Capítulo 8. ¿Amigos? Amigos
Absolutamente todos se quedaron en silencio en el momento en que el refresco se derramó sobre el vestido de Liliane. Eileen abrió los ojos como platos y se quedó inmóvil, Fox simplemente no pudo hacer otra cosa más que mirar y quedarse con la boca abierta. Era como si el tiempo se hubiera detenido y todos miraran hacia la bomba que parecía a punto de estallar.
Liliane lucía sorprendida, como si su mente aun procesara lo que había sucedido. Pero Eileen ya lo había hecho, y tan pronto como logró salir de su estupefacción comenzó a disculparse entre titubeos, no estando del todo segura qué era lo que debía decir.
Liliane la miró detenidamente por unos instantes. Unos muy largos instantes que parecieron infinitos.
Y entonces rompió a reír.
—¡No te preocupes! —exclamó, con un leve tic en el pliegue de su ojo izquierdo. Al menos lo había tomado bien, y a juzgar por los suspiros aliviados de sus tíos ellos también pensaban lo mismo—. Es sólo un vestido, no dejaremos que eso nos arruine la noche, ¿verdad?
—Por supuesto —asintió Eileen, aceptando el abrazo de Liliane con deje de incomodidad cuando ella se le acercó.
Liliane se apartó del abrazo y mirando a su alrededor preguntó:
—¿Dónde está mi Edward? La cena ya casi está lista.
Eileen observó y notó que efectivamente, el joven no se encontraba ahí. Y curiosamente Math tampoco. Tal hecho le produjo una amarga sensación, y al mirar en dirección a su hermano supo que él sentía lo mismo.
—Seguro está en el patio de atrás —respondió su madre, algo nerviosa.
Ella resultó tener razón, pues no mucho después se oyó a lo lejos el ruido de un cristal siendo roto justo en el lugar mencionado. E inmediatamente todos, tanto jóvenes como adultos, corrieron en la dirección de donde provenía el ruido.
El cristal que separaba el comedor del patio había sido destruido y todas sus partes estaban esparcidas sobre la alfombra, pero no sólo era esto lo que estaba sobre ella, sino también dos cuerpos que luchaban entre sí y se golpeaban.
¿La buena noticia? al menos ya sabían donde estaban Edward y Math.
¿La mala? Eran los chicos que se estaban golpeando con puño cerrado.
El tío Colin y el padre de Edward fueron los primeros en reaccionar, secundados de un grito agudo por parte de Liliane, y pronto ambos tenían a uno de los jóvenes, sosteniéndolos de los brazos y evitando que se lanzaran sobre el otro.
—¿Qué demonios está sucediendo? —gritó la tía Sarah alzando las manos en un gesto dramático y corriendo a consolar a Liliane, quien lloraba a moco tendido al ver la sangre fresca y los ematomas sobre el rostro de su prometido. Él parecía aún tener suficiente energía para darle batalla a su padre que intentaba sostenerlo y no dejarlo ir.
—¡Lo que sucede es que este jodido idiota es un verdadero imbécil! —respondió Edward con la voz cortada, y acto seguido escupió unas gotas de sangre de su boca.
Math logró apartarse del tío Colín, porque él ya no buscaba más pelea, y cruzando sus brazos sobre su pecho rió sin atisbo de gracia.
—¡Tú atacaste primero! —se defendió, aparentemente sin darse cuenta del hilillo de sangre que corría por su nariz hasta su barbilla, o simplemente restándole importancia a ello.
—¡Ofendiste a mi prometida, estúpido! ¡Merecías eso y más!
—¡Y tú ofendiste a mis hermanos!
—¡Basta! ¡Basta! —interrumpió Liliane, alterada y caminando hasta Edward, quien fue liberado de los brazos de su padre poco después. Ella puso suavemente una mano sobre su rostro, mirándolo con gesto preocupado—. ¿Te encuentras bien?
—Claro que no —soltó él con un mal humor, pero pronto pareció retractarse y de sus ojos asomó un brillo de arrepentimiento—. Lo siento, cariño, sé que estás angustiada. No fue nada, tienes suerte que tu primo sea un debilucho.
—¡Acabo de salir del hospital! —alegó Math, sentándose en el suelo con mucho esfuerzo y algunas muecas, y susurrando añadió:—, deja que me componga y verás como cambia la situación.
—¡Math! —regañó su madre, aunque su atención a él no duró mucho antes de girarse hacia su sobrina y el prometido de ella—. Cuanto lo siento, de verdad.
—No tiene de qué disculparse usted —dijo Edward, y miró, con el desagrado con el que un niño ve a una araña, a Math—. Es él quien debería hacerlo.
—¡Antes muerto!
—No pienses que eso no se puede arreglar.
—¡Edward! —gritó el padre de él, con los ojos bien abiertos y la palma de su mano sobre su hombro—. No digas esas cosas.
—¿Qué más da ya? Gracias a él toda se arruinó. ¿Y saben qué? No quiero verlo a él en mi boda. Ni en mi vida de preferencia —entonces miró en dirección de Eileen y Fox, quienes se habían mantenido callados durante todo el enfrentamiento y la discusión—. Él y sus hermanos sólo son un trío de bichos raros que traen problemas.
Liliane tragó saliva, tal vez meditando en silencio si debía saltar y defender a sus primos o darle la razón a él.
—No es como si quisiera estar en tu boda —murmuró Math, levantándose y saliendo con difcultad de la escena, arrastrando los pies y trastabillando, y unos minutos más tarde se oyeron sus pasos en las escaleras.
Edward, su padre y el pequeño de 6 años también se fueron, saliendo de la casa justo en el momento en que la señora Anderson y Charles llegaban.
Liliane se quedó ahí, y le dirigió a Eileen una mirada con un toque de tristeza.
—Igual estás invitada —le dijo—. Sé que se comportan así por envidia... Porque quizá nunca tendrán una boda o hallarán al amor de sus vidas. Está bien, Eileen, te perdono por lo del refresco.
E imitando a su prometido y sin dejar que Eileen siquiera abriera su boca para responder, la joven se fue de ahí, seguida de la tía Sarah y el tío Colin, que aún estaban anonadados y sorprendidos por la pelea y lo pronto que había concluido la reunión.
—¿Qué pasó? —cuestionó la Sra. Anderson entrando a la sala y observando con curiosidad el desastre, demostrando por primera vez una emoción ajena al disgusto hacia Alice Foster.
La mujer se sentó en una de las sillas del comedor, y muy triste y frustrada procedió a relatarle a su vecina todos los hechos en voz baja y decaída, y la Sra. Anderson realmente mostró genuino interés (quizá el hecho de que el relato involucrara una pelea la atraía) y se sentó en la silla contigua.
Charles miró a Fox con la ceja alzada, y él se encogió de hombros, con su mente aún pensando en todos los hechos que había presenciado sin decir nada. Eileen subió por las escaleras siguiendo el trayecto de Math, y los niños no tardaron en imitarla.
—¿Eres suicida acaso o simplemente muy idiota? —preguntó la chica al hallar a su hermano sentado en el suelo de su baño, intentando cubrir sus puños sangrantes con vendas y fallando miserablemente en el intento gracias a sus manos que temblaban sin poder evitarlo—, ¿no podías mantener la boca cerrada por una sola noche? Entiendo que Liliane no te agrade, y que tampoco lo haga Edward. Pero no es excusa para sacarlo de quicio, ¡pudo haberte matado! Es mucho mayor que tú y en la única postura en la que estabas era una delicada y débil.
—Por favor sólo cállate —pidió Math con la voz entrecortada, y alzando su rostro demacrado miró a Eileen—, ayúdame con esto o solo vete. De verdad no quiero oír nada de regaños, me basta con imaginarme los de mamá.
Eileen suspiró, pero asintió con la cabeza y enseguida se sentó junto al chico, tomando sus manos entre las suyas y ayudándole a pasar el vendaje entre las mismas, aunque no exactamente con delicadeza. El silencio era grande, no era incómodo pero tampoco ameno. Hasta que Math decidió romperlo.
—Nos llamó fenómenos, ¿qué habrías respondido tú?
Eileen al principio no contestó, y habiendo terminado con el vendaje miró detenidamente a su hermano por varios largos minutos.
—No le habría dicho nada, a menos, claro, que crea que tiene razón. Pero da igual, Math, debiste frenar la pelea, no seguirle el cuento. Cuanto más pienso que has aprendido la lección me sorprendes demostrando justo lo contrario.
Math gruñó y recogió sus piernas para rodear sus rodillas con sus brazos, con un semblante pensativo y sus ojos fijos en la pared.
—¿Crees que tenga razón? —cuestionó, vagamente consciente de lo que decía gracias a que el efecto de la adrenalina había pasado hace tiempo y lo único que le quedaba por procesar a su cuerpo era el dolor y el cansancio—, ¿somos fenómenos por apartar a todos?
—Quizá —murmuró Eileen. La verdad era que no tenía ningún consuelo bajo la manga, y estaba lo suficiente exhausta para intentar sacar uno—. Tal vez simplemente lo somos.
Al otro lado de la pared y puerta, sentados en el suelo con las piernas extendidas y oyendo en silencio su conversación, estaban Charles y Fox.
El segundo jugeteando con sus pulgares sin estar seguro de qué hablar, bien podía quedarse en silencio y eso estaba bien para él, pero por otra parte sentía la necesidad de hablar de algo, cualquier cosa que distrajera su mente de los recientes acontecimientos...
—Yo no creo que seas un fenómeno —dijo de pronto Charles. Ahí estaba, sabía que no pasaría mucho tiempo antes de que él hablara—, todos tienen sus razones para ser quienes son a fin de cuentas.
Fox lo miró, algo sorprendido por su elección de palabras. Tenía razón. Sólo que dicho en voz alta sonaba lo opuesto.
—No estoy seguro si yo tengo una —confesó, bajando la mirada y oyendo el eco de la conversación entre sus hermanos, y entre su madre y vecina abajo—, realmente sólo conozco esto. Sé que hay algo más, Eileen y Math en el fondo le guardan rencor a nuestros padres y los culpan. Las únicas dos personas que debían apoyarnos incondicionalmente fueron las primeras que nos fallaron, así que tiene algo de sentido que en base a eso la confianza no sea su fuerte. Pero yo no tengo ese sentimiento, sólo seguí lo único que conocía; Ser alguien reservado, que no quiere tener amigos. Me cuesta salir de eso, me cuesta confiar y simplemente... Tener amigos —se encogió de hombros con indiferencia, aunque eso era el último que sentía.
Era la primera vez que le hablaba a alguien de eso, pues en general solo lo decía para sí mismo, reservándolo como un simple pensamiento. Pero al decirlo en voz alta se dio cuenta de que era cierto. Que todo eso realmente era verdad.
—Lo siento —dijo Charles, y Fox al verlo se cuestionó internamente por qué lucía tan culpable. No era su culpa después de todo, y al captar su mirada él añadió:—. No me imagino como debe ser eso. Mis padres... Ellos fallecieron, pero siempre estuvieron ahí para mi. Aún cuando nuestra situación no era la mejor sacaban lo mejor de ella.
La revelación de la muerte de sus padres no lo tomó por sorpresa, es decir, Fox era consciente que algo debía haberles sucedido como para que Charles terminara con una persona como la Sra. Anderson de un día para otro. Nunca le preguntó porque preguntarle algo así no le parecía correcto, en especial cuando se empeñaba tanto en decir que no eran amigos. Pero, ¿y si sí lo eran? Había oído que la amistad no sólo definía en palabras, sino también en actos. Se odiaba por complicarse tanto la vida, cuando en realidad podía ser más que sencilla. Tal vez las cosas no eran complejas, tal vez él las volvía así.
Ambos se quedaron en silencio por varios minutos más, hasta que la Sra. Anderson llamó a Charles, avisandole que no se iban a quedar por más tiempo (seguía siendo la mujer que no soportaba demasiado a Alice, después de todo) y que iban a irse.
Charles hizo amago de levantarse del suelo, pero Fox lo detuvo con una pregunta:
—¿Me consideras un amigo?
Él pareció pensarlo por algunos minutos, aunque parecía ya tener la respuesta en la punta de su lengua.
—Sí, lo hago —dijo por fin.— Aunque, ¿Tú me consideras uno o sigues sin cambiar de parecer?
Fox se puso de pie, y Charles lo siguió, mirándolo con curiosidad y una ceja enarcada.
—¿Sabes algo? Creo que lo hago.
—Sabía que en algún momento lo harías —repuso con un toque de autosuficiencia y efusividad—, soy demasiado increíble como para que no lo hagas.
—Me vas a hacer arrepentirme —masculló Fox, con un asomo de sonrisa en la comisura de sus labios y un brillo divertido en sus ojos, justo en el momento en que la Sra. Anderson volvía a llamar a Charles. Él miró una última vez a Fox, y luego simplemente bajó las escaleras y se reunió con la mujer para irse con ella.
—Vaya desastre —murmuró su madre al ver a su hijo menor aparecer en el comedor y tomar asiento a un lado suyo.
—Al menos tendremos comida de sobra —respondió él, con un leve deje de humor, mirando la comida sobre la mesa que debía haber sido para 12 personas, y luego dirigiendo su vista hacia el suelo donde seguían esparcidos los cristales, los cuales relucían la luz de la luna que se filtraba a través del patio.
Fox se quedó para ayudar a su madre a limpiar el cristal, y poco después llegó Eileen a unirse a ellos para colocar una cortina sobre el hueco, para al menos disimular el accidente, ya tendría tiempo su madre mañana para conseguir un nuevo vidrio, pero mientras tanto eso bastaría.
Una muy cansada noche fue ésa. Pero Fox, al menos, oficialmente tenía un amigo. Esas eran buenas noticias, ¿verdad?
.
Llegó el día siguiente con un clima frío y oscuro, con el cielo nublado y un poco de viento.
Fox, al igual que su hermana, salió lo suficiente abrigado, y cuando caminó al lado de ella casi podía jurar que la chica temblaba levemente.
—El clima tiene un mal día —musitó Eileen con una mueca esbozada en sus labios y abrazandose a sí misma—. Espero que para la tarde se calme.
—¿Piensas salir? —preguntó Fox, sabiendo sobre las circustancias de su hemana en la escuela porque, lo quisieran o no, sus escuelas estaban más conectadas de lo que cualquiera pensaría, y, ah, porque algunos de sus compañeros se lo habían mencionado con afán de molestarle.
Eileen se encogió de hombros, o tanto como pudo bajo su grueso abrigo.
—Unos chicos me invitaron a la casa de uno —respondió con simpleza.
—¿Quiénes? —no era que a Fox le importara, sino que le causaba curiosidad. Que él supiera las relaciones sociales de su hermana se limitaban a los jóvenes de Tarleton, si no eran ellos con quienes saldría, entonces tenía curiosidad por saber la identidad de con los que sí.
—No te incumbe —masculló ella, exactamente en la calle donde ambos se separaban. Y sin decirle adiós ni con una inclinación de cabeza, Eileen se fue dejando tras de sí el ruidoso ruido de sus botas chocando contra la acera.
Fox frunció el ceño, pero decidió que era algo irrelevante, a fin de cuentas su hermana podía conocer a personas fuera de su escuela. Siguió andando y no tardó en llegar a su escuela.
Está vez, a diferencia de los días anteriores, Charles ya estaba en el aula cuando él llegó, lo cual hasta cierto punto lo sorprendió.
—Es un milagro que llegues antes que yo —comentó Fox, enarcando una ceja y sentándose en su lugar.
—Los milagros a veces pasan —respondió Charles, encogiéndose de hombros con una sonrisa sobre sus labios, aunque ésta menguó levemente y sacudió la cabeza—. ¿Sabías que los clubes aquí estan abiertos a inscripciones todo el año?
—Eh, sí, estudio aquí desde primero, ¿recuerdas? Espera, ¿por qué lo mencionas?
—Porque —comenzó Charles, tamborileando sus dedos sobre su banca— planeo unirme al de música y canto. Y creo que deberías hacer lo mismo.
Fox lo miró con el entrecejo arrugado.
—¿Por qué no te das por vencido con eso? No lo haré.
—Sí, sí lo harás. ¿Y sabes por qué? —Charles se inclinó al frente y con deje de nerviosismo que su leve sonrisa denotaba añadió:— porque quizá, sin que tú lo supieras, te inscribí en la mañana con la profesora Morgan, y quizá, probablemente, por esa razón decidí llegar temprano.
Fox le dedicó una mirada larga y ligeramente incrédula.
—¿Bromeas? —cuestionó, y al no recibir respuesta supo cuál era—. ¡Sabes que esa profesora se toma muy enserio a los alumnos que se inscriben! No quiero estar ahí, ¿por qué lo hiciste?
Charles volvió a encogerse hombros, justo para el momento en que la profesora Lara entraba y toda la clase guardaba inmediato silencio. Fox soltó un frustrado suspiro, mirando molesto en dirección de... De su amigo. Bueno, de verdad se estaba cuestionando gravemente ese asunto. Aunque lo olvidó tan pronto como la profesora comenzó el tema de la clase.
Al final resultó que la profesora Morgan había tenido una fuerte reacción alérgica a la comida de la escuela, y gracias a eso había tenido que ir al hospital y los ensayos del club se habían cancelado por ese día.
—¡Es una señal de que no debería unirme! —dijo Fox cuando se enteró de las noticias y caminaba por los pasillos hacia la salida.
Charles bufó y negó con la cabeza.
—Lo único que significa es que la profesora es alérgica a las fresas —contestó—. Además, soy yo el que no entiende por qué te niegas tanto. Es sólo un grupo, un club, algo para pasar el tiempo.
—Dime por qué dije que seríamos amigos —suspiró Fox con seriedad y fingida aflicción mientras masajeaba su sien y arrugaba el entrecejo.
—Porque soy genial, y porque, vamos, eres interesante pero aún así necesitas ser más... Imprudente, más aventado a la vida. Te enseñaré a serlo.
—¿Imprudente cómo tú? ¿Cómo mis hermanos? No, gracias.
Charles se rió y puso una mano sobre su hombro, sacudiendolo ligeramente en el movimiento.
—No. Pero sí ser una pequeña medida de los tres en conjunto. Mira, justo me dirigía a un taller de pintura, acompañame y verás que hay vida fuera de tu habitación.
—¿Te uniste a un taller de pintura sabiendo que habrían los esayos del club de música y canto después de la escuela? —cuestionó Fox, algo extrañado.
—¡Por supuesto! No es como si no pudiera cancelar el taller, es gratuito e impartido por una agradable familia—alegó él, con una sonrisa un tanto cínica—, no soy bueno en la pintura, pero es divertido, ¿qué dices, amigo? —hizo un gran énfasis en la última palabra, casi como si disfrutara poder decirla.
Fox suspiró y detuvo su andar, sopesando lo que Charles le decía. Entonces se encogió de hombros y asintió con la cabeza lenta y pesadamente. Eso hacían los amigos, ¿no? Pasar tiempo el uno con el otro y evitar que uno de ellos hiciera una estupidez.
Charles colgó su brazo sobre sus hombros con ademán de entusiasmo, y ambos continuaron caminando hasta salir de la escuela.
.
Eileen se quedó dormida en clase de Cálculo, clase que, para su terrible y desagradable suerte, era la última. El profesor sustituto desde la última vez no parecía tenerle ni una pizca de aprecio, y cuando la descubrió dormitando sobre su banca, con un hilillo de saliva corriendo por su mejilla y sus rostro recostado sobre su abrigo, él gritó:
—¡Señorita Foster! —ella levantó su cabeza de golpe, asustada por el repentino y abrupto grito, y miró a su alrededor con susto, hasta encontrarse con la mirada de su profesor, y solo entonces maldijo en voz baja mientras restregaba sus ojos con cansancio—. Si tanto le complace dormir en la escuela le alegrará cumplir dos horas en detención entonces.
Eileen hizo una mueca, pero sin siquiera poder reclamar o hacer algún comentario al respecto el profesor ya se había dado nuevamente la vuelta y continuaba hablando del tema. Había veces, como aquellas en realidad, donde tan sólo deseaba poder tirar todo al suelo y levantarle el dedo del medio al hombre.
Y si no lo hacia era porque sabía lo mucho que le perjudicaría la simple acción.
No había dormido casi nada anoche gracias a la pelea entre Math y Edward, ayudar a su hermano con sus vendajes y todavía bajar y ayudar con el vidrio roto la había dejado más agotada de lo que habría pensado. Poco durmió y ahora iba a pagar tal hecho con una detención. Su primera detención para ser precisos.
Y de nuevo nadie la miró, y si lo hicieron fue por pocos segundos antes de apartar la mirada y murmurar algo al compañero de al lado.
Todo eso apestaba.
—Este viernes —comenzó a decir el profesor, mirando fijamente a Eileen, quien sólo por este motivo decidió prestarle atención a sus palabras— habrá un examen sobre los temas abarcados conmigo, siendo que aún es indefinido el día en que su profesora Diana vuelva a trabajar.
Hubo algunos abucheos y unas cuantas objeciones silenciosas en miradas. Eileen enterró su rostro en sus manos y se lamentó, ¡un examen! Ni siquiera sabía que tema había estado hablando todo este tiempo, y ahora resultaba que tenía menos de 3 dias para prepararse para el examen. Que horror. Sus calificaciones en matemáticas no solían ser malas, pero cuando profesores como aquel impartían la materia o alguna relacionada con ella era cuando su cerebro parecía desconectarse, negado a entender lo que el profesor explicaba. No había una razón exacta para que tal cosa pasara. Simplemente sucedía.
Salió de la clase cuando el timbre sonó, y se dirigió hacia el cuarto de detención en cuanto el profesor se acercó y molestamente se lo recordó con tono demandante y altanero. Eileen simplemente lo hizo, y al llegar a él no pudo evitar notar y observar con detenimiento a todos los alumnos ahí. En su mayoría estaban cansados, aburridos y con las piernas sobre sus bancas. Math había estado en ese sitio más veces de las que podía contar con los dedos de su mano. Pero ella no. Y los demás pudieron notarlo y enseguida le prestaron atención.
No había ningún profesor, y Eileen, ligeramente insegura, tomó asiento en el frente de la fila, sintiéndose en un ambiente extraño y nuevo.
Su celular sonó, y ella con vacilación lo agarró y lo encendió. Era un mensaje de Peter, para confirmar su reunión, Scott fue el que había ofrecido su casa alegando que sus padres estarían fuera durante toda la tarde y parte de la noche para poder reunirse allí. El grupo de Peter la había recibido tan bien que parecía algo surrealista, pero por primera vez Eileen no quería echarlo a perder, así que aceptó su lugar en el grupo sin pensarlo demasiado.
Y tras varios minutos de mirar su pantalla, ella tecleó una respuesta por fin;
No llegaré a allá hasta dentro de dos horas.
¿Qué? ¿Por qué?
Eileen pensó rápidamente en una respuesta, no podía decirle que estaba en detención, ¿en las Universidades había detención? Se suponía que iba a una, ¿cierto? La verdad era que poco sabía de ellas (aún pese al empeño de su madre acerca de hacerla ver e informarse sobre las oportunidades de una carrera y el dónde quería seguir sus estudios).
Sus dedos cobraron vida sin su permiso, y ellos escribieron una respuesta por su propia cuenta.
Olvidalo. Estaré ahí en 20 minutos.
Eileen miró su propia respuesta con horror. Por supuesto que no estaría ahí en 20 minutos. Tenía detención. Aunque no pasó mucho tiempo antes de que un plan comenzara a tejerse en su mente. No había profesor, y lo único que la retenía en aquellla aula era el guardia parado bajo el umbral de la puerta que poco caso les hacía.
Debía escapar, ¿pero cómo?
.
Pobre Math, a este paso nunca va a salir de su casa, justo como nosotros 😪✊
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro