28.  Presiento
Voy a ser protagonista de la nueva colección de una de las marcas de ropa más importantes del mundo.
Es la noticia que me recibe ni bien bajo del avión al día siguiente. La consecuencia del revuelo de los últimos días, igual al aumento de seguidores en mis redes, a la compra de las últimas entradas para mi concierto de mayo, a la presencia de mi nombre en páginas de internet.
–Puedes usar el mismo argumento que diste en Liverpool. De todos modos, puse una cláusula para centrar la entrevista en tus proyectos. Te vestirá un ex diseñador del grupo Inditex, y las joyas serán de Lumbreras.
"Te quiero en mi vida, en mi cama y en todos mis partidos"
Es la única cosa que me pasa por la mente mientras escucho las últimas novedades de mi equipo de trayecto a la presentación de una nueva línea de Garnier por la noche de ese mismo martes.
No me ha llamado. No me ha escrito. No me ha buscado.
No he leído la carta. No he tomado ninguna decisión. No he descartado esta sensación de querer "intentar" lo que sea que proponga.
–Bladimir Dunoff llamó. Necesita terminar de grabar el disco y hacer la sesión de fotos. Yo propongo que viajemos a Francia luego del concierto, tienes dos semanas no tan cargadas y podemos aprovechar –escucho a Claudia.
–Sí, está bien. Encárgate de todo –pido moviendo la cabeza, necesito enfocarme en otra cosa–. ¿Dónde será la sesión?
–En el campo de lavandas. Katia está gestionando todo para ver quien te viste ese día.
–Gracias.
–¿Todo está bien? –pregunta Atenea poniendo una mano sobre mi pierna.
–Solo estoy un poco nerviosa porque no he tenido tiempo de ensayar mucho.
–Mi amor, lo vas a hacer genial –me consuela y le sonrío a medias–. Eres la mejor pianista del mundo.
No solo voy como imagen de la marca, voy como presentación principal del evento.
Tocaré una pieza de Ravel. Pavane pour une infante défunte.
Y no sé si estoy del todo preparada. Estuve practicando antes de viajar a Liverpool y desde que volví, pero en mi mente la idea de haber perdido el tiempo todo un fin de semana hace eco, reprochándome por haber caído otra vez.
Ni bien llegamos al evento, celebrado en la terraza de uno de los hoteles más lujosos de la ciudad, un par de periodistas me cierra el paso en busca de declaraciones. Me lleno de paciencia al bajar del auto para enfrentarles, y cada vez estoy más convencida de que la prensa española es terrible.
–¿Qué tal el viaje a Liverpool, Sofía? –me dice una mujer que me sigue cuando me alejo para entrar al hotel–. Volviste a un partido y Alexander se ha reencontrado con el gol.
Katia me arrastra del brazo escoltada por Claudia, Atenea y Christian, sin embargo, los periodistas nos siguen incluso dentro del hotel.
–Tengo un evento importante y voy tarde, chicos. Agradezco mucho la preocupación, pero les voy a pedir que no me sigan más.
–Solo queremos saber cómo estás, si se están dando esa segunda oportunidad de la que todos hablan.
–Yo estoy perfectamente bien, trabajando muchísimo en el concierto al que están invitados. Y bueno, hoy Garnier presenta una nueva línea para piel seca súper buena, los invito a que la prueben...
–¿Qué hay de la segunda oportunidad? los vimos demasiado cercanos ¿por qué diste la entrevista en Liverpool...?
Gracias a los guardias del hotel logramos subir al ascensor directito a la terraza. Llego y lo primero que hago, luego de saludar a los directivos que me reciben es coger una copa de espumante que vacío en un segundo. El piano de cola está acomodado a un lado del escenario, tocaré después del brindis inicial, antes de la presentación oficial de los productos.
He intentado responder lo más serena posible, aunque muy en el fondo esté completamente indefensa. Frágil. A nada de volver a caer.
Christian me hace fotos con los ejecutivos del evento y los productos de muestra para el video del blog de hoy, Katia no deja de hablar con algunos invitados, Claudia está ultimando detalles para la presentación y Atenea me sigue de cerca, cuestionándome con la mirada.
"Las cosas cambian, nena"
Poso con las demás creadoras de contenido odiándome por traer a colación a quien no debo. Si algo he aprendido es a sonreír ocultando todo, cada vez más he perfeccionado la sonrisa, aunque no lo suficiente para conseguir que me llegue a los ojos.
