Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

21. Ingenua

Cada esquina, cada ruido, cada sombra me recuerda a lo que he perdido. Mi corazón, hasta hace un par de horas lleno de melodías y sueños, ahora es un eco vacío que resuena con el del dolor que consume a mi alma y a todo lo que soy.

Ya no sé quien soy, y no sé a dónde voy. Caminar sin rumbo por las calles de Liverpool solo es un reflejo de todo el sentido que ha perdido mi vida en cuestión de segundos. Tengo a puertas un concierto, un álbum de estudio, varios festivales en invierno, patrocinios con marcas importantes. Sin embargo, pese a que una parte de mi mente lo repite constantemente, he llegado a la conclusión que no vale la pena y que no me importa lo suficiente.

Indiferente a la tormenta que llevo dentro, la gente pasa a mi lado como sombras. No conozco a nadie. Soy una isla en un mar de rostros desconocidos, y en medio de todo ese caos siento que me pierdo un poquito más.

Me siento como una hoja que ha sido arrancada, pisoteada y que ahora es arrastrada por el viento, sin rumbo y sin ancla. Por momentos me invaden las ganas de sentarme en el suelo a llorar, porque hoy he perdido mucho y ya no me queda nada. Sin oxígeno, sin voluntad, con mis sueños apagándose en el suelo como pedacitos de estrellas y mi corazón llorando en silencio.

No camino sola, pero me siento sola. Lejos de casa, sin mi madre y mis amigos. En un país que pese a la cantidad considerable de veces que he visitado en los últimos meses, es desconocido, extraño y cruel.

Y lo más terrible de todo esto es que la culpa fue solamente mía. Por ingenua. Por estúpida. Por ensordecer todas las advertencias. Por enamorarme de un alérgico a soñar.

Me duele caminar, me duele respirar, me duele la vida misma. Me duele amarlo como lo estoy amando ahora; me duele haberme enamorado sin razón. Me duele haber idealizado a alguien que está vacío por dentro.
Me duelen los planes, las ilusiones. Me duele pensar en todo lo que di y no recibí. Me duele el sueño rosa que hoy, tal como dijo Katia, se acaba de convertir en una pesadilla gris.

Al final no era tan cierto que quería estar sola. Necesito un hombro donde llorar, unos brazos a los que aferrarme porque siento que estoy volando al ras del suelo. Y no tengo a nadie.

Pero sí tuve. Davide había visto como me rompían de cerca, cómo dejaba que me humillasen una, y otra, y otra vez sin piedad, y cuando decidí recoger las migas de dignidad que me quedaban, estuvo ahí para sostenerme. Me dio el pañuelo de tela blanca que todavía guardo en el bolcillo, me dijo que «era mucho más que esto», pero yo no podía más.

Me sentí la persona más asquerosa e infeliz, me odiaba por haber rogado tanto y por haberme perdido así, y sentí la necesidad de huir. No iba a quitarle a su hija la oportunidad de pasar un momento agradable a su lado por algo que me había buscado yo, y aunque insistió en acompañarme, porque «no se iba a sentir bien dejándome sola», finalmente siguió con su camino.

–Si me necesitas, búscame, por favor –me había dicho, poniendo en mis manos un papel con una dirección y un número de teléfono.

Y mientras el ruido de los automóviles me hacía estragos, decidí llamarle. Ya no tenía nada que perder. No conocía a nadie más aquí. Estaba lejos de todos los que quería cerca. Alexander me había dejado ir.

Con el móvil timbrando pegado a mi oído, me doy cuenta de lo cruel que puede ser el destino. A lo lejos reconozco la entrada principal de Anfield, y de inmediato los recuerdos me golpean haciéndome tambalear. Me veo tocando en el piano de la entrada, alentándole desde el palco, celebrando sus goles como si fueran míos.

Nos veo en la sala de hidromasajes la última vez que estuve aquí, él sostiene mi mano y me mira con un brillo distinto que me estremece de pies a cabeza.

No había pasión ni deseo en sus ojos. No había frialdad ni indiferencia. Estaba el misterio de siempre, pero con una pisca de adoración mezclada con ternura. Y eso nunca se me va a olvidar.

En ese partido, Alexander había fallado una ocasión clarísima de gol, y aunque le restó importancia en el campo de juego, cuando estuvimos solos dejó a la vista su impotencia. Se había mostrado vulnerable y...

–¿Hola?

–Necesito verte –le dije con un hilo de voz.

–¿Todo está bien, Sofía?

–Si... solo... necesito hablar con alguien –apreté los ojos para borrar la imagen de Alexander sosteniendo mi mano.

