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29. En juego

No me ama, pero me quiere en su vida.

Que gran consuelo.

Estoy subida en un carrito de golf viéndole jugar. Retrasó su vuelo un par de horas en señal de compromiso, o es mi forma de ver la situación desde esta mañana, cuando llegó a mi casa hablando por teléfono con su equipo de tripulación.

Tengo un cúmulo de emociones contradictorias en mi pecho desde nuestra conversación de la noche de ayer. Miedo, esperanza, rabia, alegría, nostalgia, tristeza, un tantito de odio. Muchísima ilusión. Chispazos de amor.

No sé a dónde vamos a parar.
¿Y si mañana o más tarde se cansa de mí?

¿Y si no funciona?

¿Y si me vuelve a herir?

¿Y si logro que me ame?

¿Y si después de todo mis planes sí pueden hacerse realidad?

Mete la pelota al agujero con un toque perfecto, se despide de su contrincante luego de intercambiar un par de palabras y vuelve al carrito. Mientras guarda los implementos en el estuche no puedo evitar mirarlo. Tiene la expresión neutra de siempre, la mirada indescifrable, el aire de superioridad capaz de intimidar a cualquiera.

Este hombre me necesita en su vida. A mí, que a su lado soy un ser insignificante, incapaz de dominar sus emociones, con mil miedos e inseguridades.

Yo también lo necesito en la mía. Entendible teniendo en cuenta que estoy enamorada de su voz, de su sonrisa, encantada con sus ojos misteriosos .

¿Pero él? Hay miles de chicas a su alrededor, no me ama y...

–¿Cómo tienes la agenda la próxima semana?

La finca es una de las urbanizaciones residenciales más bonitas por varias cosas, especialmente por la gran cantidad de áreas verdes, árboles y flores que son todo un deleite a la vista en época de primavera. El silencio de las cuadras me permite disfrutar del canto suave de las aves. El movimiento del carrito donde nos transportamos desordena mi cabello al son del viento mañanero.

Sería perfecto si tan solo dejara de darle vueltas a mi decisión por un segundo.

–No lo sé –sigo con la vista fija en el paisaje–. ¿Por qué?

–Quiero que vayas a ver el partido a Milán. Jugamos el miércoles en la tarde, puedo mandarte el jet.

–Oh.

Me quiero golpear al escuchar mi respuesta tan... patética.

–Empatamos en Anfield. Me anularon un gol por posición adelantada de Robert ¿lo viste?

Niego varias veces. No vi el partido, sí supe el resultado. Dos a dos.

El Liverpool se enfrenta al inter de Milán por los cuartos de final de la Champions League. Lo que se suponía sería un trámite sencillo se complicó a la mitad del segundo tiempo por un autogol de uno de los defensores más jóvenes del equipo. Así que todo se definiría en el partido de vuelta, en san Ciro.

–El domingo también juego, pero no es tan importante como el del miércoles. Estás a un par de horas ¿qué dices? Después del partido podemos ir a dar una vuelta para celebrar.

Podemos, en plural.

–¿Celebrar? Todavía no has jugado y ¿ya estás pensando en celebrar?

–Estoy llevando a mi amuleto de la suerte ¿qué puede salir mal? –deja un beso en el lóbulo de mi oreja y me estremezco–. Ganamos 1 a 2. ¿Tú que dices?

Ha aceptado que soy su amuleto de la suerte.

–Cero a uno –me dejo llevar por la calidez de su cercanía recargando mi cuerpo levemente en su hombro–. Y si pasan, yo digo que se enfrentan al Dortmund.

–Y en la final al Madrid.

–No nos adelantemos mucho. No sabemos cómo les vaya a ir a ellos –dejo que me bese en los labios, llenándome con el ligero sabor a jugo de naranja de su boca–. Sí iré a verte.

Me sonríe satisfecho, mi estómago cosquillea. Quiero hacerlo bien.

Él a jugado sus cartas para convencerme, yo quiero jugar las mías para lograr que se enamore de mí.

No sabía que lo estaba pensando, solo que lo decido al descender del carrito al llegar a la puerta de su casa.

–Esta noche toco en la pedida de mano de la hija de un marqués –lo sigo escaleras arriba hacia la habitación principal, donde se deshace de los lentes de sol y de la sudadera–. Tengo que ir a la oficina para ultimar detalles. Y bueno, mañana grabaré un comercial.

–Me baño y te dejo de pasada.

–¿A dónde irás luego?

Me mira con una pisca de algo parecido al fastidio, sin embargo, se recompone rápido.

–A ver a Bárbara y a Marisa.

Se levanta de la cama con dirección al baño y una sensación similar al vacío se instala en mi pecho ¿no puedo estar cinco minutos bien?

–Aún tenemos que hablar –le digo en un hilo de voz, suficiente para que se gire en la puerta, mirándome al borde de la irritación–. Hay cosas que no me han quedado claras todavía.

–¿Más?

–¿Qué somos?

Y de las muchas preguntas que se me pasan por la mente, elijo esa.

–Lo que quieras –me levanta la mandíbula tal cual hizo ayer–. Lo estamos intentando ¿no?

–Los intentos también pueden salir mal.

–Si este sale mal nos jodemos los dos.

Siento morir cuando pega sus labios a mi frente, dándome el que hasta ahora es quizá la muestra más dulce de lo que dice sentir por mí.

No hay deseo, ni necesidad, ni vehemencia. Es un roce suave, lento, suficiente para alborotarme el corazón, totalmente decidido a arriesgar todo por esto.

No me arrepiento de nada.

Es el pensamiento que me avasalla al sentir el beso cargado que viene después, haciéndome tocar con los dedos la posibilidad de hacer realidad mi cuento con final feliz. En eso pienso mientras le acomodo sobre la cama unos vaqueros y una chaqueta azul con el bordado discreto del logotipo de una marca conocida en los bolcillos.

Nunca antes había estado en el vestidor de un hombre. Mucho menos de uno tan ególatra y exquisito, así que me sorprendo con la colección de relojes caros, lentes de sol, zapatillas y botines.

Salimos de su casa casi media hora después, sin embargo, no lo hacemos en el BMW blanco con el que llegamos. Es un McLaren azul que se lleva varias miradas y por qué no, una que otra foto.

–¿Subes un rato? –señalo con la cabeza la puerta del edificio principal donde está la oficina de Katia.

No sé si alegrarme al verle dudar. Me mira, mira al auto, vuelve a mirarme y rueda los ojos antes de caminar a mi lado con las manos en los bolcillos.

Una vocecita me dice a gritos que estoy apresurando todo, pues es consciente de mi intención al llevarlo a la oficina donde está todo mi equipo de trabajo. Pese a oírla tan claro, no me detengo ni cuando subimos al ascensor, ni cuando abro la puerta de la sala principal.

No hay nadie, así que camino hacia la oficina de Katia y la abro con cuidado, pero me detengo en seco al ver la escena que se presenta ante mis ojos.

Oh, Dios.

Katia está sentada en el sofá, sobre las piernas de mi fotógrafo, besándose apasionadamente.

–Sofía –dice ella levantándose abruptamente con la blusa a medio abotonar.

La risa irónica de Alexander resuena en medio de la tensión, yo no sé cómo reaccionar. La verdad, no me lo esperaba.

–Esto... es, lo...

–Esto no es nada –ella nos da la espalda para acomodarse la blusa, mientras que Christian no sabe donde meter la cabeza–. ¿El idiota te pegó los malos modales o qué? ¿por qué no tocas antes de entrar?

–¿Perdón? –siseo procesando todo–. Los esperamos en la sala ¿sí?

Por eso Christian empezó a ver fórmula uno. Por eso ayer la acompañó a la reunión de la disquera sabiendo que ella siempre había preferido ir sola. Por eso la llevó a su casa y llegó tarde a la mía.

Por eso el nerviosismo cada que la tenía cerca.
Con eso me explico los comentarios llenos de adulaciones en todas las reuniones, o esa sonrisa tímida cada cada que mencionábamos su nombre o cuando la veía llegar.

Está enamorado. Y ella...

–Ahora sí me puedo ir más tranquilo –confiesa Alexander una ves nos sentamos en el sofá, descolocándome–. No quiere nada contigo. Se está follando a... ¿cómo es que llama?

–Katia. Y no podemos sacar conclusiones apresuradas. No sabemos si...

–Se la folla, nena.

Me permito apoyar mi cabeza sobre su hombro. Dejo una de mis manos en su pierna de forma cariñosa y sonrío con los ojos cerrados.

Quiero estar así muchas veces más. Toda la vida.

–Que yo sepa la reunión es contigo, no con este...

–Kat, por favor. Creo que es un buen momento para presentarlos de verdad, ese día en el estacionamiento todo sucedió demasiado rápido y...

–Y me cerró la luna en la cara. Es tan grosero que estaba dispuesto a pasarnos por encima, así que no me interesa. ¿Se va a quedar?

–A mí también me da gusto volver a verte, Kat.

Mi representante rueda los ojos, el hombre que tengo al lado le regala una sonrisa arrogante. Deja los lentes de sol en el brazo del sofá, se recuesta como si estuviese disfrutando el momento.

–Katia Nunier a secas para todos los idiotas como tú –abre todas las cortinas furiosa.

–¿Frustrada porque te arruinamos el polvo? si me permites un consejo... –le aprieto la pierna rogándole silencio, sin embargo, me ignora–. No folles en horario laboral.

–No le recibo consejos ni a mi padre y resulta que te los voy a recibir a ti –dice con sarcasmo apoyada en el escritorio que ocupa Atenea, mirándonos de frente–. No me hagas reír. Serías la última persona a la que recurriría en caso de necesitarlos.

–¿Por qué tanto odio? Deja los resentimientos.

–El odio es un sentimiento y yo por ti no siento nada. No me agradan los hombres maleducados y ya está.

–Lástima que nos vayamos a ver más seguido a partir de ahora.

No debería significar nada, no obstante, esas palabras se entienden como la promesa final que necesitaba oír para convencerme de seguir con esto. Mi pecho amenaza con explotar por la emoción que me surge de repente y lo miro con una mezcla de ilusión, esperanza y amor.

Mucho amor.

Tanto, que sonrío como idiota aún cuando debería estar interviniendo por una conciliación entre ambos.

Atenea llega con Claudia poco tiempo después, justo para aligerar el ambiente con olor a contienda. Mi representante no deja de mirarlo mal en ningún momento, intuyo que el verle sonreír siempre contribuye significativamente.

Nada podía ir peor, o eso pensé hasta que me topé con Atenea, que me miró con una mezcla de decepción y confusión.

Y ahí volvió a aparecer la punzada de incomodidad que se hizo más latente en cuanto me tocó verle partir en su auto azul. Me había dado un beso cargado de necesidad como despedida, le dije "te quiero" en susurro, pero nunca respondió.

Así sería siempre. Y no sabía si me acostumbraría a vivir sin muestras de cariño.

–¿Por qué, Sofía? –mi amiga me dio el alcance antes de llegar a la oficina–. ¿Por qué otra vez? ¿No te bastó con todo el daño que te hizo? ¿dónde queda tu dignidad? ¿tu orgullo?

–No lo sé. Solo sé que lo amo demasiado, y lo que siento por él es más fuerte que todo el resentimiento que le tengo.

Mi corazón se encoje con su mirada sebera, cargada de decepción. Desconoce a la chica que tiene en frente, y me temo que yo también lo haría de ser todo al revés.

–¿Amor? ¿cómo puedes amarlo después de todo? ¡te usó! ¡te humilló! te botó a la basura como un frasco de perfume vacío. Se burló de lo que sentías por él.

–Pero ahora siente cosas por mí. Nunca antes me había prometido nada, y ahora quiere que lo intentemos. Me quiere en su vida, Atenea. En todos sus partidos importantes.

–¿Como su puta personal?

–Como su novia.

Sí me tomé en serio eso de "somos lo que quieras", y la sola mención de la palabra triplicaba la ilusión agolpada en mi pecho. Ahora a diferencia de antes, lo nuestro sí tenía un nombre.

Éramos novios.

–¿Y cuando ya no le sirvas qué? te volverá a lastimar, lo sabes –niego, buscando convencerme a mí–. Eres un trofeo ¿no te das cuenta? Así como esos que le entregan si hace un buen partido. Va a conocer a otra y te dejará...

–Eso no lo sabes.

–Escúchate, por favor –apoya sus manos una contra la otra, al borde del llanto–. Estás cometiendo el peor error de tu vida. Tienes que dejarlo, mi amor. No te merece y tú no te mereces a alguien así. Si te dijo que te ama es falso.

–Lo es. Él nunca me ha mentido.

–¿Cómo...?

–Es todo lo que quieras, pero hasta ahora de sus labios no ha salido ninguna mentira. Y le creo cuando me dice que no me voy a arrepentir.

–Esto me duele muchísimo. Y más me va a doler verte mal cuando te vuelva a lastimar –cierra los ojos para contener las lágrimas que amenazan con salir–. No lo esperaba de ti.

–Lo necesito en mi vida. Si quiero estar bien...

–Siempre te pensé más fuerte, distinta a las mujeres que necesitan de un hombre para estar bien.

***

No me escondo.

Aunque mi madre, Atenea y Gabi me lanzan dagas insufribles con los ojos o la indiferencia, empiezo a adaptarme a mi nuevo papel de novia de un astro del fútbol. Por eso, el miércoles al medio día, luego de haberme tomado las fotos para anunciar la rueda de prensa antes de mi concierto, abordo el mismo jet privado que me llevó a Praga hace más de 10 meses.

Publico historias al llegar a Milán, en el hotel, en el estadio. Estoy trabajando, pues cada nueva foto tiene como consecuencia miles de interacciones. Katia no me ha dicho nada a cerca de mi decisión, pero se muestra satisfecha por el crecimiento y fortalecimiento de mi audiencia.

NI para él ni para mí. El partido termina con un dos a tres a favor del Liverpool, con dos auténticos golazos suyos.

Su tiro de fuera del área debería estar nominado al premio Fuscas de este año.

No me contengo y publico una foto nuestra en zona mixta del estadio, la acompaño con varios corazones rojos al lado de una sola frase. "Próxima parada: Kief".

Es nuestro primer partido como pareja. Mis ojos brillan por sí solos en todo momento, reflejando la ilusión y la esperanza de un futuro juntos. Uno en donde me ame.

–¡Felicidades! –saludo a Davide con un abrazo, procurando no arruinar el trofeo del MBP que sostengo.

Se sorprende al verme, no obstante, me corresponde el abrazo con una sonrisa fingida.

–Se la diste –observa entrecerrando los ojos–. Él está muy feliz.

–¿Hice mal?

–¿Tú que sientes? –me muerdo los labios un poco nerviosa, aún así, nunca dejo de sonreír.

–Tengo un poquito de miedo. Bueno, mucho. Siento que es un error –abrazo el trofeo con mi mano izquierda–, uno que sí quiero cometer. Me ha dejado claro que no me ama, pero ¿sabes? he pensado que, si siente cosas por mí, yo puedo conseguir que se transformen en amor.

–¿Te dijo que sentía...?

–No sabe lo que siente, solo que...

–Te quiere en su vida. Alexander es tan difícil, que no tengo ni idea lo que le pasa por la cabeza. Pero de algo sí estoy seguro, y con esto no quiero que te ilusiones en vano. El delantero que yo conozco nunca hubiese ido a pedir nada. Ni una sola oportunidad. Algo le has hecho, Sofía.

–¿No estás decepcionado?

–¿Debería estarlo? –a lo lejos escucho las voces animadas de sus compañeros, Alexander está dando conferencia de prensa.

–No lo sé. ¿Sí? no tengo orgullo ni dignidad...

–No soy quien para juzgarte.

Hay un toque de tristeza en su voz, en la alegría que le embarga por haber clasificado a semifinales. En sus ojos verdes, apagados, contrariados, desesperados. Davide no parece ser el mismo hombre desbordante de felicidad del cumpleaños de su hija.

Acerco más mi silla hacia él para poner mi mano libre sobre la suya. No es decepción.

–¿Qué pasa?

–Me jodí la vida, Sofía –murmura bajito, cubriéndose los ojos con su otra mano.

–No digas eso. Si es por lo de tu esposa... ha sido un accidente y...

–Isabella está embarazada.

Oh. Oh. Oh.

Me quiero reír, muerdo el interior de mi mejilla intentando contener la sonrisa que amenaza con salir porque tiene que ser una mala broma. Abro y cierro los ojos varias veces y siempre lo miro allí, con el rostro contraído.

Paso de la sorpresa a la incredulidad, luego a la confusión. Nunca lo hubiese imaginado.

–Pero... ¿cómo? –aparto mi mano de la suya, haciendo hasta lo imposible por entender–. Es que no. Sí sé cómo, pero... no puede ser.

–Sí puede. Estuvimos juntos varias veces. No sé que hice –se frota los ojos con las manos, rozando el borde de la desesperación–. Traicioné a Bianca, expondré a mi hija. ¿Sabes qué he tenido que hacer para que nadie sepa de ella estos cuatro años? Todos mis esfuerzos se va a ir a la basura.

–¿Y si no es cierto?

La pregunta sale sola de mis labios, sin embargo, no creo que sea capaz de algo así. Me niego a creerlo, con eso no se juega.

Era su mejor amiga y no le importó. Me traicionó pensando solamente en su bienestar. Se metió al hotel de la selección italiana en Roma con mentiras para acercarse a Davide.

Lo consiguió, y justo cuando él estaba a nada de ponerle fin a lo suyo sale con eso. Siempre he admirado su inteligencia y esa capacidad para tener todo lo que quiere.

–Alexander está seguro de que todo es falso. Pero la vi tan segura, y no es capaz de inventarse algo así. Quiere que oficialicemos lo nuestro, con justa razón. Se quiere ir a vivir conmigo a Liverpool porque me ha pedido que no la deje sola. Y no pienso hacerlo, hay un bebé de por medio.

Estaba sumido en una profunda culpa y desesperación. Lo vi en la forma en la que se cubrió el rostro con las manos. Nunca lo había visto así, tan indefenso.

–El echo de que vayan a tener un bebé no significa que tenga que estar juntos. He visto casos...

–¿Sabes que me atormenta todos los días mientras veo a Sofía? –hace una pausa larga, niego un poco contrariada–. Que le quité la posibilidad de crecer en una familia.

–Tú eres su familia.

–No me lo dice, pero se pregunta porqué tiene que ir su abuela al día de la madre del nido. Y cuando sea más grande lo va a sentir más, me va a odiar cuando sepa que su madre está así por mi culpa. Y no me perdonaría si le hago el mismo daño al bebé.

Abrumada, asiento dándole la razón. No tanto por lo que pasa con Sofía, sino porque yo sé cuan difícil es crecer sin un padre. Hasta ahora lo sigo extrañando en todas mis presentaciones, me sigue haciendo falta un consejo suyo, un abrazo.

–Pero Bianca todavía está viva. Vivir con Isabella sería como si la estuviese traicionando otra vez. Además, no le he contado nada, si se entera que estoy casado y tengo una hija me va a odiar.

–Nos vamos.

Un escalofrío recorre mi columna vertebral al detectar su voz, está apoyado en el marco de la puerta con las manos dentro de los bolcillos, ligeramente irritado. No le gusta dar ruedas de prensa después de los partidos, ni mucho menos cuando son fuera de casa.

Odia a los traductores, las preguntas estúpidas de los periodistas.

Tengo el impulso de correr hacia él, dejo que me bese rápido y le doy un medio abrazo. No me corresponde. Le masajeo los brazos descubiertos y puedo sentir la tensión en cada toque.

–¿Ya te ha dado la buena noticia? –indaga observando con burla a su amigo–. Vas a ser tía, hermosura. Muy probablemente la madrina del bebé.

Sé que no lo dice por el vínculo que tiene con Davide, el toque de ironía en su voz me deja claro que es por Isabella. Mi ex mejor amiga.

–No es buen momento para bromear. Te entiendo muchísimo, Davide. Solo no dejes que te manipule.

–Eso está haciendo desde que se lo dijo. Isabella es una arpía y él un imbécil que le cree todo.

–Ella no puede jugar con algo así...

–Ella es capaz de todo. Déjala y vas a ver como el embarazo se le quita en un par de meses.

Me cubro la boca para evitar soltar un gritito de sorpresa.

–¿Y mi bebé? no voy a permitir que un niño que tenga mi sangre crezca alejado de mí.

–No sería ni el primer ni el último niño. Pero allá tú si quieres joderte la vida.

–¡Es un bebé!

–Todavía no sabemos eso, nena. Ahora sí, vámonos –me señala la salida con la cabeza–. Deja de liarla tanto, los preservativos existen por algo.

Le da un golpecito en el hombro, levanta la maleta de sus implementos, me quita el pequeño trofeo de MVP.

–¿No vienes?

–Disfruten la noche, Sof. No quiero arruinarlo. Me iré al hotel con algunos chicos del equipo.

"No estás solo", es el mensaje escondido en el abrazo que le doy antes de seguir a su amigo, que camina a paso rápido sin voltear a verme. El estadio está casi vacío, de camino a la salida nos cruzamos con algunos jugadores del equipo contrario que se detienen a saludar.

No caminamos tomados de la mano. No me abre la puerta del auto. No me ayuda a entrar.

No me pregunta a dónde quiero ir. Conduce con la música a volumen bajo hacia una calle llena de boutiques de la ciudad, Corso Como, leo en la pantalla del GPS. Aparca en el estacionamiento de un restaurante de pastas, donde comemos mientras nos ponemos al día. O, mejor dicho, yo le pongo al día sobre mi semana de trabajo.

Estos primeros días del "intento de relación" a distancia han sido extraños, en parte por su falta de comunicación. Es demasiado frío. Si fuese por él no hay un "buenos días" ni un "descansa". Yo soy quien llama todas las noches, hablo la mayor parte del tiempo y cuando ya no sé qué más decir, cuelga.

"Le gusta oír mi voz".

–Cada día falta menos, y no estoy del todo preparada. No voy a tocar solo un par de piezas, haré un concierto.

–¿Y?

–Será mi primera vez. Irá más gente de la que imaginé y toda la prensa estará allí. ¿Si me paralizo en medio de una pieza?

–¿Por qué te paralizarías?

–¿No me estás escuchando? –me limpio los restos de vino con una servilleta–. Tengo miedo, todo el mundo me estará mirando...

–Y eso está genial. Deja que te admiren un poco, nena. Eres la envidia de mucha gente ahora mismo, y tienes que disfrutarlo.

–Suena tan fácil.

–Y lo es –me regala una sonrisa arrogante que me derrite.

–¿Irás a verme?

–Ya veremos.

No es un "no" rotundo, tampoco un sí, pero la posibilidad está ahí, suficientemente tranquilizadora para mi corazón.

–Me gusta mucho estar así contigo –le susurro acariciando su mano sobre la mesa, él asiente–. Gracias por la noche.

–La noche aún no termina, hermosura.

Se inclina un poco y me besa con una mezcla de todo. Deseo, necesidad, miles de promesas.

***

Es jueves por la noche cuando bajo de una de las camionetas de Alexander a la entrada de mi edificio. El guardia me ayuda con las dos maletas repletas de compras, estoy feliz porque dejando de lado su actitud distante, la hemos pasado muy bien. Sin embargo, la sonrisa con la que bajé del auto se desvanece al ver a la mujer que aparece de la nada, bloqueando mi camino.

Es una periodista. Tiene la cámara en la mano y el micrófono colgando de su pecho. No es coincidencia que esté aquí, me ha seguido muy probablemente desde el aeropuerto.

–Sofía ¿cómo estás? ¿qué tal el viaje a Milán?

La sobrepaso ingresando al portal del edificio siguiendo al guardia, pero ella ingresa también.

–Estamos viendo que la relación va muy en serio. Auto de lujo, guardaespaldas ¿qué se siente?

Hay un tramo mediano entre el portal del edificio y el vestíbulo. El camino empedrado está rodeado de plantas bonitas e iluminado por faroles a estas horas de la noche.

–Estás invadiendo propiedad privada –observo ingresando al vestíbulo, donde el vigilante me saluda con la mano.

–Solo quiero saber cómo estás. Feliz, me imagino. ¿Cuándo volverás a verlo otra vez? ¿cómo va la demanda hacia Isabella Brown?

–Tú misma te has respondido, entiendo que sea parte de tu trabajo querer saberlo todo. Pero hay límites, estás entrando a mi edificio y me da miedo.

–Solo queremos que nos des algunos detalles del viaje. Has subido muchas fotos a las redes ¿ya podemos decir que es una reconciliación oficial?

–Muchas gracias, pero no me sigas más, por favor.

Dejo que los vigilantes se hagan cargo de la mujer adentrándome en el ascensor. Ha venido siguiéndome desde el aeropuerto, ahora sabe donde vivo y me asusta. No solo por mí, también por mamá.

Y esta es una más de las consecuencias por haberle dado otra oportunidad. No he aprendido como lidiar con la prensa, ni cómo hacerles frente a sus acosos constantes.

Ahora soy Sofía Romero, pianista y novia del mejor jugador de la liga inglesa.

En ese momento no lo sé, pero la atención mediática que había recibido hasta entonces no se compararía en absoluto a la que vendría después.

–Tienes que ver todo lo que compré, mamá –tiro las llaves sobre la mesita de centro y camino hacia la cocina, donde está haciendo ruido.

–¿Lo que has comprado o lo que te han comprado?

–Mamá... no empecemos. Te traje una blusa hermosa.

–Gracias, pero no me interesa. Puedes devolvérsela.

–es que él no... la compré yo –me sirvo un vaso de agua.

–¿Así como te compraste el boleto de avión? Mira, Sofía, no me he metido en tu vida hasta ahora y no pienso hacerlo. Pero no quiero que me vincules de ninguna manera a él.

–¿tampoco me vas a preguntar qué tal estuvo todo? ganaron, me llevó a cenar a un restaurante precioso y luego paseamos un rato por las tiendas. ¡No sabes, mamá! Son una maravilla, la atención a 1.

–Bien.

Saca un plato de pollo asado del microondas y se sienta en una de las bancas altas de la encimera. No me mira, agradezco que no lo haga, porque esa mirada cargada de decepción que me lanzó cuando le conté lo que había decidido me abre una grieta en el centro del pecho.

–No me gusta estar así contigo, mamá –me siento a su lado–. Te juro que estoy feliz.

–Si estás bien mintiéndote, adelante. A mi no me agrada, nunca me va a agradar, y mientras menos lo menciones mejor vamos a estar. Ni siquiera bárbara está de acuerdo con eso porque sabe cómo es su nieto.

–¿Bárbara?

–Me llamó ni bien publicaste las fotos en el estadio. Le conté todo lo que no te atreviste a contarle y está avergonzada.

–No tenías que...

–¡Sí tenía! Para que vea la clase de nieto que ha criado. ¿De verdad quieres vivir al lado de alguien así? bárbara dice que no le importa nadie más que él mismo, que está acostumbrado a tener lo que quiere, cuando quiere, como quiere. Te está manipulando.

–No, mamá. Me ha hablado de frente, y la que tomó la decisión fui yo.

–A ver si cuando te vuelva a destrozar la vida sigues diciendo lo mismo. Hay comida en el horno.

Camina hacia la salida de la cocina con el plato en la mano. Parpadeo varias veces para contener las lágrimas agolpadas en mis ojos, nada puede arruinarlo. Suficientemente insegura estoy ya con ese "no te amo" que aparece en mi mente a cada rato.

Le escribo un mensaje avisándole que ya llegué, me responde con un "OK". No quiero dejar de hablar con él, así que le grabo un audio contándole el incidente con la reportera.

"Aprende a sobrellevarlo y ya está. Mandaré a un guardia para que vigile la casa si tanto miedo tienes".

Solo eso. No más.
Me tomo el té de limón haciéndole conversación de cualquier cosa, también ah llegado a Liverpool con sus compañeros esta tarde. Hay que preparar el partido del domingo, calentar motores para el sorteo de semifinales.

El estómago se me revuelve al leer la conversación del grupo de las chicas de mi colegio. Ya se había tardado, pero Isabella escribe contándoles de su embarazo y de su mudanza a Inglaterra.

"Será el primer hijo de Davide Linguini".

¿Cómo le explico que está equivocada?

A pesar de que quiero ponerle muchas cosas, solo le mando felicitaciones por cortesía. Cargada de mucha ironía, sin duda.

Todavía me debe las disculpas públicas, la recompensa por daños y perjuicios. Tengo entendido que su audiencia con los abogados de Alexander es la próxima semana.

Y aunque de verdad esté esperando un bebé de Davide, él no la va a apoyar. No cuando quien la demanda es su mejor amigo.

El tío favorito de la persona más importante de su vida. Su hija.

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