Maldito imbécil.
Me escapo un rato a buscar otra copa, la termino de la misma manera, en un par de sorbos. Me incluyo en una plática sobre la crema de peinar del nuevo set con unas chicas mientras me tomo un vaso más, y cuando estoy a nada de tocar, me hago del que espero, sea mi último champán de la noche.
La melodía de la Pavane se eleva tras escuchar los aplausos de los asistentes. Majestuosa y melancólica, un espejo de mi corazón. Cada nota parece ser una punzada a mi alma, y no sé si lo estoy haciendo bien.
Esta pieza siempre me ha transportado a un lugar de profunda tristeza y belleza. Y la ironía es cruel. Mientras interpreto esta melodía que habla de pérdida y de añoranza, mis ojos se encuentran mirando a los suyos y mi mente, en vez de estar repitiendo la partitura, se acuerda de su voz, pidiendo una segunda oportunidad.
¿Cómo puedo concentrarme en la música cuando mi mundo interior está de cabeza?
Mis dedos se mueven por sí solos, haciendo caso a la poca cordura que me queda. Pero mi corazón late con fuerza, desbocado. La Pavane es una procesión solemne,, sin embargo, para mí ahora es una lucha interna.
Una lucha entre lo que debo y quiero hacer.
Una batalla entre la técnica y la emoción.
Las últimas notas resuenan en el aire, y un silencio sepulcral se apodera de la sala. El público aplaude, yo solo lo veo a él, esperando mi respuesta.
¿Voy a poder? ¿incluso sabiendo que no me ama, le daría otra oportunidad?
Dijo que no me arrepentiría.
La Pavane era un contraste de luces y de sombras, de alegría y de dolor. Así como es mi vida ahora mismo, un laberinto de emociones y deseos que me cuesta descifrar.
–Muchas gracias –digo antes de bajar a buscar otra copa.
Disimulo mi ansiedad entre saludos, felicitaciones y halagos. Nunca me han sentado bien, ahora mucho menos.
¿Por qué todo tiene que ser tan difícil?
–A mí sí me vas a decir que mierda te pasa –me aborda Katia en el balcón que da hacia el interior del hotel–. Nerviosa por la presentación no estabas, y esta forma tan impropia de ti de beber me hace creer muchas cosas.
–El champán está rico. Nunca había probado uno igual.
–¿Y yo me voy a casar en un mes, ¿no? –le miro con las cejas levantadas, incómoda por la situación–. Desde que volviste estás así, y quiero saber por qué.
–No es nada, Kat. Solo que verlo ha sido... extraño.
–Follaste con él.
No pregunta, lo afirma. Gracias al cielo estoy sujetando la copa con ambas manos, pues la manera en la que se me descompone el cuerpo sugiere que hubiese estado peor.
–¿Qué? ¿cómo crees? No –titubeo al hablar, mis mejillas se tiñen de rojo y no lo puedo ocultar.
–¿Cómo pudiste? Se supone que no volverías a caer, que ya habías aprendido y que lo estabas olvidando. ¿Qué le costó? ¿un par de palabras bonitas? ¿te usó y te botó otra vez?
–No fue así, Kat. Sabes que estoy luchando para poder olvidarlo, pero una parte de mí...
–Una parte de ti todavía sigue creyendo que los cuentos de hadas existen. ¿Qué necesitas? ¿tocar fondo otra vez? él no va a estar cuando te deje en la mierda. No va a levantarte cuando lo necesites y no te va a oír llorar. ¿Qué no te das cuenta que para él solo eres un trofeo?
–eso no es... –me termino el contenido de la copa y juego con ella entre mis dedos, nerviosa–. Yo me ilusioné sola. Él nunca me prometió nada hasta este lunes, me dijo que me quería en su vida, y que no me iba a arrepentir.
–Aceptaste.
–Todavía no.
–¿Todavía? ¡entonces sí estás pensando hacerlo! –se apoya en el barandal, con los ojos cargados de algo que no logro descifrar–. ¿Por qué, Sofía? ¿no te ha bastado con todo el daño que te ha hecho?
–No lo sé. Yo sé que está mal, Kat. Pero cuando me mira, cuando lo tengo cerca, hay una parte de mí que todavía se estremece.