La sola idea de tener cerca al estadio al que fui tantas veces a cantar su nombre y a celebrar sus goles empeora mi estado. Por ello, me siento a esperar a Davide en el primer local de comida que encuentro. Miro por el vidrio a las personas caminando apresuradas, por la hora deben estar yendo a casa a encontrarse con sus familias, o con sus parejas. Y pensar en eso último me hunde más.

Perdí la noción del tiempo y el espacio, la conmoción me mantenía sumida en una serie de cuestionamientos a los que no les encontraba respuesta. Mi mente estaba aferrada a reconstruir los hechos desde el principio, ¿cómo caí? ¿por qué me enamoré? ¿Cómo, si tenía comportamientos extraños, nunca dudé? ¿por qué acallé las advertencias? ¿por qué me ilusioné tan rápido?

¿Por qué creí encontrar en un ser ególatra, prepotente y arrogante al amor de mi vida? ¿por qué lo quería como padre de mis hijos si lo conocía hace apenas tres meses?

¿Por qué me enamoré tan rápido, hasta el punto de creer amarlo?

–¿Desean ordenar?

Había estado tan sumida en mis pensamientos que no advertí la presencia de Davide, que estaba parado al lado de una de las sillas del frente, con los brazos apoyados ligeramente sobre la mesa. Levanté la mirada al escuchar la voz de uno de los meseros, que con una libreta en mano se disponía a anotar.

–una botella de agua, por favor –se adelantó Davide.

Solo habíamos hablado un par de veces, por eso supuse que le tomó desprevenido la forma tan repentina en que me puse de pie para correr a abrazarle. Seguro Sofía cuerda hubiese dudado un poco, pero a la mujer destrozada que no entendía como se mantenía en pie le pareció lo más natural.

Me aferré a sus brazos buscando consuelo, no hizo preguntas ni buscó consolarme con palabras vanas. Se dedicó a pasar las manos por mi espalda, mientras mi cuerpo temblaba de forma incontrolable a causa del llanto.

–Gracias por venir –susurré después de un rato–. No conozco a nadie y siento que ya no puedo más. ¿Sabes? lo menos que imaginé cuando me subí al avión con intensión de buscar una explicación fue esto. No sé, pensé que me diría que todo fue obra de la prensa, que las imágenes se hicieron desde malos ángulos. O en su defecto, pensé que lo admitiría todo pero que me pediría disculpas..., lo más gracioso de todo es que sí se las hubiese aceptado.

Decirlo en voz alta había sido un golpe en la boca del estómago que me dejó sin aire. Y ese también fue un golpe a mi orgullo. Estaba dispuesta a perdonar una infidelidad solo porque lo amaba.

–No entiendo cómo me enamoré. Nunca me dio flores, ni chocolates, ni peluches. Nunca me dijo palabras bonitas, ni hizo el intento de mostrarme al menos, un poquito de cariño. No entiendo, pero era verle y sentir que se me paraba el mundo; sentirle cerca y sentirme segura; era escucharle y creer que solo existíamos nosotros; era pensar en él y hacer un millón de planes a futuro. Era leer su nombre en el teléfono y luego ilusionarme.

–No decides de quien enamorarte. Y tampoco te enamoras ni de rosas, ni de peluches, ni de palabras bonitas. Te enamoras de la persona, y no sé si primero del físico, pero al final terminas amando todo lo que es. Sus defectos, sus virtudes, sus silencios.

–Todo se dio tan rápido –me ayuda a volver a mi asiento una vez me sentí más repuesta–. Nos conocemos hace poco, ni siquiera nos veíamos todos los días, pero ese tiempo fue suficiente para sentir que lo amo. Y se supone que no debe ser así.

–En realidad las cosas nunca se dan como supuestamente deben darse. Cada persona ama de manera distinta, con intensidades distintas, en tiempos distintos. Ni siquiera el significado de enamoramiento es igual para todos. Cada quien lo interpreta como quiere.

–Lo peor de todo es que seguí insistiendo pese a las señales. Su madre y su abuela me lo advirtieron, él hacía cosas que no haría una persona enamorada en su sano juicio. Un día me dijo que «solo la pasábamos bien» y como una completa estúpida, siempre lo justificaba. Justifiqué su indiferencia, su rechazo...

Davide no dice nada. Tiene una de sus manos apoyadas en mi pierna y me mira con algo parecido a la impotencia.

–Desde que nos conocimos ¿con cuantas chicas más estuvo?

–Sof...

–¿Con cuantas?

