–Debes sentirte afortunada –miro interrogante a la maquillista–, no todas tenemos la oportunidad de hacernos fotos con un hombre como Alexander Madrigal.
¿Afortunada? Lo que yo llevo preguntándome desde que se burló de mí es que estoy pagando para encontrarme con un pateador de pelotas tan egocéntrico y prepotente.
Bipolar también, por cierto.
«Y guapo, que no se te olvide» –volteo los ojos con el pensamiento.
Un flash de la media sonrisa me hace arrugar la frente, todavía creo escuchar el sonido ronco de la carcajada y sus ojos... ¡madre mía, sus ojos!
Algo se siente pesado cuando mi mente trae al juego al brillo gris que desprende, como si una partecita de mi subconsciente estuviese intentando hacerme una advertencia. Mi estómago se siente vacío y mi pecho cosquillea. Me cuesta entender que una mirada ha podido armar y desarmar a su antojo en mi interior.
–No te pierdes de mucho –encojo los hombros, restándole importancia.
–¿Qué dices? –la peinadora apaga la secadora–, estamos hablando de Alexander Madrigal, uno de los hombres más atractivos del mundo. Nos perdemos de su sonrisa, de sus brazos, de su voz... aprovéchalo en las fotos.
–me ignoró cuando le pedí una foto ni bien llegó.
–Es un mal educado –le digo a la maquillista–. No me maquilles tanto los ojos, por favor.
–Reina, tienes que estar preciosa. Vas a salir en una portada al lado de...
Suspiro para llenarme de paciencia. No conozco al futbolista hace más de una hora y resulta que todo el mundo me está hablando de él, como si fuese un Dios Griego o un músico importante. En principio, todo lo atractivo que puede tener queda opacado con su actitud tan arrogante y, para terminar, es un simple mortal más, sin nada excepcional.
«¿Y sus ojos? hay que recordar que nadie te había hecho sentir así con solo una mirada».
–Alexander Madrigal –muevo la cabeza cuando saca unas sombras doradas–. Solo delineado negro, por favor.
–Si le ponemos estas sombras...
–no es necesario. Además, vamos a tardar y "Alexander" tiene una agenda demasiado apretada –enfatizo su nombre para poner a correr a todo el personal que cuchichea sobre él.
"Vaya cosa", pienso, cuando la peinadora vuelve a encender la secadora y la maquillista pone a buscar a su ayudante un lápiz de ojos y un rizador. Los encargados de vestuario llegan rápido con los zapatos y los accesorios que me hacen ver un poquito diferente. Así que su nombre es casi una palabra mágica que acelera las cosas, nadie quiere quedar mal con él, por lo visto.
Solo hace falta que hablen con él un par de minutos para que se les caiga del pedestal. Es el ser más horrible que he conocido en la vida.
Tan horrible, que cuando el fotógrafo nos pide que interactuemos frente a cámara, invade mi espacio personal. Pone una de sus manos en mi espalda baja y recarga su cabeza en mi hombro, como si nos conociéramos de toda la vida.
La tela del vestido no es barrera suficiente pues mi piel se eriza con el tacto. Mi corazón late tan fuerte, que seguro el futbolista ya lo ha escuchado y estoy a nada de sufrir un ataque nervioso.
Se me olvida como pararme, como posar, como sonreír. No me mira, pero me siento vulnerable. No me habla, pero su olor me cala los huesos; no toca mi piel, pero creo sentir la suavidad de sus manos.
–Relájate, Sofía. Disfruta el momento.
La cercanía no parece bastarle ya que se acerca un poco más, mueve la cabeza y su respiración acompasada choca con mi piel. Sopla en mi oído un par de veces y todos mis intentos por mantener la compostura se van al suelo.
–Disfruta el momento, hermosura.
Su voz, cargada de picardía y una pisca de burla causa estragos en mi interior. El tono sexi que emplea cala hondo en mi mente y los escalofríos que recorrían mi columna vertebral se convierten en holas de calor que me desestabilizan más.
"No, Dios mío. Ahora no", me digo mientras expulso el aire lentamente. Creo escuchar un par de flashes a lo lejos, pero aturdida por el cúmulo de sensaciones agolpadas en mi pecho, no les presto atención.
Agradecí el aplauso del fotógrafo antes de correr a zona de vestuario con la excusa de arreglarme el cabello. Según yo, el peinado se me estaba destrozando por culpa de los ventiladores, encendidos a toda potencia para contrarrestar el calor de principios de agosto. Una de las encargadas me ofreció una botella de agua que tomé despacio, buscando atrasar el momento de volver a verlo; me urgía tener fuerzas para soportar a su lado un poco más. falta la entrevista y el video de preguntas y respuestas.
Para mi buena suerte luego del receso nos hicieron fotos en la terraza. Primero fueron personales. Él con un balón de fútbol en los brazos y yo al lado de un órgano, aunque no me perdió de vista en ningún momento, estábamos lo suficientemente lejos para respirar. Hicimos después un par de tomas sentados en el sofá, como dos personas normales, con cero interacciones y nada de complicidad; como lo que éramos, dos extraños.
La tranquilidad se esfumó en el momento en que a uno de los fotógrafos se le ocurrió sentarnos frente a frente. Según él era la última foto y tenía que quedar espectacular. Pidió expresamente que nos miráramos y que por ningún motivo apartáramos los ojos.
¿Por qué? porque hoy la vida estaba en mi contra, porque sabiendo lo mal que me ponían esos ojos grises, me obligaba a mirarlos.
–Así, muéstrennos más de esa complicidad.
Me tomé el tiempo para analizar el brillo de su mirada a detalle. Si algo me tenía intranquila era el no poder descubrir lo que ocultaba. Porque no sabía si me miraba con intriga, con duda, con enojo; o si simplemente lo hacía con neutralidad. En contra de las leyes de la gravedad, en definitiva, estos ojos no eran el espejo del alma, así como decía mi madre.
Mi pecho volvió a contraerse con la descarga eléctrica que me recorrió de arriba abajo cuando ejerció más presión sobre mis ojos. Totalmente desconectada, no era capaz ni de escuchar ni de acatar las órdenes que daban a nuestro alrededor; porque así parecía ser cada que le tenía tan cerca. Mi mente se aislaba de mi cuerpo y el que enviaba los impulsos era mi corazón.
Sin lugar a discusión, Alexander Madrigal tenía unos ojos muy bonitos en los que cualquier otro momento me hubiese perdido sin miedo. No solo por el color azul grisáceo que era fascinante, sino también por el brillo misterioso que destilaban. Ese mismo que hacía una invitación abierta a no dejar de verlos, a intentar descifrarlos, a disfrutar de la montaña rusa de emociones que producía en mí. pero no era para nada complaciente tener que perderme en ellos cuando mi parte racional intentaba activar un mecanismo de defensa, como si oliera el peligro.
Peligro que una vez más, mi corazón decidió ignorar para optar por dejarse llevar.
Sabía que debía apartar los ojos, no obstante, no lo hice. No hasta que una voz a lo lejos llamaba a la entrevistadora.
–No tienes que hacerlo –le susurré entre dientes, cuando puso una mano en mi espalda mientras nos dirigíamos al sed de grabación.
–Para que no te demores otra vez. No vaya ser que te aparezcas media hora tarde y digas que el ascensor no llegaba.
–Me inventaría otra excusa mejor –me alejo, furiosa.
–Entonces es un hábito.
–¿Qué?
–llegar tarde y dar escusas –el ascensor se abre–. Adelante.
Le quiero pegar, porque vuelve a poner la mano en mi espalda para ingresar, como si necesitase de ayuda para hacerlo. Las puertas no tardan en cerrarse y me vuelvo a sentir pequeña. Estamos solos, y aunque el espacio es relativamente mediano, se pone a mi lado, dejando que su olor amaderado se cuele por mis fosas nasales nublando mis sentidos.
Él me mira, yo le miro de vuelta. Él me sonríe, y yo..., yo me pierdo en el gesto que dibujan sus labios.
Algo no se siente bien respecto a esto, y más que por las advertencias de mi parte racional, es el hecho de no poder guardar la compostura. Mientras caminamos por el pasillo que nos lleva al foro siento que me desconozco.
Estoy odiándolo por prepotente, por egocéntrico, por desesperante y por maleducado. Sin embargo, una parte de mí parece estar perdida en sus ojos, en su sonrisa, en... básicamente en todo eso que encanta tanto a las mujeres de la revista.
Y no puede ser, porque va en contra de lo que soy. Tengo las emociones divididas por culpa del maldito futbolista.
La entrevista es un desastre total. No podemos ponernos de acuerdo en absolutamente nada. Mientras yo creo que tener talento es todo lo que se necesita, él reitera que hasta la gente sin talento puede lograr lo que quiere con disciplina. Discutimos entorno a eso una buena parte de tiempo, hasta que desesperada, la entrevistadora lanza otra serie de preguntas que nos vuelve a poner en contienda.
–Si ahora mismo reciben diez millones de dólares ¿qué harían?
Alexander suelta una carcajada sin humor.
¿Cómo no? si por perseguir a un balón ese dinero para él no significa nada.
–Yo pondría una fundación para ayudar a los niños de todo el mundo, a las mujeres que sufren por violencia, y a la gente más vulnerable de los lugares que están en guerra.
–No haría nada, porque no me falta nada –ruedo los ojos y me mira–. Aunque..., te compraría un reloj ¿Rolex o Patek Phillippe?
–Mira que es una gran oferta, Sofía –anima la entrevistadora al ver que no digo nada.
–Uno no lo puede tener todo en la vida. Algo has de querer hacer –digo en cambio.
–Vamos a por un café –me susurra.
Suficientemente claro para que lo capte la entrevistadora, que incómoda, se echa a reír. Yo también lo hago, pues estamos grabando y esto lo va a ver mucha gente.
–No me gusta el café, pero igual gracias –le sigo el juego.
–Al igual que para tocar una pieza de piano, un partido de fútbol necesita de mucha concentración. ¿Cómo se mentalizan? ¿tienen una rutina especial?
–Estoy enfocado en el juego, en analizar a los rivales y siempre a tener en la mente que vas a ganar.
«Pero no siempre se gana» –le quiero replicar.
–Mi madre siempre acostumbra a darme suerte, tengo un espacio para hablar con papá porque sé que me escucha y me relajo, porque tengo que estar relajada para tocar.
–Igual, la suerte no sirve de nada ¿no?
«Por supuesto. Si tuviera suerte nunca me hubiese cruzado contigo»
–Cada que mi madre me ha dado suerte las cosas me han salido bien. Más que lo que puede significar suerte de forma literal, es el significado que le da cada uno –aprieto los puños bajo la mesa.
Después de un par de preguntas más que seguro se irán guardadas a la caja de recuerdos que no pienso abrir jamás, la entrevistadora nos pide que demos un mensaje para las personas que al igual que nosotros, tienen un talento y no saben cómo aprovecharlo. Ese también es otro dolor de cabeza, pero lo dejo pasar pues dejar de ver al futbolista ya está en cuenta regresiva. Grabamos el saludo final con un guion que ya nos tenían preparado, dejamos un par de firmas y puedo respirar tranquila.
A Alexander se le van encima muchos de los empleados en busca de una foto o de una firma en lo que parecen ser camisetas, y aprovecho esa distracción para correr a por mis cosas. Agradezco y pido disculpas por mi retraso otra vez, antes de montarme en el ascensor.
Mala suerte, porque está ahí.
–Si no te gusta el café ¿¿dónde quieres que sea nuestro próximo encuentro? Tenemos mucho de qué hablar ¿no te parece?
–no me parece, fíjate –le levanto el dedo medio–. Y ya te lo he dicho, no eres mi tipo.
–Tu expresión corporal me dice otra cosa.
–De verdad, necesitas medicarte.
–¿Quieres que nuestro próximo encuentro sea en una farmacia, entonces?
–No nos vamos a volver a ver, entiéndelo de una buena vez.
–Yo que tú no estaría tan seguro –oprime un botón del ascensor y el aparato vuelve a subir.
–¿Qué tienes? Aprende a aceptar un "no eres mi tipo", ¡ya! –golpeo el suelo con la punta del tacón.
–No te estreses, muñeca. Mejor piensa en nuestro próximo encuentro –se burla.
–¡Que no nos vamos a ver otra vez! yo no quiero verte nunca más.
–Eso lo veremos –me sonríe, y...
¡Por dios, Sofía!
–No te voy a volver a ver, y te lo puedo jurar.
–Si prefieres creer eso, adelante. Pero no te sorprendas con las vueltas que da la vida, muñeca.
–Hermosura, bonita, muñeca. ¿No tienes algo mejor con qué llamarme? –repliqué en cambio.
–Dime cómo quieres que te diga y lo hago.
–¿ya para qué?
–No es tan fácil como crees, hay defensas marcándote todo el tiempo y algunos arqueros son excelentes. Neuer, por ejemplo.
El timbre del ascensor vuelve a sonar en el primer piso y suspiro, aliviada. Esta pesadilla se acaba aquí.
–¿Qué? –pregunto, un poco desubicada.
–Meter goles. Es más, cuando quieras puedo enseñarte.
–Lo harás en tus sueños, porque de mí no vuelves a saber nunca más.
–Eso está por verse –murmuró y empecé a caminar, dejándole atrás–. ¡Hasta pronto, hermosura!
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Mi mal genio empeora otra vez por algo relacionado al fútbol. Las puertas del estadio que está cerca de mi casa están abiertas de par en par y hay un tráfico de los mil demonios. En la entrevista se me olvidó decir que destinaría una parte de los diez millones para cambiarme de distrito, a un cuartito pequeño, no importa, pero lejos de este lugar tan caótico. Para acabarla, la sonrisa del futbolista no se me ha borrado de la mente, cosa que termina por arruinarme la tarde.
Con todo este lío, se me había olvidado que hoy venía Isabella a Comer. Cuando llego la encuentro hablando con mamá de lo más relajadas y no suele pasar, pero me frustro más porque quisiera haber estado con ellas, y no con un egocéntrico, prepotente y... futbolista, está mejor.
–¿Qué tal es? ¿igual de guapo que en las fotos? ¿te dio su número...? ¿le pediste una firma para mí?
Si se lo propone, Isa puede llegar a ser un dolor de cabeza. Desde que le conté que haría una entrevista con un futbolista del que ni siquiera sabía el nombre, o quizá sí lo leí, pero como no era de mi interés decidí pasar por alto, se encargó en buscar de quién se trataba y aquí estamos. Es más, si vino a comer a casa fue porque sabía que hoy era la entrevista, y quería todo a detalle.
–¿Hola? Yo estoy muy cansada, gracias. Hay un tráfico horrible, otra vez algo del estadio, seguramente.
–la señora cata me dijo que hoy iban a presentar a un nuevo jugador –responde mi madre–. ¿Cómo te fue?
–¡Eso! ¿Cómo te fue? ¿Alexander madrigal es tan guapo como...?
–Isa, para. Por favor.
Tiro los tacones y me acuesto en el sofá. Mi madre me mira con lástima y no hace falta que le diga nada cuando ya está en la cocina.
–No puedo, Sof. ¡Es Alexander Madrigal! –se tira el cabello rubio para atrás–. Juega en el mismo equipo que el amor de mi vida y si te das cuenta, esta es cosa del destino.
Davide linguini es el amor platónico de mi amiga desde que recuerdo, y quizá su obsesión sea uno de los factores para que odie tanto al fútbol. Su casa está repleta de posters, camisetas y siempre está haciendo referencia a sus goles y no sé qué más. Si fuera por ella, le hubiese puesto a su línea de maquillaje Davide, y no es una exageración.
–Si juegan en el mismo equipo no me lo quiero ni imaginar. ¿Es igual de patán? ¿de egocéntrico y prepotente?
–Creo que estás exagerando. ¿Estamos hablando del mismo hombre hermoso, atlético, delantero y extremadamente rico? ¿el de ojos azules y...?
–Grises.
–¿Qué?
–Sus ojos son grises.
Un flash de sus ojos sobre los míos me ataca de repente, obligándome a cubrirme la cara con uno de los cojines. Si no lo voy a ver jamás, tengo que quitármelo de la cabeza.
Mi madre llega con una taza de té justo cuando comienzo a contarle todo a grandes rasgos después de tanta insistencia. Me incorporo un poco para tomar la infusión mientras relato las cosas de la mejor manera. Nunca les digo que su mirada me acelera el corazón, ni que su sonrisa me descoloca, ni que me ha hablado tan cerquita hasta el punto de erizarme la piel. Si no lo hago es por una sola cosa, y es que quiero olvidar.
Quiero olvidar porque a mi parte racional le aterra la idea de que unos ojos puedan hacer tanto. Tengo que olvidar porque no lo voy a volver a ver, nunca más.
–¿Te invitó a salir y lo rechazaste? –Isa se abanica con la mano–, Greta ayúdame, me va a dar algo.
Mamá se ríe, yo suspiro.
–Es lo mejor que has podido hacer, mi amor. Si dices que al principio actuó tan mal...
–¡Eso no importa! Si actuó así fue porque tenía razón, tú misma aceptaste que llegaste tarde. Muy tarde –remarca.
–No es mi tipo, Isa. Además, es tan arrogante...
–¡Pero es Alexander madrigal! Si sales con él a lo mejor me puedes conseguir el número de Davide. Sería el mejor regalo de cumpleaños, de mejores amigas, ¡de la vida entera!
Sus ocurrencias hacen que el mal humor se vaya disipando. Las dos soñamos desde siempre con un amor bonito y real, con una boda de ensueño y una familia feliz. La diferencia está en que mientras yo prefiero creer que la vida me traerá a la persona indicada, ella quiere lograr todo eso a como dé lugar con el tal Davide.
¿Soñar no cuesta nada, ¿no? yo sueño con llegar muy alto en mi carrera, ella, con casarse con un futbolista.
–Y no solo por mí, estar con él significaría tenerlo absolutamente todo. Acabas de perder la oportunidad de tu vida, Sofía.
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