–Te vendría bien un poquito de dignidad –gesticula con sus dedos mientras me regala una sonrisa sarcástica–. ¿Y cuando se canse de ti qué?
–Eso no... él me escribió una carta –me mira interrogante, a la espera de que continúe–. No la leí.
–Que patético –una media sonrisa se escapa de mi boca al recordar que él también me dijo lo mismo–. Seguro dice que te ama, que se dio cuenta que eres el amor de su vida y que por eso no puede dejarte ir.
–No.
–¿No?
–Alexander no me ama, Kat. Me lo dijo y le creo. Me quiere en su vida, pero no me adora, ni soy el amor de su vida.
–¿Te lo dijo así, tal cual? –asiento, ella se queda en silencio por un largo rato sin darme indicios de ningún tipo de emoción–. Al menos es sincero. Porque estoy segura que si te hubiese dicho que te ama, tú hubieses corrido a sus brazos al instante.
Es lo más probable. Mi corazón creyó haber escuchado la confesión más linda de amor cuando me dijo que me quería en su vida y en su cama. Y con una suerte de palabras bonitas y promesas falsas, hubiese caído.
–Dijo algo parecido.
–Pero prefirió decirte la verdad –dice más para ella que para mí, lo sé porque se parece más a un pensamiento suelto–. Y está apostando todo lo que le queda incluso sabiendo que ha echado a la basura su carta más poderosa. Apelar a tus sentimientos con mentiras.
Su intensión no es convencerme de nada, lo tengo claro. Sin embargo, mientras habla la balanza se va inclinando al lado incorrecto.
Alexander no me está mintiendo. Nunca lo ha hecho.
¿Qué implicaría un nosotros? ¿ser novios? ¿amigos con derecho?
No lo sé. Y quiero preguntárselo.
–Dame una lista de todas las razones por las que ni siquiera debería estarlo considerando.
–¿Serviría de algo?
–De mucho. Dime que si acepto sería una estúpida. ¿Me falta dignidad, no es cierto?
–No quiero gastar saliva en vano.
–No me estás ayudando, Kat. Dime que piensas. ¿Tú que harías en mi lugar?
–Me alejaría. Lo mandaría a la mierda porque ahí no es. Digo, eso es lo que quieres escuchar –abro la boca dispuesta a replicar, pero se adelanta–. Y mi respuesta real es que no sé. No estoy en tu lugar y si te soy sincera, no me gustaría estarlo. Es fácil aconsejar desde fuera, pero yo no voy a hacerlo.
–Necesito una opinión...
–Creo que sí te puedo dar un consejo después de todo –pone su mano sobre la mía y mira hacia el vacío–. No tomes decisiones en base a lo que piensen los demás. Ni siquiera las pidas, porque no vas a hacer caso y si lo haces, ya te estás condicionando demasiado.
–¿Y un punto de vista objetivo?
–No hay punto de vista objetivo. Por eso te digo que las relaciones románticas son una mierda –curva sus labios en una sonrisa–. El trabajo nos espera. No tardes y evita tomar otra copa, porque no quiero cargar con alguien ebrio hoy.
Se pierde por donde llegó sin darme tiempo a agradecerle. Aturdida, dejo la copa en el suelo para apoyarme con ambos brazos en el barandal, mirando hacia el jardín interior. Hay hamacas vacías alrededor de la fuente de agua, mesas esparcidas sobre el césped. Muchas flores.
No cierro los ojos porque temo traer a juicio a los suyos. Evito pensar porque no me siento preparada, y la conversación con mi representante me ha dejado en el limbo.
Así que solo observo. El movimiento leve de las plantas con el viento de la noche, el agua de la fuente iluminada por candelabros.
***
Han pasado 10 días. Los he marcado en el calendario de mi habitación con la idea de que todavía tenemos algo pendiente. Tiene que venir a buscarme porque yo no voy a ir. Porque una parte de mí necesita que lo haga.
Lo que sí hace, contra todo pronóstico, es darle me gusta a todas mis publicaciones e historias. A veces comenta con las caritas guiñando el ojo, y ese simple gesto no solo me alborota el corazón, también sube mi audiencia. Mucho.
–Ya traje las cosas que me pediste. Y mira a quien me encontré en la calle.
Estoy sentada en el banco de madera frente al piano en la sala de mi casa. Acabo de terminar de repasar un vals nocturno de Chopin y ahora intento estudiar la partitura de una pieza de jazz que quiero incluir en el repertorio de mi concierto en solitario.
He tocado Take The a Train" un par de veces en el conservatorio. Siempre guiándome de la partitura. Digamos que soy más de música clásica que de otra cosa, pero mi representante dice que necesito innovar. Me pone un poco nerviosa, pero como le confío el manejo de mi carrera a ciegas, debo hacerle caso.
–¿Cómo vas, Sof? –Christian camina tras mi madre cargando unas bolsas que me imagino, son de la compra del súper–. Siento mucho la demora. Acompañé a Katia a llevar las fotos a la disquera y la dejé en la oficina...
Antes de darle el encuentro compruebo la hora en mi móvil. Son casi las seis de la tarde y yo creía que eran a penas las cuatro.
Quedamos en vernos a las 5:30 para grabar un video en la cocina de mi casa, siguiendo la idea de Atenea y Katia de mostrarle a la gente que me sigue un poquito más de mi vida cotidiana.
–No pasa nada. Me perdí con el tiempo –dejo que me de un beso en la mejilla y lo acompaño hacia la cocina.
–¿Cómo van los ensayos?
–Ahí vamos –me muerdo los labios nerviosa, recordando que cada día falta menos–. Estoy pensando en hacer unos cambios en el orden de las piezas. Quiero empezar y terminar con Liszt.
–hasta el mismo día del concierto tienes para hacer todos los cambios que quieras. Hoy vimos los equipos que mandará la disquera para grabar, y también acordamos la fecha de la prueba de sonido. Serán dos, así como querías.
–Pensé que no aceptarían –suspiro aliviada.
–Es Katia –se ríe, y por mi salud mental paso por alto el brillo extraño de sus ojos–. Todo lo que pide se lo conceden.
Me pone al tanto de los últimos acuerdos de la reunión de hoy mientras ayudamos a mi madre a acomodar las compras. Dejo sobre la mesa los ingredientes que necesito para el tiramisú, y siento un tirón fuerte cuando encuentro el zumo de cerezas que pedí.
El tiramisú normal no lleva cerezas.
Un flash de la cena en su casa hace casi cinco meses me golpea de repente, haciéndome tambalear. Había agregado las cerezas porque quería hacer algo especial y no me equivoqué, pues todavía recuerdo haberle servido tres rebanadas de postre.
Me había dicho que le gustaban mis labios.
–Todavía no entiendo porqué el zumo. Eso no dice en la lista de ingredientes de la receta de tu abuela –observa mi madre envolviendo algunas hiervas.
–Lo agregué yo. Sabe bien –niego apresurándome por alistar lo que necesito.
–¿Zumo de cerezas al tiramisú? –cuestiona Christian–. No sé cocinar, pero nunca he probado...
–Hoy lo probarás. Le da un toquecito especial.
Mi madre me acusa con Christian de estar cambiando la receta. Es de mi abuela, siempre hemos seguido las indicaciones al pie de la letra, así como en todos los postres. Hasta que yo decidí hacerle una pequeña modificación, por él.
No sé como llega a hablarle de cuando trabajaba en un crucero en Barcelona, ni de cuando se casó con mi padre. Intervengo poco pues me dejo ir con los recuerdos disparejos que me golpean en segundos. Todos con un mismo protagonista. Alexander Madrigal.
Tampoco sé cuanto tiempo pasa hasta que decide que es hora de dejarnos solos para grabar. Pero cuando lo hace me obligo a recomponerme, pese que ese "te quiero en mi vida y en mi cama" sigue haciendo estragos. No he decidido nada, no soy capaz de hacerlo. no he leído la carta porque tengo miedo.
Tengo miedo porque pese a todo, una sola respuesta resuena con fuerza en mi alma, en mi corazón, y en una parte de mi mente adormecida por las palabras de Katia.
Grabamos todo el proceso de preparación procurando que se vea orgánico. Una noche cualquiera en la que quiero engreír a mi madre con un postre dulce y especial. Una noche sin eventos, alejada del revuelo de la prensa, del mundo tan agitado en el que estoy sumida.
Sirvo dos copas de vino ni bien meto el postre al congelador. No hay motivo para brindar, pero mi sistema exige un respiro en medio del lío de emociones que me embarga. Estamos recargados en la barra principal de la cocina. Me habla sobre la fórmula uno, y hago todo para seguirle el ritmo.
A Katia también le gusta la fórmula uno.
Puedo ser muy creativa a veces –me digo cuando mi mente empieza a conspirar imaginando un solo escenario. Ellos juntos.
No hay forma. ¿O sí?
El sonido del timbre me toma por sorpresa. No estamos esperando a nadie. De mala gana me levanto a abrir, Christian también lo hace, sin embargo, niego con la cabeza.
–Voy yo. No te preocupes.
De la nada, mi corazón empieza a latir con fuerza. En mi garganta se instala un nudo extraño y mis manos tiemblan.
¿Qué mierda?
Eso es lo que me sigo repitiendo cuando abro la puerta y el olor amaderado presente en todas mis pesadillas se esparce por todo el lugar.
Abro y cierro los ojos para cerciorarme de estar viendo bien. Todos estos días he imaginado distintas posibilidades de encuentro. Nunca este.
En mi casa.
–¿Cómo estás, hermosura?
La piel se me eriza con el tono profundo que tanto me ha atormentado estos días.
"Te quiero en mi vida y en mi cama".
Toda duda se me va al recibir el apretón firme en mi mano, causante de la descarga eléctrica que consigue que sus ojos grises choquen con los míos.
–¿Qué haces aquí?
–¿No me invitas a pasar? Está haciendo un poco de frío, y tengo sed.
No debería invitarlo a pasar. No obstante, mis pies se mueven por sí solos haciéndose a un lado, permitiéndole el paso a mi nueva casa.
Él es quien cierra la puerta, avanza hacia la sala como si ya hubiese venido antes. Lo sigo a paso lento, y quiero echarme a reír cuando se sienta sin siquiera haberme pedido permiso.
Escanea con la mirada los retratos apoyados en las repisas, los cuadros de las paredes, los adornos de mi madre sobre la mesa de centro. Detiene su recorrido en el piano abierto a un lado, las partituras desparramadas en la tapa. Mi móvil tirado boca abajo en el brazo de un sofá.
Y sonríe.
Y me derrito al verle.
–¿Ensayando? –totalmente perdida en la curva de sus labios fruncidos, no le respondo–. Me costó un poco más encontrar tu casa. ¿Por qué te mudaste?
–Había mucho tráfico cada que jugaba el Madrid.
¿Por qué le respondo?
No está bien. No es un viejo amigo que viene después de tiempo a visitarme. Es el hombre que más daño me ha hecho en la vida.
El hombre que todavía me sigue poniendo nerviosa incluso estando a varios metros de distancia.
–Sof, ya sacamos el...
Oh. Mierda.
Mi fotógrafo aparece en la sala desencajando la sonrisa perfecta de Alexander, reemplazándola por una expresión que dista de la neutralidad de siempre. Tensa la mandíbula, levanta una ceja, lo acribilla con los ojos.
–Estamos ocupados, lárgate –el tono frío me encoje.
Está enojado.
–No sabía que estabas esperando a alguien... Soy...
Christian se acerca para presentarse, no obstante, Alexander se pone de pie evidentemente irritado.
–No me interesa. La puerta está allí, y ve olvidándote de...
–Te presento a Christian, mi fotógrafo –me interpongo entre ambos con las manos entrelazadas a la altura de mi estómago–. Estábamos grabando contenido en la cocina para el blog de mañana. Christian, él es... Alexander Madrigal.
Christian me mira. Como todo mundo, ha leído los rumores de la prensa, las declaraciones de Isabella, nuestra entrevista en Liverpool. Ni él ni Claudia están al tanto de la realidad de las cosas, solo se han limitado a trabajar siguiendo órdenes, dejando la curiosidad de lado.
Así que intuyo que su mirada intenta lanzar las cientos de preguntas que le pasan por la mente. Yo también lo haría, sin duda.
–Mucho gusto, Alexander –extiende la mano, espera un poco, y luego tiene que bajarla, avergonzado.
Ruedo los ojos fastidiada. Al parecer lo maleducado no se le ha quitado.
La tensión se podría cortar con un cuchillo, nadie me preparó para esta situación. Los latidos arrítmicos de mi corazón son lo único que escucho en medio del silencio insoportable. Debo procesar rápido para actuar lo antes posible.
Alexander está aquí.
Está acribillando a mi fotógrafo con los dos bloques de hielo que tiene en los ojos, y entiendo que Davide no le ha aclarado el malentendido del centro comercial.
–Con él me vio Bárbara en el centro comercial el otro día. No me dejó presentarlos y bueno, se equivocó –me quiero jalar de los pelos, yo no debería darle explicaciones.
–Lárgate. Tu trabajo a terminado por hoy –señala la puerta con la cabeza, Christian no se mueve–. ¿No hablas español o qué? a la calle.
–Sof... falta la parte final del video y...
–Paciencia es lo que no tengo. Te he dado una orden.
–No puedes dar órdenes en mi casa –le recrimino con los ojos, no se inmuta–. Christian se queda, porque aún no hemos terminado. Y si...
Pierdo toda la cordura una vez sus ojos se encuentran con los míos. Mirar así debería ser un pecado capital. Me estremezco de una forma vergonzosa teniendo en cuenta la situación, tengo las palabras en la punta de la lengua, sin embargo, no consigo verbalizarlas.
Se me ha olvidado cómo hablar.
Cuando me mira se me olvida hasta respirar. Y sufro de amnesia selectiva.
Todavía estoy enamorada, obsesionada, ya no sé. pero de esos ojos grises con mirada penetrante y brillo misterioso.
–¿Por qué tanto silencio? ¿Ya está listo el tiramisú?
Ni siquiera la voz de mi madre logra hacerme despertar del todo, el poder que tienen sus ojos sobre mí es algo alucinante. Y aún sabiendo que está mal, no puedo apartar mi mirada.
–Buenas noches –titubea ella, y puedo respirar en paz cuando él aparta sus ojos de los míos para buscarla–. ¿Usted es...?
El hombre que me jodió la vida, mamá.
–Alexander madrigal, mucho gusto, señora.
El karma sí existe. Lo entiendo cuando él extiende la mano derecha y mi madre la ignora, negando varias veces.
–Greta de Romero. Pero el placer no es mutuo. A estas alturas ya debe saber que usted no es bienvenido en esta casa, así que no entiendo que está esperando para marcharse.
Eso debí hacer desde el principio.
–Lamento no ser de su agrado, señora. Pero no he venido a verla a usted, sino a Sofía –me sorprende el tono calmado que emplea, él no actúa así–. Tenemos un par de cosas pendientes y no voy a irme.
–Me parecía que todo estaba claro entre ustedes –se acomoda el cabello con elegancia y me mira interrogante–. De todas maneras, ha llegado en un mal momento. Esta ya no es hora para recibir visitas. Vuelva mañana.
–Con todo el respeto que se merece, Greta, no me voy a ir. No hasta hablar con su hija porque nunca hago viajes en vano.
–Esta será la primera vez, entonces. Mi hija está trabajando.
–Esperaré. ¿Qué falta para que te largues? –le pregunta a mi fotógrafo y mi madre se enoja.
–Grabar la parte final del video –contesta él con una media sonrisa, intuyo que es por el desplante de mi madre.
–Ve, nena. Te espero aquí.
Es quizá la situación más incómoda de mi vida. Alexander vuelve a tomar su lugar en el sofá ante la atenta mirada de mi madre, que se apoya en la pared, dejando claro que allí se quedará. Algo no se siente bien con la idea de volver a la cocina dejándolos solos, no obstante, me muevo con la intención de terminar con esto rápido.
Aunque no sé qué tan bueno sea.
–Lo siento mucho. No debió tratarte así –le digo apenada sacando el pastel del congelador–. Te daré una rebanada doble en recompensa.
La vida es una ironía increíble. Decido grabarme preparando el tiramisú con zumo de cerezas y él aparece.
Hago las tomas finales con el corazón en la boca y un vacío infinito en el estómago. Me equivoco apropósito queriendo retrasar lo inevitable, pues Alexander no se irá de aquí sin una respuesta. Y muy en el fondo, contra todo pronóstico, desafiando a lo correcto, los dos sabemos cuál será.
Parto el postre en varias tajadas, empaco un par para Christian y le pido que mañana me de su opinión ni bien nos veamos. Pese a que es una forma muy evidente de pedirle que se vaya, me regala una sonrisa y comenta lo bien que se ve mientras lo acompaño hacia la puerta.
Si las miradas mataran, Alexander ya estaría tres metros bajo tierra. Mamá no se ha movido de su lugar, no disimula el disgusto al tenerle a pocos metros, no oculta su rabia con tintes de ¿odio?
No lo sé ni quiero saber. Es muy cobarde de mi parte volver a encerrarme en la cocina, pero me excuso al empezar a acomodar dos platos de postre en una de las bandejas favoritas de mamá.
Salgo de la cocina con el corazón latiendo con desenfreno, la respiración pesada, un nudo en la garganta y nervios recorriéndome de arriba hacia abajo. ¿Para esto estaba marcando los días en el calendario?
–Iré a buscar agua bendita para espantar las malas vibras –dice mamá descolgando un cárdigan del perchero–. Treinta minutos, Sofía. no más.
–No es necesario esto, mamá...
Si no quisiera nada, no hubiese tenido la delicadeza de poner la bandeja con dos platos de tiramisú y dos tasas de té sobre la mesita de centro.
Mamá es consciente de ello, por eso me quedo a media frase y le vuelvo a pedir disculpas en silencio.
–¿Té de jengibre? –asiento, medio aturdida con el ruido de la puerta al cerrarse–. El departamento te ha quedado muy bien. Te mudaste hace poco, me imagino.
Asiento en modo automático creyéndome incapaz de hablar. Levanto de la mesa la otra taza de té, mas no me la llevo a los labios. La aprieto fuerte con ambas manos, intentando contrarrestar los escalofríos de mi cuerpo.
–¿Eres tú? –fijo mis ojos en el retrato del centro que observa con detenimiento y asiento–. Hermosa como siempre. ¿Es tu papá?
Vuelvo a asentir.
Tengo un nudo en la garganta que no desaparece ni siquiera con el sorbo de té caliente que me tomo.
–¿Eso es en Barcelona?
–Palma de Mallorca. Semana santa. Solíamos ir todos los años porque mi madre tenía la esperanza de coincidir con la reina Sofía.
–Por ella te llamas Sofía –observa.
–Ella dice que no, pero sí. Siempre la admiró muchísimo.
–Y ha sido la mejor decisión. Sofía –la forma tan profunda en la que pronuncia mi nombre me estremece de pies a cabeza–. Me gusta. Pero a diferencia de tu madre, nena, yo no pienso en la reina cuando escucho el nombre. Pienso en ti. En tu sonrisa, en tu voz...
Y mi corazón se salta un latido al escucharle.
Como si me estuviese pidiendo matrimonio en una góndola en Venecia.
–No sé que tipo de embrujo me has hecho, hermosura. Pero sea cual fuera, te ha funcionado de maravilla porque por eso estoy aquí. Aterricé hace un par de horas y me voy mañana al mediodía.
–No te lo he pedido –me muerdo el labio inferior hasta que siento el sabor metálico de la sangre.
–¿Sí te había dicho que eso solo puedo hacerlo yo?
Me quedo sin aire cuando en un parpadeo, se acomoda a mi lado en el sofá, invadiendo mi espacio personal y amenazando con hacerme perder los estribos. Cierro los ojos al sentir el tacto de sus dedos sobre mi piel al liberar mi labio con suavidad.
Me quita la taza de las manos con facilidad, la pone otra vez sobre la bandeja y sé que he perdido. Soy como una masa que puede moldear a su antojo, pues no pongo resistencia en ningún momento.
Ni cuando me levanta el mentón con una de sus manos frías, ni cuando se acerca hasta el punto de sentir nuestras respiraciones entremezcladas, ni cuando choca sus labios con los míos.
Me besa, se lo permito. Le correspondo, dejo escapar un jadeo al sentir la leve presión de sus dientes en mi labio inferior.
–¿A qué has venido? –le pregunto en un susurro, pegando nuestras frentes.
–A buscarte y lo sabes, hermosura.
–Pensé que te había quedado claro todo. Entre tú y yo ya no hay un nosotros.
–Convéncete tú primero y luego hablamos.
Debo huir. Tengo que hacerlo antes de que sea demasiado tarde.
Nuestras respiraciones se entremezclan en medio de un profundo silencio. No sé si él puede oír mi corazón, pero si lo hace, es consciente de las emociones contradictorias que me embargan.
Solo sé que a ese mismo corazón confundido le gusta estar así. Cerquita, respirando el mismo aire, con su toque suave sobre mi piel. Tengo los ojos cerrados experimentando esta extraña sensación de calidez que debería estar penada.
Porque con él nunca va a ser cálido. No siente, no me ama.
Porque estar al lado de un témpano de hielo no se puede sentir así.
–¿Por qué así, Alexander? –delinea pequeños círculos con sus dedos en mi mentón–. Si me hubieses dicho que me amas nada de esto sería necesario y lo sabes. Era la manera más fácil de volver a tenerme contigo.
–Odio las mentiras, Sofía. Odio que me mientan y odio mentir. No te amo, ya está.
–¿Y qué te hace pensar que voy a aceptar cualquier cosa que quieras proponerme sabiendo que no me amas?
–Que nunca antes te había prometido nada. Que no has podido olvidarme, que estás enamorada de mí o cualquier cosa que sea eso que sientes.
–Odio. Resentimiento. Rencor.
–Deseo. Necesidad. Me quieres, nena. Y quieres que lo intentemos tanto o más que yo, por eso estamos aquí.
–No estés tan seguro. Yo puedo querer mandarte a la mierda y decirte que...
–Si no lo has hecho es porque no quieres. Sofía, te conozco y aún sin que me digas nada sé que lo has pensado todos estos días –no me deja hablar porque se adelanta–. Y eso significa una sola cosa. Vas a aceptar. Porque si tanto me odias como dices, ni siquiera te hubieses tomado el tiempo de pensarlo.
–¿Aceptar qué? tú no me has propuesto nada –fuerzo una sonrisa y él hace lo mismo–. ¿Cuál sería mi papel? ¿El de amiga con derecho? ¿amante con exclusividad? ¿puta personal?
Y en vez de responderme, me besa.
Me dejo llevar por la sensación de sus labios húmedos moviéndose al compás de los míos, por la memoria de lo que habíamos sido. Y en ese momento, sumida en la familiaridad del contacto vehemente, todas mis dudas se desvanecieron.
¿Qué estaba haciendo? ¿cómo podía permitirlo después de todo?
No lo sabía. Ya no importaba.
–Todo eso y más. Quiero que lo intentemos, muñeca. Con todo lo que implica –confesó aún sobre mis labios antes de volverme a besar.
Una holeada de emociones me embargó al instante. Enojo, tristeza, confusión, deseo... amor.
Todavía lo amaba. Podía jurar que mucho más que antes.
Y ese amor era mucho más grande que todo el daño que me había causado.
–¿Leíste la carta? –negué alejándome un poco–. No te vas a arrepentir, hermosura. Déjame curar todas las heridas que todavía siguen abiertas. Quiero devolverte la sonrisa.
–Si acepto estaría cometiendo un error. Igual o peor al de antes.
–El mismo error que estoy cometiendo yo al venir hasta aquí. ¿Sabes cual es el detalle? –no le digo nada, hace una pausa y entrelaza nuestros dedos–. Estoy dispuesto a cometerlo si te voy a tener en mi vida otra vez.
Los malos presentimientos están en el aire, mezclándose con los recuerdos del pasado en una clara advertencia a la decisión que amenaza con salir de mis labios. Me ha roto el corazón, y si lo acepto me condenaría a vivir en una relación sin amor.
–Puedo hacerte feliz. Tengo todos los medios para hacerlo y si aceptas, te prometo que no te vas a arrepentir. Y promesas si cumplo, hermosura.
No entiendo la razón, pero no puedo ocultar todo lo que siento.
¿Me voy a condenar?
Talvez.
"No tomes decisiones en base a lo que piensen los demás" –me repito, soltando el aire poco a poco, preparándome mentalmente para lo siguiente.
A fin de cuentas, con él siempre pierdo y no vale apostar. No cuando mi corazón es más fuerte que mi parte racional.
Entonces, lo beso.
Olvido todos mis presentimientos, ignoro las advertencias, oculto el dolor en lo más profundo de mi alma.
Y ese beso apasionado termina de condenarme.
***
Aquí escuchamos y sí juzgamos.
Quiero leer sus impresiones!
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