–No lo sé –suena sincero–. Sofía, hasta yo creí que contigo estaba pasando algo especial. No suele llevar a sus conquistas a los entrenamientos, porque a los partidos es una cosa, pero a los entrenamientos, en donde somos solo nosotros todos los días, nunca había llevado a nadie.

–yo también me sentí especial. Su abuela me dijo que no había llevado a nadie a su casa de Madrid, y me llevó a mí. Vivimos dos semanas juntos, Davide.

El mesero deja la botella sobre la mesa, Davide le agradece con un asentimiento y me la ofrece. Mis labios se sienten resecos a causa del llanto, y algo tan simple como beber resulta doloroso.

–Estoy echa trisas, y en parte siento que es culpa mía.

Su móvil empieza a sonar cuando se disponía a responderme, lo saca del bolcillo y alcanzo a ver el nombre en la pantalla.

Isabella Brown.

Tal cual hizo horas atrás, ignora la llamada dedicándome esa mirada intensa de disculpas mezclada con culpa. No tiene por qué.

–Yo... –se pasa una mano por el cabello.

–No pasa nada –dejo la botella abierta sobre la mesa y me apoyo en mis manos.

–Nos encontramos en Roma, antes del partido, en el hotel de concentración. Ni ella ni yo lo estábamos buscando, solo se dio. No podía salir de la concentración sin permiso, y bueno, ella estaba ahí –me mira abrir la boca y se anticipa–. Lo siento, no quise importunarte. Entiendo que en estos momentos lo menos que quieres es oír mis líos...

–No es eso. Solo..., yo no me merezco ninguna explicación ni ningún tipo de disculpas –desdoblo el pañuelo y seco mis ojos–. Digo, no te sientas presionado a hablar de algo que no quieres.

–Yo siento que tengo que hacerlo. Quizá cuando te sientas mejor...

–No me voy a sentir mejor –le confieso sintiendo más pesado el nudo de mi garganta–. Pero si quieres, puedes hablar. No te aseguro un consejo súper acertado, porque ya hemos visto que yo en el amor soy un desastre. Pero adelante.

–No digas eso –me dedica una larga mirada de angustia–, solemos equivocarnos con frecuencia y así se aprende ¿no? Equivocarse no está mal, Sofía. La tormenta siempre tiene un final, y la opción de volver a comenzar está ahí. Sí, ahora no lo ves claro y sientes que se te ha venido el mundo encima, que lo has perdido todo y que ya no importa nada; pero créeme cuando te digo que siempre hay un rayito de esperanza.

–Gracias.

–No hay de qué –me acomoda un mechón de cabello tras la oreja y me toma la mano, algo se siente raro en ese contacto–. Creo que te lo he dicho ya, pero tú eres más que esto. Eres más que un corazón roto, más que ilusiones falsas, más que una cara bonita, eres más que lo que tuviste con Alexander –la mención de su nombre me taladra el pecho–. Y yo sé que él también lo sabe.

–Ahora me siento una porquería. Has de cuenta, he caído de un avión sin paracaídas y no sé donde estoy, me duele absolutamente todo. Pero no vamos a volver a hablar de esto –me esfuerzo por no llorar más–, estábamos hablando de ti.

Nos quedamos un momento en silencio, todavía con nuestras manos entrelazadas. Muy por el contrario de lo que puede pensar cualquiera que nos vea, no somos más que un par de desconocidos. Yo lo he buscado porque necesitaba a alguien, y él está aquí, incluso cuando no debería porque es amigo de la persona que más daño me ha hecho en esta vida.

–Sí, bueno... nos encontramos en el hotel de concentración. Yo subía a mi habitación después de la cena, y me pareció raro, porque se supone que no hay huéspedes en los pisos en los que nos quedamos. Me dijo que no encontraba su habitación, y bueno, me ofrecí a ayudarla, a fin de cuentas, no íbamos a tardar, pero –se toma unos segundos para meditar–. Hablamos, ya sabes... me contó que había ido a buscar un vestido porque sería dama de honor de una amiga, es más, creo que tú también irás a la boda y...

¿Boda? ¿dama de una amiga?

Hasta ahí la historia parece creíble, no hablamos hace un par de semanas y es normal que la inviten a eventos así. Conoce a mucha gente. Lo realmente raro es que halla dicho que yo también estaba invitada.

–¿Qué pasa? –pregunta al verme con las cejas arqueadas.

–No pasa nada... solo... –levanto la mirada hacia el techo y tomo aire–. Tú sigue.

–Iba a buscar el vestido y unos zapatos para ti. Me contó que estabas muy ocupada con los conciertos, y que se lo habías pedido como favor –apreté el pañuelo en mi mano libre, un poco conmocionada–. La cosa es que quería aprovechar para ir a ver el partido, pero no había encontrado entrada y bueno..., no sé, se me ocurrió darle una. Una cosa llevó a la otra, y nos quedamos hablando horas en una de las terrazas. ¿Es muy linda, sabes? no solo de cara, todo.

Sonrío de verdad, porque pese a todo me da gusto que Isa lo haya conocido.

–Me contó de la fundación y bueno, me ofrecí a ayudarla.

–¿Qué fundación?

–La de los niños de extrema pobreza en África. Yo tengo una niña chiquita, y me contó cosas tan tristes que quise ayudarla. Digo, tengo el dinero, los contactos y que mejor que usarlos para una causa tan noble. Para no hacerte la historia larga, tienes una amiga increíble –confundida, asiento levemente con la cabeza–. Al día siguiente desayunamos juntos, la acompañé a buscar las cosas y fuimos al partido. No quería quedarse sola en el hotel y me acompañó a celebrar con los chicos. Bebimos, una cosa llevó a la otra y... no debí –dice finalmente y su expresión me arruga el corazón.

Aprieta más mi mano, y ver que sus ojos se llenan de lágrimas es me cae como un balde de agua helada. Es tanta la desesperación que refleja, que creo ahogarme en mis propios conflictos y los suyos.

Está arrepentido.

–Nos volvimos a ver hace algunos días aquí, porque está ayudando a un fotógrafo de lugares históricos. Isabella es muy linda, Sofía, quiere que nos veamos más seguidos y está bien, me gusta su compañía. Pero yo no puedo y no debo...

–Tú le gustas, Davide.

–Lo sé. Bueno, me lo dijo. Pero no está bien, yo no puedo. Lo siento.

–Tu vida es tan hermética y ella no sabe qué... dime algo con toda la sinceridad del mundo ¿ya habías engañado a tu esposa antes?

–¿Qué? no –sus ojos, cargados de terror se encuentran con los míos–. Nunca, a pesar de que mis amigos me lo aconsejaron, yo no podía...

–Los futbolistas son una mierda –digo en voz alta, consiguiendo que frunza el ceño–. ¿Quién en su sano juicio aconseja que pongas los cuernos? Claro, seguramente alguien como Alexander... ¿acaso no piensa en tu esposa? ¿en la niña?

–No es eso. Solo... ellos piensan que tengo derecho. Pero yo no puedo, porque la culpa es más fuerte que yo, y porque todavía tengo esperanzas. ¿Sabes? por eso no puedo seguir viendo a tu amiga, no quiero hacerle daño y...

–¿Esperanzas? ¿culpa?

–¿Alexander no te lo contó?

Su nombre debería ser un tabú, pues cada que lo escucho siento que mi alma se desgarra un poquito más. La simple mención de su nombre es como caer al vacío, pero lento.

Intento recomponerme y niego, porque no entiendo nada.

–Bianca... mi... la madre de Sofía –el apretón de manos se hace más fuerte y espero impaciente–, Bianca está en coma hace casi cuatro años, Sof.

Oh. Oh.

No todos los futbolistas son insensibles. Esa es mi conclusión cuando Davide Linguini, el armador de juego del Liverpool se rompe ante mis ojos. Sus lágrimas ruedan silenciosas, y veo reflejado mi dolor en la forma en que tiemblan sus manos.

–Soy experto en lastimar a todas las personas que quiero ¿sabes? porque ella está así por mi culpa, y por mi culpa mi hija no está creciendo con su madre.

–Eso no es cierto. Hay cosas que escapan de nuestras manos –hablar me cuesta, y no es mentira cuando digo que cada segundo que pasa el dolor avanza un kilómetro más.

–Yo estaba manejando el auto. Yo excedí todos los límites de velocidad y ella me pidió que parara y no le hice caso –le ofrezco la botella de agua y niega inundado en lágrimas–. Yo choqué el auto y le jodí la vida a la mujer más importante de la mía.

–Fue un accidente...

–¡Un accidente que provoqué yo! Un accidente que pude evitar y que hasta ahora me sigue martirizando. No hay un solo segundo en el que pueda estar en paz, porque la culpa me atormenta, y porque cada que veo a mi hija veo el daño que le hice.

–¿Qué dicen los doctores?

–que hay muy pocas posibilidades de que despierte. Pero no la voy a desconectar ni ahora, ni nunca. No me lo perdonaría. Así como tampoco me estoy perdonando el haberla engañado con tu amiga.

-------------------------***-------------------------

Cada día es una lucha constante contra la tristeza y la desesperanza. Me siento perdida, sin rumbo, como si estuviera navegando en un mar embravecido sin un faro que me guíe. Ya no reconozco el mundo que me rodea, todo parece gris y sin vida. los recuerdos felices se han desvanecido, dejando un vacío inmenso en mi pecho.

Las ilusiones queman, los sueños lastiman. Respiro en un congelador y creo que no saldré jamás. Pese a mis intentos su corazón no late ni por error.

Mis dedos recorren las teclas del piano con una pesadez que no había sentido nunca. Cada nota que resuena en el salón es un suspiro, un lamento que sale de mi alma. La pieza que interpreto refleja el dolor que llevo dentro. La melodía es melancólica, lenta, como si el tiempo se hubiese detenido en aquella discusión fuera de su edificio.

La partitura no aparece cuando cierro los ojos. Veo su mirada fría e indiferente, su expresión distante, mi corazón rompiéndose.

La música que antes era mi refugio se ha convertido en mi torturador. Cada nota me recuerda a él, a las promesas nunca dichas, a las ilusiones perdidas. Mi mente divaga en su sonrisa falsa, sus ojos grises, sus palabras vacías. La decepción es una herida abierta que no deja de sangrar.

Descubrir que no sentía nada por mí ha sido un puñal en el corazón.

Las lágrimas se deslizan por mis mejillas en silencio, mientras las últimas notas de Kiss The Rain retumban en mis oídos. Mis dedos se deslizan sobre las teclas dibujando un paisaje de sombras y de luces tenues. Es como revivir un sueño hermoso que se desvanece lentamente.

En teoría la pieza es sencilla. De melodía única, acordes manejables, uso fácil de los pedales, dinámica controlable. No obstante, hoy me cuesta más que nunca.

Un mareo me toma por sorpresa en cuanto me pongo de pie. Me apoyo de la madera del piano, tomo una fuerte bocanada de aire y regalo una sonrisa melancólica. La gente rompe en aplausos, pero estos, en vez de alegrarme, me duelen.

Me limpio las lágrimas con el dorso de la mano, rehuyendo de los flashes de las cámaras que se disparan en mi dirección. No encuentro mi voz, así que agradezco con un leve asentimiento antes de salir por la parte trasera del escenario. Mi representante me espera abajo, con la expresión seria y la mirada perdida.

Me da un golpecito en el hombro antes de señalar al hombre de traje que espera a su lado. Es el portero del atlético de Madrid. Se acerca y deja un beso suave sobre mi mano, ajeno a los escalofríos que recorren mi columna vertebral a causa de la analogía que hace mi mente. Es futbolista.

Junto a unos compañeros más de la selección, ha organizado un evento benéfico para recaudar fondos a favor de una fundación que ayuda a las personas con cáncer. La invitación llegó a la oficina de mi representante justo cuando volví de Liverpool, y tuve que acceder pese a lo vulnerable que me hallaba en ese momento.

Porque de no ser por mi "romance" con un integrante de la selección española y el peso público que he tenido desde entonces, muy probablemente nunca me hubiesen considerado para tocar aquí. Era Sofía Romero, la que atraía a gran cantidad de prensa, sobre todo, en eventos relacionados de alguna manera con el fútbol.

–Estuvo excelente.

–Muchas gracias.

–Nos emocionaste a todos y creo que te emocionaste tú –le sonrío incómoda, conteniendo esa hola de llanto que amenaza con salir–. ¿Una copa? ¿Un pastel? ¿algo?

Siento que no estoy aquí por mí, si no por él. Siento que no me atienden así por quien soy, si no por estar con quien en teoría estoy.

Y me duele. Duele saber que estoy construyendo una carrera a base de la persona que más daño me ha hecho en todo el mundo.

–Estoy bien así, gracias –mi representante me dedica una mirada cargada.

–Bueno, si necesitas cualquier cosa, házmelo saber. Voy a aprovechar para saludar a un par de personas, nos vemos –vuelvo a extenderle la mano que esta vez, aprieta por breves segundos–. Disfruta el evento.

Luego de despedirnos, mi representante me arrastra del brazo al tocador. Camina rápido, sin embargo, es lo suficientemente cuidadosa para no llamar la atención. Saca de su bolso de mano un estuche de maquillaje, me señala un asiento frente al espejo y le hago caso, sin ganas.

–Tienes que controlar tus emociones, Sofía. No puedes dejarte llevar. Entiendo que lo que estás pasando es duro, pero hay que sobreponerse y actuar acorde a la situación.

–Te juro que lo he intentado. Pero cada vez me siento más perdida, y no sé quién soy.

