24. Alcohol a la herida
La clave del éxito está en tener una fuerte presencia en redes sociales. No solo subiendo fotos antes y durante los conciertos, ni publicando clips míos tocando con o sin público. La cosa va más allá. A la gente le interesa "conectar" con la persona más que con la pianista, así que mientras más cercana y más natural me muestro, hay más posibilidades de captar y mantener al público que en un principio me siguió por los rumores.
La idea de Katia y Atenea es hacer de mi nombre una marca comercial, influyente no solo en la música, si no en temas más cotidianos. Así que, aunque mis cuentas lleven el distintivo de "Músico", se convierten en un blog personal.
Mi público objetivo es la gente joven, y no me resulta tan desagradable la idea de "incentivar" a que abran su abanico de gustos musicales a algo un poco más alejado en los últimos tiempos como lo instrumental clásico. Aunque para eso, a veces, y de manera muy sutil, tenga que hacer referencia a lo que tanto quiero superar.
A la gente le gusta especular, alimentar chismes y revotar rumores, así que siempre va a ver alguien que por curiosidad entre a mi perfil, para ver si subo algo referente a él.
Y lo hago.
En una cajita de preguntas que pongo dos días luego del partido de Champions, en el que el atlético le gana 3 a 0 al Liverpool (no lo humillan como quería, pero algo es algo), alguien me pide mi opinión sobre los resultados de los partidos de ida de octavos, y da a entender que apoyo cien por cien al equipo red.
«Primero los equipos españoles, luego el resto. Está el atlético, el real Madrid, el Barza y voy a ir con ellos hasta la final».
Con un poquito de recelo, ese fin de semana también sigo de cerca los partidos de la liga inglesa, y hago alarde de mis poderes de manifestación cuando el Liverpool empata cero a cero contra el último clasificado de la tabla. El delantero estrella otra vez se queda sin marcar, y falla varias ocasiones clarísimas de gol.
Me hubiese gustado poner ¡Viva el Wolves!, pero en cambio, solo publico una imagen de una estrella y añado: «Parece que la estrella se ha convertido en un planeta más».
Tan sutil no es, porque descubro que hay varios titulares en periódicos deportivos donde lo critican por su falta de gol en los últimos tres partidos, y por estar "desaparecido" en el campo de juego. ¿Dónde está la estrella del Liverpool? Suele ser la pregunta más recurrente, así que la gente no tarda en asociar mi publicación.
Aunque el ritmo de trabajo baja un poco luego del concierto de París, no dejo de hacer cosas. Nos dedicamos mucho tiempo a planear mi concierto del teatro real, la portada del álbum y por, sobre todo, a hacer mucho contenido. Me grabo cocinando, haciendo rutinas básicas, promocionando y de vez en cuando, mandando una que otra indirecta.
Es martes por la tarde cuando voy con Christian, mi fotógrafo, a probarme un vestido para un evento que tengo la próxima semana. Me acompaña porque estamos grabando una especie de "un día conmigo", y según el itinerario que me hizo Claudia, esta es una de nuestras últimas paradas. La tienda del diseñador está en el centro comercial, así que aprovecho para entrar a un par de tiendas y comprar algunas cosas que me faltan.
–Vemos el bolso que le quiero regalar a Katia y te invito a un café ¿sí?
–No es necesario –las puertas del ascensor se abren y Christian me da pase primero.
–Gracias. Y no me puedes rechazar, tienes que probar los rollos de canela de esa cafetería, son una delicia. Nos merecemos algo rico luego de un día largo, porque hoy sí me sentí productiva.
–Hicimos mucho contenido. El tema va a estar en editarlo.
–Vez, toma mi invitación como una recompensa adelantada por tu trabajo –me acomodo el chal y a lo lejos diviso la tienda–. ¡Ahí está! Pensé que íbamos a tardar más en encontrarla. El otro día vimos unos bolsos hermosos y creo que Kat se enamoró de uno, pero ya sabes cómo es. Así que pensé que sería un bonito regalo de cumpleaños.
–¿Cuándo es?
–El nueve de marzo. El de Atenea es en septiembre, ¿el tuyo?
Luego de casi un mes de estar trabajando juntos, aún no hemos tenido tiempo para conocernos bien. Supongo que no le ayuda el echo de estar rodeado de puras mujeres, pero Christian siempre se mantiene al margen. En las pláticas, en las discusiones, en los desacuerdos de Katia y Atenea. Hace lo que tiene que hacer de manera impecable, pero es escueto en muchos aspectos.
–En diciembre, falta mucho aún.
–Anotado. Mi idea es hacer algo especial en cada cumpleaños, ir a comer, brindar, no lo sé.
Me interesa forjar relaciones más allá de lo laboral con mi equipo, quiero que se sientan bien trabajando a mi lado al margen de todas las exigencias de Katia.
Este ritmo de vida no es fácil para nadie, y supongo que con forme las cosas van creciendo se necesita de más esfuerzos. Las presentaciones ameritan que nos estemos moviendo mucho, y aunque Atenea y Katia pueden alternar para avanzar trabajo pendiente desde aquí, siempre tengo que ir con Claudia, porque me organiza la vida de maravilla y con Christian para seguir trabajando en mi marca comercial.
Hace las fotos, graba los videos y luego tiene que editarlos. Atenea es la que se encarga de cosas más sistemáticas como la planificación de cada cosa, la publicación y el seguimiento.
–Puedo cocinar para ustedes –continúo.
–El pastel de manzana del otro día, por favor.
–Te prepararé eso, es una promesa. Esa receta es de mi abuela, cuando era pequeña...
–¿Sofía?
No termino de hablar cuando me encuentro frente a frente con Bárbara. Está saliendo de la tienda a la que quería entrar, así que por más que quiero, no puedo fingir que no la he visto, mucho menos después de oír la manera tan efusiva con que gritó mi nombre.
Nos vimos por última vez en el partido de la clasificación de España al mundial, y hacer un cálculo rápido del tiempo que ha pasado me deja un mal sabor de boca, pues para todas las cosas que han cambiado desde entonces, siento que ha sido muy poco.
Sinceramente, hubiese preferido no encontrármela en mucho tiempo más.
Es inevitable no relacionarla con esas advertencias que siempre me hicieron y que siempre ignoré, con Alexander, con aquel primer mal rato en su casa, con el primer golpe de realidad del estadio; lastimosamente, con aquel día lluvioso en Liverpool aún sabiendo que no tiene nada que ver.
Físicamente no se parecen en nada, en actitud mucho menos, así que el pensamiento de que hay similitudes entre ambos me toma desprevenida. Creo que el saber que realmente hay un parentesco influye, pues cuando la conocí por primera vez nunca se me ocurrió relacionarla con él. El punto es que, mientras le correspondo el cálido abrazo que me ofrece, en mi pecho se anida una sensación indescriptible.
Vuelvo a romperme. Me recompongo. Vuelve a dolerme.
Las profundas ganas de llorar se mezclan con la sensación de incredulidad, porque no es posible.
No es posible que un ser tan insensible como Alexander esté vinculado con alguien tan adorable como Bárbara.
No es posible que el abrazo de la abuela del hombre que más me ha destruido se sienta, en gran medida, como si me estuviesen volviendo a recomponer.
No es posible que la calidez que experimento esté dividida entre el dolor y algo parecido a la calma.
No es posible que, aunque quiera quedarme, hay una parte de mí que desea irse con todas sus fuerzas.
–Bárbara ¿qué tal? –le saludo cuando se aparta y me sonríe.
–¿Yo? Muy bien, pero no sé de ti hace mucho. Dejaste de ir a visitarme, y no fuiste a tomar chocolate conmigo el 24 como quedamos. Debería estar molesta.
No sabe nada.
Ni siquiera se lo imagina. Por la forma en que me sonríe, por la naturalidad con que me habla.
No sabe que la dejé de frecuentar porque su nieto me rompió el corazón en mil pedazos. No sabe que intento alejarme de todo lo que se relacione a él, pero que, de alguna manera, siempre termina habiendo algo que me lo impida.
Como ella, por ejemplo.
–Lo siento. He estado un poco ocupada. Mira, déjame presentarte a Christian, el es... –me alejo un poco y le hago una seña a mi fotógrafo, que se ha puesto gentilmente a pocos pasos de nosotras.
–Mejor, mi amor. Mejor –le extiende la mano a Christian y le miro interrogante–. Yo soy Bárbara, amiga de Sofía.
–Mucho gusto, señora. Soy...
–Cuídala mucho, porque mujeres como ella no aparecen dos veces en la vida.
Hay un cruce de información. Un gravísimo error.
Christian me mira confundido y yo le devuelvo la mirada igual de extrañada.
–Es más lindo que el otro –me susurra ella al oído–. Es más gentil, no es mal educado ni mal encarado. Ya me contarás lo que ha pasado, pero felicidades.
–Es que estás entendiendo mal, él no...
–Hacen una bonita pareja –dice más alto, y mi fotógrafo se ríe–. Tenemos mucho de que hablar, me debes un chocolate y tienes que decirme cuando puedes dármelo.
–Bárbara, no creo que...
–Ya sé, no quieres ir a mi casa. Pero no hay problema, yo voy a la tuya ¿el martes está bien? no te digo fines de semana, porque seguro estás trabajando mucho.
–Ya cambié la cartera, podemos...
Entonces, sí tengo ganas de irme. Miro conmocionada a la mujer elegante que sale de la tienda con dos bolsas de compras. La misma expresión neutra, el aire de superioridad. Pero a diferencia de su hijo, ella tiene unos ojos bastante expresivos. Ojos que ahora mismo me escudriñan de pies a cabeza, haciéndome sentir pequeña.
Si tan solo los ojos de Alexander fueran la mitad de expresivos que los de su madre, seguro me hubiese evitado muchas lágrimas.
Y lo peor de todo es que me lo advirtió. A su manera, sin delicadeza, con una pisca de molestia en cada palabra. Pero ella era una desconocida, poco amable y bastante descortés. Entonces, si ni a mi subconsciente, ni a las personas de mi círculo cercano les hice caso ¿por qué habría de escucharla?
Porque era su madre. Lo conocía perfectamente bien. En gran parte había contribuido en formar al hombre arrogante y ególatra que era hoy en día.
–Buenas tardes, señora –le saludo con un nudo en el estómago.
Supongo que luego de todo queda esto.
Supongo que la única culpable de estar pendiendo de un hilo en el aire soy yo, porque señales hubo siempre y yo las ignoré.
Supongo que por eso no me dejo caer, porque ni mi madre, ni la gente que me quiere es responsable de mis errores.
Ni siquiera él. La que se enamoró fui yo. La que fantaseó con una casa frente al mar, dos perros y tres niños fui yo.
–Buenas tardes –me extiende la mano y el apretón que viene después me toma por sorpresa.
Hay mucho ruido a nuestro alrededor. La típica música de los centros comerciales, las voces de la gente que se entremezclan entre sí. Aún así, la tensión que se materializa luego del saludo se siente densa y todo el bullicio de nuestro alrededor parece desaparecer. Al menos para mi mente que empieza a divagar, otra vez, en recuerdos dispersos, siempre con un común denominador. Alexander madrigal.
«No te ilusiones más, entonces» –recuerdo sus palabras y siento que me falta el aire.
Ver las cosas en retrospectiva resulta ser perjudicial, pues ahora no son ni sus palabras, ni su mirada fría y distante de la última vez, ni el sabor latente del engaño del que me creí víctima lo que me duele. Me duelen las advertencias, los malos presentimientos, las banderas rojas.
Me duele ser quien soy.
A fin de cuentas, quien quemó todas las etapas previas a una relación y se dejó embrujar por una sonrisa, un par de palabras bonitas y una mirada fui yo. Quien se creyó eso de estar "en algo" fui solo yo, por eso me dolió tanto verle besando a alguien más.
Y engaño, precisamente, nunca hubo. Él nunca se comprometió conmigo. Y tal como dijo, nunca firmó un contrato de exclusividad.
Así que toca replantear muchas cosas, aceptar otras y reconocer culpas.
Y me doy cuenta de ello justo cuando tengo a su madre y a su abuela en frente.
–¿nos vamos? El chofer nos está esperando –es Marisa quien rompe el silencio y me obliga a levantar la mirada.
–No te he presentado al novio de Sofía. él es Cristian...
–Mucho gusto –se apresura ella, pero le deja a mi fotógrafo con la mano extendida.
–Bárbara, creo que estás... –intento para evitar que se quede con una versión equivocada.
–Nos vemos el martes en tu casa, espérame a las 6. Yo llevaré galletas, ten el chocolate listo –deja un beso en mi mejilla cuando su hija la apura con la mirada–. No sabes que gusto me ha dado conocerte, estás al lado de una mujer extraordinaria. Cuídala.
