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22. Nunca fuimos nada

–No saben, estamos construyendo una relación maravillosa. Davide es tan tierno.

Llego tarde a la cena navideña de mis amigas del colegio. Esta vez, no es culpa del tráfico ni del reloj; no pensaba venir. No me sentía con ánimos de seguir sonriendo a fuerzas, levantarme de la cama costaba y por alguna razón, este diciembre se sentía distinto a los demás. De lejos, estaba siendo el peor mes de todo el año.

Pero mi madre había insistido demasiado. Tenía un punto, pues no había asistido a la cena navideña del año pasado porque tenía un festival en Sevilla; en agosto, no había ido a la graduación de una de ellas porque se cruzaba con un partido. Pero ahora todo se había alineado. El concierto había sido hace apenas dos días, y aún estaba en Barcelona. Según ella, lo mejor en estos casos era no aislarse, porque los recuerdos se hacían más insufribles entre cuatro paredes, bajo las sábanas, en silencio.

–Espero que lo traigas a una de nuestras reuniones, o que te consiga entradas para... ¡Sofía! –Clara fue la primera en notar mi presencia, y percibí una alegría genuina cuando se paró para abrazarme–. Pensé que no ibas a llegar.

–Con eso de que eres la pianista del momento y tienes una agenda apretada, ya empezábamos a creer que te habías olvidado de nosotras –la secundó Atenea.

No pensé que un par de abrazos me reconfortarían tanto. Me dejé envolver por mis amigas, con las que había vivido gran parte de mi infancia y mi adolescencia. Estuvieron ahí cuando mi padre murió, brindándome su apoyo incondicional, buscando una y mil maneras de hacerme sentir bien. Aunque ahora las cosas eran diferentes, porque ignoraban que me estaba ahogando en la desilusión y el dolor, encontré consuelo en el gesto cargado de efusividad.

Por un momento mi mente se olvidó de Alexander, de sus palabras cargadas de indiferencia, del millón de sueños que se cayeron al suelo al escucharlas. Por un momento dejé de sentirme una mujer ajena. Por un momento volví a ser Sofía Romero.

–Eso no es cierto. Saben cuánto las quiero. ¿Cómo habéis estado?

–No tan bien como tú –ahora es el turno de Gabi, que me abraza por breves segundos antes de entregarme una copa de champaña–. No hemos conocido a alguien tan guapo como Madrigal, y no hemos llenado un teatro.

Pero en medio de todos esos recuerdos felices de mi infancia y de esa sensación de estar en un lugar seguro, la realidad vuelve a atacarme, desestabilizándome.

De la nada las lágrimas amenazan con salir, mi pecho se siente pesado, respirar cuesta. Aprieto mis dedos alrededor de la copa, procurando sonreír.

–Fuimos al concierto. Bueno, todas menos Clara....

–¡Pero porque tenía turno! Igual, les mandé mi cartelito y les pedí que grabaran todo.

–Dime que viste los carteles, por favor –esbozo una sonrisa más amplia al toparme con los ojitos suplicantes de Atenea y asiento, recordando las fotos que me mostró Katia después.

–No los vi en el momento, pero ya luego me mostraron las fotos. Muchas gracias, si me hubiesen avisado...

–Lo pusimos en el grupo. Pero como ya nunca entras –me reprocha Gabi–. Además, creo que hasta para llamarte necesitamos cita.

–Eso no es cierto. Solo que..., han sido meses de muchos cambios.

–ya podemos imaginarnos porque –Clara señala la mesa, donde yace Isabella con el ceño fruncido–. Dos de nosotras con novios futbolistas. ¿Para cuando me presentas a uno, Sofi?

Eso me duele. ¿Cómo les explico que nunca fui novia de uno?

¿Cómo les explico que el haber conocido a uno me ha dejado el alma hecha trizas?

–¿tú no vas a saludar, Isa? –continúa ella, mientras escucho de fondo la discusión de Gabi y atenea.

–Eres una mala anfitriona ¿cómo le vas a dar licor si aún no ha comido?

–¡hace mucho no la vemos! Que se ponga en ambiente –Gabi pasa corriendo por mi lado hacia la cocina–. ¿Qué te apetece, Sofi? ¿Pulpo a la gallega o parrilla de pescado?

–Parrilla de pescado –responde Atenea por mí, sirviendo un poco de ensalada en un plato–. ¿Lo dije bien?

–Muy bien.

–Para que veas quién siempre ha sido la mejor amiga aquí –su comentario sabe extraño, pues recuerdo la entrevista de Isabella, que finge no escuchar nada revisando algo en su móvil–. Por cierto, isa, ya no te preguntamos. ¿Por qué no fuiste al concierto?

Miro de reojo como arruga la nariz, evidentemente incómoda.

–¿Isa? –insiste Clara, que hace unos minutos ya se había quedado sin respuesta–. ¡Deja a Davide un segundo y préstanos atención!

–Lo siento, es que todo es tan... ¿qué decían? –ahora sí guarda el celular, y por primera vez en la noche, cruzamos las miradas–. A, hola, Sofi.

No sé si se acerca a saludar por compromiso o porque realmente quiere hacerlo, pero si sé que el abrazo rápido que me ofrece se siente extraño. Le correspondo a medias, recordando el maldito contrato que tuve que firmarle a Alexander por su culpa, y con más intensidad, mi última conversación con Davide.

–Cómo se nota que se ven siempre –Clara toma su lugar en la mesa y me siento a su lado, procurando no pensar–. Ya dinos ¿por qué no fuiste al concierto? Seguro a ti te daba entradas gratis.

Clara, Gabi, Atenea, Isabella y yo nos conocemos desde pequeñas. Y aunque siempre solíamos ser un grupo sólido, no se podía negar que cada quien tenía una "confidente". Siempre había alguien con quien se construía un lazo más fuerte, y en mi caso, esa era Isabella.

Fuera de las cenas navideñas, cuando me fui a Madrid e isa me siguió poco después, cuando la empresa de su madre se expandió, el contacto se fue perdiendo poco a poco. Sobre todo, en estos últimos meses, en los que reduje mi vida por completo a mi "carrera" y a mi supuesto "plan a futuro con el alérgico a sentir".

–Estas semanas he estado muy ocupada. Voy y vengo de Liverpool.

–Ay no, es que dentro de poco ya las vamos a perder a las dos. Que tenemos que ir a un partido, que vamos a pasear en yate, que me mudo a Liverpool. ¡Malditos futbolistas!

–Yo sí estoy considerando eso último. No creo mucho en las relaciones a distancia, y digamos que están rodeados de cada tipa... Davide ya me ha dado señales de que quiere que lo acompañe –continúa, y no lo puedo creer.

–Sí que está loquito por ti –Atenea le guiña el ojo–. Y bueno, ya sabemos todas que tú por él.

–pero ya hablando en serio, yo creo que Sofía tiene que contarnos muchas cosas –miro interrogante a Clara–. No sabemos de ti hace meses, y hemos seguido todo por las revistas. Pero si tengo a la protagonista al lado, necesito que me lo cuente ¿no?

–Señorita, su pescado a la parrilla y salsa mediterránea –Gabi me deja el plato–. De entrada, por si no se ha dado cuenta, tenemos una ensalada griega. De acompañamiento unas patatas supremas que me han quedado deliciosas, y el postre es una sorpresa exquisita. ¿qué tal me quedó?

–Cien de diez –le contesto y todas empiezan a reír–. Contratada.

–Ahora tengo que aprender a presentar platos gourmets para estar a la altura de mi amiga casi casi influencer, pianista reconocida, y todo un hito en la farándula europea. ¿qué española? Europea, y seguro americana pronto.

–No es para tanto, Gabi –le dice Isabella.

–¿Qué no es para tanto, dices? Posiblemente si abro la puerta ya encuentre un periodista afuera. Y si la llevo al hotel nos van a seguir. ¡hay, que emocionante! –da un par de palmadas al aire y vuelve a centrarse en su plato a medio comer–. Pero fuera de bromas, Clara tiene razón, necesitamos detalles. ¿qué tal besa? ¿es placentero tocar sus cuadros?

–¡Gabriela! –reclama atenea–. Queremos detalles románticos. ¿Cómo se conocieron? ¿Dónde fue su primer beso? ¿cómo te pidió que seas su novia?

–¿De verdad pasaron el verano en Ibiza? Vimos la entrevista de Isa, y por eso te odiamos un poquito. ¡lo conociste hace más de un año en Londres y no nos dijiste nada!

–Clara, yo creo que no es momento para eso. La estamos saturando y debe estar cansada por el concierto –se apresura ella, antes de beber su champaña.

–Claro, como tú siempre lo has sabido todo. necesitamos detalles, Sofi –Atenea vuelve a suplicar–. ¿Algún día lo vamos a conocer?

Las preguntas se oyen lejanas, de un momento a otro he vuelto a recordar porqué mi vida está pendiendo de un hilo en estos momentos. Las voces de mis amigas se mezclan con la voz de Alexander, ronca, profunda e indiferente, apuñalándome el pecho una y otra vez. «solo te quería en mi cama». «Eres una más del montón».

«yo no siento, yo no sueño, yo no amo a nadie»

Mi mundo vuelve a caerse a pedazos otra vez, y tal como pasó aquel día en la puerta de su edificio, lloro de impotencia, rabia y dolor. Las chicas se dan cuenta de mi estado y callan de inmediato, sorprendidas.

–¿Estás bien, Sofi? –Atenea soba mi espalda.

–Vez, la aturdimos con tanta cosa. Que acaba de dar un concierto ¡madre mía! –Clara se levanta y corre a abrazarme–. Tranquila, mi amor. olvida todo lo que te preguntamos y...

–Nunca hubo nada –digo en susurro, y admitirlo me duele aún más.

Nadie dice nada. Se miran entre todas intentando descifrar mis palabras, y después de un rato en silencio, la risa de Gabi resuena en todo el salón.

–La actriz del grupo siempre fui yo, Sofi. No me quites el título. Por un momento te creí, pero ¡joder, que está bromeando!

–Los vio todo el mundo, nena. Si no quieres que te preguntamos no lo hacemos más y ya está –recibo la servilleta que me extiende Clara.

–Es que no me están entendiendo. Alexander madrigal y yo nunca fuimos nada.

No les cuento cómo permití que me humillara en la calle, ni que estuve dispuesta a perdonar su "infidelidad" si me lo pedía, ni que fui una estúpida por hacerme ilusiones pese a tener mil advertencias en frente.

Simplemente, les digo que estábamos en un "veremos" y no funcionó. Me niego, pero termino contándoles que, si me había enamorado, pero que cuando los dos no sentíamos lo mismo lo mejor era dejarlo ahí.

Isabella saca a relucir las fotos que sacó la prensa británica días atrás, y digo que él tiene derecho a hacer con su vida todo lo que quiera. A fin de cuentas, nunca me debió fidelidad.

–Es un imbécil, porque se ha perdido a la mejor mujer del mundo. Y no estoy diciendo esto para hacerte sentir mejor. Es en serio –Atenea me estrecha fuerte–. Eres admirable, Sofi, nosotras estamos orgullosas de ser tus amigas, tu madre está orgullosa de tener una hija como tú. Y fuera de envidias, nos gustaría tener un poquito de la sensibilidad y el talento que tienes.

–eso es cierto, mi amor.

–De que cancelamos a Madrigal, lo cancelamos. Porque ese tipo deja de ser guapo desde que nos enteramos que te hizo llorar –Gabi se sale del abrazo y saca su móvil–. Voy a crearme una cuenta falsa y voy a tirarle mucho hate.

–ya arruiné la cena... lo siento –digo alejándome de ellas.

–Tú no arruinaste nada. Vamos a terminar de comer, porque Gabi no se mató preparando todo durante horas para dejarlo así, y cuando terminemos, vamos a cantarles a todos esos desgraciados.

–Y luego nos vamos al centro a una de esas discotecas nuevas, nos embriagamos y...

–¡ese no es mi plan, Gabriela! –se queja Atenea.

–Pero el mío sí. ¿Sabes cuantos hombres quisieran que al menos, les voltees a ver? Miles, Sofi. Así que, para no quedarnos a llorar, vamos a salir después.

Paso una noche agradable fuera de todo ese dolor que me carcome el alma. Mis amigas, o al menos las tres, hacen de todo para levantarme el ánimo. Isabella se incluye a veces, pero intenta mantenerse al margen; nunca me sostiene la mirada, y creo que sí se percibe una pisca de extrañeza entre nosotras. Creo que cuando algo se rompe es muy difícil volver a pegarlo, sobre todo si se trata de algo tan delicado como la confianza.

Les cantamos a los sueños rotos, al desamor, a los corazones destrozados, al dolor. Presa de la desilusión y la vergüenza conmigo misma, no espero a la discoteca y me tomo un par de copas con Gabi mientras las demás corean. Sí vamos al centro, sin tanta suerte porque es lunes, y la mayoría de la gente espera a los fines de semana para salir; pero en parte lo agradezco, pues encontramos un bar con música animada casi vacío.

Las copas se sienten frías en mi mano, un contraste con el fuego que arde en mi pecho. Cada sorbo es un intento desesperado de ahogar el nudo que se ha formado en mi garganta. Sus palabras resuenan en mi cabeza como un eco cruel. Intento enfocar mi mirada en algo, menos en él; en los rostros de mis amigas que se mueven al ritmo de la música, en las conversaciones que se ven tan lejanas a mi realidad.

Pero mis ojos siempre vuelven a la puerta esperando como estúpida que vuelva a aparecer, esperando que todo esto sea una pesadilla de la que tendré que despertar pronto.

Con cada trago la realidad se vuelve más borrosa, los recuerdos se mezclan con la música, creando una especie de película distorsionada en donde todo parece más bonito. Pero sé que es un intento de mi mente por escapar de la verdad.

¿Cómo he llegado hasta aquí? Hace menos de un mes estaba haciendo ilusiones con un futuro a su lado, creía en sus miradas y en sus sonrisas perfectas. Pero hoy aquí estoy, hundida en un mar de alcohol y decepción.

–Sofi, no puedes seguir así.

Siento una punzada de culpa. Mis amigas me miran con preocupación, pero no puedo hacer nada más que encogerme de hombros y tomar otro trago. No quiero hablar de ello, no quiero que nadie sepa lo débil que me siento.

–¿Por qué ellos pueden ser felices y yo no? ¿qué he hecho para merecer esto? –señalo a los dos desconocidos que se besan al otro lado de la barra.

–¡Le dije a Gabriela que no era buena idea! –le reclama Atenea, quitándome la lata de cerveza–. Ya es tarde, mi amor. Mira, creo que no nos has contado como has pasado las cosas en realidad, pero esta no es la manera...

–Tienes razón, no es la manera. ¿Cuántos tragos diferentes llevo tomando hasta ahora? Muchos –me respondo sola, justo cuando Clara hace el ademán de contar–. Y ninguno es lo suficientemente fuerte para olvidar sus palabras. Me dijo que no podía amarme porque soy como todas, porque caí con un par de guiños. Dice que me dejé deslumbrar por su fortuna, y juro que eso no es cierto.

–Lo sabemos, Sofi –vuelve Gabi de no sé dónde. Por eso te digo que no vale la pena ¿y si vamos a bailar?

–¿Cómo se fue? –pregunta Atenea mirándole con mala cara.

–En taxi. Tomé la placa por si acaso. Le dije que me compartiera su ubicación, pero ya sabes cómo es Isabella. Dice que se la va a mandar a Davide.

Inconscientemente, me echo a reír como si hubiese escuchado el mejor chiste de la historia y Clara, que también está medio pasada de copas, se ríe conmigo.

–Le hubieses insistido por la ubicación, Gabi –le digo todavía entre risas–. No le vaya a pasar algo.

–Me dijo que me mandaría un mensaje cuando llegue a casa, si es que no se pone a hablar con Davide.

–Entonces espéralo, porque ahora mismo Davide debe estar durmiendo. Mañana tienen que entrenar temprano. Me levanté muchas veces a acompañarlo ¿y aún así me dice que nunca tuvimos nada? –pese a que sigo riendo, siento que unas lágrimas ruedan por mi mejilla.

Cada vez me cuesta más mantener los ojos abiertos, pero el sueño no llega. La noche se vuelve más insufrible y con ella, la sensación de vacío de mi pecho. Mi mente sigue dando vueltas con sus palabras, y creo que no tengo salida.

Sé que esta no es la solución. Sé que tengo que encontrar una manera de seguir adelante. Pero por ahora, solo quiero que este dolor se vaya.

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–¿Cómo está la bella durmiente?

–me duele la cabeza y quiero vomitar –respondo con voz nasal, con las manos apoyadas ligeramente en la barra de la cocina americana–. No me acuerdo de nada. Por favor, solo dime que no hice nada malo.

–Además de haber bebido como si no hubiera mañana, nada.

Atenea me empuja un plato de fruta picada, deja también una taza de café humeante y saca de uno de sus cajones un pastillero, que agita como si fuese una sonaja. El ruido me retumba en la cabeza y consigue que el dolor se multiplique por cien, mas no le digo nada.

Estamos en su casa, puedo reconocerla por ese olor frutal y por las fotos que cuelgan en las paredes. No vengo aquí hace más de dos años, de hecho, el recuerdo de ese último almuerzo con sus padres y sus dos hermanas es la última cosa que tengo de ella, quitando lo de ayer, evidentemente.

–¿Clara y Gabi? –a cuestas, camino hacia el lado izquierdo para arrastrar una banca alta.

–Gabi está en el hospital, tenía turno a las ocho de la mañana. Y clara está...

–¿Cómo está la cabeza, Sofi? –mi otra amiga deja dos besos sonoros en mis mejillas y se sienta a mi costado.

–me duele como no tienes idea –cierro los ojos, intentando recordar algo de lo que pasó ayer–. Oigan, que vergüenza. No nos encontramos hace mucho y lo primero que hago cuando nos vemos es embriagarme y...

–No pasa nada, mi amor. Además, no lo hiciste sola –desvía la mirada a Clara, que esboza una sonrisita traviesa.

–Las amigas estamos para eso. No iba a dejar que bebieras sola.

–Pero... pensé que si alguien iba a hacerlo sería Gabi, no tú.

–Es que lo hubiese hecho. De no ser por mí, esa irresponsable también se hubiese excedido, pero tenía turno temprano –se adelanta Atenea airosa.

–Nuestra próxima salida va a ser en Madrid. Porque ¿qué crees? Convencí a las chicas para recibir el año allá. Iba a ser tu regalo de navidad, pero mejor te aviso para que estés advertida.

–Podemos hacer algo tranquilo, creo –me aferro con fuerza a la taza de café–. Porque yo no vuelvo a beber en mi vida.

–Eso está por verse, Sofi –Clara me guiña el ojo–. Ya vas a ver como te repones con la pastilla, es una maravilla.

–Cuanta experiencia –me meto la pastilla a la boca.

–Juro que la última vez que me pasé de copas fue en la graduación de Gabi.

–No pude ni felicitarla por eso –me lamento sorbiendo mi café–. ¿De qué más me perdí?

–De todas las comidas que hacemos a fin de mes. Aunque últimamente con el trabajo también hemos ido perdiendo la costumbre. Isa y tú en Madrid, Gabi en el hospital.

–Al final siempre quedamos Atenea y yo –completa Clara, buscando algo con los ojos–. ¿Dónde está el mando de la televisión? Vamos a poner un poco de música.

La televisión está encendida en un programa de corte deportivo, lo sé porque miro de reojo la pantalla, donde se muestra un resumen breve del último juego del Liverpool y el Manchester United. La sensación de vacío se vuelve a apoderar de mi estómago cuando veo el número nueve de una camiseta, y aunque no le veo la cara, sé que es él.

Me aferro a la taza de café, procurando contener la expansión del malestar generalizado.

–No lo sé, por eso no he podido apagarla. Me he visto como media hora de noticias mientras preparaba el desayuno y luego esto –Atenea se va hacia la sala y mueve un par de cojines–. Mi padre tiene esa mala costumbre de dejar el control por donde sea, y encima, no apaga la tele antes de irse.

–¿Y si se lo llevó al trabajo?

–Ya le ha pasado un par de veces, así que es probable. Voy a ir a buscar en su habitación, terminen de desayunar.

–Estas tostadas están ricas, come una –me extiende Clara mientras Atenea sube por las escaleras–. Saben a pan al ajo, es mi mejor acompañamiento para cuando hago lasaña.

–Cuando la pones al microondas, querrás decir.

–¡Oye eso ya no! no sabes, tomé unas clases de cocina hace un par de meses, y ya aprendí a prepararla desde cero.

–¿Sin quemar nada? Porque que yo recuerde, el par de veces que intentaste preparar lasaña quemaste todo. Hasta el horno.

–Sin quemar nada, y me sale deliciosa. No te puedes ir sin probarla ¿hasta cuándo te quedas?

–no lo sé. Bueno, tengo que irme antes del sábado, pero no sé cuándo. Mi madre quiere quedarse un par de días para visitar a la familia y eso... supongo que extraña estar aquí.

–¿Y quién no? Barcelona es la mejor ciudad de España –abro la boca y ella se me adelanta–. ¡No me puedes decir que no! ¿o acaso ya te has vuelto madrileña?

–Cada una tiene lo suyo –me justifico.

–¿Qué tiene Madrid que no tenga Barcelona? ¿buenas noches de fiesta? Eso es falso . ¿Buena comida? Es una broma. ¿Lugares turísticos? En Cataluña hay más. Pero bueno, estábamos hablando de mis lasañas espectaculares. Ve mañana..., no. Quédate hasta el jueves, para que vayas a almorzar a casa. Y no acepto un no por respuesta. Voy a decirles a las chicas, Atenea seguro va, Gabi no creo porque tiene turno de día toda esta semana, isa... ¿crees que pueda?

–No lo sé.

–¿Cómo no? ustedes son inseparables.

–Ya no hablamos mucho y...

–Eso no es cierto, ustedes son...

–Y es que, en sus últimos dos partidos, Alexander ha marcado seis goles –le hago una seña a Clara para que haga silencio–. Está atravesando una de sus mejores rachas goleadoras y vamos a aprovechar este enlace, desde Melwood para felicitarle, y para preguntarle un par de cosas que todos nos moremos por saber.

Aún con la taza de café y la tostada a medio comer en mano, me bajo de la banca alta y corro al sofá, movida por un impulso que no pude frenar. Mi amiga me sigue de cerca, pero no le presto atención porque mis ojos se topan de lleno con su rostro, y ese es un golpe bajo.

Ahí está él, sonriendo y bromeando con la entrevistadora que tiene al lado como si nada hubiera pasado. Mi corazón se acelera, una mezcla de rabia y tristeza me inunda. Recuerdo cada palabra envenenada, cada lágrima que aún sigo derramando por él. Y ahora ahí está, tan tranquilo, como si yo no fuera más que un mal recuerdo.

–Déjalo, Sofi. Vamos a desconectar la televisión –insiste Clara cuando lee su nombre en la pantalla, él está hablando–. Maldito destino.

¿Cómo puede ser tan fácil para él seguir adelante? ¿acaso no le importó lo que me hizo sentir?

Sabe como manejar una entrevista, varias veces le guiña el ojo a la entrevistadora, no le deja de sonreír en ningún momento y no hace falta ser ella para saber que la cercanía le está poniendo nerviosa.

Y a él le gusta saberse importante, invencible, intocable.

–Los rumores dicen que tu buena racha se debe a que el amor ha tocado tu puerta...

–¿Cuándo a tocado a mi puerta que yo no me he dado cuenta?

–Con Sofía Romero ¿no?

–¿A, ¿sí?

–Sí... bueno, no lo han confirmado, pero las fotos no mienten. La hemos visto muchas veces en el estadio, en este campo de entrenamiento.

–¿Y eso qué? Suelo invitar a mucha gente a verme jugar, si es una obra de arte. Si quieres tú puedes venir al juego del sábado.

–¿Yo?

–Claro, hermosura...

Siento una punzada en el pecho, como si me hubieran vuelto a romper el corazón. No quiero escuchar más, no quiero ver más, pero pese a que me esfuerzo, no puedo despegar la vista de la pantalla.

Quiero vomitar. No sé si es por la resaca de ayer, o por el olor a ajos que desprende el pan, o por ese «hermosura» que le he escuchado decir.

–La señorita Romero y yo no tenemos ni hemos tenido nada –escucho después de un rato, y pese a que estoy sentada, mi mundo tambalea–. No estoy interesado en una relación ahora.

–¿Y qué me dice de la entrevista que dio una de sus amigas hace un par de meses? Contó detalles íntimos de su relación y...

–bonita, ¿tanto tiempo en el medio y no aprendes? la gente suele inventarse cosas para tener un segundo de fama, y qué mejor si se puede colgar de alguien como yo.

–rumores decían que ustedes estaban una relación y que su faceta goleadora se debía a eso.

–Solo son eso, rumores. Si es cierto que Sofía es una belleza, pero hasta ahí. A fin de cuentas, siempre estoy rodeado de bellezas y no todas son mis novias ¿o sí, preciosa?

La ira me consume. Quiero gritarle a la pantalla, decirle todo lo que siento. Pero me quedo quieta, paralizada. Solo lo observo mientras una lágrima solitaria rueda por mi mejilla.

Me doy cuenta de que una parte de mí sigue aferrada a la esperanza de que algún día se arrepentirá, volverá para decirme «nada de lo que te dije es cierto, yo te amo, hermosura». Pero al verle así, tan feliz y despreocupado, entiendo que esa esperanza es inútil.

Nunca tuvimos nada. Nunca fuimos nada.

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La prensa vuelve a acosarme cuando regreso a Madrid, luego de mi presentación en Milán. El furor que han causado las declaraciones de Alexander, aunado a las fotos con la periodista deportiva me han convertido una vez más en la presa favorita de camarógrafos y reporteros. ¿Hubo infidelidad? ¿tenían o no tenían algo? ¿por qué se acabó su relación? ¿qué hay detrás de las declaraciones del goleador de la premier?

No me sabe bien, pero mi representante aprovecha ese revuelo mediático para lanzar las entradas de mi concierto en solitario en el teatro real en mayo próximo. Y tiene resultados, pues la preventa es todo un éxito y la disquera ve la manera de aumentar el número de espectadores. Le sigo el juego en varias ocasiones, pues respondo Tweets de algunos medios de comunicación citándoles en la rueda de prensa previa al evento.

Aún con ese vacío en el pecho, veo un rayito de luz en mi próximo concierto. Centro todas mis energías en mi presentación del festival navideño, mi último evento del año y voy armando la lista de piezas que tocaré en cinco meses. Sola, frente a miles de personas, en ese escaloncito que se siente más cercano a la gloria.

Aprovecho esa cena de gala de las parejas de la selección española para seguir dando de qué hablar. Todo es obra de Katia, pues subo muchas fotos previas al evento, hago historias durante y al día siguiente agradezco la invitación etiquetando a todas las chicas.

Tal como supone Katia, las redes sociales se encienden tachando a Alexander de Mentiroso, diciéndole que juega con los medios de comunicación. Recibo críticas, como todos en esta vida, porque no falta quien me tache de "arribista" y de "colgarme de la fama".

Y me afecta más de lo que quisiera, porque se suma a la desazón que siento conmigo misma luego de haberme humillado tanto. No tengo orgullo, y mi dignidad sigue echa trizas en el fondo de mi alma rota.

Fui idiota, ingenua, estúpida. Estuve ciega al no darme cuenta de lo que realmente pasaba a mi alrededor.

Y mis amigas no se sentirían tan orgullosas de mí si saben que además de ser un desastre en el amor, no sé quién soy.

–Estuve buscando mucho tiempo el regalo perfecto de navidad para mi madre y mis amigas, hasta que encontré estos sets preciosos de Garnier –me acerco a la mesa y señalo las tres cajitas–. Primero me enamoré de la presentación, miren estas cajitas hermosas, los colores, el diseño navideño y la frase. Me encanta. Pero lo mejor es el contenido. Quiero que vean todo lo que incluye. Voy a empezar mostrándoles el que elegí para mi mami...

No dejo de sonreír mientras saco uno a uno los productos y les hago una breve reseña. Es una colaboración pagada con la línea de cuidado de piel, por ello, me esfuerzo en presentar todo de la mejor manera. Nunca lo había echo antes, pero Kat dice que tengo que aprender porque contratos como este van a aparecer más seguido.

Por dentro quiero morirme, pero intento desenvolverme con soltura frente a la cámara. Sé que, si algo no sale bien, me van a hacer grabar otra vez, y mis ánimos no están para eso.

–Y para consentirme, he encontrado este set pequeñito con mis esenciales. Un gel limpiador, esta mascarilla para eliminar las impurezas que es una maravilla, mi crema con protección contra rayos UV y lo mejor. Este hidratante para manos que hace que mis dedos se sientan suaves sobre las teclas del piano, huele delicioso –me aplico un poco de producto y cierro los ojos–. Buscar regalos para navidad es un estrés, pero Garnier ha venido a salvarnos la vida con estas maravillas. No esperen mucho para encontrar el set que se ajusta a sus necesidades. Con Garnier, tu belleza brilla más que nunca. Porque eso somos todas, unas bellezas.

Mi representante se echa a reír en cuanto corta la grabación. Cierro los ojos, experimentando una mezcla de dolor y rabia, que se intensifica a medida que la risa de Katia se va haciendo más fuerte.

He usado «Belleza» a propósito.
Es una referencia a su: «es una belleza» que dio la vuelta al mundo cuando recién nos estábamos conociendo.

Es una referencia a sus últimas entrevistas, y todo es parte de una estrategia de marketing que asegura buenos resultados.

–Pensé que no lo ibas a hacer.

–Y no debí. No sé porqué te hago caso –guardo los productos en su lugar sin mirarla.

–Ese fragmento final fue épico. Va a dar mucho de qué hablar, créeme. «porque eso somos todas, unas bellezas» –vuelve a echarse a reír y le miro mal–. Creo que hubiese sido mejor que usemos «hermosura»... pero esto igual está genial. Lo voy a subir.

–mejor lo grabamos otra vez –digo con un mal sabor de boca.

–¿¡De ninguna manera! Ha quedado perfecto. Sí estás aprendiendo rápido, en un mes vas a ser una experta creando contenido.

–Si tú lo dices.

Es una tarde lluviosa, común en esta época, y aunque antes solía gustarme la lluvia, ese día gris en Liverpool lo cambió todo. Es imposible no acordarme de mi conversación con Davide, de su arranque de sinceridad respecto a lo que sentía por Isabella, de ese «espero verte pronto» que marcó nuestra despedida en la estación de tren. Me acuerdo también del beso más asqueroso que he visto en mi vida, de la confrontación que terminó en mi corazón echo trizas, mi orgullo pisoteado en el suelo y mi mundo desplomándose con sus ojos cargados de indiferencia.

Nunca volveré a sentirme igual al ver el cielo cargado, ni al escuchar el ruido de los truenos, ni al sentir las gotas de lluvia cayendo sobre mi piel. Ese día el universo había conspirado en mi contra, y había contrastado de maravilla el color del cielo con el color de mis sueños. El frío se percibía igual en mi alma y en las calles, y las gotas de lluvia eran el claro reflejo de mis lágrimas.

–Yo sí quiero mi set de Garnier –despego los ojos de la ventana y los centro en mi representante–. Muero por probar la mascarilla de cabello y la crema corporal. ¿Será tan buena como dicen?

–No lo sé. Supongo que sí, por algo es una marca que tiene prestigio ¿no?

–Ni la línea de Isabella. Por cierto, muero porque venga a ofrecerte un contrato.

–Katia –le reclamo, sabe que hablar de ella también me pone sensible.

–¿Qué? quiero que venga para que le digas que no. Porque eso vas a hacer ¿verdad?

–No creo que lo haga. Ama modelar, las cámaras, las redes sociales. Yo creo que, si quiere, puede tener una carrera impresionante como creadora de contenido.

–Cómo se nota que tienes mal ojo. Sofi, ella ha necesitado hablar estupideces de ti en una revista para que tenga cinco minutos de fama, y han sido cinco, muy contaditos. Ahora quiere hacerse a la interesante con su supuesta relación con Davide, pero no le alcanza. Tiene que conseguirse una buena representante como yo, y una pisca de carisma como la que tienes tú.

–Si no hubiese estado con Alexander nada de esto estaría pasando –le recuerdo.

–Bueno, entonces también necesita a un alérgico idiota para impulsarse. Impulsarse, porque él no se ha subido a un escenario para tocar por ti, porque él no se hace fotos, porque a él no les invitan a los eventos a los que te están invitando. Todo es consecuencia de algo, y que aparezca en tu vida ha sido un empujoncito. Nosotras estamos remando el barco solas y depende de nosotras llegar muy lejos.

–Pero todavía nos seguimos colgando de lo que él hace y...

–Calla, Sofía. Eso no es así –deja de revisar las cajas de los productos–. Y si es así, tampoco está mal. Porque estamos trabajando, es marketing.

En parte, me cuesta acostumbrarme a la idea de aprovechar la atención de la prensa y las expectativas de la gente para despuntar con mi carrera. Sigo creyendo que eso es aprovecharse, y que el mérito no es totalmente mío. Pero a la par, me he ido dando cuenta de los resultados inmediatos que me ha dado, y que de ninguna otra manera hubiese podido conseguir. La gente que me sigue no necesariamente sabe de música clásica, pero escucha mi nombre e inmediatamente me relaciona con el piano.

Todo es como una cadenita. A la gente le interesa la vida amorosa de Alexander madrigal por ser quien es, de inmediato, sus fanáticos empiezan a seguir a "la supuesta novia" y, por tanto, todo lo que hace tiene un peso más relevante. La gente se va o se queda, pero voy formando un nombre sólido, que permite que llegue a públicos que jamás pensé alcanzar.

Y en medio de todo ese mar de dolor y desilusión, trabajar parece ser la única salida.

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