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19. Momentos vulnerables 

«me dejó sola otra vez», es lo que mi mente repite insistentemente mientras emplato las tostadas francesas y los huevos revueltos. Pese a habérselo casi suplicado, no se quedó conmigo luego de hacer el amor. ni un beso, ni un abrazo, ni una caricia. En teoría, ya lo hemos compartido todo. sin embargo, cuando actúa así, tan frío y distante, siento que no hemos compartido nada. He llegado hasta a sentirme usada, pero luego mi corazón recuerda sus ojos dominando a los míos y desecha la idea.

Lamentablemente, nunca me siento del todo bien. Siempre está, aunque muy disimulada, esa sensación de inconformidad, o insatisfacción, o duda, o una mezcla de las tres. Sonrío para no hacerme ideas extrañas; pienso en sus ojos para tener claro cuan enamorada estoy; tarareo canciones románticas para recordar que estoy viviendo mi propia historia de amor. Hago hasta lo imposible por minimizar esa incomodidad tan fastidiosa que amenaza a cada nada con expandirse un poco más.

A fin de cuentas, seguimos sumando más primeras veces juntos. Y eso debe ser bueno ¿no?

Le hago el desayuno por primera vez. Vamos a desayunar juntos por primera vez.

Primero dudo si debo servir en la barra de la cocina, o en la mesa del comedor, o en la del jardín o en la de la terraza principal. Luego, aún sin estar del todo convencida, empiezo a armar todo en el balcón del segundo piso, con vista exclusiva al campo de golf donde ya hay gente jugando. Ciertamente, el día está hermoso, ahora sí parece una mañana primaveral, con pajaritos y un sol resplandeciente.

–Iba a pedir desayuno ¿he? –doy un saltito al sentir sus manos grandes en mi cintura–. Ten cuidado, no hay personal...

–Podía limpiarlo yo –contesto sin aliento mientras me apresuro por dejar la jarra de jugo al medio.

Carraspeo, mis mejillas se tiñen de rojo, las piernas me flaquean, me falta el aire. No sé si en ese orden, o quizá sí, pero, de cualquier forma, compruebo una vez más que tenerle cerca me desarma.

–¿tan nerviosa te pongo? –se acerca un poco más, acorralándome entre su cuerpo y la mesa.

Mi piel se estremece cuando muerde el lóbulo de mi oreja con descaro, sopla despacito, vuelve a morder. Me muevo incómoda, presa de una presión aguda entre mis piernas y del calor que se expande desde mi estómago a todas las direcciones.

Joder.

–Para nada. No te esperaba todavía..., eso.

–Huele bien –aspira un par de veces, poniéndome los pelos de punta–. No sé si es la comida, o tú. Pero ¿sabes? voy a comprobarlo.

Me besa el cuello mientras una de sus manos se mete por debajo de mi blusa y empieza a hacer círculos lentos en mi vientre. Por instinto arqueo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos, entregada de lleno a las caricias de su boca sobre mi piel.

Jadeo cuando vuelve a atrapar el lóbulo de mi oreja entre sus dientes, pero pierdo el suelo cuando me muerde el cuello, justo cuando su mano traviesa se aventura a descender un poco más, hasta colarse bajo el inicio del pantalón.

–Nos pueden ver –susurro, pero no le importa, porque se restriega en mi espalda.

–¿Importa?

–No..., pero... –clavo las uñas en el mantel blanco de la mesa al sentir que su mano desciende cada vez más–. El desayuno está listo, se va a enfriar.

No está del todo de acuerdo, pero siento que gané la partida cuando deja un último beso en mi cuello antes de tomar su lugar. Pese a que todo está listo, finjo acomodar los platos porque no sé actuar como si nada hubiese pasado. Tengo las mejillas encendidas, la respiración acelerada y todavía siento las pinceladas en la parte baja de mi vientre.

Y ahí está otra vez. Ese silencio incómodo que solo se rompe con el suave canto de los pájaros. Eleva mis nervios a niveles inimaginables y vuelvo a sentirme pequeña a su lado.

Sumado a ello estaba el enojo que experimenté al no sentirme capaz de mejorar las cosas, al verme consumida por los recuerdos que se mezclaban con la vergüenza.

Alexander no es que ayude mucho, pues no ha dejado de mirarme en ningún momento. Siento su mirada intensa sobre mí incluso cuando sirve los dos vasos de jugo, o cuando se pone a teclear algo en el móvil.

–Ya no vas a crecer más –no esperaba que él rompiese el silencio, su voz me toma tan desprevenida que doy un saltito y le miro con la boca entreabierta, sin saber qué decir–. Y ahora sí que se va a enfriar todo. ¿O qué? ¿no piensas desayunar?

–¿Eh? Sí, solo que... estaba acomodando las tostadas –mis mejillas vuelven a teñirse de rojo al escuchar su risa ronca, mi escusa ha sonado tan patética, que quiero que la tierra me trague cuando me siento.

Me tomo el jugo en un par de bocados, nos hemos vuelto a quedar en silencio y él no parece tener intención de reanudar la conversación. Ahora soy yo quien sigue sus movimientos fijamente, está revisando el móvil con esa ceja levantada que le hace ver sexi, y que, como reacción inmediata, trae a colación el vivo recuerdo de sus labios marcando mi piel con vehemencia.

«Podría quedarme viéndole así todo el día»

No pierdo detalle de la mueca extraña que hace al probar el chocolate, ni de su sonrisa complacida al mordisquear el cupcake de avena con frutas. Tiene de dónde escoger. Tostadas, huevos revueltos, mi intento de churros, tortillas españolas; piña, frezas, manzanas, bananas, todo en rodajas.

Quiero preguntarle si le gustó, mas no me atrevo. Decido seguir sus pasos y sacar mi móvil para revisar las últimas novedades. Tengo una llamada perdida de mi madre, varios mensajes exigiendo respuesta; Katia ya me ha vuelto a llenar el móvil con la actualización de la agenda, las nuevas invitaciones y los artículos de prensa que están saliendo hoy.

La prensa bombardea periódicos, revistas, programas de televisión y redes sociales con fotos del partido de ayer, una vez más mi nombre vuelve a aparecer al lado del suyo en los encabezados. Y la primicia es una imagen nuestra dentro de los vestuarios de la selección española.

Pero no es todo. La mandíbula se me descuelga con el último enlace que me envía. No es de un periódico o revista, más bien, es una publicación en Instagram de un usuario cualquiera.

Aparentemente, no tiene nada de interesante. Hasta que veo la foto.

Y me tengo que cubrir la boca con la mano para no escupir el pedazo de tostada que masticaba.

Isabella y Davide linguini están sentados en la barra de lo que parece ser un bar. Y no como dos personas que coinciden en un lugar cualquiera.

Más bien, es una foto íntima, pues ella tiene una de sus manos sobre la rodilla del futbolista, y tiene casi medio cuerpo inclinado hacia él.

–Lo consiguió –murmuro pasando la vista por el pie de la imagen.

"¿Será la oficial? Davide linguini se deja ver acompañado en el bar donde se celebró el triunfo de Italia luego de su enfrentamiento con Noruega".

La garganta se me cierra y mi estómago se siente vacío, pero por más que me esfuerzo, no encuentro la razón. Solo sé que algo no se siente bien ni con la foto, ni con el pie de esta, ni con la idea de que Isabella y Davide se dejen ver.

¿Cómo hizo Isabella para encontrarlo otra vez?

–Vas a darle la receta de estas cosas a mi chef personal –desvío los ojos de la pantalla para centrarlos en él, que me muestra la mitad de otro cupcake y sonrío.

–Son de avena –le regalo una media sonrisa antes de volver a centrarme en el móvil, Katia me ha mandado un nuevo mensaje.

Es un artículo de "lecturas" que acaba de publicarse hace unos minutos. No hace falta entrar para anticipar el contenido, porque el título lo dice todo.

"Sofía romero y Alexander Madrigal, ahora, Isabella Brown y Davide Linguini. Conoce a las dos mujeres que aspiran ser las nuevas Wags".

Hay otro artículo que asegura dar detalles inéditos del ampay de ayer, y no sé que hacer ni como sentirme.

–¿Quién te mantiene tan entretenida que ni siquiera comes?

–Tienes que ver esto –vuelvo a la publicación y le acerco el móvil.

Alexander no se inmuta. Actúa como si nada acercándose el plato de fruta picada, pincha una buena cantidad y me ofrece el tenedor.

Fuera del mal sabor de boca que me deja la noticia, mi corazón se emociona con el gesto y le sonrío fascinada. Por alguna razón la fruta me sabe distinta, más dulce, especial.

–Isabella y Davide...

–Come un poco más –vuelve a entregarme el tenedor y disfruto el momento.

–Pero Isabella y Davide... ¿Cómo coincidieron? ¿el destino puede ser tan preciso?

–Ni destino ni coincidencia. Tu amiga no da ni un paso en falso –me alcanza una tostada antes de volver a centrarse en lo suyo.

–Ella ya no es... –pese a que tengo miles de preguntas, bloqueo el móvil y tomo un sorbo de chocolate–. ¿Davide te preguntó por ella en algún momento?

Si alguien puede ayudar a despejar mis dudas es precisamente el hombre que moja el cupcake con crema de leche como si fuese un niño.

–Conversamos de mejores cosas. Y si así me hubiese preguntado, nunca le hubiese dicho nada.

–Pero ayer se encontraron, eso quiere decir que a él...

–Eso quiere decir que tu amiga sabe jugar muy bien sus fichas.

–¿Qué estás insinuando? Si se han encontrado es porque a Davide le interesa, seguro le invitó a salir y...

–muñeca, créeme cuando te digo que Davide está interesado en todo menos en invitar a salir a alguien. Y mucho menos a alguien como tu amiga.

Pese a que se lo buscó al salir a decir todo lo que dijo, no se siente bien saber que Alexander tiene un mal concepto de Isabella. Hemos compartido tantas cosas juntas, son tantos años de amistad; el cariño sigue, quizá no intacto, pero es imposible que de la noche a la mañana borre de mi vida a una de las personas más importantes.

Y me duele ver que la persona de la que estoy enamorada la condene con tanta dureza.

–¿Y si no te dijo nada? Puede que sí le halla llamado la atención, no sé, la contactó por Instagram y... ¿Por qué? –niega tan fervientemente mientras ríe, obligándome a desechar la teoría.

–Vamos a ponerlo así, nena. Tiene la mente puesta en su partido del viernes porque Italia tiene que ganarle a Croacia para clasificarse al mundial, hay presión por todos lados y está también la posibilidad de aprovechar este parón para pasar tiempo con su hija. ¿De verdad crees que va a preferir salir con alguien?

–No. Pero digo, no estamos en su cabeza... –freno mi intento porque no sé qué más decir.

–Eso y que ella no le interesa.

–Tú no puedes asegurar eso.

–Y así le hubiese parecido la mujer más hermosa del universo. No puede, porque no quiere.

–Está casado –enfoco sus ojos en busca de una respuesta, pero me frustro al no encontrarla–. ¿Por qué no hay fotos de su esposa? ¿por qué la prensa no saca nada...? ¿anoche la engañó con Isa?

–tu amiga viajó a Italia con un único propósito, encontrarse a Davide. Pero si puedes, dile que no se haga muchas ilusiones porque esto no funciona así.

–Pero...

–Muy rico todo –deja la taza vacía sobre el plato y se mete a la boca una última tostada–. Vas a acompañarme a jugar golf, te espero abajo.

¿Perdona? ¿ya no hay un "quieres" de cortesía?

Incrédula, le miro desaparecer de la terraza con el móvil pegado al oído. Si antes de mostrarle la foto ya tenía muchas preguntas sin respuesta, ahora mis dudas se han duplicado y ya no entiendo nada.

¿Tan difícil era admitir que Davide está casado?
¿Porqué tanto hermetismo en lo que a su vida respecta?
¿Por qué tanta confianza al asegurar que a Davide nunca le interesó Isabella?

¿Por qué no me ayuda a recoger los platos?

Esa pregunta, sin embargo, es la única de todas que sí tiene una respuesta clara. No me va a ayudar porque se cree tan importante como para no tener que hacerlo.

Media hora después, luego de haber dejado la cocina y la terraza limpias le doy el encuentro a la entrada de la casa. Me espera subido en un carrito de golf, con ropa de hacer deporte y una expresión relajada que muy pocas veces deja ver. Eso me hace sentir especial, aunque a los ojos del mundo no signifique nada, porque he entendido que le cuesta abrirse al resto, y porque a su manera me está mostrando un poquito de lo que hay detrás del futbolista más desequilibrante de la premier League.

Esa mañana creo que hago todo el ejercicio que no he hecho en años. Corremos alrededor del campo, aprendo o hago el intento de aprender a jugar golf, levanto pesas en el gimnasio enorme que tiene en el sótano de su casa mientras él hace su rutina diaria con un preparador físico que llegó justo hoy de Liverpool.

De hecho, dejamos de estar solos en su casa cuando a las once de la mañana llega un grupo de personas que por lo que entendí, forman parte de su equipo de preparación personal. Con ellos llega Tom, que parece sorprendido al verme otra vez, pero yo respiro aliviada porque dejo de sentirme tan fuera de lugar. Siempre es bueno tener una cara conocida.

Tom me cuenta que el plan inicial era quedarse en Liverpool a preparar todo para su regreso en dos semanas, pero que la orden cambió ayer antes del partido. De broma en broma me dice que Alexander no puede vivir sin ellos, pero después me entero que el cambio de opinión vino luego de una conversación con el entrenador de su equipo.

–Tengo que irme a casa –arquea una ceja a la espera de una explicación más convincente–. Tengo que cambiarme para ir a ver a mi representante, ya sabes, hay que ver un par de pendientes y firmar algunas invitaciones. Bueno, luego tengo que elegir mi vestuario para una presentación, una marca me ofreció patrocinio...

–Vuelves luego –simplifica restándole importancia.

–¿Qué? no puedo –mis palabras suenan atropelladas y prefiero corregir–. Tú tienes cosas que hacer, y yo...

–Me acompañas, entonces.

–Si quieres te invito a cenar en casa, sirve que me escuchas tocar y... es que tengo que practicar.

Una parte de mi mente pide a gritos que acepte y mi corazón, desesperado por oír cualquier cosa que comprometa algo más parece saltar de felicidad.

–Vienes a cenar aquí. Tom puede ir contigo para que armes una maleta con cosas indispensables. Un poco de ropa y...

–Pero...

Me mira en silencio por un par de minutos que se me hacen eternos. No puedo descifrar el brillo de sus ojos, pero creo que en medio de tanto misterio hay una pisca de indecisión.

Yo tampoco sé cómo continuar la verdad. Por ello golpeteo mis dedos sobre el mantel blanco de la mesa del comedor fingiendo que es un piano, creo que hasta me hago una melodía en la cabeza y la termino de tocar. No sé si es la polonesa, o una pieza del estudio trascendental de Liszt, pero me meto tanto en el papel que el ruido seco de su voz me toma desprevenida.

–Pasa estos días conmigo, hermosura.

Oh. Oh.

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Justo cuando todo marcha bien la sensación de fatalidad se vuelve a anidar al centro de mi pecho como advirtiéndome que después del sol siempre hay un momento de tormenta. Junto a la alegría que supone vivir más cosas especiales con Alexander y a la satisfacción por ver que mi carrera sube cada vez más, se anuda la duda, el miedo y ese mal presentimiento que crece a pasos agigantados. Es tan grande, que tengo que cerciorarme varias veces de que no se trata solo de un sueño.

Han pasado casi dos semanas desde que alisté una maleta con lo indispensable para tomar con ilusión la propuesta de Alexander y aunque tengo que lidiar constantemente con sus cambios de humor y sus arrebatos de hombre egocéntrico, he sido feliz. Pese a mostrarse reacio a mostrar quién se esconde detrás del goleador de la temporada, estos días a su lado me han servido para conocerle un poco más. Para enamorarme un poco más.

No solo colecciona autos en tamaño real, tiene una colección inmensa de autos en miniatura y de pistas de carreras. De no haber sido futbolista, le hubiese gustado ser piloto. Nunca me lo dijo directamente, más bien, tuve que unir frases que tiraba a lazar en sus "momentos más vulnerables". Le gustan los relojes caros, los perfumes amaderados y los botines blancos; de hecho, la marca que patrocina las prendas deportivas del Liverpool ha sacado un modelo inspirado en los que más prefiere usar.

Nunca va a admitirlo, pero es muy malo jugando FIFA. Y pese a no saber absolutamente nada, le he ganado un par de veces en lanzamiento de penales.

Cuando Katia lo conoce, está en uno de esos "momentos vulnerables" que tanto amo, pues me cuenta cómo fue su debut en el primer equipo, con un estadio lleno, a la espera de poner a andar las apuestas. ¿Es tan bueno como se dice? O ¿acaso se trata de uno de esos niños que tanto inflan los aficionados?

Estamos aparcados en el estacionamiento de la disquera más importante de España, hay música sonando a volumen bajo y tenemos las ventanas entreabiertas, porque no hay nadie.

Hasta que llega Katia, que estaciona su Porsche rojo inconfundible en la plaza de nuestro lado, justo cuando parecía que había accedido a responderme qué pasaba por su cabeza antes de iniciar ese partido. Él recibe un golpe de realidad, pues adopta la expresión fría de siempre y vuelve a interponer entre nosotros su coraza de hierro. Adiós roce de manos y juego de miradas, hola indiferencia.

–Vamos cinco minutos tarde, Sofía –me dice cuando dejo dos besos en su mejilla–. ¿Cómo es esto? ¿si no llego no entras?

–Tenía que entrar contigo, Kat. Si entro sola se vería raro y... –mis ojos se distraen con el hombre que empieza a subir las ventanas–. Antes de cualquier cosa quiero que lo conozcas.

Me doy la vuelta y le doy dos golpecitos al vidrio obscuro que baja segundos después. Tiene una de las manos en la llave del auto, y me frustro un poco al ver sus intenciones de encenderlo. Pensé que me esperaría.

–¿Te vas? –confirma con un movimiento de cabeza y suspiro–. Solo firmaremos el contrato, juro que será rápido.

–Nos vemos en la finca, tengo que descansar porque mañana mi vuelo sale temprano, por si se te había olvidado.

–No..., bueno. Te quiero presentar a mi representante y...

–Sofía, no me interesa.

Aprieto mis manos en el vidrio, dejando a la vista mis nudillos blancos por la forma en que lo sostengo. Miro de reojo a Kat, que tiene las manos en la cintura y le ruego con los ojos que se acerque.

De mala gana lo hace, y cuando enfoca al hombre que ha visto tantas veces por fotos pasa algo extraño. Su rostro adopta una expresión más seria de lo habitual, frunce los labios y me mira, interrogante.

–Te presento a Alexander Madrigal –le digo dándole espacio para que se acerque a la ventana–. Ella es Katia, mi representante.

Y aquí está el problema. Alexander no está dispuesto ni a bajar del auto, ni a extender la mano para ofrecerle un saludo cordial; Katia, que no es de tomar iniciativas, permanece con los brazos cruzados y la vista fija en el hombre que me ha robado el sueño.

–Katia Nunier, mucho gusto –dice de mala gana, justo cuando él enciende el motor del auto.

–Tengo que voltear, así que... –indica él con la ceja arqueada.

–Imbécil –susurra ella cuando entrelazo su brazo y el mío para alejarnos.

Las luces de retroceso se activan al tiempo que sube los vidrios, y aunque no sé como reacciona, le saludo con la mano a la distancia. En teoría no debería soportar estas actitudes tan de arrogante y prepotente, pero por más que quiero, una parte de mí se niega a juzgarle como se debe.

Katia no es de quedarse callada ni de guardarse las cosas, por ello, me sorprende que en vez de enumerar los mil y un defectos de Alexander se ponga a hablar sobre las cláusulas más importantes del contrato. Me explica su plan de negociación antes de la firma, pues no está dispuesta a ceder más del diez por ciento de mis derechos de imagen ni a reducir la producción de mi próximo álbum a los designios de los directivos. No quiere imposiciones de ningún tipo.

Es tan buena negociante, que el directivo que nos atiende termina cediendo a casi todo su plan de trabajo. Pese a haberse mostrado reticente al porcentaje de derechos de imagen los primeros minutos, mi representante hace alarde de su experiencia en este ámbito para salirse con la suya. Le agradezco con la mirada, porque soy consciente de que yo sola no lo hubiese conseguido tan rápido. Es más, cuando nos llegó la propuesta ni siquiera consideré esos aspectos; me emocioné con la idea de sacar el disco de mi concierto en el teatro real que pasé por alto todo.

–Bienvenida a la disquera, Sofía –me saluda el gerente cuando estampo mi firma en cada una de las doce páginas del documento.

–Muchas gracias por tomarme en cuenta, por la confianza, por todo.

–Tenemos la certeza de que el álbum va a ser un éxito –cruzo los dedos rogando que sea así–. Talento tienes de sobra, y tu popularidad está creciendo a niveles estratosféricos.

–Y vamos a seguir trabajando en su imagen. El posicionamiento de Sofía romero como marca personal va a llegar más pronto de lo que creen.

–Con una representante como tú no cave duda. Esta vez, ganaste.

–esta vez no, siempre –corrige ella con una sonrisa que no les llega a los ojos–. A propósito, nos conviene que la sesión de fotos para anunciar el contrato se haga este sábado; como especifiqué en el documento, será en casa de Sofía. Quiere algo sencillo y hogareño, sin mucha producción.

–El sábado será, entonces –mira de reojo a una de las ejecutivas que ocupa la cabecera de la mesa, esta asiente y continúa–. Aprovechando el furor del fútbol, queríamos ver si es posible que además de la pieza clásica que tocará para el video de presentación, incluya Hey Jude.

Nadie pasa por alto la mueca que hago ni el suspiro pesado que suelto. De echo, hace que todos los ejecutivos posen sus ojos en mí, a la espera de una aclaración.

No quiero reconocerlo, pero el que esté firmando mi primer contrato importante en una de las disqueras más reconocidas no solo se lo debo al excelente trabajo de Katia, se lo debo también a Alexander madrigal. Y no al chico de "momentos vulnerables" que adora las galletas de coco y los postres de cerezas; si no al futbolista más desequilibrante de la liga inglesa, al máximo goleador de la Eurocopa pasada, al guapo prepotente que llama la atención de mucha gente en todo el mundo.

Porque desde la primera vez que nos relacionaron con aquella noticia del viaje a Praga, mi vida a dado un giro de 180 grados en todos los sentidos. Y ese posicionamiento que tanto quiere pulir mi representante se debe a las notas en sitios deportivos y de farándula, al revuelo en las redes sociales con cada foto o nuevo rumor.

Luego de acceder a la petición de la disquera como último recurso, nos tomamos un par de fotos que van a acompañar el anuncio de la firma en pocos días. Nos hacen un recorrido rápido por la disquera y prometen que en la próxima reunión nos presentarán a todo el equipo de trabajo, la experiencia resulta ser mucho mejor de lo que imaginé, así que ni bien salimos del edificio me dispongo a abrazar a Katia. En medio de la emoción que me genera todo esto olvido que odia las demostraciones de cariño, y aunque me corresponde un par de segundos, luego se aleja y me dice que, si quiero agradecerle, acepte ir con ella a por un café.

–Te necesito más activa en redes, Sofía –Katia ojea la sección de bebidas en la carta–. Videítos de tus ensayos, una historia de rato en rato, fotos...

–Sabes que nunca he sido de publicar tantas cosas.

–Por eso no crecías en redes, pero ahora todo está cambiando y tienes que aprovecharlo. La meta es que te posiciones con un buen número de seguidores antes de que las entradas del concierto salgan a la venta.

–Yo no creo que eso...

–Mira, ahora no me importa cuánto creas. Solo limítate a hacerme caso.

–Así quiera, Kat –saco el móvil de mi bolso y se lo muestro–. No sé hacer buenas fotos, y de videos mejor no hablamos.

–escusas y más escusas –me corta haciendo un gesto con la mano para llamar al mesero–. Dicen que el café irlandés de este lugar es delicioso. Estoy entre una torta de chocolate o estos alfajores... ¿qué me recomiendas?

No paso por alto las miradas que nos dedican de vez en cuando. Katia suele llamar la atención con facilidad. O por el auto, o por el maquillaje o la ropa, o por ser simplemente ella.

–Si quieres puedes pedir los dos, ya sabes que invito esta vez –me dedica una sonrisa sincera, no es profesional como la que suele dar siempre, ni fría y distante como las que da cuando algo le sale bien–. Yo quiero un batido de vainilla, y creo que un pastel de alfajor.

–Luego unas piñas coladas ¿o qué?

–No creo que... Alexander se va mañana –decido confesarle al no encontrar una buena excusa–. No sé cuando lo vaya a volver a ver con esto de los compromisos y quiero estar un ratito más con él.

–O sea que mañana vuelves a tu casa –asiento no tan convencida–. ¿Por qué?

–Creo que sí. Digo, ya no tiene caso quedarme ahí y...

El mesero llega en ese momento y no me pierdo la sonrisa coqueta que le lanza mi amiga cuando lo tiene al lado.

Dejo que ella haga el pedido, pero me veo en la obligación de añadir el "por favor" que pasa por alto. El chico se va con la orden y ella no le pierde de vista en ningún momento, hasta que desaparece por detrás de la barra.

–¿Le vas a dejar tu número en la servilleta?

–Eso estaba pensando, pero no tengo con qué.

–Tengo un lápiz, por si te interesa –le guiño el ojo.

–Lo voy a considerar –le da un vistazo rápido al lugar–. Sube una historia, ahora.

–¿Qué? Pero...

–Hazme caso. Desbloquea tu móvil, hazte una foto y súbela. Si no empezamos ahora nunca vas a hacerlo.

No estoy del todo de acuerdo, sin embargo, no puedo negar que los consejos de Katia siempre han tenido resultados. Por ello, me sorprendo haciéndome una foto con los detalles florales de la cafetería de fondo.

Oprimo el botón de publicar y vuelvo a guardar el aparato, porque no me hace ilusión ver las reacciones de la gente ni quiero hacerme otras fotos. Supongo que me iré acostumbrando a esto de "crear una marca personal" poco a poco, y sé que en el fondo ella lo entiende.

–¿Vez que tan fácil era? –se encoje de hombros y ruedo los ojos–. la gente necesita sentirte cerca, y qué mejor que compartiendo cosas casuales. ¿Sabes? estuve estudiando al maleducado de tu "amigo" y lo que le falta es enfatizar con sus seguidores. Siguiendo ese patrón, como todos te involucran sentimentalmente a él, van a verte como esa parte humana que tanto le hace falta.

–No queremos que la gente sepa lo que pasa. Recuerda el contrato.

–¿Y? nadie te está pidiendo que subas fotos con ese idiota, pero no sé, quizá una que otra en su auto, o luciendo la camiseta.

–No, Kat. Eso no.

–De cualquier forma, yo sé que sus seguidores van a sentirse más identificados contigo que con él. Tú solo espera y comprueba –está tan convencida que, por alguna razón, le creo–. Ya sé que con el contrato y eso no puedes hablar, pero no sé... ¿resulta tan increíble vivir en una casa de la finca?

–Hay muchos pajaritos –le cuento emocionada–. Y estoy haciendo todo el ejercicio que no he hecho en 24 años, o bueno, hago el intento. Sabes que las rutinas y yo no nos llevamos tan bien que digamos.

–Algo de bueno tenía que tener. Sof, sabes que odio meterme en tus decisiones, y sabes que he sido la primera en decirte que disfrutes de este "romance" todo lo que puedas –enfatiza las comillas–, pero te estoy viendo tan ilusionada... ¿tanto crees que vaya a durar?

–yo creo que sí –le confieso, cerrando los ojos–. Me invitó a pasar estos días con él y sin duda, ha sido el paso más importante. Es complicado y bipolar, a veces esquivo con algunas cosas, pero siento que está igual de enamorado. Su abuela me contó que nunca había llevado a ninguna chica a su casa, soy la primera ¿sabes lo que eso significa?

–ya, pero otra vez van a estar lejos. Tú vas a volver a casa, él a su trabajo. Dime algo ¿han hablado de ustedes? –niego avergonzada y ella suspira–. ¿Cómo no? duermen juntos y...

–No dormimos juntos, Kat –me veo en la necesidad de aclarar y ella abre los ojos con sorpresa–. O sea..., sí, pero... siempre despierto sola.

La voz se me quiebra un poco, tengo que apretar los ojos para contener esa ráfaga de miedo que golpea de repente, y la situación empeora cuando no dice nada.

–Confío en ti, y sé que esto no va a filtrarse. Pero creo que es un proceso, digo, lo nuestro a sido tan rápido, tan confuso...

–Te veo tan enamorada y eso me da miedo –susurra, apretando mi mano un poco más fuerte.

–¿Miedo?

–Que digo enamorada, creo que tú ya lo quieres. Te estás pintando un mundo rosa y no hace falta que me cuentes más para saber que ya te estás imaginando la pedida, la boda y a los niños. No sé qué tan contraproducente sea.

–¿Por qué me dices eso?

–Porque no quiero que te hagan daño. Porque el amor cuando quiere es una verdadera mierda, y porque eso puede afectar a tu carrera. No nos podemos dar el lujo de que algo salga mal en estos momentos.

–Nada va a salir mal. Yo confío en esto, y sé que va a sonar estúpido. Pero es mi mejor proyecto.

–¿Es que te das cuenta? Le pones más confianza a tu relación con el futbolista, que ni siquiera ha empezado formalmente, por cierto, y le quitas mérito a tu carrera, por la que has trabajado toda tu vida.

–Yo tampoco lo entiendo, pero ¿sabes? es verle y saber que quiero estar a su lado, que quiero todo con él. Cuando me sonríe siento que se me para el mundo y...

–Déjalo así, Sof. Solo..., solo procura tener siempre los pies en la tierra. Y ten en cuenta que el sueño rosa también se puede volver gris.

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