10. DE DOS CARAS
Arreglo mi cabello, muerdo el interior de mi mejilla, aprieto mis manos, abro la boca. No encuentro forma de romper el silencio que nos envuelve.
Miro al futbolista y me arrepiento de inmediato. Mi corazón se altera en cuanto veo, en cámara lenta que pasa la lengua por sus labios. La garganta se me seca y mi estado empeora con el giño seductor que me regala. Tengo todos los problemas respiratorios que no he tenido en 24 años.
–Yo... hola –mis mejillas se tiñen de rojo al instante.
Me ignora, cortando el contacto visual para centrarse en la guía. Pese a que lo normal sería que diga algo, solo levanta una ceja, expectante.
«Maleducado»
–Lamento interrumpirlo, señor...
–ya lo hiciste. ¿qué quieres?
¿Dónde queda la amabilidad?
Aunque sé que no me está viendo, lo miro mal.
–La señorita Isabella Brown no está registrada para la visita y sin...
–¿Quién es esa?
Pese a la voz neutra, noto en su expresión un ápice de confusión que llega, así como se va. En cuestión de segundos, sin darme tiempo de analizarla. Sus ojos pasan de la encargada hacia su hombre de confianza, me mira por una fracción de tiempo y se detiene en mi amiga, que le sonríe de inmediato.
Isa abre la boca dispuesta a presentarla, pero por algún impulso que en ese momento no reconozco, doy un paso al frente y me adelanto. Elijo ignorar a mi parte racional, que se avergüenza por no haberle dicho nada antes.
–Quise avisarte antes, pero no encontré el momento y lo menos que quiero es incomodarte –me paro de puntillas para mirarle a los ojos–. Isa, mi amiga, es muy fan de tu equipo y se animó a acompañarme... lo siento.
Sus ojos me miran de forma distinta, y no sé si es molestia, pero esa forma de detallarme me envía una descarga eléctrica a la columna vertebral que me toma desprevenida. Nerviosa, agacho la cabeza mientras atrapo el labio inferior con mis dientes. No debió haber venido. No debí esperarla en el aeropuerto porque era mi momento, mi cita y una invitación personal. Así que Alexander está en todo el derecho de corrernos a las dos.
A ella por entrometida. Y me pesa, sin embargo, es así como la ve mi parte racional. A mí por ser incapaz de poner límites.
–Encárgate –le indica a Tom después de asentir.
–Pero...
–Tu amiga estará en buenas manos. Vamos que el entrenamiento está a punto de empezar.
Extiendo mi mano queriendo entrelazarla con la suya, no obstante, solo la mira y pasa de largo, señalando a los campos de juego. Pese a la sonrisa arrogante que me dedica pasos más adelante, mi mente no se cansa de repetir que nada está saliendo de acuerdo a lo planeado. En mi pecho algo se hace chiquito ante el rechazo y culpo inconscientemente a mi amiga. Culpa mía también es, claro; pero me enojo con Isa hasta el punto de avanzar mientras me habla.
Aunque Isabella es complicada, nunca antes la había ignorado así. Porque la quería solía soportar todos sus ataques de histeria y sus momentos dramáticos; es más, pese a detestar la carga de maquillaje, accedía prestarme como muñeca de prueba con tal de verla feliz..
Con tal de verla feliz, me quedé callada cuando me mostró su boleto de avión emocionada y me tragué ese malestar del centro de mi pecho. Lamentablemente, ese cariño y esa paciencia que demostré hasta ahora parecieron flaquear con el rechazo de Alexander.
En cuanto llegamos al campo me señala unas tribunas antes de ir trotando hacia la cancha, donde sus compañeros ya están haciendo ejercicios de calentamiento. Un par deja de hacer caso para mirarme por breves segundos hasta que el pitazo del entrenador les pone en acción de nuevo, aunque no evita que me echen miradas curiosas al pasar corriendo por mi lugar. Opto por acomodarme en las escalinatas del medio con vista a todo el campo pese a que el sol está en su momento cumbre. Saco del bolso un sombrero con estampados floreados y una botella de agua, que voy tomando de vez en cuando mientras veo entretenida las fases de la práctica.
Las cosas no siempre salen tal cuál queremos. A veces creemos conocernos al cien por ciento y cuesta aceptar las vueltas de la vida, los cambios en los gustos y el abismo entre una y otra forma de pensar. Mi yo del pasado nunca hubiese aceptado perder una hora viendo un entrenamiento en pleno auge de calor y viento rebelde; hubiese aprovechado ese tiempo para perfeccionar piezas, componer nuevas melodías o practicar una de sus interpretaciones más demandante. Hasta hace un mes estaba convencida que los futbolistas ganaban el dinero de forma fácil, sin embargo, esa idea parece terminar de desvanecerse al ver en cámara lenta la atajada de un balón clarísimo de Alexander. Eso a una parte de mi mente, aferrada a no soltar a Sofía antes de la entrevista, no termina de gustarle, se siente traicionada y frustrada a partes iguales.
Me deleito detallando su cuerpo trabajado, sus jugadas limpias y su desenvolvimiento en el campo y entiendo que el cambio radical de mi forma de ver la vida e incluso de mis prioridades se debe a que estoy enamorada. A veces me regala sonrisas coquetas que me pone nerviosa y me dedica miradas cómplices que me quitan el aliento.
Mi amiga llega furiosa más de media hora después. Le han quitado su bolso, su móvil, su cámara fotografía. Incluso el cortavientos rosa que compró justo para la ocasión. Según me contó, porque la inscribieron como visitante normal y no está permitido ningún tipo de aparato peligroso ni de sustancia comprometedora ni de tecnología, con algunas excepciones a la norma si se trata de un familiar de los jugadores. Pese a que no es mi culpa, termino pidiéndole disculpas ante tanta escenita de drama.
Me habla recién al final del entrenamiento, luego de ver que los jugadores se acercan murmurando. Suben las escaleras y es cuando se dispersan. Algunos van a las máquinas de agua, otros a los vestuarios y unos cuantos siguen el camino directo hacia mi lugar.
–¿Cuál de ellas es tu nueva conquista, campeón? –alcanzo a oír.
–¡Se están acercando, se están acercando! Y con ellos viene Davide –,me dice Isa en seguida, abanicándose con la mano–. Tienes que ayudarme. Me la debes.
No puedo responder ni pedirle calma, porque su olor particular me ha dejado suspendida en el aire, y su presencia a nublado mi razón. Siento como se sientan a mi lado, como me atraen sin problema y cómo luego de un segundo, susurran en mi oído.
–¿Qué tal la previa, hermosura?
El aliento cálido golpeando en mi piel me deja sin palabras, mientras que una corriente 0eléctrica baja por toda mi columna vertebral. Me levanta el mentón y no pongo resistencia, me acerca mucho más, posa una de sus manos en mi nuca.
Y no sé si me besa como en el estacionamiento, pero sigue siendo una de nuestras primeras veces.
La primera vez que me besa en un estadio de fútbol. De entrenamiento, pero estadio al fin.
invade mi boca dejando que el sabor neutro de su lengua me derrita por dentro. Quiero cerrar los ojos, sin embargo, ejerce presión para que me pierda en la profundidad de los suyos. Exijo con leve timidez, me aventuro a devolver las suaves caricias que me proporciona, descubriendo en el proceso que tengo otro lugar favorito.
Caigo en cuenta de todos los ojos que nos están viendo cuando nos alejamos tras oír un leve carraspeo. A este hombre le encanta dar espectáculos, y todo apuna a que a mí también.
¿Cómo actúo ahora?
La primera impresión de todos sus compañeros va a ser esta. Que soy una exhibicionista, que no le importa estar rodeada de gente porque da espectáculos.
Sus amigos se ríen, otros aplauden y un par no deja de mirarme.
–Piérdanse –les dice Alexander, dejando un espacio grande entre ambos–. La he besado ¿nunca han viso un beso o qué?
–vamos, campeón –anima un rubio–. Presenta a esta Belleza y a su amiga
¿Belleza? ¿acaso todos los futbolistas tienen la manía de llamar así a las mujeres?
–Vamos, hermosura –se levanta y toma mi mano.
El alma parece volverme al cuerpo cuando el rose de nuestras pieles envía chispazos de electricidad a todo mi cuerpo. No sé si él los siente también, pero le aprieto la mano cuando siento que es una de las cosas que más me gusta hacer.
Él es un descortés maleducado, yo no. Así que, aun apretando su mano, me acerco hacia el grupo de jugadores que retrocede al tiempo.
–Sofía Romero, Mucho gusto –les sonrío.
Algunos me hacen gestos de saludo, otros se acercan a apretar mi mano, y solo unos cuantos tienen el atrevimiento de dejar un beso en mi mejilla. Trato de corresponder con una sonrisa.
Aunque muy en el fondo me haga falta sentir la mano de Alexander apretando la mía. Se apartó después de haber murmurado algo que no pude identificar.
¿Por qué lo hizo ahora?
–Davide Linguini, es un honor conocerte –es el último en saludarme.
–Digo lo mismo, Davide.
–¿Qué tal el...?
–Yo soy Isabella, Amiga de Sofía. Mucho gusto –lo interrumpe.
Aunque finge dirigirse a todos, tiene la mirada fija en el hombre de ojos verdes.
Retrocedo de manera distraída para dejar que la conozcan, pero me arrepiento por no haber visto antes, ya que me choco con algo duro. Más bien, con el pecho de alguien.
Tomo una fuerte bocanada de aire en cuanto su fragancia invade mis fosas nasales. Cuando estoy a punto de alejarme, siento que sus manos se cierran alrededor de mi cintura, atrayéndome aún más.
–¿Podemos irnos ya? –su aliento me eriza todos los vellos del cuerpo–. Quiero que conozcas todo el campo.
Las sensaciones que evoca mi cuerpo al tenerlo tan cerca me hacen perder el control, emito una afirmación seca que consigue que se aleje. Hace una seña con la cabeza antes de bajar con calma.
Me extiende la mano cuando llego a la última escalera. Él me sonríe, yo le devuelvo el gesto. Me guiña el ojo, le correspondo a medias.
–Isa...
–Ellos no tienen problema en acompañar a la señorita –dice fuerte, mirando a sus amigos–. ¿No es así?
–Con mucho gusto. Sería un honor. Ustedes continúen con lo suyo.
Las palabras de Linguini me dejan más tranquila y me dejo llevar. No caminamos de la mano, él va pasos más adelante como un guía profesional, yo lo sigo sin decir palabra, disfrutando del aire fresco y de la sensación de estar en un estadio tan "impresionante".
Salimos al patio principal, en donde yace un grupo de personas discutiendo en voz baja. Alexander no hace el intento de detenerse, pero ahora sí, me hace una seña para que camine a su lado. El silencio se rompe cuando llegamos al edificio principal, comienza a explicar cosas a las que intento prestar atención, aunque me distraigo por momentos.
Conozco el salón de juegos que está más equipado que un casino común, el gimnasio ultra grande con máquinas de último modelo, la sala de hidromasajes en la que quisiera quedarme. Siento que estoy en un hotel de cinco estrellas en Dubái, por la sauna, la piscina con más de 15 metros de longitud en la que seguro moriría, los jacuzzis, el baño de recuperación y el comedor de autoservicio lleno de platos variados.
El paseo es agradable. Mi guía me da tiempo suficiente para analizar todo lo que veo, me permite acariciar algunos premios y hacer algunas fotos de las cosas que me parecen increíbles. No me presenta a nadie, ni devuelve los saludos de aquellos que se detienen al verlo. Es un grosero, pero a mi parte irracional parece no importarle.
–¿Cuál es tu auto? Además del que mandaste al aeropuerto, claro. Por cierto, gracias por las atenciones, por el avión...
–¿Quieres dar un paseo? –ofrece tras señalar a un Ferrari deportivo.
–No..., digo. Supongo que tienes cosas que hacer. ¿Descansar para el partido, quizá?
–Me tomo la tarde libre si quieres.
–¿Cómo?
–Juego a las nueve. Acompáñame a comer, vamos a pasear y luego te hago un recorrido por Anfield.
–No quiero abusar.
–¿Abusar? Yo quiero...
–¡Alex! –lo interrumpe uno de sus compañeros, que llega trotando con una botella de agua en la mano y un protector solar en la otra–. El míster te necesita.
–Ve, por mí no hay problema.
–¿Se le olvidó que estoy ocupado o qué?
–Es para la rueda de prensa creo.
–Vamos, hermosura –suspira señalando el camino.
Volvemos al campo. Isa está parada cerca de los demás jugadores, que escuchan concentrados lo que parecen ser indicaciones del entrenador. Nuestra entrada hace que todos pierdan la ilusión, hasta el míster, que me mira de arriba hacia abajo sin disimulo. Me incomoda un poco y de forma inconsciente me apego hacia Alexander.
–No cabe duda que tienes buen gusto. Es linda..., un poco diferente a lo que acostumbras.
Trago grueso, pero no identifico si lo que siento son celos, por saber que ya había traído a alguien más, o incomodidad, por la mirada del entrenador.
–Jürgen Walker, entrenador de Alexander. Mucho gusto –me extiende la mano–. Tú eres Sofía Romero, la pianista que está dando mucho de qué hablar.
–Me voy a ir, así que apúrate.
–¿Una sanción, Madrigal? Te recuerdo que tenemos partido esta noche y no debes ni puedes desenfocarte.
–Siempre estoy enfocado. Vamos a ganar.
–No te distraigas con una bonita cara y sonrisa encantadora, que luego te puede salir muy caro.
Miro de reojo a Alexander, que tiene la expresión congelada y la mirada fija en quien sabe dónde.
–Cuando necesite consejos, te los pido –Espeta acomodándose el cabello–. ¿Qué quieres?
–Tienes rueda de prensa esta noche –responde de mala gana.
Me alejo para darle espacio al intercambio de palabras en voz baja y me uno a los demás jugadores que le han vuelto a prestar atención a Isa. Un poquito más alejado está Davide, que se agarra el puente de la nariz mientras revisa algo concentrado en su móvil.
–Sofía –me sonríe guardando el aparato–. ¿Qué tal te pareció todo?
–Es una maravilla. Me he quedado sin palabras con todo y creo que se podría vivir aquí como en un hotel de cinco estrellas.
–Digamos que tenemos lo necesario para pasar casi todo el día encerrados aquí. ¿Has probado algo del comedor? –asiento–, te recomiendo que pruebes la lasaña, es una delicia.
–Comí un pastel de acelgas espectacular. Cuando vuelva te prometo que lo primero que pruebo es la lasaña.
–y luego pruebas la mía para que me digas que tal.
–¿Además de jugar, cocinas?
–Es mi pasatiempo favorito. Aunque no tengo mucho tiempo libre. Entrenamientos, viajes, partidos...
–Me imagino. ¿Preparas de todo?
–Más que nada, pastas.
–Italiano –recuerdo una conversación con mi mejor amiga.
–De Florencia –agrega tras asentir.
–¡Wow! ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
–Casi cinco años.
–Supongo que debes extrañar mucho tu país, tu gente.
–Suelo volver en vacaciones, pero sí. La vida en Liverpool es muy diferente a Florencia, la comida, la gente... todo.
–No quiero ni imaginarme cómo se debe sentir la gente que viene de otros continentes. ¿Cuántos de tus compañeros no son de Europa?
–Cuatro. Todos de américa, pero sin contar los orígenes, claro. Hay muchos franceses que tienen descendencia de colonias africana.
–¡eso estuve leyendo el otro día! Tengo entendido que algunos incluso eligen jugar para esos países. Pero son muy pocos. La mayoría elige selecciones europeas.
–La selección francesa no sería lo que es hoy si todos sus jugadores fueran netamente de Francia.
Mientras Alexander discutía algo con el entrenador, Davide me habló sobre todos los lugares que podría ir a visitar en la ciudad. Según él, me enamoraría de Liverpool, pero no tanto como de Florencia. Descubrí también que teníamos muchas cosas en común. Su compañía resultaba agradable y divertida, me hizo sentir en casa.
La conversación dejó de ser solo de dos cuando un grupo de jugadores nos rodeó. Me pidieron que les hablara de mí, explicaron cosas puntuales del capitán, como el hecho de que "odiaba perder o empatar"; hasta se atrevieron a contarme a grandes rasgos cuál era su función en el equipo y que de vez en cuando actuaba como un capitán veterano y experimentado. Pese a que isa se incluyó también, no dijo casi nada.
En un momento sacó su móvil y se alejó como si estuviese respondiendo mensajes importantes, pero nadie más que yo pareció darse cuenta.
–¿Estás bien? –le pregunté tras disculparme con los jugadores.
–me ignoras en el estacionamiento, Davide no me hace caso, pero bien que estaba conversando contigo ¿qué tanto te decía, ¿eh? –arqueó las cejas, indignada.
–Disculpa por lo del estacionamiento.
–¿Qué te decía Davide? –insistió encogiendo los hombros.
–Nada importante –miro de reojo a Alexander–. Me recomendó lugares para visitar y me contó que era de Florencia...
–Y cuando le pregunté eso me dijo: "Roberth es el experto" –se quejó–. Esto fue una pérdida de tiempo, todos están pendientes de ti. Volveré al hotel.
–No quieres... ¿no quieres ir a comer con nosotros?
¿Qué le acababa de proponer?
Una parte de mi mente se levantó en protesta, furiosa por mis intentos de solucionarlo todo.
–¿Para ser un estorbo en su salida romántica? No gracias.
–No, Isa –continué no tan convencida–. Además, no te he presentado a Alexander, puede ser una buena oportunidad.
–Iré al hotel, comeré algo y luego me iré a dar un paseo. Sigue siendo el centro de atención –suspiró antes de levantar la mirada–. Alexander, ¿qué tal estás?
Nunca la había visto sonreír así, mirando al hombre que me robaba el sueño.
–Vámonos, hermosura –su olor era una droga capaz de desestabilizarme en segundos.
Le correspondí la sonrisa que esbozó antes de señalar a mi amiga, que seguía con la mirada puesta en el hombre de ojos misteriosos. Quería descifrar su expresión, esa que me había dejado enmudecida por unos segundos. Era una mezcla de alegría, suspicacia y... ¿picardía?
Sonrisa pícara, sonrisa seductora o sonrisa coqueta.
Deseché las interpretaciones descabelladas, Isabella era mi amiga, sabía que estaba enamorada del capitán... no se atrevería, no podría.
–No nos habían presentado, pero soy Isabella –se acercó a paso seguro hasta ponerse de puntillas–. Isa, para los amigos –lo abraza.
Y me quedo sin saber cómo actuar.
Y ese nuevo instinto de desconfianza hace que mis pies se muevan hacia donde está el capitán, para entrelazar mi brazo al suyo. La que actúa carraspeando la garganta no es Sofía romero, la mejor amiga de Isabella; es la pianista que quiere dejar claro a quien invitaron al entrenamiento.
Ella se aleja, sonriente, como si no hubiese pasado nada. Suelta un suspiro conforme, mientras yo busco controlar a esta sensación de desconfianza que le da paso a algo que jamás pensé sentir: "Celos".
Celos de mi mejor amiga.
Alguna vez escuché que los celos eran algo natural, nadie podía decir que no los sentía, pero si se podían controlar o minimizar. La confianza jugaba un papel muy importante y yo no conocía del todo a Alexander; no terminaba de tomar conciencia de que con esta actitud ponía en duda mi "confianza" en Isabella. Porque, si confiaría tanto en ella, a lo mejor no me hubiese apresurado en acercarme.
–No me habías dicho que tenías una amiga tan linda, hermosura.
Se me secó la garganta, apreté los dientes y por primera vez en mucho tiempo, el escalofrío que recorrió mi columna no fue agradable. Me obligué a mantener la compostura. Miré a mi amiga que lucía más sonriente, luego, fijé la vista en la expresión neutra del capitán.
–Gracias por el alago, Alexander. Se siente bonito escucharlo sabiendo que viene de una persona bastante exquisita con los gustos ¿no es así?
–Digo lo que veo, es todo –posa sus ojos en los míos, y vuelvo al estado de enamoramiento inicial–. Ahora sí, vámonos.
–¿A dónde irán?
¿No se supone que se lo había dicho hace apenas 5 minutos?
–iremos a comer, luego a pasear un rato –respondí, confundida.
–Claro, una cita romántica. Supongo que Alexander tiene muy buenos gustos en lo que a eso respecta.
–Supones bien, preciosa –el estómago se me contrae.
–Algún día espero comprobarlo –indica acercándose más.
–Lástima que la suerte solo la tengan algunas personas ¿no? –ríe antes de bajar la cara a mi altura–. ¿me devuelves mi brazo?
Automáticamente mis mejillas se encienden. En efecto, tengo el brazo del futbolista entrelazado al mío de una manera poco sana que me avergüenza. Antes de separarme suelto una risa nerviosa, juego con mi cabello, me muerdo los labios, retrocedo y el tono firme de su voz me hace dar un pequeño salto.
–No hagas eso, que solo aumenta las ganas que tengo de besarte.
De inmediato libero el labio inferior, tomo una fuerte bocanada de aire y enfoco su mirada.
Lástima, porque esos ojos grises cargados de misterio descontrolan a mi corazón, la mente se me nubla y dejo de pensar en todo lo demás.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro