalofrío recorrió mi espalda. Por un lado, lo admiraba demasiado, su ambición, su determinación, la seguridad que yo me moría por tener. Pero por otro me preocupaba su ego desmedido.

–The Best –repetí bajito para convencerme.

Quizá tenía razón. Quizá era el mejor en lo que hacía. Pero ¿qué era exactamente ser el mejor? Acaso bastaba con ganar partidos, trofeos, acumular riquezas y ser admirado por muchos.

Por alguna razón me sentí pequeña e insignificante. Rodeada de tanto lujo y éxito, me pregunté si algún día podría alcanzar sus estándares.

–¿Te gusta?

Respiré profundo para intentar calmar mis pensamientos. El reloj se me resbaló en el colchón y di un pequeño salto, asustada.

Le bastaron un par de pasos para quedar frente a mí, con una toalla rodeándole la cintura. Las gotas de agua se resbalaban por su cuerpo de forma descargada, obligándome a tragar en seco a causa de la corriente de deseo que me recorrió desde el estómago.

–¿Qué? Hola –susurré levantándome para abrazarlo.

–El reloj –contestó, colocando un brazo alrededor de mi cintura.

Su cercanía me ponía nerviosa, su olor me hacía perder los estribos y el echo de poder abrazarle me producía una nostalgia indescriptible .

Era real.

Unió sus labios con los míos en un beso cargado. Lo había extrañado demasiado. Cada día, cada noche se había sentido como una eternidad. Una agonía que ponía en tela de juicio esa tan ansiada "segunda oportunidad". Era todo, la relación a distancia, mis inseguridades, ese "no te amo".

Pero en cuanto lo tuve cerca y su cuerpo húmedo envolvió al mío, se me olvidaron todas las dudas.

–Es muy lindo –murmuré sintiéndome ridícula–. ¿The best?

–Soy el mejor ¿no? –contestó tras asentir, estirando la mano para levantar el accesorio–. Es de mis favoritos. Y hablando de relojes, yo te sigo debiendo uno.

–¿He?

Se sentó en la cama y me llevó consigo, acomodándome en sus piernas. La posición le dio el acceso que necesitaba para hacer un camino de besos húmedos desde el lóbulo de mi oreja hasta mi cuello.

–Esta noche elige el que quieras. Empezaremos a ir a muchos eventos y no quiero que llegues tarde.

–Ya tengo una asistente –solté un jadeo cuando sus dientes mordieron de forma sutil el lóbulo de mi oreja.

Sonrió con satisfacción ante mi reacción. Sus ojos, más grises que nunca, se clavaron en los míos.

–No es suficiente –sus dedos trazaron una línea desde mi cuello hasta mi clavícula, enviando un escalofrío por mi espalda–. Además, quiero que luzcas como la mujer que eres. La novia del mejor jugador de la Premier league.

Me estremecí con sus palabras y el roce cálido de su aliento en mi cuello.

Por primera vez en mucho tiempo, me sentí especial, y una sensación similar al ego subió desde mi espina dorsal hacia mi cabeza.

La novia del mejor jugador de la Premier league.

Sin darme tiempo a reaccionar, sus labios capturaron a los míos en un beso intenso y demandante. Sus manos se colaron por mi blusa para recorre mi cuerpo en una familiaridad que me hizo sentir deseada, segura, importante a su lado. Me perdí en la sensación de sus brazos a mi alrededor, en la calidez de su cuerpo contra el mío.

–Eres preciosa –susurró, desabotonando mi blusa blanca.

–Te amo –alcancé a decir.

Sus besos descendieron por mi cuello dejando un rastro de fuego a su paso. Con cada caricia, cada susurro, me sentía más conectada a él.

Sus labios encontraron la parte más sensible del hueco de mi cuello y la besó con una intensidad que me hizo gemir suavemente.

–No sabes cuánto me gusta oírlo –su me regaló una sonrisa complacida que incrustaba más de una promesa.

Con movimientos suaves y seguros me desvistió, dejándome a la merced de sus ojos nublados por el deseo. Sus dedos me recorrieron hasta la cadera, masajeando de rato en rato mis senos, consiguiendo potenciar el deseo que ardía con fuerza en mi interior.

–Creo que no es momento –alcancé a decir antes de soltar un suspiro al sentir que sus labios se prendía de uno de mis pezones–. Nos están esperando...

–Que esperen.

Con un movimiento rápido me recostó sobre las sábanas de ceda que me hacían una invitación a relajarme. Sus ojos me recorrieron con una intensidad que me dejó sin aliento, y en medio de ese brillo indescifrable de siempre, logré identificar algo que elevó mi seguridad a niveles estratosféricos.

En ese momento no supe con certeza qué era, pero aunado a la sensación de sus manos recorriendo mi cuerpo y sus labios buscando los míos, entendí que había tomado la mejor decisión.

Darle esa segunda oportunidad. Entregarme a él. En cuerpo y alma.

***

Mis dedos danzaban sobre las teclas del piano creando una melodía suave y envolvente. Claro de luna resonaba en el salón principal del yate, creando una atmósfera de ensueño. Me dejé llevar por la pieza que tantas veces había tocado pensando en él, por esas notas que en algún momento fueron suspiros de ilusión y dolor.

Cada acorde era una ventana a mi alma, sometida a la mirada penetrante del hombre que yacía recostado en una de las barandas. El mundo pareció reducirse solo a la melodía, a mí y a él, que me observaba con una mezcla de emociones que otra vez, no pude identificar.

No sabía si era admiración, orgullo, adoración.

Pero indiferencia no era. Lo supe cuando la mirada fría de siempre tambaleó, y con ella, la fluidez con la que había estado tocando hasta entonces. No era fan de hacer variaciones de improviso, sin embargo, el descuido me llevó a intercalar un acorde y terminar con dos notas largas, atípicas a la melodía original.

Luché contra todos mis reflejos internos para no agachar la mirada en medio del estallido de aplausos. Asustada, así me sentía bajo la mirada de toda la gente importante que había asistido a la fiesta mientras me alejaba del piano de cola negra.

Incómoda. Perdida. Expuesta. Fuera de lugar.

El vestido de gaza azul cielo que habíamos elegido para esta ocasión se movía con suavidad haciéndome sentir aún más vulnerable. Llevaba un collar discreto con colgante de lágrima, modelo de la colección de la que era imagen principal en Madrid, pero en estos momentos incluso eso me resultaba fuera de lugar.

Debí usar sandalias más altas. Un maquillaje menos natural...

–Perfecta –susurró dándome el alcance con dos copas de champán en las manos, me extendió una y la acepté de inmediato–. Y hermosa.

Sonreí con sinceridad cuando pasó una mano por mi cintura, atrayéndome un poco más. No lo sabía, pero ese gesto me devolvía un poco de la tranquilidad que perdí desde que llegué.

Cada movimiento, cada palabra, cada gesto. Todo era analizado bajo el escrutinio de las miradas curiosas que iban hacia nosotros como si se tratase de una especie de imán. A mi lado, Alexander parecía completamente a gusto en este ambiente. Siempre el centro de atención, admirado, halagado.

Procuré no separarme de él para nada, cada que lo hacía me sentía pequeña, en medio de un mar de gente en el que no encajaba. Del otro lado tampoco estaba del todo bien, hablaba solo lo necesario, intentaba mostrar interés en las conversaciones, pero a fin de cuentas no hacía otra cosa además de sonreír.

"Se notan los buenos gustos, Alexander".

No sabía cuantas veces a lo largo de la noche había escuchado exactamente lo mismo. Como si fuese un reloj más, un auto de colección, una botella cara de licor.

Nada estaba resultando como lo imaginé.

¿Este era el papel que tenía que tomar como acompañante?
¿Saludar, sonreír, escuchar?

–¿Me acompañas un segundo a la cubierta? –le pedí tras la cena, mientras platicaba con un grupo de personas sobre un torneo de polo.

–¡Alexander! ¡qué placer verte! –antes de que pudiera responderme, una mujer alta se acercó al grupo, captando toda su atención–. ¿No tienes un minuto para los viejos amigos?

–El tiempo no me da para tanto –esbozó una sonrisa arrogante, tan igual a la que había visto varias veces esta noche–. ¿Cómo estás, Olivia?

–Como me ves –le dedicó una mirada cómplice que desató la punzada de celos en mi pecho.

–Radiante, como siempre.

Carraspeé incómoda captando la atención de la mujer por primera vez en la noche. La había visto hablando de lo más animada con un jugador del Manchester Citi, que también había sido invitado a la fiesta.

Era evidente que ella y Alexander se conocían desde hacía tiempo. Y el nudo extraño que se instaló en mi estómago se sintió muy fuera de lugar, ajeno a la sensación de satisfacción que experimenté cuando nos subimos al auto hace un par de horas, con la ropa a juego.

–Tú debes ser...

–Sofía Romero –forcé una sonrisa y le extendí la mano derecha.

–La que tocó hace un rato –me regaló una mirada condescendiente con la que me evaluó a detalle–. A mí también me hubiese gustado aprender a tocar piano, es una de las cosas que tengo pendientes. Quién quita que en el próximo evento que nos veamos toque algo –contuve la respiración cuando le regaló una sonrisa cómplice.

–Sofía es pianista profesional –me mordí el interior de la mejilla al escucharle hablar con un tono neutro escalofriante.

–Ya veo. La contrataron, me imagino. Es una buena estrategia para hacerse conocida...

–Ha tocado por cortesía. Un "detalle" de nuestra parte para felicitar la nueva colección –se apresuró por responder, quitándome las palabras de la boca–. Llegaste justo cuando íbamos de salida. Te dejo en buena compañía.

Solo hasta entonces, me di cuenta que el grupo con el que antes conversaba Alexander había bajado la voz, con toda la atención puesta en nosotros.

–¿No te tomas una copa conmigo?

–No me apetece. Quiero irme temprano y todavía tenemos que pasarnos por la exhibición.

Caminé a su lado luego de despedirme de Olivia con un asentimiento de cabeza. No salimos a la cubierta, fuimos al otro lado del salón, un espacio más tranquilo en el que los relojes se mostraban al público, listos para ser comprados.

–¿Y bien? –se detuvo en la sección de relojes para mujer–. ¿Cuál te gusta más?

Me hallaba tan perdida que, pese a que todos tenían algo especial, ninguna me ilusionaba demasiado. No podía, la sensación amarga de mi estómago me lo impedía.

–No lo sé –mi voz se oyó apagada.

–¿Sí sabes que la indecisión es un defecto? –no le dije nada, me limité a mirar los relojes, aunque en realidad no les prestaba la atención suficiente–. Tienes que trabajar en eso. Elije uno.

–No es necesario...

–Estoy cansado, nena –me sorprendió pasando una mano por su rostro, evidentemente irritado–. Hazme la noche más sencilla y elije uno, ¿sí?

Asentí no tan convencida.

Desanimada, me acerqué al abanico de relojes y examiné algunos de forma descuidada. Me estaba observando, así que tuve la delicadeza de fingir levantando un par.

No podía hacerle un desplante.

No cuando mi novio me quería regalar algo. El primero de muchos regalos, imaginaba.

Al final elegí uno de estilo minimalista, con una correa de cuero sencilla. No era caro. No era llamativo. Era el que más se acercaba a mi estilo.

–Siempre tienes buen gusto –susurró antes de besarme.

¿Lo decía por él?

Sentir sus labios sobre los míos se sintió como un respiro, un escape al momento incómodo que había estado soportando en silencio. Mientras me besaba no me vi como un trofeo, sino como la mujer que despertó en él cosas distintas.

–Que bueno que los encuentro aquí –se acercó el Ceo de la marca, al que me había presentado horas antes–. Imagino que van de salida.

–Mañana tiene que entrenar temprano, y la noche ha sido larga –respondo por él con un nudo en la garganta.

–Me imagino. Aprovecho entonces para entregarte este pequeño presente, Alexander –le extiende una caja de terciopelo negro, y hace lo mismo con una caja blanca para mí–. Señorita Romero, ha sido un placer tenerla con nosotros y oírla tocar.

El primer cumplido sincero de toda la noche.

El primero dirigido expresamente hacia mí.

–Muchas gracias –le sonrío un poco más aliviada.

–Esperemos que los diseños sean de su agrado. El collar hace juego con el reloj y nos tomamos la molestia de grabar sus iniciales. De más está decirles que el reloj que han escogido ahora también corre por cuenta de la casa ¿desean que lo personalicemos?

–No es...

–Ya te estabas tardando –le respondió Alex, extendiéndole el accesorio–. Te hago llegar por mensaje los detalles. Y lo quiero a más tardar el sábado.

Nos despedimos de los organizadores y una lancha pequeña ya nos esperaba al lado del yate. Tuve que alejarme de aquella reunión para poder respirar en paz, aunque pese a ello era consciente del rumbo que había tomado la noche.

¿Así serían todos nuestros eventos?

¿Qué era realmente para él? ¿un trofeo más?

***

Habían "Eventos" y "eventos", lo entendí al día siguiente, luego del desayuno agradable que organizó Grace, la esposa de uno de los centrocampistas del Liverpool para recaudar fondos para una organización de niños huérfanos en Uruguay.

Llegué a su casa con el recuerdo latente de la noche anterior, la sensación de sentirme fuera de lugar, perdida e insignificante a flor de piel. Sin embargo, todo eso cambió con el ambiente ameno y la conversación interesante en la que no dudé en incluirme.

Así sí me gustaba ser "novia del mejor jugador de la premier League".

Conseguí que me invitaran a un evento benéfico de una ONG de Inglaterra a la que además apoyaban los duques de Cambridge, donde tocaría un par de piezas.

Siempre me interesó el mundo de las fundaciones, así que me hacía mucha ilusión aprender y contribuir por el bienestar de los demás. Supe de algunos futbolistas que creaban ONGS en sus países, otros destinaban parte de su sueldo a organizaciones de ayuda social; Alexander por sí mismo no formaba parte de ninguno de los grupos.

Su madre y su abuela sí tenían una fundación que financiaba de alguna u otra manera. Y si también podía llevar un poquito de ayuda de mi mano, trabajaría en ello.

–Hace mucho no vengo a la ciudad deportiva –comentó Meghan, la esposa del portero, mientras bajábamos del auto, se había animado a venir conmigo luego del desayuno–. ¿Dos meses?

–¿Tanto así? –preguntó Claudia sin poder evitarlo.

–Tanto así. No es que mi marido vaya siempre a verme trabajar, y esto es un trabajo, a fin de cuentas. Él con lo suyo, yo con lo mío.

–¿Y a los partidos? –siguió insistiendo mi asistente.

Atenea caminaba a pocos pasos de nosotras en silencio, no tuvimos la oportunidad de hablar mucho con tanto ajetreo y no me gusta estar así con ella. Me acompañó al desayuno benéfico para hacer algunas fotos, sin embargo, intervino poco; tan poco como intervino ayer mientras me preparaba para esa dichosa fiesta.

–Intento ir a todos los que me sea posible. De hecho, ahora mismo si vemos a todas las parejas de la plantilla, no hay nadie que vaya siempre. La que tenía un récord considerable era Bianca...

La esposa de Davide.

Meghan se da cuenta de lo que estaba diciendo y niega rápido. No hago nada para aclararle que estoy enterada, solo apresuro el paso al ver el campo de entrenamiento principal a lo lejos.

–¿Ella es esposa de...?

–Felizmente. Recuérdame que no tengo que sentirme mal por no poder ir a algunos partidos por favor, Clau.

–¡Ni lo digas! –se anima nuestra nueva compañera y me agradece con la mirada, incluso cuando piensa que no me doy cuenta–. Tú tienes un trabajo aún más demandante. Alexander tiene que entender. Con festivales, conciertos, eventos...

–Eso es lo que yo le digo –sigue Claudia, pero se queda a media frase al ver lo que la rodea–. ¡Madre mía! las vistas. No había dicho nada, pero me enamoré del estacionamiento, y esto es...

Cuanto más lo ves más normal se hace.

O es lo que quiero creer al avanzar a una de las tribunas centrales. Los jugadores ya están en el partido de práctica, sumamente concentrados en las indicaciones del entrenador que ya los prepara para enfrentar al Borussia por la vuelta de semi finales de Champions.

–Isabella.

Confundida, doy media vuelta siguiendo la voz de Atenea y el estómago se me revuelve al toparme de frente con la rubia de ojos azules sentada tres gradas arriba, sosteniendo el móvil y un botellón de agua.

Baja a nuestro encuentro con una sonrisa triunfante, no sé a quién le ha ganado, pero sí entiendo por qué está aquí. Lo ha conseguido.

–¿Tu amiga? –niego despacio y poso los ojos en una Meghan totalmente desencajada.

–¿Y ustedes? ¿Qué hacen aquí? –Isabella le da dos besos en la mejilla a Atenea antes de fijarse en mí.

–Yo estoy trabajando –responde mi amiga, señalando discretamente a mi asistente–. Y Claudia también. Pero ¿Tú?

–¿No es obvio? He venido a acompañar a mi novio. Ya no se los conté, pero Davide quiso que me mudara.

Mentira.

–¿Davide? ¿Bebé?

Atónita, Meghan intercala la mirada entre el campo de juego e Isabella, en un intento vano por encontrar una explicación coherente.

–Tú debes ser Meghan, la esposa de Marco. Davide me habla mucho de ti, Isabella Brown, mucho gusto.

Meghan recibe el abrazo a medias, todavía conmocionada y confundida.

–No estoy entendiendo nada. Yo... ¿estás hablando de Davide Linguini?

–¿Hay otro acaso? Todavía no hemos oficializado nada, quería adaptarme bien a la ciudad antes de sacar la noticia. Estoy embarazada.

Ignoro la manera protectora en la que se abraza el vientre, me centro en la mujer que palidece a mi lado como si hubiese visto a un fantasma. La sostengo del brazo para evitar algún accidente, pues estamos al borde de uno de los escalones.

Atenea no entiende nada. Isabella tampoco. Y Claudia se mantiene con la vista fija en nosotras.

–¿Estás bien? –pregunto en vano.

–No es cierto –se suelta de mi agarre y encara a Isabella–. No te conozco de nada, pero si esto sale de aquí puedes ganarte una denuncia por difamación...

–La que no entiende nada ahora soy yo –se contiene para hablar con calma, lo veo en la forma en la que bate sus pestañas largas–. ¿Por qué me ganaría una denuncia? No estoy inventando nada, querida. Davide y yo vamos a ser papás.

Lo que pasa después me obliga a salir corriendo al campo de juego tras una Meghan furiosa, a la que no le importa que parte del cuerpo técnico intente detenerla.

Todo es un lío, e partido se detiene, Marco corre hacia su esposa. Ella lo esquiva porque solo tiene un objetivo en la mira.

Davide.

No llego a frenar los dos golpes que se estampan en las mejillas del hombre que yacía apoyado en sus rodillas, intentando recuperar la calma luego de los minutos de juego.

–¿Cómo pudiste, imbécil?

–Meghan... –no sé quien la toma por los hombros, apartándola un poco.

–¡Suéltame! ¿por qué así, Davide? ¿Dónde queda ella, la nena?

–Yo no...

–¡Tú sí! ¿Isabella Brown está esperando un hijo tuyo? –pregunta con la voz entrecortada, callando a todos los jugadores de golpe–. ¡Responde, joder!

Davide busca con la mirada a Alex, que niega con la cabeza alejándose del montón, dejando claro que no va a meterse.

Todo el mundo lo está mirando. Isabella, Atenea y Claudia ya han llegado al centro del campo, y mientras las mujeres de mi equipo me miran en busca de explicación, mi ex amiga mira a Davide con una media sonrisa.

Alguien me extiende una botella de agua y me tardo en reconocer a Alexander, que me mira con la expresión neutra de siempre.

–Toma –ordena quitándole la tapa.

Solo allí caigo en cuenta que he corrido y que estoy a punto de quedarme sin aire.

Odio hacer ejercicio.

–¡Responde, maldita sea!

Agradezco con la cabeza antes de fijar mis ojos en Meghan, que permanece inmóvil a la espera de una confirmación.

–Mi amor...

Es toda la confirmación que necesita para volver a abalanzarse sobre él, furiosa.

Las expresiones de sorpresa por parte de los jugadores no tarda en hacerse presente, todo parece tan irreal que tengo que parpadear varias veces para estar completamente segura. Nadie dice nada, se miran entre ellos en busca de respuestas, es más, muchos fijan los ojos en Alexander, que se encoje de hombros negando.

–¿Cómo fuiste capaz? ¡Estás tirando cuatro años de cuidado a la mierda! ¿has pensado en S...?

–Hasta ahí –la interrumpe Alexander con tono frío–, te estás pasando. ¿Por qué no haces algo bueno hoy y finalizas el entrenamiento, Jürgen?

–¿va a tener un bebé! ¿Te parece que me estoy pasando?

El silbato del entrenador la calla, y todos los jugadores voltean a mirarlo sin decir nada.

–Vamos a calmarnos todos. Me han interrumpido el entreno y lo voy a pasar por esta vez –camina para encontrar las palabras correctas–. Ni una sola palabra de lo que acaba de pasar ¿entendido?

–Sí, señor –responden todos, incluido Alexander y si lo hubiese escuchado en otro momento, me habría reído.

–¿Vas a llamar a alguien, Madrigal? –me encojo cuando Jürgen se para frente a nosotros–. Me imagino que la palabra no te basta.

–0927 –me indica en voz baja ignorando a su entrenador, antes de señalarme una de las salidas–. Saca mi móvil y contáctate con Harry, necesito a dos abogados en 10 minutos.

–¿Y eso...?

–No tengo todo el día, Sofía –dice alejándose a buscar a Davide.

***

¡¿Todavía por aquí?
Hemos llegado a la parte de la historia que quizá más me emociona compartir. Cada cosa, cada detalle va a moldear lo que tengo pensado para Sofía.

¿Qué tal la historia de Davide? desde el capítulo anterior fuimos viendo cositas.

Mil gracias por darle una oportunidad ♥

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