20. Sin paracaídas
El día en que mis ilusiones se desploman de a poquitos me presento en el cincuenta aniversario de una cadena hotelera. Todo parece de película, puesto interpreto el estudio OP. 10 No 12. Revolucionario de Chopin. Entonces no lo sé, pero mientras juego con los acordes disonantes que producen desestabilidad y conflicto, con esa sensación de caos tan presente en los ritmos irregulares y las escalas cromáticas que le dan el toque turbulento a la pieza, mi vida se está cayendo a pedazos.
Mi cuerpo siente los cambios dramáticos, los momentos de desesperación y angustia, la lucha contra algo casi inexplicable. Apasionada y arrolladora. Cada nota es un golpe, cada acorde una explosión.
Entonces no lo sé, pero mi pulso acelerado y la respiración agitada solo son un reflejo del dolor, la desesperación y los conflictos con los que voy a tener que lidiar. Se me pasa por la cabeza un volcán a nada de estallar, con la lava hirviendo que busca la salida.
Esa noche, en medio de gente importante a la que tengo que venderme como una pianista sencilla y talentosa, creo romperme en dos.
Dejo sobre la mesa la copa intacta de champaña y saco el móvil con la intención de contarle a mi madre que no me espere despierta porque llegaré tarde, y también para preguntarle a Alexander como le fue en el partido de esta noche. No obstante, me llama la atención la cantidad considerable de notificaciones de Instagram y Twitter, más la nueva hola de mensajes que me llegan de medios de prensa.
Solo por mera curiosidad, abro un hilo en Twitter en el que me han etiquetado, y la mandíbula se me descuelga con la serie de imágenes que se despliegan ante mis ojos.
Alexander y una chica sentados en la barra de lo que parece ser una cafetería.
Alexander y la misma chica antes del partido, en el túnel de vestuario del Liverpool.
La misma chica abrazando ligeramente a Alexander, en plena celebración del triunfo red.
Alexander y la misma chica besándose junto al mismo deportivo en el que me llevó a pasear por la ciudad la última vez que fui a visitarle.
No puede ser.
Lo primero que se me pasa por la mente es que tiene que tratarse de una broma. De una mala jugarreta de la gente egoísta, de fotomontajes, de imágenes captadas desde malos ángulos. Porque no es posible que después de haber prácticamente vivido juntos por casi dos semanas, con una "relación" a puertas de ser formalizada y con más momentos de pareja que de amigos de por medio me haga esto.
No puede arruinarlo así cuando todo iba de maravilla.
No puede, porque está igual de enamorado que yo.
"Parejas. Novias o esposas. Tú no eres ninguna de las dos".
"La pasamos bien y ya está".
Mi mente reproduce en simultáneo todas las noches que le pedí que se quedara, nuestro encuentro en casa de su abuela, la extraña conversación en el vestuario después del partido, nuestros últimos días juntos. Ese primer beso, el primer encuentro, la vez que viajamos juntos.
Y vuelvo a sentirme a punto de saltar de un avión sin paracaídas. Esta vez no me sostengo con las dos manos de la puerta. Me sostengo con una, y el aire es tan fuerte, que en cualquier momento me arranca el único sostén que me queda.
Sé que hay música de fondo, gente animada charlando, ruido de copas por todas partes. Sin embargo, mis oídos lo único que captan son las voces dispersas de Marisa, bárbara, mi madre y Katia advirtiéndome de esto. «No te enamores más», «mi nieto no te merece», «No quiero que te lastimen», «El sueño rosa también se puede volver gris». Justo a la par mi mente decide desbloquear todas esas banderas rojas que antes había pasado por alto. La indiferencia, sus cambios repentinos de humor, sus desplantes.
Entonces, se hace más insistente la idea de que nunca estuvo enamorado de mí.
No busco actuar bien ni cuando me pongo de pie con los ojos vidriosos, ni cuando busco la salida a paso rápido. Tengo el bolso cruzado entreabierto, el móvil vibrando insistentemente en mi mano, la garganta seca y el cuerpo descompuesto. Me alejo del ruido de la fiesta cada vez más, no obstante, el de las advertencias distorsionadas se vuelve más insoportable. Choco con un montón de gente y no me detengo a ofrecerles disculpas, creo que hasta me preguntan si estoy bien, pero no digo nada.