Me acerco a Marisa para despedirme, y me sorprendo cuando se acerca lo suficiente como para disimular un beso y un medio abrazo. En cambio, me corre un mechón de pelo de mi oído y susurra.
–Muy bien, con los pies en la tierra. Entendiste al fin, costó, supongo, pero...
–No la estoy entendiendo –me remuevo confundida.
–Tú y el chico. A veces es mejor saber donde mirar. Eso sí podría criticarte, pero aprendiste y resultaste ser muy... inteligente –enfatiza lo último y se aleja–. Ya hablaremos en otro momento, querida. A mí no me va lo del chocolate y las galletas, pero te buscaré.
Observo el pacillo por el que desaparecen con una mezcla de confusión, sorpresa y curiosidad. ¿Hablar? ¿de qué? ¿por qué?
Tomo consciencia de un par de cosas mientras camino por la tienda junto a Christian. Primero, que encontrarme con Bárbara y con Marisa me ha permitido ver las cosas desde una perspectiva totalmente diferente, entender que el dolor que me carcome todos los días no es culpa suya, si no mía. O, mejor dicho, que duele más saber que me equivoqué yo, que saber que él me lastimó.
Segundo, que Bárbara se ha invitado sola a mi casa, y no sé cuan perjudicial sea eso.
Tercero, que tanto ella como su hija ahora creen que Christian es mi novio.
Cuarto, y más improbable aún, que la mujer que me trató mal desde la primera vez que me conoció luego de la prueba de sonido en su casa, ahora quiera hablar conmigo.
Y pese a haberme aclarado en muchas cosas, el encuentro despierta nuevas dudas.
-------------------------***-------------------------
tal como estaba planeado, no voy a la fiesta de revelación de sexo del bebé de Dafne. Le mando un moisés junto a un ramo de flores y una nota explicándole mi ausencia con un día largo de grabación en la disquera y deseándole todas las buenas vibras posibles. Quien sí va es mi madre, que a su regreso trae muchos bocaditos y un recordatorio especialmente para mí.
Según ella no hubo prensa, la reunión fue íntima y no toda la gente estaba vinculada al fútbol. Se hizo amiga de la madre de Dafne y de una de las tías de su esposo, incluso me comunica que las invitó a cenar la próxima semana a casa.
Pero al día siguiente, y pese a haber dicho con seguridad "no hubo prensa", sale en un artículo de Marca dedicado a hablar sobre los invitados y los ausentes en la fiesta de revelación del hijo de Carbajal. No está confirmado, pero rumorean que la mujer de abrigo beige, que posa al lado de la madre del futbolista es mi madre, y evidentemente, están en lo cierto.
De echo las fotos las sacaron de las redes sociales de Dafne y de su esposo, así que supongo que estaba en lo cierto cuando dijo que no hubo prensa. De todas formas, su presencia despierta comentarios, no tantos, pero existen y alimentan el rumor –casi muerto– de una relación hermética con Madrigal que se sustentan en la tesis de que incluso mi madre se codea con gente del mundo del fútbol.
No le prestamos mucha atención al asunto, pues nos dedicamos al cien por ciento a ultimar detalles para la primera reunión de trabajo que tengo con el hijo de Artur Dunoff. La propuesta que nos tenía el director de la sinfónica era una participación especial en el disco de recopilaciones que estaba grabando su hijo, que ya tenía una trayectoria para nada despreciable en el mundo del violín. Estaba grabando un álbum, bajo la dirección de su padre y dos maestros de cámara más que era un homenaje a las cuatro estaciones de Vivaldi, por ello, la selección de artistas acompañantes se estaba haciendo con total cuidado.
En un principio a mi representante le resultó un proyecto pobre. Según ella no iba con el corte "moderno e individualista" de mi carrera, pero grabar algo así siempre me hizo ilusión, así que terminó aceptando de mala gana. Yo sí estaba dispuesta a apostar todo.
–Me gusta oírte tocar.
Estamos en la sala de ensayos de la oficina de mi representante. Ella está cerrando el acuerdo con el equipo de Bladimir, que como buen músico que no se va por las ramas, no pierde el tiempo en entablar conversaciones de rutina y me muestra la selección de piezas que ha pensado para mí.
Le sonrío mientras cambio la partitura de la bitácora, porque creo que no soy tan excepcional como para saberme todas las piezas de memoria, y digamos que las piezas de Vivaldi no suelen estar en mi repertorio más inmediato.
–Fui a verte al concierto de la sinfónica en París, pero no me quedé a la cena porque tenía un compromiso –continúa en vista de mi silencio.
–Gracias –es lo único que le digo–. ¿un preludio de invierno? –le señalo la partitura y miro que asiente por el rabillo del ojo.
–Pensé que te gustaría, y bueno, también pensé que puedes hacerle todos los cambios que quieras a la pieza que elijas. Ya sabes, como un toque tuyo. Yo cambié la primera parte de la primavera.
–¿A, ¿sí?
–¿Quieres oírla? –no espera que asienta cuando busca el estuche de violín que dejó en uno de los sofás y lo abre.
Aprovecho que se acomoda y hace un par de ejercicios de práctica para picar un par de quesos y para rellenar hasta la mitad mi copa de vino. No nos conocemos de nada, pero supongo que el echo de compartir la pasión por la música le aporta un poquito de familiaridad y confianza a la escena.
El primer movimiento de la primavera suena extraño. La falta de instrumentos es bastante notoria y los cambios de acordes intensos por unos más profundos casi ni se sienten a oído común. Distingo rápido que ha alterado el orden de las notas en el primer embalse, y le ha bajado dos notas a los trinos, que representan el canto de las aves.
–Me gusta –le digo emocionada–. Con los demás instrumentos y el ensamble va a quedar genial. Supongo que no es lo único que modificaste.
–Ahora estoy trabajando en el movimiento largo de otoño. Invité a Miguel Ángel y a Eugenia para que trabajen con verano, me interesa que quienes van a colaborar conmigo se sientan parte del proceso. Y bueno, pensé en dejarte invierno, si te interesa y...
Se interrumpe, me mira y me echo a reír. Su mirada tiene una mezcla de duda, confusión y desconcierto que me genera un poco de ternura.
–Para mí sería un honor. Aunque es Vivaldi, digo, no esperes algo tan elaborado y extraordinario como lo que hizo. Estás trabajando con Miguel Ángel y Eugenia, y ¡Dios!... te prometo que haré todo lo mejor que puedo –la promesa más parece ser para mi mente, asustada por estar trabajando con una obra tan magistral como las cuatro estaciones y, además, de estar colaborando indirectamente con dos señores referentes de la música clásica.
–No tienes que prometer nada, todo lo que tocas es genial –quiero hablar, pero se adelanta–. Y lo comprobé cuando te oí en el teatro de París.
–Gracias. Bueno, no lo sé. No vamos a compararme con Vivaldi, pero haré lo mejor que puedo. ¿Tienes el movimiento inicial? Si nos ponemos a trabajar cuanto antes quizá quede mejor y...
–¡Perfecto!
Cambia la partitura de la bitácora y luego la ubica estratégicamente en una de las mesitas bajas de la sala, dispuesta para que la podamos observar ambos, aún después de que me siente en la banca del piano.
Toco de manera distraída con una mano mientras se acomoda en uno de los cojines del suelo y hace movimientos para encontrarle el tono adecuado a su violín.
Siempre me ha gustado el sonido de las cuerdas del violín. De pequeña, me parecía increíble que un arco frotando levemente a las cuerdas sonara tan perfecto y tuviera la capacidad de transportarme a un mundo paralelo.
Algún día lo aprenderé a tocar.
Algún día, cuando deje de querer ir siempre a por lo seguro y cuando el miedo de salir de mi zona de confort se vaya.
Lo que pasa a continuación está entre lo desconcertante y lo maravilloso. Bladimir empieza a tocar y mis manos tienen decisión propia cuando se ponen a trabajar en acordes sin sentido que adornan la melodía.
Con la izquierda, hago la melodía inicial que marca la partitura y no la varío ni un poquito. Pero utilizo la otra mano y los pedales para añadirle una disonancia de cromátides rápidas y arpegios invertidos que me vuelan la cabeza.
Escribo partituras, las rallo, arrugo los papeles, vuelvo a escribirlas. Y parece ser un círculo vicioso interminable.
Hay una cosa que salva mis arrebatos mientras toco y escribo. Bladimir ha puesto a correr una grabadora pequeña luego de mi primer intento, porque la cosa que toco suena tan bien, pero cuando quiero apuntarla ya ni siquiera sé por qué nota empecé a tocar.
–Siempre he creído que para componer cosas extraordinarias es necesario tener al lado un buen vino tinto.
–Entonces es la primera cosa extraordinaria que compongo –le regalo una sonrisa sincera mientras acomodo el reguero de papeles.
–Bueno, me temo que esta vez no tengo halagos –hay una pisca de diversión en el timbre de su voz–. Nunca he escuchado una composición tuya.
–Algún día, seguramente.
–Entonces sí compones.
–A veces.
Enumero un par de hojas con un bolígrafo rojo de manera distraída y tacho algunas que ya no sirven.
–¿Todavía no has sacado nada de tu autoría, cierto? –niego encogiéndome de hombros–. Menos mal. Digo..., suelo escucharte con frecuencia y saber que sí tenías música de tu autoría hubiese sido terrible.
–¿Terrible?
–No podría perderme una composición de la pianista de música clásica del momento.
–No creo que eso pase, porque entre mis planes no está sacar nada.
–¿Y eso?
–me gusta más tocar lo que ya existe. Está bien escrito, y aunque me da miedo arruinar la pieza, el saber que han sido escritas por célebres de la música me da un poco de seguridad.
–¿Miedo a lo nuevo?
–A lo nuevo y a lo existente, diría yo. Pero sí. Creo que no estaría donde estoy de no ser por las piezas increíbles que toco y que por supuesto, han sido escritas por alguien más.
–Eso no lo podremos saber jamás. A menos que te animes a sacar algo tuyo para ver qué pasa...
–No, gracias. Con lo que compongo soy un poco egoísta ¿sabes? siempre lo he hecho solo para mí, o para mi madre, o para mi círculo más cercano.
–Hay piezas que se escriben para un único destinatario, pero mi padre me ha dicho una cosa siempre, y tiene mucha razón –se pone de pie para recoger las copas vacías–. Cuando salen al mundo resulta que en el camino se encuentran muchos remitentes y muchos destinatarios. Así que, ese "de mí para alguien más" pierde todo el sentido. Y es lo bonito de esto, compones y el público se siente identificado.
–La cocina está por allá –dejo todo casi ordenado sobre la tapa del piano y le hago una seña con la cabeza para que me siga por el pacillo.
Nadie dice nada mientras caminamos. Enciendo la luz que está a la entrada de la especie de cocina que solo tiene lo necesario. Empezamos con el espacio reducido, pues solo caben dos o tres personas. Hay una cafetera, una tostadora, una hervidora, un pequeño refrigerador y varios cajones con galletas, cápsulas de café, comida enlatada y varias botellas de licores. Un lavadero de platos manual también, así que le hago una seña para que deje las copas.
–¿Escucharemos una melodía solamente tuya algún día, Sofía?
–Hago algunos arreglos a las piezas que toco. Pero algo solamente mío, lo dudo mucho.
Le digo "lo dudo", porque un "no" que es la respuesta real, me suena demasiado crudo.
--------------------------***-------------------------
–Creo que este es el ideal. Tiene una vista maravillosa y me enamoré del balcón, ya estoy visualizando que plantas voy a poner. Margaritas a los costados, girasoles y enredaderas en la sombra.
A mi madre le encantan las plantas. En Barcelona teníamos un jardín lleno de girasoles, rosas y margaritas en el que pasaba la mayor parte de su tiempo libre, gracias a ella aprendí a disfrutar de la tranquilidad de la naturaleza y del sonido de los pájaros todas las mañanas. Cuando nos mudamos a Madrid las cosas cambiaron un poco, pues vivíamos en un departamento pequeño.
Así que verla emocionada con el balcón del tercer departamento que visitamos hace que la balanza se incline más a la idea de que este es el indicado.
Está ubicado en la segunda planta de un edificio moderno de una zona tranquila en Chamberí, con calles arboladas y un parque enorme al frente. Tiene ascensor, un salón amplio para ubicar el piano de cola, una cocina espaciosa y cerca hay muchas plazas. Así que supongo que es el lugar ideal.
–El edificio inaugurará la próxima semana un salón de eventos –añade la agente inmobiliaria–. Con previa reservación, los residentes pueden usarlo sin problema.
–Tiene gimnasio –sigue mamá–. Y ahora sí vas a poder hacer ejercicio, sin escusas. Además ¡mira la cocina! es preciosa.
Mamá inspecciona los muebles altos y bajos de la cocina, camina por los espacios desocupados para la refrigeradora y la estufa y sonríe.
–Todo entrará de maravilla. Te puedes quedar con el cuarto principal si quieres,, el vestidor es grande y tiene un espejo de cuerpo completo, para que puedas grabar todas tus cosas.
–Como han visto, la iluminación es excelente en todo el departamento. Entra mucha luz natural, y creo que eso le puede ayudar mucho –me mira la agente.
–¿Incluye estacionamiento?
–Se me olvidó, lo lamento. Pero sí, incluye una plaza en el segundo sótano y podemos negociar si desea otra.
–Con una es más que suficiente. ¿Podrías mandarle la cotización de pago a mi asistente, por favor? Es la chica que te contactó.
–Por supuesto. También adjuntaré las fotos del departamento y las áreas comunes que tiene el edificio.
–Muchas gracias por todo –le doy un medio abrazo y tomo el bolso que dejé en la encimera.
–Gracias a ustedes por el tiempo. Estaré atenta a cualquier cosa. Pero creo que este es su departamento ideal y cumple con todo lo que busca. Sin estadios cerca, poca congestión vehicular, áreas verdes, y bueno, el departamento es amplio.
–Nos ha gustado mucho. Tienes el 90 por ciento de la venta cerrada, linda.
Nos despedimos de la agente inmobiliaria y le ayudo a mi madre a salir del departamento. Mientras caminamos hasta ubicar el auto no deja de hablarme de lo espectacular que es el nuevo piso. A estas alturas creo que ya es consciente de lo mucho que influye su punto de vista en mis decisiones, por ello, más que resaltar las cualidades del lugar, va convenciéndome de comprarlo.
El que la venta de nuestro departamento actual ya esté muy avanzada también es otro factor que influye, pues mañana firmamos el contrato de compra y venta y tenemos que entregarlo el próximo lunes, así que encontrar un nuevo lugar urge. Así que, ni bien recojo a Claudia, le pido que se ponga en contacto con la encargada para iniciar con los papeleos de compra del piso.
–Por cierto, mami ¿puedes ayudarme a alistar todo para recibir a bárbara hoy, por favor? –le pido al ver que ya estamos llegando a casa–. Luego de la sesión de fotos voy a tocar en la inauguración del restaurante que te conté, y no sé a que hora me desocupe.
–No te preocupes. ¿Chocolate y churros?
–Lo que tú prefieras, no hay problema. Es más, creo que podríamos abrir las galletas que me mandaron el otro día y así no haces mucho.
Por el espejo retrovisor noto que quiere preguntarme algo, pero no se atreve. Y no sé si es porque tiene miedo a abrir heridas.
–¿Qué pasa?
–Nada –aprovecha que me estaciono frente a nuestro edificio para abrir la puerta–. Ve con cuidado y mucha suerte. Nos vemos, Clau.
–Cuídate, Greta –le responde mi asistente, quien baja para ayudar a mamá.
Cuando nos cercioramos de que halla entrado al edificio vuelvo a ponerme en marcha. En el trayecto al estudio de fotografía, Claudia me pone al tanto de las últimas novedades y ultimamos algunos detalles de la agenda, que parece estar mucho más copada que la última vez que la revisamos, o sea, ayer.
El auto se inunda con el ruido de mi móvil, y doy un frenazo fuerte cuando leo el nombre que aparece en la pantalla.
Me froto los ojos para asegurarme de estar leyendo bien, porque tiene que tratarse de una alucinación. Porque no hay manera. Sin embargo, cuando vuelvo a leer el nombre sigue siendo el mismo, y el sonido insistente de la llamada es como echarle alcohol a una herida que debería estar cicatrizando.
No puede ser.
¿Qué quiere?
¿Por qué sigo teniendo su número agendado?
Me debato entre contestar y no hacerlo. Entre pedirle a mi asistente que le de paso a la llamada o ignorarla.
Entre extender el brazo para oprimir el botón verde o aferrarme con fuerza al volante.
–¿Quieres que...?
Niego de forma automática, con un nudo extraño en la garganta, con esa sensación de falta de aire y de caída al vacío, otra vez.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro