16. ACUERDO DE CONFYDENCIALIDAD
–Es solo una formalidad –vuelve a señalar la carpeta que sostengo entre las manos–. Está la seguridad de una niña en juego, los intereses del señor Linguini...
–Aquí dice Alexander madrigal –mi representante me arrebata los papeles con el ceño fruncido–. Explíqueme una cosa, licenciado Ferrer. Si son intereses de Davide Linguini, ¿por qué el contrato no tiene su nombre?
La sensación fatalista que experimenté luego de mi primera noche en Liverpool no fue un mal presentimiento ni una reacción posterior al cúmulo de emociones disparejas que me vi obligada a enfrentar. Fue una advertencia para las cosas a las que tuve que hacerle frente después, una peor que la otra, en una cadenita que no tenía cuando acabar. Era una señal para parar lo que sea que fuese el causante de la debacle que se venía con fuerza, a la que evidentemente, no le presté la suficiente atención.
El extraño comportamiento de Alexander, la traición de Isabella, el escándalo mediático que supuso la entrevista, el acoso de la prensa a niveles inimaginables. Porque de la noche a la mañana he dejado de ser una persona común en Madrid, he llegado hasta a ver periodistas en la puerta de mi casa.
Además de lidiar con la frialdad del futbolista en cada mensaje o cada intento de llamada, resulta ser que me manda a uno de sus abogados a firmar un contrato.
Y todo ello en menos de una semana. Es viernes por la mañana cuando llega a la oficina de Katia el representante legal de Madrigal en Madrid, con un "acuerdo confidencial" para evitar que filtre a la prensa la confesión que me hizo Davide. No tiene cita, pero insto a mi representante a recibirlo luego de escuchar que viene de parte de Alexander, nunca me imaginé el verdadero motivo de su visita.
–Mi representado se siente en la necesidad de proteger los intereses de su amigo, a fin de cuentas, es quien los presentó. Y con los últimos acontecimientos, entenderán que no se puede fiar de nadie.
–Los intereses de su amigo y los suyos también, por lo visto –observa pasando las páginas de manera descuidada–. Tenga la amabilidad de decirle a su representado que Sofía no va a firmar nada.
Leo partituras, no contratos. Dejando de lado ciertos detalles poco comprensibles del documento, he logrado entenderlo en un buen porcentaje.
Se trata de una cláusula de confidencialidad con un par de puntos bien marcados. No solo es el echo de mantener en secreto la existencia de Sofía linguini, si no también el no filtrar nada a cerca del restaurante. No puedo compartir fotos del campo de entrenamiento ni del pent-house, ni dar detalles a groso modo de mis días en Liverpool. Nada, ni siquiera una afirmación a preguntas triviales o algún que otro gusto que he podido descubrir de Alexander puede filtrarse.
No puedo darles detalles a mis amigas de nuestras comidas, de nuestras cenas, de las conversaciones con las copas y mucho menos nada a cerca de lo que pasaba después. Ni siquiera le puedo contar a mi madre que le preparé un tiramisú de cerezas y un pollo a la plancha con su salsa secreta.
–Señorita Romero, le pido de la manera más cordial que firme los documentos. No tiene nada que perder. El contrato garantiza su seguridad y la privacidad de mi cliente.
Podía aceptar firmar un documento de confidencialidad para darle a Davide la seguridad de que mantendría el secreto de su hija bajo ocho llaves, porque nunca concebí la idea de decírselo a alguien.
Obviamente, tampoco iba a contar detalles íntimos de mis conversaciones con Alexander. Pero sí tenía mucho que perder.
Porque sentía la necesidad de compartir con las personas que más quiero un poquito de lo que viví a su lado. Porque estaba enamorada, y no era algo que quería mantener en secreto.
Porque pese a todo había sido feliz.
–Pero ¿de qué privacidad me está hablando, Ferrer? –lanza la carpeta a la mesa sin cuidado y se echa a reír–. Su cliente tiene todo menos privacidad. Más bien, creo que nosotras le deberíamos pedir una recompensa monetaria porque la vida de mi amiga ha pasado a ser pública de un día a otro. Hay prensa en su casa, la siguen por la calle y no es para hablar con ella de una manera cordial, claro que no. Es para ver si va o hace algo que tenga que ver con Alexander.
–Eso no lo podemos evitar. Es la consecuencia de haber mantenido un romance con mi cliente. Pero hay cosas, señorita... –el abogado se queda callado un momento y pasa la vista por la oficina como si estuviese buscando algo.
–Nunier –simplifica mi representante.
–Gracias. Como le decía, hay cosas, señorita Nunier, que a mi cliente le interesa mantener ocultas. Y a diferencia de lo que usted cree, sí tiene privacidad. No hay mucha información suya en internet.
–Sofía no va a pararse en un plató a contar qué comió y qué le dijo Alexander luego de follar...
–¡Katia! –me cubro la boca, sorprendida.
–No me lo ha dicho, por cierto. Pero hay algo que se llama intuición –completa ignorándome–. A lo que iba, Sofía no va a dar entrevistas contando detalles de lo que vivió con su cliente porque no quiere, y eso que le he insistido mucho para aprovechar la fama y lanzar su carrera.
–Sin embargo, la prensa terminó enterándose que la señorita Romero frecuentó un par de veces a la abuela de mi cliente. Y no porque lo haya salido a decir, si no porque se lo contó a una "amiga".
La referencia a Isabella con el énfasis en la última palabra se siente como un golpecito sutil al centro del pecho. "Amiga".
Mi amiga me puso en el ojo de la prensa solo para conseguir cinco minutos de fama.
A mi "amiga" le valieron años de amistad por una portada.
–Eso ya escapa de sus manos.
–No del todo. Con este acuerdo nos aseguramos que no llegue otra amiga a darnos sorpresitas. Si ella no dice nada, todos estamos contentos ¿no le parece –le guiña el ojo a mi representante y se vuelve hacia mí–. No es que desconfíe de usted, señorita Romero. Usted puede contárselo a alguien y ese alguien puede salir a ventilarlo todo. Fuentes cercanas, se les llama, y usted lo sabe muy bien. Firme, no pierde nada, al contrario, gana seguridad, ya se lo dije.
Le pido un momento al abogado y me encierro en el baño, sintiéndome extraña por el cúmulo de emociones que amenaza por explotar al centro de mi pecho. Las cosas no están saliendo tal como quería, el contrato me limitaba a mostrarme feliz con los que más quiero. Y era una locura pensar que alguien más podría salir a ventilar cosas. ¿quién? ¿mi madre? ¿Katia?
Excepto que entendía las razones de Alexander. La lógica era simple. Si Isabella ya lo había hecho, existía la gran posibilidad de que alguien más lo haga después.
Pero me molestaba de sobremanera que no haya sido él quien me lo comunique. Si lo hubiésemos hablado quizá no me sentiría tan confundida y encarcelada como ahora. Así que le llamo, sin importar que recién sean las once y esté empezando su segundo partido de entrenamiento.
La primera llamada no tiene respuesta. El segundo intento me manda directito al buzón y mi pecho se contrae, alguien ha tenido que cortar y me niego a creer que sea él.
Intento otra vez, porque la tercera es la vencida.
Uno, dos, tres, cuatro...
–¿Qué pasó, Sofía?
No es la voz sexi que me corta la respiración y me deja sin poder hablar. Usa un tono seco, casi indiferente y hace que me sienta peor.
–Hola, Alex –me muerdo el interior de la mejilla antes de hablar–. ¿Qué tal todo?
–¿Qué pasó? –insiste con un toque de impaciencia.
–Yo... tú... estoy con Katia y...
–No tengo tiempo para esto, habla rápido.
Elijo creer que se trata de una mala interpretación de mi mente, agobiada por los últimos acontecimientos. Porque él no puede hablarme así, no después de todo lo que vivimos juntos.
Está ocupado, es entendible. Yo estoy muy sensible, por eso, aprieto fuerte los ojos cuando amenazan con echarse a llorar.
–Está aquí uno de tus abogados... con un acuerdo de confidencialidad...
–Firma.
–Pero no me dijiste nada y pensé que...
–A estas alturas ya te ha debido explicar todo, no me quites el tiempo por esto y hazme el favor de firmar.
–¿No te parece que es mucho? –le pregunto con un hilo de voz–. Ni siquiera voy a poder hablar con mi madre del viaje.
–Me pareció que hice poco antes de que saliera la entrevista de tu amiga, y no me quiero arriesgar. Ahora, si me permites, tengo que dejarte. Firma.
No me da tiempo de añadir nada más, y el pitido de llamada finalizada se siente como si me hubiesen dado un golpe certero en las costillas.
Debo estar alucinando. Estoy confundiendo las cosas a causa de tantas cosas juntas, a fin de cuentas, nunca me preparé para esto.
No me habló tan cortante como interpreto, es que estoy muy sensible y cada cosa que me digan me va a doler. No se supera de la noche a la mañana una traición de tu mejor amiga, ni se acostumbra a ser perseguida por la prensa tan rápido.
«Está enamorado de ti» –repite mi corazón, mientras me refresco la cara.
Y le hago caso. Cuando salgo Katia todavía discute con el abogado, sin embargo, le pido un lapicero y me dispongo a firmar.
«Es por nosotros» –me digo al estampar la primera firma en el documento.
«No voy a poder compartir con nadie mi felicidad, porque ya lo hice y me pagaron mal»
Katia me dice algo, mas no le presto atención. mi corazón empieza a trabajar a mil por hora con las teorías y concluye que Alexander también lo está haciendo por mí. Ha sido testigo de lo mucho que me lastimó leer la entrevista de Isabella.
«Es absurdo. Ni siquiera vas a poder hablarle a tu madre de Tom ni de la lasaña exquisita de Davide»
Pongo mi huella digital en la última hoja ante la atenta mirada del abogado y el gesto de disgusto de mi representante. He firmado para darle seguridad a Davide, para cuidar la relación que estamos construyendo juntos de la prensa. Pese a que me lo repito con insistencia, una parte de mi mente no se siente conforme con lo que acaba de hacer y la sensación de fatalidad vuelve a instalarse en mi pecho.
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–La música de Beethoven siempre estuvo influida por las tendencias revolucionarias europeas de la época, incluso llegó a ver a napoleón como el redentor de la humanidad y le escribió lo que hoy se conoce como sinfonía tres, o la heroica. En la pieza se reflejaba la valoración a la astucia, la autodisciplina y la inteligencia de Napoleón, de hecho, su título original fue "gran sinfonía, titulada Bonaparte". No obstante, cuando en 1804 se autoproclamó...
Mi clase maestra en el conservatorio municipal de Barcelona se ve interrumpida por el ruido insistente de mi móvil. Con esto del tráfico y mi llegada diez minutos después de lo acordado, se me olvidó ponerlo en silencio. Aunque el acoso de la prensa ha cesado en gran medida, de vez en cuando recibo llamadas consecutivas con ofertas exorbitantes. De nada ha servido bloquear a los números, pues siempre encuentran otro de donde hablar, y con esto de las emergencias o un nuevo evento, no me puedo dar el lujo de desviarlas.
No las desvío siempre que estoy desocupada. Como este no es el caso, me acerco a mi bolso y oprimo el botón de apagar sin mirar la pantalla.
–Interrupciones sin importancia –me acomodo el cabello antes de volver mi atención al grupo de adolescentes–. Pero ya está. Como iba diciendo, Beethoven le escribió la heroica a Napoleón, pero cuando este se proclamó emperador de Francia, se decepcionó y tachó el...
Hago caso omiso al timbre de llamada entrante y continúo hablando un rato más. El director me pidió que hablase de Beethoven, pues el festival interno de este año, en el que, por cierto, seré juez principal, es un homenaje a su música y deberán tocar piezas suyas. ¿qué mejor manera que contarles algo de tras de las composiciones?
–¿Cuál es la diferencia entre la música de Mozart y Beethoven? –me pregunta una chica en cuanto le doy permiso.
Siento que no soy buena para dar clases maestras. De hecho, desde siempre he considerado que soy mejor tocando que hablando, y pese a que el tema es uno de los que conozco a profundidad, me cuesta un poco.
¿Y si los chicos se aburren?
La gente disfruta oírme tocar, pero no estoy tan segura si disfruta oírme hablar de la misma manera.
–Aunque son casi contemporáneos, Mozart pertenece al clasicismo y Beethoven le da el inicio al romanticismo. Mozart busca la perfección en sus piezas, es integrado y está sujeto a los cánones de su movimiento, para él todo tenía que estar perfecto. Por otro lado, Ludwig se adaptó al siglo XIX que fue muy turbulento, hizo mucho uso de la disonancia, lo que generaba tención, que evidenciamos en los inicios de las sinfonías. Para que quede un poquito más claro, voy a...
«Tocar un poco de cada uno», quise agregar, cuando una vez más, el ruido de mi móvil se hizo presente en la estancia.
Les pido un minuto para silenciar el móvil y mientras lo saco del bolso, veo en cámara lenta como uno de los jóvenes de la parte de atrás, con total tranquilidad, hace un puño con una mano y lo golpea levemente con la otra.
Mi mente reproduce la celebración del último gol de Alexander contra el Citi, cuando con tranquilidad absoluta le dio un golpecito al balón.
Pero no puede ser. Seguro se trata de un simple gesto, de un juego, ¡qué se yo!
–Es una belleza –le susurra a uno de sus compañeros, que no puede aguantar la risa.
Otro chico, también de la parte de atrás, levanta la mano al tiempo que mis mejillas se tiñen de rojo. Porque no es una casualidad. Todavía tengo el móvil timbrando en la mano, pero me armo de valor para apagar la llamada sin ver todavía de quien se trata antes de dejarlo sobre la mesa.
–¿Sí? –señalo con la cabeza al chico.
–¿Cuál fue la diferencia entre el primer y el segundo gol de Alexander madrigal el domingo?
¡Qué suerte la mía! –pienso, en cuanto todo el salón rompe en carcajadas, ensordeciendo mis pensamientos.
Yo también me río, en un intento por pasar desapercibido el sonrojo furioso de mis mejillas. Ellos también lo saben, lo sabe todo el mundo y cabe la posibilidad de que ni siquiera me conozcan por ser pianista, si no por haber salido con un futbolista de talla mundial.
Genial. Ni siquiera puedo dar una clase maestra sin que su nombre salga a relucir.
–Estamos aquí para hablar de música –digo después de un rato, pero no consigo detener la algarabía, que ahora es acompañada por corazoncitos–. Tienen que prepararse para el festival. Vamos a calificar técnica, expresividad, nivel de...
–¿Vas a ir a ver el partido del Liverpool y el Atleti?
–¿El premio del concurso va a ser una camiseta autografiada?
No son más de quince, tú puedes con ellos, Sofía.
–El premio es una entrada para el festival de la Palma, y una consideración especial para el conservatorio mayor.
Todo el mundo empieza a hablar. Creo que adelante discuten porque Alexander dijo en su entrevista más reciente que Cristiano es mejor que Messi, y atrás siguen haciendo referencia a los goles y al partido del domingo.
Hago un par de ejercicios de respiración para llenarme de paciencia, sin éxito. No puede ser que hasta en cosas referentes a la música ya metan al futbolista, y algo no se siente bien al saber que la gente me conoce por él.
Mi móvil vuelve a sonar y esta vez, aprovechando el revuelo del salón, sí me acerco a revisar de quien se trata.
Más mala suerte por hoy, concluyo al leer su nombre, al lado de un corazón rojo en la pantalla.
Las llamadas perdidas no son de ningún medio televisivo, son suyas. Hay una de fase time, dos llamadas de audio y una video llamada en WhatsApp. Como no obtiene respuesta, ha decidido escribir.
"¿Qué pasó, hermosura?"
Reconfirmo que me he enamorado de un tipo bipolar. ¿hermosura? ¿por qué hermosura después de casi una semana actuando cortante hasta por mensajes?
Han pasado diez días desde la última noche que pasamos juntos, ocho desde que su abogado llegó a hacerme firmar ese dichoso contrato. Más de una semana en la que yo era quien iniciaba conversaciones y quien sentía su corazón hacerse chiquito con cada afirmación escueta. Incluso hubo días, como ayer, en los que pasó más de doce horas sin responder, pese a ya haber marcado el chat como leído.
"¿Nos vemos en Chelsea?
Con todo esto, se me había olvidado que compré el boleto de avión ni bien aterricé en Madrid. No obstante, con los últimos acontecimientos ya no estaba tan segura de ir. Sí que era cierto que moría por verlo, por sentirle cerca, por besarlo. Pero había actitudes, como la de ayer, por ejemplo, que me hacía pensar que él no quería lo mismo.
"No lo sé" –escribí y bloqueé la pantalla, porque no era momento.
–Ha sido mucho relajo por hoy –me quiero reír con la palmada que doy al aire, fue un gesto de una maestra de primaria que quería poner orden en la clase–. No estamos aquí para hablar de fútbol, ni para saber si es mejor Messi que cristiano, estamos aquí para hablar de música. Siguiendo con la pregunta de su compañera, voy a tocar...
–¡Hey Jude!
–Voy a tocar un fragmento de Mozart y...
–¡Hey Jude! –corean al unísono.
Accedo tocar Hey Jude luego de hacerles prometer que no habrá más relajo por hoy. El negocio me sale mejor de lo que pensé, pues hacen un par de bromas más mientras me acomodo en el piano, pero cuando comienzo a hacer los ejercicios de calentamiento se calman.
Aunque el ambiente no se compara al de las afueras de Anfield, me llena el alma escucharlos cantar a cómo pueden. Algunos ni siquiera se saben la letra, sin embargo, acompañan tarareando o aplaudiendo.
Al final, la clase termina bien. Me dejan seguir con la explicación de técnica, toco las dos piezas que quería y hago las comparaciones necesarias. Al menos, me reconocen por haber interpretado en piano uno de los temas más emblemáticos de los Beatles. A las afueras de un estadio, antes de ir a verle jugar, pero algo es algo.
Katia me espera a las afueras del conservatorio, con un café en la mano y un té helado en la otra. No le gusta Barcelona, pero se vio obligada a acompañarme para cerrar un contrato en el teatro, donde me presentaré con la orquesta sinfónica en octubre. Las entradas han salido esta mañana, y con todo esto, la prensa está haciendo una propaganda exagerada.
–¡Fue terrible! Hasta ellos saben del viaje a Liverpool –le cuento, mientras caminamos hacia la estación de tren–. Querían que el premio sea una camiseta autografiada ¿puedes creerlo?
–Son adolescentes, Sofía. Estamos en una ciudad muy futbolera y nada, que tu ligue es futbolista.
–No es mi ligue.
–¿Qué son, entonces? Porque amigos no, evidentemente. Enamorados... creo que no te lo ha pedido.
¿Qué somos?
No hay una palabra exacta para catalogar lo nuestro. no somos amigos, porque ha habido más que abrazos. No somos enamorados, porque quizá es muy pronto. Pero ha sido muy pronto para otras muchas cosas, y siguiendo la regla, nos hemos saltado etapas, hasta llegar al punto en que ni siquiera hay un término que nos defina.
–No lo sé –nos detenemos en una esquina a la espera del cambio del semáforo–. A lo mejor con el tiempo se aclara nuestra situación y....
–¿Aclarar qué? lo de ustedes es una aventura. Así, sin más.
–Eso suena muy feo. Alexander para mí no es una aventura, yo quiero que sea algo más. No sé... ¿sabes? Tengo tantos planes a su lado.
–¿y tú que eres para él?
–¿Lo mismo? –es más una pregunta que una afirmación, como si no estuviese segura de ello–. me propuso, indirectamente que me quede a vivir en Liverpool.
–El contrato, Sof –me da un golpecito en el hombro, instándome a cruzar.
–Creo que no voy a poder. Necesito contárselo a alguien, actuar como una persona enamorada normal y...
–Eso debiste pensar antes de firmar. Yo me pregunto ¿cuántos contratos de esa índole habrá mandado a hacer tu futbolista?
Ni uno más. Porque lo nuestro es único.
Ni uno más, porque me aterra contemplar la idea de que ha llevado a alguien más al pent-house, que ha prestado el jet a otra persona.
Y sí, soy consciente que antes de mí hay más historia. Pero quiero creer que soy distinta.
–Nadie tiene que saber que estamos hablando de esto –le digo en cambio, ignorando su pregunta–. Necesito hablarlo con alguien. Hoy me llamó varias veces en mitad de la clase.
–¿Y qué quería? ¿Qué firmes otro contrato?
–¡No, Kat! –me detengo en una tienda de vestidos de novia–. Me preguntó si iría a verle jugar en Chelsea.
–¿Y...?
–mi vuelo sale mañana al mediodía. ¿Debería ir?
–No soy quien para decirte que hacer en estos aspectos. Si quieres, ve. Solo te pido que tengas claras las cosas.
–¿De qué hablas? –ojeo uno de los vestidos del aparador izquierdo.
–Creo que estás yendo muy rápido. Hacer planes con alguien que no conoces lo suficiente.
–no lo puedo evitar. Siento que cada día me enamoro más.
–¿De qué, Sofía? ¿de sus desplantes telefónicos? ¿de su actitud arrogante? ¿del acoso de la prensa? Creí que te enamorabas con flores, no con hojas secas.
No puedo evitar reír, y Katia, que es una de las personas más serias que conozco, me mira interrogante. Para mí ha sido uno de los mejores chistes de la vida, pero para ella ha sido una afirmación más.
–No lo sé. Sus ojos, su sonrisa, su voz. A veces una persona no tiene que hacer ni darte nada para enamorarte, basta con ser quien es –el recuerdo de sus labios sobre los míos me ataca de repente.
Algo cambia en su expresión, sin embargo, desaparece de la misma forma en que apareció. Rápido. No me da tiempo de analizarla, puesto ha vuelto a adoptar la expresión neutra de siempre.
–¿Cómo estás tan segura de estar enamorada? Digo, puede ser una simple ilusión.
–Estoy ilusionada, es cierto. Y también estoy enamorada.
–¿Qué es estar enamorada, según tú?
–Cuando lo tengo cerca siento que se me para el mundo. Cuento las horas para volver a verlo y todas las noches sueño con su sonrisa y su mirada.
Se distrae con su móvil y aprovecho para ver más de cerca el vestido. Siempre he soñado con casarme en Barcelona, y resulta curioso que me tope con una tienda para novias sin estarlo buscando. Justo cuando me encuentro más enamorada que nunca.
–¿Le puedo ayudar en algo, señorita? –una encargada sale a mi encuentro.
–Estaba viendo el vestido. Es hermoso.
–Es de la nueva colección. ¿Cuándo se casa?
–¿Yo? –la chica asiente y suelto una carcajada–. Todavía no. Solo me llamó la atención.
–Creo que le quedaría de maravilla. Apenas hoy lo hemos puesto en exhibición.
–¿Es modelo único?
–Sí.
No me suena descabellada la idea de comprarlo y guardarlo para el momento indicado.
Más bien, me imagino con el vestido entrando a la iglesia, y creo ver a Alexander esperando al pie del altar.
–¿Puedo...?
–El tren sale en media hora, Sofía –llega Kat, y me da un apretoncito indescifrable en el brazo–. Apúrate.
–¿No es bellísimo? –le señalo el vestido, con la ilusión desbordando en cada palabra.
–No está mal. Pero tú no te vas a casar, y estamos perdiendo el tiempo.
–Algún día lo haré –le susurro–. Y quiero que sea con un vestido como este.
–Entonces, podrás pasearte por todas las casas de novia en busca de uno similar. Ahora no es momento.
No es casualidad que me haya enamorado de un vestido en la misma ciudad en que quiero casarme. Debe ser obra del destino, que a lo mejor ya está advirtiendo una boda no tan lejana. Otra explicación no hay.
Vamos rumbo a Madrid coordinando asuntos del trabajo. Compramos boletos de avión para los próximos festivales, reservamos cuartos de hotel. Logra hacerme una agenda extremadamente planificada, según ella, para contrarrestar mi mala organización del tiempo. Tiene de referencia el haber perdido el vuelo a Praga y el haber estado a punto de perderme una gran oportunidad. Dice que no siempre va a ir a mi rescate un guapo prepotente con jet privado y segundas intenciones, y que no me puedo permitir cometer otro error ahora.
Alexander no solo me había salvado de pagar una fuerte penalidad por incumplimiento de contrato con la revista, también me ayudó a no perderme la oportunidad de tocar en uno de los escenarios más importantes de la música clásica. Era un cuento de hadas casi a la regla. Una chica en apuros salvada por un caballero de apariencia.
Hasta la trama parecía ser tal cual. La chica se enamora perdidamente y el caballero le dedica cosas. En este caso, dos goles casi perfectos.
Y me moría por tener un final feliz. Con una boda de ensueño, una familia grande y un amor infinito que no pueda acabarse por nada ni por nadie.
Con la sensación de estar dentro de un cuento de hadas casi perfecto, esa noche le mando unas modificaciones de mi agenda a mi representante que decido encajar con una serie de partidos importantes.
A la mañana siguiente hago una maratón enorme para llegar al aeropuerto antes de que cierren la puerta. De hecho, llego a la sala de abordajes a nada de desfallecer, pero con el tiempo justo para subir al avión.
Gracias al cielo solo tengo una mochila de mano, pues la puerta de bodega ya está cerrada. Soy la última pasajera en subir al avión, así que cuando me pongo el cinturón de seguridad, le mando un mensaje rápido a Alexander, que ha dejado mi último mensaje en visto.
"Estoy en camino. Nos vemos allá. Un beso"
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