El soplo del viento helado de la noche se siente como un golpe crudo de realidad. Aquí la única que se ha inventado un mundo rosa, con matrimonio y familia incluida he sido yo, y la idea de haberme echo ilusiones con un enamoramiento recíproco se siente como un baldazo de agua fría.
Tiene que ser un error. O, mejor dicho, tiene que haber una explicación.
–¿Se puede saber qué te pasa?
Actúo por instinto corriendo para abrazar a mi representante, que como era de esperarse nunca me responde al abrazo, pero tenerle cerca es suficiente para echarme a llorar. Horas antes me había esforzado más de lo habitual para conseguir un maquillaje perfecto que reflejara lo encaminada que estaba mi vida, pero de eso ya no queda mucho.
No digo que no queda nada, porque mi corazón, aferrado a los momentos de gloria que tuve a su lado, se niega a tirar todo a la basura. Prefiere creer en una explicación lógica, o más bien, quiere hacerse a la idea de que es una pesadilla. Todavía queda algo.
–necesito que te compongas para que volvamos a la fiesta –exige separándose para levantar mi barbilla–. Hay empresarios de todo tipo, que seguro te consideran para tocar en sus eventos...
–no me importa eso ahora –desbloqueo el móvil a como puedo y se lo ofrezco.
El canto de los grillos amortigua el silencio en que nos sumimos por minutos que me parecen eternos. Kat sigue viendo las fotos con expresión seria y me desespero. Necesito, al menos, una señal que me indique que ha visto lo mismo que yo, y si no es mucho pedir un «todo va a estar bien».
No sé si me molesta más su silencio o que no se sorprenda para nada. Cuando termina de ojear el hilo se guarda mi móvil en la cartera y saca el suyo. Se aleja un poco para hacer una llamada y me rompo un poquito más. Hasta un «te lo dije» funcionaría mejor en estos momentos, pues me ayudaría a entender cuan estúpida fui todo este tiempo.
Tienes que hablar con él. Necesitas que te explique las cosas.
"No seas ridícula, por favor. Las fotos no mienten".
"Precisamente porque son solamente eso necesitas que te lo explique. Las imágenes muchas veces engañan, y no lo has visto en vivo y en directo".
"¡Los captaron besándose! ¡la llevó al partido y al vestuario!".
"Los ángulos engañan. ¿Y si solo es una amiga?. No saques conclusiones apresuradas".
–Escúchame, Sof –la voz de Kat se escucha lejana y me cuesta entender lo que dice debido a todas las voces que se mezclan en mi mente–. Necesito que te recompongas un poco. ¿Vamos a salir de aquí, Ok? Pero para eso te necesito bien un segundo, tienes que despedirte de algunas personas.
–Me engañó –caigo al suelo de rodillas, no busco controlar a las lágrimas que ruedan por mi rostro–. Alexander me engañó.
Caigo en cuenta de un par de cosas en ese momento. primero, que muy posiblemente no exista explicación convincente para justificar las fotos. Segundo, que, aunque mi mente tiene claro la gravedad de las cosas, y sienta que Alexander me a traicionado, mi corazón se mantiene aislado de la realidad e insiste en que «todo tiene que ser un error»
Y eso va de la mano con lo último. No sé a quién obedecer.
La mitad de mis ilusiones caen al suelo como pedacitos de estrellas a punto de apagarse mientras que la otra parte, un poco más reacia a creer en las fotos, se aferra a la esperanza que también parece debilitarse poco a poco. No tengo nada claro. Está el conflicto de mi mente y de mi corazón, la sensación de turbulencia que me impide avanzar, las constantes sacudidas de cada fibra que me hace ser Sofía romero.
Con la duda, la inseguridad, el dolor cada vez más insoportable, la desilusión y la tristeza acumuladas al centro de mi pecho respirar cuesta. Esa presión de un sinfín de emociones distintas hace que mis latidos se escuchen cada vez más lentos, y con la impotencia bajando desde mi garganta todo se vuelve insoportable.
–A ver, Sofía, mírame –Kat levanta mi barbilla con una delicadeza exagerada, recoge con las lemas de sus dedos un par de lágrimas y suspira–. Tú eres más que un par de fotos ¿listo? Eres más que ese idiota y que todo lo que dices sentir por él.
–Necesito que me digas que las fotos no son ciertas. Tú tienes que conocer a alguien que me ayude a entender...
–¿Entender qué? ¿el beso? ¿el abrazo? ¿entender que Alexander se despidió de ti y se buscó a alguien más?
–¡Es que no puede ser! Pasamos dos semanas juntos, llevo más de tres meses yendo a ver todos sus partidos. Estoy enamorada y él también lo está. Lo quiero ¡maldita sea!
–Pero él no te quiere a ti –susurra, y la idea se siente como un golpe certero en las costillas.
–¡tú no puedes decir eso! No lo conoces, no sabes como se dieron las cosas.
–Pero he visto las fotos, Sofía. he leído los titulares de los periódicos que saldrán mañana. He visto cómo te trata él y...
–Solo nos has visto una vez. Y...
–Y he visto las fotos. ¿Qué más quieres?
–¡qué me lo explique! Que me ayude a entender por qué. Quiero que me diga que no es cierto –no dice nada, solo me extiende un pañuelo desechable antes de alejarse otra vez–. Dime ¿Cómo se llama? ¿quién es? Seguro es la hermana, la novia o un familiar de algún compañero. Las chicas lo adoran, mueren por una foto y...
–Conoce a la nueva conquista de Alexander Madrigal, Chloe Delevingne, la entrevistadora deportiva más famosa de los últimos tiempos –lee desde su móvil, haciéndome arrugar la nariz, confundida.
–No es su nueva conquista –no sé si se lo aclaro a ella o me intento convencer a mí–. Seguro lo va a entrevistar, y ya sabes cómo es la prensa...
–Aunque ya se los había relacionado meses atrás en una fiesta privada en casa de Luis Diaz, el romance fugaz con Sofía Romero desechó la idea de un posible amorío hasta hoy, que se dejaron ver bastante acaramelados antes y después del partido.
–¡Mentira! Eso es falso, igual que la entrevista de Isabella. No fue un romance fugaz, y no hay ningún amorío entre ellos porque Alexander está conmigo.
–¡Nunca estuvieron juntos, Sofía! –sus palabras me cortan la respiración–. Necesito que abras los ojos y que te des cuenta de las cosas. Me duele decírtelo, pero creo que tú no significaste ni la mitad de lo que él significó para ti.
–¡Eso no es cierto! lo dices porque no lo conoces, y yo te voy a demostrar que todo tiene una explicación.
Entiendo que la contienda la gana mi corazón cuando cegada por su sonrisa y por los momentos que pasamos juntos, me pongo de pie dispuesta a callarles la boca a todos los de la prensa, a Katia y a mi mente, que insiste con una traición.
–¿y qué vas a hacer, he?
–Voy a ir a hablar con él –mi voz suena rota–. Necesito que me lo explique, y si dices que nunca signifiqué nada para él, quiero que me lo diga a la cara. Quiero que me diga en la cara que no somos nada, y...
Ya me lo había dicho una vez.
Y esa vez, como ahora, había decidido poner las manos al fuego por una "explicación".
–Listo, vas a hacer lo que quieras después. Necesito que te recompongas para despedirnos de todos.
–No voy a volver –me sorprende la determinación que uso.
–¿Perdona?
–Lo único que voy a hacer ahora es salir de aquí, voy a comprar un boleto y...
–¡Está tu carrera en juego, maldita seas! Tienes el concierto con la orquesta sinfónica de Barcelona en una semana, en la fiesta te espera gente muy importante y...
–¡No me importa ni el concierto, ni la gente importante, ni la maldita carrera! Solo quiero ir a verlo. Necesito una explicación, me merezco una explicación.
–Yo no entiendo que estás buscando si todo está demasiado claro. Se besó con otra, posiblemente se esté follando a otra y...
–¡eso no es cierto! eso no es cierto y te lo voy a demostrar.
La pesadilla parece hacerse más grande con el pasar de los minutos. Pese a la insistencia de Katia, no me quedo a despedirme, le apresuro para salir del hotel y se ve obligada a mandar una nota de voz con las disculpas respectivas. Se pone al volante y parece no prestar atención a mi estado anímico, que se va a la mismísima mierda cuando salimos del estacionamiento.
Hay un grupo considerable de periodistas que nos cierra el paso justo cuando Kat se disponía a subir la velocidad. Con cámaras y micrófonos en mano, rodean el auto a la espera de una declaración.
No sé cómo llegaron hasta aquí, ni cómo identificaron mi auto, pero tampoco me importa aclarar las dudas. Quiero morirme.
Mi mente reproduce en cámara lenta toda nuestra historia desde aquella primera entrevista, hace hincapié en las fotos y por, sobre todo, en esa conversación que tuvimos después del partido de España. "la pasamos bien y ya está".
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Liverpool me recibe con un cielo gris, llueve a cántaros, el viento gélido me eriza la piel y se pronostican temperaturas más bajas por la tarde. No sé si es una coincidencia o si todo de verdad se a puesto en mi contra, pero espero más de media hora a un taxi bajo la tormenta. No traigo otra cosa a parte del bolso de mano con mis documentos personales y el móvil, por ello, me congelo con la casaca de mezclilla y las botas súper mojadas. Posiblemente contraiga un resfrío, pero no importa.
Las agujas del reloj marcan casi las dos de la tarde cuando el auto me deja en la puerta principal del campo de entrenamiento. Por la hora no sé si fue buena idea venir, no obstante, guardo un rayito de esperanza al ver la sonrisa amable de uno de los guardias de seguridad luego de escucharme.
–el entrenamiento terminó hace un rato –hago una mueca de decepción–. Algunos jugadores ya se fueron, pero la mayoría está en el comedor. ¿Me permite su identificación, por favor?
Aunque las posibilidades de que esté aquí son pocas, me aferro a ellas como si mi vida dependiera de eso. Necesito hablar con él, abrazarle y que me diga que nada de lo que vi es cierto.
–No la tengo en el registro, lo siento. ¿A quién está buscando?
–A Alexander Madrigal. Vine un par de veces y él sacó un permiso especial...
–El permiso se renueva cada semana, y sin eso no puedo dejarla entrar.
–De verdad, es importante. Por favor –le suplico con un hilo de voz.
–¿Si mejor le avisa que está aquí...?
Le llamé dos veces antes de subirme al avión y nunca contestó. Le mandé un mensaje pidiéndole que se comunique conmigo cuando aterricé, y tampoco obtuve nada.
–No me contesta. Por favor, es... Solo dígame si está aquí.
El guardia está a punto de decirme algo, pero desvía la mirada al auto del que desciende una niña de unos tres años junto a una mujer mayor. Debe ser familiar de alguno de los jugadores, porque el panel de seguridad que se despliega al instante me hace retroceder. Tiene una casaca impermeable con un dibujito del ratón de Disney y dos coletas que le hacen ver demasiado tierna. Parece que conoce a medio mundo, pues reparte saludos con la mano a todos los hombres que la rodean.
–¡papá! –grita emocionada cuando distingue la camiseta roja de uno de los jugadores a lo lejos.
Aunque tardo, yo también lo distingo. Davide Linguini camina hacia la puerta principal a paso rápido, con una sonrisa amplia en los labios y con los brazos abiertos.
Sale de las rejas y carga a la niña en brazos, le da varios besos en la mejilla y creo que la barba le raspa, pues ella ríe fuerte.
La niña es Sofía.
–Lo siento, señorita ¿decía...?
–necesito que... –no aparto la vista de Davide y su hija–. Solo dígame si Alexander está...
–¿Sofía? –Davide se detiene a mi lado aún con la niña en brazos.
–¡Hola! –me esfuerzo por darle una sonrisa sincera–. ¿Cómo estás?
–¿También te llamas Sofía? –se adelanta la niña, que se gira entre los brazos de su padre para verme directamente–. ¿Quién es ella, papi?
–Es una amiga, y también se llama como tú –me derrito con la forma en que le habla–. No esperaba verte aquí.
–Yo tampoco pensaba venir –se me hace un nudo en la garganta cuando sus ojos se chocan con los míos–. Estoy buscando a Alexander ¿de casualidad sabes si sigue aquí?
Me dedica una larga mirada lastimera que, en vez de recomponerme, empeora mi estado y trae a juego las palabras de Katia. ¿Y si de verdad nunca signifiqué nada para él?
Davide sabe cosas. Llego a esa conclusión luego de ver la forma tan cautelosa con que me analiza, y aunque me regala una sonrisa amplia, siento que no les llega del todo a los ojos.
–No está aquí. Se fue ni bien acabó el partido de entrenamiento.
–¿Sabes a dónde?
–Sofía, mira... –hace una pausa para reconsiderar las cosas–. Hoy tenía una comida importante, le van a hacer una entrevista.
Esa sensación de estar a nada de caer de un avión sin paracaídas vuelve a hacerse presente, tomo una fuerte bocanada de aire para esclarecer mi mente. La chica de las fotos es entrevistadora deportiva. Por más que intento, no me trago la idea de que se trata de una simple casualidad; mi subconsciente me dice a gritos que está con ella, y pese a los intentos de mi corazón por acallar la teoría, mis piernas flaquean y mi respiración se ralentiza.
Aprieto las asas de mi bolso mientras tomo aire, debo y necesito estar bien.
–¿Dónde? –miro fijamente a sus ojos nublados por la duda–. Necesito hablar con él, es urgente.
–No lo sé. Supongo que en el Pent-house del centro.
–En su casa.
–¿Sí? –es más una pregunta que una afirmación, la niña se vuelve a remover en sus brazos y él le susurra algo en italiano.
–¿me puedes anotar la dirección en un papel?
–Sofía, yo no creo que...
–he ido varias veces, pero te mentiría si te digo que sé llegar. Siempre iba con él o con Tom. Por favor.
–Yo no puedo hacer esto, lo siento –intenta y me desespero.
–Por favor, no te lo estuviera pidiendo si no fuese tan urgente. Necesito aclarar las cosas.
Pensativo, pasa la vista por los guardias que ya han ocupado sus lugares otra vez, luego, se detiene un momento en la mujer de mediana edad que permanece a pocos pasos. Finalmente vuelve a dedicarme esa mirada cargada que me confunde.
–Voy a llevarte. Si me lo permites, claro.
–No es necesario. De verdad, basta con que me anotes la dirección en un papel.
–¿Segura?
–No quiero abusar. Seguro tienes planes con la niña y no quiero quitarte tiempo.
–No pasa nada. Tengo que ir a firmar unos documentos, no voy a tardar. Puedes esperarme en el auto o en la sala de visitas.
–Gracias –le sonrío, ocultando el vacío de mi estómago y la presión en mi pecho.
Davide hizo las diligencias correspondientes para que me dejasen ingresar al campo de entrenamiento, le seguí de cerca hasta una de las salas de descanso adaptada para niños. No la había visitado antes. Desde la entrada pude ver la distribución del ambiente; zona de peluches, zona de juguetes, zona de manualidades. Hasta entonces me parecía muy poco probable el interés de un club tan grande como el Liverpool por atender bien a los hijos de los futbolistas.
Y fue inevitable no pensar en Alexander, en el futuro que planeaba a su lado, en las fotos.
El dolor en mi pecho se hizo más agudo, mientras que la necesidad de escuchar una explicación de sus labios se hacía más necesaria. No sabía cuánto más iba a soportar.
Esbocé una sonrisa genuina en cuanto me puse a la altura de la niña para saludarla. Pasó sus bracitos por mi cuello, dejó un beso suave en mi mejilla y se volvió a presentar. Por alguna razón vi a mi yo de niña reflejada en ella. No sabía si era por la adoración con que le miraba a Davide, o por la sensación de seguridad que parecía experimentar cada que él la tenía cerca.
Yo también amaba estar en brazos de mi padre. A mí también se me iluminaba la cara cada que lo veía. Él también me miraba con completa adoración.
No supe si fue por la cantidad de emociones disparejas acumuladas al centro de mi pecho, o por el recuerdo nítido de las fotos del hilo de Twitter. Pero la conmoción se apoderó de todo mi ser, y una nostalgia generalizada me recorrió tan rápido, que tuve que tragarme las lágrimas que amenazaban con salir.
–Eres muy bonita ¿sabes?
–tú también eres muy bonita, te pareces a la princesa del cuento que siempre me lee papá.
–Sofía, te presento a Julieta, es... –me puse de pie al escucharle y extendí la mano hacia la mujer que me miraba con una ceja levantada.
–la abuela de Sofía –me estrechó la mano con recelo–. ¿Vas a tardar mucho? La niña tiene que comer y no quiero que se pase de hora –volvió a mirar al futbolista.
–Firmo los documentos y vuelvo ¿sí? –se arrodilló para quedar a la altura de la niña–. Juega un rato y luego vamos a comer lo que quieras. Te adoro.
Sofía le pidió a una de las encargadas hojas y lápices de colores. Supuse que pintar con ella me iba a relajar, me acomodé en uno de los cojines a su lado y le ayudé a pintarse al lado de su padre. En ningún momento mencionó a su mamá, y cuando le pregunté si alguien más faltaba en ese cuadro miró a su abuela y negó, convencida.
Luego del rechazo de Marisa había entendido que no le iba a caer bien a todo el mundo, y todo apuntaba a que Julieta formaba parte de ese grupo. ¿por qué tenía tan mala suerte con las madres de los futbolistas?
Porque eso tenía que ser ella ¿no?
Davide volvió casi diez minutos después, me pidió perdón por la espera y nos guio hacia su auto. Luego de acomodar a su hija en la silla de bebés me abrió la puerta del copiloto, miré con duda a la mujer que negaba varias veces, pero él nunca me dijo nada. Para ser madre e hijo la relación me resultó fría, incluso más que la de Marisa y Alexander; ella le miraba de vez en cuando con recelo, y de no ser por Sofía que no paraba de hablar, esto sería una tortura.
A pesar de morirme por preguntar muchas cosas, enfoqué la vista en los autos de adelante hasta que la pantalla del auto se iluminó con una llamada entrante. No pude evitar desviar la mirada al nombre, quizá esperando que quien estuviese marcando fuese Alexander.
Error. De forma escueta, sin un Emoji al lado o una foto de fondo, las letras se veían claras.
«Isabella Brown»
No perdí detalle de su expresión seria, de sus manos apretando con fuerza el timón, de la mandíbula tensa, de su mirada culpable. No era un hombre enamorado, era más bien un hombre atormentado, con mil líos en la cabeza.
Sin pensarlo mucho rechazó la llamada antes de desvincular el móvil de la pantalla del auto, me pidió perdón con la mirada y frenó despacio, porque a diferencia de cualquier otra persona, él tenía que cuidarse. O, mejor dicho, tenía que cuidar a la niña que iba detrás.
–prometo que te lo explicaré luego –me susurró.
–¿Qué? tú no tienes que explicarme nada. Tranquilo.
–Más bien, lo que necesito es hablar contigo –abrí la boca para responder, pero me frenó en seguida–. Ahora no es momento, ¿hasta cuándo te quedarás?
–No lo sé. Necesito hablar con Alexander.
–Discúlpame por eso también.
–¿Qué?
–Solo..., solo recuerda que tú eres más que eso ¿sí? –le miré con duda, con una mezcla de miedo y desesperación, sabía cosas.
–¿Solo son rumores, ¿verdad?
No dijo nada, y con ese silencio incómodo que se extendió hasta que se detuvo frente al edificio del centro debí convencerme. Debí interpretarlo.
Nunca insistí, él no dijo nada, y para cuando me despedí de la niña y de su abuela ya era demasiado tarde.
A veces la vida podía llegar a ser tan precisa y cruel que parecía irreal.
Precisa, porque nos ponía en el lugar y en el momento preciso.
cruel, porque esa precisión tan bien pensada solo tenía el propósito de lastimar.
Todo pasó tan rápido que no puedo explicarlo. Davide me ayudó a bajar del auto, cerró la puerta, dejó un beso casto en mi mano, me dijo que no me fuera de la ciudad sin hablar con él, y cuando di el primer paso con dirección al portal, lo vi.
No desde el móvil ni desde un mal ángulo. Lo vi en primer plano, en vivo y en directo, a plena luz del día, con mis cinco sentidos alerta.
Los vi acercándose, a él con una mano en su cintura y otra cogiéndole la cara.
Vi el beso más largo y tortuoso de toda mi vida.
El corazón se me detuvo por un momento al verle en aquella situación, mis brazos cayeron a mi costado mientras una sensación de caída al vacío me dejó sin respirar.
Estaba a nada de soltarme de la puerta de avión. Mis piernas perdieron fuerza, mi mano disminuyó la fuerza del agarre. El aire era cada vez más denso, y el ruido del motor del avión no me permitía pensar con claridad.
No reconocí a la mujer que avanzó con los ojos inundados en lágrimas hasta quedar frente a Alexander, que pareció no inmutarse con mi presencia. No fui yo quien se abalanzó a la chica para darle una bofetada con todo lo que me quedaba de fuerza.
No era la pianista fan de Liszt quien se puso de puntillas para intentar hacer lo mismo con Alexander, antes de que atrapara mi mano en el aire, con tanta fuerza que terminó de romperme.
–¡Eres un idiota! –le grité rompiendo en llanto.
–¿Qué mierda haces aquí? Y ¿quién te crees para hacerme un escándalo así?
–¿Por qué me hiciste esto? –le escupo perdiendo el control.
–¿Hacerte qué, joder? Estás completamente loca.
–¡Acabas de mandar a la mierda todo lo que teníamos! ¿qué hice mal, maldita seas?
El cuerpo comenzó a temblarme en el instante en que mi mirada y la suya, más fría que nunca se encontraron. Llevar aire a mis pulmones me costó trabajo, la decepción y la impotencia se atascaron al centro de mi pecho, cortando la frecuencia normal de mis latidos.
–Creo que mejor me voy, no estoy para escenitas. Te veo en el periódico.
Los temblores de mi cuerpo aumentaron de manera incontrolable. Me negaba a creer todo lo que acababa de ver, ni mucho menos esa forma tan fría y esquiva con que me miraba.
No presté atención a la chica que desapareció de mi campo visual, solo me centré en el hombre que me miraba con algo parecido a la rabia mezclada con indiferencia. Me soltó la mano y se alejó rápido, buscando poner una distancia que no era sana en estos momentos.
–Te voy a dar dos minutos. Dos minutos para que te calmes, porque no voy a permitir que vengas a mi casa a hacerme estos numeritos.
–¿cómo me pides que me calme? ¡te vi besándote con otra!
–¿Y eso qué? nena, yo no e firmado un contrato de exclusividad.
Sus palabras se sintieron como una bofetada. Di un paso hacia atrás, conmocionada por lo que estaba viviendo.
–¡De qué me estás hablando! Llevamos más de cuatro meses juntos, vivimos dos semanas bajo el mismo techo.
–A ver, Sofía. No entiendo cual es el punto. Si nos vimos todo este tiempo fue porque la pasábamos bien.
–¡el punto es que me engañaste! El punto es que acabas de mandar a la basura todo lo que teníamos....
–No, hermosura, no te equivoques. Yo no he engañado a nadie ¿Cuándo fue que te hablé de algo serio? Si lo hice recuérdamelo, porque no lo he registrado.
Algo se estaba rompiendo en mi interior, podía sentirlo en ese momento en el que el hombre del que estaba completamente enamorada y que estaba empezando a amar me hablaba con tanta dureza y frialdad. Los latidos casi inaudibles de mi corazón me hicieron caer en cuenta de la realidad. Había sido una estúpida.
–¿y todo lo que vivimos qué? te di todo lo que pude dar, Alexander. Te volví el centro de mi vida y...
–yo no te lo pedí. Y perdóname, pero por daños psicológicos no respondo –me cubrí la cara para evitar su mirada que me estaba desgarrando el alma–. La pasábamos bien y eso es todo a lo que ibas a aspirar. Conmigo no es un matrimonio, ni una familia feliz y pensé que no tenía que explicarlo.
–Yo me enamoré de ti, creo que te amo y...
–Nunca te pedí que lo hicieras. me pareciste atractiva, te quise en mi cama un par de veces y no más.
–¿Un par de veces? ¡vivimos dos semanas juntos!
El nudo en mi garganta se tensó, estaba a nada de romperse, de perder la batalla y terminar echa mierda en el suelo de aquella avenida transitada. El desconcierto crecía mientras buscaba una respuesta ¿por qué fui tan idiota?
Solo fui una opción entre todas las que tenía. Un maldito juguete que se iba cansar de usar y tiraría luego.
En ese momento, con el alma destrozada, el corazón echo trisas y el orgullo por el suelo, me sentí insuficiente. No di lo suficiente para que un hombre de la talla de Alexander madrigal se fijara en mí, para que me quisiera y me convirtiera en su vida entera.
–Me propuse conquistarte, y te juro que pensé que iba a ser más difícil. Pero no, igual a las demás. Un par de palabras bonitas, regalos caros, un viaje en jet y ya. rendida a mis pies.
Cada cosa que decía era un puñal directo a los pedacitos de mi corazón que ya había perdido la voz. perdí mi oxígeno y mi voluntad, no podía pensar. Pero aún en medio de todo eso, una parte de mi pecho no quería quedarse sin nada y estaba dispuesta a luchar.
–Yo te quiero, Alex. Podemos olvidar lo que pasó y... tengo tantos planes, tantos...
Definitivamente, no era yo.
–¡pero yo no siento nada por ti! es más, no pensaba volver a buscarte otra vez.
–¡Mentira! Me prometiste un fin de semana en Ibiza, tenía que irte a ver jugar en el mundial. Hicimos planes, teníamos sueños juntos.
–No te equivoques. Si en algún momento tuve sueños, ya los cumplí todos. Y mis malditos planes a futuro son ganar la Champions y el balón de oro cuantas veces pueda. La que se hizo ilusiones estúpidas y se sintió la protagonista de un cuento de Disney fuiste tú.
No quería solo un gol, quería muchos más. No quería ser solo un viernes, yo quería ser un domingo. No quería dormir con él, quería despertar a su lado.
–Dejaste que me enamorara y ahora me dices todo esto...
–¡Yo no hice nada! Nunca te prometí nada, nunca te di motivos para que pensaras que quería algo serio. Mírate, mírame a mí y ya no busques líos donde nos los hay. Nunca te pedí formalizar, nunca fuimos nada como para que vengas a hacerte a la ofendida por un beso. Soy lo suficientemente libre como para besarme con quien quiera, para follarme a quien quiera y cuando quiera.
–¡Claro que sí hiciste! La forma en la que me mirabas, nuestras conversaciones sin sentido, las veces que te abriste y me contaste cosas... No solo querías llevarme a la cama, porque las veces que nos sentamos a desayunar al jardín, o cuando fuimos a jugar golf, o cuando me besabas sin segundas intenciones no estabas pensando en eso. Sé que sientes algo por mí y...
–¡Que no, joder! Yo no siento nada ni por ti, ni por nadie. Te hiciste una película donde no había nada. Solo fue sexo.
–Eso no es cierto y lo sabes. Nuestra relación fue más allá, cada que te iba a ver a los partidos, cada que paseábamos por los al rededores de tu casa, cada que nos sentábamos a platicar. Había más que atracción, tú lo sabes y yo...
Tuve el impulso de besarle para hacer que entrase en razón, sin embargo, cuando di el primer paso para acortar la distancia que nos separaba, él se alejó.
–Nunca había conocido a una mujer tan desesperante. Ten un poco de dignidad y vete.
–No me voy a ir sabiendo que en el fondo sientes algo por mí... –intento, aferrándome a las pocas ilusiones que todavía se mantienen en pie.
–¡Que yo no siento! ¡yo no sueño! ¡y yo no amo a nadie! ¿cómo quieres que te lo explique?
Mis lágrimas caen sin poder evitarlo, no las limpio porque ya no tengo fuerza en los brazos. Me mantengo en pie aún cuando mis piernas tiemblan, mi corazón late cada vez más lento.
No sé cuanto más vaya a soportar.
–Soy una figura pública y no quiero hacer un escándalo. Me pareciste atractiva en la entrevista, me encantó la idea de que te hicieras a la difícil y me prometí conquistarte. No fue tan difícil. Un par de palabras bonitas, un ratito de jugar a ser el caballero que llega a rescatarte, un par de guiños y ya estabas comiendo de mi mano, deslumbrada con mi fortuna y mi fama. Como todas ¿de verdad crees que puedo llegar a amarte? Eres una más del montón. Y no voy a negar que eres linda y muy buena en la...
No lo dejo terminar porque mi mano golpea su mejilla, creo que no tan fuerte,, porque estoy desecha por dentro. Han pisoteado a mi corazón como han querido, sus palabras me han desgarrado el alma y me han humillado como jamás pensé que harían.
Y yo aquí, perdiendo el poco oxígeno que me queda en intentar que su corazón lata, al menos, por error.
–¿Sabes? por más que quiero, no te puedo defender de ti. Hasta nunca, capitán.
Las piernas me fallan, pero movida por el dolor y la desilusión me doy la vuelta. Alexander Madrigal no solo es el futbolista más desequilibrante de la premier League, es un alérgico al amor.
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