–Vamos a darle tiempo al tiempo. Por lo pronto, sonríe todo lo que puedas y vamos a salir a "disfrutar" –enfatiza la última palabra, mientras retoca el delineado de mi ojo izquierdo.

–No creo que pueda. Quiero irme. Ya toqué y...

–¿Vas a irte a seguir llorando? De ninguna manera, mi vida –esboza una pequeña sonrisa–. Prefiero que estés aquí, haciendo otras cosas y forjándote camino a la gloria. Porque déjame decirte algo, las mujeres con el corazón destrozado somos mucho más fuertes.

–¿Cómo estás tan segura?

–Porque lo sé, y punto –arruga la nariz–. El tipo ese es un desgraciado, pero tú vas a aprovechar al máximo sus contactos para hacerte un nombre y no acepto una negativa.

–Yo solo quiero morirme. No tengo ganas de nada.

Hasta ahora, no he escuchado de sus labios un «te lo dije» pese a saber que es cierto. De hecho, tampoco le he oído reclamarme o recordarme lo estúpida que fui. Solo ha estado ahí. Me ha tomado la mano mientras lloraba, me ha comprado helado y ha movido todos sus contactos para saturarme la agenda de eventos. Según ella, es la mejor manera de pasar página más rápido.

Katia dice que de nada sirve pensar en lo que pudo haber pasado porque no se puede retroceder el tiempo. Sirve de mucho reconocer los errores, y jurar no volver a caer en el mismo error otra vez. Y para lidiar con un corazón roto y un alma destrozada, lo mejor es trabajar.

De hecho, esta mañana, cuando me llevó el desayuno junto a mi madre, dijo que «eso le había funcionado», no tenía cabeza para preguntar, y por su expresión indiferente de siempre, supe que no iba a responder.

–¿Y mandar a la basura todo lo que estamos consiguiendo? De ninguna manera. Vas a salir de esto o dejo de llamarme Katia Nunier.

–Kat yo no...–juego con los dijes de mi pulsera.

–Más bien, piensa en qué pieza vas a tocar para el cierre del evento. Me lo propusieron y no pude negarme, así que... ¿algo clásico o contemporáneo?

–¿Sí sabes que de no ser por él nunca hubiese estado aquí, ¿no?

–¿Qué?

–Nunca hubiesen invitado a Sofía romero de hace cinco meses, casi nadie me conocía. Al menos en este mundo no hubiese entrado sola.

–Si quieres verlo así –encoje los hombros–. Algo de bueno tenía que hacer por ti.

–Y no puedo soportar eso. Porque cada que me saluda uno de sus compañeros me acuerdo de él, porque cada que la prensa me hace fotos me acuerdo de lo que vivimos.

–Mira, sé que es difícil. Pero no puedes huir de la realidad, no ahora, que tienes un concierto con la orquesta sinfónica el sábado y el lanzamiento de un disco.

–Eso es lo que menos me importa ahora –suspiro conteniendo el llanto.

–Sofía, por favor. No podemos borrar las cosas ni retroceder, más bien, lo que sí se puede hacer es transformar el dolor en algo positivo.

–¿Cómo me pides eso?

–Si no te ha matado, te va a hacer más fuerte. Centra todo ese dolor en convertirte en la mejor pianista del mundo, vamos a cumplir todo lo que habíamos planeado porque tu carrera es lo único que no va a traicionarte. Gente va, gente viene; amores van, amores vienes; pero lo que estás construyendo ahora es lo que siempre va a estar aquí.

–Es tan difícil...

–Lo sé, pero tienes que ser fuerte. Y mira, no soy la persona más empática y sentimental. Pero siempre voy a estar aquí para ti, aunque no sepa como consolarte con frases bonitas.

–Te quiero, Kat –le digo, ayudándole a guardar el maquillaje.

–Sabes que yo también. Pon la mejor sonrisa que tengas y vamos a por el éxito. Por cierto, he publicado un video cuando estabas tocando, y te hice un par de fotos que subiremos más tarde, para no saturar.

Me siento como un robot que se mueve por inercia. Cada paso que doy es un esfuerzo, como si estuviera caminando sobre cristales rotos. Mi sonrisa es una máscara que trato de mantener a fuerzas, pero siento que en cualquier momento se caerá. Mientras saludo a un par de personas no puedo dejar de pensar en él, en sus ojos, en su sonrisa, en cómo todo se ha desvanecido.

Juro que quiero estar bien. Pero cada ruido, cada movimiento me recuerda a los momentos que pasamos juntos y a esa última discusión. Y ahora aquí estoy, rodeada de gente que me sonríe y me felicita, mientras por dentro me desmorono otra vez.

–¡Sofía! ¿qué tal? No sé si me recuerdas, soy Dafne, nos conocimos en el entrenamiento de la selección el otro día.

–Claro. ¿Cómo estás? –dejo que me salude con dos besos en la mejilla, y por dentro vuelvo a morir.

La conocí cuando lo acompañé al último entrenamiento antes del último partido. La conocí cuando creía que todo en mi vida era felicidad, cuando creí haber encontrado a mi príncipe azul. Cuando no me habían matado.

–Bien. Que bueno que pudiste venir ¿me acompañas un minuto? Quiero presentarte a las chicas, se morían por conocerte.

¿Cómo le explico que no es necesario que me incluya?
¿Cómo le explico que ya no hay nada? O mejor dicho ¿cómo le digo que nunca hubo nada?

Incluso pensar en que ya no voy a formar parte del grupo de las novias de los jugadores de la selección me rompe. Porque hasta con eso me ilusioné.

«Ilusa»

Mi representante me empuja a aceptar la invitación. Mientras caminamos hacia el grupito, Dafne me cuenta que están organizando una cena de gala por navidad, obviamente estoy invitada por tener supuestamente una relación con Alexander madrigal. Claro que quiere que ayude con los preparativos, y claro que se siente en confianza de pedirme que ese día toque algo.

Todo el mundo me recibe bien y procura ser amable conmigo, porque supuestamente sigo siendo novia del jugador más desequilibrante de Europa. Nadie habla de las fotos que salieron hace un par de días, y si de casualidad se escapa un comentario, es de «ya saben como es la prensa, siempre inventa cosas».

Esa noche no solo me hago fotos con las novias de los jugadores, también poso con ellos, y recibo, a fuerzas, un prendedor especial por haber contribuido con la recaudación. Katia se gana en subasta una camiseta firmada por todos los jugadores, y me obliga a aceptar tocar en esa cena de gala navideña.

Saco dos presentaciones más para el próximo año. Una en la pedida de mano de un futbolista y otra en el aniversario de la empresa de uno de los directivos de la federación. Más fútbol, más recuerdos, más dolor.

-------------------------***-----------------------

Miro mi reflejo en el espejo, soy una mujer ajena. Mis ojos, que antes se iluminaban con la sola idea de salir a tocar ahora lucen apagados. Maquillaje, vestido de ensueño, todo es una fachada. Debajo de todo este disfraz yace un corazón hecho añicos.

Mis manos tiemblan ligeramente. No es solo el nerviosismo propio de un concierto de magnitudes inimaginables, es el miedo a sentir, a que cada nota que toque sea el eco de mi dolor.

Recuerdo cuando soñaba con este momento. Los aplausos, la ovación del público, la sensación de haber tocado el alma de cada oyente. Pero ahora, la idea de compartir la música con todo el mundo me parece una ironía cruel. ¿A quién le puede interesar escuchar piezas eclipsadas por una mujer que se ha quedado sin orgullo?

–¡Los encontré! –la puerta del camerino se abre y mi madre se asoma con una cajita de terciopelo blanco en las manos–. Estaban en la guantera del auto. Mi vida, estás preciosa.

Me giro lentamente para ver a mi madre, mucho más emocionada de lo que me imaginé. Es una noche especial. Voy a tener mi primer concierto en solitario con una orquesta sinfónica, en la ciudad donde nací y viví los mejores años de mi vida. Barcelona.

«Falta papá» quiero decir, sin embargo, solo opto por acortar la distancia para abrazarle fuerte, procurando que no se me arruine el maquillaje y el peinado.

–¿Nerviosa?

–Un poco –como cual niña pequeña, me dejo poner los pendientes largos y la gargantilla–. Gracias por estar aquí, mami.

–¿Cómo me iba a perder una noche tan especial? Estoy muy orgullosa de ti. Después de esto se viene tu concierto en solitario, el álbum. Sabía que llegarías muy lejos.

–En parte es gracias a ti, y a papá –la voz se me corta, producto de las emociones disparejas que experimento.

–También está muy orgulloso de ti y esta noche va a verte brillar desde el cielo. Hay mucha gente esperándote, vinieron tus tíos, tus primos, tus amigas del colegio.

–¿Qué? –tomo una fuerte bocanada de aire intentando diluir los nervios.

–¿Una fotito, Greta? –la puerta vuelve a abrirse, esta vez, para darle paso a Katia, ya maquillada y con una cámara en mano–. Por favor, recuérdame contratar a un fotógrafo porque yo no puedo hacerle de publirrelacionista, asistente y creadora de contenido.

–Eso último no es necesario y lo...

–Calla, y abraza a tu madre para hacerles una foto. Retrocedan un poquito para que se vean las flores, como quien no quiere la cosa.

El ramo de rosas blancas fue un detalle del diseñador que me vistió hoy. Por que sí, el modelo de negocio de Katia a funcionado tan bien, que ya puedo hablar de patrocinios.

No solo con la ropa, también con los accesorios, el maquillaje y el peinado.

–¿Nos haces una, Greta? –le pide después a mi madre, que acepta de inmediato.

–Te han quedado muy lindos los zapatos –alaga mi madre mirando a Katia.

–Un detalle del diseñador. En realidad, son de Sofía, pero me los dejó porque los otros le quedan mejor.

–Hablando de detallitos –mi madre saca de su bolso un prendedor de plata–, este es para ti. Por todo lo que haces por mi hija. No solo como representante, también como amiga...

Le dice más cosas, pero aprovecho el momento para encerrarme en el baño con el móvil encendido. Me recargo en la puerta, inhalo y exhalo un par de veces para tomar valor. Cuando me siento suficientemente preparada, muevo mis dedos con prisa para entrar al chat que hacía un par de días, por sugerencia de Katia, había archivado.

El último mensaje es mío, de cuando intenté comunicarme con él antes de ir a buscarle al campo de entrenamiento. En su foto de perfil está sonriendo como tantas veces me ha sonreído, recarga su mentón en una de sus manos y la otra sostiene el móvil. No es una foto de esas elaboradas que suele compartir en sus redes, es más casual, de esas que solo comparte en privado.

Actúo guiada por mis impulsos cuando le aprieto al botón de llamada. Estoy haciendo mal, lo tengo claro. Pero por más que lucho internamente para no hacerlo, algo me impide frenarme.

Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco pitidos que en un abrir y cerrar de ojos se convierten en nueve, diez.

–Pensé que todo te había quedado claro ya. ¿Qué quieres?

Escuchar su voz se siente como un puñal directo a mi pecho. Fría, seca, sin ningún tipo de emoción.

Estoy apoyada en la puerta, pero siento que el piso se mueve y tengo que sostenerme del picaporte.

–¡Sofía, apúrate! tenemos cinco minutos.

Movida por los golpecitos desesperados en la puerta y por la voz de Katia, oprimo el botón de finalizar y siento que el alma se me escapa.

¿Qué acabo de hacer? Me pregunto, cuando abro la llave del agua para mojarme las manos.

necesito un buen baño de agua helada para despertar de una vez, y aunque mi instinto es mojarme la cara, lo reconsidero al ver el maquillaje pulcro en el espejo. No debí haberle llamado.

Quiero llorar, sin embargo, me trago las ganas antes de salir al encuentro de mi madre y mi amiga, que están recogiendo las cosas antes de salir.

–Estás pálida, mi amor –se acerca mamá, y quiero morirme.

–Son los nervios –le digo en un susurro–. ¿Publicaste las fotos, Kat?

–Sí, como diez. Escribí «preparándome para una noche inolvidable» y ya sabes, etiqueté a todos los que te vistieron. Son todas fotos del proceso, y las que nos tomamos las puse al final. Hoy tienes que lucirte tú.

–¿Se puede editar? –suelto si pensar.

–¿Qué? ¿para qué?

–No me hagas caso.

–Sí, mejor –me lanza una mirada de advertencia–. Vas a responder un par de preguntas para People, te haces las fotos al lado de la orquesta y al escenario.

–¿Manos listas?

–Eso creo –miro de reojo al órgano portátil que tengo a un lado–. Tocaré algo chiquito ¿sí? Prometo que será rápido.

–Voy a grabarte, entonces. ¿me das tu móvil?

–¿Qué? ¿y la cámara?

–Cargando para el concierto. ¿Tu móvil? –se impacienta, así que se lo entrego.

Niego mientras camino hacia el instrumento, lo que pasó ya pasó y no puedo retroceder el tiempo. Cierro los ojos y toco una melodía suave, casi imperceptible. En cada nota dejo una lágrima, un suspiro, un pedazo de mi alma herida. La música es mi refugio, mi confidente, pero también mi torturador. Me recuerda lo que he perdido, eso que nunca pudo ser.

Miedo, tristeza, rabia, pero también una extraña sensación de liberación. Mientras toco expulso todo lo que llevo dentro, permitiendo que la música hable por mí. Quizá necesite compartir mi dolor con el mundo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro